viernes, 19 de enero de 2024

Peronismo: La persecución política y arresto de Ricardo Balbín

Balbín perseguido y preso por el Peronismo





Ricardo Balbín fotografiado por el dirigente radical Miguel Szelagowski, en una visita que le realizó al ex diputado durante su estancia en la Cárcel de Olmos. Balbín estuvo preso desde marzo de 1950 hasta enero de 1951, bajo el delito de desacato. En septiembre de 1949 había sido votado su desafuero de la Cámara de Diputados, luego de que la bancada peronista lo denunciara por haber incurrido en actos de "sedición y rebeldía" en un discurso pronunciado el 30 de agosto de 1949 en un acto del radicalismo en el Centro Asturiano de Rosario, en el que criticó duramente el gobierno de Perón. Balbín hizo su campaña como candidato a gobernador de Buenos Aires en condición de prófugo de la justicia, siendo ocultado en las residencias de amigos y escabulléndose entre la multitud luego de los actos políticos, pero finalmente fue detenido en La Plata al votar el domingo 12 de marzo de 1950.




jueves, 18 de enero de 2024

FAA: El accidente fatal del periodista Eduardo Abella Nazar

El Calquín que llevaba a un periodista aeronáutico



El 6 de Septiembre de 1957 cae desempeñando sus tareas el primer cronista aeronáutico argentino, al estrellarse el avión de ataque I.Ae-24 Calquín desde el que cubría los ejercicios de tiro y bombardeo "Vulcano I"




  El 6 de septiembre de 1957, mientras participaba en un ejercicio aéreo de Tiro y Bombardeo en la zona del partido de Mar Chiquita, en la costa atlántica de la  provincia de Buenos Aires, el avión de ataque FMA I.Ae.24 Calquín matrícula A-50 del G1A (Grupo 1 de Ataque) de la IVª Brigada Aérea de la entonces aún  Aeronáutica Militar Argentina que en 1945 había sucedido al Comando de Aviación de Ejército, se precipitó a tierra en las cercanías del Destacamento Aeronáutico Militar Mar del Plata provocando la muerte de su piloto, el Primer Teniente Helvo Federico Zocchi, y de quien resultara ser su ocasional acompañante, y el periodista del diario La Nación, Eduardo Luis Abella Nazar. La máquina había rosado al I.Ae. 24 Calquín A-31 en el momento de la aproximación a tierra precipitándose. El Periodista Abella Nazar fue el primer cronista aeronáutico en perder la vida cumplirndo su trabajo, y hoy en día una placa lo recuerda en la Sala de Prensa del "Edificio Cóndor" de la Fuerza Aérea Argentina.



  Las crónicas de la época relataron cómo fueron los hechos. El accidente se produjo cuando la escuadrilla de 12 I.Ae-24 Calquín de ataque y bombardeo, del G1A de la base de El Plumerillo, provincia de Mendoza, se aprestaba a descender en el aeródromo del Destacamento Aeronáutico Militar Mar del Plata luego de cumplir su misión sobre la zona de Mar Chiquita.
  “En tales circunstancias -se escribió en el diario La Nación-, al tomar las máquinas formación escalonada para reconocimiento de pista y aterrizaje, una de ellas rozó a la otra provocándole la destrucción de medio plano. Esta máquina dio una vuelta de campana y se precipitó a tierra, estallando los tanques de combustible e incendiándose totalmente y falleciendo sus ocupantes: el primer teniente Helvo Federico Zocchi y el enviado especial de La Nación, Eduardo Abella Nazar.”


  La crónica señalaba que “el otro avión logró mantenerse, aunque muy dificultosamente, en vuelo hasta llegar a la altura del autódromo, sobre el camino a Necochea, donde realizó un aterrizaje forzoso.
  La máquina tocó suelo con violencia y se fue desplazando a tumbos, perdiendo grandes trozos de su fuselaje, cola y planos, y uno de sus motores se desprendió. Salvaron sus vidas milagrosamente el piloto Capitán Ricardo Hawalli y su acompañante, el capitán Rubén O. Jousset”, concluía la reseña del hecho.
  Eduardo Luis Abella Nazar había nacido en 1934, y era el mayor de ocho hermanos e hijo del matrimonio consumado en 1933 de Eduardo María Abella Caprile (Bs. As. 18/10/1904; Bs. As.16/10/1977) y de Martha Elisa Nazar Beristayn (Bs. As. 18/10/1912, Bs. As. 6/2/2010). Su padre era bisnieto del general Bartolomé Mitre, periodista y accionista de la Nación y sobrino de Margarita Abella Caprile, poeta argentina que dirigió el suplemento literario del diario durante varios años. Realizó sus estudios en el Liceo Naval Almirante Brown y en la revista de esa institución hizo los primeros ensayos literarios.



  Las notas más recordadas de Eduardo Abella Nazar en La Nación fueron al regreso de una expedición oceanográfica por los mares del Sur a bordo del balizador de la Armada Argentina ARA "Ushuaia" (luego naufragado con graves perdidas de vidas. Ver enlaces adjuntos), cuyo objetivo había sido recorrer las instalaciones de boyas, balizas y faros que abundan en el litoral patagónico, elementos que deben ser examinados y provistos de combustible una vez por año.
 Y fue al regreso de ese viaje cuando Abella Nazar partió a su nueva misión periodística: las maniobras aéreas -llamadas "Vulcano I"- que se desarrollaron en Camet, Mar del Plata.
  La tarea consistía en observar el ejercicio desde tierra, pero su afán e ímpetu por contarlas al tiempo de vivir una arriesgada experiencia personal lo llevaron a abordar la aeronave trágica.
  En cuanto a los dos aviones I.Ae.-24 Calquín de la Aeronáutica Militar Argentina que protagonizaron este incidente, se trataba de aeronaves diseñadas y fabricadas en Argentina (ídem enlaces) por la Fábrica Militar de Aviones, y del que se planificaron no menos de 300 ejemplares en tres series de 100, incluida la variante mejorada I.Ae-28 Super Calquín, y a los que bien se podría luego haber reemplazado en la última serie por el muy superior I.Ae-39 Ñamcú, la llegada del peronismo al poder arruinó estos planes (el avión había sido concebido, diseñado antes del ascenso del peronismo al poder), y tan sólo se fabricó la primer serie que junto a los prototipos sumaron 101 ejemplares en total. En concreto el A-50, nº/serie 050, había sido entregado el 2 de agosto 1949, asignado al G1A (Grupo 1 de Ataque) el 13 de marzo de 1951, como referimos resultó destruido tras accidentarse en ese fatal accidente de Mar del Plata del 6 de septiembre de 1957 al colisionar en el aire con el Calquín A-31, regresando de los ejercicios Vulcano I que se desarrollaban en Mar Chiquita. Por su parte, el Calquín A-31, nº/serie 031, había sido entregado el 25 de septiembre de 1948 a la Aeronáutica Militar, y asignado al G1A el 13 de marzo 1951, y tras la colisión en el aire del accidente del 6 de septiembre de 1957 con el A-50 en Mar del Plata, logró continuar vuelo hasta la altura del autódromo, sobre el camino a Necochea, donde realizó un aterrizaje de emergencia y logrando salvar sus vidas ambos tripulantes, Capitán Ricardo Hawalli y su acompañante, el Capitán Rubén O. Jousset, pero resultando el Calquín con graves daños estructurales, que derivaron en su posterior desprogramación con fecha del 31 de diciembre 1957, suponiendo que fue desmantelado y sus piezas aún útiles empleadas como fuente de repuestos para los Calquín aún operativos.



  En 1999, el jefe de la Base Aérea Mar del Plata, comodoro Rodolfo Savoia, acompañado por la madre de Abella Nazar y de sus hermanos Cristian y Bartolomé, descubrió una placa conmemorativa al pie del mástil de la plaza de armas, lugar en el que se depositó también una ofrenda floral (foto 4). Asimismo, se incorporaron en el Salón Histórico de la base los facsímiles de las páginas de los medios de prensa que reflejaron por aquellos días el trágico suceso que le costó la vida por primera vez a un cronista aeronáutico argentino.
  El 6 de septiembre del año 2017 en la Sala de Prensa ubicada en el edificio "Cóndor" de la Fuerza Aérea Argentina se realizó un sentido homenaje a 60 años del fallecimiento del periodista aeronáutico Eduardo Abella Nazar y del Primer Teniente Helvo Federico Zocchi. Al respecto la Licenciada Florencia Sosa (y con fotografías 10 al 13 de C. Rocío Martínez) describía en Noticias en Vuelo que al comenzar el evento se encontraba presente el secretario general del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea Argentina, brigadier José Videla; el subsecretario general, comodoro mayor Enrique Gómez Olivera; el jefe del Departamento de Comunicación Institucional, comodoro César Grando; personal militar superior, subalterno y civil de la Secretaría General junto a familiares de Abella Nazar y del Primer Teniente Zocchi.
  El homenaje comenzó con las palabras alusivas del jefe del Departamento de Comunicación Institucional quien relató cómo ocurrió el fatal desenlace: “Un día como hoy, hace 60 años, un avión Calquín de nuestra Institución que participaba en un ejercicio de Tiro y Bombardeo que se realizaba en la laguna de Mar Chiquita se precipitó a tierra provocando un accidente fatal en las cercanías del Destacamento Aeronáutico Militar Mar del Plata”.
  “La máquina tuvo un roce con otra aeronave similar y, a causa de ello, el piloto, primer teniente Helvo Zocchi, y el periodista del diario La Nación, Eduardo Abella Nazar murieron en el acto”, explicó el comodoro.



  El oficial comentó que en ese entonces Abella Nazar estaba a cargo de la cobertura periodística de un ejercicio operativo, el Vulvano I: “Este vuelo era una etapa más del adiestramiento (…) Su afán e ímpetu de contar la tarea al tiempo de vivir la experiencia personal lo llevaron a abordar la trágica aeronave que lo llevaría a la muerte”.
  Por su parte, el Primer Teniente Helvo Zocchi “ingresó a la Escuela de Aviación Militar en febrero de 1948 egresando como alférez en 1951. Sus destinos fueron el Grupo 1 de Observación y, poco tiempo después al Grupo 1 de Ataque en la IVª Brigada Aérea El Plumerillo, Mendoza”.
  “Eduardo Abella Nazar representó un verdadero ejemplo de la actividad periodística, puesto que brindar la noticia aquí y ahora fue su legado. Los impedimentos de la profesión para él se convertían en retos, su juventud y desenfado lo consagraron a lo largo del tiempo en cada uno de los recuerdos de su memoria como el periodista aeronáutico por excelencia”, explicó el comodoro Grando y agregó: “Para nuestra institución es un honor y un deber recordar y mantener viva la llama de aquellos que han ofrendado su vida al servicio”.
  Por último, señaló el bronce que lleva el nombre de la Sala de Periodistas “Eduardo Abella Nazar” y concluyó su discurso diciendo que se trata de un “merecido y justo homenaje a su memoria y a la actividad del periodista que día tras día se destaca por comunicar y transmitir los hechos con veracidad y profesionalismo”.
  A continuación, el secretario general entregó un testimonio recordatorio de esta cálida jornada de reconocimiento a la familia del periodista y del piloto de la Fuerza Aérea Argentina.
  Otro de los momentos emotivos de la jornada ocurrió durante el discurso del hermano del periodista fallecido, Bartolomé Abella Nazar que dijo: “Se cumplen 60 años del día que en Beccar recibimos la triste noticia del accidente que sufrió Eduardo con el primer teniente Helvo Zocchi, por ese motivo, la sala lleva su nombre. Ese día quedará para siempre en nuestro recuerdo por haber perdido a nuestro hermano, hermanándonos para siempre con la querida Fuerza Aérea Argentina”.



  “Eduardo era el mayor de 8 hijos varones y perteneció a la segunda promoción del Liceo Naval Militar Almirante Guillermo Brown del cual egresó con el grado de Guardiamarina de la Reserva Naval”, explicó Bartolomé y agregó “Su vocación por las letras y su relación familiar, nuestro padre, el bisnieto del general Bartolomé Mitre, era periodista y cronista de La Nación, permitió que ingresara al diario en la categoría más baja del escalafón. Entró en el plomo del periodismo, que es el archivo, hasta que alguien lo rescató y lo nombró cronista”.
  “Su redacción llena de historia, eximios periodistas, algunas mentes brillantes y lo más destacado de las letras argentinas convivían a diario (…) En esa redacción fue donde transitó su camino en el periodismo, un periodismo serio, profundo, comprometido y siempre en busca de la verdad. Creo, sin temor a equivocarme, que su formación naval lo llevó a inclinarse al periodismo especializado en informar sobre las actividades de las Fuerzas Armadas”, comentó su hermano.
  Al hablar sobre el día del fallecimiento de Eduardo, confesó que su labor era cubrir el ejercicio en tierra pero que “su afán por informar, su compromiso por transmitir desde el lugar y el destino con su mano siniestra quiso que se embarcara junto con Helvo Zocchi, que al tratar de aterrizar rozó el ala del compañero de Escuadrón precipitándose a tierra en un trágico final. Entre los restos se encontraron las anotaciones de una nota que jamás llegó a escribir, tenía sólo 23 años”.
  Por último, agradeció a la Fuerza Aérea Argentina por haber instituido el Premio Abella Nazar desde el año 2014 para mantener vivo el recuerdo del periodista y reconocer al personal de los diferentes destinos de la Institución que se destacan en el desempeño de su función en tareas de difusión y labor periodística.



  “Su vida no quedó entre los hierros de una nave estrellada porque el legado que honró sobradamente sigue latiendo, irradiando y guiando a quienes entendemos la vida como un mandato para enaltecer los carismas dados y ponerlos al servicio y a disposición de la gente de su Patria. En nombre de su familia, muchas gracias”, concluyó Bartolomé seguido de un cálido aplauso.
  A continuación, los presentes participaron de un ágape al que se unió el jefe de Estado Mayor General de la Fuerza Aérea Argentina, brigadier general “VGM” Enrique Víctor Amrein, quien se acercó para dialogar con los familiares de quienes dieron su vida en el cumplimiento de su vocación.
  Por haber vivido en San Isidro hasta su muerte, en su homenaje hay un proyecto -hasta inexplicablemente cajoneado-, impulsado por el intendente de San Isidro, Gustavo Posse, de designar con su nombre una calle del partido.
  Desde hace muchos años hay, en la Redacción de La Nacion, un retrato que recuerda al joven periodista.

miércoles, 17 de enero de 2024

Argentina: Primer registro de la bandera flameando en Buenos Aires

Acuarela del Fuerte de Buenos Aires en 1816 mostrando orgullosa la albiceleste





6 de septiembre de 1816:
Emeric Essex Vidal, acuarelista británico, desde la borda de la fragata inglesa “Hyacinth”, pintó una acuarela de gran valor documental, donde se ve a pleno color la insignia celeste y blanca tremolando en la torre del Fuerte de la ciudad. Es la primer representación de la Bandera Nacional.
Esta acuarela sobre papel, mide 25 x 37 cm. Firmado E. E. Vidal y fechada 1816 abajo a la derecha.
Ref: En el reverso una detallada descripción de la costa de la ciudad de Buenos Ayres, debajo lleva la inscripción "The Castle of Buenos Ayres, and the beach beneath taken from the Mole Head: 6 sept. 1816 -
E.E. Vidal".
Reproducida en la lámina 58 del libro "Iconografía de Buenos Aires" de Bonifacio del Carril y Anibal Aguirre Saravia. Citamos el comentario de esta acuarela tomada del libro ".. En la primera acuarela que Vidal pintó al llegar a Buenos Aires el 6 de septiembre de 1816 dibujó, precisamente la imagen del Fuerte. Se estaban realizando en esos días las ceremonias del juramento de la independencia, declarada el 9 de julio en Tucumán.
Aparece enarbolada en el bastión norte la bandera adoptada como símbolo patrio por el Congreso. Es también la primera representación pictórica de la Bandera que se conoce. Para ejecutar esta acuarela, Vidal se situó en el antiguo muelle que existía desde la época colonial a la altura de las calle Cangallo y Sarmiento, frente a la Alameda ...".

martes, 16 de enero de 2024

PGM: ORBAT de la Fuerza Expedicionaria Británica

La composición de la Fuerza Expedicionaria Británica en la PGM

Weapons and Warfare

     

Fuerza expedicionaria británica 1914

el batallón de infantería fue la unidad básica de la Fuerza Expedicionaria Británica durante la Primera Guerra Mundial. El batallón de soldados era uno de los dos o tres de un regimiento, estrechamente vinculado a un condado o ciudad en particular, y comúnmente reforzaba los lazos al incorporar el nombre del condado o ciudad en su título. El regimiento en sí no era una unidad en la línea de batalla; era el 'padre' de varios batallones, generalmente dos. En los días anteriores a la guerra, un batallón tendría su base en casa y el otro en las colonias, generalmente India, África, el Caribe o el Este. El regimiento era la unidad "familiar" del soldado, a la que debía su principal lealtad militar y a la que volvió a lo largo de su carrera. Durante la guerra, los regimientos levantaron batallones de acuerdo con la capacidad de sus conexiones regionales para apoyarlos. Así, el Regimiento de Londres,

El batallón tenía su propia estructura de mando para todos los fines de gestión. Para el soldado individual esta estructura comenzaba con su sección.

La sección de pelotón era el nivel de mando más básico, ocho o diez hombres bajo el mando de un cabo. Este grupo, una subunidad, era el horizonte cotidiano del soldado raso, y si el regimiento era su familia, sus compañeros de sección eran sus hermanos. En un regimiento local muy unido, un hombre podía encontrarse sirviendo en una sección con hombres que había conocido de sus días de escuela, y a menudo lo hacía. Tres secciones formaron un pelotón.

Cada pelotón de infantería o tropa de caballería estaba al mando de un teniente o subteniente más joven. El pelotón de infantería estaba formado por unos cuarenta o cincuenta hombres, en tres secciones, con un pequeño cuartel general de pelotón. El comandante de pelotón dirigía el pelotón, asistido por su sargento de pelotón, que lo dirigía. Por lo general, era el primer nombramiento de un oficial recién comisionado, mientras que un sargento en tiempos de paz comúnmente sería un veterano que se había alistado cuando su oficial era un niño pequeño. Pocos sargentos aspiraban a ser oficiales y rara vez se salvaba el abismo social.

La compañía de infantería, escuadrón de caballería o batería de artillería estaba comandada por un mayor o capitán superior y contaba con su propio equipo de cuartel general, que también se ocupaba de la logística. El papel principal de esta unidad era poner rifles o pistolas a trabajar. Este nivel era el centro de mando para la gestión de cuatro pelotones de infantería o tropas de caballería, o dos medias baterías de artillería. Además de controlar las operaciones de combate de cuatro pelotones, el cuartel general de la compañía proporcionó un enlace vital entre los pelotones de combate y los suministros de municiones, alimentos y otras necesidades de la guerra.

El batallón
Un teniente coronel al mando fue asistido por una treintena de oficiales al mando de casi 1.000 hombres. Había cuatro compañías de fusileros y varios grupos de especialistas como parte del cuartel general del batallón. El ayudante era un capitán superior responsable de la gestión diaria del cuartel general del batallón. El sargento mayor del regimiento, el suboficial mayor, era responsable de la disciplina del día a día, así como de la gestión de los sargentos y otros rangos superiores que dirigían el batallón bajo el liderazgo de los oficiales. El intendente y su personal se encargaban de las tiendas, el catering y otra logística. Las comunicaciones eran una parte del cuartel general del batallón que requería mucho personal, porque la única forma de entregar órdenes e información era emplear 'corredores'. El batallón tenía un pequeño personal médico adscrito a su cuartel general, por lo general, un médico que era un oficial del Cuerpo Médico del Ejército Real, quizás un sargento médico del mismo cuerpo y un pequeño número de asistentes médicos. En la batalla, la demanda de camilleros siempre sería muy alta, y el papel tradicional de los miembros de la banda del batallón en tiempos de paz era servir como camilleros cuando surgía la necesidad.

El sistema de caballería era un poco diferente. Un regimiento de caballería era más pequeño, de unos 600 hombres, pero con idénticas funciones de mando. La principal diferencia era, por supuesto, que el regimiento de caballería dependía totalmente de los caballos. Las demandas de más de 600 caballos, con herradores asistentes, veterinarios y necesidades de alimentación, eran al menos tan complejas como proporcionar un número similar de hombres. Se ha dicho que el movimiento de forraje fue la tarea logística individual más grande de cualquier ejército en la guerra. El regimiento de caballería estaba compuesto por escuadrones y tropas en lugar de las compañías y pelotones de infantería.

La Artillería era diferente de nuevo. La artillería estaba dispersa por todo el ejército, con brigadas, baterías y tropas o medias baterías, en lugar de batallones, compañías y pelotones. Una diferencia adicional significativa fue que, si bien las unidades de infantería y caballería rara vez se dividían para servir en pequeñas cantidades, la batería de artillería era muy a menudo una unidad semiautónoma que servía en apoyo de una división o brigada de infantería. Las baterías de artillería ligera tenían seis cañones u obuses, en dos medias baterías. La artillería ligera generalmente significaba brigadas de caballería de apoyo de la artillería real a caballo o brigadas de infantería de apoyo de la artillería real de campo. La artillería pesada de The Royal Garrison Artillery se encontró a nivel de división o cuerpo y generalmente tenía cuatro o seis cañones en dos medias baterías. En agosto de 1915 se entregaron en Francia los primeros cañones de ferrocarril u obuses gigantes. y estas baterías disponían de dos cañones u obuses, normalmente de calibre 12 pulgadas. Los diseños de cañón largo se adaptaron de los utilizados en los acorazados de la clase dreadnought y tenían un alcance efectivo de 25.000 yardas.

La brigada era el mando de un general de brigada, el primer nivel en el que los generales ejercían el control día a día, y donde el mando se ejercía fuera de la estructura de "familia" de la unidad. La brigada es el primer nivel en el que el grupo se denomina formación en lugar de unidad. Constaba de cuatro batallones de infantería o tres regimientos de caballería comandados por un pequeño equipo de cuartel general. Al comienzo de la guerra, el cuartel general de toda la brigada podría tener tan solo cuatro o cinco oficiales, aunque las demandas de un cuerpo de oficiales a caballo podrían traer una docena o más de palafreneros, soldados-sirvientes y otros seguidores. Las brigadas tendían a estar muy unidas; las brigadas de la Guardia no tenían en absoluto ningún batallón que no fuera de la Guardia, del mismo modo que las brigadas del Ulster del Nuevo Ejército eran exclusivas de los batallones del Ulster. Con sus cuatro batallones, una brigada era de unos 4,000 fuertes, aunque la creciente necesidad de habilidades de guerra especializadas elevó este número de 'establecimiento' a más cerca de 5,000 a medida que avanzaba la guerra. Algunas brigadas eran casi una extensión de sus batallones en afiliación local. Como ejemplo, la Brigada 92, que sufrió en Serre el 1 de julio de 1916, el primer día del Somme, estaba compuesta por cuatro batallones del Regimiento de East Yorkshire. Los batallones 10, 11, 12 y 13 del regimiento eran los cuatro batallones de Pals criados en Hull, por lo que cuando la brigada sufrió muchas bajas, el efecto en la gente de Hull, que se enfrentó a unas 1.600 bajas como resultado de la acción de una mañana, fue muy severo.

Una división es la formación que controla las brigadas, pero lo que es más importante, es el primer nivel en el que entra en escena el concepto de guerra de armas combinadas. Un mayor general, el comandante, tenía tres brigadas, digamos 12.000 hombres, un batallón de pioneros separado, otros 1.000 hombres, elementos sustanciales de artillería de diferentes tipos y elementos de ingenieros, unidades de señales, tren de suministros, apoyo veterinario y médico. En total, el comandante de división tenía unos 18.000 hombres en su división. Esta es una formación relativamente estable, y las brigadas dentro de las divisiones tendieron a permanecer juntas durante la guerra. Al igual que con las brigadas, algunas divisiones tenían fuertes lazos con regiones locales particulares. Esto se aplicó particularmente a la 36.a División (Ulster).

El cuerpo de ejército es el siguiente nivel en la cadena de mando ascendente. En este nivel de mando, un teniente general es un administrador de batalla significativo, en términos de su control, la escala de sus responsabilidades y los recursos disponibles para él. Estos recursos estaban menos definidos que los disponibles para los comandantes de nivel inferior. Un cuerpo puede tener una, dos, tres o más divisiones bajo el mando de una acción en particular, y luego perder algunas de ellas o adquirir otras a medida que se desarrollan los acontecimientos. Tendría su propia artillería, así como la de las divisiones bajo el mando del cuerpo, y luego se le asignaría aún más, para una ofensiva específica, pero luego perdería la suya por una demanda más apremiante en otro lugar. Antes de una gran acción ofensiva, el cuerpo podría recibir un número adicional de tropas ferroviarias, pioneros, recursos médicos y tal vez una división de caballería para aprovechar el avance tras un ataque. Podría volver a perder muchos de esos recursos a medida que las demandas iban y venían. Por lo tanto, un cuerpo puede tener entre 40.000 y 100.000 hombres o más.

Un ejército es una entidad independiente completamente funcional. El general es una figura muy importante, con influencia en todos los aspectos de la batalla, desde la planificación hasta la ejecución y la explotación. Es responsable de todos los aspectos de la conducción de la batalla en su área de mando. El comandante del ejército puede tener bajo su mando uno o dos o más cuerpos, y es responsable de toda la conducción de la guerra en su área de responsabilidad. Por ejemplo, la cadena médica ahora se extiende desde el puesto de ayuda del regimiento con una unidad al frente, más allá de las estaciones de limpieza de heridos de las formaciones más grandes y de regreso a los hospitales de campaña. Los ferrocarriles y el transporte por canales, las escuelas de entrenamiento de combate, los talleres de reparación e incluso las panaderías y carnicerías quedaron bajo el mando de un ejército. Las operaciones aéreas entraron firmemente en escena a nivel del ejército, incluso si se controla tácticamente más abajo en la cadena de mando. La Fuerza Expedicionaria Británica comenzó como un solo ejército con dos cuerpos y una división montada. En el punto medio de la guerra, había cinco ejércitos británicos y del Imperio solo en el frente occidental. Cada uno era cuatro o cinco veces el tamaño del BEF original.

Dentro del contexto de cualquier batalla a balón parado, vale la pena comparar la diferencia de responsabilidad entre un comandante de división y su superior el primer día de la batalla. Por ejemplo, para la batalla de Somme, el general Sir Henry Rawlinson, como comandante del ejército, fue responsable de planificar y dirigir una batalla, que en diferentes momentos involucró a cincuenta y dos divisiones de infantería repartidas en un frente de unas 14 millas. Era responsable de todos los aspectos, tanto logísticos como de lucha. La logística incluyó el suministro de alimentos, agua, refugio, combustible, forraje para animales, municiones y hasta el último artículo que necesitan los hombres que viven en el clima inhóspito de la línea del frente y sus áreas de apoyo y el cuidado de los heridos desde el puesto de ayuda del regimiento hasta la entrega al hospital base. o de vuelta al Reino Unido. Bajo la dirección estratégica de GHQ, gestionó el apoyo de artillería, el uso del servicio aéreo, ataque de primera línea y defensa de objetivos capturados. Todo esto duró desde la primera planificación hasta la implementación de la decisión final de Haig de 'cerrar' la batalla cinco meses después. En cualquier momento, un general de división tendría una tarea que realizar, tal vez capturar una aldea o un punto fuerte el primer día de la batalla, antes de que otros se hicieran cargo de la siguiente parte del plan. Muchos generales descubrieron que el salto en la responsabilidad, al pasar del mando de un batallón o incluso de una compañía en tiempo de paz al mando de una brigada o división o incluso de una formación superior en tiempo de guerra, era demasiado grande para sus habilidades. No fue culpa del hombre sino un hecho inevitable que todo el esfuerzo bélico británico y del Imperio se había desarrollado a una velocidad y a una escala que había sido inimaginable para todos excepto para una persona, Kitchener, al principio.

De izquierda a derecha, los generales French , Joffre y Haig detrás del frente. El teniente general Henry Wilson es el segundo desde la derecha

El nivel final y más alto de comando de campo era el Comandante en Jefe, originalmente Sir John French, pero últimamente Sir Douglas Haig. Tenía la responsabilidad estratégica de llevar a cabo la guerra en el frente occidental y la última palabra táctica en cuanto a la aprobación de planes para las principales ofensivas y acciones. Sin embargo, también respondió ante la nación y el gobierno por el empleo y la seguridad de todo el ejército británico y tuvo una gran responsabilidad en la conducción conjunta de la guerra con sus comandantes franceses y otros aliados. El Comandante en Jefe también era muy consciente de sus responsabilidades con las muchas naciones cuyos soldados lucharon bajo su mando. Conocemos bien los logros de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, pero pasamos por alto con demasiada facilidad las contribuciones de primera línea de India, Portugal, Sudáfrica y otras naciones. Chino, Los cuerpos de trabajadores indios y egipcios también cayeron bajo su responsabilidad. Haig's era una fuerza verdaderamente imperial.

Un nutrido Cuartel General apoyó al Comandante en Jefe. La sede de la BEF estaba en Montreuil, cerca de Le Touquet. A medida que se desarrollaba la guerra, el número de personas que trabajaban aquí aumentó a unos 2.000 a medida que crecía la propia BEF y aumentaba la complejidad de la guerra. El Comandante en Jefe dependía de este estado mayor para el flujo de información y el asesoramiento de expertos que le permitieron llevar a cabo la guerra en el frente occidental.

El oficial superior del Estado Mayor era el Jefe del Estado Mayor General, la mano derecha del Comandante en Jefe, responsable de la gestión eficiente del Cuartel General. El Ayudante General era responsable de la administración, los asuntos de personal y la organización en todo el BEF. Al frente de las ramas del estado mayor estaban los jefes de las armas individuales, como el servicio aéreo, la artillería y la infantería, los jefes de las armas de apoyo, como la ingeniería, los servicios médicos, la inteligencia, el transporte y la logística, los servicios legales y muchas otras disciplinas.

Una característica del cuartel general de Haig era que él mismo nunca se mostró reacio a emplear a "civiles uniformados" como jefes de departamento si pensaba que podía mejorar la eficiencia de su personal al hacerlo. Uno de sus principales jefes de departamento fue Eric Geddes, director general adjunto de North Eastern Railway Company, pero sin experiencia militar. A mediados de 1916, Haig dispuso que fuera comisionado como general de división y le encargó todos los medios de transporte de la BEF. Era una cita muy necesaria, porque a pesar de toda la planificación y la atención al detalle de Rawlinson, los ferrocarriles y otros enlaces de transporte se vieron abrumados por las demandas que se les impusieron a medida que la Batalla del Somme se desarrollaba en su segundo y posteriores meses.

domingo, 14 de enero de 2024

Argentina: Golpe de estado a Yrigoyen

Documentos inéditos del derrocamiento de Yrigoyen, traicionado por sus íntimos colaboradores y víctima de su edad

El 6 de septiembre de 1930 se produjo el primer golpe de estado contra un presidente democrático. El teniente general José Félix Uriburu, al frente del ejército, destituyó al radical Hipólito Yrigoyen. Un relato recogido por un testigo cercano echa luz sobre los acontecimientos y deja en claro quienes fueron leales al mandatario y quiénes lo dejaron solo


Uriburu llega a la Casa de Gobierno. Parado a su lado el capitán Juan D. Perón

Para la mayoría de los historiadores, el 6 de septiembre de 1930, en la Argentina, se abrió un período de incontenible declive que le impidió convertirse en una “gran potencia emergente”. Ese día, bajo la jefatura del Teniente General José Félix Uriburu, el Ejército tomó el poder y echo al presidente constitucional, Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen

Esta parecería ser la mirada más extendida pero no se ajusta a la realidad. El golpe de 1930 fue el primer golpe “exitoso”, porque antes, en plena vigencia de la Constitución Nacional de 1853 --y sus reformas-- y luego a lo largo del Siglo XX se llevaron a cabo varios intentos de golpes de estado a los que no fueron ajenos los radicales y en otras ocasiones los conservadores. La historia nacional está plagada de intentos revolucionarios y de atentados a presidentes constitucionales (por casos a Domingo F. Sarmiento, Julio Argentino Roca, Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta, Victorino de la Plaza e Hipólito Yrigoyen). La inestabilidad que condujo a la decadencia argentina no comenzó en 1930 si no antes. A caballo de las pasiones, hubo un momento en que el impulso inicial que dio origen a una gran “promesa” se desvaneció. No en vano, a manera de advertencia, Manuel Quintana, mientras su vicepresidente José Figueroa Alcorta se hallaba preso por un conato de Yrigoyen (1905), dijo ante el Congreso: “No estamos ya en condiciones de que caigan los gobiernos por sorpresa. Somos una nación con los atributos y recursos completos para su estabilidad y fuerza”.


La columna revolucionaria pasa frente al Congreso de la Nación

El general Oscar Rufino Silva, edecán militar del general José Félix Uriburu, durante muchos años guardo hasta su muerte un largo testimonio sobre los últimos días de Yrigoyen realizado por el teniente Raúl Alejandro Speroni, ex ayudante del Ministro de Guerra Luis José Dellepiane. Silva sería más tarde integrante del GOU que volteo al presidente Castillo; en 1944-1946 Director del CMN; Secretario General de la Presidencia en el primer gobierno de Juan D. Perón y en 1950 Embajador en España.

El teniente Speroni comienza relatando que alrededor del viernes 1º de agosto de 1930 el ingeniero Federico Álvarez de Toledo (ex Ministro de Marina) comenzó a visitar el despacho del teniente general Luis Dellepiane con novedades reveladoras sobre la situación nacional. En pocas palabras, Álvarez de Toledo le habla con pruebas de una conspiración en marcha para derrocar a Yrigoyen, encabezada por el Teniente General José Félix Uriburu e integrada por oficiales del Ejército y civiles. Ya existía en ese momento una constelación de críticos a la gestión del anciano mandatario radical. En su libro “La historia que he vivido”, Carlos Ibarguren dirá que el jueves 21 de agosto, Joaquín Llambías, ex Intendente Municipal durante la primera presidencia de Yrigoyen y amigo del Primer Mandatario, le escribió una larga carta en la que le señala, entre otros conceptos: “El desprestigio del gobierno aumenta; los partidarios interesados lo empujan hacia todos los errores posibles y ya se cierne sobre todos la amenaza de la vileza, el delito y la sangre”.

El Congreso no funcionó durante todo 1930 –relató Ibarguren-- y el Senado celebró únicamente una sesión preparatoria el 1º de abril. En la Cámara de Diputados solo hubo reuniones preparatorias de discusión de diplomas… que se prolongaron en debates políticos estériles hasta el 1º de septiembre.


Inicio del documento escrito por el teniente Raúl A. Speroni relatando la conspiración contra el presidente Hipólito Yrigoyen

El jueves 28 de agosto, el artillero Roberto Passerón llego al Ministerio a las 7,30 de la mañana y entregó una lista de 26 conspiradores contra al gobierno que se habían reunido horas antes pero hizo “constar” que los asistentes eran más de 70. A las 8,30 llegó el Teniente General Dellepiane y fue con el mayor Roberto Ricci al despacho del Ministro del Interior, Elpidio González, “quien estaba con el jefe de Policía, coronel Juan Graneros”. El Jefe militar contó todo lo ocurrido la noche anterior y mereció como toda respuesta del jefe de policial:

“--Imposible, General. Mis hombres que son de confianza nada han podido comprobar. Los hombres que tenemos vigilados como de costumbre están tranquilos.” Dellepiane tras escuchar la respuesta “no dijo ni media palabra, dio media vuelta y salió del despacho del Ministro del Interior. Cuando llegó a su despacho “me dijo: ‘váyase cuanto antes a la casa del Presidente y trate de verlo, cueste lo que cueste, y dígale que esta tarde lo quiero ver sin falta por razones muy urgentes. No vuelva hasta que consiga hablar con él’. Yo me dirigí inmediatamente a cumplir la orden.”

Al llegar a la casa de la calle Brasil, Speroni dijo a los empleados de investigaciones que cuidaban la residencia que por orden de Dellepiane quería verlo al Presidente. Tras un momento de espera apareció el Comisario Flores “y me interrogó sobre el motivo de mi visita. Ante mi negativa a decirle a él lo que le debía comunicar al Presidente al rato apareció para decirme que el Presidente me recibiría en cinco minutos.”

El teniente Speroni entró en la casa y poco después apareció Hipólito Yrigoyen y se entabló el siguiente diálogo:

--”Buenos días amiguito, ¿qué lo trae por aquí?

--Buenos días señor Presidente, he venido por orden del general Dellepiane a manifestarle de parte de él, que esta tarde sin falta necesita conversar con Usted por asuntos muy graves y urgentes.

--¡Caramba! ¿Qué pasa? Me pregunto Yrigoyen.

--Lo ignoro, señor Presidente. Lo único que le puedo adelantar es que el Ministro se halla bastante preocupado por el giro que están tomando los acontecimientos. Por otra parte, he sabido que anoche ha habido alguna alarma.

Tramo de la conversación entre el presidente Yrigoyen y el teniente Raúl A. Speroni

--Muy bien. Dígale al General Dellepiane que esta tarde a la una lo espero en mi despacho.

“Yrigoyen, contra su costumbre –escribió Raúl Speroni—llegó a las 12.15 horas a la Casa de Gobierno y preguntó enseguida por el General Dellepiane. Entonces subí yo hasta la presidencia y le dije que de acuerdo con su orden el Ministro estaría a las 13 horas en su despacho. Entonces me ordenó lo fuese a buscar hasta la casa pues quería hablar con él cuanto antes.”

El joven oficial fue a buscar a su Jefe y al entrar “lo encontré haciendo unas anotaciones en un papel y no se levantó hasta que no las terminó de hacer. Ya veremos qué eran estas anotaciones.” Dellepiane y su Ayudante fueron juntos a la Casa de Gobierno y fueron recibidos en el acto por el Presidente de la Nación.

Hipólito Yrigoyen

El teniente, tras los saludos protocolares, intentó retirarse pero Yrigoyen “me hizo una seña de que me quedase en un ángulo del despacho”. “Es así como yo pude oír toda la conversación que fue más o menos en los siguientes términos” (aclara el autor):

--”Esta mañana uno de mis secretarios lo ha ido a ver por orden mía. Lo he molestado, señor Presidente, porque necesitaba hablarlo por los hechos muy graves que están ocurriendo en estos momentos.

--Tranquilícese General. Ya se está poniendo Usted muy nervioso.

--No estoy nervioso señor Presidente, estoy preocupado.

--¿Y cuáles son los motivos de sus precauciones, mi amigo General?

--Se trata de lo siguiente: Desde hace ya tiempo que ha llegado a mis oídos que ciertos Jefes y Oficiales, encabezados por el General Uriburu, se están reuniendo para cambiar ideas sobre la mejor forma de apoderarse del gobierno. Estas reuniones, Señor Presidente, ya son insolentes por la forma descarada en que se hacen. Anoche hemos podido comprobar que en la casa de un Jefe del Ejército se han reunido más de 70 militares, habiendo concurrido los cabecillas.

--¿Y quiénes son los cabecillas, General?

--Uriburu, el coronel (Pedro José María) Mayora, (Ricardo Ireneo) Hermelo, Renart, teniente coronel (Pedro Julián) Rocco, etc.

--Ya ve, General, que no hay que preocuparse. Son todos palanganas.

--Muy bien señor Presidente. Ya que son palanganas demostrémosle: 1- que no se los necesita; 2- que no se les teme. Los debemos meter dentro de un zapato y apretarlos contra el otro.

--No se entusiasme General.

--Señor Presidente: le aseguro que hay motivos para preocuparse. Ya la protesta se está sintiendo en el pueblo; le gente se queja; son pocos los que están conformes. El Ejército parece decaer. A esto hay que ponerle remedio o nos hundimos todos: buenos y malos. Y no lo tome a mal señor Presidente, yo no hago más que pagarle con la confianza que Usted me ha honrado. Si lo viese a Usted con el ceño fruncido por culpa mía yo no estaría un minuto más al lado suyo.

--Pero General, a Usted le parecen tan graves las cosas qué están sucediendo.

--Gravísimas, Señor Presidente, y le voy a decir con su permiso algunas verdades sobre las personas que lo rodean. Hay a su lado pocos leales pero muchos ambiciosos y despreocupados. Y esto el pueblo lo sabe, por eso es que no tiene confianza en el Gobierno.

--Usted General habla con mucha precipitación y temo que esté engañado.

--Yo no estoy engañado, porque veo. Los engañados son los que no ven o no quieren ver.

--¿Y por qué le parece, General, que no quieren ver?

--Porque así les conviene a sus intereses y es por eso que a Usted lo tienen con la cabeza en las nubes y los pies en el barro.”

Ante esta afirmación Yrigoyen pareció “vacilar” y dijo: “¿Y qué es lo que Usted quiere, General?”

--Quiero dos cosas señor Presidente, pero lo uno no lo acepto sin lo otro.

--¿Cuáles son esas dos cosas?

--Lo primero que quiero es que Usted me autorice a meterlos en vereda a estos señores que quieren hacer la revolución. Ya sabemos quiénes son y no hay sino que proceder contra ellos y para esto quiero iniciar esta tarde mismo las detenciones de los que estamos seguros que han estado en la reunión.

--¿Y al General Uriburu piensa detenerlo también?

--Pero si es el cabecilla.

--Le pido, General, que a Uriburu no lo tome preso. Hágalo vigilar y nada más.

--Pero, señor Presidente, yo no….

--Se lo pido a mi amigo el General Dellepiane.

--Señor Presidente ¿y a los demás?

--Haga con ellos lo que crea conveniente, pero no sea violento. Ojo con equivocarse. ¿Cuál es la segunda condición?

--Esta es importantísima, señor Presidente. Se trata de un cambio de frente del gobierno y de la renovación de algunos funcionarios. A propósito, aquí traigo una lista (y sacó del bolsillo el papel que yo le había visto escribir en su casa). Tiene que empezar por sacar de su lado a Flores, Canzanello y Benavídez….

--Pero si Don Arturo es una excelente persona General, dijo Yrigoyen entre asombrado y molesto.

--Es una excelente persona de quién todo el mundo murmura. Prosigo: Hay que pedirle la renuncia a Claps, Oyhanarte y Pérez Colman. Llamar al orden a Amallo. Sacarlo al Jefe de Policía. La gente habla de una fuerte sociedad de contrabandistas encabezadas por Pérez Colman, Mola…

--Pero General, ¿Usted se da cuenta?

--Me doy cuenta de todo, señor Presidente, y hasta debe sacarme a mí si cree que conmigo va a estar mejor.

--General ¿usted sabe lo contento que estoy con Usted?

En ese momento se abrió la puerta y entró Elpidio González acompañado por el Jefe de la Policía, coronel Juan Graneros. Después de los saludos de práctica dijo Yrigoyen:

--Aquí estamos con el General hablando de grandes novedades. Él está convencido de que las cosas que pasan son graves. Me ha dicho que anoche ha habido una reunión de muchos militares encabezados por unos cuantos palanganas. ¿Y Usted que dice de esto Graneros?

--Siento tener que desmentir al General Dellepiane, pero la reunión no se debe haber efectuado porque mis hombres de confianza nada han podido comprobar.

Dellepiane al oír éste desmentido se le acercó a Graneros y le dice con cierta violencia y despreciativamente: Usted no sabe nada ni ha sabido nunca nada ni lo sabrá. Le vuelvo a decir que su policía no sirve y que lo traiciona. Lo que he dicho es la verdad, señor Presidente, continuó Dellepiane. Ahora hay que proceder. Usted permítame que yo obre y no se arrepentirá. Usted obre también en la forma que me ha permitido indicarle y no se arrepentirá. Es la única manera de evitar que el país vaya a la ruina.


Comunicación sobre la detención y la renuncia de Hipólito Yrigoyen

Dicho esto, Dellepiane se retiró “muy contento del resultado de la entrevista” que se había prolongado por casi una hora. Speroni observó: “Graneros y González se quedaron en el despacho del Presidente.”

Al llegar a su despacho el Ministro de Guerra procedió a ordenar las detenciones de todos los militares que integraban la lista de Passerón y varias comisiones partieron a cumplir las órdenes. “En ese momento (Dellepiane) me ordenó que le fuese a comunicar a Graneros que el mayor (Manuel José Ricardo) Thorne iba a ser conducido al Departamento de Policía para hacerlo cantar. Al llegar al despacho de González llegó el general Elías Álvarez (comandante de Campo de Mayo), quien se puso a conversar con el Ministro y con Graneros. Vi que los tres se sonreían y salieron para el despacho del Presidente.

Mientras Hipólito Yrigoyen y la mayoría de sus colaboradores no daban ningún crédito a las informaciones que sostenían que había una conspiración en marcha, en el seno de las fuerzas revolucionarias se debatía si se debía hacer una “revolución” o simplemente “adecentar el poder” y tras un breve período convocar a elecciones presidenciales. Uriburu encabezaba a los primeros. Agustín P. Justo y la clase política se inclinaban por lo segundo.

El viernes 29 de agosto a primera hora de la mañana elmayor Marcelo Luciano Beovide le aseguró a Dellepiane que el capitán González le había confirmado que participó en la reunión “a la cual había sido llevado engañado. Traía Beovide otra lista (dada por González) que conjuntamente con la facilitada por Passerón completaba a 52 el número de jefes y oficiales. El diputado Vázquez llegó a la tarde al Ministerio de Guerra y tras conversar con Dellepiane sobre la agitación estudiantil, los dos se dirigieron al despacho de Elpidio González. El Ministro del Interior se encontraba acompañado por el general Álvarez y en su despacho “reservado” esperaba el vicepresidente de la Nación Enrique Martínez acompañado por el coronel Valotta. El último párrafo del testimonio del Teniente Speroni dice así: “Dellepiane le manifestó a González que había tenido noticias esa mañana de que en las facultades el ambiente se estaba caldeando. (Elpidio) González dijo que esto no tenía importancia.”

Ese mismo día, Buenos Aires había amanecido empapelada con unos carteles que tenían como título: “Advertencia perentoria: La Revolución Presidencial o la Guerra Necesaria” y terminaban diciendo: “Renuncie, señor; sea honrado como Rivadavia, que resignó el mando cuando le faltó, como a Usted, la confianza de la República.” Firmaba la demanda Manuel Carlés (fundador de la Liga Patriótica Argentina). A la noche se llevó a cabo una impresionante manifestación radical de apoyo a Yrigoyen que transitó por las principales avenidas y plazas de Buenos Aires.

El domingo 31 de agosto una sonora silbatina se abatió sobre la figura del Ministro de Agricultura y Ganadería, Juan B. Fleitas, durante el acto de apertura de la exposición de la Sociedad Rural. No pudo pronunciar su discurso y tuvo que retirarse. Un acto finamente preparado dicen algunos autores, que constata la falta de reflejos del gobierno.


Último párrafo de la renuncia del Teniente General Luis Dellepiane a Hipólito Yrigoyen

El archivo del general Oscar R. Silva contiene, además del largo relato de Speroni, el texto de la renuncia del Jefe del Ejército, firmada y dada a conocer (aceptada) el 3 de septiembre de 1930. Faltaban 72 horas para que se derrumbara la presidencia de Hipólito Yrigoyen. Tras la desautorización y la partida del Teniente General Dellepiane del gobierno se le dejó el campo llano a la conspiración. De su texto se pueden observar algunas veladas críticas al Primer Mandatario: “He acompañado, a pesar de mí voluntad y contrariando mi conciencia a Vuestra Excelencia, en la refrendación de decretos concediendo dádivas generosas, pensando que esto pudiera liquidar definitivamente una situación sobre la cual el país no debía reincidir […] “No soy político y me repugnan las intrigas que he visto a mi alrededor, obra fundamental de incapaces y ambiciosos; pero soy observador…He visto y veo alrededor de V.E. pocos leales y muchos intereses.”

Por aquellos días había tres altos funcionarios que, al decir de Félix Luna, hacían “rancho aparte” desde hacía mucho tiempo, tal como nos señala el documento de Speroni. Los tres miraron para otro lado y no supieron o no quisieron parar el golpe de Estado, cada uno –como veremos-- tenía sus razones (en particular el vicepresidente y el Ministro del Interior). El vicepresidente Martínez, alejado políticamente de Yrigoyen, imaginó que sería su sucesor: Uriburu le hizo llegar un mensaje que la revolución solo tenía como objetivo desplazar al Presidente de la Nación. “El general Uriburu me ha ofrecido ponerme de presidente”, le dijo al diputado radical Gilberto Zabala. El ministro de Justicia e Instrucción Pública Juan De la Campa insinuaba que Hipólito Yrigoyen manifestaba una conducta senil y, finalmente, Elpidio González, el Ministro del Interior, que combatió con burlas –lo trataba de “loco”—al Ministro de Guerra, Teniente General Dellepiane, asumió interinamente sus funciones el miércoles 3 de septiembre.


La casa de Yrigoyen fue saqueada

Al día siguiente, el jueves 4 de septiembre, tras largos conciliábulos en la Casa de Gobierno, entre Martínez, González, De la Campa y Horacio Oyhanarte (Ministro de Relaciones Exteriores), mientras en las calles de Buenos Aires campeaba el desorden y la agitación estudiantil, De la Campa visitó a Yrigoyen en su casa de la calle Brasil. Le relata lo que sucede en la Capital Federal y le dice que sería necesario que delegue el mando para apaciguar los ánimos y dominar la conspiración. Ironías de la historia: ahora los funcionarios aceptaban que existía una conspiración. Don Hipólito solo respondió que necesitaba meditar y que el lunes 8 de septiembre haría conocer su opinión. Hay otra gestión en la casa de la calle Brasil al día siguiente, viernes 5 de septiembre, y la cumplen Oyhanarte, De la Campa, Elpidio González y el Secretario de la Presidencia, Silvio E. Bonardi, un amigo del Presidente considerado un “ministro sin cartera”, acompañando a Pedro Escudero, el último médico de cabecera presidencial.

Sorprendente texto firmado por el Ministro Elpidio González en el que comunicaba que asumía la Presidencia de la Nación. Un mismo texto se preparó y firmó para la Cámara de Senadores

En un momento solo entró el doctor Escudero y le dijo:

--”Quiero que me escuche, señor Presidente. Como médico debo decirle que su salud necesita cuidados y temo mucho que no pueda resistir el ímprobo trabajo a que su cargo lo obliga. Desgraciadamente, la gravedad de la situación exige que haya una persona al frente del gobierno, y usted debe, patrióticamente, delegar el mando en el vicepresidente.”

--”Usted es mi médico, dijo Yrigoyen, y debo seguir sus indicaciones. Porque para eso es usted mi médico. ¿Qué me aconseja?”

--”Lo dicho, que delegue el mando”.

--”Está bien, llámelo a Elpidio y que redacte el documento.”

Ya en esas horas, mientras se ultimaban los últimos detalles de la conspiración, por cuestiones de seguridad el Teniente General (R) José Félix Uriburu esperaba el día del “acontecimiento” en una casa de la calle Juncal y Larrea. Y en Haedo, provincia de Buenos Aires, unos sesenta y cinco civiles pasaron la noche en la mansión de conservador Manuel A. Fresco (llegaría a gobernador de Buenos Aires por el Partido Demócrata Nacional entre 1934-1940).

Tras el paso de los años las críticas por traicionar a Yrigoyen se dirigen a Elpidio González y el vicepresidente Martínez. El dirigente radical Francisco Ratto –sindicado como el que reconcilió a Yrigoyen con Alvear en 1932—dirá que Elpidio González “a mi juicio es el verdadero traidor. Es que no había sido fiel a Yrigoyen, pues lo guiaba a él, como a otros, el interés no confesable de apoderarse de su herencia política. Yrigoyen, que lo comprendió perfectamente, nunca volvió a recibirlo mientras estuvo en la calle Sarmiento, a pesar que lo vi hacer allí antesalas…”. Se refería al solar de la calle Sarmiento 948 donde moriría Yrigoyen el 3 de julio de 1933. Sobre Martínez se sostiene, entre otras actitudes poco claras, que su hermano había logrado el compromiso de Uriburu de continuar en la Casa Rosada solo si Hipólito Yrigoyen se alejaba del poder

Al margen de todas las maniobras que se tejían en la Casa de Gobierno, a media tarde del viernes 5 de septiembre Enrique Martínez asumió la presidencia de la Nación por delegación del mando. Casi inmediatamente aplica los artículos 23 y 86 de la Carta Magna y declara el Estado de Sitio por 30 días en la Capital Federal. El diario “Crónica” lanza a la calle una edición que lleva como título de tapa: “La tiranía se defiende con el Estado de Sitio”.

Cerca de las 22 horas el coronel Francisco Reynolds, director del Colegio Militar de la Nación, se vuelca a favor de la revolución. No estando su amigo Yrigoyen en el poder el jefe militar entiende que su compromiso constitucional ya no existe. A través de su amigo Julio Figueroa le hace saber a Uriburu que se ponía a su disposición “incondicionalmente”.

El 7 de septiembre de 1930, en La Plata, Yrigoyen renunció

A las 7.30 del sábado 6 de septiembre de 1930 llegó al Colegio Militar (en la localidad bonaerense de San Martín) el Jefe del “movimiento cívico-militar”. Cerca de las 10 el Cuerpo de Cadetes –no más de 1.000 efectivos-- se puso en marcha y Uriburu acompañaba desde su automóvil junto a sus ayudantes y el coronel Juan Bautista Molina. Entraron en la Capital Federal casi sin inconvenientes y el gobierno no manifestaba ninguna reacción (a pesar de contar con guarniciones leales). El gobierno aparentaba el deambular de un ciego ante los manotazos de un cuartelazo. Solo al pasar por el Congreso la columna revolucionaria fue tiroteada y dos cadetes murieron: Jorge Güemes y Carlos Larguía y más de una docena fueron heridos.

“En la Casa de Gobierno se producían escenas tragicómicas” cuenta Félix Luna, hijo de don Pelagio Luna el primer vicepresidente de Yrigoyen. Martínez no quería pelear porque en secreto parecía esperar “el compromiso” de Uriburu. Al paso de las horas gritó: “¡Me han traicionado!”, y pretendió escapar y el Ministro Ábalos y otros no lo dejaron. Pasadas las 17 horas un conjunto de camiones y automóviles subieron las plataformas de la Casa Rosada. En un coche abierto, sonriente y aplaudido, llegaba José Félix Uriburu acompañado, entre otros, por el capitán Juan Domingo Perón. El jefe revolucionario entró al palacio presidencial y, en el comedor, se enfrento cara a cara con Martínez. El general Uriburu le exigió la renuncia y Martínez presionado por la numerosa concurrencia la rechazó. Comenzó una gritería de un lado y de otro hasta que intervino la voz serena del general Agustín P. Justo: “Calma Pepe” le dijo a Uriburu y pidió hablar a solas con el vicepresidente. Solo quedó Matías Sánchez.

Sorondo (sería el Ministro del Interior del golpe) como acompañante del general revolucionario. Durante el encuentro se suscitó el siguiente diálogo:

--Sánchez Sorondo le dice que “debe renunciar, abandonar el cargo. Esto es una revolución”.

--Enrique Martínez: “Pero, esto es una traición”.

--Sánchez Sorondo: “Doctor Martínez, al enemigo no se lo traiciona, se lo engaña.”