Documentos inéditos del derrocamiento de Yrigoyen, traicionado por sus íntimos colaboradores y víctima de su edad
El
6 de septiembre de 1930 se produjo el primer golpe de estado contra un
presidente democrático. El teniente general José Félix Uriburu, al
frente del ejército, destituyó al radical Hipólito Yrigoyen. Un relato
recogido por un testigo cercano echa luz sobre los acontecimientos y
deja en claro quienes fueron leales al mandatario y quiénes lo dejaron
solo
Por Juan Bautista Tata Yofre || Infobae
Uriburu llega a la Casa de Gobierno. Parado a su lado el capitán Juan D. Perón Para
la mayoría de los historiadores, el 6 de septiembre de 1930, en la
Argentina, se abrió un período de incontenible declive que le impidió
convertirse en una “gran potencia emergente”. Ese día, bajo la jefatura
del Teniente General José Félix Uriburu, el Ejército tomó el poder y echo al presidente constitucional, Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen
Esta
parecería ser la mirada más extendida pero no se ajusta a la realidad.
El golpe de 1930 fue el primer golpe “exitoso”, porque antes, en plena
vigencia de la Constitución Nacional de 1853 --y sus reformas-- y luego a
lo largo del Siglo XX se llevaron a cabo varios intentos de golpes de estado
a los que no fueron ajenos los radicales y en otras ocasiones los
conservadores. La historia nacional está plagada de intentos
revolucionarios y de atentados a presidentes constitucionales (por casos
a Domingo F. Sarmiento, Julio Argentino Roca, Manuel Quintana, José
Figueroa Alcorta, Victorino de la Plaza e Hipólito Yrigoyen). La inestabilidad que condujo a la decadencia argentina no comenzó en 1930 si no antes. A
caballo de las pasiones, hubo un momento en que el impulso inicial que
dio origen a una gran “promesa” se desvaneció. No en vano, a manera de
advertencia, Manuel Quintana, mientras su vicepresidente José Figueroa
Alcorta se hallaba preso por un conato de Yrigoyen (1905), dijo ante el
Congreso: “No estamos ya en condiciones de que caigan los gobiernos por
sorpresa. Somos una nación con los atributos y recursos completos para
su estabilidad y fuerza”.
La columna revolucionaria pasa frente al Congreso de la Nación El general Oscar Rufino Silva, edecán militar del general José Félix Uriburu, durante muchos años guardo hasta su muerte un largo testimonio sobre los últimos días de Yrigoyen realizado por el teniente Raúl Alejandro Speroni, ex
ayudante del Ministro de Guerra Luis José Dellepiane. Silva sería más
tarde integrante del GOU que volteo al presidente Castillo; en 1944-1946
Director del CMN; Secretario General de la Presidencia en el primer
gobierno de Juan D. Perón y en 1950 Embajador en España.
El
teniente Speroni comienza relatando que alrededor del viernes 1º de
agosto de 1930 el ingeniero Federico Álvarez de Toledo (ex Ministro de
Marina) comenzó a visitar el despacho del teniente general Luis
Dellepiane con novedades reveladoras sobre la situación nacional. En
pocas palabras, Álvarez de Toledo le habla con pruebas de una conspiración en marcha para derrocar a Yrigoyen, encabezada por el Teniente General José Félix Uriburu
e integrada por oficiales del Ejército y civiles. Ya existía en ese
momento una constelación de críticos a la gestión del anciano mandatario
radical. En su libro “La historia que he vivido”, Carlos Ibarguren dirá
que el jueves 21 de agosto, Joaquín Llambías, ex Intendente Municipal
durante la primera presidencia de Yrigoyen y amigo del Primer
Mandatario, le escribió una larga carta en la que le señala, entre otros
conceptos: “El desprestigio del gobierno aumenta; los
partidarios interesados lo empujan hacia todos los errores posibles y ya
se cierne sobre todos la amenaza de la vileza, el delito y la sangre”.
El
Congreso no funcionó durante todo 1930 –relató Ibarguren-- y el Senado
celebró únicamente una sesión preparatoria el 1º de abril. En la Cámara
de Diputados solo hubo reuniones preparatorias de discusión de diplomas…
que se prolongaron en debates políticos estériles hasta el 1º de
septiembre.
Inicio del documento escrito por el teniente Raúl A. Speroni relatando la conspiración contra el presidente Hipólito YrigoyenEl jueves 28 de agosto, el artillero Roberto Passerón llego al Ministerio a las 7,30 de la mañana y entregó una lista de 26 conspiradores contra al gobierno que
se habían reunido horas antes pero hizo “constar” que los asistentes
eran más de 70. A las 8,30 llegó el Teniente General Dellepiane y fue
con el mayor Roberto Ricci al despacho del Ministro del Interior,
Elpidio González, “quien estaba con el jefe de Policía, coronel Juan
Graneros”. El Jefe militar contó todo lo ocurrido la noche anterior y
mereció como toda respuesta del jefe de policial:
“--Imposible, General. Mis hombres que son de confianza nada han podido comprobar.
Los hombres que tenemos vigilados como de costumbre están tranquilos.”
Dellepiane tras escuchar la respuesta “no dijo ni media palabra, dio
media vuelta y salió del despacho del Ministro del Interior. Cuando
llegó a su despacho “me dijo: ‘váyase cuanto antes a la casa del
Presidente y trate de verlo, cueste lo que cueste, y dígale que esta tarde lo quiero ver sin falta por razones muy urgentes. No vuelva hasta que consiga hablar con él’. Yo me dirigí inmediatamente a cumplir la orden.”
Al
llegar a la casa de la calle Brasil, Speroni dijo a los empleados de
investigaciones que cuidaban la residencia que por orden de Dellepiane
quería verlo al Presidente. Tras un momento de espera apareció el
Comisario Flores “y me interrogó sobre el motivo de mi visita. Ante mi
negativa a decirle a él lo que le debía comunicar al Presidente al rato
apareció para decirme que el Presidente me recibiría en cinco minutos.”
El teniente Speroni entró en la casa y poco después apareció Hipólito Yrigoyen y se entabló el siguiente diálogo:
--”Buenos días amiguito, ¿qué lo trae por aquí?
--Buenos
días señor Presidente, he venido por orden del general Dellepiane a
manifestarle de parte de él, que esta tarde sin falta necesita conversar
con Usted por asuntos muy graves y urgentes.
--¡Caramba! ¿Qué pasa? Me pregunto Yrigoyen.
--Lo ignoro, señor Presidente. Lo único que le puedo adelantar es que el Ministro se halla bastante preocupado por el giro que están tomando los acontecimientos. Por otra parte, he sabido que anoche ha habido alguna alarma.
Tramo de la conversación entre el presidente Yrigoyen y el teniente Raúl A. Speroni --Muy bien. Dígale al General Dellepiane que esta tarde a la una lo espero en mi despacho.
“Yrigoyen,
contra su costumbre –escribió Raúl Speroni—llegó a las 12.15 horas a la
Casa de Gobierno y preguntó enseguida por el General Dellepiane.
Entonces subí yo hasta la presidencia y le dije que de acuerdo con su
orden el Ministro estaría a las 13 horas en su despacho. Entonces me
ordenó lo fuese a buscar hasta la casa pues quería hablar con él cuanto
antes.”
El
joven oficial fue a buscar a su Jefe y al entrar “lo encontré haciendo
unas anotaciones en un papel y no se levantó hasta que no las terminó de
hacer. Ya veremos qué eran estas anotaciones.” Dellepiane y su Ayudante
fueron juntos a la Casa de Gobierno y fueron recibidos en el acto por
el Presidente de la Nación.
Hipólito Yrigoyen El
teniente, tras los saludos protocolares, intentó retirarse pero
Yrigoyen “me hizo una seña de que me quedase en un ángulo del despacho”.
“Es así como yo pude oír toda la conversación que fue más o menos en
los siguientes términos” (aclara el autor):
--”Esta
mañana uno de mis secretarios lo ha ido a ver por orden mía. Lo he
molestado, señor Presidente, porque necesitaba hablarlo por los hechos
muy graves que están ocurriendo en estos momentos.
--Tranquilícese General. Ya se está poniendo Usted muy nervioso.
--No estoy nervioso señor Presidente, estoy preocupado.
--¿Y cuáles son los motivos de sus precauciones, mi amigo General?
--Se
trata de lo siguiente: Desde hace ya tiempo que ha llegado a mis oídos
que ciertos Jefes y Oficiales, encabezados por el General Uriburu, se
están reuniendo para cambiar ideas sobre la mejor forma de apoderarse del gobierno.
Estas reuniones, Señor Presidente, ya son insolentes por la forma
descarada en que se hacen. Anoche hemos podido comprobar que en la casa
de un Jefe del Ejército se han reunido más de 70 militares, habiendo
concurrido los cabecillas.
--¿Y quiénes son los cabecillas, General?
--Uriburu, el coronel (Pedro José María) Mayora, (Ricardo Ireneo) Hermelo, Renart, teniente coronel (Pedro Julián) Rocco, etc.
--Ya ve, General, que no hay que preocuparse. Son todos palanganas.
--Muy
bien señor Presidente. Ya que son palanganas demostrémosle: 1- que no
se los necesita; 2- que no se les teme. Los debemos meter dentro de un
zapato y apretarlos contra el otro.
--No se entusiasme General.
--Señor Presidente: le aseguro que hay motivos para preocuparse. Ya la protesta se está sintiendo en el pueblo; le gente se queja; son pocos los que están conformes. El
Ejército parece decaer. A esto hay que ponerle remedio o nos hundimos
todos: buenos y malos. Y no lo tome a mal señor Presidente, yo no hago
más que pagarle con la confianza que Usted me ha honrado. Si lo viese a
Usted con el ceño fruncido por culpa mía yo no estaría un minuto más al
lado suyo.
--Pero General, a Usted le parecen tan graves las cosas qué están sucediendo.
--Gravísimas, Señor Presidente, y le voy a decir con su permiso algunas verdades sobre las personas que lo rodean. Hay a su lado pocos leales pero muchos ambiciosos y despreocupados. Y esto el pueblo lo sabe, por eso es que no tiene confianza en el Gobierno.
--Usted General habla con mucha precipitación y temo que esté engañado.
--Yo no estoy engañado, porque veo. Los engañados son los que no ven o no quieren ver.
--¿Y por qué le parece, General, que no quieren ver?
--Porque así les conviene a sus intereses y es por eso que a Usted lo tienen con la cabeza en las nubes y los pies en el barro.”
Ante esta afirmación Yrigoyen pareció “vacilar” y dijo: “¿Y qué es lo que Usted quiere, General?”
--Quiero dos cosas señor Presidente, pero lo uno no lo acepto sin lo otro.
--¿Cuáles son esas dos cosas?
--Lo primero que quiero es que Usted me autorice a meterlos en vereda a estos señores que quieren hacer la revolución. Ya
sabemos quiénes son y no hay sino que proceder contra ellos y para esto
quiero iniciar esta tarde mismo las detenciones de los que estamos
seguros que han estado en la reunión.
--¿Y al General Uriburu piensa detenerlo también?
--Pero si es el cabecilla.
--Le pido, General, que a Uriburu no lo tome preso. Hágalo vigilar y nada más.
--Pero, señor Presidente, yo no….
--Se lo pido a mi amigo el General Dellepiane.
--Señor Presidente ¿y a los demás?
--Haga con ellos lo que crea conveniente, pero no sea violento. Ojo con equivocarse. ¿Cuál es la segunda condición?
--Esta es importantísima, señor Presidente. Se trata de un cambio de frente del gobierno y de la renovación de algunos funcionarios. A
propósito, aquí traigo una lista (y sacó del bolsillo el papel que yo
le había visto escribir en su casa). Tiene que empezar por sacar de su
lado a Flores, Canzanello y Benavídez….
--Pero si Don Arturo es una excelente persona General, dijo Yrigoyen entre asombrado y molesto.
--Es
una excelente persona de quién todo el mundo murmura. Prosigo: Hay que
pedirle la renuncia a Claps, Oyhanarte y Pérez Colman. Llamar al orden a
Amallo. Sacarlo al Jefe de Policía. La gente habla de una fuerte
sociedad de contrabandistas encabezadas por Pérez Colman, Mola…
--Pero General, ¿Usted se da cuenta?
--Me doy cuenta de todo, señor Presidente, y hasta debe sacarme a mí si cree que conmigo va a estar mejor.
--General ¿usted sabe lo contento que estoy con Usted?
En
ese momento se abrió la puerta y entró Elpidio González acompañado por
el Jefe de la Policía, coronel Juan Graneros. Después de los saludos de
práctica dijo Yrigoyen:
--Aquí
estamos con el General hablando de grandes novedades. Él está
convencido de que las cosas que pasan son graves. Me ha dicho que anoche
ha habido una reunión de muchos militares encabezados por unos cuantos
palanganas. ¿Y Usted que dice de esto Graneros?
--Siento
tener que desmentir al General Dellepiane, pero la reunión no se debe
haber efectuado porque mis hombres de confianza nada han podido
comprobar.
Dellepiane
al oír éste desmentido se le acercó a Graneros y le dice con cierta
violencia y despreciativamente: Usted no sabe nada ni ha sabido nunca
nada ni lo sabrá. Le vuelvo a decir que su policía no sirve y que lo traiciona. Lo
que he dicho es la verdad, señor Presidente, continuó Dellepiane. Ahora
hay que proceder. Usted permítame que yo obre y no se arrepentirá.
Usted obre también en la forma que me ha permitido indicarle y no se
arrepentirá. Es la única manera de evitar que el país vaya a la ruina.
Comunicación sobre la detención y la renuncia de Hipólito YrigoyenDicho
esto, Dellepiane se retiró “muy contento del resultado de la
entrevista” que se había prolongado por casi una hora. Speroni observó:
“Graneros y González se quedaron en el despacho del Presidente.”
Al llegar a su despacho el Ministro de Guerra procedió a ordenar las detenciones de todos los militares que integraban la lista de Passerón y
varias comisiones partieron a cumplir las órdenes. “En ese momento
(Dellepiane) me ordenó que le fuese a comunicar a Graneros que el mayor
(Manuel José Ricardo) Thorne iba a ser conducido al Departamento de
Policía para hacerlo cantar. Al llegar al despacho de González llegó el
general Elías Álvarez (comandante de Campo de Mayo), quien se puso a
conversar con el Ministro y con Graneros. Vi que los tres se sonreían y
salieron para el despacho del Presidente.
Mientras Hipólito Yrigoyen y la mayoría de sus colaboradores no daban ningún crédito a las informaciones que sostenían que había una conspiración en marcha,
en el seno de las fuerzas revolucionarias se debatía si se debía hacer
una “revolución” o simplemente “adecentar el poder” y tras un breve
período convocar a elecciones presidenciales. Uriburu encabezaba a los
primeros. Agustín P. Justo y la clase política se inclinaban por lo
segundo.
El
viernes 29 de agosto a primera hora de la mañana elmayor Marcelo
Luciano Beovide le aseguró a Dellepiane que el capitán González le había
confirmado que participó en la reunión “a la cual había sido llevado
engañado. Traía Beovide otra lista (dada por González) que conjuntamente
con la facilitada por Passerón completaba a 52 el número de jefes y
oficiales. El diputado Vázquez llegó a la tarde al Ministerio de Guerra y
tras conversar con Dellepiane sobre la agitación estudiantil, los dos
se dirigieron al despacho de Elpidio González. El Ministro del Interior
se encontraba acompañado por el general Álvarez y en su despacho
“reservado” esperaba el vicepresidente de la Nación Enrique Martínez
acompañado por el coronel Valotta. El último párrafo del testimonio del
Teniente Speroni dice así: “Dellepiane le manifestó a González que había
tenido noticias esa mañana de que en las facultades el ambiente se estaba caldeando. (Elpidio) González dijo que esto no tenía importancia.”
Ese mismo día, Buenos Aires había amanecido empapelada con unos carteles que tenían como título: “Advertencia perentoria: La Revolución Presidencial o la Guerra Necesaria”
y terminaban diciendo: “Renuncie, señor; sea honrado como Rivadavia,
que resignó el mando cuando le faltó, como a Usted, la confianza de la
República.” Firmaba la demanda Manuel Carlés (fundador de la Liga
Patriótica Argentina). A la noche se llevó a cabo una impresionante
manifestación radical de apoyo a Yrigoyen que transitó por las
principales avenidas y plazas de Buenos Aires.
El domingo 31 de agosto una sonora silbatina se abatió sobre la figura del Ministro de Agricultura y Ganadería, Juan B. Fleitas, durante
el acto de apertura de la exposición de la Sociedad Rural. No pudo
pronunciar su discurso y tuvo que retirarse. Un acto finamente preparado
dicen algunos autores, que constata la falta de reflejos del gobierno.
Último párrafo de la renuncia del Teniente General Luis Dellepiane a Hipólito YrigoyenEl
archivo del general Oscar R. Silva contiene, además del largo relato de
Speroni, el texto de la renuncia del Jefe del Ejército, firmada y dada a
conocer (aceptada) el 3 de septiembre de 1930. Faltaban 72 horas para que se derrumbara la presidencia de Hipólito Yrigoyen.
Tras la desautorización y la partida del Teniente General Dellepiane
del gobierno se le dejó el campo llano a la conspiración. De su texto se
pueden observar algunas veladas críticas al Primer Mandatario: “He
acompañado, a pesar de mí voluntad y contrariando mi conciencia a
Vuestra Excelencia, en la refrendación de decretos concediendo dádivas
generosas, pensando que esto pudiera liquidar definitivamente una
situación sobre la cual el país no debía reincidir […] “No soy político y me repugnan las intrigas que he visto a mi alrededor,
obra fundamental de incapaces y ambiciosos; pero soy observador…He
visto y veo alrededor de V.E. pocos leales y muchos intereses.”
Por
aquellos días había tres altos funcionarios que, al decir de Félix
Luna, hacían “rancho aparte” desde hacía mucho tiempo, tal como nos
señala el documento de Speroni. Los tres miraron para otro lado y no
supieron o no quisieron parar el golpe de Estado, cada uno –como
veremos-- tenía sus razones (en particular el vicepresidente y el
Ministro del Interior). El vicepresidente Martínez, alejado
políticamente de Yrigoyen, imaginó que sería su sucesor: Uriburu le hizo
llegar un mensaje que la revolución solo tenía como objetivo desplazar
al Presidente de la Nación. “El general Uriburu me ha ofrecido ponerme de presidente”, le dijo al diputado radical Gilberto Zabala. El ministro de Justicia e Instrucción Pública Juan De la Campa insinuaba que Hipólito Yrigoyen manifestaba una conducta senil y,
finalmente, Elpidio González, el Ministro del Interior, que combatió
con burlas –lo trataba de “loco”—al Ministro de Guerra, Teniente General
Dellepiane, asumió interinamente sus funciones el miércoles 3 de
septiembre.
La casa de Yrigoyen fue saqueadaAl
día siguiente, el jueves 4 de septiembre, tras largos conciliábulos en
la Casa de Gobierno, entre Martínez, González, De la Campa y Horacio
Oyhanarte (Ministro de Relaciones Exteriores), mientras en las calles de
Buenos Aires campeaba el desorden y la agitación estudiantil, De la
Campa visitó a Yrigoyen en su casa de la calle Brasil. Le relata lo que
sucede en la Capital Federal y le dice que sería necesario que delegue
el mando para apaciguar los ánimos y dominar la conspiración. Ironías de la historia: ahora los funcionarios aceptaban que existía una conspiración.
Don Hipólito solo respondió que necesitaba meditar y que el lunes 8 de
septiembre haría conocer su opinión. Hay otra gestión en la casa de la
calle Brasil al día siguiente, viernes 5 de septiembre, y la cumplen
Oyhanarte, De la Campa, Elpidio González y el Secretario de la
Presidencia, Silvio E. Bonardi, un amigo del Presidente considerado un
“ministro sin cartera”, acompañando a Pedro Escudero, el último médico
de cabecera presidencial.
Sorprendente
texto firmado por el Ministro Elpidio González en el que comunicaba que
asumía la Presidencia de la Nación. Un mismo texto se preparó y firmó
para la Cámara de Senadores En un momento solo entró el doctor Escudero y le dijo:
--”Quiero
que me escuche, señor Presidente. Como médico debo decirle que su salud
necesita cuidados y temo mucho que no pueda resistir el ímprobo trabajo
a que su cargo lo obliga. Desgraciadamente, la gravedad de la situación
exige que haya una persona al frente del gobierno, y usted debe, patrióticamente, delegar el mando en el vicepresidente.”
--”Usted es mi médico, dijo Yrigoyen, y debo seguir sus indicaciones. Porque para eso es usted mi médico. ¿Qué me aconseja?”
--”Lo dicho, que delegue el mando”.
--”Está bien, llámelo a Elpidio y que redacte el documento.”
Ya
en esas horas, mientras se ultimaban los últimos detalles de la
conspiración, por cuestiones de seguridad el Teniente General (R) José
Félix Uriburu esperaba el día del “acontecimiento” en una casa de la
calle Juncal y Larrea. Y en Haedo, provincia de Buenos Aires, unos
sesenta y cinco civiles pasaron la noche en la mansión de conservador
Manuel A. Fresco (llegaría a gobernador de Buenos Aires por el Partido
Demócrata Nacional entre 1934-1940).
Tras el paso de los años las críticas por traicionar a Yrigoyen se dirigen a Elpidio González y el vicepresidente Martínez. El
dirigente radical Francisco Ratto –sindicado como el que reconcilió a
Yrigoyen con Alvear en 1932—dirá que Elpidio González “a mi juicio es el
verdadero traidor. Es que no había sido fiel a Yrigoyen, pues lo guiaba
a él, como a otros, el interés no confesable de apoderarse de su
herencia política. Yrigoyen, que lo comprendió perfectamente, nunca
volvió a recibirlo mientras estuvo en la calle Sarmiento, a pesar que lo
vi hacer allí antesalas…”. Se refería al solar de la calle Sarmiento
948 donde moriría Yrigoyen el 3 de julio de 1933. Sobre Martínez se
sostiene, entre otras actitudes poco claras, que su hermano había
logrado el compromiso de Uriburu de continuar en la Casa Rosada solo si
Hipólito Yrigoyen se alejaba del poder
Al margen de todas las maniobras que se tejían en la Casa de Gobierno, a media tarde del viernes 5 de septiembre Enrique Martínez asumió la presidencia de la Nación
por delegación del mando. Casi inmediatamente aplica los artículos 23 y
86 de la Carta Magna y declara el Estado de Sitio por 30 días en la
Capital Federal. El diario “Crónica” lanza a la calle una edición que
lleva como título de tapa: “La tiranía se defiende con el Estado de Sitio”.
Cerca
de las 22 horas el coronel Francisco Reynolds, director del Colegio
Militar de la Nación, se vuelca a favor de la revolución. No estando su
amigo Yrigoyen en el poder el jefe militar entiende que su compromiso
constitucional ya no existe. A través de su amigo Julio Figueroa le hace
saber a Uriburu que se ponía a su disposición “incondicionalmente”.
El 7 de septiembre de 1930, en La Plata, Yrigoyen renunció A
las 7.30 del sábado 6 de septiembre de 1930 llegó al Colegio Militar
(en la localidad bonaerense de San Martín) el Jefe del “movimiento
cívico-militar”. Cerca de las 10 el Cuerpo de Cadetes –no más de 1.000 efectivos--
se puso en marcha y Uriburu acompañaba desde su automóvil junto a sus
ayudantes y el coronel Juan Bautista Molina. Entraron en la Capital
Federal casi sin inconvenientes y el gobierno no manifestaba ninguna
reacción (a pesar de contar con guarniciones leales). El gobierno
aparentaba el deambular de un ciego ante los manotazos de un cuartelazo.
Solo al pasar por el Congreso la columna revolucionaria fue tiroteada y dos cadetes murieron: Jorge Güemes y Carlos Larguía y más de una docena fueron heridos.
“En
la Casa de Gobierno se producían escenas tragicómicas” cuenta Félix
Luna, hijo de don Pelagio Luna el primer vicepresidente de Yrigoyen.
Martínez no quería pelear porque en secreto parecía esperar “el
compromiso” de Uriburu. Al paso de las horas gritó: “¡Me han traicionado!”,
y pretendió escapar y el Ministro Ábalos y otros no lo dejaron. Pasadas
las 17 horas un conjunto de camiones y automóviles subieron las
plataformas de la Casa Rosada. En un coche abierto, sonriente y
aplaudido, llegaba José Félix Uriburu acompañado, entre otros, por el capitán Juan Domingo Perón.
El jefe revolucionario entró al palacio presidencial y, en el comedor,
se enfrento cara a cara con Martínez. El general Uriburu le exigió la
renuncia y Martínez presionado por la numerosa concurrencia la rechazó.
Comenzó una gritería de un lado y de otro hasta que intervino la voz
serena del general Agustín P. Justo: “Calma Pepe” le dijo a Uriburu y
pidió hablar a solas con el vicepresidente. Solo quedó Matías Sánchez.
Sorondo
(sería el Ministro del Interior del golpe) como acompañante del general
revolucionario. Durante el encuentro se suscitó el siguiente diálogo:
--Sánchez Sorondo le dice que “debe renunciar, abandonar el cargo. Esto es una revolución”.
--Enrique Martínez: “Pero, esto es una traición”.
--Sánchez Sorondo: “Doctor Martínez, al enemigo no se lo traiciona, se lo engaña.”