domingo, 23 de junio de 2019

Genocidio de Ruanda: Belgas y alemanes crean la división de tribus hermanas

Cuando alemanes y belgas crearon el enfrentamiento más sangriento entre tribus hermanas


Por Urgente24

Hace 25 años, el 7/04/94, comenzaba uno de los genocidios más sangrientos de la historia de la humanidad: el genocidio Ruandés. En este país de África se llevó a cabo una terrible guerra civil entre dos tribus hermanas que se llevó más de 800 mil vidas y duró muchos meses. Hoy (7/04/2019), el presidente actual del país, Paul Kagame, recordó a las víctimas del genocidio caídas en batalla, y pidió a los jóvenes transformar el país, conformado 60% de menores de 30 años.





Todo comenzó con la división del país entre dos tribus hermanas: Hutu y Tutsi. Ambos pueblos hablaban el mismo idioma, el Kinyarwanda y compartían las mismas tradiciones. Inclusive han habido estudios científicos y genéticos que probaban que su linaje era el mismo.



En un principio, antes de la colonización alemana, lo único que los diferenciaba era que unos eran agricultores y los otros eran ganaderos. Pero con la llegada de los colonizadores alemanes en el año 1885, cuando Ruando comenzó a formar parte de la colonia África oriental Alemana, comenzaron las verdaderas discrepancias.

Los alemanes creían que los tutsi eran superiores a nivel racial en comparación con los hutu y dejaron en sus manos el gobierno de la región, cuestión que continuó cuando los belgas tomaron el país luego de la Primera Guerra Mundial, sin importar que el 90% de la población fuera de origen Hutu. Incluso, se introdujeron los carnés de identidad (cual holocausto), donde cada uno debía poner su nombre junto con su origen étnico.

Colonizadores belgas junto a Tutsis

Esto generó más y más conflicto entre ambas etnias, generando un odio contra la injusticia por parte de los hutu, que se organizaron en pos de sus derechos y que a partir de un incidente entre jóvenes tutsis contra un líder hutu se produjo una revuelta popular hutu que comenzó a esparcirse con la quema de propiedades junto al asesinato de varios tutsis, que ocurrió en 1959, haciendo que los tutsi deban exiliarse en países cercanos como Uganda, Burundi y Zaire.



Al ver esta situación y cómo cada vez iba haciéndose más sangrienta y peligrosa, la ONU declaró la amnistía entre los pueblos en el año 1961, lo que dio un respiro momentáneo al conflicto.

Sin embargo, los tutsis que huyeron decidieron crear un movimiento para regresar, esta vez con entrenamiento militar llamado Frente Patriótico Ruandés, que entró al país en 1990 dispuesto a tomarlo por la fuerza.

En el país estaba gobernando un hutu llamado Juvenal Habyarimana, quien había llegado en 1973 al poder tras un golpe de Estado, y fue reelegido en 3 ocasiones. Sus fuerzas militares se enfrentaron al grupo revolucionario tutsi y comenzó una guerra civil que estuvo frenada por un intento de paz que presentaba la posibilidad de dejar a los tutsi formar parte del país de nuevo.

Juvenal Habyarimana

Esto falló porque la fiebre anti-tutsi se propagó entre los hutu que temían la toma del poder por parte de los otros y los medios de comunicación que incitaban el odio y asesinato a aquellos que no fueran hutu.

Todo esto estalló por los aires en abril 1994, cuando un avión en el que viajaba el presidente Juvenal se desplomó con un arma de fuego, donde murieron todos los pasajeros a bordo.


Restos del avión donde viajaba Juvenal

Los militares acusaron al Frente Patriótico Ruandés pero estos no se hicieron cargo y hasta el día de hoy no se sabe quiénes perpetraron este asesinato.

El punto es que ese fue el día del que no hubo retorno: comenzó el genocidio más grande de la historia africana, que duró 3 meses y se llevó la vida de 800 mil tutsis y también de hutus moderados. De cualquiera que no se expresara abiertamente contra los tutsis y a favor de su asesinato corrían el riesgo de ser llevados por el mismo camino. No solo el asesinato sino también las violaciones, secuestros y esclavitud de las mujeres tutsi.

Además, los hutu no permitían el entierro de los cuerpos tutsi. Dejaban sus cadáveres expuestos en el lugar donde morían o los dejaban ir en el río que iba hacía Etiopía, porque de ahí pensaban que venían los antecesores de esta tribu.

Paul Kagame, actual presidente y líder del (ahora partido político) Frente Patriótico Ruandés (tutsi) respondió junto a sus tropas con una ofensiva militar fuertísima contra los hutu responsables del genocidio, venciendo sus tropas y tomando el poder en julio de 1994.

Dos millones de hutu se autoexiliaron en Zaire tras la victoria de Kagame y trataron de hacer golpes de Estado que no funcionaron, hasta que dejaron de intentar.

Incrustar el vídeo Ruanda pide a su juventud transformar el país 25 años después del genocidio Reproducción automática ON OFF

Actualmente, el gobierno de Ruanda de la mano de Paul Kagame cambió totalmente su estructura y su base de racismo étnico. El presidente eliminó los carteles y las etnias y basó su política en reconstruir un país que quedó en ruinas tras el genocidio. Hoy en día el 60% de la población ruandesa es menor de 30 años, por eso mismo hoy, a 25 años del genocidio, el dirigente dio un discurso en donde le pidió a los jóvenes transformar el país, recordó a las víctimas y marcó 100 días de luto para el duelo y respeto de las mismas.

sábado, 22 de junio de 2019

Biografías: Adolfo Alsina

Adolfo Alsina: la sorprendente vida de un político muy querido para su época que combatió a los malones y tuvo una muerte trágica

Durante su infancia vivió el exilio por la persecución de Rosas a su familia. De regreso en la Argentina, fue diputado, vicepresidente y ministro de Guerra hasta su trágico final


Por Luciana Sabina | Infobae

  Adolfo Alsina fue una figura clave en la historia argentina

Alto, musculoso, de facciones viriles, recias espaldas y conductas sueltas, desde mediados del siglo XIX Adolfo Alsina lució su oscura y desprolija melena por cada esquina porteña. Llevaba el paso impetuoso y seguro ante el que se rinden los pueblos. Rescatar la historia de una figura de su talla -fue gobernador de la provincia de Buenos Aires, fundador del Partido Autonomista en 1862 y vicepresidente durante el mandato de Domingo Faustino Sarmiento– resulta un buen camino para comprender con mayor profundidad las bases de la vida política del país.

En 1835, siendo un niño de 6 años, escapó de Juan Manuel de Rosas junto a su familia. Lo hizo en barco, escondido bajo la capa de su madre. Como a tantos argentinos Montevideo le abrió sus puertas. Quizá allí el exilio dolía menos. Contaba con apenas 10 años cuando supieron que el Restaurador había mandado a asesinar a su abuelo materno, Vicente Maza, y a fusilar a un tío. El drama familiar parecía no tener fin: poco después la abuela de Alsina decidió suicidarse. La trágica noticia llegó de manos del mismísimo general Juan Lavalle, también exiliado en Uruguay.

Recién tras la caída de Rosas, hacia 1852, la familia logró regresar a Buenos Aires. Una ciudad a la que el pequeño Adolfo recordaba tenuemente, pero que pronto hizo suya.

La pluma del escritor Octavio Amadeo permite imaginarlo por entonces: "(Adolfo) Tenía una de esas almas desbordantes, que salen de la madre, como ciertos ríos para fecundar otras almas que hubieran sido estériles. Por donde él pasaba, nadie quedaba indiferente; el efecto o el encono levantaban sus pechos, como se agitan las aguas cuando pasa un Leviatán (…) El alma de Alsina siempre estaba, como su casona, con todas las puertas abiertas, llena de sol y de amigos. Se acostaba a la madrugada. Sin ser un jugador, tenía esa afición a las cartas que ha hecho perder tanto tiempo y salud a muchos de nuestros hombres públicos".

  “Por donde él pasaba, nadie quedaba indiferente”, señaló el escritor Octavio Amadeo sobre Alsina

Sobre su aspecto, Amadeo señala: "Conservaba de su viaje a Francia aquella célebre galera anticuada. Era un 'tic', como el de otros es la levita, una barba o una idea vieja. Alsina era casi tan alto como Pellegrini, ágil (…) moreno, de pelo abundante echado hacia atrás y rociado con agua florida, era algo desprolijo en su vestir externo, pero lujoso y pulcro en su ropa blanca. Alsina llegaba derecho al corazón del pueblo (…) Tenía ese magnetismo misterioso que orienta todas las agujas hacia el mismo norte".

Tras la batalla de Pavón —donde combatió contra las fuerzas de Justo José de Urquiza— fue electo diputado. Tenía entonces 33 años. Era sólo el comienzo. En mayo de 1866 se convirtió en gobernador de Buenos Aires, como lo habían sido su abuelo materno y su padre, Valentín. A pesar de ser opositor, apoyó al entonces presidente, Bartolomé Mitre, y facilitó parte del financiamiento para la Guerra del Paraguay desde la gobernación bonaerense.

El siguiente gran paso fue llegar a la vicepresidencia del país. Las elecciones de 1868 se llevaron a cabo de forma ordenada. Por entonces los votos eran muy pocos —porque se elegía el cargo presidencial a través de electores— y el recuento quedaba en manos del Congreso.



Aunque Alsina fue diputado, vicepresidente, gobernador de la provincia de Buenos Aires, varios lo recuerdan por la célebre “zanja” que ideó

Finalizando la sesión, el viejo Valentín Alsina se echó a llorar emocionado. Le tocaba comunicar los resultados y no pudo terminar de pronunciar el nombre de su hijo. Fue el senador Ángel Elías quien terminó comunicando la fórmula ganadora: Sarmiento era el nuevo presidente y Adolfo Alsina su flamante vice.

Conducir el país junto al prócer sanjuanino no fue tarea fácil. Al respecto escribió el historiador Ricardo Rojas: "El nuevo presidente no tardó en reñir con su vice (…) hombre también aficionado a mandar. Enfriadas las relaciones por una cuestión de ascensos militares, Sarmiento habría dicho algo como esto: 'Se quedará a tocar la campanilla del Senado durante seis años, y lo invitaré de tiempo en tiempo a comer para que vea mi buena salud'. Mala manera de empezar…".

Finalizando la sesión, el viejo Valentín Alsina se echó a llorar emocionado. Le tocaba comunicar los resultados y no pudo terminar de pronunciar el nombre de su hijo. Fue el senador Ángel Elías quien terminó comunicando la fórmula ganadora: Sarmiento era el nuevo presidente y Adolfo Alsina su flamante vice


Sarmiento logró marginarlo y prácticamente anularlo durante los años de gobierno. De todos modos la impronta de Alsina no se vio afectada. El hombre representaba a las clases bajas de Buenos Aires. La sola mención de su nombre despertaba mucho entusiasmo entre los desposeídos.


  Adolfo Alsina fue vicepresidente durante el mandato de Sarmiento

La juventud estudiantil y los intelectuales también simpatizaban con él. Era tan popular que, según los investigadores Guillermo Gasio y María San Román, para librarse de aquél verdadero acoso solía salir y entrar de su casa —en la actual calle Alsina— escondido en el carruaje.

Terminando el periodo presidencial de Sarmiento, Alsina aspiró a convertirse en próximo primer mandatario. Pronto entendió que no tenía los votos suficientes para imponerse y concretó una alianza con Nicolás Avellaneda. Al asumir éste último, se convirtió en su ministro de Guerra.

Sarmiento logró marginarlo y prácticamente anularlo durante los años de gobierno. De todos modos la impronta de Alsina no se vio afectada. El hombre representaba a las clases bajas de Buenos Aires. La sola mención de su nombre despertaba mucho entusiasmo entre los desposeídos

La relación entre ambos fue excelente. Un episodio en particular lo refleja. El 4 de julio de 1876, con motivo de los festejos de la independencia estadounidense, el presidente estuvo al borde de ser atacado en plena calle. Alsina, que era un hombre corpulento, enfrentó a la multitud protegiéndolo.

Desde su ministerio buscó combatir los malones. Ideó correr progresivamente la línea de frontera construyendo un foso que cubriría kilómetros. Para esto contrató al ingeniero francés Alfredo Ebelot, quien planificó y dirigió la creación de la famosa "Zanja de Alsina".

Para la construcción de la “Zanja de Alsina” fue convocado el ingeniero francés Alfredo Ebelot

La zanja se construyó con dos metros de profundidad y tres de ancho. Todavía hoy puede observarse en algunas zonas. Contaba con una defensa lateral hecha con la tierra extraída. La ventaja principal del foso consistió en que los aborígenes no podían llevarse el ganado. Paralelamente fueron fundados algunos pueblos, se construyeron ciento nueve fortines y se plantaron doscientos mil árboles.

Además se fue incorporado un novedoso tendido telegráfico para comunicarse en cada punto. Hasta entonces los soldados avisaban a otros de alguna invasión con un cañonazo.

La respuesta de Julio Argentino Roca —por entonces subalterno inmediato de Alsina— fue rebatirlo y presentar un plan opuesto. Pero terminó siendo rechazado. En una carta personal Roca escribió: "¡Qué disparate la zanja de Alsina! Y Avellaneda lo deja hacer. Es lo que se le ocurre a un pueblo débil y en la infancia, atacar con murallas a sus enemigos. Así pensaron los chinos y no se liberaron de ser conquistados por un puñado de tártaros, insignificantes, comparado con la población china".

El ministro de Guerra no se inmutó ante las críticas que se multiplicaban en la prensa, donde lo llamaban "cobarde", y siguió con sus planes. Lamentablemente en una de las visitas a la frontera se intoxicó y comenzó su lenta agonía. El golpe fue grande: con 48 era el hombre político del momento.

Julio Argentino Roca fue subalterno de Alsina y se opuso a la zanja

Padeció durante días postrado en una cama. El 28 de diciembre Avellaneda escribió en sus anotaciones personales: "Adolfo Alsina está agonizando. Delira y da voces de mando a las fuerzas de la frontera. Esta mañana tuvo un momento lúcido y pronunció dos veces mi nombre, llamándome con palabras de cariño. No ha recordado a ninguna otra persona".

Un amigo personal del político, Eduardo O'Gorman —sacerdote y hermano de la desdichada Camila— le dio la extremaunción. El pueblo comenzó a agolparse en las cercanías, incrédulo y triste. Alsina murió poco después, en diciembre de 1877.

Ebelot dejó una serie de textos entre los que relata aquel momento. "Apenas había dado el último suspiro -escribió- y ya no se podían contener las oleadas de la multitud que colmaba los lugares adyacentes. Miles y miles de admiradores desconocidos querían contemplar por última vez sus rasgos. Desfilaban sollozando por la cámara mortuoria. Un viejo negro, arrojando sobre él al pasar su pañuelo empapado en lágrimas exclamó: '¡Doy todo lo que tengo, mis lágrimas!' Sus funerales fueron un duelo público. La pompa oficial, con sus salvas y sus uniformes, se perdía en la imponente manifestación de los lamentos del pueblo. Esta emoción tan profunda es el más bello elogio hecho al doctor Alsina y la explicación de su poder. Lo obedecían porque lo amaban".

Algunos lograron acceder al cadáver y cortaron mechones de su melena para guardarla como recuerdo, otros lo perfumaron o vistieron. El fanatismo que despertaba era tal que al conocer la noticia uno de sus custodios se suicidó.

Los restos del prócer —ya embalsamados— fueron llevados bajo una intensa lluvia a la Catedral metropolitana, donde fue velado el último día de 1877.

La actual Plaza de Mayo, atril indiscutible de nuestra historia, amparó a aquella multitud lúgubre. Desde allí partieron hacia el cementerio de Recoleta. A la cabeza marchó caminando el presidente.

Algunos lograron acceder al cadáver y cortaron mechones de su melena para guardarla como recuerdo, otros lo perfumaron o vistieron. El fanatismo que despertaba era tal que al conocer la noticia uno de sus custodios se suicidó

Según el historiador Enrique de Gandía, unas cincuenta mil personas fueron parte del cortejo fúnebre. Así despidió Buenos Aires a uno de sus hijos más amados que curiosamente —a pesar de tanta popularidad— pasó a la historia por una "zanja". Ninguno de sus contemporáneos lo hubiese creído posible.

Roca ocupó inmediatamente el puesto vacante e impuso un nuevo plan conocido como "Conquista del Desierto". El éxito de esta acción terminó abriéndole las puertas hacia una presidencia que meses antes todos creían destinada a Alsina.

viernes, 21 de junio de 2019

Ruanda: Cuatro claves para entender el genocidio

Veinticinco años del genocidio de Ruanda: cuatro claves para entenderlo





El asesinato del presidente desencadenó la peor masacre cometida jamás en África


La Vanguardia

El 6 de abril de 1994, el presidente de Ruanda, Juvénal Habyarimana, murió al ser derribado por un misil el avión en el que viajaba antes de aterrizar en Kigali. Su asesinato desencadenó un genocidio, el peor cometido jamás en África. Perpetrado en apenas 100 días, causó la muerte de entre 800.000 y un millón de personas, la mayoría de etnia tutsi a manos de “elementos” hutus, de manera “planificada, sistemática y metódica”, según denunció la ONU.

Hoy, veinticinco años después, el país recuerda a las vidas perdidas en el genocidio con unos actos conmemorativos que persiguen evitar que caiga en el olvido. Para ello es necesario echar un vistazo al pasado y comprender cuáles fueron las claves que desencadenaron el grave conflicto entre hutus y tutsis.

Los orígenes del conflicto entre hutus y tutsis

La población de Ruanda, excolonia belga en África Oriental, está compuesta en un 85 % por habitantes de etnia hutu y en un 15 % por tutsis, quienes integran esta nación de unos 12 millones de habitantes. Las rivalidades étnicas datan de la época colonial, de cuando Ruanda se encontraba bajo el mando de Alemania (1894) para pasar después a ser controlada por Bélgica a partir de 1916.

Fue en ese período cuando se produjeron las primeras divisiones políticas entre hutus (agricultores) y tutsis (pastores) al recibir estos últimos -aunque minoritarios- más privilegios por parte de su metrópoli. Los tutsis detentaron el poder durante décadas, pero ante sus demandas de independencia, Bélgica comenzó a favorecer a los hutus, que derrocaron a la monarquía tutsi en las revueltas de 1959.

Años después, los hutus vieron reforzada su posición con la llegada al poder del hutu Juvénal Habyarimana, quien se convertiría así en el nuevo presidente, mediante un golpe de Estado en 1973, algo que nunca aceptaron los tutsis.

El detonante del genocidio

La noche del 6 de abril de 1994, el avión en que viajaban los presidentes de Ruanda, Juvenal Habyarimana (hutu), y de Burundi, Cyprian Ntayamira, fue alcanzado por dos misiles en el momento en que se disponía a aterrizar en el aeropuerto ruandés de Kigali, causando la muerte de ambos líderes.

Pocas horas más tarde, se desencadenó la tragedia. Entre 800.000 y un millón de personas, en su mayoría tutsis, fueron masacradas -principalmente a machetazos- por milicias hutus extremistas, soldados y la propia población civil. Entre las víctimas mortales destacan también hutus moderados y, según cifras de las Naciones Unidas, al menos 250.000 mujeres ruandesas, sobre todo de la etnia tutsi, fueron a su vez violadas.

El intervalo de esta masacre se prolongó desde el 7 de abril hasta mediados de julio de 1994, cuando se formó un Gobierno de Unidad Nacional con Pasteur Bizimungu (hutu) como presidente y Paul Kagame (tutsi) como vicepresidente.


El Tribunal Penal Internacional para Ruanda

El 8 de noviembre de 1994, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el estatuto del Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR) encargado de investigar el genocidio con 13 votos a favor, la abstención de China y el voto en contra de Ruanda, que se oponía a que el tribunal pudiera dictar pena de muerte. Pese a todo, el TPIR se estableció en la ciudad tanzana de Arusha y comenzó sus trabajos en 1995.

El 2 de septiembre de 1998 se produjo la primera sentencia de este tipo en la historia de la humanidad, cuando el TPIR declaró a Jean Paul Akayesu culpable de instigar el asesinato de 2.000 tutsis en Taba, ciudad de la que era entonces alcalde.

Desde su creación y después de 21 años en funcionamiento, a fecha de diciembre de 2015, el TPIR ha dictado 93 sentencias condenatorias individuales, que incluyen -entre otros perfiles- a militares, políticos, religiosos, milicias y miembros de la radio-televisión Mil Colinas, entre otros medios.

Además, el doble magnicidio que dio pie al genocidio nunca fue esclarecido, y aunque una investigación francesa apuntó al actual presidente Paul Kagame como inductor, éste siempre lo ha negado.

Los otros tribunales: el Supremo y los “gacaca”

En paralelo al TPIR, confluyeron dos tribunales más en Ruanda: uno promovido por el Gobierno y otro popular conocido como los juzgados “gacaca”. El Tribunal Supremo procesó a más de 55.000 detenidos y cuando se constituyó esa corte, el 17 de octubre de 1995, el entonces presidente ruandés, Pasteur Bizimungu, pidió que se distinguiera entre quienes planificaron el genocidio, propagaron el odio y ejecutaron las órdenes, pues entre los detenidos había niños acusados de asesinato.

A su vez, los tribunales populares juzgaron hasta su cierre oficial en 2012 a casi dos millones de personas en medio de las críticas por su parcialidad de la comunidad internacional.

Cerca de 5.000 condenados por estos tribunales apelaron a juzgados ordinarios del país entre 2013 y 2017, alegando que sufrieron un “juicio injusto”.

jueves, 20 de junio de 2019

Guerra de la Independencia: Gervasio Dorna, el novio de Remedios que murió en Vilcapugio

Por una pena de amor se fue a la guerra: la historia del hombre que Remedios dejó por San Martín 

Gervasio Dorna, uno de los solteros más codiciados de la época, estaba a punto de casarse con la joven Remedios, hasta que la llegada del futuro Libertador de Amérca cambió su vida


Por Adrián Pignatelli | Infobae


 


Cuando José de San Martín regresó a Buenos Aires, en marzo de 1812, para dar comienzo a su plan de liberar a América del yugo español, seguramente no estuvo en sus cálculos que el impacto que causara en la jovencísima Remedios sería la desgracia de uno de los hijos de una respetable familia porteña, Gervasio Dorna. Infobae reconstruyó su corta existencia a partir de varios testimonios, entre ellos de Gervasio Videla Dorna, descendiente directo de aquel muchacho que, según la tradición familiar, se hizo matar por amor. Esto fue lo que ocurrió.

Gervasio Antonio Josef María Dorna nació en Buenos Aires el 18 de junio de 1790. Sus padres eran Antonio Dorna, un andaluz que había hecho fortuna en estas tierras y Pascuala Sosa. Al año siguiente nacería María Sandalia Antonia Rosa. Como era un matrimonio católico practicante, el nombre Sandalia refería a una siete prendas de la Virgen.

Hay un libro que brinda interesantes datos escrito por Maud de Ridder de Zemborain, Antonio Dorna y su tiempo, del que reproducimos datos biográficos claves del personaje en cuestión.

Cuando los ingleses invadieron Buenos Aires en 1806 Gervasio, con 16 años, se presentó como voluntario y así descubriría su vocación militar. Enrolado en la quinta compañía del segundo batallón de Patricios, en septiembre del año siguiente recibió los despachos de subteniente. Y en noviembre de ese mismo año, le solicitó al virrey Santiago de Liniers que "para desempeñarme con más lucimiento y utilidad y en premio a mis servicios, concederme el grado de teniente, en iguales términos, esto es sin sueldo como hasta ahora ni ningún gravamen de la Real Hacienda". Y Liniers aceptó.

Amor de juventud

Por ese tiempo, Gervasio se enamoró perdidamente de Remedios de Escalada, una adolescente que fue descrita como "una niña no muy alta, delgada y de poca salud". Había nacido en la ciudad de Buenos Aires el 20 de noviembre de 1797 y vivía en la esquina de las actuales calles Hipólito Yrigoyen y Defensa, en una casa conocida como los Altos de Escalada. Su padre, Antonio José Escalada, organizaba allí reuniones y tertulias. Imposible hacer política en aquel tiempo si uno no lograba ser invitado a lo de los Escalada. Seguramente los padres de la chica vieron con buenos ojos esta unión, que enlazaría a dos familias por demás respetables de la ciudad.

 

Mientras tanto, Antonio Dorna continuaba con sus negocios y con la adquisición de grandes extensiones de tierra en San Miguel del Monte. Pero al joven Gervasio no le interesaban las tareas del campo y alternaba su vida militar con el ejercicio del comercio. Instaló una tienda en la calle de Santo Domingo, gracias a un préstamo que le facilitó una de sus tías. Inauguró el negocio el 12 de abril de 1812, donde era posible adquirir telas, vestimenta y armas.

Un mes antes había llegado a Buenos Aires el teniente coronel de caballería José de San Martín. Fue presentado por Carlos María de Alvear en lo de los Escalada, y ahí fue cuando Remedios, una chica de 14 años, solo tuvo ojos para él, que ya contaba 34 años. Y su papá, que había acostumbrado a su hija a cumplirle todos sus deseos, accedió a que se rompiera el compromiso y asumiera uno nuevo, con ese teniente coronel, morocho, de fuerte acento español, que sería resistido por su futura suegra, Tomasa de la Quintana.

El 19 de septiembre, la pareja recibió las bendiciones en la Catedral y el casamiento se celebró el 12 de noviembre de ese mismo año, con luna de miel en una quinta en San Isidro. Y en enero del año siguiente, San Martín partió hacia San Lorenzo.

El que prefirió la muerte a los grillos de la esclavitud

"Desanimado y humillado", lo describió al joven Gervasio la biógrafa de los Dorna. Mantuvo su tienda, aunque tomó una decisión más drástica. Llevando como única compañía al mulato Florentino, partió el 8 de abril de 1813 hacia Potosí, en busca del general Manuel Belgrano para incorporarse a su ejército. Lo encontró en Jujuy y lo sumó a sus fuerzas. Cuando se preparó el ejército para enfrentarse a los realistas, Belgrano lo nombró su ayudante de campo. Gervasio no era un extraño para el creador de la bandera, ya que este era amigo de Antonio Dorna, su papá.

En el combate de Vilcapugio, el 1 de octubre de 1813, Gervasio Dorna fue uno de los 300 muertos patriotas. En la partida de defunción que firmó el propio Belgrano y que publicó Maud de Ridder y Zemborain, señala: "Desempeñando sus obligaciones con todo honor y patriotismo, y en la acción del primero de octubre falleció, cumpliendo con sus deberes, y manifestando el denuedo propio de los hijos de la Patria que prefieren la muerte a verlas en los grillos de la esclavitud".

El 12 de abril de 1814 se casó su hermana, María Sandalia, con José Zenón Videla, dando origen al tradicional apellido Videla Dorna. Curiosamente, el nombre Gervasio se fue repitiendo en la familia a lo largo de las generaciones hasta el presente. Si bien no existen muchos más datos del joven Gervasio, a los apasionados de las historias familiares les gusta repetir que ese nombre perteneció a un joven que se habría hecho matar por amor.

miércoles, 19 de junio de 2019

Guerra franco-prusiana: La batalla de Wissembourg (2/2)

La batalla de Wissembourg, 4 de agosto de 1870

Parte II
Weapons and Warfare




No habría retirada, peleando o de otra manera, para las compañías de tirailleurs argelinos y los 300 hombres del 74º Regimiento francés todavía atrapados dentro de Wissembourg. Allí los combates brotaban de casa en casa, aunque la mayoría de la infantería prusiana y bávara simplemente paseaban por las puertas de Landau o Haguenau y miraban a su alrededor con curiosidad. Un sediento soldado bávaro recordó haber acosado a los habitantes de la ciudad y exigido cerveza y cigarros. Mientras se ocupaba de esta misión, se topó con un escuadrón de prusianos con pantalones rojos del ejército francés que se agitaban desde sus bayonetas. Recordó preguntándose cómo habían llegado allí. Los prusianos gritaron "tres aplausos para los bávaros" - "¡Vivat hoch ihr Bayern!" - mientras pasaban riendo. El ayudante del general Blumenthal, un severo Mecklenburger, no compartió esos sentimientos de camaradería; entró por la puerta de Haguenau, “furioso, silencioso, frío”, buscando la unidad bávara que había robado su caballo favorito esa mañana. Un oficial bávaro se sentó y observó al joven alcalde de Wissembourg, el funcionario que había causado tantos problemas a la guarnición francesa. Claramente, no era un alsaciano, era un "hombre de treinta y seis años con cabello negro y rostro mediterráneo". Mientras las balas rebotaban en la Marktplatz, el alcalde, aparentemente todavía decidido a salvar a la ciudad "daños materiales", se mantuvo firme La bandera francesa y exigiendo hablar con el comandante prusiano-inchief. Nadie le prestó atención.



La mayoría de las tropas alemanas estaban fascinadas por su primera visión de los africanos; observaron con curiosidad a los Turcos muertos o capturados "como si fueran animales del zoológico", y se tocaron con indecisión su "pelo de caniche". Leopold von Winning, un teniente prusiano, describió el "asombro" de sus silesios, que "miraban con incredulidad al argelino tiradores, algunos de ellos negros con pelo lanudo, otros árabes con piel de bronce y rasgos esculpidos ”. Los prusianos y los bávaros se agolparon alrededor de los turcos, haciendo muecas, ladrando gibberish y pantomimando locamente, incluso ofreciendo cigarros o sus frascos con la esperanza de una palabra . El pobre Wissembourgeois, ofrecido protección por los franceses la noche anterior, ahora sentía el peso muerto de la guerra. Columna tras columna de las tropas alemanas entraron al pueblo exigiendo pan, carne, vino, madera, paja, forraje y habitaciones para la noche. El personal divisional de Bothmer se instaló en el único hotel de Wissembourg y se alegró de encontrar la mesa del comedor ya preparada para los oficiales de Douay.

En el Geisberg, las tropas prusianas peinaron las carpas francesas abandonadas y el lujoso campamento del general Douay se convirtió en objeto de curiosas peregrinaciones desde ambas orillas del Lauter. Gebhard von Bismarck, un oficial del XI Cuerpo de Prusia, más tarde describió la escena:

“Junto al carro del personal de [Douay] había un vagón de cocina elaborado a medida, con jaulas especiales para aves de corral vivas y aves de caza. . . pero las tropas estaban más interesadas en dos elegantes carruajes en el borde del campamento, cuyos contenidos estaban dispersos por todas partes: maletas, pijamas y ropa interior para hombres, y también artículos de mujeres, ropa interior, corsés, crinolinas y peignoirs. Nuestro Rheingauer rió y rió ".
El cuartel general de Douay proporcionó más que titulación. El capitán Bismarck y los otros oficiales prusianos estaban "asombrados por los mapas franceses". Eran de mala calidad en una escala casi inútil. Los oficiales subalternos no tenían ninguno en absoluto, un contraste sorprendente con el ejército prusiano, aunque no con el bávaro, donde incluso los tenientes tenían los mejores mapas a gran escala. "Pasamos por la mochila de un oficial francés y encontramos solo una copia de Monde Illustre" con su "panorámica del teatro de la guerra", escala 104: 32 centímetros. Todavía lo tengo, seguramente uno de los medios de orientación más toscos jamás utilizados por un ejército en la guerra ”. Mientras los profesionales interrogaban a los prisioneros franceses y examinaban sus mapas, sus reclutas bebían las vistas y los olores de la guerra. La mayoría estaban enojados. Franz Hiller, un bávaro privado, nunca olvidó la escena en el Geisberg después de la batalla. Hombres muertos y heridos yacen por todas partes. Muchos de los cadáveres fueron decapitados, o faltaban brazos o piernas. Hiller observó que los hombres inexpertos como él se detenían invariablemente para mirar dentro de los carros llenos de cadáveres mutilados, y luego retrocedieron tambaleándose en shock. Este fue el verdadero "bautismo de fuego", hecho aún más conmovedor para Hiller por un triste descubrimiento: "Vi el cadáver de un joven francés y pensé: ¿qué pensarán y dirán sus padres y su familia cuando se enteren de su muerte?" Su mochila estaba abierta a su lado; Había una fotografía de él. Lo tomé, y lo tengo hasta hoy ".



Tanto los prusianos como los bávaros estudiaron las tácticas francesas en Wissembourg, observando cuidadosamente sus puntos fuertes y débiles. El capitán bávaro Max Lutz concluyó que las tácticas francesas, supuestamente creadas para el excelente Chassepot, en realidad no eran adecuadas para el rifle francés. En lugar de explotar el alcance, la precisión y la velocidad de disparo de Chassepot alargando su frente, los franceses habían concentrado sus tropas en posiciones estrechas que eran fácilmente aplastadas por el fuego de artillería, desmoralizadas y superadas. Los franceses se pusieron así en una doble desventaja: no podían tomar ataques prusianos entre incendios cruzados y no podían lanzar ataques envolventes. Eran, como dijo Lutz, siempre "zu massig aufgestellt": "demasiado compacta".

Después de Wissembourg, el Berlin Post se volvió grandioso en cuanto al significado de la batalla. "La hermandad alemana en armas ha recibido su bautismo de sangre, el cemento más firme". Wissembourg había abierto "el camino del nacionalismo" para Prusia y los estados alemanes. La Volkszeitung prusiana tomó la misma línea, y generosamente dio crédito a los bávaros: "Los bávaros han derrotado decisivamente a los enemigos de Alemania. . . el campo de batalla es testigo de su inquebrantable fidelidad ". La verdad, por supuesto, era completamente diferente. Al igual que el pobre teniente Bronsart von Schellendorf, que buscaba furiosamente a su Grauschimmel robado entre los bávaros indisciplinados, los prusianos se habían vuelto intensamente críticos con su nuevo aliado del sur de Alemania antes de que el humo de la batalla se hubiera levantado. Lo que encontraron fue un ejército bávaro indisciplinado que había actuado abismalmente en 1866 (como un aliado austriaco) y todavía parecía no estar preparado para las pruebas de la guerra moderna.

La disciplina bávara de la marcha fue escandalosa, al menos tan mala como la francesa. Los alemanes del sur dejaron muchos más rezagados a su paso que los prusianos. Mientras que las unidades prusianas podían marchar directamente desde sus vagones hacia la batalla, los bávaros necesitaban días para arreglarse. Cada ruta de marcha recorrida por los bávaros en las primeras semanas se dejó llena de equipos desechados, muchos de los cuales se perdieron en la batalla, otro problema para los alemanes del sur. "Nuestras tropas no tienen disciplina de fuego", confesó un oficial bávaro después de la batalla. "Los hombres comienzan a disparar y pasan inmediatamente a Schnellfeuer, ignorando todos los pedidos y señales hasta que el último cartucho sale por el cañón". La emoción o el pánico explicaron esto en parte, al igual que una mentalidad sindical que no prevalecía en el ejército prusiano: " [Los bávaros] sienten que han cumplido con su deber simplemente disparando todas sus municiones, momento en el que miran por encima de sus hombros esperando ser relevados. Muchos oficiales [bávaros] también se suscribieron a este engaño. ”Los bávaros rara vez atacaron con la bayoneta y se mostraron demasiado dispuestos a llevar a los compañeros heridos a la retaguardia en la batalla, dejando huecos en la línea de fuego. Después de la guerra, los analistas prusianos descubrieron que la infantería bávara había tenido que reabastecerse con municiones al menos una vez en cada enfrentamiento con los franceses, un proceso peligroso y lento que implicaba transportar cajas de cartuchos de reserva a la línea del frente y distribuirlos. Los prusianos, que casi siempre se conformaban con las municiones en sus bolsas, se maravillaron de que los bávaros promediaran cuarenta rondas por hombre por combate, sin importar cuán triviales. En el ejército prusiano, tal exuberancia estaba mal vista; Terraingewinn, el terreno conquistado, fue el único criterio de éxito. Para esto, la disciplina del fuego era esencial. En las semanas siguientes, el criterio prusiano sería castigado en los bávaros.



Después de haber limpiado a Wissembourg, los alemanes se marcharon en busca de la Segunda División de MacMahon. Incluso los oficiales bávaros se asustaron por los excesos de sus hombres mientras se arrastraban a través de una lluvia fría. Las tropas francesas que pasaban habían batido los caminos de tierra hacia el oeste en arenas movedizas. Muchos de los prusianos y bávaros perdieron sus zapatos en el limo y marcharon con sus calcetines, fríos, mojados y miserables. Los bávaros saquearon todas las casas o tiendas que pasaban, a menudo ignorando a sus oficiales, que tenían que meterse con revólveres para obligarlos a volver a la carretera. El XI Cuerpo prusiano, compuesto principalmente por Nassauer, Hessians y Saxons anexados después de 1866, tuvo su propia crisis cuando decenas de Schlappen y Maroden (“softies” y “merodeadores”) se derrumbaron y se negaron a continuar. En última instancia, como en el cuerpo bávaro, todos fueron barridos y empujados por los caminos a Froeschwiller, quizás por el ejemplo del Cuerpo V prusiano, en su mayoría polaco, que se abrió camino a través de la lluvia, ganándose la admiración a regañadientes de un testigo bávaro: Gute Marschierer ".

El 4 de agosto, en Metz, Louis-Napoleón se despertó y envió un telegrama inminente al general Frossard en Saarbrücken: "" Avez-vous quelques nouvelles de l’ennemi? "-" ¿Tiene alguna noticia del enemigo? "De hecho, la tenía. Los Ejércitos Prusianos Primero y Segundo estaban en movimiento, tan veloz y con tal fuerza que Frossard ya había abandonado su puesto en el Saar y se había retirado a Spicheren, una aldea elevada que comandaba la carretera y el ferrocarril de Saarbrucken- Forbach. Al final del día, Napoleón III se había congelado de miedo. Ladmirault, todavía arrastrándose hacia adelante a la izquierda de Frossard, fue retirado con urgencia; Bazaine recibió la orden de permanecer en St. Avold, la Guardia Imperial en Metz. El V Cuerpo de Failly, el único enlace de Napoleón III con MacMahon, fue olvidado en el bullicio de Metz. Permaneció en Saargemuines sin órdenes, un descuido que condenaría a MacMahon dos días después. A estas alturas, el comando del mariscal Leboeuf estaba girando en círculos. El emperador lo acosó con mensajes y la emperatriz, en París, no pensó en despertar al general mayor en medio de la noche con telegramas urgentes que generalmente empezaban: "No quería despertar al emperador, por lo que le he enviado un cable directamente". . . "Es posible que Leboeuf se haya preguntado quién dormía más, pero se levantó y respondió de todos modos.

martes, 18 de junio de 2019

Nazismo: Las últimas palabras de un psicópata

Las últimas palabras de Adolf Hitler

Infobae



Adolf Hitler y Hans Baur

Las últimas palabras del genocida alemán Adolf Hitler antes de morir fueron presuntamente descubiertas en el diario íntimo de un piloto nazi.

El diario del teniente general Hans Baur, quien formó parte del círculo de confianza de Hitler, contiene una descripción de sus momentos finales, el 30 de abril de 1945, en un búnker subterráneo de Berlín.

Baur estuvo en la boda de Hitler y Eva Braun

El aviador escribió que el líder nazi le dijo "hoy le pongo fin" antes de suicidarse junto a su esposa Eva Braun. La historia fue revelada en la reedición de un libro de memorias titulado "Yo era el piloto de Hitler".

"Hitler se me acercó y me tomó las dos manos", recordó Baur, quien murió en 1993 a la edad de 96 años. "Baur, quiero despedirme de ti. Ha llegado el momento. Mis generales me han traicionado; mis soldados no quieren seguir y yo no puedo seguir".


Hitler y Baur, su piloto de confianza

"Traté de convencerlo de que todavía había aviones disponibles, y de que podía llevarlo lejos, a Japón, a la Argentina o con uno de los jeques, que eran todos muy amistosos con él debido a su actitud hacia los judíos", contó el piloto. "La guerra terminará con la caída de Berlín. Y yo estoy de pie o caigo con Berlín", le contestó Hitler.

Aparentemente, Hitler dijo: "Un hombre debe reunir el coraje suficiente para enfrentar las consecuencias, y por lo tanto, lo estoy terminando ahora. Sé que mañana millones de personas me maldecirán, eso es el destino. Pero los rusos saben perfectamente que estoy aquí en este búnker, y me temo que usarán bombas de gas. Aquí hay extractores de gas, lo sé, pero ¿puedes confiar en ellos? En cualquier caso, yo no confío y lo voy a terminar hoy".


El piloto dejó escritas las últimas palabras de Hitler en un diario

Se dijo entonces que el líder nazi le ofreció a Baur una valiosa pintura como regalo por sus 12 años de servicio. Y, cuando Hitler murió, Baur intentó escapar y recibió un disparo que le generó la amputación de una pierna. Luego pasó diez años en una prisión soviética donde fue torturado para que diera información sobre Hitler.

Baur, quien sobrevivió a la Primera Guerra Mundial como aviador y se convirtió en uno de los primeros pilotos de la aerolínea alemana Lufthansa, transportó a algunos de los ministros de mayor rango del Tercer Reich y al dictador italiano Benito Mussolini.

Tras la muerte de Hitler, Baur cayó preso de los soviéticos

lunes, 17 de junio de 2019

Revolución Libertadora: La "noche de los templos incendiados"


Vista del Altar Mayor de San Francisco


Arden los templos


La noche del 16 al 17 de junio de 1955 turbas peronistas asaltaron e incendiaron los históricos templos de Buenos Aires en represalia por el bombardeo aéreo


La terrible violencia desatada aquel día, no se detuvo después de los combates. Recordará el lector que cerca de las cuatro y media de la tarde bandas de exaltados peronistas se precipitaron sobre la Curia Metropolitana para saquearla e incendiarla, hecho del que fue testigo el general Ernesto Fatigatti cuando pasaba por el lugar, en el fragor de la lucha.
La turba destruyó objetos de enorme valor artístico y cultural y junto a ellos, el Archivo Histórico, con sus añejos documentos de lo siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, “un tesoro único e irreemplazable”, según palabras de Isidoro Ruiz Moreno.



Una mujer llora ante la desolación en San Francisco (Gentileza Fundación Villa Manuelita)


Durante aquella caótica jornada, obras de arte, óleos, tallas, imágenes y cerámicas que formaban parte patrimonio histórico de la ciudad de Buenos Aires se perdieron para siempre.
Mientras el edificio de la Curia ardía, la chusma entraba y salía portando objetos sagrados, artísticas casullas, antiquísimos cálices, copones, custodias, patenas, hábitos y sotanas. Desde allí, centenares de personas, casi todos hombres, se encaminaron hacia los principales templos de la capital con la clara intención de destruirlos.
Una columna marchó hacia el convento de Santo Domingo y otra hacia Nuestra Señora de la Merced. En el primero, los religiosos vieron llegar camiones repletos de agitadores que al pasar frente al templo alzaban los puños y lanzaban imprecaciones contra la Iglesia.
Temiendo un ataque, frailes y seminaristas corrieron a trabar las puertas y cerrar las ventanas pero dado el cariz que tomaban los acontecimientos, abandonaron el lugar, siguiendo indicaciones de su prior, fray Luis Alberto Montes de Oca, que temía por la vida de ellos. Fray Luis, en su carácter de custodio del convento, decidió quedarse, pese a que era imposible llamar a la policía porque las líneas telefónicas habían sido cortadas.



Otro altar destrozado en San Francisco

Eran las 17.30 cuando la multitud se abalanzó sobre las verjas que cerraban el acceso al atrio, al tiempo que varios sujetos intentaban acceder por las ventanas de la calle Defensa, forzando sus barrotes. El abnegado religioso no tuvo más remedio que vestir ropas de seglar y escapar a toda prisa por una pequeña puerta del pasaje 5 de Julio, confundido entre la multitud.
El histórico templo, sepulcro del general Manuel Belgrano y de otros legendarios personajes de la historia patria[1], con los impactos de artillería de las Invasiones Inglesas en una de sus torres, resguardo de piezas de incalculable valor sacro y cultural, entre ellas los estandartes tomados a los realistas en las batallas de Salta y Tucumán y a los británicos durante las invasiones de 1806 y 1807, obras pictóricas, imágenes y objetos de culto, fue arrasado e incendiado sin piedad. De nada sirvió que fray Luis corriese hasta la Comisaría 2ª para pedir auxilio ya que los responsables de salvaguardar el orden público nada hicieron para contener la barbarie.
A dos cuadras de allí, en la esquina de Defensa y Alsina, comenzaban a arder San Francisco y la contigua capilla de San Roque, en la que los legisladores porteños habían designado gobernador de Buenos Aires al general Lavalle en 1828.
En el oratorio del convento su prior, fray Cecilio Heredia, rezaba junto a otros quince religiosos agradeciendo al Altísimo las palabras con las que Perón llamaba a la calma, cuando un griterío ensordecedor proveniente del exterior los hizo sobresaltar. Casi inmediatamente, el pavoroso estrépito de la chusma al ingresar en el recinto del templo y el de los frailes huyendo por una puerta lateral, vestidos de civil, estremeció los claustros y conmovió a los pocos testigos que se encontraban en las inmediaciones. Fray Cecilio también escapó pero se quedó cerca, contemplando con profundo pesar como el convento y su iglesia eran pasto de las llamas.
A menos de una cuadra ocurría lo mismo en la iglesia de San Ignacio, el edificio más antiguo de la ciudad, pegado al histórico Colegio Nacional (antiguo Colegio Real de San Carlos, cuna de próceres), donde la turba, armada con pesados objetos, golpeó las grandes puertas y profirió todo tipo de insulto contra los religiosos y la Iglesia en general.



Así quedaron los techos de la capilla de la Curia


El padre Alberto Lattuada, su cura párroco, se encontraba leyendo en su habitación cuando sintió el griterío. Al incorporarse y asomarse por las escaleras, vio como la muchedumbre hacía ceder los pórticos y se precipitaba en el interior, gritando y agitando garrotes. El jesuita los encaró con los brazos en alto pidiendo calma y reflexión y exhortándola a no cometer un atentado del que acabarían por arrepentirse.
El religioso intentaba contener a los vándalos cuando sintió que alguien lo tomaba de un brazo y comenzaba a arrastrarlo. Se trataba de un muchacho joven, de cabellos rubios, que comenzó a zamarrearlo violentamente y a arrojarlo a empujones hacia el exterior. Recibió golpes e insultos y la amenaza de que si permanecía en el lugar iba a ser linchado.
Una vez afuera, el padre Alberto vio a dos camiones del Ejército llenos de soldados estacionado junto a la iglesia y desesperado, corrió hacia ellos para pedir ayuda, pero se encontró con una respuesta que lo dejó paralizado. “No podemos hacer nada. Diríjase al oficial que anda por ahí”.
Tremendamente turbado, el párroco vio a la canalla sacar del templo las imágenes y los objetos sagrados y arrojarlos a la calle mientras en el interior comenzaba el incendio. Cerca de él, el teniente cura Guillermo Sáenz observaba la escena con el alma deshecha. El añejo convento, sepulcro de Juan José Castelli y sede de lo que fuera el gran “imperio jesuítico de las Misiones”, descripto por Leopoldo Lugones, comenzaba a ser arrasado.

Cuando se iniciaron los primeros desmanes, Perón y su entorno se hallaban reunidos en el Ministerio de Ejército, desde donde percibieron el humo y el resplandor de las primeras hogueras y la hecatombe que se estaba desencadenando en el centro de la ciudad. El líder justicialista, que se hallaba sentado en una mesa, se puso de pie y en tono indignado exclamó:

-¡Tomen medidas inmediatamente porque estas son bandas comunistas que están quemando las iglesias, y después me lo van a atribuir a mí!
El presidente no había terminado de hablar cuando Lucero llamó al general José Embrioni para indicarle que se debían adoptar medidas urgentes para proteger los templos históricos y los edificios amenazados. Embrioni se comunicó con el jefe de Policía pero aquel, recordando el llamado del ministro Borlenghi en cuanto a mantener acuartelada la fuerza en prevención de ataques de los comandos civiles revolucionarios, mantuvo su posición y no se movió. Estaba plenamente convencido que el Ejército se haría cargo de todo.
Se equivocaba Perón al atribuirle la responsabilidad a los comunistas porque quienes atacaban las iglesias eran sus propios partidarios, impulsados por la furia y el odio que él mismo había alimentando.
A las 18.30 las dotaciones de bomberos abandonaron sus cuarteles y se dirigieron a sofocar los incendios. Al llegar a Santo Domingo, el comisario de bomberos Rómulo Pérez Algaba observó que la santería y los altares ardían y que los manifestantes habían utilizado los bancos para alimentar el fuego.
Pérez Algaba notó que había un camión-tanque estacionado de culata y que la gente sacaba nafta de su interior para avivar las llamas. También observó como algunos matones estrellaban las imágenes y objetos sagrados contra el pavimento, robaban las alcancías y profanaban las urnas con las reliquias de los próceres.
Pérez Algaba intentó dialogar con sus cabecillas pero los vándalos se lo impidieron.
En esas estaba cuando cuatro individuos vestidos con impermeable se le acercaron y le advirtieron que dentro del templo se hallaban las banderas capturadas a los ingleses y los españoles y que cuatro hombres se hallaban atrapados en la biblioteca, por lo que debía apurarse para rescatarlos. Pérez Algaba fue terminante:

-Así como entraron que salgan. En cuanto a las banderas… eso es otra cosa.

El oficial, seguido por varios bomberos, se introdujo entre las ruinas iluminando el camino con una linterna. Llegaron a tiempo para rescatar los trofeos y ponerlos a resguardos ya que, afortunadamente, los vidrios que los cubrían los habían preservado manteniéndolos intactos. No tuvieron más que tomarlos y retirarse, un minuto antes de que se desplomase sobre ellos una columna que los hubiese destruido completamente.
Pérez Algaba y dos de sus hombres resultaron heridos. La posteridad le debe a esos valientes la salvaguarda de aquellas invalorables piezas de nuestra historia.
Pérez Algaba y sus asistentes fueron evacuados, no así los cuatro saqueadores que provistos de candelabros, rompieron los barrotes de las ventanas y se arrojaron al vacío desde le primer piso, en la esquina de Venezuela y Defensa.
A esa altura San Francisco ardía por los cuatro costados. Fue entonces que los bomberos debieron pelear cuerpo a cuerpo con los manifestantes para detener la destrucción. Era impresionante ver los trozos de madera desprendiéndose de la cúpula central y caer envueltos en llamas sobre la calle y las veredas.
En Nuestra Señora de la Merced, la horda atacó e incendió el costado izquierdo del templo. Las llamas llegaron a la sacristía y una densa columna de humo invadió la nave central. Nuestra Señora de la Piedad, en cambio, fue asaltada pero el kerosene derramado no alcanzó a arder, gracias a la intervención de vecinos y agentes del orden que lograron neutralizarlo. El saqueo, sin embargo, fue devastador y la cosa no pasó a mayores porque los bomberos llegaron a tiempo para sofocar el incendio que los manifestantes habían desatado en la biblioteca para ciegos del entrepiso.



Otra vista del Altar Mayor de la basílica de San Francisco


San Miguel sufrió pocos daños en la nave central pero la sacristía y la casa parroquial ardían cuando una dotación a las órdenes del comisario Severo Toranzo llegó al lugar y contuvo un segundo ataque.
San Nicolás de Bari, sobre avenida Santa Fe, también fue pasto de las llamas y botín de los saqueadores que desde los balcones del segundo piso arrojaban objetos de gran valor artístico y religioso. Los atacantes debieron huir por salidas laterales porque la nave era una gran pira y corrían el riesgo de quedar atrapados. Como se recordará, la iglesia fue fundada en 1733 por el español Domingo de Acassuso en su emplazamiento original de 9 de Julio y Av. Corrientes, el mismo lugar que hoy ocupa el obelisco[2].
Lo peor ocurrió en Nuestra Señora de las Victorias, sita en Paraguay y Libertad, donde la multitud inició un incendio de poca importancia al tiempo que robaba todo lo que tenía a su alcance.
Ardían el despacho parroquial y la sacristía cuando un miembro del movimiento parroquial de apellido Marcó Bonorino y una señora cuyo nombre no ha trascendido, intentaban apagar las llamas arrojando sobre ellas el agua de los floreros. Otro individuo llamado Cullen, advirtió a la policía que varios sujetos habían subido a las habitaciones sacerdotales y que habían volcado una estufa de kerosene para prender fuego y robar el dinero de las colectas que allí se guardaba.



Los destrozos en el Instituto Belgraniano


Cuando la violencia alcanzaba su clímax, apareció el cura párroco, RP Jacobo Wagner, intentando desesperadamente detener a los malhechores. La golpiza que recibió fue tan brutal que acabó tendido en el suelo, inconciente, hasta que pudo ser evacuado. Permanecería postrado cuarenta y cinco días al cabo de los cuales, fallecería como consecuencia de la brutal agresión.
Otros grupos peronistas atacaron San Juan Bautista, el templo ubicado en Piedras y Alsina, bajo cuyo altar mayor yace enterrado el quinto virrey del Río de la Plata, don Pedro Melo de Portugal y Villena; la misma suerte corrieron Nuestra Señora de la Piedad y Nuestra Señora del Socorro, escenario esta última del drama de Camila O’Gorman[3].
Militantes de la Unidad Básica ubicada en Av. Corrientes y Jorge Newbery intentaron incendiar la iglesia situada en Osorio y Warnes pero fueron detenidos a tiempo y conducidos a la Seccional 29, donde permanecieron encerrados en averiguación de antecedentes.
Ese día ardieron y fueron saqueadas la Curia Metropolitana, Nuestra Señora de la Merced, San Ignacio, San Francisco, San Roque, Santo Domingo, San Juan Bautista, San Nicolás de Bari, Nuestra Señora de las Victorias, San Miguel Arcángel, Nuestra Señora del Socorro y La Piedad, enrojeciendo con sus fuegos los bajos nubarrones que cubrían la noche de Buenos Aires, tal como afirma Ruiz Moreno. Pero aquellos no fueron los únicos templos atacados. Nuestra Señora de la Asunción de Vicente López, Jesús en el Huerto de los Olivos de Olivos, la Catedral de Bahía Blanca, el Sagrado Corazón y Nuestra Señora de Lourdes de la misma ciudad y varios templos de Mar del Plata, entre ellos su catedral, también fueron saqueados, sufriendo daños de distinta consideración. Por otra parte, en Córdoba y Rosario se temieron hechos similares que, felizmente, no se produjeron y eso aconteció también, en el resto del país.
Lejos de lo que muchos suponen, no solamente iglesias ardieron aquel día. También sufrieron destrozos e incendios el Instituto Belgraniano, la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, la Comisión de la Reconquista y Defensa y la Pía Unión del Beato Martín de Porres, contiguas a Santo Domingo.
Imágenes de los vándalos devastando los templos y desfilando en la noche con ropas sacerdotales y objetos robados, dieron la vuelta al mundo para escarnio del pueblo argentino y menoscabo de su tradición. En el término de unas pocas horas, el país perdió para siempre valiosos tesoros de su patrimonio artístico, histórico y religioso.
Miguel Ángel Cavallo nos ofrece una descripción de lo acaecido en Bahía Blanca la noche del 16 de junio.
A poco de anunciado el fracaso del alzamiento, grupos de trabajadores se nuclearon frente al edificio de la CGTregional para escuchar la arenga de sus jefes y encaminarse luego en columnas hacia la plaza principal, todos armados con palos, cadenas y piedras, dispuestos a atacar la Catedral.
Una vez en el templo mayor de la ciudad, forzaron sus grandes puertas para destrozar altares, imágenes y dependencias internas, tumbando la pila bautismal de mármol de Carrara e incendiando parte del interior. Al igual que en Buenos Aires, la turba se vistió con ropas clericales para cantar y danzar en las calles mientras entonaba estrofas obscenas e insultantes.



Un feligrés busca consuelo en la oración (Gentileza Fundación Villa Manuelita)


Desde allí, los manifestantes corrieron hasta la iglesia del Corazón de María y luego a la de Nuestra Señora de Lourdes, ocasionando daños similares y continuaron su raid en la redacción del diario “Democracia”, valeroso órgano opositor dirigido por Luis E. Vera, arrasando sus oficinas y destrozando su mobiliario, maquinarias e instalaciones, previo a generar un nuevo incendio.
Los vándalos finalizaron su recorrida en la sede de la Unión Cívica Radical, a la que también convirtieron en hoguera y luego se retiraron por las calles entonando estribillos favorables a su líder. Ni los bomberos ni la policía actuaron y nada se comentó al día siguiente, a nivel oficial, mucho menos que “Democracia” quedaba clausurado y su propietario, detenido e incomunicado junto a los sacerdotes de las iglesias y escuelas religiosas de la ciudad, quienes fueron trasladados en camiones hasta el cuartel del Regimiento 5 de Infantería[4].
Isidoro Ruiz Moreno ofrece una idea aproximada de las pérdidas de aquel día. Cuando el comisario Rafael Pugliese, jefe de la Seccional 2ª, se hizo presente en el convento de Santo Domingo, se encontró tirada detrás del mausoleo del General Belgrano, la urna con los restos del General Zapiola, que había sido arrancada del camarín de la Virgen del Rosario.



Congoja y desazón. Los porteños han vivido horas aciagas. Primero su ciudad bombardeada, inmediatamente después, su patrimonio histórico, cultural y religioso arrasado (Gentileza Fundación Villa Manuelita)


En el atrio, se quemaron muebles muy antiguos, algunos de los cuales habían sido prestados por el convento para la reunión del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810. El altar mayor fue consumido por el fuego, lo mismo otros dos laterales en tanto varios más sufrieron serios destrozos.
Casi todas las imágenes fueron sacadas de su sitio, arrojadas al suelo o entregadas a las llamas; cristales y vitrales cayeron apedreados; fue consumido el coro con su mobiliario colonial y órgano histórico, destruida la mayólica veneciana de las bóvedas y demolido el camarín de la Virgen del Rosario donde se guardaban los estandartes arrebatados a los ingleses en 1806 y 1807 y los capturados por el general Belgrano a los españoles en las campañas del Norte. Numerosos trofeos que se exponían en las vitrinas empotradas en las paredes laterales, desaparecieron.
La sacristía también fue arrasada, sus armarios incendiados y las dos pilas bautismales de mármol de Carrara hechas pedazos. Se quemaron salones internos y una capilla menor en el sector este. Las habitaciones de los sacerdotes también fueron desvalijadas, destruido su moblaje e incendiada la habitación del prior.
En San Ignacio los altares fueron destrozados con maderas arrancadas de los mismos; se incendiaron otros y quedó hecho añicos el mobiliario. Los vándalos prendieron fuego a la biblioteca del templo como así también a la habitación y la sala de reuniones del párroco destrozando la loza, los aparadores y un gran espejo con consola.
En la capilla de San Roque los altares fueron pasto de las llamas, en tanto los revestimientos de las bóvedas y las paredes laterales, ricamente decoradas, cayeron hechos pedazos. También fueron destruidas sus principales imágenes mientras en la contigua San Francisco todo se perdió, en especial sus antiguos y artísticos altares, incluyendo el mayor. Su cúpula se derrumbó y solo su esqueleto de metal quedó en pie; sus vitrales cayeron hechos trizas y las llamas consumieron valiosísimos cuadros y mobiliario de los siglos XVIII y XIX. Se perdieron también el presbiterio, la sacristía, tallas, imágenes y objetos de culto que fueron arrojados con saña aquí y allá mientras el fuego consumía habitaciones y dependencias del convento eran robados cálices, candelabros, custodias, crucifijos y otros elementos de valor, muchos de ellos de plata y oro macizo con piedras preciosas incrustadas. Entre las ruinas destacaba especialmente el gran sagrario de 1,50 metros, que fue arrojado en medio de escombros y los restos de objetos calcinados[5].
Buenos Aires perdió en una noche, cuatro siglos de historia.


Cúpula y techos de la Catedral en ruinas

Saqueadores arremeten contra el Sagrario en la Catedral

Fieles absortos observan los destrozos en la Curia

Biblioteca y Archivo de la Curia arrasados por el fuego


La gran cúpula de San Francisco víctima de las llamas

El altar de San Francisco profanado

El pueblo de Buenos Aires observa incrédulo la profanación de sus templos, en esta caso San Francisco

Más destrozos en San Francisco


Estado en el que quedaron los cielorrasos de San Francisco

Bancos e imaginería destrozados en San Francisco

Altar lateral de San Francisco

San Francisco. Acceso al convento

Altar Mayor de San Francisco


Altar lateral de la basílica Nuestra Señora del Rosario (Convento de Santo Domingo)

Convento de Santo Domingo. Vista lateral del Altar Mayor


Ruinas y escombros en la iglesia de San Ignacio

San José decapitado en San Ignacio

La habitación de Monseñor D'Andrea en San Miguel Arcángel pasto de las llamas

San Miguel Arcángel. Otra imagen del estado en el que quedó la habitación de Monseñor D'Andrea

Ruinas en la Iglesia de San Juan Bautista, sepulcro del virrey Pedro Melo de Portugal y Villena


Notas

  1. Antonio González Balcarce, Martín de Alzaga, Juan de Lezica y Torrezuri y el general José María Zapiola.
  2. Miguel Ángel Cavallo, Puerto Belgrano, Hora 0. La Marina se subleva, Cap. III “El 16 de junio en Bahía Blanca”.
  3. Isidoro Ruiz Moreno, op. Cit., Tomo I, Tercera Parte, Cap XI, “La cruz en la hoguera”.
  4. Entre 1935 y 1936 fue trasladada a su emplazamiento actual y en ella se guarda la pila de mármol en la que fueron bautizados Bernardino Rivadavia, Bartolomé Mitre y San Héctor Valdivielso Sáez, primer santo argentino, además de piezas de arte sacro de inestimable valor, algo que la canalla ignoraba por completo.
  5. En un nicho de esta última yacen los restos de Santa Constancia Mártir, víctima de las persecuciones de Nerón, enviados desde Roma cuando la misma fue elevada a basílica.

1955 Guerra Civil. La Revolucion Libertadora y la caída de Perón