Franco y Fidel, enemigos cordiales
Por: F. Javier Herrero | El País
Manuel Fraga y Fidel Castro preparan una queimada en Láncara (Lugo)/ Xurxo Lobato
Tras el fallecimiento de Franco, el corresponsal de la Agencia Efe en La Habana envió un despacho del que se hicieron eco algunos de los más prestigiosos periódicos del mundo y que decía lo siguiente: “Pocas horas después de conocerse la muerte del general Franco, el Gobierno revolucionario de Cuba decretó luto oficial por tres días. Desde el jueves las banderas ondean a media asta en todo el territorio cubano. El Presidente de la República, doctor Osvaldo Dorticós, ha enviado un mensaje de condolencia al presidente del Gobierno español, Carlos Arias Navarro (…)”. Cuando se lee esto da la impresión de que o no se ha entendido bien o hay una errata en el texto. No es así. La Cuba de Fidel Castro homenajeó al dictador como ningún otro país hizo, si bien quiso mantener la comunicación del decreto en niveles privados para quedar bien con España y evitar, a la vez, un escándalo internacional. Este gesto adquirió con el tiempo aún mayor relieve pues al año siguiente murió Mao Tse Tung y el Gobierno de Cuba no tuvo el mismo detalle con el líder comunista chino. Se trataba del último capítulo de una peculiar y chocante relación de dos dictadores en las antípodas ideológicas que decidieron actuar con un ‘subterráneo’ pragmatismo y una complicidad que ha generado un enorme interés entre historiadores y politólogos.
Desde 1959 los acontecimientos fueron forjando un mutuo respeto que acabó llegando a la admiración. El vínculo común a Galicia fue un factor que favoreció esa aproximación. Franco creció, al igual que los militares de su generación, con un sentimiento antiamericano que venía de la derrota contra EE UU en Cuba en 1898. En palabras del propio Fidel, recogidas en Biografía a dos voces de Ignacio Ramonet (Debate), “Franco tiene que haber crecido y haberse educado con aquella amarga experiencia (…). Y lo que hizo la Revolución Cubana, a partir de 1959, resistiendo a Estados Unidos, rebelándose contra el imperio y derrotándolo en Girón, puede haber sido visto por él como una forma de revancha histórica de España. En definitiva, los cubanos, en la forma en que hemos sabido enfrentarnos a Estados Unidos y resistir sus agresiones, hemos reivindicado el sentimiento y el honor de los españoles.” El ‘centinela de Occidente’ intuía que a Castro, en su enfrentamiento con el imperialismo americano, no le movía únicamente la ideología marxista sino que el factor nacionalista y patriótico llegaba a ser incluso más importante. Historiadores como Joaquim Roy (La siempre fiel: Un siglo de relaciones hispanocubanas (1898-1998), Ed. Los Libros de la Catarata) constatan que Franco reclamó informes a sus colaboradores para conocer más a fondo a Castro y otros comunistas célebres como Ho Chi Minh, a causa de la fascinación que despertaban en él.
Castro no desperdició ocasión alguna para criticar en público al régimen franquista, pero no a Franco. Recibió repetidas veces a los dirigentes comunistas españoles en La Habana, haciendo públicos elogios a Dolores Ibárruri, Pasionaria, y se rodeó de militares prestigiosos del ejército republicano como Enrique Líster y Alberto Bayo, instructor del grupo de revolucionarios cubanos que se entrenaron en México antes de embarcarse en el Granma. La infancia y juventud de Fidel aportan información en lo que se refiere a la singular relación de los dos dictadores. Hijo de Ángel Castro, un acaudalado terrateniente gallego nacido en Láncara (Lugo) que emigró a Cuba en 1905, se formó principalmente en escuelas jesuitas de Santiago de Cuba. Sus profesores fueron religiosos españoles partidarios firmes sin excepción de Franco en la Guerra Civil española. En casa el joven Fidel también fue testigo de cómo su padre, persona influyente de su comunidad, se manifestaba sin ambages a favor de su paisano de Ferrol.
España mantuvo con la Cuba de Fulgencio Batista una relación amable, que se mantiene con el triunfo del nuevo gobierno revolucionario en 1959 y Franco no se podía quejar de la gestión de Juan Pablo de Lojendio, el embajador español en La Habana, durante el primer año de la revolución. Los exhaustivos análisis del catedrático Manuel de Paz Sánchez (Zona Rebelde y Zona de Guerra, Librería Universal-CCPC, y otros), experto en las relaciones trasatlánticas de España, explican los movimientos de Lojendio, que neutraliza los intentos de los republicanos españoles para que la nueva Cuba siga los pasos de México, lo que traería la ruptura con la España franquista y el reconocimiento del Gobierno de la II República en el exilio. La persecución a grupos contrarrevolucionarios caldea un ambiente en el que tuvo lugar un incidente diplomático grave e incomprensible en enero de 1960. Castro se encuentra en los estudios de la televisión cubana haciendo declaraciones en directo sobre la actividad opositora y alude al apoyo de la embajada española a esa actividad. Lojendio, arrebatado por su temperamento, irrumpe en los estudios [en la fotografía, un momento del incidente entre el embajador Lojendio y Castro en 1960 captada por Telemundo] ofendido y exige a Castro una rectificación en medio de un tumulto que deja boquiabierta a la audiencia televisiva. La expulsión del embajador es inmediata. Franco es informado del incidente y transmite al ministro de Exteriores Castiella su resolución: “Usted es el ministro. Haga lo que crea oportuno. Con Cuba, cualquier cosa menos romper”.
Efectivamente, Cuba y España superaron la crisis y no rompieron. Se impuso el pragmatismo y las relaciones se mantuvieron desde ese momento al nivel de encargado de negocios, mientras un Franco enfadado con su embajador, decidió lavar los trapos sucios en casa discretamente. Como él mismo afirma en Mis conversaciones privadas con Franco (Planeta), de su primo Francisco Franco Salgado-Araújo, “El acto de Lojendio puede significar que el presidente Castro, que está en plan comunista, no sólo rompa sus relaciones con España sino que reconozca al gobierno rojo en el exilio, (…)“. Lojendio, tras un período de inactividad, fue destinado a un puesto diplomático de segunda categoría en Berna.
La relación hispano-cubana se ve afectada por la entrada en escena de otro actor protagonista. Estados Unidos ve peligrar sus intereses en una zona en la que no tiene costumbre de convencer a sus oponentes con persuasión sino con el palo. La reforma agraria cubana y las expropiaciones a empresas y particulares norteamericanos son respondidas con la ruptura de relaciones diplomáticas y el inicio del famoso embargo económico en el otoño de 1960, que en febrero de 1962 es casi total. Una mayoría de países latinoamericanos rompe relaciones con Cuba y la Europa aliada de EE UU cierra sus puertas a la economía de la isla. La URSS y el bloque comunista acuden veloces a la voz de socorro de Fidel, pero ese embargo va a hacer agua también por otro punto que es España. Poco después de que el presidente Eisenhower de un espaldarazo a Franco con su visita oficial a Madrid, en 1960 se firma un acuerdo comercial entre España y Cuba, que será renovado e implementado en años posteriores.
El Gobierno norteamericano contempla estupefacto la política exterior española que no participa de las represalias contra Cuba y teme que tenga un efecto de contagio al resto de países hispanoamericanos. Solo los momentos de tensión de la crisis de los misiles, en octubre de 1962, detienen el intercambio comercial entre españoles y cubanos, de unas dimensiones opinables pero que tienen un valor moral inestimable para la Cuba asediada por Estados Unidos. Las líneas aéreas de Iberia mantienen a La Habana conectada con Europa, a los niños cubanos no les faltan juguetes españoles y el turrón de Jijona por Navidad o los autobuses Pegaso en las carreteras cubanas son la muestra de la buena voluntad del Gobierno de Franco.
Ernesto 'Che' Guevara asiste a una corrida de toros en Madrid en 1959. / Hermes Pato
Estados Unidos blandió la amenaza del fin de las ayudas económicas a España para que abandonase su postura pero la renegociación de las bases americanas en suelo español en 1963 aparcó la medida. Estados Unidos acabará aceptando la posición española pero el tráfico marítimo se ve afectado por la tensión internacional en el Caribe. Los exiliados cubanos estaban muy enfadados con la política de Franco y grupos anticastristas, pertrechados por la CIA, atacaron en ocasiones a los buques españoles. En septiembre de 1964, el Sierra Aránzazu sufrió el ataque de lanchas anticastristas que descargaron 1.500 balas sobre el mercante, causando la muerte a tres marinos y heridas a seis. Estados Unidos negó cualquier implicación pero la diplomacia española logró que a partir de ese momento los buques españoles fuesen escoltados por la marina de guerra americana.
El Gobierno de Estados Unidos intentó sacar partido de la negativa de Franco a participar en el embargo a Cuba y pensó en utilizar la cercanía de ambas dictaduras para establecer un canal de comunicación secreto con La Habana. Franco aceptó la tarea de mediación y tras la captura y muerte de Ernesto ‘Che’ Guevara en Bolivia en 1967, se creyó por parte americana que había llegado la ocasión propicia. La paradoja que ha envuelto la relación de los dos gallegos, el que fue héroe mítico de los revolucionarios del mundo y el feroz anticomunista,dio lugar a que Adolfo Martín Gamero, el diplomático español encargado de esa labor de mediación, viviese un episodio insólito y que narra Norberto Fuentes, biógrafo de Fidel. El diplomático fue recibido en Cuba por los hermanos Castro, que le llevaron de viaje por la isla. Cuando visitaron su casa familiar en Birán, cuál no sería la sorpresa del enviado español cuando en el dormitorio del padre de Fidel vio un telescopio y… ¡una foto de Franco sobre la mesilla de noche, que allí estaba desde siempre!
La normalidad de las relaciones entre ambos países fue plena desde 1974 en que se produjo el intercambio de embajadores. En 1992 Fidel realizó un viaje oficial a España y a Galicia donde pudo visitar la casa de su padre en Láncara y a sus parientes, acompañado del otrora franquista Manuel Fraga, otro gallego con conexión cubana en su niñez. EL PAÍS entrevistó en 1985 a Castro que hizo estas concluyentes declaraciones: "Franco no se portó mal, hay que reconocerlo. Pese a las presiones que tuvo, no rompió las relaciones diplomáticas y comerciales con nosotros. No tocar a Cuba fue su frase terminante. El gallego supo habérselas. Que se portó bien, caramba".
miércoles, 11 de junio de 2014
martes, 10 de junio de 2014
Arqueología militar: Buscando restos en Normandía
Viaje a un cementerio submarino: lo que quedó del desembarco de Normandía
Un equipo francés estudia con la más alta tecnología los naufragios del Día D junto a las playas de la invasión.
CEMENTERIO. Un equipo estudia la zona de naufragios.
Setenta años después del desembarco de Normandía, un equipo multidisciplinar de investigadores, arqueólogos, técnicos, historiadores, veteranos y cineastas, investigó como nunca antes los fondos marinos de las playas de la invasión aliada. Se tratan de los restos sumergidos de la mayor armada jamás reunida en una batalla.
Gracias a equipos con la más alta tecnología encontraron elementos y obejtos como tanques, lanchas, pertrechos; e identificaron otros, en un trabajo que lleva realizándose hace más de un año y que aportará, cuando concluya, un conocimiento completo del inmenso yacimiento arqueológico de más de 500 kilómetros cuadrados.
El cementerio marino del Día D, donde los científicos tratan de extraer toda la información histórica que aún guardan los viejos restos de aquellas armas olvidadas como cicatrices cubiertas de arena y algas. Un lugar fundamental de la historia del siglo XX que ahora espera la protección cultural de la Unesco.
El proyecto comenzó en 2011, cuando Sylvain Pascaud propuso un nuevo inventario del yacimiento. El trabajo de campo comenzó en julio de 2013, bajo un estricto secreto protegido por la Marina, con un equipo de 40 personas, entre arqueólogos, historiadores, técnicos de submarino y vehículos remotos, así como los tripulantes del buque del Drassm, el André Malraux y del catamarán Etoile Magique.
Con equipos de sonar y sondas multihaz se trazaron la más completa batimetría (mapa de profundidad) de la zona y una exploración sistemática de los restos. Encontraron más de 400 vestigios de naves y carros. El resultado de esta exploración con tecnología de la era espacial, unida a una intensiva investigación en archivos, dio como primer fruto una base de datos impresionante. Toda esa información sirvió a Dassault Systems para crear un modelo 3D del desembarco y los equipos que puede verse en el documental.
PLANOS SECRETOS DE LA BATALLA
Aún se tardarán años en poner a disposición del público la totalidad de las conclusiones que pueden extraerse de este enorme trabajo colectivo, tanto a nivel científico como divulgativo, en la serie de documentales que el equipo tiene previsto ir produciendo.El documental narra la exploración del fondo y acompaña a los científicos en los momentos en los que van descubriendo los restos de la batalla, y nos presenta a unos invitados muy especiales: veteranos y miembros de la resistencia que, en tres casos señalados, se atrevieron a sumergirse en el mini submarino canadiense Aquarius y visitar los restos de la batalla de la que fueron parte.
Además, historiadores e ingenieros navales visitaron los archivos militares históricos para estudiar los mapas y planos secretos de la batalla, que aún conservan el sello de 'top secret', hoy ya desclasificados.
También se reconstruyeron las lanchas de desembarco LCVP, o 'barca de Higgins' en honor de su creador. Se fabricaron 20.000 unidades de esta práctica lancha capaz de llevar 36 hombres hasta la playa y retroceder de inmediato. Hoy solamente se conservan algunas reconstrucciones, debido a que fueron hechas de madera contrachapada, con excepción del portón metálico.
¿QUÉ OCURRIÓ TRAS LA BATALLA?
Después de la batalla, los aliados realizaron una completa limpieza de las playas y de toda la bahía del Sena. También pusieron en marcha una gran operación de desguace, que sacó durante décadas el último provecho de gran parte de los viejos navíos naufragados.Además muchos miles de artefactos explosivos fueron neutralizados. En 1994, coincidiendo con el cincuentenario del Día D, la agencia arqueológica francesa exigió que terminara la explotación de chatarra y que se protegieran los yacimientos que aún quedaban.
El arqueólogo Michel L’Hour advierte que la mayoría de restos son metálicos y se conservan peor que los de los viejos navíos de madera: "La madera tiende a encontrar una estabilidad en el fondo del mar.
El metal sufre corrosión y tiende a desaparecer. A esa profundidad media de 25 metros, sacudidos por las mareas, no durarán más que 50 o 100 años. Esto es inevitable. Incluso hemos estudiado métodos para tratar de protegerlos", agregó.
Muy pronto en el mar de Normandía no quedará nada del Día D, salvo la historia, porque el proyecto científico salvó toda la información que los restos aún guardaban y la comenzó a poner a disposición de la sociedad.
TN
lunes, 9 de junio de 2014
Guerra Antisubversiva: Monte Chingolo, bien muertos quedaron
Ataque al Batallón de Monte Chingolo
El fallido asalto al Batallón Depósito de Arsenales 601 Domingo Viejobueno, en la localidad de Monte Chingolo, Buenos Aires, Argentina, el 23 de diciembre de 1975, fue la última gran acción del Ejército Revolucionario del Pueblo. Tenía el objetivo de apropiarse de 20 toneladas de armamento: 900 FAL con 60.000 tiros, 100 M-16 con 100.000 tiros, seis cañones antiaéreos de 20 milímetros, quince cañones sin retroceso, escopetas itakas con sus proyectiles y 150 subametralladoras.1 Entre los efectivos militares en Monte Chingolo figuraba un soldado entregador e informante del Batallón de Arsenales 601.2
A las 19:45, el batallón urbano José de San Martín, del Ejército Revolucionario del Pueblo, con refuerzo de unos 30 ó 40 guerrilleros recién llegados de Tucumán, inició las acciones con el corte de los nueve puentes sobre el Riachuelo que unen la Capital Federal y el Oeste con el Sur del Gran Buenos Aires; se hostigaba al Regimiento 7 de La Plata y las brigadas de la policía provincial de Quilmes, Avellaneda y Lomas de Zamora; se interrumpía el tránsito en los dos caminos que unen La Plata con el Sur de Gran Buenos Aires y se tendían dos anillos de contención alrededor del cuartel de Monte Chingolo. El combate fue encarnizado en muchos de esos puntos, algunos con particular éxito como el de la Avenida Pasco y en el Puente La Noria.
Benito Jorge Urteaga, eventual jefe de operaciones del ERP en el frustrado copamiento a Monte Chingolo., planificador del asalto
A la misma hora, 70 combatientes al mando de Abigail Attademo (capitán Miguel) iniciaban el asalto al cuartel. Ni bien entraron se encontraron, desde distintos puntos, con nutrido fuego de fusilería y de ametralladoras pesadas, lo que evidenciaba la preparación previa y con ella la pérdida del factor sorpresa. Inicialmente los defensores fueron pillados en medio de una servida de cena lo que indica que se reagruparon rápidamente.3
Las fuerzas militares tuvieron dos oficiales, un suboficial y tres soldados conscriptos muertos.7 Además hubo 17 heridos de Ejército, 8 de la Policía Federal y 9 de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
Tropas del EA patrullando la zona de combate
El ERP dirá entonces que su objetivo era demorar la consumación de un nuevo golpe militar en preparación. La falsedad de esta afirmación surge de que la información sobre los planes del ataque comenzó a circular al menos desde el 7 de diciembre muchos días antes del inicio de la crisis en la Fuerza Aérea (empezó el 18 de diciembre), y ya los croquis y las delaciones de Abdón, demuestran que se estaba ante un plan largamente estudiado.
La Historia Completa
El fallido asalto al Batallón Depósito de Arsenales 601 Domingo Viejobueno, en la localidad de Monte Chingolo, Buenos Aires, Argentina, el 23 de diciembre de 1975, fue la última gran acción del Ejército Revolucionario del Pueblo. Tenía el objetivo de apropiarse de 20 toneladas de armamento: 900 FAL con 60.000 tiros, 100 M-16 con 100.000 tiros, seis cañones antiaéreos de 20 milímetros, quince cañones sin retroceso, escopetas itakas con sus proyectiles y 150 subametralladoras.1 Entre los efectivos militares en Monte Chingolo figuraba un soldado entregador e informante del Batallón de Arsenales 601.2
Desarrollo
Los erpianos no sabían que estaban infiltrados por un agente de inteligencia del Ejército, Jesús "El Oso" Ranier, un ex miembro de las Fuerzas Armadas Peronistas. Por medio de la información de Ranier, más los croquis encontrados en poder del Jefe de Logística del ERP, Juan Eliseo Ledesma, capturado por el Ejército el 7 de diciembre de 1975, y las delaciones producidas tras esa captura (no tanto por Ledesma, sino por su segundo en logística, Elías Abdón), se produjo al día siguiente la captura de varios familiares de Santucho -los cuales fueron liberados poco después- y, lo más importante, la anticipación del ataque. Santucho se negó a abortar la operación y el Ejército, bien preparado para el combate, le propinó una derrota casi definitiva.A las 19:45, el batallón urbano José de San Martín, del Ejército Revolucionario del Pueblo, con refuerzo de unos 30 ó 40 guerrilleros recién llegados de Tucumán, inició las acciones con el corte de los nueve puentes sobre el Riachuelo que unen la Capital Federal y el Oeste con el Sur del Gran Buenos Aires; se hostigaba al Regimiento 7 de La Plata y las brigadas de la policía provincial de Quilmes, Avellaneda y Lomas de Zamora; se interrumpía el tránsito en los dos caminos que unen La Plata con el Sur de Gran Buenos Aires y se tendían dos anillos de contención alrededor del cuartel de Monte Chingolo. El combate fue encarnizado en muchos de esos puntos, algunos con particular éxito como el de la Avenida Pasco y en el Puente La Noria.
Benito Jorge Urteaga, eventual jefe de operaciones del ERP en el frustrado copamiento a Monte Chingolo., planificador del asalto
A la misma hora, 70 combatientes al mando de Abigail Attademo (capitán Miguel) iniciaban el asalto al cuartel. Ni bien entraron se encontraron, desde distintos puntos, con nutrido fuego de fusilería y de ametralladoras pesadas, lo que evidenciaba la preparación previa y con ella la pérdida del factor sorpresa. Inicialmente los defensores fueron pillados en medio de una servida de cena lo que indica que se reagruparon rápidamente.3
Bajas
Las bajas de ERP fueron 62 muertos de los cuales hubo nueve sin identificar, porque sólo eran conocidos por su nombre de guerra.4 Un número indeterminado de ellos, estimado en 30 por Daniel De Santis, fueron prisioneros ejecutados, aunque nunca fue confirmado. Unos 25 heridos fueron evacuados por sus compañeros.6Las fuerzas militares tuvieron dos oficiales, un suboficial y tres soldados conscriptos muertos.7 Además hubo 17 heridos de Ejército, 8 de la Policía Federal y 9 de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
Tropas del EA patrullando la zona de combate
Consecuencias
Tras el desastre militar de Monte Chingolo, la conducción del ERP intentó justificarla aprovechando la crisis que días antes había estallado en el seno de la Fuerza Aérea (y que se resolvió con el pase a retiro del Comandante en Jefe brigadier general Héctor Luis Fautario y su reemplazo por Orlando Ramón Agosti).El ERP dirá entonces que su objetivo era demorar la consumación de un nuevo golpe militar en preparación. La falsedad de esta afirmación surge de que la información sobre los planes del ataque comenzó a circular al menos desde el 7 de diciembre muchos días antes del inicio de la crisis en la Fuerza Aérea (empezó el 18 de diciembre), y ya los croquis y las delaciones de Abdón, demuestran que se estaba ante un plan largamente estudiado.
Fuentes
WikipediaLa Historia Completa
domingo, 8 de junio de 2014
100 años del primer sobrevuelo de un avión naval a un barco de guerra argentino
1914 - 25 DE MAYO - 2014 CENTENARIO DEL PRIMER SOBREVUELO DE UN AVIADOR NAVAL ARGENTINO A UN BUQUE DE LA MARINA DE GUERRA
Se cumple hoy el centenario de un hecho desconocido para casi todos, hoy algo común y corriente como lo es el sobrevuelo de un buque por un avión, pero acto heroico en su tiempo, de aviones como barriletes de tela, madera y metal, cuando hacía apenas once años que se había conquistado el dominio de las aves por aparatos voladores más pesados que el aire y a apenas cuatro años del primer vuelo mecánico en el país.
FOTO: El Condestable Oytabén a los mandos de su avión, archivo Histamar
El Condestable Artillero de Primera Don Joaquín Oytabén, entusiasta del vuelo mecánico, radicado en La Plata y revistando por el Arsenal del Río de La Plata es autorizado a seguir un curso de Aviación sin per-juicio de atender sus obligaciones en el Arsenal y costeándose personalmente los gastos de enseñanza en la escuela que el Ingeniero Civil Antonio Guido Borello fundó en la localidad de Berisso.
FOTO: Reproducción tomada del libro Historia de la Aviación Naval Argentina - Tomo I (Pablo E. Arguindeguy - 1981)
El 25 de mayo de 1914, para asociarse a las Fiestas Mayas y a pedido de sus compañeros del Casino de Suboficiales, solicita y obtiene el permiso para sobrevolar la Base Naval Del Río de La Plata con su Farman, al realizar, unas “pasadas” sobre el Crucero Acorazado “General Belgrano”, fondeado en las inmediaciones del Arsenal, quizá por haber incurrido en una "pérdida de velocidad", se precipitó sobre la cubierta de mando de aquel y destrozó el avión. Oytabén resultó milagrosamente ileso, pero la escuela de Borello recibió el no menos serio impacto de quedarse sin el biplano. Sin embargo, el accidente de Oytabén tuvo una virtud, sobre todo por ser el accidentado un miembro de la Marina: la de promover la ayuda del Arsenal. El avión es retirado al otro día y llevado a los Talleres Generales del Arsenal del Río de La Plata, cuyo director con autorización expresa de sus superiores ordenó la reparación del "Colorado" en los talleres del instituto.
FOTO: Reparación de "El Colorado en el Arsenal Naval del Río de La Plata, archivo Histamar
Este acto, centenario también a partir de mañana, da inicio de manera oficial a la relación entre la Aviación Naval y los Arsenales y Talleres de la Armada
Museo de la Aviación Naval Argentina
Se cumple hoy el centenario de un hecho desconocido para casi todos, hoy algo común y corriente como lo es el sobrevuelo de un buque por un avión, pero acto heroico en su tiempo, de aviones como barriletes de tela, madera y metal, cuando hacía apenas once años que se había conquistado el dominio de las aves por aparatos voladores más pesados que el aire y a apenas cuatro años del primer vuelo mecánico en el país.
FOTO: El Condestable Oytabén a los mandos de su avión, archivo Histamar
El Condestable Artillero de Primera Don Joaquín Oytabén, entusiasta del vuelo mecánico, radicado en La Plata y revistando por el Arsenal del Río de La Plata es autorizado a seguir un curso de Aviación sin per-juicio de atender sus obligaciones en el Arsenal y costeándose personalmente los gastos de enseñanza en la escuela que el Ingeniero Civil Antonio Guido Borello fundó en la localidad de Berisso.
FOTO: Reproducción tomada del libro Historia de la Aviación Naval Argentina - Tomo I (Pablo E. Arguindeguy - 1981)
El 25 de mayo de 1914, para asociarse a las Fiestas Mayas y a pedido de sus compañeros del Casino de Suboficiales, solicita y obtiene el permiso para sobrevolar la Base Naval Del Río de La Plata con su Farman, al realizar, unas “pasadas” sobre el Crucero Acorazado “General Belgrano”, fondeado en las inmediaciones del Arsenal, quizá por haber incurrido en una "pérdida de velocidad", se precipitó sobre la cubierta de mando de aquel y destrozó el avión. Oytabén resultó milagrosamente ileso, pero la escuela de Borello recibió el no menos serio impacto de quedarse sin el biplano. Sin embargo, el accidente de Oytabén tuvo una virtud, sobre todo por ser el accidentado un miembro de la Marina: la de promover la ayuda del Arsenal. El avión es retirado al otro día y llevado a los Talleres Generales del Arsenal del Río de La Plata, cuyo director con autorización expresa de sus superiores ordenó la reparación del "Colorado" en los talleres del instituto.
FOTO: Reparación de "El Colorado en el Arsenal Naval del Río de La Plata, archivo Histamar
Este acto, centenario también a partir de mañana, da inicio de manera oficial a la relación entre la Aviación Naval y los Arsenales y Talleres de la Armada
Museo de la Aviación Naval Argentina
sábado, 7 de junio de 2014
viernes, 6 de junio de 2014
jueves, 5 de junio de 2014
Terrorismo: Un simpatizante García Márquez entrevista al criminal Firmenich
El día que Gabo entrevistó a Firmenich
PERFIL publica completa, por primera vez en español, la charla que Gabriel García Márquez y el dirigente montonero mantuvieron en 1977 a bordo de un avión. Las intenciones políticas y la juventud del líder guerrillero impactaron al escritor.
Por Gabriel García Márquez - Perfil
Hechos y personajes. El líder montonero daba la impresión, según Gabo, de “ser un hombre de guerra”. Signos de una época convulsionada que precedió al encuentro: Clarín y el crimen de Aramburu; Cámpora y Perón. | Foto: Cedoc
Lo primero que impacta es su corpulencia de cemento armado. Lo segundo, su increíble juventud: 28 años. Ojos vivaces e intensos, risotada fácil que se abre sobre dientes marmóreos y raleados, patillas de pelo áspero, rojo y frondoso, y bigotes tan cuidados que podrían, lo más bien, ser postizos. De todos modos, tanto por el físico como por el comportamiento, basta con verlo una sola vez para entender por qué es tan difícil desacovacharlo: parece un enorme gato.
“Hola”, dice dándome la mano. “Soy Mario Firmenich”. Que es como decir: el secretario general del Movimiento Montonero, el hombre más rastreado de las fuerzas represoras de la Argentina y uno de los más perseguidos del mundo por los periodistas. Y, sin embargo, su porte es tan natural que hasta podría parecer, también, mampostería. Es por eso que comienzo la entrevista tratando de pincharlo, de irritarlo.
“La junta militar presidida por el general Jorge Videla hace ya un año que está en el poder”, le digo. “Mi impresión personal es que este lapso de tiempo le bastó para exterminar a la resistencia armada. Ahora ustedes los montoneros no tienen nada que hacer, al menos en el terreno militar. Están despachados”.
Mario Firmenich no pierde la compostura. Su respuesta es seca e inmediata. “Desde octubre de 1975, cuando todavía Isabelita Perón estaba en el gobierno, ya sabíamos que en un año habría golpe. No hicimos nada para impedirlo porque, en definitiva, también el golpe formaba parte de la lucha interna del movimiento peronista. Pero hicimos nuestros cálculos, cálculos de guerra, y nos preparamos para sufrir, en el primer año, un número de bajas humanas no inferiores a 1.500 unidades. Nuestra cuenta era ésta: si lográbamos no superar este nivel de pérdidas, podíamos tener la seguridad de que, tarde o temprano, venceríamos. ¿Y qué pasó? Pasó que nuestras bajas fueron inferiores a lo previsto. En cambio, la dictadura perdió aliento, ya no tiene salida, mientras nosotros gozamos de un gran prestigio entre las masas y somos en Argentina la opción política más segura para el futuro inmediato”.
Es una respuesta arrogante, precisa y elocuente. Y, sin embargo, no termina de convencerme. Tengo la impresión de que subyazca un optimismo calculado. Se lo digo: “Soy optimista y me gusta la gente optimista, pero de las personas que son demasiado optimistas desconfío. ¿Por qué no pensar, por ejemplo, que también los militares hayan calculado con anticipación sus propias bajas? Son presupuestos que nadie conoce.
Probablemente, también ellos piensen que ganaron, ¿por qué no?”. Firmenich admite esta posibilidad, pero rebate muy rápidamente: “Los militares, cierto, deben haber calculado que entre marzo y diciembre de 1976 podrían aniquilar cualquier fuerza organizada que les fuese adversa, y poder dedicarse luego, en 1977, a cazar los últimos desechos dispersos. Más que cálculos concretos eran también hipótesis políticas: quizá ni siquiera ellos lo creyeron de veras. Aunque si lo creyeron, peor para ellos; porque esto significa que no conocen la dialéctica de un treinteno peronista”.
A pesar de tanta ostentación de lucidez política, todavía no logro escapar de la impresión de estar hablando, sobre todo, con un hombre de guerra. Y, de hecho, Mario Firmenich tuvo en su vida poco tiempo para dedicarse a otra cosa que no fuese la guerra desde que nació, en 1948, en Buenos Aires. Es hijo de un agrimensor que se graduó en Ingeniería a edad adulta: típico producto de la clase media asalariada argentina. En 1955, cuando la caída de Perón, Mario Firmenich tenía apenas 7 años, pero nunca olvidó la impresión que le causó ver pasar un camión cargado de obreros armados sólo con palos para defenderse contra el golpe militar. Hasta aquel momento Argentina había tenido, en menos de 22 años, 14 presidentes de la República, y ninguno había terminado su mandato.
El general Aramburu, el hombre que había echado a Perón de la presidencia, estuvo en el poder por cuatro años. Después se retiró a vida privada, y se encerró en un departamentito del octavo piso del número 1053 de la calle Montevideo, Buenos Aires, manteniéndose aparentemente lejos de cualquier actividad política. El 29 de mayo de 1970, dos jovencitos vestidos con uniforme militar lo levantaron de su casa, a las nueve de la mañana, con el pretexto de asegurar mejor su protección. Aramburu fue conducido hacia una vieja granja de la periferia de Buenos Aires, juzgado, condenado y fusilado.
Alguien debía haberles dicho a los autores de aquella ejecución capital que si hubiesen enterrado el cadáver bajo 50 kilos de cal viva, no hubiesen quedado siquiera los huesos. En cambio, sucedió justo lo contrario: el cuerpo se conservó intacto y de allí a poco tiempo afloró a la superficie y fue descubierto.
El movimiento peronista que se atribuyó la ejecución de Aramburu era en aquel tiempo casi desconocido; llevaba un nombre que pegó, Montonero. Mario Firmenich, que entonces tenía 22 años, había formado parte del comando que llevó a cabo la operación Aramburu. Pero no había entrado en la casa de Aramburu. Se había quedado en la vereda de enfrente, vestido de mariscal de policía, para vigilar que nadie viniese a mover el camioncito con el cual había proyectado transportar al general, y que no habían podido estacionar bien. Antes de aquella empresa había participado en otras 17 operaciones, pero su nombre no lo conocía nadie. El movimiento estaba por entonces compuesto sólo por diez personas, y Mario Firmenich estaba tercero en el orden jerárquico. Es por esto que digo que tanto su formación como su experiencia han sido sobre todo guerreras; pero cuando le hago observar que, a mi entender, lo que falta en Montoneros es la capacidad de operar decisiones políticas y que en la cabeza no tienen otra cosa que el aspecto militar del problema, Firmenich reacciona con mucha vivacidad. Yo insisto y le repito que, siempre según mi entender, la solución militar es la extrema, estrechísima alternativa que les queda a los montoneros. “Pero no, no es cierto, es todo lo contrario”, me replica él de inmediato: “Uno de los rasgos característicos de nuestra guerra revolucionaria es que no fue el ‘foco’ guerrillero el que generó el movimiento de masas: es el movimiento de masas el que precedió a la guerrilla, y de un buen cuarto de siglo. El movimiento de masas en Argentina comenzó en 1945 y el movimiento armado recién en 1970”.
En síntesis, su idea es que el movimiento de masas del peronismo avanza empujado por la dinámica misma de la propia conciencia y algunas veces precede incluso a la vanguardia política, cuando no hasta la suplanta. Dice que este movimiento tiene por objetivo la búsqueda de la justicia social, de la independencia económica y de la soberanía política de la Argentina. Es antiimperialista y antioligárquico, y dado que por 25 años pudo accionar sin la vanguardia política, este mismo hecho lo ha transformado también en antiburocrático, consecuencia de la traición de sus burócratas. “Hemos llegado a la lucha armada sólo cuando se agotaron y perdieron sentido todas las otras posibilidades de lucha política”, dice. “A cierto punto no tuvo más sentido el voto, no tuvo más sentido la creación de coaliciones electorales en compañía de candidatos no peronistas, no tuvieron más sentido ni el voto en blanco, ni el proyecto de golpe de Estado populista y ni siquiera los tres sucesivos y todos prematuros intentos de guerrilla rural. No tuvo ya sentido siquiera el regreso pacífico de Perón. Lo que quiero decir: el proceso no comenzó con los montoneros; los montoneros fueron su inevitable conclusión. Pero incluso la decisión de darse a la lucha armada ha sido, en sí, una política de masas”.
De toda la conversación que tuvimos, el tema que quizá más lo fascinó fue el de las modalidades absolutamente originales que tiene la guerra en la ciudad. Firmenich está persuadido de que el no poder disponer de zonas liberadas, en lugar de obstaculizar, facilita al revolucionario la guía política de las masas. Es decir, mientras el ejército está obligado a permanecer encerrado en sus cuarteles, los montoneros están por todos lados, y navegan en las masas como peces en el agua. El de los montoneros es un ejército que tiene sus propias fuerzas en el territorio enemigo; un ejército que se desarma cada noche cuando sus militantes van a casa a dormir, pero que sigue estando intacto y vigía incluso cuando sus soldados duermen.
Sin que él se dé cuenta, el análisis político-militar de Firmenich asume de a poco tonos líricos. Y yo trato de empujarlo por este camino: le pregunto, de una, si no piensa que tantos años de durezas, de peligros y de luchas hayan terminado por deshumanizarlo. El no se deja atrapar; responde: “Nadie se deshumaniza en una lucha humanista”. Sí, es una bella frase de un político; quizá hasta sea una frase verdadera, pero antes que nada es una frase que tiene un sonido literario. Y sin embargo, a Mario Firmenich, que terminó regularmente la escuela secundaria y que cursó por un par de años la facultad de Ingeniería, la literatura no le gusta. Nunca leyó una novela. Lee sólo libros políticos y casi nunca llega al final. Busca sólo en el índice las cosas que más le interesan, y va derecho.
Naturalmente, me mueve a suponer que este modo suyo de leer se debe a la vida tumultuosa que lleva. Pero él sostiene que no. Una cosa es vivir escondido, dice; otra es vivir en la clandestinidad. Firmenich está en la clandestinidad, y esto quiere decir que sus enemigos no saben cómo encontrarlo, pero él igual conduce su rutina doméstica, recibe visitas de amigos íntimos, asiste a ciertas fiestas muy privadas e incluso dedica ciertas horas del día a mirar televisión. El único verdadero problema es andar por la calle: Firmenich puede hacerlo sólo al precio de severísimas medidas de seguridad. Y así, lo que más le disgusta es no poder ir al cine. En los últimos siete años vio apenas tres películas.
Es natural imaginarse que un hombre que no sale de casa si no es para cumplir acciones de guerra haya estado muchas veces al borde la muerte. El, en cambio, tiene la impresión de haber corrido peligro sólo una vez, y por un operativo que, considerado a distancia de tiempo, en el fondo ni siquiera valía tanto la pena. Fue en diciembre de 1970: él y un compañero disfrazado de camarero trataron de desarmar a un policía que estaba de guardia nada menos que en el portón de la residencia presidencial de Olivos. Le quitaron la metralla, pero no antes de que el policía lograse disparar y herir a Mario Firmenich en un dedo: “Fue un milagro”, cuenta él, con mucho buen humor, “porque aquel dedo impidió que la bala me diera en el corazón”.
De un pincelazo, como por error, me cuenta que uno de los placeres más grandes de su vida es jugar con sus hijos. La noticia no me sorprende. La novedad más sorprendente que, en efecto, encontré en los militantes montoneros es que incluso cuando van por el mundo en misiones difíciles se llevan a los hijos. En sus refugios clandestinos los he visto cambiar pañales, dar el biberón a los niños, mecerlos entre los brazos y, mientras tanto, participar en una reunión política. “Es natural”, comenta Firmenich, riéndose con gusto: “Terminaron los tiempos en que se pensaba que fuese justo prohibirnos tener hijos”. Y agrega que si treinta años atrás los vietnamitas hubiesen pensado de ese modo, no habrían tenido a nadie más para ganar la guerra. “Los hijos son nuestra retaguardia”, dice.
El tema de los hijos lo trae otra vez a la situación de la Argentina: el país tiene el índice de desarrollo demográfico más bajo del continente. Es un país casi desierto, que debería duplicar su población si quiere lograr consolidar su propia independencia y enfrentarse al futuro. “Una familia tipo, en Argentina, hoy tiene tres hijos”, dice Firmenich, “es necesario que en el futuro tenga cinco. Dos para mantener en el mismo nivel el índice demográfico; tres para duplicarlo”. Pero sus consideraciones no son sólo de orden técnico: por experiencia de militante sabe que quien tiene hijos milita de otra manera en comparación con quien no los tiene. Entre otras cosas, porque está más atento a sí mismo y a su propia conservación.
No parece interesarle demasiado la pregunta que le hago, y que en estos tiempos es ritual en conversaciones de este tipo: ¿Qué espera que haga (Jimmy) Carter respecto de América Latina? Se limita a responder (creo que sin equivocarse) que “la libertad no puede venir de afuera”. En cambio, se vuelve todo radiante cuando le pregunto si se arriesga a hacer un pronóstico sobre el futuro inmediato de su país. “Por supuesto”, dice. “Este año terminará la ofensiva de la dictadura y, finalmente, se presentarán las condiciones favorables para nuestra contraofensiva final.
Y, al mismo tiempo, se verá que la única alternativa concreta a la dictadura es el movimiento peronista y montonero, que llevará a la creación del partido montonero.
Luego se pasará a la constitución de un frente de liberación nacional con objetivos antidictatoriales, antioligárquicos, antiimperialistas”. Firmenich está convencido de que la burguesía nacional, gravemente golpeada en sus intereses por las multinacionales, descapitalizada por las empresas del Estado, entrará también ella a formar parte de la coalición. Piensa que en el frente de la coalición confluirán incluso los partidos radical, intransigente y comunista, que aceptarán una transición al socialismo sobre la base de un programa aceptable para todos: expropiación de los monopolios extranjeros y expropiación de los monopolios nacionales. En definitiva, se encontrarán todos de acuerdo sobre un programa que respetará la propiedad privada de la pequeña empresa y de la cooperativa, pero que tendrá como objetivo la disolución tanto de las
grandes empresas extranjeras como de la industria monopólica de Estado. Firmenich está tan convencido de esto que atribuye la derrota de los intentos revolucionarios de los años 60, en América Latina, al error de no haber entendido el rol que tienen las burguesías nacionales como empuje decisivo hacia la síntesis entre lo militar y lo político. “La revolución argentina”, concluye con un gran suspiro, “será la revolución de América Latina”.
Quizá tenga razón, pero no quiero darle la satisfacción de cerrar el coloquio con un tono tan triunfalista. Y entonces le arrojo una provocación algo dura de digerir para alguien nacido en el Río de la Plata: “Antes del Che Guevara, los argentinos no se sentían latinoamericanos. Ahora, en cambio, creen ser ellos los únicos latinoamericanos”. El prorrumpe con una espléndida risotada que desarticula completamente su inmensa cautela de gato. A punto de cerrarse la puerta a mis espaldas, trato de precisar un último particular: “¿Desde dónde fechamos esta entrevista?”. Y él, haciéndome un cordial gesto de saludo, me responde: “Desde donde te parezca”. Que es como decir: desde ningún lugar. Más tarde, en el auto, mientras me voy, repasando mentalmente aquella conversación de casi dos horas, de un trazo me doy cuenta de cuál es la verdad: Mario Firmenich es el hombre más extraño que haya encontrado en mi vida.
Copyright L’Espresso,
Italia, 17 de abril de 1977.
Traducción: Matías Marini.
PERFIL publica completa, por primera vez en español, la charla que Gabriel García Márquez y el dirigente montonero mantuvieron en 1977 a bordo de un avión. Las intenciones políticas y la juventud del líder guerrillero impactaron al escritor.
Por Gabriel García Márquez - Perfil
Hechos y personajes. El líder montonero daba la impresión, según Gabo, de “ser un hombre de guerra”. Signos de una época convulsionada que precedió al encuentro: Clarín y el crimen de Aramburu; Cámpora y Perón. | Foto: Cedoc
Lo primero que impacta es su corpulencia de cemento armado. Lo segundo, su increíble juventud: 28 años. Ojos vivaces e intensos, risotada fácil que se abre sobre dientes marmóreos y raleados, patillas de pelo áspero, rojo y frondoso, y bigotes tan cuidados que podrían, lo más bien, ser postizos. De todos modos, tanto por el físico como por el comportamiento, basta con verlo una sola vez para entender por qué es tan difícil desacovacharlo: parece un enorme gato.
“Hola”, dice dándome la mano. “Soy Mario Firmenich”. Que es como decir: el secretario general del Movimiento Montonero, el hombre más rastreado de las fuerzas represoras de la Argentina y uno de los más perseguidos del mundo por los periodistas. Y, sin embargo, su porte es tan natural que hasta podría parecer, también, mampostería. Es por eso que comienzo la entrevista tratando de pincharlo, de irritarlo.
“La junta militar presidida por el general Jorge Videla hace ya un año que está en el poder”, le digo. “Mi impresión personal es que este lapso de tiempo le bastó para exterminar a la resistencia armada. Ahora ustedes los montoneros no tienen nada que hacer, al menos en el terreno militar. Están despachados”.
Mario Firmenich no pierde la compostura. Su respuesta es seca e inmediata. “Desde octubre de 1975, cuando todavía Isabelita Perón estaba en el gobierno, ya sabíamos que en un año habría golpe. No hicimos nada para impedirlo porque, en definitiva, también el golpe formaba parte de la lucha interna del movimiento peronista. Pero hicimos nuestros cálculos, cálculos de guerra, y nos preparamos para sufrir, en el primer año, un número de bajas humanas no inferiores a 1.500 unidades. Nuestra cuenta era ésta: si lográbamos no superar este nivel de pérdidas, podíamos tener la seguridad de que, tarde o temprano, venceríamos. ¿Y qué pasó? Pasó que nuestras bajas fueron inferiores a lo previsto. En cambio, la dictadura perdió aliento, ya no tiene salida, mientras nosotros gozamos de un gran prestigio entre las masas y somos en Argentina la opción política más segura para el futuro inmediato”.
Es una respuesta arrogante, precisa y elocuente. Y, sin embargo, no termina de convencerme. Tengo la impresión de que subyazca un optimismo calculado. Se lo digo: “Soy optimista y me gusta la gente optimista, pero de las personas que son demasiado optimistas desconfío. ¿Por qué no pensar, por ejemplo, que también los militares hayan calculado con anticipación sus propias bajas? Son presupuestos que nadie conoce.
Probablemente, también ellos piensen que ganaron, ¿por qué no?”. Firmenich admite esta posibilidad, pero rebate muy rápidamente: “Los militares, cierto, deben haber calculado que entre marzo y diciembre de 1976 podrían aniquilar cualquier fuerza organizada que les fuese adversa, y poder dedicarse luego, en 1977, a cazar los últimos desechos dispersos. Más que cálculos concretos eran también hipótesis políticas: quizá ni siquiera ellos lo creyeron de veras. Aunque si lo creyeron, peor para ellos; porque esto significa que no conocen la dialéctica de un treinteno peronista”.
A pesar de tanta ostentación de lucidez política, todavía no logro escapar de la impresión de estar hablando, sobre todo, con un hombre de guerra. Y, de hecho, Mario Firmenich tuvo en su vida poco tiempo para dedicarse a otra cosa que no fuese la guerra desde que nació, en 1948, en Buenos Aires. Es hijo de un agrimensor que se graduó en Ingeniería a edad adulta: típico producto de la clase media asalariada argentina. En 1955, cuando la caída de Perón, Mario Firmenich tenía apenas 7 años, pero nunca olvidó la impresión que le causó ver pasar un camión cargado de obreros armados sólo con palos para defenderse contra el golpe militar. Hasta aquel momento Argentina había tenido, en menos de 22 años, 14 presidentes de la República, y ninguno había terminado su mandato.
El general Aramburu, el hombre que había echado a Perón de la presidencia, estuvo en el poder por cuatro años. Después se retiró a vida privada, y se encerró en un departamentito del octavo piso del número 1053 de la calle Montevideo, Buenos Aires, manteniéndose aparentemente lejos de cualquier actividad política. El 29 de mayo de 1970, dos jovencitos vestidos con uniforme militar lo levantaron de su casa, a las nueve de la mañana, con el pretexto de asegurar mejor su protección. Aramburu fue conducido hacia una vieja granja de la periferia de Buenos Aires, juzgado, condenado y fusilado.
Alguien debía haberles dicho a los autores de aquella ejecución capital que si hubiesen enterrado el cadáver bajo 50 kilos de cal viva, no hubiesen quedado siquiera los huesos. En cambio, sucedió justo lo contrario: el cuerpo se conservó intacto y de allí a poco tiempo afloró a la superficie y fue descubierto.
El movimiento peronista que se atribuyó la ejecución de Aramburu era en aquel tiempo casi desconocido; llevaba un nombre que pegó, Montonero. Mario Firmenich, que entonces tenía 22 años, había formado parte del comando que llevó a cabo la operación Aramburu. Pero no había entrado en la casa de Aramburu. Se había quedado en la vereda de enfrente, vestido de mariscal de policía, para vigilar que nadie viniese a mover el camioncito con el cual había proyectado transportar al general, y que no habían podido estacionar bien. Antes de aquella empresa había participado en otras 17 operaciones, pero su nombre no lo conocía nadie. El movimiento estaba por entonces compuesto sólo por diez personas, y Mario Firmenich estaba tercero en el orden jerárquico. Es por esto que digo que tanto su formación como su experiencia han sido sobre todo guerreras; pero cuando le hago observar que, a mi entender, lo que falta en Montoneros es la capacidad de operar decisiones políticas y que en la cabeza no tienen otra cosa que el aspecto militar del problema, Firmenich reacciona con mucha vivacidad. Yo insisto y le repito que, siempre según mi entender, la solución militar es la extrema, estrechísima alternativa que les queda a los montoneros. “Pero no, no es cierto, es todo lo contrario”, me replica él de inmediato: “Uno de los rasgos característicos de nuestra guerra revolucionaria es que no fue el ‘foco’ guerrillero el que generó el movimiento de masas: es el movimiento de masas el que precedió a la guerrilla, y de un buen cuarto de siglo. El movimiento de masas en Argentina comenzó en 1945 y el movimiento armado recién en 1970”.
En síntesis, su idea es que el movimiento de masas del peronismo avanza empujado por la dinámica misma de la propia conciencia y algunas veces precede incluso a la vanguardia política, cuando no hasta la suplanta. Dice que este movimiento tiene por objetivo la búsqueda de la justicia social, de la independencia económica y de la soberanía política de la Argentina. Es antiimperialista y antioligárquico, y dado que por 25 años pudo accionar sin la vanguardia política, este mismo hecho lo ha transformado también en antiburocrático, consecuencia de la traición de sus burócratas. “Hemos llegado a la lucha armada sólo cuando se agotaron y perdieron sentido todas las otras posibilidades de lucha política”, dice. “A cierto punto no tuvo más sentido el voto, no tuvo más sentido la creación de coaliciones electorales en compañía de candidatos no peronistas, no tuvieron más sentido ni el voto en blanco, ni el proyecto de golpe de Estado populista y ni siquiera los tres sucesivos y todos prematuros intentos de guerrilla rural. No tuvo ya sentido siquiera el regreso pacífico de Perón. Lo que quiero decir: el proceso no comenzó con los montoneros; los montoneros fueron su inevitable conclusión. Pero incluso la decisión de darse a la lucha armada ha sido, en sí, una política de masas”.
De toda la conversación que tuvimos, el tema que quizá más lo fascinó fue el de las modalidades absolutamente originales que tiene la guerra en la ciudad. Firmenich está persuadido de que el no poder disponer de zonas liberadas, en lugar de obstaculizar, facilita al revolucionario la guía política de las masas. Es decir, mientras el ejército está obligado a permanecer encerrado en sus cuarteles, los montoneros están por todos lados, y navegan en las masas como peces en el agua. El de los montoneros es un ejército que tiene sus propias fuerzas en el territorio enemigo; un ejército que se desarma cada noche cuando sus militantes van a casa a dormir, pero que sigue estando intacto y vigía incluso cuando sus soldados duermen.
Sin que él se dé cuenta, el análisis político-militar de Firmenich asume de a poco tonos líricos. Y yo trato de empujarlo por este camino: le pregunto, de una, si no piensa que tantos años de durezas, de peligros y de luchas hayan terminado por deshumanizarlo. El no se deja atrapar; responde: “Nadie se deshumaniza en una lucha humanista”. Sí, es una bella frase de un político; quizá hasta sea una frase verdadera, pero antes que nada es una frase que tiene un sonido literario. Y sin embargo, a Mario Firmenich, que terminó regularmente la escuela secundaria y que cursó por un par de años la facultad de Ingeniería, la literatura no le gusta. Nunca leyó una novela. Lee sólo libros políticos y casi nunca llega al final. Busca sólo en el índice las cosas que más le interesan, y va derecho.
Naturalmente, me mueve a suponer que este modo suyo de leer se debe a la vida tumultuosa que lleva. Pero él sostiene que no. Una cosa es vivir escondido, dice; otra es vivir en la clandestinidad. Firmenich está en la clandestinidad, y esto quiere decir que sus enemigos no saben cómo encontrarlo, pero él igual conduce su rutina doméstica, recibe visitas de amigos íntimos, asiste a ciertas fiestas muy privadas e incluso dedica ciertas horas del día a mirar televisión. El único verdadero problema es andar por la calle: Firmenich puede hacerlo sólo al precio de severísimas medidas de seguridad. Y así, lo que más le disgusta es no poder ir al cine. En los últimos siete años vio apenas tres películas.
Es natural imaginarse que un hombre que no sale de casa si no es para cumplir acciones de guerra haya estado muchas veces al borde la muerte. El, en cambio, tiene la impresión de haber corrido peligro sólo una vez, y por un operativo que, considerado a distancia de tiempo, en el fondo ni siquiera valía tanto la pena. Fue en diciembre de 1970: él y un compañero disfrazado de camarero trataron de desarmar a un policía que estaba de guardia nada menos que en el portón de la residencia presidencial de Olivos. Le quitaron la metralla, pero no antes de que el policía lograse disparar y herir a Mario Firmenich en un dedo: “Fue un milagro”, cuenta él, con mucho buen humor, “porque aquel dedo impidió que la bala me diera en el corazón”.
De un pincelazo, como por error, me cuenta que uno de los placeres más grandes de su vida es jugar con sus hijos. La noticia no me sorprende. La novedad más sorprendente que, en efecto, encontré en los militantes montoneros es que incluso cuando van por el mundo en misiones difíciles se llevan a los hijos. En sus refugios clandestinos los he visto cambiar pañales, dar el biberón a los niños, mecerlos entre los brazos y, mientras tanto, participar en una reunión política. “Es natural”, comenta Firmenich, riéndose con gusto: “Terminaron los tiempos en que se pensaba que fuese justo prohibirnos tener hijos”. Y agrega que si treinta años atrás los vietnamitas hubiesen pensado de ese modo, no habrían tenido a nadie más para ganar la guerra. “Los hijos son nuestra retaguardia”, dice.
El tema de los hijos lo trae otra vez a la situación de la Argentina: el país tiene el índice de desarrollo demográfico más bajo del continente. Es un país casi desierto, que debería duplicar su población si quiere lograr consolidar su propia independencia y enfrentarse al futuro. “Una familia tipo, en Argentina, hoy tiene tres hijos”, dice Firmenich, “es necesario que en el futuro tenga cinco. Dos para mantener en el mismo nivel el índice demográfico; tres para duplicarlo”. Pero sus consideraciones no son sólo de orden técnico: por experiencia de militante sabe que quien tiene hijos milita de otra manera en comparación con quien no los tiene. Entre otras cosas, porque está más atento a sí mismo y a su propia conservación.
No parece interesarle demasiado la pregunta que le hago, y que en estos tiempos es ritual en conversaciones de este tipo: ¿Qué espera que haga (Jimmy) Carter respecto de América Latina? Se limita a responder (creo que sin equivocarse) que “la libertad no puede venir de afuera”. En cambio, se vuelve todo radiante cuando le pregunto si se arriesga a hacer un pronóstico sobre el futuro inmediato de su país. “Por supuesto”, dice. “Este año terminará la ofensiva de la dictadura y, finalmente, se presentarán las condiciones favorables para nuestra contraofensiva final.
Y, al mismo tiempo, se verá que la única alternativa concreta a la dictadura es el movimiento peronista y montonero, que llevará a la creación del partido montonero.
Luego se pasará a la constitución de un frente de liberación nacional con objetivos antidictatoriales, antioligárquicos, antiimperialistas”. Firmenich está convencido de que la burguesía nacional, gravemente golpeada en sus intereses por las multinacionales, descapitalizada por las empresas del Estado, entrará también ella a formar parte de la coalición. Piensa que en el frente de la coalición confluirán incluso los partidos radical, intransigente y comunista, que aceptarán una transición al socialismo sobre la base de un programa aceptable para todos: expropiación de los monopolios extranjeros y expropiación de los monopolios nacionales. En definitiva, se encontrarán todos de acuerdo sobre un programa que respetará la propiedad privada de la pequeña empresa y de la cooperativa, pero que tendrá como objetivo la disolución tanto de las
grandes empresas extranjeras como de la industria monopólica de Estado. Firmenich está tan convencido de esto que atribuye la derrota de los intentos revolucionarios de los años 60, en América Latina, al error de no haber entendido el rol que tienen las burguesías nacionales como empuje decisivo hacia la síntesis entre lo militar y lo político. “La revolución argentina”, concluye con un gran suspiro, “será la revolución de América Latina”.
Quizá tenga razón, pero no quiero darle la satisfacción de cerrar el coloquio con un tono tan triunfalista. Y entonces le arrojo una provocación algo dura de digerir para alguien nacido en el Río de la Plata: “Antes del Che Guevara, los argentinos no se sentían latinoamericanos. Ahora, en cambio, creen ser ellos los únicos latinoamericanos”. El prorrumpe con una espléndida risotada que desarticula completamente su inmensa cautela de gato. A punto de cerrarse la puerta a mis espaldas, trato de precisar un último particular: “¿Desde dónde fechamos esta entrevista?”. Y él, haciéndome un cordial gesto de saludo, me responde: “Desde donde te parezca”. Que es como decir: desde ningún lugar. Más tarde, en el auto, mientras me voy, repasando mentalmente aquella conversación de casi dos horas, de un trazo me doy cuenta de cuál es la verdad: Mario Firmenich es el hombre más extraño que haya encontrado en mi vida.
Copyright L’Espresso,
Italia, 17 de abril de 1977.
Traducción: Matías Marini.
miércoles, 4 de junio de 2014
El Ejército Nazi siguió protegiendo Alemania después de 1945
Un Ejército nazi clandestino
Un historiador descubre que 2.000 oficiales crearon un grupo de defensa tras la guerra
KLAUS WIEGREFE - ABC
El canciller Konrad Adenauer, el segundo por la derecha, pasa revista a una compañía en 1956. / FRANCE PRESSE
Alemania acaba de descubrir un sorprendente capítulo inédito de su historia reciente. Después de la II Guerra Mundial, antiguos oficiales de la Wehrmacht, las fuerzas armadas de la Alemania nazi, y de la Waffen-SS, el brazo armado de la SS, formaron un ejército secreto para proteger el país de un supuesto ataque de la Unión Soviética. Un proyecto, descubierto casualmente ahora, que podría haber provocado un gran escándalo en aquella época. Durante casi seis décadas, los documentos que demuestran su existencia han permanecido ocultos en los archivos del Servicio de Inteligencia de Alemania (BND).
Alrededor de 2.000 veteranos nazis decidieron formar un ejército en 1949 a espaldas del Gobierno federal y los Aliados. El objetivo de los oficiales era defender a la naciente República Federal de Alemania de la agresión del Este en las primeras etapas de la guerra fría y, en el frente nacional, desplegarse contra los comunistas en caso de una guerra civil.
El coronel Schnez montó el ejército de espaldas al Gobierno, pero cuando el canciller Adenauer lo supo, lo consintió
El canciller alemán Konrad Adenauer no se enteró de la existencia de una conspiración en la sombra hasta 1951, pero no tomó medidas claras contra esta organización ilegal. De acuerdo con la documentación encontrada, en caso de una movilización, el ejército contaría con 40.000 soldados. El principal organizador era Albert Schnez, que había servido como coronel en la II Guerra Mundial. A finales de los años cincuenta formó parte del entorno del ministro de Defensa Strauss y posteriormente fue jefe del Estado Mayor bajo el mandato de Willy Brandt.
Las declaraciones de Schnez citadas en los documentos sugieren que el proyecto de creación de un ejército clandestino también fue apoyado por Hans Speidel —se convertiría en el comandante supremo de la OTAN del Ejército Aliado en Europa Central en 1957— y por Adolf Heusinger, primer inspector general del Bundeswehr (Ejército federal).
El historiador Agilolf Kesselring encontró los documentos —que pertenecían a la Organización Gehlen, el anterior Servicio de Inteligencia— mientras investigaba para el BND. Kesselring tiene especial interés por la propia historia militar de su familia. Su abuelo fue mariscal de campo durante la II Guerra Mundial y comandante en el Tercer Reich, con Schnez como subordinado. En su estudio, Kesselring disculpa con frecuencia a Schnez. Nada menciona sobre sus vínculos con la extrema derecha y describe sus labores de espionaje a supuestos izquierdistas como “controles de seguridad”.
El proyecto comenzó durante la posguerra en Suabia, una región que rodea Stuttgart, donde Schnez comercializaba madera, textiles y artículos para el hogar al tiempo que organizaba veladas para veteranos de la 25ª División de Infantería, donde él había servido. Pero sus debates siempre giraban alrededor de la misma pregunta: ¿qué debemos hacer si los rusos y sus aliados de Europa del Este nos invaden?
Para dar respuesta a esa amenaza potencial, Schnez pensó en fundar un ejército. Y aunque no respetó las ordenanzas de los Aliados —las organizaciones militares o "de tipo militar" estaban prohibidas—, rápidamente se convirtió en algo muy popular. Su ejército empezó a tomar forma en 1950. La red de Schnez recaudó donaciones de empresarios y de antiguos oficiales de ideas afines, contactó con grupos de veteranos de otras divisiones y acordó con empresas de transporte la entrega de vehículos.
El mariscal Albert Schnez en 1968. / BUNDESARCHIV |
Anton Grasser, antiguo general de Infantería, se ocupó del armamento. Comenzó su carrera en el Ministerio del Interior supervisando la coordinación de la policía alemana. Quería utilizar sus activos para equipar a las tropas en caso de conflicto. No hay ninguna señal de que el entonces ministro del Interior, Robert Lehr, estuviera informado de estos planes.
Schnez quería crear un ejército con unidades formadas por antiguos oficiales pertenecientes a cuerpos de élite de la Wehrmacht, que podrían desplegarse con rapidez en caso de un ataque. De acuerdo con los documentos desclasificados, la lista incluía empresarios, representantes de ventas, un comerciante, un abogado penalista, un instructor técnico e incluso un alcalde. Es de suponer que todos ellos eran anticomunistas y, en algunos casos, estaban motivados por un deseo de aventura. Un ejemplo: el teniente general retirado Hermann Hölter "no se sentía feliz trabajando solo en una oficina".
Quedaba por determinar dónde podrían reubicarse en caso de emergencia. Schnez negoció con algunas poblaciones suizas, que mostraron "su desconfianza". Más tarde planificó un posible traslado a España que utilizaría como base para combatir del lado de los estadounidenses.
En su búsqueda de financiación, Schnez solicitó la ayuda de los servicios secretos de Alemania Occidental en el verano de 1951. Durante una reunión celebrada el 24 de julio de 1951, Schnez ofreció los servicios de su ejército en la sombra a Gehlen —jefe del servicio de inteligencia— para "uso militar" o "simplemente como una fuerza potencial", ya fuera en un Gobierno alemán en el exilio o de los aliados occidentales.
Una anotación en los documentos de la Organización Gehlen afirma que Gehlen y Schnez "habían mantenido durante mucho tiempo relaciones de carácter amistoso". El escrito también indica que los servicios secretos ya conocían la existencia de un ejército clandestino.
Es probable que el entusiasmo de Gehlen por la oferta de Schnez hubiera sido mayor si se hubiera producido un año antes, cuando estallaba la guerra de Corea. En aquel momento, Bonn y Washington habían considerado la posibilidad de, "en caso de que se produjera una catástrofe, reunir a los miembros de las antiguas divisiones alemanas de élite, armarlos y luego asignarlos a las fuerzas aliadas".
Un año después, la situación había cambiado, y Adenauer había desestimado esa idea. En cambio, presionó para que Alemania Occidental se integrase profundamente en Occidente e impulsó asimismo el establecimiento del Bundeswehr. El grupo ilegal de Schnez poseía la capacidad de poner en peligro esa política, ya que, si su existencia era de dominio público, podría haber desatado un escándalo internacional. Aun así, Adenauer decidió no tomar medidas contra la organización de Schnez.
El grupo proyectó asentarse en España después de que no encontrara demasiada receptividad en Suiza
El personal de Gehlen contactaba frecuentemente con Schnez. Además, ambos llegaron a un acuerdo para compartir datos secretos procedentes del servicio de inteligencia. Schnez se jactaba de tener una unidad de inteligencia "particularmente bien organizada". A partir de ese momento, la Organización Gehlen se convirtió en el destinatario de informes sobre antiguos soldados alemanes que presuntamente se habían comportado de forma "indigna" como prisioneros de guerra de los rusos, insinuando que habían desertado para apoyar a la Unión Soviética. En otros casos informaba de "personas sospechosas de ser comunistas en Stuttgart".
Con todo, Schnez nunca consiguió beneficiarse del dinero que recibía. Gehlen solo le entregaba pequeñas cantidades que se agotaron en el otoño de 1953. Dos años después, los primeros 101 voluntarios se alistaron en el Bundeswehr. Así pues, con el rearme de Alemania Occidental, el ejército de Schnez resultó innecesario.
Schnez falleció en 2007 sin haber revelado públicamente ninguna información acerca de los acontecimientos. Lo único que se conoce es gracias a los documentos en los archivos clasificados del BND bajo el título engañoso de "Seguros". Alguien tenía la esperanza de que nunca nadie encontrara un motivo para interesarse por ellos.
© Der Spiegel, 2014
Traducción de Virginia Solans
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