lunes, 15 de mayo de 2023

Subversión kirchnerista: La vergonzosa indemnización a los Vaca Narvaja

Una asombrosa versión de la historia que le costó $1.000 millones al Estado argentino

Por la militancia de Fernando Vaca Narvaja, en 1976, hicieron desaparecer a su padre y mataron a un hermano. Antes del golpe militar, la familia entera, salvo la hermana mayor, inició su asilo en México, que duró seis años. Ahora, durante el kirchnerismo, 35 familiares directos cobraron, por ese exilio, indemnizaciones que, actualizadas, ascienden a un total de $981.961.693. Que sucedió con la hermana que no se exilió

Hace 50 años, en agosto de 1972, un grupo de seis terroristas fugó de un establecimiento penal en el sur. Fernando Vaca Narvaja estaba en ese reducido grupo que escapó del Penal de Rawson, en la provincia de Chubut, donde estaban detenidos junto a unos doscientos guerrilleros más que, como ellos, eran juzgados o ya habían sido condenados, por la Cámara Federal Penal, “el Camarón”, en ese período, durante el gobierno militar de Alejandro Agustín Lanusse.

Los que alcanzaron a escapar, después de matar un guardiacárcel de nombre Juan Valenzuela, fueron Roberto Santucho, Enrique Gorriaran Merlo y Domingo Menna del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo); Marcos Osatinsky y Roberto Quieto de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y el mencionado Vaca Narvaja, de Montoneros. Todos, jefes de las organizaciones sediciosas.

Los fugitivos, apenas llegados en un vehículo al aeropuerto de la cercana ciudad de Trelew, en la misma provincia, abordaron un vuelo comercial, previamente secuestrado por milicianos montoneros que venían embarcados, y sin esperar a otros diecinueve “compañeros” también evadidos - que llegaron minutos más tarde al aeródromo - escaparon a Cuba, vía Chile.

Entre los que llegaron tarde estaban la compañera de Vaca Narvaja, Susana Lesgart; la esposa de Roberto Santucho, Ana María Villareal, y Clarisa Lea Place, ex pareja de este último. Todas ellas combatientes guerrilleras.

Los 19 que quedaron en tierra, abandonados por sus jefes, fueron recapturados y trasladados a la Base naval “Almirante Zar” en Trelew. Allí, una semana después, el 22 de agosto, se produjo lo que hoy se conoce como “la masacre de Trelew”, donde resultan abatidos dieciséis de esos “combatientes”, incluidas las tres mujeres mencionadas. Una matanza, según la historiografía pro guerrillera y un motín, con captura de un oficial e intento de nueva fuga, según la versión de los marinos. Si fue una matanza premeditada, a sangre fría, de gente desarmada, resulta llamativo que los “asesinos” hayan dejado vivos a tres guerrilleros, a los cuales la sanidad militar les salvó la vida curando sus heridas para que, nueve meses después, liberados por el indulto del presidente Héctor Cámpora, contaran “la masacre”.

Fernando Vaca Narvaja

Fernando Vaca Narvaja, uno de doce hijos de una familia cordobesa de clase media alta, “acomodada”, uno de los jefes montoneros durante los nueve años que esa organización existió, sobrevivió en el exilio al gobierno militar y regresó al país en 1989, tras ser indultado por el presidente Menem ya que, antes, había sido condenado por la justicia durante el gobierno de Raúl Alfonsín, a partir de decretos del Poder Ejecutivo Nacional.

Convencido de que la presión guerrillera fue la que engendró la represión del Estado, el presidente Raúl Alfonsín, apenas tres días después de asumir su mandato, en diciembre de 1983, dictó dos decretos, el 157 y 158, por el que se sometió a juicio a las tres juntas militares y a la conducción guerrillera. Ese decreto significó, además del enjuiciamiento a las cúpulas militares, el pedido de detención y juzgamiento de Mario Firmenich, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Cirilo Perdía y otros dirigentes guerrilleros por “delitos de homicidio, asociación ilícita, instigación pública a cometer delitos, apología del crimen y otros atentados contra el orden público”. Firmenich fue preso varios años, extraditado desde Brasil, pero Vaca Narvaja y Perdía eludieron el accionar de la justicia y se mantuvieron fuera del país hasta el indulto menemista.

Ya en Argentina, y sin presión judicial, Vaca Narvaja, gerenció una gomería en CABA y una chocolatería en Bariloche y con la llegada del kirchnerismo en 2003, ocupó puestos en la burocracia estatal provincial en Río Negro, adonde se radicó; pero volvió a estar en las noticias nacionales en julio de este año, al dar una entrevista en un canal de YouTube a un joven periodista, amigo de su hijo menor, Camilo, actual asesor en la Secretaría General de la Presidencia. La entrevista tuvo enorme repercusión por las increíbles definiciones que brindó el guerrillero.

El joven entrevistador, de 29 años, se confesó ignorante de lo sucedido en la época sobre la que el invitado iba a contestar, pero, aclaró que había recibido una “sobreabundante información de parte de Camilo Vaca Narvaja”; lo que conduce a pensar que las preguntas se las hizo, a sí mismo, el reporteado.

La conversación duró tres horas y quince minutos y mantuvieron, siempre, entrevistador y entrevistado, un tono bromista para hablar de los años ‘70 y de la actualidad argentina. Dijo, entre otras jocosidades: “Perón no nos echó de la Plaza”, “la Contraofensiva montonera fue un éxito’ y que los militares en 1983 dejaron el poder “por la lucha guerrillera” y no por la derrota de Malvinas y el descalabro económico del Proceso.

También contó que su familia, numerosa, con once hermanos, fue “muy golpeada y castigada por la dictadura militar genocida”, refiriendo que su padre, Hugo Miguel, fue desaparecido días antes del golpe y su hermano mayor, de igual nombre y militante montonero, asesinado también en 1976. Afirma Vaca Narvaja que todos los hermanos pertenecen “al campo nacional y popular”, salvo la hermana mayor, Susana que “quedó del otro lado”, que fue la única que no se exilió en 1976 y se quedó viviendo con su familia en Córdoba y, agregó, concluyente, que los que habían decidido sumarse a la militancia: “sabíamos lo que asumíamos, los riesgos que corríamos y que era parte de la lucha…”

Después describió como se vivía en la Argentina al inicio de los setenta, cuando ellos se decidieron a tomar las armas para “terminar con las desigualdades”. Recordó, sin sacar conclusiones inquietantes, que el índice de pobreza en esa época “estaba alrededor del 6% y ahora es del 40%” y, en idéntico sentido, dijo que “si se comparan los salarios obreros de los 70 con los de ahora, te largas a llorar”. El periodista, entre risas, le retrucó “¡Y tomaron una ciudad: Córdoba!”, refiriéndose al episodio de violencia política de 1969 conocido como “el Cordobazo”, donde actuaron los proto montoneros.

“La concepción del peronismo de la cual venimos –explicó después Vaca Narvaja– es la del ascenso social: la posibilidad de que un pibe que nace en un barrio, en una familia pobre, pueda estudiar, pueda recibirse, y pueda cambiar su forma de vida. No es ‘el plan social’, el subsidio…”.

Allí perdió el entrevistador la oportunidad de hacerle notar que, en nuestro país, con el peron-kirchnerismo gobernando 16 de los últimos 20 años, hay en la actualidad 141 programas de ayudas estatales; que se traducen en más de 7 billones de pesos en el presupuesto, en pago de los planes sociales que no le gustan a Vaca Narvaja y que esto se duplicó con relación al presupuesto del año pasado. Tampoco alcanzaron a reflexionar que, con estos gobiernos, existen millones de argentinos que hace dos o tres generaciones no conocen lo que es trabajar y sobreviven con la limosna del Estado.

Volviendo a los ‘70 y preguntado acerca de la relación de Montoneros con Juan Domingo Perón, ya regresado a la Argentina en 1973, sin buscarlo, dejó muy claro, que ese es –exactamente– el talón de Aquiles del “relato” de las guerrillas setentistas y sus apologistas.

Por más que el entrevistador no supiera cómo, ni qué repreguntar y tuviera “la mejor” con el ex consuegro de Cristina Kirchner, éste se retorció como endemoniado salpicado con agua bendita cuando bordearon el asunto. Hasta hoy, no pueden explicar por qué continuaron su “lucha armada” durante, y contra, el gobierno peronista. Nunca podrán contarles a los argentinos porque mataron a José Ignacio Rucci en 1973; a diez soldados conscriptos en Formosa en 1975 y tantos miles de otros crímenes aún impunes, la mayoría de ellos cometidos en gobiernos constitucionales. Vaca Narvaja saraseó tratando de eludir el tema y llegó a argumentar, sin ponerse colorado, que “la pelea interna de ellos con Perón estuvo acomodada, financiada y orientada por los grandes intereses económicos.”

Enorme revelación que echa luz sobre un período en el que los historiadores no hallaban pistas para su interpretación, hasta este momento en que, generosamente, Vaca Narvaja nos las brinda. Según el jefe guerrillero, Perón cumplió precisas instrucciones de “los poderes concentrados” de la época, cuando por ejemplo, en enero de 1974, dijo a los diputados montoneros que se oponían al endurecimiento de las leyes contra el terrorismo: “El crimen es crimen cualquiera sea el móvil que impulsa al criminal… Quien está con esos intereses se saca la camiseta peronista y se va… Total, nosotros, por perder un voto no vamos a ponernos tristes” y los expulsó del Justicialismo.

Y, según venimos a enterarnos ahora, el viejo General actuaba bajo el pérfido influjo de la oligarquía cuando echó a los montoneros del peronismo y de la Plaza de Mayo, el 1° de mayo de ese año, diciéndoles: “infiltrados en el Movimiento, traidores al Movimiento y mercenarios al servicio del dinero extranjero”, recomendando al pueblo argentino que tenía que “liberarse de ellos, porque le hacen más daño a la República que el que le causa el colonialismo” y advirtiéndole a los echados que “aún no había tronado el escarmiento”. Y un mes y días, después, se murió, dejándoles para siempre esa lápida encima.

El jefe montonero siguió con su asombrosa versión de la historia: “Nuestra generación soportó dos dictaduras militares y un gobierno muy inestable en el 73 y 75…”, y soltó, detallista: “Nosotros del 73 al 75 tuvimos más bajas de compañeros que en la dictadura militar de Onganía, Levingston, Lanusse… Esa no fue una democracia como la que tenemos ahora…”, concluyó sin reírse. Resulta éste, también, un dato de mucho impacto: el gobierno constitucional peronista les mató, a los montoneros, más combatientes que los generales Onganía, Levingston y Lanusse juntos. Y es fácil de explicar porque, en “esta democracia de ahora”, no cuentan bajas como en 1975: porque, por ahora, pese al violento blablerío del “que quilombo se va a armar”, “la sangre en las calles” “la paz social si cierran Vialidad”, no usan armas para hacer política; conducta social que la Constitución llamaba entonces, y llama ahora, sedición.

Minutos después, en el reportaje, el entrevistado vuelve a mostrar que, sin Perón, ellos no tenían, ni tienen, entidad histórica y repite como letanía la frase que les permitió hacer entrismo en los ‘70. Casi 50 años después de haber sido usados, descartados y combatidos por el fundador del movimiento al que decían pertenecer, anuncia, enternecedor: “No hay rencor: Perón es el conductor”.

Vaca Narvaja siguió luego con su disparate sobre la “Campaña de Contraofensiva Estratégica” de su organización, que, para el “experto en explosivos” –como entre risas se definió– “fue un éxito”.

Fernando Vaca Narvaja (Facebook)

Según los jefes montoneros, visto desde el exilio europeo o mexicano, el año 1979 era el momento preciso para lanzar una “contraofensiva estratégica”, “conducir los conflictos de masas” y voltear al gobierno militar que, según ellos, estaba derrumbándose. Influenciados por el castrismo y la revolución sandinista en Nicaragua no querían permanecer lejos del escenario político cuando se produjera la ansiada y vaticinada irrupción de las masas que barrería con el poder militar. Tenían la certeza – ya abrevaban en el materialismo científico - que, con ellos como “vanguardia”, esas masas obreras se lanzarían decididamente a las calles para provocar la huida de los militares del poder.

Ningún cálculo fue más errado que ese en la historia contemporánea argentina (habiendo miles para considerar). Nada de eso sucedió y fue muy duro, pero muy claro, el también montonero, Martín Caparrós al desacreditar, años más tarde, lo que soñaba la cúpula montonera de entonces y, de paso, la construcción kirchnerista actual de “la memoria”: “Hoy la mayoría de los argentinos tiende a olvidar que estaba en contra de la violencia revolucionaria, que prefería el capitalismo y que estuvo muy satisfecha cuando los militares salieron a poner orden.”

No obstante, en 1979, guiados por la “soberbia armada”, sin moverse de su exilio, y con la vieja fórmula: ¡Animémonos y vayan!, los jefes como Vaca Narvaja mandaron a unos doscientos militantes, entre ellos a menores de edad, a una misión suicida. Ninguno se puso al frente de sus combatientes y a los que manifestaron su desacuerdo con la “maniobra militar” los sometieron a un “juicio revolucionario” y los condenaron a muerte. Vaca Narvaja firmó muchas sentencias de muerte: de sus “enemigos”, pero también de sus propios “cumpas”. Pero ese tema no fue tratado en tres horas de entrevista.

“Resolución del Partido Montonero, 10 de marzo de 1979: La Conducción Nacional del Partido Montonero y la comandancia en jefe del Ejército Montonero resuelve:

1- Acusar al Capitán RODOLFO GALIMBERTI; al Teniente 1º PABLO FERNÁNDEZ LONG; al Teniente ROBERTO MAURIÑO, al Teniente JUAN GELMAN; a la subteniente JULIETA BULLRICH, todos ellos militantes del Partido Montonero y a los milicianos afectados voluntariamente a tareas partidarias, MIGUEL FERNÁNDEZ LONG; a su esposa DI FIORIO; a VICTORIA ELENA VACCARO y CLAUDIA GENOUD en los términos previstos por el Código de Justicia Revolucionaria, de los cargos de DESERCIÓN, INSUBORDINACIÓN, CONSPIRACIÓN y DEFRAUDACIÓN. (…) Firmado: Comandante Mario Firmenich; Comandante Fernando Vaca Narvaja y Comandante Roberto Perdía.” Es historia, no “memoria”.

Aquellos militantes que participaron de la “contraofensiva” recibieron instrucción militar en una base de la organización ubicada en el sur del Líbano y, también, en México.

Salvo unos pocos, resonantes y cinematográficos, atentados contra la vida de empresarios y funcionarios del área económica del gobierno militar la contraofensiva no tuvo logro político alguno; en total fueron detenidos, muertos o desaparecidos alrededor de 90 combatientes y el gobierno militar siguió gobernando, sin mosquearse.

Una de estas acciones militares –ordenada por el “Comandante” Vaca Narvaja– fue ejecutada por un pelotón de las “Tropas Especiales de Infantería del Ejército Montonero” en la mañana del 27 de septiembre de 1979, cuando se atacó la casa de Guillermo Walter Klein, que era Secretario de Estado de Programación y Coordinación Económica del Proceso militar.

Mientras el funcionario se encontraba en la planta alta con su esposa y sus cuatro hijos, de entre 12 años y meses de edad, un comando colocó explosivos en la planta baja. Klein y su familia lograron salvarse, pese a que su vivienda fue literalmente demolida y, en el hecho, murieron dos custodios de la policía provincial.

Claramente, no importó a los terroristas que la operación incluyera la posibilidad de asesinar a los hijos y a la mujer del “blanco” elegido. De hecho, lo intentaron y las víctimas de la bomba terrorista, salvaron sus vidas de milagro. Los seis integrantes de la familia fueron rescatados después de estar varias horas bajo los escombros.

Para Vaca Narvaja “la contraofensiva fue un éxito. Golpeamos en los grupos concentrados económicos de la oligarquía”, explicó, locuaz, y sólo eludió responder, en la entrevista, si alguna vez mató. Eso, deberá deducirlo el lector.

Cuando en 1985 huía de la justicia, en tiempos de Alfonsín, su madre, Susana Yofre, en un reportaje en la revista “Caras y Caretas” dijo que deseaba “que pueda volver al país, pero vivir con la frente en alto, porque la determinación que él tomó en su momento no fue buscando beneficio propio, sino para comprometerse, según sus ideas en la lucha por mejorar la situación del pueblo argentino. Fernando siempre fue un muchacho sensible ante los problemas de los humildes. Él –dijo la madre– es un ser limpio y si él tomó ese camino es porque no tenía otro para poder hacer algo por los demás. La violencia que ellos ejercieron es distinta que la de los militares. Porque mientras esa juventud luchó por la liberación del país, los militares lucharon por la supervivencia de sus privilegios; tomaron todo al país como si fueran una estancia y se apoderaron de las riquezas para vaciarlo.” Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia.

De lo que sí se arrepiente con todas las letras es de haber aceptado aquel indulto de Menem. Es la única autocrítica que formula en la extensa entrevista. Y es entendible que no se encuentre cómodo con ese paso que consintieron, por más que le significó que se levantaran todas las acusaciones penales contra él. Esa aceptación los llevó a firmar, junto a Mario Firmenich, Roberto Perdía y los otros jefes montoneros, el “Compromiso solemne por la pacificación y la reconciliación nacional”, en abril de 1989, ante Escribano público y la imagen de la Virgen de Luján, en Luján, en donde afirmaron que la Argentina había vivido una “guerra civil intermitente”, que “no hay ningún sector libre de culpa y de errores por los enfrentamientos del pasado. Que se impone una autocrítica y ellos han abordado la suya” y que “la pacificación nacional es un requisito indispensable para curar las heridas y alcanzar la reconciliación”.

Ahora, se olvidó de lo que firmó y, para él, en los ‘70 sólo hubo una cacería despiadada de jóvenes cuyo único pecado era soñar con un país más justo; los exclusivos responsables de todo lo que se hizo mal son los militares genocidas y que, para ellos, no hay “ni olvido ni perdón”.

Es conveniente recordar que los indultos de Menem fueron declarados inconstitucionales por la Corte Suprema de Justicia en 2010, pero sólo los de los militares. Para Vaca Narvaja y sus amigos indultados fue: ¡Pelito para la vieja!

La cuestión es que, “gracias” a la militancia de Fernando, pasados los años de los tiros, los “caños”, los “Tribunales Revolucionarios” y las “Contraofensivas estratégicas”, su familia le cobró multimillonarias indemnizaciones al Estado “burgués” argentino que los montoneros quisieron destruir en aquellos años, para remplazarlo por el prospero “modelo cubano”.

Los argentinos pagamos por el asesinato del padre de Fernando Vaca Narvaja y el de su hermano Hugo, un total, actualizado, de más de 45 millones de pesos. Y por el exilio de su madre, su hijo Sabino, embajador en China, ocho hermanos, seis cuñados y dieciocho sobrinos, un total actualizado a noviembre de 2022 de $981.961.693; a razón de $27.000.000 por persona. Más de 1.000 millones de pesos nos costó la aventura revolucionaria del “Comandante”.

¡Ah!, lo olvidaba. A su hermana Susana, la “que se quedó del otro lado” y no se exilió, no le pasó nada y no cobró un centavo del Estado argentino.

Pasa en las mejores familias.




domingo, 14 de mayo de 2023

Patagonia: El descubrimiento del Lago Argentino

El descubrimiento del Lago Argentino






Region de los lagos Argentino y Viedma
 

VALENTÍN FEILBERG

Durante la estadía de la "Chubut" en el estuario, Luis Piedra Buena entregó al comandante Lawrence la nota que Roberto Fitz Roy dejara casi cuarenta años atrás a orillas del río. El documento decía: "Left by the boats of the Britannic Majesty's Sloop Beagle while tracking up the River Santa Cruz. April 25 of 1834." (Dejado por los botes de la Corbeta de Su Majestad Británica Beagle mientras siguen ascendiendo el río Santa Cruz. Abril 25 de 1834.)

De acuerdo al Perito Moreno, la lectura de este papel habría entusiasmado a Feilberg para intentar alcanzar lo que no lograran ni ingleses ni chilenos. Convenció al comandante Lawrence, que lo puso al frente de una reducida comisión de cuatro personas y un bote, con la misión de alcanzar las fuentes del Santa Cruz. Los hombres designados para acompañar a Feilberg fueron el contramaestre Jorge Stevens, el timonel William Jacobs, ambos galeses, el marinero Miguel Duffi, genovés, y el marinero Juan Echevarría, correntino. Los elementos materiales que dispondrían para tan azarosa travesía asombran por lo precarios. De acuerdo al capitán Luis Cabral se les entregó: "El chinchorro del buque, de catorce pies de quilla, víveres para veinte días, Instrumentos de la época: una brújula y un catalejo, un octante y un horizonte artificial, un escandallo vulgar, lápiz y papel...".

De todas las expediciones que se aventuraron rio arriba, ésta era la más desprovista, tanto en hombres como en materiales. Cualquiera que los vio partir el 6 de noviembre de 1873, pudo pronosticar que aquellos cinco optimistas mal equipados difícilmente podrían superar la marca de Roberto Fitz Roy.

En los primeros tramos pudieron avanzar a remo e incluso emplear la vela, pero pronto chocaron con las mismas dificultades que se opusieran a sus antecesores. El río desciende en su declive a una velocidad de 6 a 7 nudos, imposibilitando todo avance que no sea a sirga, a pura fuerza de músculo. Pocos kilómetros después de la partida pasaron por la isla Pavón, el reducto de Piedra Buena y el más austral establecimiento permanente argentino, lengua de tierra de dos kilómetros de largo por 300 metros de ancho. Debieron ver lo mismo que viera George Chaworth Musters a su paso por allí, cuatro años antes: "...la casa principal, sólidamente hecha de ladrillos, con techo de tejas con tres piezas y una especie de portal donde se ve un cañón de 9 libras, que domina la entrada. Está defendida, además, por una empalizada, sobre la que ondea la bandera argentina y detrás de la cual hay un foso que se llena de agua con las mareas de la primavera. El objeto de estas fortificaciones es defender el lugar en caso de que los indios lleguen a molestar cuando se encuentran bajo la influencia del aguardiente... La segunda casa estaba ubicada como a 50 yardas de distancia; y, como se la usaba comúnmente en calidad de depósito, tenía el nombre de Almacén... La tercera casa, que se alzaba en el extremo oriental de la isla, estaba desocupada. Junto a ella se había labrado una pequeña extensión de terreno, cultivándose con buen éxito papas, nabos y otras legumbres... El suelo estaba cubierto de arbustos achaparrados, de matas de cardo chico, redondo y espinoso, y de hierba dura. Las pocas ovejas parecían pasarlo bien, pero su número mermaba notablemente en invierno, porque en los días en que la caza escaseaba, una de ellas tenía que ser víctima del voraz apetito que el aire penetrante de la Patagonia originaba.

Una numerosa manada de caballos pastaba en la tierra firme, en un espacio de terreno situado debajo de la barranca del sur, llamada el «Potrero», donde la hierba, aunque dura, crecía muy lozana. Cuando se les necesitaba para la caza, se traía a toda la tropa por la mañana, haciéndola cruzar el río, y se la echaba dentro del corral; pero, por lo general, sólo había un caballo en la Isla, listo para las emergencias."

Por allí pasaron los expedicionarios, indudablemente saludados por los ladridos de los numerosos perros que poblaban la isla Pavón, y siguieron al oeste. Otras islas e islotes emergían de las aguas, todas deshabitadas y escasamente habitables. Tiempo después, Francisco P. Moreno escribiría: "En los puntos donde el río no presenta islas, su aspecto es magnífico: los hilos de su rápida corriente se dibujan con claridad y las aguas bullen saltando sobre las matas que la Inundación ha cubierto; una noble placidez reina en el centro del gran torrente que desdenté con ligereza, mientras en los costados el agua choca en los recodos, entre las rocas de las barrancas, o asalta las citadas ramazones. En ciertos parajes la corriente es tan veloz que el menor accidente del terreno forma un pequeño rápido o remolino que dificulta el paso del bote y nos obliga a hacer grandes esfuerzos."

Las dificultades de avance se fueron sumando El suelo de las orillas es pedregoso, cubierto de cantos rodados que resbalan bajo el pie, provocando caídas y tropiezos, aparte de destrozar implacablemente el calzado, y en algunos tramos los abundantes arbustos espinosos rasgaban la ropa y la carne de los expedicionarios. Feilberg trabajó a la par de sus hombres, despellejándose las manos para vencer con la cuerda a la tremenda fuerza de ese río blancuzco y arrollador que se oponía a su avance, De noche, tras un dia de fatiga demoledora, los esperaba un frío intenso, penetrante, tiritando en busca de un poco de calor.

En algunos sectores las barrancas del río se acercan tanto entre si que apenas dejan lugar para la sirga. Por ejemplo, el lugar conocido como Chlckerrok-aiken, aquel donde Fitz Roy encontrara huellas de indígenas en la orilla, maravillándose de gue pudieran atravesar el río con mujeres y niños, y que Musters describe de esta manera: "En este punto el río se estrecha considerablemente y del lado sur hay empinadas escarpas suspendidas casi sobre el agua, formando cavernas en cuyos recovecos podía encontrarse casi siempre, con seguridad, un puma...". Cuando se encontraba con estas costas a pique, que impedían sirgar, Feilberg no seguía el procedimiento de Fitz Roy, que remontaba la altura con sus hombres y sirgaba desde arriba a las canoas, sino que sacaba la embarcación del agua, la cargaba a espaldas y marchaban cuesta arriba trastabillando bajo su peso, hasta encontrar un lugar para devolverla al agua.

El mismo Santa Cruz presenta desusadas características. Como la temperatura de las aguas suele ser superior a la del ambiente, en horas tempranas del día se desprenden densas nubes de vapor, lo que unido a la espuma de la fuerte correntada, da la impresión de que el río estuviera hirviendo. Después del Chickerrok-aiken las orillas se hacen menos abruptas, las barrancas se alejan y dejan una suerte de planicie donde discurre el río. Y entonces ocurre el proceso Inverso: a la aspereza de una topografía intrincada sucede el aplastamiento de una monotonía agobiante en medio de un paisaje de infinita tristeza. "Faltan en estas regiones los accidentes del terreno que halagan la vista y ofrecen al viajero tanto motivo de estudio y de ilimitada variación en sus ideas; todo es igual, la monotonía opresora enerva aquí, desespera. La aridez continua, las sabanas de piedras, los arbustos que viven muriendo, le comunican un abatimiento con el que sólo la energía puede luchar. .. la desolación es tanta que se experimenta una misma impresión, hija del espectáculo tristísimo de la pobreza de la naturaleza. Asi, las Impresiones entusiastas de los primeros trabajos van desapareciendo en nosotros a medida que adelantamos, y el espectáculo que se desarrolla a nuestra vista no es a propósito para alentarnos". (Francisco F. Moreno.)

Para colmo, el río da vueltas y más vueltas, pareciendo volver sobre sus pasos a cada momento, sin que cedan los rápidos y remolinos, provocando con ello la sensación de que no se adelantaba en absoluto, de que se caminaba interminablemente en el mismo sitio.En laboriosa marcha, ganando metro por metro, superando fatigas y obstáculos, Feilberg y sus compañeros llegaron a la Quebrada del Basalto descrita por Fitz Roy Un imponente paisaje de tétrico aspecto. El río corre entre barrancas volcánicas que se cierran sobre su curso en negruzcos acantilados. Todo allí es fragoso, siniestro. Los caprichos de la lava y el trabajo secular de la erosión forman figuras torturadas de insólito aspecto. La entrada a la quebrada es uno de los pasajes más peligrosos del Santa Cruz, que en ese punto se estrecha, aumentando la velocidad de la corriente que viene torrencial y espumeante por el rápido declive, cayendo en vertiginosos remolinos.Alli hubo que extremar los cuidados, en primer lugar para evitar un resbalón que podia, significar romperse la cabeza o ser arrastrado por las aguas, y en segundo término para impedir que la canoa, con víveres y enseres adentro, se hiciera pedazos contra las rocas.

Según el Perito Moreno: "Inmensas moles negras se destacan sobre la meseta formando siniestro contraste con el celeste del cielo y las faldas que están sembradas de enormes fragmentos cubiertos de arbustos. Es un paisaje completamente distinto de los que hemos cruzado; a la aridez producida por la falta de agua en terrenos generados por ella, sucede la sombría formación volcánica. La amarilla cumbre de la meseta ha cedido bajo el sólido y espeso basalto..." Y respecto de la misma quebrada: "...inmensa rajadura en la estrata volcánica que domina a ambos costados con sus moles geométricas, se dirige desde el N. O. hacia el rio formando en este punto una pequeña bahía pintoresca en su misma tristeza. Estas moles oscuras que caen a plomo desde la meseta, casi columnares, cuyos fragmentos han rodado hasta el agua, están matizadas por lujosas gramíneas y otras plantas... Estos pequeños desfiladeros oscuros, sembrados de enormes peñascos de ángulos fuertes, negros y mohosos por el tiempo, dan al paisaje un aspecto de una región de hierro; el basalto cubierto de pequeños liquenes tiene, desde lejos, cierto viso de vetustez que caracteriza las antiguas construcciones del hombre.

En el fondo de la quebrada el Santa Cruz corre bramando, sin mira alguna de hallarse cerca de sus fuentes. A cada día que pasaba, Feilber? y sus hombres sentían más agudamente el peso de la empresa. El esfuerzo sostenido y persistente ponía a prueba su resistencia hasta extremos apenas tolerables. Era tanto el cansancio de sus músculos sometidos a la máxima tensión, que cuando se detenían a descansar caían desplomados como para no levantarse más. Para colmo, la tristeza infinita del paisaje torturado y torturante agobiaba el ánimo creando una sensación de desaliento mechada de decepción.

A la inversa de los primeros días, ya el fogón nocturno no los congregaba entre risas y bromas, sostenidos por el firme optimismo de la juventud. Ahora el fuego vespertino servía de fondo a la lúgubre ceremonia de la cena, despachada sin ganas, en silencio, jugueteando el reflejo de las llamas sobre rostros enflaquecidos, demacrados, serlos, con la mirada perdida en las propias y negras reflexiones de cada uno. La misma monotonía de la ración diaria no contribuía a levantar los corazones. Claro que a veces, con buena suerte, podían modificar el menú y dejar de lado las conservas sin olor ni sabor por un buen bife de guanaco, tal vez un avestruz, o incluso alguna trucha sacada del rio. pero —hambre aparte— el hecho de alimentarse pocas veces era un placer, sobre todo cuando soplaba viento, ese viento patagónico poderoso y omnipresente. En tal caso, millones de granos de arena, aparte de asaetearlos como minúsculas flechas, se metían por todas partes, incrustando la comida hasta más allá de cualquier posibilidad de limpieza. Entonces debían masticar resignadamente, triturando entre los dientes los trocitos de cuarzo.

A veces encontraban estímulo para seguir, sobre todo cuando hallaban residuos de la expedición de Fitz Roy, astillas de leña, latas de carne en conserva, y sobre todo los pedazos de la botella que rompiera Gardiner con el mensaje dejado el 25 de abril de 1834. Por fin vieron, allá a lo lejos, clara y nítidamente a través del aire diáfano, las cumbres nevadas de los Andes, la meta segura. Al cabo de 17 días de marcha Feilberg alcanzó el Valle del Misterio, punto máximo de penetración de los expedicionarios de la Beagle. Recién de allí en adelante empezaba lo verdaderamente novedoso. Pero el punto se había alcanzado a un costo muy alto. Los hombres estaban exhaustos, sin reservas de energía, ropas y calzado hechos pedazos, y los víveres peligrosamente disminuidos. Y el río seguía tan ancho, tan hondo y tan impetuoso como siempre. Aquello parecía una lucha sin sentido, una locura destinada al fracaso.

Entre los agotados compañeros de Feilberg tomaba cuerpo la idea de regresar, pues se sentían incapaces de dar un paso más. Llevaban casi tres semanas trabajando como galeotes, poniendo a prueba sus reservas físicas, soportando fríos y penurias de toda suerte, descansando mal y comiendo peor. Pero una vez más se puso de manifiesto la firme voluntad de Feilberg, que tan agotado y deprimido como los otros, insistió en perseverar, en seguir adelante.

Superando su propia debilidad, aquellos cinco intrépidos marinos se pusieron en marcha, dando cara a esa extraña cordillera que parecía alejarse cuanto más se acercaban a ella. Otras jornadas se desgranaron, siempre igual, cada vez peor; las manos ya no podían aferrar la cuerda, los músculos se negaban a obedecer. Jadeando, sin aliento, cada vez avanzaban menos. El Santa Cruz estaba a punto de cobrarse una victoria más. Era invencible, por lo tanto había que regresar. En un alto impuesto por la fatiga, desalentado y abatido, Feilberg se adelantó caminando por la orilla, rio arriba. Poco más allá cayó desplomado, sin fuerzas para mantenerse en pie. El Santa Cruz lo había vencido.

De pronto, desde el subconsciente, algo inusual y extraño se abrió paso hacia su atención. Con el oído cerca del suelo, percibía un ruido. Pero un ruido que no correspondía al lugar. Un sordo rumor, bronco y rítmico, que su alma de marino conocia muy bien. Toda la fatiga desapareció de un golpe y de un salto Feilberg estuvo de pie. Lo que había escuchado era el ruido de olas al romper sobre la costa. Nuevamente dueño de sus fuerzas, el subteniente se adelantó por la orilla, sintiéndolo cada vez más nítido y fuerte. Era indudablemente un rumor de oleaje. Al frente, una vuelta del río tras un médano le ocultaba la vista. Remontó anhelante la cumbre del médano, y al llegar a la ceja un espectáculo impar se abrió ante sus ojos.

Tenía delante un gigantesco lago cuyas olas se perdían en la distancia, conformando una llanura movediza, blancoazulina. Grandes bloques de hielo navegaban destellando bajo el sol y al fondo el imponente paisaje de la cordillera levantaba sus picos cubiertos de nieve. Era el primer hombre blanco que llegaba a sus orillas procedente del Atlántico tras recorrer en toda su extensión el rio Santa Cruz. La hazaña estaba cumplida. Atrás quedaban 19 días de penurias sin cuento.


Exploración hacia Río Gallegos

Feilberg no dudó que se encontraba ante el lago Viedma y ni por un momento pensó que pudiera ser otro. Intentó explorarlo y recorrió la costa durante cuatro días con el bote de la expedición. Cubrió nueve leguas hacia el sur y luego otras tantas hacia el norte del nacimiento del Santa Cruz. Durante este último recorrido halló la desembocadura de un rio procedente del norte que aunque él lo ignoraba, venía directamente del actual lago Viedma, a setenta kilómetros de allí .Empero, las condiciones.no eran favorables para un reconocimiento a fondo del lago. Aparte del cansancio y la mala alimentación, el intenso viento y el fuerte oleaje impedían internarse en sus aguas. Además las provisiones estaban agotadas y era menester volver.

 

Lago Viedma desde el satélite

A punto de emprender el regreso, Feilberg, en el punto de nacimiento del Santa Cruz, redactó la siguiente nota: "Lago Viedma, noviembre 29 de 1873. El día 6 de noviembre d« 1873 salí de la desembocadura del rio Santa Cruz con un pequeño bote de. la goleta argentina 'Chubut' y 4 hombres de la tripulación, para explorar el río hasta el lago Viedma. A los 20 días de la salida llegué a la boca del lago, el día 26 de noviembre; durante estos 20 días tuve vientos muy fuertes del tercero y cuarto cuadrantes; al día siguiente de llegar, como no me fue posible entrar al lago por el río por la mucha corriente y fuertes vientos, pasé el bote sobre la playa hasta el primer río que desemboca en el lago en la parte norte y lo mismo hice en el del sur. Hoy, 29 de noviembre, hace tres días que estoy aquí sin poder hacer nada por el tiempo malo, y como las provisiones se me están acortando, vuelvo para abajo llevando la latitud y la longitud del lago, para darle su posición verdadera, .que aún se ignoraba. Valentín Feilberg. Subteniente de la Marina Argentina".

Introdujo el papel en una botella y se dispuso a despedirse del lago tomando posesión. Usando un remo a guisa de mástil, ató en él la bandera argentina, que flameó orgullosamente en aquellas solitarias lejanías. Sujetó la botella al pie del mástil y emprendió el regreso. En los primeros dias de diciembre, tras 4 de marcha y 29 de ausencia, estuvieron nuevamente en la "Chubut" sin novedades. Había cumplido, sin la menor duda, una magnifica hazaña que honraba a la Armada Argentina.

Poco después de regresar Feilberg apareció en el estuario del Santa Cruz la esbelta y poderosa corbeta "Abtao", de la marina de guerra chilena, moderna nave a vapor de 1.500 toneladas, armada con tres cañones de 115 libras (Braun Menéndez), al mando del capitán de corbeta Jorge Montt. ¿Qué podría frente a esa maravilla bélica la desvalida "Chubut" con sus 120 toneladas y los dos cañoncitos de bronce, aptos apenas para salvas de saludos? Pero los chilenos no venían en tren de guerra. Al encontrar la banda sur ocupada por los argentinos, aceptaron los hechos. Indudablemente el capitán Montt traía instrucciones precisas al respecto.

Cumpliendo con los términos de cortesía debidos a los recién llegados, el comandante Lawrence comisionó al subteniente Feilberg, su segundo, para trasladarse a la "Abtao" a bordo del bote de la "Chubut". Fueron cortésmente recibidos por los marinos chilenos y poco después el capitán Montt dispuso la devolución de la visita. Ambas tripulaciones confraternizaron y fueron huéspedes de los Rouquaud en Los Misioneros, hasta que la "Abtao", tras una semana de permanencia en Santa Cruz, levó anclas de regreso a Punta Arenas.

En enero de 1874 la "Chubut" dejó a su vez el lugar, quedando en la casilla un cabo y dos marinos. Llegaron a Carmen de Patagones, desde donde Lawrence comunicó a la superioridad todo lo actuado, al tiempo que cargaba provisiones y elementos para regresar al sur. Durante la estadía desembarcaron para volver a Buenos Aires el subteniente Palacios y el práctico Arrevoir, incorporándose en calidad de piloto Jorge H. Bornes. El 22 de febrero la "Chubut" se hizo a la mar rumbo a Santa Cruz, donde llegó el 6 de marzo, para terminar de cumplir las instrucciones, que disponían la vigilancia y exploración de la región austral hasta nueva orden.

Con ese fin, el comandante Lawrence destinó nuevamente al subteniente Feilberg para dirigir una expedición por tierra para explorar el espacio comprendido entre los ríos Santa Cruz y Gallegos. Acompañado por dos marineros y conduciendo una tropilla de caballos, se internó hacia el sur y durante diez días recorrió las desoladas regiones, sin encontrar un ser humano en el camino. La estación estaba avanzada, por lo que debió enfrentar condiciones atmosféricas sumamente desfavorables. Todo lo soportaron en esa travesía de paisajes desconocidos, tristísimos y deprimentes, capaces de poner a prueba al hombre más templado. Atravesaron zonas inexploradas en medio de fuertes vientos que dificultaban la marcha, intensas nevadas que anunciaban un temprano invierno y un frío penetrante contra el que resultaba pobre defensa los inapropiados abrigos de la época. Al llegar al río Coyle lo hallaron crecido. Sin amilanarse, Feilberg ordenó internarse en las heladas aguas y lo cruzaron a nado. Siguieron hasta corta distancia del río Gallegos, pero con claras secuelas de la penosa travesía: a consecuencia del cruce del Coyle, Feilberg presentaba signos de congelamiento en una pierna, de modo que debieron regresar. Diez días había demandado la entrada que, por las características que asumió y los inconvenientes que debió superar, no es menor hazaña que la cumplida por el valeroso subteniente en el río Santa Cruz.

Feilberg necesitaba asistencia médica imposible de recibir en Santa Cruz, por lo cual el comandante Lawrence dispuso su traslado a Buenos Aires en mayo de 1874, pasando a ser segundo de la "Chubut" el piloto Bornes. El historiador Armando Braun Menéndez afirma que el subteniente regresó cubriendo a caballo la distancia entre Santa Cruz y Carmen de Patagones -algo asi como de Buenos Aires hasta más allá de Tucuman lo que implicaría, para 1874 y con una pierna helada, algo sobrehumano de caracteres homéricos.

Bastaría con hacer la prueba ahora en 1973, por carretera y con las dos piernas sanas. De acuerdo a la foja de servicos de Feilberg, el viaje fue a Punta Arenas, donde tomó el buque de la Mala Real Inglesa que cubría regularmente el trayecto entre puertos chilenos y la capital argentina, por el estrecho de Magallanes. Una vez en Buenos Aires y ante los relevantes méritos de sus servicios, Valentín Feilberg fue ascendido a teniente de marina, grado correspondiente al actual de alférez de navio.

sábado, 13 de mayo de 2023

Guerra contra la Subversión Peronista: El atentado al C-130

El atentado contra el C-130 en Tucumán





Un avión Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina fue derribado el 28 de agosto de 1975 en el Aeropuerto "Teniente General Benjamín Matienzo" de San Miguel de Tucumán
que mucha gente ya no lo recuerda y otros, aquellos que tienen menos de 40 años de edad, lo desconocen, como muchos otros hechos similares, porque no habían nacido o eran demasiado chicos.
Esta operación se llevó a cabo con una gran precisión, pero por la pericia de la tripulación se evitó que este atentado criminal alcanzara proyecciones de catástrofe, salvando las vidas de más de un centenar de almas que se encontraban a bordo, como así también el desastre que podía haber ocasionado de haberse precipitado sobre el Barrio Obrero situado a continuación de la cabecera de pista de dicho Aeródromo.
El aparato se destrozó al caer a tierra y quedó envuelto en llamas, explotando con impresionante violencia, lo que causó pánico entre los habitantes de la zona próxima al Barrio San Cayetano.
Los restos del avión quedaron esparcidos en un radio de aproximadamente 300 metros, mientras que el grueso de la estructura se incendiaba a un costado de la pista envuelto en llamas y en medio de una columna de humo negro visible a gran distancia del lugar.



La tarea de rescate se hizo muy difícil para los bomberos que estaban atacando el fuego, debido a las explosiones posteriores, causadas por los tanques auxiliares de combustible y el material transportado a bordo.
El día del atentado, se habían registrado seis fallecimientos y veintitrés heridos, nueve de ellos de gravedad.
Un hecho significativo que merece ser recordado, fue que mientras se incendiaba el avión y entre las explosiones, se vivieron escenas heroicas por parte de los bomberos, la gente del lugar, como así también de los tripulantes del Hércules y Gendarmes que habían podido salir de este infierno y volvían para rescatar a los que quedaban atrapados entre los restos del avión, el cual quedó totalmente destruido.
Las autoridades del gobierno constitucional a cargo de la señora Presidente de la Nación Argentina, María Estela MARTÍNEZ de PERÓN, condenaron enérgicamente este accionar terrorista.


 

viernes, 12 de mayo de 2023

Argentina: La mafia de la Zwi Migdal

El calvario de una joven que fue vendida por su familia a una histórica red de trata

En “El infierno prometido”, la escritora argentina Elsa Drucaroff narra el tormentoso viaje de Polonia a Buenos Aires de una chica que fue entregada por sus padres a la Zwi Migdal, una de las más temidas mafias judías de comienzos del siglo XX, luego de ser “capturada como un animal” y mantenida en cautiverio.


Por Gabriel Sánchez Sorondo - Télam S.E.
Infobae

La Zwi Migdal fue una poderosa mafia judía y red de trata de origen polaco que operó entre 1906 y 1930 en Buenos Aires, donde eran traídas las mujeres que secuestraban en Europa del Este.

“Capturada como un animal”, mantenida en cautiverio y sometida a los más atroces tratos, la historia que la escritora argentina Elsa Drucaroff cuenta en El infiermo prometido es la de una joven polaca que, como tantas otras en las primeras décadas del siglo XX, fue secuestrada en su país natal y llevada contra su voluntad a Buenos Aires por la temida Zwi Migdal, una poderosa mafia judía.

En El infierno prometido, su novela de 2006 -recientemente reeditada por Marea Editorial- sobre la trata construida con armazón histórico y luz literaria que vuelve a circular por estos días, la escritora Elsa Drucaroff pone en foco el amplio espectro de las esclavitudes donde inciden personas con intereses comunes a través de un lenguaje que legitima la violencia y la vileza.

“¡Vas a terminar en Buenos aires!” maldice una madre judía a su hija quinceañera. El anatema solo resulta comprensible en el devastado rancherío polaco de 1920 donde se pronuncia, es decir, en el contexto argumental de esta novela reeditada por Marea Editorial que se presentó esta semana.

Aquel conjuro materno no deja de sorprender ¿De qué Buenos Aires hablamos? ¿Cuándo esta ciudad fue sinónimo de perdición, de tragedia? ¿Lo sigue siendo hoy? Quizás sí, porque se habla de una cruenta historia de trata, de un relato que hace foco en el amplio espectro de las esclavitudes donde inciden personas con intereses comunes y se cuela, también, la potencia de un lenguaje que legitima el delito, el abuso, la ruindad.


En la presentación del volumen, tres voces literarias abordaron la cuestión y la trama. La cita, en “un bar arltiano, en el corazón de Boedo” como rezaba la invitación, contó con equipo de lujo: Agustina Bazterrica, Guillermo Martínez y Guadalupe Castagnola –una muy joven “BookToker”–, quienes conjugaron el enfoque de tres generaciones de lectores. Todo un acierto, considerando que la propia protagonista de esta novela es una adolescente entre adultos, cuya perspectiva ayuda a entender también ciertas señales del presente.

Drucaroff construyó con destreza y enorme trabajo de investigación una novela que –aún sin el poderoso eco social que despierta– es literatura intensiva, narcótica. Con garra de policial, con personajes oscurísimos o radiantes, con roces de época, con guiños equívocos y enigmáticos. El infierno… es contenido y continente; es un barco donde las desgracias navegan y se transportan revanchas en trenes confusos. Todo ocurre entre varones miserables o nobles en su locura, entre hombres y mujeres de moral opaca, imprecisa, como la condición dudosa de víctimas o victimarios entre quienes habitan este infierno.

La “red” es clave, como elemento articulador del guion y del drama real. Porque, en tanto red, además de ocupar territorio, atomiza las responsabilidades: esa funcionalidad omnímoda es la razón por la cual, desgraciadamente, sigue existiendo. Y logra, en el caso de la trata de personas, una casi perfecta invisibilización: no está ocurriendo nada que no se sepa.

En el fondo, todo está avalado por cada microacción de los miembros: testigos indiferentes, proxenetas, clientes, inversores, familiares, funcionarios y políticos corruptos. El primer hallazgo de esta novela es, pues, ponernos frente a esa perversidad sobre algo que también ocurre hoy, en esta misma ciudad, en esta Buenos Aires tan distinta de aquella.

La desventura, sellada por intuición de la propia víctima, y regada por la maldición de su progenitora, empieza cuando la hija maldecida es capturada como un animal o un ser humano en tierras de conquista. En este escenario, son cazadores americanos quienes viajan a la Europa pobre a buscar presa.

La escritora Elsa Drucaroff viajó a Polonia para documentar los mecanismos de la Zwi Migdal y las distintas redes de trata que, aún hoy, persisten. (Jose Nicolini)

A Dina, casi niña, la entregan: cierto rufián porteño se la lleva del paupérrimo pueblito polaco para subirla a un buque y esclavizarla en Buenos Aires. El matón y su tramoya están amparados por la organización mafiosa Zwi Migdal, con pantalla de “mutual” y conocida en Argentina como “La Varsovia”.

La chica, ya a en cautiverio, es forzada a una pesadilla de ribetes reales que la autora se ocupó de investigar y describe al dedillo. “Druki” (así llaman a la escritora en cercanía) viajó ella misma a Polonia y documentó el mecanismo que hace a su trama; esto permea, pluma mediante, la veracidad que irradian sus líneas.

Cuando entiende que fue emboscada por traición de los propios –parte decisiva de una auténtica “red”– y ya camino al calvario, Dina lo hace verbo: “Ellos no quisieron saber, yo sí. Yo sé a qué voy, yo entiendo, ahora yo tengo los ojos abiertos”.

Lo cierto: la red en cuestión es mucho más amplia de lo que puede constar en expedientes judiciales y escalarse en pesquisas; en ella, gran parte de los miembros, encubridores o cómplices, eluden pertenencia. Diluyen su responsabilidad en una conveniente división del trabajo.

El mal mismo atomizado, la ignorancia suicida de aquella vecindad polaca, su nazismo incipiente, el patriarcado como ley implícita y explícita religión, son el germen de la desgracia creciente. Que se expande voraz, porque la red es, en efecto, más colectiva de lo que se dice: abarca a la familia, a los amigos, a la aldea aquí expugnada por la remañida pero cierta “banalidad del mal” de Hannah Arendt.


La babilónica capital de Sudamérica a donde Dina llega con sórdido pronóstico, arranca otra óptica particular, otra posibilidad de extrañamiento para acaso empatizar con las potenciales víctimas: “La ciudad era hermosa, tan hermosa como aterradora (…) aunque estaba ahí para hacer algo horrible, no pudo evitar la alegría de la velocidad del auto, de su ropa nueva, del desfile, de ese mundo que bullía por la ventanilla. Y de estar lejos, muy lejos. Todo el océano en el medio”.

Dina irá a parar a un prostíbulo de Boedo, barrio donde, a su vez, cobran forma los cruces, o crossovers literarios: “el rufián melancólico” de Roberto Arlt y hasta una encarnación del mismísimo aguafuertista porteño. Personaje-autor también llevado al texto en Fémina infame. Género y clase en Roberto Arlt, reciente ensayo que la hiperactiva Drucaroff acaba de presentar, hace apenas un mes.

El infierno prometido fue publicada por primera vez en 2006, antes de la Ley IVE, antes del “Ni una menos” y la “Marea verde”, en un antes que hoy parece prehistórico. Un antes que, como el antes del voto femenino o el divorcio, resulta incomprensible a quienes nacieron a partir del 2000.

Vale la pena subrayarlo: aun más allá de su consistencia testimonial –o incluso “documental”– la novela despliega una orfebrería literaria notable. Por precisión de perfiles, por su clima de época, su color de zaguanes, patios, gestos, modismos, aromas, sonidos. Por su manejo de las voces y la traza de sus fisonomías. Y porque, finalmente, conjuga con la misma fluidez una historia de amor, un drama, y un afiladísimo policial donde el suspenso manda y el deseo trepa, repta, sobrevive a crueldades y dolores. “Todos los cuerpos, el cuerpo” laten y habitan en esta novela tan extensa como vertiginosa, tensa, acaso liberadora.

Fuente: Télam S.E.

jueves, 11 de mayo de 2023

La batalla de Pensacola, 1781

Pensacola en 1781

Weapons and Warfare






El control del área alrededor del Mississippi era un objetivo clave de la guerra española y se había logrado en 1780. Este territorio, en palabras del Ministro de Indias español, iba a ser "el baluarte del vasto imperio de la Nueva España". Bernardo de Gálvez, el gobernador de Nueva Orleans que ya había demostrado una considerable habilidad diplomática en el manejo de la incursión de Willing, se había tomado las operaciones militares como pato en el agua.

Gálvez había recibido la noticia de la declaración de guerra española mucho antes que las fuerzas británicas en la zona y había preparado una pequeña flota para asaltar el Mississippi. Sus barcos, además de una sola fragata, fueron destruidos por un huracán, pero el decidido e ingenioso Gálvez volvió al trabajo y creó otra pequeña flota de la nada levantando algunos restos del fondo del mar y enviando tropas a lo largo y ancho para desmantelar la Costa del Golfo alrededor de Nueva Orleans de todas las embarcaciones disponibles. Una vez lista, su nueva flota transportaba un revoltijo de hombres: veteranos españoles, reclutas mexicanos, canarios, carabineros, milicianos, negros libres, mulatos e indios. La flota fue seguida en las orillas del Mississippi por aquellos soldados que no cabían en los barcos.

El 7 de septiembre esta ecléctica fuerza marítima sorprendió a los británicos en Manchac, asegurando así la primera victoria española de la guerra. La ubicación estratégica clave de Baton Rouge cayó poco después, y luego Fort Panmure en Natchez. También, y quizás más importante, capturaron ocho barcos británicos en el río y lagos adyacentes, incluido un transporte de tropas en su camino a Manchac, que fue capturado por una tripulación española cinco veces menor que la de su presa. Por lo tanto, los españoles no solo habían tomado el control de los fuertes británicos clave en el río, sino que también habían adquirido una pequeña flota con la que podían vigilar el río y unir sus nuevas posesiones. En total Gálvez y sus hombres capturaron tres fuertes, 550 soldados, ocho navíos y 430 leguas de las mejores tierras del Mississippi. Todo un premio.

En el verano de 1780, por lo tanto, el Hudson, el Mississippi y el poderoso puerto de Newport estaban en manos estadounidenses, españolas y francesas: una garra aliada transnacional de tres vías sobre las colonias americanas que las mantuvo firmes contra las amenazas británicas del norte, del sur. y el este y proporcionó una base sólida desde la cual construir. La presencia francesa en Newport paralizó a la Royal Navy en Nueva York y la enorme flota de Solano en La Habana paralizó la flota británica en Jamaica. No había fuerzas navales británicas significativas en las Floridas, Georgia o Carolina del Sur, y Gálvez aprovechó la oportunidad.

Se dispuso a preparar un ataque contra Mobile, la base británica más cercana a Nueva Orleans y un puerto crucial. Mobile Bay es como un diente arrancado de la faz del Golfo de México. Treinta millas de largo, seis de ancho y protegido por bancos de arena, era un buen fondeadero. Se prepararon unos 1.200 hombres en catorce barcos, pero los preparativos de Gálvez se vieron frustrados por otra tormenta, esta tan feroz que 400 marineros y soldados españoles se ahogaron. Una vez más Gálvez se vio obligado a resucitar una flota, y una vez más tuvo éxito donde muchos habrían fracasado. Para Gálvez la lucha por el poder marítimo fue, más que nada, una lucha contra los elementos.



Cuando su flota finalmente llegó a Mobile, las cosas volvieron a salir mal. Seis barcos encallaron, uno naufragó y todo el proceso de descarga de tropas y suministros, intentando en el mejor de los casos, se volvió casi una farsa en el clima tempestuoso. Gálvez perdió tantos suministros que consideró seriamente retirarse por tierra a Nueva Orleans. Sin embargo, diez días después de su llegada, llegaron refuerzos de La Habana y se inició el sitio. Los españoles inmediatamente comenzaron a hacer escaleras para escalar con sus barcos destrozados. La ciudad estaba indefensa ante tal poder marítimo y Fort Charlotte cayó el 13 de marzo. Los españoles tomaron así el control de Mobile y con él aseguraron el acceso tierra adentro a través de los ríos Alabama y Tombigbee.

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El próximo objetivo de Gálvez era Pensacola, capital de la Florida occidental británica y sólo cincuenta millas o más a lo largo de la costa. Sin embargo, Pensacola era otro tipo de objetivo, un hecho que Gálvez conocía bien, ya que había encargado una operación de espionaje detallada sobre las defensas británicas allí en los años crepusculares antes de la participación oficial española en la guerra. Tomar Pensacola requeriría una expedición mucho más significativa que la que había tomado Mobile, y dependería completamente de los barcos españoles: Pensacola estaba casi completamente aislada del interior por pantanos infranqueables: era, de hecho, una isla. Por tanto, Gálvez viajó a La Habana para instar personalmente a Solano a que le prestara su flota. Solano estuvo de acuerdo.

En octubre, casi 4000 soldados abordaron una flota de setenta y dos barcos bajo el mando de Solano, partieron de La Habana hacia Pensacola e inmediatamente navegaron hacia una terrible tormenta: la tercera vez en tres operaciones que las fuerzas naturales destruyen las flotas españolas. 'El día comenzó hermoso, con un horizonte despejado y un buen viento', escribió un español, pero las cosas comenzaron a cambiar, y rápido. 'La rosa de los vientos a las 9.30; a las doce se volvió violento; ya las 4 hubo un furioso huracán.' Tres días después, sus mástiles cedieron y "entró agua por las cabezas, los puertos y por todas partes". Un barco, el San Ramón, tomaba cincuenta y ocho pulgadas de agua cada hora.

La mayoría de los relatos sobrevivientes de la tormenta son concisos y hacen eco de la conmoción y la decepción, en lugar de detallar la lucha real con los elementos, pero una carta escrita por un español educado, quizás un oficial y ciertamente un marinero, ofrece un vistazo de la destrucción impactante que visitó la flota. Informó que, de los siete navíos de línea de Gálvez, sólo uno volvió ileso. Uno nunca se volvió a ver y el resto quedó desarbolado y a la deriva en el Golfo de México. La flota se dispersó a lo largo y ancho del Golfo de México: algunos sobrevivientes llegaron a tierra en su destino previsto de Pensacola; otros llegaron a Mobile, Nueva Orleans, incluso Campeche en el extremo sureste de la media luna del Golfo de México; otros aún, incluido el propio Gálvez, pudieron regresar a La Habana. En muchos casos, los marineros arrojaron por la borda todo lo que el océano aún no había reclamado, simplemente para mantenerse a flote. Para los buques de guerra, los elementos más pesados ​​y peligrosos en una tormenta eran los cañones; para los transportes de caballos fueron los pobres caballos; para uno de los barcos hospital era todo su suministro de 'equipos y materiales'. No sobreviven cifras detalladas, pero la prensa británica se jactó de que murieron más de 2.000 españoles. El huracán fue tan poderoso que su existencia puede demostrarse físicamente hoy en los isótopos de los anillos de los árboles en Georgia. pero la prensa británica se jactó de que murieron más de 2.000 españoles. El huracán fue tan poderoso que su existencia puede demostrarse físicamente hoy en los isótopos de los anillos de los árboles en Georgia. pero la prensa británica se jactó de que murieron más de 2.000 españoles. El huracán fue tan poderoso que su existencia puede demostrarse físicamente hoy en los isótopos de los anillos de los árboles en Georgia.

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Esta secuencia de tres temporales soportados por los españoles en tres operaciones separadas plantea la importante cuestión de la previsión meteorológica en este periodo. Solo en esta campaña, Gálvez se vio frustrado en todo momento, y en la guerra en general, el clima jugó un papel importante repetidamente, sobre todo en la tormenta que interrumpió la batalla entre Howe y d'Estaing frente a Rhode Island en 1778, las tormentas que retrasó y dañó a Byron en su camino a América y luego al Caribe en 1778, la tormenta que dañó la flota de d'Estaing en Savannah en 1779, la tormenta que casi destruyó la fuerza expedicionaria de Arbuthnot y Clinton a Charleston en 1780, y el gran huracán de Octubre de 1780 que pronto desgarraría a la Royal Navy en el Caribe.

Es importante darse cuenta de que los hombres que navegaban en estos barcos, totalmente dependientes del clima aunque encargados del destino de los imperios, en realidad sabían muy poco sobre la ciencia del clima. Los marineros profesionales tenían un entendimiento general de que ciertos lugares eran peligrosos en ciertas épocas del año, pero aparte de eso, su pronóstico del tiempo simplemente se basaba en presagios del entorno inmediato: el comportamiento de las aves marinas; manadas de delfines moviéndose en cierta dirección; la apariencia y el comportamiento de las marejadas oceánicas. La ciencia de la meteorología no era desconocida, pero aún no era una ciencia rigurosa, y los instrumentos eran muy escasos y no estaban estandarizados ni eran precisos. Ciertos conceptos básicos cruciales aún no se habían descubierto:

Es demasiado fácil concentrarse en los cañones de un buque de guerra y olvidar que estos barcos no tenían armas para luchar o burlar al clima. Si los atrapaban, todo lo que podían hacer los marineros era resistir, aunque es importante apreciar cuán hábiles se volvieron para hacer exactamente eso. Una tripulación experimentada del siglo XVIII podría transformar rápidamente un barco preparado para exprimir hasta el último nudo de una ligera brisa en uno que podría ser castigado por los elementos durante días seguidos. Sus habilidades de reparación también fueron excepcionales. Se podía tomar madera o lona de una parte de un barco para injertarla en otra, como un trasplante de hueso. Los timones podrían convertirse en mástiles de jurado; los postes de cabrestante podrían convertirse en patios; las velas podrían bloquear brechas en el casco. Sin embargo, solo tenemos una vaga idea de cómo hicieron lo que hicieron. y la cuestión de la navegación durante o después de tormentas y batallas sigue siendo uno de los temas más interesantes pero menos investigados de la historia naval. De hecho, una de las estadísticas ocultas más fascinantes de este período no es cuántos barcos naufragaron a causa de las tormentas, sino cuántos se salvaron gracias a una navegación e innovación excepcionales, un tipo de conocimiento que ahora se ha perdido en gran medida en la historia.

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Los hombres de Gálvez soportaron esta tercera tormenta y, finalmente, regresaron con todos menos uno de sus barcos a La Habana, un logro realmente impresionante. Gálvez se dedicó a reconstruir la fuerza. En Pensacola, saber que este hombre extraordinariamente resistente tenía los ojos puestos en ellos pesó mucho sobre los británicos, y comenzaron a sufrir la misma ansiedad que había asolado a los ciudadanos y soldados de Nueva York en 1776, Filadelfia en 1777 y Charleston en 1780. Los ojos escanearon nerviosamente el horizonte en busca de una fuerza que sabían que venía pero que no podían hacer nada para detener. Los deberes de captura, podredumbre y convoy habían reducido el 'escuadrón' británico en Pensacola a dos goletas armadas, y el mismo huracán que destrozó la flota española en La Habana casi había destruido la flota británica en Jamaica. Parker ahora no podía ofrecer ninguna ayuda en absoluto,

La falta de presencia naval británica sumió a los pensacolanos en "un estado de incertidumbre desagradable". Esto no era Gibraltar; no tenían expectativas de socorro en absoluto. Con la amenaza española tan clara y cercana, los militares y los civiles de Pensacola comenzaron a picotearse unos a otros, los militares alegando que los civiles eran 'egoístas y vagos' mientras que al mismo tiempo ideaban planes para entregarlos a todos a Gálvez tan pronto como llegara para que pudieran ser guardados, por su propia 'seguridad', en barcos españoles. Como era de esperar, la idea horrorizó a los civiles, quienes la consideraron "sin precedentes en ninguna sociedad".

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La lección de 1780 fue que los peores temores británicos se habían hecho realidad: habían perdido el control del mar. Las amenazas estadounidenses, francesas y españolas combinadas significaron que no había suficientes buques de guerra británicos para proteger todas sus posesiones. Este había sido un problema desde el comienzo de la guerra, pero ahora, con hombres competentes al mando de las armadas francesa y española, se había vuelto particularmente agudo. No sorprende que los aliados también comenzaran a realizar importantes capturas de convoyes en este período. En una ocasión, el 9 de agosto, una flota franco-española de treinta y tres barcos zarpó de Cádiz y capturó un gran convoy británico de más de sesenta barcos, tomando prisioneros a 1.350 marineros y 1.255 soldados, y apoderándose de £ 1,5 millones en carga y provisiones. Fue el peor desastre de un convoy británico que se recuerda, y se sintió tan severamente que condujo a cambios significativos en el seguro marítimo británico. Bajo presión en todas partes, los británicos no habían podido proporcionar a este convoy, que viajaba en una época predecible del año a lo largo de un curso predecible, más que un solo barco de línea de batalla y dos fragatas como escolta. La Flota del Canal estaba débil por la enfermedad y la presión de tratar de controlar las aguas nacionales con una fuerza inadecuada casi mata al almirante Geary, entonces comandante en jefe de la flota nacional. Parece haber tenido un colapso total y, sorprendentemente, el informe del médico aún sobrevive. 'El Almirante', escribió el Dr. James Lind, 'a través de' una fatiga constante y la prisa de los negocios sumados a una ansiedad mental excesiva, parece haber agotado sus fuerzas y su ánimo. Está febril, tiene el pulso débil, tiene por violento dolor de cabeza, dolor en el Pecho, y sudores profusos. Simplemente no tenía nada más que dar, roto por el desafío de ejercer el poder marítimo británico.

El imperio marítimo británico comenzaba a desmoronarse porque no se podían garantizar sus conexiones marítimas. Esta debilidad naval, experimentada en todo el imperio, se sintió intensamente en Gran Bretaña, particularmente en Londres, donde la presión de ejercer un poder marítimo inadecuado estaba paralizando su jerarquía política ya dividida. El repentino estallido de disturbios en Londres, los peores disturbios del siglo, no es una coincidencia. Lo último que necesitaban ahora los británicos era que España abriera un nuevo frente en el Mediterráneo; que Francia reabra otro frente a miles de kilómetros de distancia en la India; para varios países más, todos equipados con sus propias armadas, para mostrar sus músculos marítimos contra Gran Bretaña; y que los españoles y los franceses ignoraran las heridas supurantes de sus fallidas operaciones combinadas y comenzaran a cooperar una vez más.

Pero, extraordinariamente, eso es exactamente lo que sucedió.

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Principios del verano de 1781, mientras Rochambeau marchaba a través de Connecticut para conectarse con Washington, y mientras La Luzerne persuadía al Congreso para que permitiera que Luis XVI y Vergennes negociaran el futuro de Estados Unidos. En junio, en un puerto de Haití, el conde de Grasse y el noble español Capitán Francisco de Saavedra, de treinta y cinco años, se sentaron a bordo del majestuoso Ville de Paris para decidir hacia dónde iría la flota de De Grasse en América del Norte.

Saavedra tenía credibilidad en esta reunión porque recientemente había estado involucrado en el asedio exitoso de un bastión británico en América del Norte, Pensacola. Saavedra, un emisario especial de Carlos III designado para coordinar las actividades de Francia y España en el Caribe, había reunido las fuerzas para el ataque de Pensacola: los soldados españoles y franceses, los barcos y su comandante, Gálvez. En mayo, esa flota española y el ejército políglota habían comenzado a atacar esa ciudad de la costa del Golfo. Las 1.315 tropas de Bernardo de Gálvez habían sido transportadas allí en barcos españoles desde La Habana, algunos de esos barcos y tropas habían cruzado recientemente el Atlántico para reforzar la flota española del Caribe.

El primer barco español que entró en la bahía de Pensacola había encallado y el comandante de la flota se negó a intentar el obstáculo con cualquiera de sus otros barcos. Gálvez estaba furioso y su situación se remedió pronto con la llegada de más barcos enviados por los agradecidos residentes estadounidenses de Nueva Orleans, barcos que quedaron bajo su mando exclusivo. Con estos pasó el banco de arena y luego aguijoneó a los barcos con base en La Habana para que lo siguieran. Durante el asedio que siguió fue herido dos veces. Saavedra llegó entonces con más refuerzos, regulares españoles acompañados de ochocientos soldados franceses y algunos negros libres. En mayo de 1781, en Pensacola Bay, Gálvez comandaba siete mil hombres, más soldados que los que tenía Rochambeau en Newport. El 8 de mayo, una bala de cañón española atravesó los muros de Crescent Fort y golpeó el polvorín, que explotó. matando a 105 hombres y haciendo posible que los españoles dispararan sin oposición contra las principales obras defensivas de Pensacola, Fort George. Dos días después, los británicos se rindieron. Fue una gran victoria. Junto con la toma de posesión del bajo Mississippi por parte de los españoles, dejó el control del delta del Mississippi y el cercano Golfo de México en manos españolas. Gálvez, ascendido a mariscal de campo a cargo de todas las fuerzas militares españolas en el Caribe y la Nueva España, elevó a Saavedra a estratega de todas las actividades militares futuras.

Antes de ingresar al ejército, Saavedra había sido estudiante de teología, y su inteligencia lo había ayudado a ascender en el gobierno español, en puestos diplomáticos y del consejo, antes de ser enviado a La Habana. Francia había acordado que en el Caribe, España sería la fuerza dominante y los franceses estarían bajo su mando. Al enterarse de la inminente llegada de de Grasse a Haití con una semana de anticipación, Saavedra fue allí y estaba bien conocido localmente cuando él y de Grasse se encontraron a bordo del Ville de Paris el 17 de junio.

Allí los líderes formularon un plan de dos pasos. De Grasse vencería a los británicos en América del Norte y luego, en el otoño, regresaría al Caribe para participar en una operación conjunta franco-española contra Jamaica, la más valiosa de las posesiones británicas. Con respecto a la aventura norteamericana, como Saavedra escribió en su diario, “no podían desperdiciar la oportunidad más decisiva de toda la guerra”: aprovechar la inferioridad naval británica en el Atlántico americano. El punto británico más vulnerable, en opinión de Saavedra y de Grasse, era Virginia, porque las tropas británicas allí disfrutaban solo de protección naval esporádica de escuadrones con base en Nueva York y el Caribe. De Grasse tampoco estaba dispuesto a atacar a Nueva York porque sabía que d'Estaing no había podido pasar el listón en Sandy Hook. Las cartas de Rochambeau y La Luzerne defendían un enfoque en la bahía de Chesapeake, al igual que los informes positivos de Saavedra sobre el éxito de la acción en Pensacola contra un bastión británico bien defendido. De Grasse iría a Virginia.

La decisión estratégica más importante de la guerra, atacar a los británicos en la península de Yorktown, la tomaron militares franceses y españoles en un puerto haitiano.

Para recibir permiso para partir hacia aguas americanas, de Grasse tuvo que obtener la liberación formal de sus barcos por parte de España. Gálvez autorizó eso, pero Saavedra vetó permitir que de Grasse llevara barcos españoles con él, como había solicitado De Grasse, con el argumento de que su lucha directa por América podría interpretarse como un reconocimiento de facto de la independencia americana, que Madrid se esforzaba por evitar. . La flota española, al permanecer en el Caribe y proteger tanto las colonias francesas como las españolas, amarraría a la escuadra de Rodney, ya que el almirante británico no se arriesgaría a ir en ayuda de sus hermanos del norte por temor a que los españoles aprovecharan su ausencia para apoderarse de más islas azucareras británicas.

De Grasse recibió instrucciones de Rochambeau de reunir dinero en metálico para pagar a las tropas francesas, cuyo alijo se estaba acabando. No pudo persuadir mucho a los colonos franceses del Caribe, incluso después de avisos públicos que anunciaban una tasa de cambio de crédito muy favorable. Saavedra entonces intervino. Decidiendo que “sin el dinero el Conde de Grasse no podría hacer nada y la demora… pondría en peligro su flota”, el joven capitán le dijo al almirante que pusiera en marcha sus naves hacia América y que él las habría transportado a ellos en el mar el dinero necesario, que obtendría de Cuba. En sólo seis horas, mediante un “llamamiento de emergencia” al populacho de La Habana, reunió quinientas pesetas y las envió a de Grasse. Luego, el almirante partió hacia el norte con su flota, enviando una carta que decía que su destino era la bahía de Chesapeake.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Gran Guerra del Norte: Carlos XII desembarca en Rusia (1/2)

Carlos XII en Rusia

Parte I || Parte II
Weapons and Warfare


   

Batalla de Holowczyn. Escenario de la batalla de Holowczyn 1708 para Pike & Shot

Plan sueco sobre la batalla de Holowczyn



La campaña rusa en 1707

Como siempre, hay cierto desacuerdo en las fuentes en cuanto al número de suecos que participaron en la invasión de Rusia. El ejército que se movió contra el zar se cuenta tradicionalmente entre 33.000 y 43.000. Hatton concluye que la fuerza del ejército principal sueco no estaba lejos de los 44.000.

Había más tropas en camino de Suecia a Livonia, pero aún no se habían unido al ejército principal. Se esperaba que un ejército de 14.000 al mando del general Georg Lybeker, estacionado en Finlandia, entrara en acción atacando San Petersburgo para inmovilizar a las fuerzas rusas. Además, Karl XII esperaba que se le unieran 11.400 soldados al mando del general Adam Ludwig Lewenhaupt en Livonia.

Karl XII dejó al general Lewenhaupt en Livonia con la misión de llevar suministros. Lewenhaupt debía seguir al ejército principal cuando se le llamara. Habría sido más prudente llevar esos suministros y las tropas de Lewenhaupt a una distancia que pudiera ser apoyada por el ejército principal en caso de emergencia. El hecho de que esto podría haber frenado la invasión sueca no es convincente. Los suecos no tenían prisa, pasaron mucho tiempo esperando que el Vístula se congelara y la llegada de nuevas tropas de Suecia a través de Livonia, y luego se dirigieron a los cuarteles de invierno cerca de Grondo. Incluso un gran tren de suministros no los habría frenado. Permitir que ese tren se moviera por sí solo muy por detrás del ejército principal a través de territorio hostil con los flancos abiertos durante cientos de kilómetros fue una decisión imprudente. Si esos suministros hubieran acompañado al ejército principal, no habría habido razón para volverse hacia el sur, hacia Ucrania; habría permitido a los suecos dirigirse directamente a Moscú. Downing escribe que la derrota llegó a Carlos XII en lo más profundo de Ucrania como resultado, al menos en parte, de una flagrante debilidad del indelningsverket: su falta de un sistema racionalizado de suministro. También, como sugirió Napoleón, habría mantenido concentradas a las fuerzas suecas. Tal como estaban las cosas, solo alrededor del 50 por ciento de las fuerzas disponibles participaron en la campaña real. como sugirió Napoleón, han mantenido concentradas las fuerzas suecas. Tal como estaban las cosas, solo alrededor del 50 por ciento de las fuerzas disponibles participaron en la campaña real. como sugirió Napoleón, han mantenido concentradas las fuerzas suecas. Tal como estaban las cosas, solo alrededor del 50 por ciento de las fuerzas disponibles participaron en la campaña real.

Había otros 22.000 hombres en varias partes del imperio sueco y 17.000 en Suecia. Estas fuerzas eran aproximadamente iguales en número al ejército operativo principal, pero no estaba previsto que participaran en la campaña principal. Ningún rey sueco había comandado un ejército de este tamaño y calidad.

Los suecos habían sido equipados con nuevos uniformes, y fuentes contemporáneas informan que crearon una vista imponente cuando decenas de miles se dirigieron hacia el este con sus uniformes azules y dorados. La población de Silesia salió a saludarlos como libertadores por miles mientras cruzaban ese estado desde Sajonia camino a Polonia.

Mientras marchaba hacia el este, Carlos XII era consciente de que había disturbios en el imperio de Pedro, que comenzó con una revuelta en Astracán en 1705, pero es dudoso que eso jugara algún papel en sus cálculos. También sabía que las reformas brutales e impopulares del ejército de Peter estaban lejos de estar completas y que el ejército regular todavía era relativamente pequeño. También sabía sobre el descontento entre los cosacos, que condujo a un levantamiento en 1707-1708 y la eventual deserción de Ivan Mazepa, un líder entre los cosacos ucranianos. Las noticias de los eventos en el este provinieron principalmente de fuentes polacas. El rey Stanislaw Leszcynski, aunque había instado en contra de la invasión sueca de Rusia, había manifestado su deseo de incorporar toda Ucrania a su reino.

Pedro el Grande había reunido un ejército de unos 70.000 para enfrentarse a los suecos. Al comienzo del movimiento sueco desde Sajonia, no estaba seguro de qué ruta tomarían, pero como tantos otros, creía que se moverían para recuperar sus territorios perdidos y luego avanzarían hacia Moscú después de capturar Pskov.

Pedro el Grande ya había tomado medidas en enero de 1707 para dificultar la invasión de los suecos. Había ordenado un cinturón de devastación destinado a evitar que los invasores vivieran del campo. Esta área se extendió a amplias muestras de Polonia, donde envió cosacos y calmucos con instrucciones de destruir todo lo que pudiera ser útil para los suecos.

Se emprendieron febriles actividades para fortalecer las fortificaciones, y el casi pánico que esto provocó en Moscú hizo que tanto los comerciantes rusos como los extranjeros huyeran con sus familias. No solo se temía a los suecos, sino también a una revuelta general en Moscú, donde la gente estaba amargada y resentida por los continuos aumentos de impuestos.

Pedro el Grande pasó dos meses durante el verano de 1707 en Varsovia, en parte porque estaba enfermo. Se fue tan pronto como supo que los suecos marchaban hacia el este. En un consejo de comandantes militares organizado por Peter y el general Alexander Danilovich Menshikov (quien se convirtió en mariscal de campo en 1709), se decidió no ofrecer batalla a los suecos en Polonia porque la infantería rusa no estaba completamente lista y Peter se negó a arriesgarse a su destrucción. . Menshikov recibió la misión de retrasar a los suecos en los cruces de ríos.

En octubre de 1707 Peter viajó a San Petersburgo para asegurarse de que sus defensas estuvieran en orden. Massie informa que Peter casi fue superado a principios del invierno por la ansiedad y la depresión. No estuvo del todo bien durante los meses de invierno cuando llegaron noticias sobre las revueltas cosacas en la parte sur de su reino. Mientras estuvo en San Petersburgo se casó con Catalina, una persona que supo calmar su ansiedad. Viajaron a Moscú a fines de noviembre para celebrar la Navidad e inspeccionar las fortificaciones que se estaban construyendo.

Peter salió de Moscú el 6 de enero de 1708 y procedió a unirse a su ejército. En el camino se enteró de que el ejército sueco avanzaba rápidamente por el paisaje invernal de Polonia. Por lo tanto, se apresuró a Grondo. La capacidad de los suecos para moverse rápidamente en invierno elevó aún más su ansiedad. Los suecos habían cruzado a Polonia por Rawicz, una ciudad que los rusos habían incendiado hasta los cimientos. Menshikov, que había causado toda la destrucción, se mantuvo alejado del ejército sueco que avanzaba en seis columnas paralelas.

Karl XII inicialmente se dirigió directamente a Varsovia, pero justo antes de llegar a esa ciudad giró hacia el norte. Se detuvo en Posen y estableció un campamento temporal mientras esperaba que llegaran refuerzos de Suecia a través de Livonia. Destacó 9.000 soldados (6.000 dragones y 3.000 de infantería al mando del general Ernst Detlow von Krassow) para reforzar las fuerzas del rey Estanislao.

A medida que se acercaba el invierno y el rey sueco no había hecho ningún movimiento, los rusos de los alrededores ganaron más confianza y se volvieron deslucidos. Llegaron a la conclusión de que los suecos permanecerían en su campamento hasta la primavera. Sin embargo, esta no era la intención de Carlos XII. Estaba entrenando a sus nuevas tropas y esperando que cesaran las lluvias de otoño.

En esta parte de la invasión vemos un cambio en las tácticas de Carlos XII. Dejó temporalmente a un lado su habitual ataque frontal rápido y furioso, y se dedicó a maniobrar. Permitió que los rusos establecieran posiciones defensivas detrás de los ríos y luego los flanqueó cruzando los ríos lejos de sus defensas. Esto los obligaría a retirarse sin una batalla. Uno puede cuestionar la sabiduría de este método de no buscar una batalla decisiva temprana, pero dio resultados.

A fines de noviembre de 1707, después de esperar dos meses, los suecos abandonaron su campamento en Posen y marcharon 80 kilómetros en dirección noreste hasta la gran curva del Vístula. El río era ancho y no había rusos en la otra orilla. A pesar de una fuerte nevada, el ancho río aún fluía y el hielo a la deriva hacía imposible construir un puente. Los suecos tuvieron que esperar un mes más para que el río se congelara. Para el 28 de diciembre, el río se había congelado con un espesor de tres pulgadas. Al usar paja y tablones rociados con agua, el hielo se congeló lo suficiente como para soportar la artillería y los carros de suministro, lo que permitió a los suecos cruzar con éxito entre el 28 y el 31 de diciembre.

Todo el ejército estaba al este del Vístula el día de Año Nuevo de 1708. Esto obligó al general Menshikov a evacuar Varsovia y retirarse detrás del río Narew.


La campaña rusa de 1708

Carlos XII volvió a flanquear la nueva posición rusa, pero con menos facilidad que en el Vístula. Decidió acercarse a las posiciones rusas a través de una caminata tortuosa a través de algunos de los peores terrenos de Europa del Este, la zona boscosa del lago Masurian, llena de pantanos. Las tropas y los animales sufrieron mucho en esta marcha y vemos el primer estallido de la guerra de guerrillas y las represalias suecas. Este no habría sido el tipo de terreno para el uso de trenes de suministro, pero podrían haber establecido un campamento esperando que el ejército principal asegurara los cruces que les habrían permitido tomar una ruta más directa.

Los suecos abandonaron la marcha de pesadilla en la ciudad de Kolno, a unos 20 kilómetros al suroeste de Grondo. Fueron observados por la caballería rusa, pero todo lo que pudieron hacer fue informar de la situación al general Menshikov. Los rusos se vieron obligados a retirarse de sus posiciones a lo largo del río Narew.

Karl XII utilizó diferentes tácticas para forzar la tercera línea del río, el Neman. Cualquiera que sea la ruta que Carlos XII eligió en su marcha continua, tenía que pasar por la ciudad fronteriza lituana de Grondo. Pedro el Grande había llegado a esa ciudad para endurecer la determinación de un Menshikov frustrado, que había sido burlado por los suecos en todas las posiciones defensivas. Los rusos, sabiendo que los suecos necesitaban a Grondo para usar el camino para evitar las áreas pantanosas y boscosas circundantes, estaban enviando tropas a la ciudad.

Karl XII decidió atacar inmediatamente antes de que el enemigo tuviera la oportunidad de establecerse de forma segura. Dejó que el ejército lo siguiera y cabalgó adelante con solo 600 hombres de la Caballería de la Guardia. Al encontrar el puente, que no había sido destruido, custodiado por 2.000 efectivos comandados por un brigadier alemán de nombre Mühlenfels al servicio de Rusia, atacó de inmediato sin esperar la llegada del resto del ejército. Algunos de los suecos se dirigieron directamente al puente mientras que otros cruzaron el hielo para atacar la retaguardia rusa. En el confuso combate cuerpo a cuerpo, el propio Karl mató a dos rusos. Los suecos capturaron el puente y acamparon para pasar la noche en las murallas de la ciudad, esperando al resto del ejército, sin saber que Pedro el Grande estaba dentro de la ciudad, a solo unos cientos de metros de distancia.

Creyendo que todo el ejército sueco había llegado, el zar y el general Ménshikov huyeron de la ciudad antes del amanecer y se dirigieron a Vilna. Cuando descubrió que Carlos XII solo tenía un pequeño destacamento en Grondo, el zar envió al general Mühlenfels de regreso con 3000 jinetes para recuperar la ciudad y, con suerte, Carlos XII. Los rusos podrían haber tenido éxito en su sigiloso acercamiento posterior a la medianoche excepto por dos centinelas alertas que dieron la alarma. Los suecos estaban tan sorprendidos que el rey no tuvo la oportunidad de ponerse las botas antes de entrar en la pelea que obligó a los rusos a retirarse. El general Mühlenfels fue capturado pero escapó. Fue recapturado por los suecos en su camino de regreso a Alemania y se unió a ellos.

La aparente facilidad con la que los suecos cruzaron tres líneas fluviales defendidas y atravesaron toda Polonia tuvo repercusiones políticas. Inglaterra, que antes se había mostrado renuente a reconocer a Stanislaw como rey de Polonia, ahora lo reconoció rápidamente. Los nobles polacos recalcitrantes también dieron su apoyo a Stanislaw. Europa occidental le dio a Pedro el Grande pocas posibilidades de supervivencia. Los suecos se instalaron en los cuarteles de invierno de Radoskovichi, al noroeste de Minsk. Después de recorrer 800 kilómetros en una campaña necesitaba un descanso.

Pedro el Grande fue a Vilna después de su huida de Grondo. Todavía no estaba seguro de hacia dónde se dirigían los suecos, pero si iban hacia Minsk no cabía duda de que se dirigían a Moscú. Cuando los suecos tomaron cuarteles de invierno en Radoskovichi, Peter ordenó una zona de devastación de 200 kilómetros desde Pskov hasta Smolensk. Dirigió una de las primeras, más completas y exitosas campañas de tierra arrasada en la historia militar. Cuando Karl XII entró en los cuarteles de invierno, Peter viajó a San Petersburgo. Volvió a enfermarse gravemente y, a juzgar por su correspondencia con varios funcionarios, parece que creía que el final estaba cerca.

Mientras estaba en su campamento de invierno, Karl XII ordenó al general Lewenhaupt que fuera a Radoskovichi. Se ordenó a Lewenhaupt que trajera una gran cantidad de alimentos, pólvora y municiones, que buscara caballos en el campo de Livonia y que se uniera al ejército sueco durante el verano.

El campamento sueco cobró vida con actividades a fines de abril de 1708. Se intensificó el entrenamiento y la búsqueda de alimento proporcionó suficiente comida para una campaña de seis semanas. Una razón principal para ir a los cuarteles de invierno era que no había alimento para los caballos después de que la escarcha y la nieve cubrieran el suelo y hasta que la hierba comenzó a crecer en primavera.

El ejército sueco todavía estaba en buena forma. Su ejército principal tenía doce regimientos de infantería y dieciséis regimientos de caballería para un total de 35.000 hombres. Las fuerzas suecas en Livonia y Finlandia y las que quedaron en Polonia todavía tenían una función que desempeñar, y se esperaba que algunas de ellas se unieran al ejército principal durante el verano. Todo el frente de campaña aún contaba con 70.000 efectivos.

El ejército ruso era considerablemente más grande, con unos 110.000. Se extendía en un arco alrededor del campamento de invierno sueco desde Vitebsk en el norte hasta Mogilev en el sur. El ejército principal constaba de 26 regimientos de infantería y 33 regimientos de dragones, con un total de 57.500 hombres. El ejército principal estaba bajo el mando del mariscal Sheremetev y el general Menshikov. El general Heinrich Goltz con grandes formaciones de caballería cubrió la carretera Minsk-Smolensk y patrulló el río Berezina. Se esperaba que absorbieran el primer impacto del ataque sueco si los suecos continuaban hacia el este. Un ejército de 24.500 al mando del general Apraxin tenía la misión de defender San Petersburgo. El general Bauer con 16.000 hombres cubrió al ejército sueco en Livonia. Finalmente, una fuerza de 12.000 al mando del general Golitsyn se colocó cerca de Kiev para cubrir Ucrania.

Sheremetev y Menshikov habían decidido hacer su primera parada en la línea del río Berezina. Los rusos ocuparon esta línea en un frente de cuarenta millas. El punto de cruce más obvio estaba en Borsiov, y 8.000 soldados rusos al mando de Goltz se atrincheraron en ese lugar.

El 6 de junio, la hierba estaba lo suficientemente alta como para proporcionar forraje a los caballos, y Karl XII salió del campamento de invierno con Minsk designado como punto de reunión del ejército. Cuando se dirigía desde Minsk hacia Berezina, cayó una fuerte lluvia, lo que hizo que los caminos fueran suaves y difíciles para que los carros de suministros siguieran al ejército. Hubo que colocar kilómetros de tablones para que los caminos fueran transitables.

Carlos XII decidió nuevamente dar la vuelta al flanco enemigo, esta vez desde el sur. Envió la caballería del general Sparre en una finta contra Borsiov, seguida por el ejército principal. Después de cierta distancia, el ejército principal hizo un giro brusco hacia el este por caminos secundarios y llegó al río en Berezina-Sapezhinskaya el 16 de junio. Haciendo retroceder una fuerza de cobertura de cosacos y dragones rusos, los ingenieros suecos construyeron dos puentes y los suecos cruzaron el río con solo pérdidas menores. Los rusos habían sido nuevamente superados en maniobras y lo sabían. Se decidió en un consejo de guerra el 23 de junio intentar cubrir las ciudades de Mogilev y Shklov desde detrás del río Vabich.

Habiendo sido superados en maniobras cuatro veces por los movimientos de flanqueo suecos en los cruces de ríos, los rusos extendieron sus ejércitos a lo largo de todos los posibles sitios de cruce y, aunque tenían una superioridad de dos a uno, estaban muy dispersos. Esto dejaba en ventaja al atacante ya que podía elegir el momento y el lugar del ataque y lograr la superioridad local. Karl XII hizo un excelente uso de esta oportunidad.

El reconocimiento sueco reveló que lo que parecía ser el principal ejército ruso de 30.000 había tomado posiciones detrás del río Vabich, cerca de un lugar llamado Holowczyn. Los desertores confirmaron que los rusos habían decidido luchar. El enemigo estaba dividido en dos concentraciones principales. Sheremetev y Menshikov estaban al norte con trece regimientos de infantería y diez regimientos de caballería; El general Nikita Ivanovich Repnin se ubicó al sur con nueve regimientos de infantería y tres regimientos de dragones. Hubo otras grandes concentraciones de fuerzas rusas en los flancos de estas concentraciones principales. Los rusos estaban atrincherados detrás de sólidas fortificaciones de campo. Los dos grupos centrales estaban separados por una zona pantanosa y muy boscosa, considerada impenetrable por los rusos, a lo largo de un afluente que desembocaba en el río Vabich.

El ejército de Carlos XII en cuestión contaba con unos 20.000 el 3 de julio, fecha en la que se ordenó a los suecos que se prepararan para la batalla tan silenciosamente como pudieran. Las tropas se habían vuelto inquietas, sin saber por qué no se les ordenó cruzar el río muy vadeable y dispersar a la chusma rusa al frente. El rey estaba ansioso por que los rusos no cambiaran de posición y, por lo tanto, llevó a cabo una serie de fintas a lo largo de todo su frente.