martes, 3 de febrero de 2015

Revolución Americana: Batalla de Bunker Hill

La batalla de Bunker Hill 
Por Aaron D. y Justin S. 

 
 

Esta batalla fue uno de los primeras en la Revolución Americana. El nombre de la batalla es un nombre incorrecto porque la mayor parte del combate se hizo en Breed's Hill. El lugar de esta batalla fue en Charlestown, Massachusetts a través del río Charles desde Boston. 

Los comandantes británicos para este enfrentamiento fueron eñ general Thomas Gage y el general Sir William Howe. Estos dos generales eran muy hábiles y líderes de legiones de las tropas británicas en la batalla. Los comandantes estadounidenses fueron el coronel William Prescott, el general Israel Putnam y Joseph Warren. Estos generales eran bastante expertos en el combate. 

Éste es el relato de Bunker Hill. El 16 de junio de 1775 (por la noche) más de 1.000 patriotas (rebeldes), bajo el mando del general Prescott, marcharon a la colina Breed sobre el cuello de Charlestown y se fortificaron con trincheras, balas de algodón y heno por la mañana del 17 de junio . Después de haber sido hecho con este, el general Israel Putnam tomó algunos hombres y comenzó a fortificar Bunker Hill. 

Mientras tanto, en la ciudad de Boston, el comandante británico, el general Gage acaba de ver a los americanos que ocupan las dos colinas ... ordenó a los buques británicos que comenzaran bombardeando las posiciones de los estadounidenses hasta que las tropas británicas podrían llegar. Poco después del fin de los británicos comenzaron a moverse las tropas en el este de la colina de la casta de Boston. 


Primer ataque británico 
 
 
Los hombres el coronel Prescott serían los primeros en atacar. Este fue la primera carga del ejército británico en el lado este de la colina con la secundaria haciendo un ataque directo. Los hombres del general Howe lideraron el ataque de 5.000 soldados de la colina. Pero no estaban solos, estaban cubiertos por los cañones de los buques británicos en el río. Mientras esto sucedía, algunos de los barcos británicos cargaron sus cañones con granadas incendiarias y aniquilaron Charlestown, donde una fracción de las tropas estadounidenses hacían de francotiradores sobre los soldados británicos en el campo de batalla. El primer ataque había fallado. Los británicos se retiraron. 
Segundo ataque británico 
 
Subieron la cuesta, pero con el grupo principal atacando hacia adelante y el grupo secundario yendo al este ... por supuesto, este intento también fracasó. Los británicos estaban completamente enfurecidos y se quitaron las mochilas pesadas antes de cargar por tercera vez. Los americanos estaban quedando sin municiones ni pólvora, por lo que tuvieron que retirarse a través del cuello de Charlestown. Y los británicos retuvieron las colinas. 


Ataque final 


Las pérdidas fueron sorprendentes para los británicos con más de 1.000 hombres perdidos, heridos o prisioneros. Los estadounidenses sólo perdieron alrededor de 400 o menos. Para la tradición militar de la época, los británicos ganaron, porque al final de la batalla tuvieron la posesión del campo. Las víctimas sin embargo, cuentan una historia diferente. Este ataque fue inmortalizado para siempre en la historia de América. En primer lugar, porque fue la primera derrota seria para los británicos y en segundo lugar debido a una famosa cita atribuida a uno de los comandantes estadounidenses. Para preservar la pólvora estadounidense, ordenó a los patriotas, "No dispares hasta que vea la parte blanca de los ojos!" 






Fuente


domingo, 1 de febrero de 2015

Guerra del Paraguay: La caída de Asunción (1869)


Entrada de los brasileños en Asunción 
 
El 1º de enero de 1869 entraron los brasileños en Asunción, entregándose enseguida al más desenfrenado saqueo. La ciudad se llenó en pocos días de una enorme y abigarrada población, que hablaba en sus calles todos los idiomas y dialectos. Las casas particulares eran tomadas por asalto y arrendadas por el primer atrevido que se improvisaba propietario, cobrando sufridos alquileres adelantados por trimestre y semestre enteros. Se improvisaron hoteles, posadas, restaurantes, establecimientos de diversiones, bailes públicos, tiendas, almacenes, confiterías que se sostenían con ventajas costeados por 30.000 soldados aliados e innumerables turistas, especuladores y curiosos que afluían febriles a visitar las ruinas de la vencida, pero hasta hace poco poderosa nación. 

Entraban en las casas, desaforados, corriendo para aventajar a sus propios compañeros y asegurarse la parte del botín más suculenta. Es increíble cómo el esfuerzo de decenas y centenares de años puede desaparecer en tan sólo unas pocas horas. 

Conforme avanzaba el día, las calles se poblaron de muebles que eran dejados a la intemperie mientras las casas ardían en llamas. A la tarde, por el río Paraguay aparecen los barcos despachados desde Argentina, que vienen a comprar las mercaderías. Los soldados se apelotonan en los muelles para cambiar el fruto de su saqueo por oro, y hay discusiones y empellones. Los barcos no se retiran, quedan anclados allí, a la espera de más carroña; y los soldados continúan con su fatal tarea. A la noche, los fuegos de los barrios conflagrados se elevan hasta iluminar las densas nubes negras del cielo. Los hombres esconden los botines donde pueden y sus alforjas, sus mantos, el interior de sus botas y cascos están rebosantes de oro, plata y metal. Al día siguiente avanzan hacia otra zona de la ciudad y a la noche también la incendian. Ya han desguazado las dependencias oficiales, las embajadas (1), las casas ricas y también las pobres. Es entonces cuando empiezan a volver los refugiados. 
Son en su mayoría mujeres y muchachas jóvenes, o niños a quienes todos ignoran. Los varones ya han muerto, allá en los campos de la guerra, y en la ciudad sólo quedan los más indefensos. Y las mujeres vuelven porque los vientres de sus hijos claman comida y porque imaginan que quizás puedan encontrar algún refugio. Pero los invasores se abalanzan sobre ellas y las golpean, en plena calle les rasgan las ropas y las manosean. Comienzan a violarlas, una y otra vez, poniéndose en filas de a diez o veinte o treinta para atenderse con una sola muchacha. Los gritos desesperados de las víctimas se escuchan por toda la ciudad y no hay rincón o zaguán de Asunción donde una mujer no esté siendo vejada. Las que intentan una resistencia son degolladas allí mismo. 
No se detienen cuando llega la noche, tampoco lo hacen al llegar el siguiente día. Sólo las dejan en paz cuando ellas, agotada ya su fuerza vital e incapaces de resistir más tiempo, abandonan la vida con una mueca de desprecio en la cara. 

Y entonces se aviva de nuevo la sed del oro y los oficiales miran con avaricia los cementerios de Asunción. Bajo sus órdenes, los soldados desentierran a todos. A los que tienen algún anillo o cadena, se la despojan sin respeto. Al resto, los dejan tirados por doquier; huesos y más huesos apilados en donde sea, muertos sin descanso que se calientan bajo el sol. 

El propio ministro brasileño en Asunción, José da Silva Paranhos, que más tarde recibió el título de Vizconde de Río Branco, se apoderó del inmenso tesoro de los Archivos Nacionales del Paraguay que, después de su muerte, donó a la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, el catálogo de la colección Río Branco, que contiene los archivos públicos del Paraguay tomados al final de la guerra, se compone de mil páginas divididas en dos tomos. La colección consta de cincuenta mil documentos sobre la historia primitiva del Paraguay, la infiltración portuguesa, las cuestiones de los límites y las fechas y los hechos sobre la historia del Río de la Plata. Contendría además el acta de la Fundación de la Ciudad de Asunción en 1537 y todos los archivos de las Misiones Jesuíticas con las primera carta geográfica del Paraguay, establecida antes de 1800 por el célebre geógrafo español Félix de Azara. 

Durante tres días la ciudad fue robada por las huestes imperiales, que no perdonaron los templos, ni las tumbas, en su bárbaro afán de acrecentar su botín. El mismo almirante Delfino de Carvallo –barón del Pasaje- dirigía el pillaje acumulando en las cubiertas de sus naves los pianos y muebles finos que adornaban las viviendas aristocráticas paraguayas. Y cuando ya no hubo nada importante que robar, se llevaron hasta las puertas, ventanas y mármoles del palacio de López (2) y de muchas casas y edificios públicos. En una palabra, Asunción, al decir del general Garmendia, “sufrió la suerte del vencido de lejanos tiempos, entrando en ella a saco el vencedor”. 

Muchos niños fueron arrancados de los brazos de sus madres para terminar, vendidos como esclavos, en las plantaciones del Brasil. Todo el mundo corre por su vida, y la capital paraguaya, otrora populosa, queda desierta. “La urbe causaba lástima verla desprovista por completo de ser humano”, cuenta el coronel brasileño José Luis Da Silva. 

El Archivo Nacional del Paraguay, con siglos de historia adentro, arde en llamas. “El Paraguayo” de Asunción, en su edición del 10 de octubre de 1945, recordaba de esta manera la quema y el saqueo de tan vitales documentaciones. “Los archivos del Paraguay fueron saqueados por los invasores durante la Guerra de la Triple Alianza. Muchos documentos nos faltan, inclusive para reconstruir nuestra historia, y podemos afirmar que al despojarse nuestro Archivo se seleccionaron todos aquellos documentos que podían comprometer la versión histórica que se fraguaba para quitarnos toda esperanza de reivindicación”. 

Al igual que la sede del Archivo, las casas y edificios públicos también son saqueados, uno por uno, con esmero y sin apuro. “Los oficiales se sirvieron de las casas y de las cosas” apunta el mencionado coronel brasileño. 

El ejército argentino acampó a cinco kilómetros de la ciudad, en Trinidad. Y para ser digno de su aliado, convirtió en caballeriza el templo de aquel pueblo, armando un establo sobre la misma tumba de Carlos Antonio López. Pronto la lápida desapareció bajo la bosta de los briosos corceles de la oficialidad, sustituyendo el ruido de los relinchos a las voces del órgano y a las oraciones de los creyentes. 

Tal como “en los lejanos tiempos” en que Asia extendió su barbarie, como sangrienta mortaja, sobre la Europa agonizante. Entrar a saco y convertir las iglesias cristianas en estercolero era el gran placer de los hombres del Norte. Y no otro era el deleite de aquellos terribles guerreros, a cuyo paso se estremecía la tierra, acaudillados por el Azote de Dios. 

La historia se repite. El hombre está dentro de los hombres. La humanidad avanza, pero aún no ha acabado de salir de la caverna. La ferocidad bulle en las profundidades del instinto, y hay momentos en que salta a la superficie la fiera que hace siglos se agazapa, dominada, pero no vencida. 

Es así como pueblos que se decían cristianos y hombres que invocaban sentimientos altruistas de humanidad, cayeron en el crimen, reproduciendo, por un movimiento ancestral de la ingénita barbarie, actos que repugnan a nuestra conciencia y que parecían ya alejados de la historia. Y todo aquello no era nada todavía. La guerra recién iba a entrar en un período realmente salvaje. 

Entre tanto, el mariscal López se disponía a reanudar la resistencia. Cuando volvió a ocupar su antiguo campamento de Cerro León, después de la última derrota, no disponía de más fuerza que la de su voluntad omnipotente. Todo el poder defensivo paraguayo se reconcentraba en su persona, fortaleza moral más temible que los muros artillados de Humaitá. Inútilmente el duque de Caxías dio por terminada la guerra. 

Los veinte mil soldados victoriosos, atrincherados en Asunción, sabían muy bien que mientras se mantuviese en pie el presidente paraguayo la lucha no estaba terminada. 

Cuando el conde D’Eu, que vino a reemplazar al duque de Caixas, llegó a Asunción se encontró con una gran desmoralización de las tropas aliadas. El solemne Te Deum mandado cantar por Caixas, festejando la terminación de la guerra, había caído en un inmenso ridículo. El desaliento era general. 

Palacio de Benigno López (Asunción, 1869). Fuente














Ningún jefe brasileño había querido tomar sobre sí la responsabilidad de una sola iniciativa. Y, entre tanto, López crecía a la distancia. De un momento a otro se esperaba una sorpresa, creyéndosele capaz de sacar recursos de la nada. Y Allí Juan Bautista Alberdi tuvo tiempo de decir en Europa que en aquellos momentos el Paraguay tenía su “segundo y más poderoso ejército en lo que se llaman sus montañas. Son los Andes –agregaba- del nuevo Chacabuco y del nuevo San Martín, contra los nuevos Borbones de América”. 
En la batalla de las Lomas Valentinas habían peleado los inválidos y los niños, cargando los cañones con pedazos de piedra y hasta con tierra. Tres meses después de esa derrota Paraguay volvía a tener un ejército de trece mil hombres, relativamente bien armados y equipados. 

Los heridos de la última batalla se lanzaron por centenares al inmenso estero de Ypecuá, cruzándolo, con el agua al cuello, durante tres días, sin comer, e incorporándose a Solano López en Cerro León. Y todos los que aún podían andar o cargar un fusil, acudieron, presurosos, desde los últimos confines de la república, para rodear al héroe desgraciado que sostenía la bandera paraguaya. 

Se recogen armas abandonadas en los campos de batalla, se monta otro arsenal, se funde hierro, se taladran cañones, se fabrica pólvora y papel, se edita un periódico, vuelven a funcionar las escuelas, rige la ley de enseñanza primaria obligatoria, los niños soldados asisten a clases. Y la fundición de Ybycuí y el arsenal de Caacupé trabajaron sin descanso para armar a aquel extraño ejército, aprovechando la escandalosa indecisión del más que prudente vencedor. Pese a haber caído Asunción, la guerra aún no había terminado. 

Referencias 

(1) El 22 de febrero de 1869, a las 16hs Francisco Solano López emite un bando ordenando la evacuación de Asunción, fue entonces que todas las familias asunceñas que aún poseían algunas alhajas y dinero metálico, corrieron a depositarlas en la legación de los Estados Unidos de Norte América, a cargo del ministro Carlos A. Washburn así como en los consulados de Francia e Italia. 

(2) El Palacio de los López es la sede del gobierno de la República del Paraguay, ya que ahí se encuentra el despacho oficial del presidente de la República. Es uno de los edificios más hermosos y emblemáticos de la capital paraguaya, Asunción. Su ubicación es en la calle Paraguayo Independiente, entre Ayolas (antes del Paraná) y O’Leary (antes Paso de Patria). Ubicado en el centro de Asunción, mirando a la bahía, este edificio fue construido por orden del presidente Carlos Antonio López, para que sirva de residencia para su hijo, el General Francisco Solano López, de ahí el hecho de que el nombre del edificio sea “Palacio de los López”. Sus obras empezaron en 1857 bajo la dirección del arquitecto inglés Alonso Taylor. 
En la primera mitad del siglo XIX, Lázaro Rojas regaló a su ahijado de bautismo Francisco López el predio donde está asentado el palacio. Tras lsus célebres viajes de por Europa, Francisco Solano se trajo consigo varios arquitectos e ingenieros, que ayudaron a desarrollar obras de progreso en el país. Por orden de Carlos Antonio López, presidente de la República desde 1842, una de dichas obras era la residencia de su hijo. La construcción, planificada por el húngaro Francisco Wisner, se inició dirigida por el arquitecto inglés Alonso Taylor en 1857. 

Los materiales para la construcción del palacio venían de varios lugares del interior del país, piedras de las canteras de Emboscada y Altos, maderas y obrajes de Ñeembucú y Yaguarón, ladrillos de Tacumbú, piezas de hierro fundidas en Ybycuí, etc. 
Diversos artistas europeos vinieron al Paraguay para encargarse de la decoración del edificio. Artistas como el ingeniero inglés Owen Mognihan que se encargó de esculpir las figuras necesarias para crear un ambiente palaciego, el italiano Andrés Antonini que llegó al Paraguay exclusivamente para diseñar y establecer la escalera de mármol del Palacio que comunica a la segunda planta, el pintor Julio Monet, francés, que pintó el cielo raso con decoraciones florales y figuras. 
Para 1867, época de la Guerra de la Triple Alianza, el Palacio de los López estaba casi terminado, aunque faltaban detalles de acabado para su conclusión. La ornamentación era de estatuillas de bronce y muebles importados de París, y grandes y decorados espejos para los salones del Palacio. Durante los siete años que los brasileños ocuparon Asunción, el Palacio sirvió como cuartel de sus fuerzas. Después de que éstas lo abandonaron, el edificio quedó en estado de abandono. Fue durante el gobierno de Juan Alberto González que se iniciaron las grandes obras de restauración del Palacio, que duraron solamente dos años. El edificio terminó recuperando su antigua gloria. 

Fuente 

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado 

Estragó, Margarita Durán – Homenaje al pueblo de Patiño, en el centenario de su fundación (1909- 2009) 

O’Leary,Juan E. – El mariscal Solano López 

Rivarola Matto, J. Bautista – Diagonal de sangre: la historia y sus alternativas en la Guerra del Paraguay. 

www.revisionistas.com.ar 

sábado, 31 de enero de 2015

Independencia: Bolívar, tan lejos de San Martín

Cuando los españoles fueron condenados a muerte por Bolívar
 
Javier Sanz - Historias de la Historia


Después de la caída de la Primera República de Venezuela, Simón Bolívar emprendió la marcha que fue conocida como la “Campaña Admirable”, partiendo el 14 de mayo de 1813 desde Cúcuta, Colombia, con el objetivo de liberar Venezuela de la Corona de España. Como antecedente, es preciso relatar que casi una década antes la República de Haití había logrado su independencia, pero de una manera muy poco ortodoxa y más bien sangrienta. El punto de inflexión en la Revolución haitiana, y que a la postre logró expulsar a las tropas francesas de la isla, fue la conversión de una inicial lucha de clases en una lucha racial. No sé si la historia ha juzgado para bien o para mal este tipo de acciones extremas, pero lo cierto es que este mismo modelo de xenofobia fue adoptado por los patriotas venezolanos en esta incursión armada que logró llegar a Caracas entre vítores y flores.


Campaña Admirable

Y es que la guerra es así, la escriben los ganadores y a los juglares e historiadores les encanta recrearse en las gestas épicas, en las entradas triunfales, en las reuniones importantes o en las heroicidades, pero suelen olvidar la mayoría de atrocidades y las horrendas e inhumanas decisiones que –en ciertos momentos y para inclinar la balanza- tomaron tanto vencedores como vencidos (¿será por aquello de que algunos creen que en la guerra todo vale?). Esa es la historia que a mí no me gusta, la que no es descrita en su totalidad, la que es fruto del patriotismo de “venda en los ojos” y que sólo lustra el brillo de las entradas triunfales, del discurso oportunista y de los solemnes momentos firmando capitulaciones. Esa es sólo una parte de la historia, pero cualquier guerra, por más “justa y necesaria que sea“, no lo duden, ha dejado huérfanos, viudas y muchos inocentes muertos. Por más orgullosos que estemos de ser países libres, esas libertades le han costado ríos de lágrimas y sangre al pueblo, porque todos los políticos y altos militares normalmente terminaron la guerra sin despeinarse. Esta es una historia de esas que no me hace sentir orgullo por ningún prócer, porque las acciones, por más necesarios que hayan sido en su momento, no me representan ni en mi tiempo ni en mis circunstancias.

 En el mes de enero de 1813, antes de que empezara la campaña de Bolívar, el caudillo venezolano Antonio Nicolás Briceño junto a otros oficiales patriotas diseñaron un plan para liberar Venezuela -cercano a una proclama xenófoba bordeando los límites del genocidio- a la que se dio el nombre de Convenio de Cartagena. Entre sus artículos destacados podemos citar:
En el nombre del pueblo de Venezuela se hacen las proposiciones siguientes para emprender una expedición por tierra con el objeto de libertar a mi patria del yugo infame que sobre ella pesa. Yo las cumpliré exacta y fielmente pues las dicta la justicia y que un resultado importante debe ser su consecuencia.
Primero: serán admitidos a formar la expedición todos los criollos y extranjeros que se presenten conservando sus grados. Los que aún no han servido obtendrán los grados correspondientes a los empleos civiles que hayan desempeñado y en el curso de la campaña tendrá cada cual el ascenso proporcionado a su valor y conocimientos militares.
Segundo: como el fin principal de esta guerra es el de exterminar en Venezuela la raza maldita de los españoles de Europa sin exceptuar los isleños de Canarias, todos los españoles son excluidos de esta expedición por buenos patriotas que parezcan, puesto que ninguno de ellos debe quedar con vida no admitiéndose excepción ni motivo alguno; como aliados de los españoles los oficiales ingleses no podrán ser aceptados sino con el consentimiento de la mayoría de los oficiales hijos del país.
Tercero: las propiedades de los españoles de Europa sitas en el territorio libertado serán divididas en cuatro partes, una para los oficiales que hicieren parte de la expedición y hayan asistido a la primera función de armas haciéndose su reparto por iguales porciones con abstracción de grados, la segunda pertenece a los soldados, indistintamente las otras dos al Estado. En los casos dudosos, la mayoría de los oficiales presentes decidirá la cuestión […]
Noveno: para tener derecho a una recompensa o a un grado bastará presentar cierto número de cabezas de españoles o de isleños canarios. El soldado que presente 20 será hecho abanderado en actividad, 30 valdrán el grado de Teniente, 50 el de Capitán…
Cartagena de Indias, 16 de Enero de 1813. Antonio Nicolás Briceño


Simón Bolívar

Esta proclama fue transformada en decreto por Simón Bolívar el 15 de junio de 1813, llegando a conocerse como el Decreto de Guerra a Muerte y estando en vigor hasta el 26 de noviembre de 1820 cuando el español Pablo Morillo se reunió con Bolívar para firmar un armisticio y regularizar la guerra. Durante la Campaña Admirable “todos los europeos y canarios casi sin excepción fueron fusilados” por las armas patriotas a su paso. En febrero de 1814, al concluir la campaña, Juan Bautista Arismendi, por órdenes de Bolívar, mandó fusilar a 886 prisioneros españoles en Caracas. Del 13 al 16 febrero añadió a su lista más de 500 enfermos ingresados en el hospital de La Guaira .

Aparte de lo cruel y sanguinario del documento, también tenía éste un trasfondo político, porque lo que se pretendía era apelar al nacionalismo y cambiar la opinión pública acerca de la guerra civil que vivía Venezuela para hacerla ver como una guerra pura y dura entre dos naciones y no como una rebelión. Esta proclama fue redactada bajo la justificación de los crímenes cometidos por el realista Domingo Monteverde y su ejército sobre los republicanos durante la caída de la Primera República. Otra justificación al decreto la dio Simón Bolívar en la ciudad de Valencia el 20 de septiembre de 1813, argumentando la brutal represión a la que fue sometida Quito el 2 de agosto de 1810 después del llamado Primer Grito de Independencia.

Colaboración de Carlos Suasnavas

Fuentes: Wikipedia. Cuño Bonito, Justo. (2005). Tristes tópicos. Ideologías, discursos y violencia en la independencia de la nueva granada 1810-1821

viernes, 30 de enero de 2015

Historia argentina: Brasil, la SGM y su efecto en Argentina

El rol Estados Unidos para frenar a la Argentina y potenciar a Brasil 
 
Documentos desclasificados en Estados Unidos revelan el deliberado plan de esa potencia para frenar el desarrollo industrial argentino y hacer de Brasil la potencia determinante del Cono Sur. 



Por Carlos Escudé 
10.07.2009

La cercanía del Bicentenario exige un examen crítico de nuestros éxitos y fracasos. En ese tren, las comparaciones entre nuestro país y su vecino lusohablante pueden parecer odiosas, pero son necesarias. En verdad, quizás uno de los mejores indicios de cómo le fue a la Argentina a lo largo de las diferentes etapas de su historia resida en cómo se comparaba con Brasil en cada una de ellas. 

Nuestro vecino nació con ventaja. El Imperio que, como resultado de un pacto de familia, se desgajó pacíficamente de su mãe pátria , no atravesó una crisis de independencia y era mucho más fuerte que las nacientes Provincias Unidas. 

No obstante, los éxitos cosechados por nuestra Generación del 80, ya visibles en los tiempos del Centenario, revirtieron esa ventaja. Durante varias décadas tuvimos la primacía. Una comparación realizada por el industrial Torcuato Di Tella, en 1941, publicada en la emblemática Revista de Economía Argentina , indicaba que por esos tiempos un trabajador argentino podía comprar un overol con diez horas de trabajo, mientras un belga o un alemán requerían el doble de tiempo y un italiano tanto como treinta y dos horas. 

Brasil ni figuraba en la lista. Y las cifras de aquel patriarca de nuestra industria coinciden con las del conocido economista británico Alfred Maizels, quien en una obra de 1963 mostró que, hacia 1937, el producto per cápita argentino era superior a los de Austria y Finlandia, y llegaba al doble del italiano y casi al triple del japonés. Otra vez, Brasil ni figuraba. Económicamente, la Argentina y Brasil estaban más allá de toda comparación. 

Increíblemente, la misma ventaja se registraba en el plano militar. Según las cuidadosas investigaciones de archivo de Stanley Hilton, un estudio del estado mayor brasileño de la década de 1920, estimaba que la Argentina podía movilizar 379.000 hombres casi inmediatamente, mientras que Brasil demoraría mucho más para movilizar 136.000. También se explayaba con lujo de detalle sobre cuánto más abundante y avanzado era el armamento argentino. 

Las evaluaciones de la Misión Militar Francesa al Brasil coincidían. En un informe confidencial, el general Maurice Gamelin observaba que, en Rio Grande do Sul, el Brasil se encontraba " en infériorité flagrante ". Los británicos comentaban que convertir los soldados brasileños en algo parecido a un ejército era " a lost cause ". Y las conclusiones del agregado militar norteamericano, en 1925, eran similares. Hilton, Frank McCann y Gary Frank, los principales estudiosos de la dimensión militar de esta materia, coinciden en que esta situación se mantuvo durante toda la década de 1930. 

El punto de inflexión fue la Segunda Guerra Mundial. A partir de esa instancia crucial, Estados Unidos, la gran potencia en ascenso, se desempeñó como un árbitro que proporcionaba al país que le resultaba más confiable todo lo que le quitaba al que le parecía sospechoso. 

Este arbitraje tendencioso, favorable a Brasil, comenzó antes del ingreso de Washington en la contienda, pero después de la caída de Francia, cuando ya estaba claro que habría que defenderse de Alemania. El favoritismo fue el fruto de una vieja relación especial entre Estados Unidos y Brasil, cultivada con inteligencia por Itamaraty desde los tiempos del barón de Rio Branco. 

La hora de la verdad llegó en septiembre de 1940, cuando ambos países firmaron un acuerdo por el establecimiento de un polo siderúrgico en Volta Redonda, con financiación norteamericana. A su vez, el oportuno pacto terminó con el juego pendular de Brasil frente a Washington y a Berlín. Según documentos desenterrados por McCann, Estados Unidos adjudicó a la naciente industria del acero brasileña la misma prioridad que a proyectos similares en Estados Unidos. Como consecuencia, un agradecido presidente Getulio Vargas escribió al subsecretario Sumner Welles: "No olvidaré cuánto les debemos a usted y al Departamento de Estado por este feliz resultado". 

En cuanto Estados Unidos ingresó en la guerra, el apoyo a Brasil fue acompañado por una comprensible animadversión militante contra la Argentina, que el historiador Joseph Tulchin llamó "persecución". En las medidas palabras de mi respetado colega Mario Rapoport, nuestra neutralidad descerrajó una política de sanciones por parte de esa potencia. 

Este auténtico boicot, que se documentó por vez primera en mi libro de 1983, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina, 1942-49 , significó privar a la Argentina de todos los insumos necesarios para su desarrollo industrial. Se nos cercó para que no pudiéramos importar combustibles, a la vez que, según documentó Hilton, se otorgó a Brasil la misma prioridad que a Gran Bretaña en materia de importaciones de petróleo. 

A partir de ese momento la actitud favorable a nuestro vecino, que se había jugado con las democracias en la guerra, se acentuó de manera radical. Los documentos norteamericanos exhumados por Hilton permiten aseverar que, en abril de 1945, se decidió en Washington que Brasil debía potenciarse para que "tuviera la misma relación con el continente sudamericano que Estados Unidos tiene con el norteamericano, y reducir a la Argentina al poder relativo de México o Canadá". 

La contracara de esta decisión, que puede consultarse en los documentos publicados por el Departamento de Estado (FRUS 1945, vol. 9), fue la Export Policy I de Estados Unidos hacia nuestro país, del 3 de febrero de 1945, que disponía: "La exportación de bienes de capital debe mantenerse en los mínimos actuales. Es esencial no permitir la expansión de la industria pesada en la Argentina". 

En el ámbito militar, el árbitro obró con la misma decisión. La liberalidad de la legislación norteamericana en materia de apertura de secretos nos permite saber que, hacia principios de 1944, el objetivo de alterar el equilibrio militar entre la Argentina y Brasil se convirtió en una política oficial de Estados Unidos, por razones que no estaban relacionadas con el esfuerzo bélico. 

Por cierto, un memorial del presidente Franklin D. Roosevelt del 12 de enero de ese año es elocuente. Dice: "Estoy totalmente de acuerdo [?] en que deberíamos proceder duramente con la Argentina. Al mismo tiempo, creo que es esencial que nos movamos inmediatamente para fortalecer al Brasil. Esto debe incluir armas y municiones norteamericanas [?] como para darle una fuerza de combate efectiva cerca de la frontera argentina, del orden de dos o tres regimientos motorizados". 

A esas alturas, la suerte estaba echada. Brasil emergería de la Segunda Guerra Mundial como la potencia regional en ciernes de la América del Sur. Y la Argentina surgiría con un conjunto de problemas políticos crónicos que aún no ha conseguido resolver. 

Eventualmente, Brasil se convertiría en una potencia por completo fuera de nuestro alcance. Hechos y procesos posteriores, tanto o más importantes que los que transcurrieron durante el período descripto, acentuarían nuestra declinación. Pero de todos los factores que influyeron en nuestro deterioro relativo, el que he presentado aquí es el que mejor puede documentarse. No es el producto de teorías ni el resultado de conjeturas opinables. 

No obstante, no hemos perdido en todos los planos. Por el contrario, y a diferencia de aquellos tiempos que no deben añorarse, desde hace un cuarto de siglo nuestras relaciones con Brasil se caracterizan más por la cooperación que por la competencia. Hemos superado las hipótesis de conflicto de antaño. Nuestras desavenencias ya no son geopolíticas, sino comerciales, como las que caracterizan a Estados Unidos y Canadá. 

Por cierto, Brasil es una potencia emergente benigna y una de las menos agresivas del orbe. Su presencia en el corazón geográfico de nuestra región ha contribuido a su paz y estabilidad, que es un ejemplo para el mundo. 

Por eso, hoy podemos compararnos con ánimo erudito, sin temor a herir sensibilidades que ya están añejadas. Estas sólo agregan sabor al placer de conocer mejor el valor estratégico de las alianzas. 

Columna publicada en la edición del 10 de julio de La Nación.

jueves, 29 de enero de 2015

SGM: Grecia pide que Alemania le pague una antigua deuda

Grecia podría exigir a Alemania la deuda de la Segunda Guerra Mundial
TOBIAS SCHWARZ / AFP



La comisión de expertos, designada por el Ministerio de Finanzas de Grecia, presentó un informe que indica que Alemania tiene una deuda de 11.000 millones de euros ante Grecia desde la Segunda Guerra Mundial, según la revista alemana 'Der Spiegel'.
Cuando Grecia fue ocupada por las tropas nazis, las autoridades alemanas recurrieron a un préstamo forzoso de 1,5 billones de dracmas griegos para la propia Alemania y la Italia fascista. El país tenía que comenzar a devolver la deuda después de la guerra, pero sus resultados impidieron que Hitler y Mussolini cumplieran con sus obligaciones.

Los expertos destacan que el préstamo forzoso debe considerarse independientemente de los requisitos para el pago de las reparaciones de guerra. Según las estimaciones más conservadoras del país heleno, Alemania debe a Grecia más de 100.000 millones de euros en compensación por los daños sufridos durante la Segunda Guerra Mundial.

No obstante, los historiadores y economistas opinan que mientras que el pago de las reparaciones es una cuestión muy controvertida, el pago del préstamo forzoso es una demanda legítima, escribió el semanario alemán.

Actualidad RT

miércoles, 28 de enero de 2015

Nazismo: La barbarie femenina en los campos de concentración

La sanguinaria guardia nazi que disfrutaba descuartizando a los presos con un hacha
MANUEL P. VILLATORO@ABC_ES / MADRID

Dorothea Binz, a quien se le atribuyen más de 100.000 asesinatos, fue una de las mujeres más crueles del campo de concentración de Ravensbrück
La sanguinaria guardia nazi que disfrutaba descuartizando a los presos con un hacha


Dorothea Binz (en el centro) junto a sus compañeras de las SS

Una bella mujer de pelo rubio y ojos claros que, en apariencia, era absolutamente honrada e inocente. Esta es la definición que, tras un breve vistazo, se podría dar de Dorothea Binz. Pero la realidad es bien distinta, pues esta alemana tiene el infame honor de haber sido una de las guardias nazis más sanguinarias del campo de concentración de Ravensbrück y de la Segunda Guerra Mundial. El título –desgraciadamente- no se le queda corto, pues disfrutaba golpeando hasta la extenuación a las reclusas e, incluso (y en algunos casos) descuartizándolas con un hacha. Todo ello, bajo la bendición de Adolf Hitler.

Con todo, y a pesar de ser una de las guardias más sanguinarias de la época, Dorothea Binz no era la única mujer que daba rienda suelta a sus más bajos instintos amparándose en la bandera y la esvástica nazi. De hecho, las atrocidades de muchas de ellas han quedado guardadas en la memoria colectiva de la historia del holocausto con un único objetivo: que nadie se olvide del infierno por el que tuvieron que pasar los miles de prisioneros judíos que fueron deportados a los campos de concentración. Sus nombres serán también difíciles de olvidar: Ilse Koch, María Mandel y un largo, pero que muy largo, etcétera.

Cuando el diablo vino al mundo

Dorothea Theodora Binz (más conocida como «la Binz» por los presos) vino al mundo el 16 de marzo de 1920 en una pequeña ciudad ubicada al noroeste de Alemania. Nacida en una familia de clase media, su infancia estuvo marcada por los usuales cambios de localidad que llevaba a cabo su familia. Por causas desconocidas abandonó la escuela cuando apenas contaba 15 años y comenzó a trabajar como ama de llaves. Posteriormente, desempeñó labores como lavaplatos. Todo ello, con el objetivo de ganar el dinero necesario para poder salir adelante junto a su familia. Por entonces no era todavía más que una niña inocente, pero eso cambiaría rápido.

Como muchos alemanes, Binz vivió en primera persona el ascenso de Adolf Hitler al poder en 1932 mediante el NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán). Por entonces no era más que una niña que, seguramente, apenas se enteraba de qué sucedía en las altas esferas de la política. Tampoco tendría constancia, por lo tanto, de los discursos en los que éste cargaba contra la población judía y contra aquellos que -según afirmaba- habían llevado a Alemania a la miseria mediante el tratado de Versalles. Con todo, no tardó mucho en verse atraída –ya fuera debido al dinero o a la ideología- por la llamada del Führer.

Así pues, y al igual que otros tantos, Binz se alistó en el verano de 1939 (apenas una semana antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial) en las SS. No tardó mucho en recibir su primer destino. El mismo 1 de septiembre, la jornada en que los soldados de la «Wehrmacht» (el ejército de tierra alemán), de la «Kriegsmarine» (la marina) y de la «Luftwaffe» (la fuerza aérea) pisaron suelo polaco, esta joven fue enviada al campo de concentración de Ravensbrück con apenas 19 veranos tras sus jóvenes espaldas. Aquí fue donde comenzó el cambio de Dorothea que, sin saber cómo, a los pocos meses pasaría de lavar platos a torturar hasta la muerte a centenares de prisioneras con una única y pobre excusa: no habían nacido en Alemania.

El campo de concentración de Ravensbrück

El primer campo de concentración que pisó Binz fue el de Ravensbrück, ubicado a menos de 100 kilómetros de Berlín y creado a finales de 1938 con el objetivo de albergar a todo aquel que Adolf Hitler considerara indigno y no perteneciente a la raza aria. Establecido en principio como una cárcel para mujeres (aunque al final de la Segunda Guerra Mundial contaba también con un espacio para varones y niños) vio pasar por sus muros a más de 130.000 prisioneros, Poco más de la mitad de ellos sobrevivirían a su cautiverio y a las torturas y experimentos científicos que allí se llevaban a cabo.


Ravensbück era la perfecta escuela para las mujeres de las SS


Con todo, si por algo se hizo famoso Ravensbück fue por hacer las veces de escuela para todos los guardianes y guardianas de las SS (estas últimas, conocidas con el título de «aufseherin»). «Las “aufseherin” eran equiparables a los soldados rasos de las SS nazis. Eran personal de las SS, pero no podían formar parte del ejército como tal por la normativa, por ello tenían –entre otras cosas- un uniforme distinto. Sus objetivos eran, también, otros», explica, en declaraciones a ABC, Mónica González Álvarez, periodista y escritora y autora de «Guardianas nazis. El lado femenino del mal».
Y es que, en este campo se entrenaban todas aquellas «aufseherin» que serían trasladadas posteriormente a otros lugares como Auschwitz. «En Ravensbrück, en lugar de enseñarles como se debía administrar un campo (cómo limpiar las cocinas, hacer que funcionase de forma efectiva el lugar o cómo tratar a los prisioneros) aprendían las diferentes formas de pegar, apalear y asesinar a los presos, además de todo lo referente al tema de los hornos crematorios. Todas las alemanas que pasaban por allí estaban destinadas a maltratar, humillar y en última instancia matar a cualquier preso que pasara por el campo de concentración», completa la experta.

Rienda suelta a la crueldad

Junto con la entrada de Binz a Ravensbrück, llegaron también los primeros centenares de prisioneras al lugar. Cuando arribaron, esta sádica alemana se percató de cuál era su verdadera vocación dentro del campo de concentración: torturar presas en el búnker de castigo. Allí, junto a su mentora (María Mandel, apodada «La bestia») disfrutaba atormentando tanto a los hombres como a las mujeres que hubieran cometido la imprudencia de desobedecer las normas del lugar.

La sanguinaria guardia nazi que disfrutaba descuartizando a los presos con un hacha

Durante los años siguientes, Binz cometió todo tipo de tropelías que iban desde abofetear a las prisioneras, hasta asesinarlas a base de golpes. No en vano se le atribuyen las muertes de más de 100.000 prisioneros entre mujeres y niños. «En una ocasión, la guardiana vio que había una presa que, extenuada, se cayó al suelo. En ese momento, Binz se acercó, la abofeteó y cogió un hacha con la que rajó y descuartizó su cuerpo. Después se levantó y, al darse cuenta de que se había manchado sus botas negras de sangre, cortó un trozo del vestido de la fallecida para limpiarlas. Cuando terminó, se subió su bicicleta y, como si nada hubiera pasado, volvió al campo de concentración», añade González Álvarez.


Campo de concentración de Ravensbrück WIKIMEDIA


Para Binz, la violencia era una práctica habitual. De hecho, disfrutaba hasta tal punto con las torturas que las llamaba el «placer malévolo». Entre ellas, sus preferirías eran las bofetadas y las flagelaciones. A su vez, solía entrenar a sus pastores alemanes para que, a una orden suya, se lanzaran sobre los presos y les desgarraran la carne hasta la muerte. «En otra ocasión estaba paseando por el campamento cuando una prisionera se cayó al suelo agotada. Al ver el hecho, ella –que iba en bicicleta- pedaleó todo lo rápido que pudo y arrolló a gran velocidad a la presa en varias ocasiones. Después soltó a los perros para que la destrozaran», completa la experta. Era, en definitiva, una hija predilecta del nazismo y una amante de los actos infames que sus representantes llevaron a cabo en media Europa.
Con todo, y a pesar de que en el campo de concentración era un lugar donde Binz derrochaba dosis de sadismo y violencia, su edificio favorito de Ravensbrück nunca dejó de ser el búnker de castigo. Ni siquiera cuando fue ascendida en 1944 a «ober aufseherin» (ayudante en jefe de la mano de obra) y «stellvertretende oberaufseherin» (adjunta de la supervisora jefe) solía separarse mucho de él. La razón era sencilla: no quería renunciar al «placer» de acabar con la vida de los prisioneros que, temerosos, no se atrevían apenas a mirar su cara.

«Binz trabajaba en el búnker de castigo. Allí, una especie de granero comido por la humedad, perpetraba flagelaciones de hasta 100 latigazos. Solía someter a estas penas a las prisioneras que no hubiesen hecho lo que debían (lo que abarcaba desde comer un mendrugo de pan que se hubiese caído de un camión, hasta no llevar el uniforme bien ataviado). Una vez en el búnker, las desnudaba -todo ello a menos de 20 grados bajo cero- y las flagelaba con un látigo. Siempre tenían la misma norma: cada presa debía contar en voz alta el número de latigazo que era. Ninguna aguantaba más de unos pocos. Después de esto las sacaba fuera del búnker, donde las rociaba con agua fría para que muriera de frío a la intemperie», finaliza González Álvarez.

Parecía que Binz sólo había sido puesta en el mundo para maltratar a los prisioneros y, curiosamente, para dar cariño a su novio, el miembro de las SS (y también destinado en el campo) Edmund Bräuning, adjunto del comandante Rudolf Höss. Con él, para asombro de todos los presos, demostraba una delicadeza que nunca manifestaba con aquellos a los que consideraba inferiores.

Sólo hubo una ocasión en la que los prisioneros creyeron ver algo de humanidad en Binz. «Era la Navidad de 1944. Cómo había comunistas y católicos se celebraban dos fiestas en el campo de concentración. Ella acudió a una en la que varios niños iban a presencia una obra de teatro. El problema es que, repentinamente, los pequeños comenzaron a llorar. Ella se dio cuenta de la situación y debió sentirse compungida, pues abandonó automáticamente la sala. Es como si se le hubiese ablandado el corazón. Quizás sabía que la mayoría de ellos iban a morir posteriormente en las cámaras de gas, aunque es algo imposible de corroborar», añade la experta.

Los últimos días de «la Binz»

La vida fue apacible para Dorothea durante los siguientes años. Y es que, como una de las mayores responsables del campo que era, nunca le faltaron todo tipo de riquezas. Desde mullidos colchones hasta comida de gran calidad –todo cortesía de los judíos a los que saqueaban-. Se podría decir que vivió entre lujos hasta que, en 1944, los aliados comenzaron a avanzar hacia el interior de Alemania. En ese momento la felicidad nazi pasó a convertirse en desesperación y se inició una campaña masiva de destrucción de todos los documentos que hablaran de la temible «Solución final» (el asesinato masivo de judíos).

Binz murió en la horca en 1947 por sus terribles crímenes
Junto con la quema de documentos, muchos campos de concentración ubicados a la afueras de Alemania comenzaron a trasladar a sus presos al interior del país para que, en el caso de que la región fuese capturada, no pudiesen contar nada de sus terribles prácticas al enemigo. Ravensbrück no fue una excepción. «Más de 20.000 presos participaron en una “marcha de la muerte” en la que se pretendía trasladarlos hasta el interior de Alemania. Esto fue a finales de abril de 1945 y, tan sólo tres días después, se liberó el campamento. Muchas de las reos que participaron en las marchas fallecieron, y todas las que cayeron fueron abandonadas en las cunetas. En ella iba, como no podía ser de otra forma, Binz», destaca la periodista y escritora.
Según varias fuentes, durante el camino Binz trató de escapar dejando a un lado su uniforme nazi, pues sabía lo que representaba para los aliados. Por suerte, fue capturada el 30 de abril en Hamburgo por las tropas aliadas. Posteriormente fue juzgada, al igual que cientos de sus compañeras, por crímenes de guerra y maltrato y asesinato de los prisioneros. Según explica González Álvarez, durante el juicio su abogado le preguntó por qué había cometido aquellas atrocidades contra las prisioneras, a lo que ella respondió: «Creo que prefieren eso a ser privadas de su comida, o algo más». Esta fue una de las últimas palabras que pronunció la que, a día de hoy, es considerada como una de las guardianas nazis más crueles del Tercer Reich. Finalmente, fue condenada a morir en la horca el 3 de febrero de 1947.


Dos preguntas a Mónica González Álvarez
M.P.V.
Mónica Álvarez García es periodista, escritora y guionista de radio y televisión. En su currículum tiene el haber elaborado «Guardianas nazis. El lado femenino del mal», un libro que aúna en español una amplia documentación relacionada con todas aquellas mujeres que se pusieron al servicio de Hitler a partir de 1939. Experta en historia, conspiraciones y nazismo, ha escrito también «Cuentos hindúes. Desde el Índico a los Himalayas» o «Las Claves de Inferno de Dan Brown».
1-¿Cuál era el objetivo de las vejaciones realizadas por los nazis en los campos de concentración?
El planteamiento de los nazis era imponerse a aquellos que consideraban inferiores, y eso lo hacían de dos formas: privándoles de comida y maltratándolos (tanto psicológica como físicamente).
2-¿Qué opina de aquellos que afirman que éstas atrocidades debeían ser olvidadas?
Hice «Guardianas nazis» para que todo el mundo supiera la verdad de los terribles hechos que sucedieron en uno de los peores momentos de la civilización. Los crímenes deben salir siempre a la luz, me da igual la ideología o la religión que tengan los perpetradores. Hay que conocer siempre la verdad, ese es mi lema