domingo, 17 de enero de 2016

Sanidad: Las cirugías sin anestesia del pasado

Cómo eran las sangrientas cirugías sin anestesia entre los siglos XVII y XIX
Crucial Interventions dedica sus páginas a ilustrar y explicar cómo era la medicina hace tres siglos. LAS ILUSTRACIONES PUEDEN HERIR SU SENSIBILIDAD

Infobae



Hoy, tener enfrentar una sala de cirugías sin anestesia no se lo plantea ningún médico y mucho menos un paciente. Nadie se atravería a semejante situación. Pero hace tres siglos, e incluso mucho menos, una intervención quirúrgica requería de la valentía y la voluntad inquebrantable del sometido: nada había que pudiera aliviar el dolor de un cuchillo cortando la propia piel.

Las ilustraciones que componen el libro de Barnett fueron tomadas de la biblioteca The Wellcome Collection, en Londres. El autor realiza diversas anotaciones a medida que las páginas muestran lo que en verdad sufría un paciente cuando las herramientas con las que contaba el médico no eran suficientes.



Según se relata en el libro, la cirugía evolucionó favorablemente hacia el siglo XIX, aunque vistas desde el futuro, esas imágenes provocan escalofríos al imaginarse uno en una camilla 200 años atrás. Como es de esperar, la mayoría de los pacientes morían en el postoperatorio. Lo más común eran paros cardiorrespiratorios o pérdida de sangre. El porcentaje de muertos en los hospitales de la capital inglesa para ese entonces era de un 80 por ciento.


Una imagen de 1675 muestra cómo se realizaban las operaciones de busto

Una ilustración de 1846 que muestra diversos procedimientos quirúrgicos

Un libro de 1675, bien preservado, muestra un tratamiento hecho por monjas sobre una fístula lagrimal

Un diagrama de 1856 muestra a los médicos con qué se encontrarán cuando abran el pecho de un paciente: pulmones, corazón y los vasos

Ilustración de 1866 que muestra las arterias de los brazos

Una imagen que muestra cómo se hacían las operaciones para el estrabismo en 1846

La anatomía de la axila en una ilustración de 1848

1841. La ilustración muestra cómo se hacían las reconstrucciones de mandíbula

La imagen muestra la amputación de pies y dedos (1841)

Las herramientas que los cirujanos utilizaban durante sus operaciones. Todavía se hacían sin anestesia. Muchos pacientes morían desangrados o por un ataque cardíaco

Imagen de 1841 que ilustra cómo los médicos abrían un busto y luego lo cerraban

Sección vertical del cerebro en una imagen ilustrativa de un libro de medicina de 1844

El dibujo, de gran calidad, indica al médico cómo extirpar un tumor de lengua

Imagen de 1841. Intervención sobre una arteria, mientras se presiona el abdomen

Una césarea podía ser mortal en 1840, año de la imagen

1675 y el método que había para la extracción de sangre

sábado, 16 de enero de 2016

Biografías: Ex-republicano preso en Mauthausen

DE LA BATALLA DEL JARAMA A MAUTHAUSEN.
JAVIER SANZ — Historias de la Historia


Jorge Pérez Troya nació en Torre de Juan Abad (Ciudad Real) en 1916. Con 20 años se vio envuelto en la Guerra Civil, combatió en el Alcázar de Toledo, en el alto de los Leones, en Guadarrama y en el Jarama (como sargento y a cargo de una baterí­a antiaérea).


TroyamilitarPT

Tras el final de la Guerra, 1 de abril de 1939, huye a Francia. Los primeros tiempos son difí­ciles, ya que Francia los encierra en campos donde las condiciones en las que viví­an eran deplorables (hambre, sed, disenterí­a, etc); allí­ toma contacto con los comunistas y pasa a ser uno más de ellos. Cuando estalla la II Guerra Mundial y Alemania invade Francia, en el 40, se cierran los campos y les ofrecen tres alternativas: enrolarse en la Legión Extranjera, en las Compañí­as de Trabajo o ser devueltos a España. Jorge decide enrolarse en la Compañí­a de Trabajo (en concreto en la 211). Estas compañí­as son utilizadas para trabajar en el campo, en las minas, en los caminos… Mano de obra barata.

Tras el armisticio firmado por Alemania y Francia en junio de 1940, Francia queda dividida en dos: una parte ocupada por los alemanes y la otra “libre” bajo el gobierno del Mariscal Petain (gobierno tí­tere de los alemanes). Su compañí­a es enviada a Brest, pero él decide que no ayudará a los nazis y escapa. Llega a Burdeos y allí­ se incorpora a la resistencia, tras algunas acciones de sabotaje le enví­an a Paris a “combatir” dentro de la Guerrilla Urbana. En 1942 ya dirige uno de los grupos de la guerrilla.

Tras varias acciones de éxito le ordenan atacar el puesto de guardia del  Estado Mayor alemán en Parí­s. Jorge y su grupo se preparan y durante unos dí­as vigilan los horarios del cambio de guardia. Deciden atacar a la compañí­a que iba a dar el relevo y, aunque fue todo un éxito, perdió a 11 de sus camaradas.

Jorge se oculta durante unos dí­as pero, como jefe de su grupo, tiene que ir a un “piso franco” donde tení­a el armamento. La portera del edificio sospechó del tejemaneje de aquel extranjero. Lamentablemente, para la suerte de Jorge, era la querida de un policí­a y dio el chivatazo. Cuando Jorge llegó al piso se encontró encañonado por dos policí­as que se lo llevaron y le dieron una terrible paliza. Casi sin vida, lo abandonaron a su suerte en una celda con otros miembros de la resistencia, entre ellos habí­a comunistas franceses que pudieron conseguir, del exterior, medicinas para curarle. Tras varios dí­as entre la vida y la muerte, es llevado a la cárcel de Fresnes donde permaneció durante dos meses con un panecillo y una sardina salada al dí­a.

A los dos meses los alemanes lo sacan de allí­ y lo llevan al Castillo de Romainville donde las cosas fueron mucho peor. Al desgaste fí­sico habí­a que añadir el psicológico, pues todas las mañanas eran formados los presos y 15 de ellos eran fusilados. Una de las mañanas le obligaron a coger todas sus cosas y Jorge pensó:

“Hasta aquí­ hemos llegado”
Pero no, todaví­a tení­a que sufrir más. Los “empaquetaron” en un tren cuyo destino era… Mauthausen (Austria). Se convertirí­a en el preso nº 25.537. Tení­an que trabajar en fábricas de armamento cercanas al campo o, como Jorge, en las canteras de granito donde debido al esfuerzo muchos morí­an. Según sus palabras:

“Habí­a una enorme cantera y nos hací­an trabajar de sol a sol para sacar piedras de gran tamaño. Hitler las necesitaba para los monumentos que querí­a construir en los lugares que iba conquistando“
“veinticuatro horas al dí­a asfixiando (cámaras de gas) a mujeres y a niños“
“Ninguno de los que llegaban sobreviví­a y sabí­as que cuando entraban les esperaba una muerte segura. Las paredes de las cámaras eran de cemento, de gran grosor, y podí­as ver los arañazos que hací­an las personas cuando iban a morir“


Jewish Virtual Library

Jorge Pérez Troya fue uno de los supervivientes de los campos de extermino nazis, pero unas 122.000 personas, sólo en estos campos, fueran asesinadas. Su pequeña venganza tomo cuerpo cuando, tras la liberación, algunos de los supervivientes persiguieron al oficial de más alto rango del campo y le dieron muerte cuando huí­a. El gobierno francés le concedió la Legión de Honor por méritos durante la resistencia.



Deportados de Mauthausen (Jorge a la izquierda, bajo la flecha)

Un hombre que luchó en una guerra entre hermanos, que tuvo que exiliarse de su paí­s, que padeció la desconfianza y el confinamiento de los franceses a los que luego ayudó en la resistencia contra la ocupación nazi y que sobrevivió a un campo de exterminio… Tendrí­a que ser el sí­mbolo de la RESISTENCIA Y LA FORTALEZA HUMANA.

Sirva este post como mi pequeño homenaje para un héroe casi desconocido (por lo menos para mi).

Fuentes: Documentos RNE (Españoles en la resistencia francesa), Testimonio Jorge Pérez Troya (información y fotos)

viernes, 15 de enero de 2016

Argentina: Encuentran los restos del "Republicano" en el Paraná

HALLAN BARCO DE LA BATALLA DE VUELTA OBLIGADO HUNDIDO EN EL RÍO PARANÁ 


Restos pertenecientes al bergantín goleta “Republicano”, un buque de la Armada Argentina que fue hundido durante la batalla de Vuelta de Obligado, en 1845, fue hallado sumergido en las aguas del Río Paraná. El hallazgo es inédito y constituye una pieza fundamantal de la historia argentina.



El descubrimiento, que comenzó con el hallazgo de algunas piezas del buque en octubre último, fue anunciado este viernes en el Salón Dorado de la Municipalidad de San Pedro, durante un acto del que participaron autoridades del Museo Paleontológico local "Fray Manuel de Torres", de la Armada Argentina y de la Municipalidad de esa ciudad.

"Se trata de un descubrimiento sin precedentes en la provincia de Buenos Aires y de un gran valor histórico", expresó el ministro de Defensa. "Haber podido encontrar piezas de tanto valor, que son parte fundamental de nuestra historia, de un enfrentamiento por nuestra soberanía nacional, no hace más que llenarme de orgullo", agregó.

La Batalla de la Vuelta de Obligado se produjo el 20 de Noviembre de 1845 en aguas del Río Paraná, sobre su margen derecha y al norte de la provincia de Buenos Aires, en un recodo donde el cauce se angosta y gira, conocido como Vuelta de Obligado, en lo que hoy es la localidad de Obligado (Partido de San Pedro)

Enfrentó a la Confederación Argentina liderada por el Brigradier Juan Manuel de Rosas, quien nombró comandante de las fuerzas defensoras al general Lucio N. Mansilla, y a la escuadra Anglo-Francesa, cuya intervención se realizó bajo el pretexto de lograr la pacificación ante los problemas existentes entre Buenos Aires y Montenivdeo, pero que tenía como fin último dominar el estuario del Río de la Plata con fines comerciales.

El director del Museo Paleontológico de San Pedro, José Luis Aguila, junto a un empleado del mismo establecimiento, Felipe Aguilar, y al representante de la Asociación de Veteranos de Guerra de Malvinas de San Pedro, Javier Huber Saucedo, navegaban en esas aguas para realizar tareas de relevamiento y filmaciones en busca de producciones para el museo, cuando detectaron en la pantalla del sonar un elemento delgado de unos diez metros de largo, que parecía ser el mástil de una embarcación que había naufragado.

El contraste de las imágenes obtenidas por el sonar de barrido lateral y los datos históricos, permitieron que el equipo a cargo del hallazgo afirmara que los restos pertenecían al buque “Republicano”,  el único de la Armada Argentina que realizó tareas de defensa durante la Batalla de Obligado y fue hundido por su capitán, Tomás Craig, el 20 de noviembre de 1845.

A mediados de noviembre, los descubridores solicitaron la colaboración de la Armada Argentina para confirmar el hallazgo, tarea de la que participaron activamente las autoridades del Área Naval Fluvial.

El 10 de diciembre, en tanto, el buque multipropósito ARA “Ciudad de Rosario” fondeó en Obligado a fin de intentar una confirmación visual o física del hallazgo, tarea que llevó a cabo junto a un equipo de Buzos Tácticos y del Servicio de Salvamento de la Armada Argentina. Fue así que se pudo confirmar el descubrimiento del barco hundido y luego iniciar el rescate de los restos, mediante la colocación de un cabo de descenso con andarivel, lo que permitió  tomar contacto con el mástil sumergido.

Luego de repetir tres veces la misma maniobra, quienes participaron de las tareas pudieron finalmente confirmar que se trataba de piezas del navío que hace 170 años participó de la Batalla de la Vuelta de Obligado.

El Federal

jueves, 14 de enero de 2016

SGM: Hitler siempre termina en la Argentina peronista

Siempre Hitler termina en la Argentina de Perón...

El líder de la Alemania nazi Adolf Hitler y su amante Eva Braun no se suicidaron en su búnker como se creía anteriormente, sino que huyeron a las soleadas Islas Canarias, España, afirma un grupo de investigadores según información del portal británico ‘The Mirror’. La versión aparece justo cuando reeditar el libro polemico 'Mi Lucha', de Hitler.

Urgente 24


La noticia aparece justo cuando Alemania, por 1ra. vez desde la 2da. Guerra Mundial aceptó la reedición de 'Mi Lucha', la obra de Hitler.

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). Tras estudiar decenas de archivos del FBI recientemente desclasificados, los expertos llegaron a la sorprendente conclusión de que Hitler fingió su propia muerte. “La narrativa que el Gobierno (de USA) nos da es una mentira si nos fijamos en los archivos”, asegura Bob Baer, un agente veterano de la CIA.

“Lo que estamos haciendo es volver a examinar la historia, la historia que pensamos se resolvió con la muerte de Hitler en el búnker, pero no tenemos ninguna prueba de esta versión”, agregó.

Uno de los documentos desclasificados señala: “los oficiales del Ejército estadounidense en Alemania no han localizado el cuerpo de Hitler y no hay ninguna fuente fiable que certifique su muerte”.

Por su parte, el exinvestigador de crímenes de guerra de la ONU, John Cencich, sugiere que el dictador nazi pasó un tiempo en las Islas Canarias, en Tenerife, antes de trasladarse finalmente a la Argentina. Siempre Hitler parece terminar, en estas especulaciones, en la Argentina de Juan Perón aunque hay peronistas que afirman que el por entonces naciente Estado de Israel tenía confianza en Perón (¿?).

Entre las pruebas descubiertas que corroboran esta nueva versión, los investigadores encontraron que el cuerpo de Hitler encontrado por las tropas soviéticas era unos 12 centímetros más pequeño que su estatura real, mientras que en el cráneo el agujero de la bala también era menor de lo que debería de haber sido.

“Lo que sí sabemos, de pruebas, es que Hitler y Braun tenían dobles, con los que podían haber montado una perfecta escena del crimen”, dijo Cencich

Además el estudio reveló la existencia de una red de túneles que ofrecían una vía de escape hasta el aeropuerto de Tempelhof en Berlín, desde donde podría haber escapado a España.

Reedición

La noticia aparece justo cuando Alemania, por 1ra. vez desde la 2da. Guerra Mundial aceptó la reedición de 'Mi Lucha', la obra de Hitler.

La versión contiene al menos 3.500 notas que explican la ideología del líder nazi. Esto sucede porque ha expirado la prohibición para reimprimir el texto, veto impuesto por el gobierno regional de Baviera, que poseía los derechos de autor.

Durante los 70 años que han pasado desde la muerte de Hitler (30/04/1945), todos los gobiernos bávaros habían impedido la aparición de nuevas ediciones del libro para evitar la acción de grupos de ultraderecha.

La edición, preparada por un equipo dirigido por el historiador Christian Hartmann del Instituto de Historia Contemporánea de Múnich (IfZ), "desenmascara las mentiras de Hitler y denuncia sus verdades a medias, que buscaban un efecto propagandístico", dijo el director del IfZ, Andreas Wirsching.

Los 2 tomos, con 1.948 páginas a un precio de 59 euros (US$ 63,9), han despertado, según Wirsching, un gran interés, con más de 15.000 pedidos, por lo que tuvieron que aumentar la tirada inicial de 4.000 ejemplares.

miércoles, 13 de enero de 2016

Japón medieval: Musashi, el invicto samurai

Un punto de inflexión en la vida de Musashi, El invicto Samurai



Miyamoto Musashi fue de tres horas de retraso. Esta fue su manera. En la playa de la tensión en el aire era palpable. Sasaki Kojiro se paseaba arriba y abajo en la arena fina con las manos detrás de su espalda. Su ira se levantaba con el sol, y con cada minuto que pasaba se sentía el insulto a su honor cada vez mayor. La fecha era el 13 de abril 1612.

Kojiro fue considerado uno de los más grandes Samurai en Japón. Era famoso por todo el país por su velocidad y precisión, que se hizo aún más notable por su arma preferida. Él manejaba una pala-no dachi enorme, una espada japonesa curva en el estilo clásico, pero con una hoja de más de un metro de longitud. El tamaño y el peso de la no-dachi hicieron un arma brutal, poco sutil, pero Kojiro habían perfeccionado su uso en un grado sin precedentes en todo Japón.

Como su habilidad había crecido, se había ganado muchos duelos, y por el tiempo que esperó en la playa de Isla Ganryu había asegurado una posición cómoda como maestro armas al Daimyo del clan Hosokawa. Su fama había crecido con su habilidad, y, finalmente, se llegó a la atención de Miyamoto Musashi.




Un grabado que muestra un samurai armado con un enormeespadón no dachi 

Musashi era un Ronin, un samurai sin señor. Había matado a su primer rival en combate singular a la edad de trece años y había llegado a ganar el duelo después de duelo mientras viajaba Japón y perfeccionó sus habilidades. En Japón en ese momento, no era raro para desafiar a otros a duelo, incluso a la muerte, por ninguna otra razón que para mostrar la propia maestría. Musashi no fue la excepción. Su talento era tan grande que, por la edad de treinta años, se había enfundado sus dos katana, y hecho un punto de duelo únicamente con bokken - espadas de práctica de madera - no importa qué arma su enemigo eligió usar.

Séquito de Kojiro consistió en siervos del cuerpo, amigos, estudiantes, cocineros, y un puñado de funcionarios que habían acudido a presenciar el evento e informar a los daimyo. Habían llegado en barco por la mañana temprano, y los criados habían levantado una sombra para los funcionarios de más arriba en la playa. Se había iniciado un pequeño fuego, comida y té preparados, y todo hecho listo para el gran samurai para conocer a su oponente. El duelo se había organizado a través de un intermediario, a petición de Miyamoto, y la fecha y hora fijado por él.

Kojiro había llegado tres horas antes, y al amanecer lentamente y sus sirvientes se ocuparon con la creación de campamento, se había sentado en profunda meditación cierta distancia, preparándose mentalmente para el combate. Se levantó un poco de tiempo antes de que su oponente debía llegar y tomó un poco de té, haciendo conversación cortés con los funcionarios, y bromeando con sus amigos. Su compostura fue sublime, y su séquito, estudiantes y perchas en no tenía ninguna duda de que él haría el trabajo por debajo de su rival.


Tres horas más tarde, sin embargo, a la mañana llevaba encendido en la tarde, y Kojiro ya no se compone. Se paseó, refunfuñó, juró y espetó a sus siervos, y estaba claro que aquellos que lo observaba que su rabia por el comportamiento ofensivo de su rival estaba construyendo en un grado peligroso. En un intento de aplacarlo, uno de los funcionarios habían sugerido que Musashi no llegaría, y habían huido del duelo en el terror ante la perspectiva de enfrentarse a la gran Kojiro, pero Kojiro no aceptó esto. Conocía la reputación de Musashi como espadachín. Este comportamiento sólo podía tener como objetivo insulto.

De hecho, Miyamoto no estaba muy lejos. Se sentó con las piernas cruzadas en un pequeño barco de pesca que se balanceaba suavemente en la marea en una pequeña ensenada al sur de la playa, donde el enfurecido Kojiro paseaba. El fondo de la embarcación estaba llena de virutas de madera rizadas, como el maestro de la espada trabajó sin prisa en una larga pieza de madera con el cuchillo. También ocupa el barco era su propietario, una arrugada, pescador ancianos, bronceada, que había sido pagado generosamente para poner a sí mismo, su barco y su remo de repuesto al servicio de Musashi para el día.

Este remo de repuesto ahora estaba sentado en el regazo de Musashi, y con su cuchillo afilado, el samurai había pasado cuidadosamente la mañana trayendo una nueva forma de salir de ella. Era largo y se había convertido elegantemente curvado y perfectamente equilibrado: un bokken de la mejor mano de obra. Musashi observaba el sol mientras trabajaba.

Era una persona de aspecto extraño. No llevaba galas, sólo un traje sencillo y cinturón de la espada. Sus pies estaban desnudos, y sus ojos tenían una que sobresale, mirando de calidad que era desconcertante. Su pelo recogido en un moño sencillo y funcional en la parte superior de la cabeza. Había varios días el crecimiento de la barba en su cara pálida y huesuda, y su piel estaba cubierta con muchas cicatrices pequeñas, lívidos.

Estaba claro desde muy cerca que no había lavado desde hace algún tiempo, y su túnica llanura llevaba muchas manchas y parches descoloridos. En total, se cortó una figura más de mala reputación, muy diferente de los ostentación de riqueza y armas preferidas por muchos samurai del tiempo. La única parte de su atuendo que parecía bien cuidada era la katana emparejado en el cinturón. La madera oscura pulida de sus vainas brillaba en el sol de la mañana.



Con una palabra tranquila, Musashi preguntó el pescador para llevarlos y vuelta a la playa donde Kojiro esperó. El pescador obedeció, y juntos remando hacia el mar un poco, antes de volver a acercarse a la playa.

Al principio, Kojiro no reconoció a su oponente. Musashi se sentó bajo y transmita en el pequeño barco, sus armas oculto, que parecía sumido en sus pensamientos.

"Es él!", Gritó uno de los criados, que habían corrido hasta la línea de agua. "Musashi llega al duelo!"

La sangre abandonó el rostro de Kojiro como Musashi lentamente se puso de pie en el barco. La insolencia, era algo inaudito. Esto no fue un camino para un Samurai comportarse! Para llegar tan tarde era bastante malo, pero para llegar así ... sin afeitar, sucio, con ropa desaliñada y sin séquito, sino un viejo pescador miserable; Kojiro sintió el insulto a su honor con mayor intensidad, y la ira que había estado construyendo lentamente durante toda la mañana se desbordó. Temblaba de rabia y le tendió una mano al portador espada que se apresuraron a presentarlo con su gran no-dachi.

La enorme espada brilló en el sol como Kojiro entró por la playa hacia su oponente. Se centró su ira a un punto fino, que se desarrolló a través de sus brazos y manos y se estableció en la cruel punta de la cuchilla. En su mente, donde hace un momento se había producido un gran enojo, ahora se hizo el silencio. Pero, ¿qué fue eso? Musashi saltó en el surf y se lanzó hacia la izquierda, pero él sacó ninguna lámina; su única arma era un bokken de madera, similar en tamaño y alcance de la espada de Kojiro. Kojiro vaciló durante una fracción de segundo.

¿Qué podría significar esto? La arrogancia del hombre que pondría en entredicho la gran Kojiro con una espada de madera de la práctica era incomprensible. Se dio la vuelta para seguir Musashi y se metió en con un gran movimiento de su espada. El hombre insolente agachó justo a tiempo para evitar el golpe. La no-dachi barrió sólo centímetros por encima de la cabeza. Una pequeña nube de pelo negro flotaba en el aire quieto.



Entonces Musashi estaba debajo de su guardia. El bokken estaba subiendo, pero el gran no-dachi estaba en las manos de un maestro, y Kojiro no lo hizo retroceder. Él trajo su espada silbando hacia abajo a su oponente ... pero Musashi había desaparecido. Había caminado paso a la derecha, y su bokken golpear carne. El aliento de Kojiro salió de él, y su siguiente golpe se volvió loco.

La espada de madera le asestó un duro golpe en el lado de la cabeza y en el momento que se tambaleó, el arma de su enemigo se estrelló contra el costado izquierdo con una fuerza increíble. Sintió que su grieta costillas, seguido de un terrible dolor agudo en el interior de su pecho. No podía respirar, y el mundo nadó ante sus ojos.

La funcionarios, el personal y los funcionarios vieron con horror como Sasaki Kojiro cayó hacia delante sobre la arena. La participación ha sido más en cuestión de segundos, y el victorioso Samurai ahora estaba haciendo una profunda reverencia a su oponente caído, a continuación, hacia ellos. Él los miró por un momento, a punto, y luego comenzó a retirarse rápidamente hacia el barco. Hubo un anillo de acero y un grito como un número de amistades de Kojiro, y los estudiantes sacaron sus espadas y corrió por la playa hacia Musashi, pero estaba en el surf, que estaba en el barco, se había ido. Su propósito en la isla Ganryu se cumplió, pero las lágrimas cayeron de sus extraños ojos como el viejo pescador que remó lejos.

Miyamoto Mushashi salió victorioso, pero él había destruido uno de los más grandes guerreros de la tierra, y la inutilidad del acto lo golpeó tan duro como su propio golpe de muerte había golpeado Kojiro. No había nada adquirida por su victoria, y todo lo perdido. Como bokken de Mushashi, habilidad de Kojiro había sido tallada lentamente de la materia prima de su vida. Ahora él se había ido, pero su muerte se había servido de nada.

Musashi siguió estudiando y enseñar el arte de la espada lo largo de su vida, pero nunca de nuevo mató a un oponente en un duelo.

War History Online

martes, 12 de enero de 2016

Independencia: Batalla de Campichuelo

Batalla de Campichuelo



Batalla de Campichuelo - 19 de Diciembre de 1810


Aunque Belgrano no era un militar de carrera fue designado por la Primera Junta al mando del ejército libertador que se dirigiría al Paraguay, en agosto de 1810 y dice en su autobiografía “La Junta puso las miras en mí para mandarme con la expedición auxiliadora, como representante y general en jefe de ella; admití porque no se creyese que repugnaba los riesgos, que sólo quería disfrutar de la Capital, y también porque entreveía una semilla de desunión entre los vocales mismos, que yo no podía atajar, y deseaba hallarme en un servicio activo, sin embargo de que mis conocimientos militares eran muy cortos”.

La batalla de Campichuelo fue un encuentro entre tropas de Buenos Aires, comandadas por Belgrano, y una tropa paraguaya.  Belgrano marchaba a Asunción para imponer la decisión de la Junta porteña.

Estableció su puesto comando en La Candelaria.  Dice Mitre que “tuvo que construir una escuadrilla compuesta de un gran número de botes de cuero, algunas canoas y grandes balsas de madera, capaces de transbordar 60 hombres y una mayor que todas, para soportar el peso de un cañón de a 4 haciendo fuego, pues se esperaba realizar el desembarco a viva fuerza”.

El Paraná tiene frente a La Candelaria más de 1.000 metros de ancho y fuerte correntada, y se estimó que iba a desviar la ruta de la escuadrilla en más o menos una legua y media aguas abajo en el lugar elegido, un claro del monte llamado El Campichuelo.  El 18 de diciembre de 1810, antes de iniciar la operación, Belgrano arengó a sus hombres.  La maniobra comenzó a las 23, con el envío de pequeños efectivos a cargo de un titulado baquiano del rey, llamado Antonio Martínez, y los sargentos Evaristo Bas y Rosario Abalos, con 10 soldados voluntarios.

La operación fue exitosa; capturaron dos prisioneros, sumamente valiosos por la información a brindar, y una canoa. Martínez, el baquiano del rey, remitió las tres canoas informando que el lugar de cruce era favorable.  Así lo ejecutó Belgrano, superando el gran obstáculo con sus efectivos entre las 3:30 y las 6 del 19 de diciembre, a las órdenes del mayor general Machain.

Se produjo la lógica dispersión, y ante la oscuridad reinante y el desconocimiento del terreno, hubo dificultades para la reunión del personal.  Sin esperar la reunión de todos los efectivos y ante el conocimiento de la existencia de una guardia enemiga en El Campichuelo, el mayor Machain avanzó decididamente.  Seguido por los edecanes del general Belgrano, Ramón Espíndola y Manuel Artigas, por los ayudantes mayores Juan Espeleta y Juan Mármol, el subteniente de Patricios Jerónimo Helguera, seis granaderos de Fernando VII, 17 patricios y 4 arribeños, con 5 oficiales y 27 soldados en total, se inició el ataque a los paraguayos.  El éxito coronó el esfuerzo de los infantes, que en una prueba de arrojo ponderable se apoderaron de la posición defendida por 54 hombres y un par de cañones pedreros.  El general Manuel Belgrano realizó una difícil y brillante operación, eludiendo la vigilancia enemiga y atacando sin esperar la reunión total de sus fuerzas; con inferioridad numérica derrotó a un enemigo superior en número.

El espíritu ofensivo, el factor sorpresa y la decisión fueron esenciales. Es importante tener en cuenta que los oficiales debieron comandar soldados que, en su mayoría, no eran de su fracción orgánica.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Viglioglia, Prof. Dr. Pablo A. – Manuel Belgrano

lunes, 11 de enero de 2016

SGM: Hitler no se habría suicidado

Un ex agente de la CIA reveló que Adolf Hitler fingió su muerte
Infobae


Adolf Hitler y su amante, Eva Braun - Hitler habría fingido su muerte, según un ex agente de la CIA que analizó documentos desclasificados del FBI

El misterio por la muerte de Adolf Hitler atrae desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La versión más aceptada hablaba de su suicidio, pero los documentos desclasificados recientemente por el FBI permiten llegar a nuevas conclusiones.

El líder de la Alemania nazi y su mujer Eva Braun no se suicidaron en su búnker de Berlín en 1945, como se creía, sino que huyeron a las Islas Canarias, en España, aseguró un grupo de investigadores, según consignó el diario británico Daily Mirror. Al parecer, Hiter y su amante fingieron su propia muerte.


El genocida habría utilizado dobles para montar la escena del crimen con cuerpos similares a los de él y su amante, para luego fugarse por medio de túneles hasta el aeropuerto de Tempelhof en Berlín con destino a Tenerife, afirmó el veterano agente de la CIA, Bob Baer, que accedió a 700 fojas desclasificadas.

Según el ex investigador de crímenes de guerra de las Naciones Unidas (ONU), John Cencich, luego de pasar un tiempo por las Islas Canarias, Hitler se trasladó finalmente a la Argentina.

Los documentos del FBI que reportan el vuelo de Hitler a Sudamérica desde la Islas Canarias


Los expertos encontraron entre los documentos del FBI que el presunto cuerpo de Hitler hallado por las tropas soviéticas era unos 12 centímetros más pequeño que su estatura real. Además, el agujero en el cráneo producto de la bala era más pequeño del que debía haber sido.

"Lo que sí sabemos, de pruebas, es que Hitler y Braun tenían dobles, con los que podían haber montado una perfecta escena del crimen", manifestó Cencich. Y añadió: "La aceptada versión de que Hitler se suicidó es ambigua".

El estudio reveló una red de túneles utilizada como vía de escape rumbo al aeropuerto de Tempelhof en Berlín, desde donde podría haber escapado a España.

"Lo que estamos haciendo es volver a examinar la historia, la historia que pensamos se resolvió con la muerte de Hitler en el búnker, pero no tenemos ninguna prueba de esta versión", aseguró Baer. El ex agente de la CIA agregó que los documentos indican que "los oficiales del Ejército estadounidense en Alemania no han localizado el cuerpo de Hitler y no hay ninguna fuente fiable que certifique su muerte".

domingo, 10 de enero de 2016

Guerra del Pacífico: La batalla de Arica



La batalla de Arica 

Junio de 1880 


1. Antecedentes 
La victoria peruana en Tarapacá no cambió los resultados estratégicos de la invasión chilena y el I Ejército del Sur, por una serie de circunstancias, se vió en la imperiosa necesidad de emprender la retirada hacia la ciudad de Arica. La difícil marcha sobre áridos desiertos duraría veinte días, pero finalmente, el 18 de diciembre, el general Buendía arribó a su destino con un total de 3,416 hombres, incorporándose luego 634 dispersos. 

Consolidada la ocupación de la provincia de Tarapacá, el ejército chileno emprendió la segunda fase de la guerra terrestre, que denominaría Campaña de Tacna, la cual se desarrollaría en un vasto escenario que abarcaba los límites de los ríos Ilo y Moquegua por el norte y los ríos Azapa y Azufre por el sur. 

Los peruanos aun controlaban esa región a través del I y el II Ejército del Sur, dividido entre Arica y Arequipa, mientras que los bolivianos guarnecían el departamento de Tacna. Sin embargo, los aliados, faltos de armamento y provisiones, no estaban aptos para sostener una campaña tan difícil como la que se avecindaba. Los chilenos, por el contrario, se fueron revitalizado con refuerzos y con el buen servicio de abastecimientos proporcionado por su escuadra. 

A inicios de 1880 el comando militar chileno aprobó un nuevo plan de operaciones para sus fuerzas expedicionarias. El plan contemplaba invadir los territorios al norte de Pisagua, es decir las localidades de Ilo, Pacocha e Islay, con objeto de aislar Tacna del resto del Perú y posteriormente atacar y ocupar dicho departamento. En consecuencia, el alto mando chileno concentró veinte transportes en Pisagua y el 24 de febrero de 1880, frente a la bahía de Pacocha, en Moquegua, al norte de Arica, desembarcó un ejército de doce mil hombres. Asumió el mando de aquel ejército el general de brigada Manuel Baquedano, asistido por el coronel José Velázquez como su jefe de Estado Mayor y otros oficiales de primer nivel. La autoridad política se veía encarnada con la presencia activa del ministro de guerra en campaña, Rafael Sotomayor. Sin embargo, el plan, que había sido estudiado hasta el detalle, ignoraba la presencia de Arica como una posición intermedia pero crucial. 

En abril de 1879, iniciado el conflicto, el Presidente peruano Mariano Prado, había decidido, por razones estratégicas, convertir a Arica, próspera ciudad sureña de 3,000 habitantes y muy cercana de territorio chileno y de las salitreras, en el segundo puerto artillado de importancia del Perú y en su cuartel general. El puerto, ubicado a 65 kilómetros al sur de Tacna, había sido fundado en tiempos de la colonia española y siempre estuvo fortificado, ya que desde fines del siglo XVI por allí se embarcaba la plata proveniente de las ricas minas de Potosí. Cuando Prado abandonó el teatro de operaciones del sur, el mando de la posición recayó en el contralmirante Montero, quien a su vez, en cumplimiento de órdenes superiores, relevó al general Buendía por errores cometidos durante la campaña, asumiendo el comando del I Ejército del Sur. 

Los trabajos defensivos de la plaza fueron encomendados a dos militares y a un civil, el ingeniero Teodoro Elmore. El grupo trabajaría con dedicación pero no alcanzaría los resultados esperados por falta de recursos (1). 

El Estado Mayor General y el I Ejército del Sur permanecieron cerca de cuatro meses en Arica hasta que en los primeros días de abril de 1880 el contralmirante Montero, enterado de los planes chilenos, se dirigió hacia el norte para unirse con las fuerzas bolivianas en Tacna, lugar que se presentaba como el nuevo frente de guerra. El adversario ahora ocupaba la ciudad de Moquegua así como el estratégico paso de Los Angeles, posición situada entre Moquegua y Torata. 

Montero dejó en Arica una pequeña guarnición de guardias nacionales que estaba al mando de un oficial naval, don Camilo Carrillo, pero como aquel debió dejar su puesto por razones de enfermedad, el comando recayó en un viejo oficial retirado, adicto a la ordenanza y muy patriota, cuyo nombre, en aquellos momentos, no decía mucho: Francisco Bolognesi, un coronel de 64 años de edad, solemne, de baja estatura y muy acabado para su edad. Las tensiones propias del conflicto habían menguado su físico. Ojeras pronunciadas, cabello cano y blanca barba, eran el marco de un hombre cansado pero de espíritu combativo, quien había participado valientemente en las batallas de San Francisco y Tarapacá. Sobre su actuación en esta última acción, el Parte Oficial del coronel Belisario Suárez, jefe de Estado Mayor del I Ejército del Sur señaló: 


“El señor comandante general don Francisco Bolognesi, estuvo a la altura de esos soldados que caracterizaron a aquellos, cuya presencia en las filas enemigas hacía rendir banderas” 

Por su parte, el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna escribió: 


“Su designación, bajo el punto de vista militar, había sido, por tanto, perfectamente acertada”. 

Tan pronto recibió el comando de Arica, Bolognesi dispuso intensificar los trabajos defensivos, pues pese a que el lugar era de particular importancia estratégica, aún persistía el problema de que no se le había equipado convenientemente para encarar el muy viable escenario de un ataque por tierra. Por lo expuesto, jamás llegó a ser la fortaleza inexpugnable que han presentado los historiadores chilenos –que llegaron a llamarla el Gibraltar de América- pero tampoco estaba desguarnecida como pretenden algunos historiadores peruanos. Arica no era una posición militar sólida, pero gracias a las obras realizadas ostentaba algunos dispositivos disuasivos importantes. Por mar, bloqueada como se encontraba por la escuadra chilena, si era impenetrable y si bien al inicio de la guerra las defensas habían sido orientadas especialmente para resistir un ataque de artillería naval, en los meses subsiguientes se fueron adoptando las previsiones para contener un eventual asalto de infantería, siempre teniendo en cuenta las difíciles condiciones del terreno y la gran extensión de las aéreas a defender. 

2. Las defensas de la plaza 

En la cumbre del morro, que era una plaza natural, de unos 10,000 metros cuadrados de extensión y 260 metros de altura, los peruanos habían construido frágiles cuarteles y colocado nueve cañones para defender el avance de la escuadra. Estos eran conocidos como las Baterías del Morro, divididas a su vez en Batería Alta y Batería Baja. El arma fundamental eran los cañones Vavausser de avancarga, de 9 pulgadas de calibre, peso de munición 250 libras y alcance nominal de 4,300 metros, construidos en Gran Bretaña en 1867. Los otros modelos empleados eran Parrots y Voruz de diferente calibre. La Batería Alta contaba con un Vavausser, dos Parrot de 100 mm y dos Voruz de 70 mm. La Batería Baja disponía de cuatro Voruz de 70 mm. Asimismo, para defender la rada, se habían colocado fuertes artillados en el flanco norte, considerado como él más bajo de la plaza. Estos fuertes eran el Santa Rosa y el Dos de Mayo, armados cada cual con un Vavausser, y el San José, provisto de un Vavausser y un Parrot de 100 mm. Bajo cada uno de los cañones, protegidos por muros de barro, reforzados y solidificados con césped, yacían cinco quintales de dinamita para hacerlos volar en caso de que el enemigo tomase las posiciones. Como característica particular, el Vavausser del fuerte Dos de Mayo poseía una base circular que le permitía disparar indistintamente hacia el mar o al valle de Chacalluta. 

El sector este de Arica, es decir el segundo flanco de defensa, ubicado en la parte alta y escarpada de la zona, contaba con un total de siete cañones y era defendido por dos fortines, llamados Este y Ciudadela. El último era un reducto cuadrado, fosado por los lados y sus muros estaban construidos por sacos de arena solidificados por la humedad y el césped. Su defensa estaba constituida por tres cañones -dos Parrot de 100 mm y un Voruz de 70 mm- y un conjunto de casamatas con mechas de tiempo e hilos eléctricos. 

El fortín Este se ubicaba a 800 metros al sudeste del Ciudadela. Era también cuadrado y fosado e igualmente protegido por sacos de arena. Sus dos cañones Voruz de 100 mm eran estáticos, y según la orientación podían disparar bien hacia el mar o hacia el valle del Azapa. Detrás del fuerte Este se levantaban un total de 18 reductos y trincheras unidas entre sí. Más atrás se ubicaba Cerro Gordo, y tras él, la ciudad de Arica. 

En total la plaza estaba protegida por diecinueve cañones de tierra. Contaba adicionalmente con dos potentes cañones Dahlgren de 15 pulgadas, pertenecientes al monitor clase Canonicus Manco Capac, inmovilizado hacía más de un año en la rada del puerto. Si bien los gruesos calibres daban la superioridad artillera a los peruanos, su lentitud de recarga y la perdida de la posición de disparo después del tiro los harían ineficaces ante los cañones de retrocarga chilenos, que podían disparar hasta ocho tiros por minuto contra un tiro cada cinco minutos de los peruanos. 

Además de las baterías, la considerable cantidad de dinamita y el sistema eléctrico de minas, constituían el principal obstáculo para contener un asalto (3). 

Sobre el papel, la fuerza defensiva de Arica, incluyendo al personal naval del Manco Capac, ayudantía y comisariato, bordeaba los 1,700 hombres. Sin embargo, excluida la marina y la ayudantía, alrededor de 1,450 soldados, en su mayoría noveles guardias nacionales, estaban en capacidad de hacer frente a un ataque terrestre. La tropa estaba agrupada en dos divisiones, que en términos reales no lo eran por ser muy reducidas en número. La Octava División estaba compuesta apenas por dos batallones: El Iquique, con 310 hombres y el Tarapacá, con 219, un total de 529. Sus integrantes si eran soldados fogueados en combate al haber participado en la campaña del sur y su misión era defender los fuertes ubicados al norte de Arica, lugar que era considerado como el más probable para un ataque enemigo. La Séptima División por su parte, más numerosa aunque conformada casi en su mayoría por voluntarios, tenía tres batallones: Granaderos de Tacna y el Cazadores de Piérola, que sumaban unos 580 hombres, responsables de la defensa del fuerte Ciudadela y el Artesanos de Tacna, con 380 soldados, que defendía el fuerte Este. En total, 960 efectivos. La dotación del monitor Manco Capac ascendía a 100 hombres. La tropa estaba uniformada con traje de bayeta blanca, y armada indistintamente con fusiles Peabody, Remingtons y Chassepots. También poseía carabinas Evans, Winchesters, Chassepots antiguos, el Chassepot reformado conocido como “rifle peruano” y Comblains. No contaba con un tipo unificado de fusil, lo que dificultaba la distribución de munición y que los oficiales instruyeran a la tropa sobre un manejo uniforme. 

Varios de los oficiales de la plana mayor pertenecían al ejército regular del Perú y algunos como el coronel Bolognesi estaban ya retirados, pero un buen número eran civiles asimilados voluntariamente a quienes se había otorgado rango militar. El coronel José Joaquín Inclán, comandante de la Séptima División, era un veterano militar profesional, mientras que los coroneles Alfonso Ugarte, comandante de la Octava División, Ramón Zavala, jefe del batallón Tarapacá y el ciudadano argentino Roque Sáenz Peña, jefe del batallón Iquique, eran civiles jóvenes, algunos de fortuna, que se habían incorporado voluntariamente al ejército y recibieron grados militares. Alfonso Ugarte y Ramón Zavala por ejemplo, eran ricos salitreros que armaron y equiparon sus batallones con recursos propios. 



Tropas asaltantes chilenas

Inicio de las hostilidades 
El 27 de febrero de 1880, varias naves de combate chilenas atacaron Arica por mar. Las baterías peruanas respondieron los fuegos y alcanzaron cinco veces al blindado Huáscar, removiendo los remaches y planchas de su coraza. Luego, mientras el Huáscar se acercaba para neutralizar un tren de tropas de refuerzo, otra granada peruana impactó en uno de sus cañones de babor matando a seis tripulantes e hiriendo a otros catorce. Poco después el monitor Manco Capac salió de la rada y uno de sus proyectiles volvió a dar en el porfiado Huáscar, matando a su nuevo comandante, Manuel Thomson. 

Las acciones navales continuaron en marzo, cuando el día 15 el Huáscar y el Cochrane volvieron a bombardear Arica. La defensa peruana con sus naves y baterías de tierra fue impecable. El Cochrane recibió seis cañonazos, cuatro de los cuales le causaron daños de consideración, mientras que el Huáscar asimiló cuatro impactos, debiendo retirarse del combate para reparar sus maquinas. 

El 17 de marzo, la corbeta peruana Unión logró romper el bloqueo impuesto sobre Arica, trayendo consigo provisiones y municiones, una lancha torpedera –la Alianza- para la defensa de la rada, así como a la dotación que perteneciera al blindado Independencia. Entre aquellos hombres se encontraba Juan Guillermo Moore, quien fuera el capitán de aquella nave perdida en Punta Gruesa el 21 de Mayo de 1879. Los chilenos sólo comprendieron lo que había ocurrido a primera luz del día, cuando observaron a la Unión descargando suministros. 

En poco tiempo El Huáscar, el Matías Cousiño, el Loa el Cochrane y el Amazonas atacaron con intención de destruir a la corbeta, la cual, no obstante sufrir algunas bajas y graves daños como la destrucción del puente de mando, los botes salvavidas y los suministros de carbón, en horas de la tarde logró levar anclas, se desplazó hacia la isla del Alacrán y emprendió rumbo al sur, eludiendo por segunda vez consecutiva el bloqueo chileno mediante las maniobras más increíbles. 

Bolognesi dispuso que los hombres de la Independencia, unos 200, sirvieran en las Baterías del Morro. Con ellos el número de defensores se incrementó a 1,650. El comandante Moore fue puesto al mando de las mismas. Su caso era muy particular; hijo de padre británico y madre peruana, fue al inicio de la guerra skipper del entonces considerado más poderoso blindado de la escuadra, que en tonelaje superaba al célebre Huáscar. Sin embargo, había encallado su nave al pretender cazar a la goleta chilena Covadonga en Punta Gruesa. La pérdida de la nave apenas a un mes de iniciada la guerra, fue catastrófica para el Perú. Moore cayó en desgracia y presa de una crisis depresiva estuvo a punto de suicidarse. Alejado de todo puesto de comando en la marina y en el anhelo de expiar su fatal error, el atormentado oficial buscó ser destacado a un puesto de riesgo como Arica, donde mostró gran entusiasmo y coraje, que reafirmaría al momento de decidirse la resistencia de la plaza. 

Dos meses después, el 27 de mayo, luego de la batalla del Alto de la Alianza, que sería hasta entonces la acción de armas más trascendental y de mayor envergadura de la guerra, los victoriosos chilenos procedieron a ocupar la ciudad de Tacna. De este modo el ejército del Mapocho cumplió con el objetivo trazado, logró una continuidad territorial entre su país y el departamento de Moquegua, y virtualmente consolidó la ocupación de todo el sur del Perú, desde el río Moquegua por el norte y Tarata por el este. 

Sin embargo, aún persistía el escollo de Arica, que una vez concluida la batalla se mostró en su verdadera magnitud. En aquel lugar, el destacamento al mando de Bolognesi sostenía el que había pasado a convertirse en el último reducto peruano en la región y en el enclave que interrumpía la continuidad geográfica entre el territorio ocupado y el chileno e impedía la comunicación entre el ejército y la escuadra que bloqueaba la plaza peruana. 

Ese mismo día, el nuevo ministro de guerra en campaña de Chile, José Francisco Vergara, envió desde Iquique una comunicación al ministro de guerra en Santiago, dando cuenta de la situación tras la batalla del Alto de la Alianza. En el referido telegrama, Vergara expresó: 


“... Si Campero y Montero se rehacen en el pie de la cordillera donde tienen posiciones casi inexpugnables y sí, como me informó el coronel Urrutia había en Moquegua 1,500 hombres, mientras no tomemos Arica nuestra situación se hace crítica porque con la posesión de Tacna no adelantamos mucho y nuestros aprovisionamientos por Ilo e Ite principiarán a correr riesgo. La resistencia de Arica depende de la entereza del jefe de la plaza, que si es de buen temple nos puede resistir muchos días. Por los informes recogidos se sabe que tienen algunos hombres y desde el mar se ve alguna caballería...” 

Consolidada la ocupación de Tacna, el Estado Mayor chileno consideró fundamental obtener una salida necesaria hacia la costa, separados como estaban por decenas de kilómetros de desierto, faltos de alimentos y con las tropas esparcidas por caseríos y pueblos. La idea era ocupar de inmediato esa plaza con el fin de dominar por completo el teatro de operaciones y desalojar a los peruanos de su último baluarte en la región. La salida al mar por Arica se hacía imprescindible para recobrar la línea de comunicaciones y adelantar al norte la base de operaciones de Pisagua, rompiendo de paso, el enlace entre las fuerzas aliadas. Por otra parte, el escenario en el bando aliado era el más desolador. Tras el catastrófico revés militar del Alto de la Alianza, el ejército regular peruano había cesado de existir como una fuerza operativa, las desmoralizadas tropas bolivianas se retiraron para siempre hacia el altiplano y la guarnición de Arica quedó aislada y rodeada por mar y tierra. 

Al conocer de la derrota en Tacna, Bolognesi y sus oficiales anticiparon, acertadamente, que el siguiente movimiento del ejército chileno sería atacarlos, aunque ignoraban que se habían quedado solos y sin posibilidad de refuerzos, pues las tropas del contralmirante Montero se dirigían hacia Arequipa a reorganizarse, en vez de retornar a Arica como al parecer había sido previamente acordado (4). 


3. Las comunicaciones de la plaza 
Todo indica que al principio los oficiales de Arica no comprendieron la real magnitud de la derrota de Tacna. Tampoco tuvieron conocimiento del desbande del ejército peruano ni de la deserción del boliviano, lo que se explica por el hecho que las comunicaciones enviadas solicitando información jamás fueron contestadas y que los únicos datos disponibles provenían de soldados dispersos incapaces de dar un panorama real de la situación. Aún así, aunque presas de incertidumbre, los oficiales eran conscientes que debían mantener aquella posición a la cual asignaban, y no sin razón, un gran valor estratégico (5). 

El contenido del primero de los telegramas de Arica, suscrito por su jefe de Estado Mayor, coronel Manuel C. La Torre sustenta lo afirmado: 


“Arica, 26 de mayo. Señor general Montero, Pachía.- Dice el coronel Bolognesi que aquí sucumbiremos todos antes de entregar Arica. Háganos propios. Comuníquenos órdenes y noticias del ejército y de los auxilios de Moquegua”. 

Frente a las circunstancias poco claras Bolognesi vislumbró dos posibles escenarios a encarar en los próximos días. El primero, habría sugerido un plan de operaciones mediante el cual el ejército chileno avanzaría desde Tacna hacia Arica, en cuyo proceso Montero o el II Ejército del Sur lo hostilizarían por los flancos. Esto obligaría a los chilenos a batirse en retirada, encontrándose con la guarnición de Arica, donde serían derrotados. El segundo, pudo basarse en la siguiente hipótesis: El ejército chileno sitiaría la plaza o la atacaría; la guarnición resistiría con todos los recursos a su disposición, causando bajas y agotando al adversario y tropas peruanas en avance sobre Arica sorprenderían al diezmado ejército chileno. La idea, en consecuencia, habría sido intentar mantener la posición hasta que llegasen las fuerzas que con tanta insistencia Bolognesi solicitaría en sus mensajes. 

Sin embargo la posible estrategia de formar un triángulo de fuerzas peruanas fracasaría. Como el contralmirante Montero jamás pensó en retornar hacia Arica, y dio el puerto por perdido, era imposible que flanqueara al enemigo como lo suponía la primera hipótesis. La destrucción del telégrafo de Tacna le impidió informar a Bolognesi de su decisión. En todo caso, ambos escenarios sustentan el hecho de porqué Bolognesi desplegó sus esfuerzos en reforzar las defensas en el área norte, colocando ahí a la más fogueada y disciplinada Octava División, al considerar que los chilenos aparecerían por ese lugar ante el supuesto empuje de las tropas peruanas. En la mañana del 27 de mayo, Bolognesi despachó al coronel Segundo Leiva, jefe del II Ejército del Sur, por intermedio del prefecto Orbegoso de Arequipa, el primer mensaje de una serie que no tendrían respuesta. 


“Esfuerzo Inútil, Tacna ocupada por el enemigo. Nada oficial recibido. Arica se sostendrá muchos días y se salvará perdiendo enemigo si Leiva jaquea, aproximándose a Sama y se une con nosotros”. 

Dentro de esta difícil situación, ante falta de instrucciones precisas, pero teniendo en cuenta ordenes impartidas por Montero dos días antes de la batalla del Alto de la Alianza, la noche del 28 de mayo los peruanos celebraron un consejo de guerra, en el cual todos los oficiales -con una sola excepción- acordaron resistir y aprobaron el plan de defensa. Cada uno de ellos quedó pues resuelto al sacrificio. El coronel Agustín Belaúnde, un decidido pierolista arequipeño a quien se otorgó rango militar y el cargo de primer jefe del batallón Cazadores de Piérola no sólo fue la voz discordante en el referido consejo, sino que poco después desertó y con él arrastró a algunos oficiales de su entorno, evadiendo la batalla (6). 

Para esa fecha la guarnición ya había quedado totalmente aislada de los remanentes del ejército peruano, pero aun mantenía comunicaciones por telégrafo con la prefectura de Arequipa y todavía le era posible un repliegue a otras áreas. A efecto de frenar el previsible avance chileno, Bolognesi ordenó al ingeniero Teodoro Elmore que destruyera el puente Molle, cerca a Tacna, y que hiciera lo propio con el puente de Chacalluta, los terraplenes cercanos a la estación de Hospicio y la línea férrea que comunicaba con Tacna. Un documento que puede dar idea del desconcierto con respecto a Arica lo constituye la carta dirigida desde Tarata por el prefecto de Tacna, Pedro A. del Solar al Director Supremo Nicolás de Piérola, con fecha 31 de mayo, es decir siete días antes de la batalla, donde escribió: 


“Nada sabemos hasta ahora de Arica, pero su perdida es inevitable” 

En aquellos momentos Arica venía sufriendo además el bloqueo naval por parte de las naves Cochrane, Covadonga, Magallanes y Loa, aunque desde el combate del 15 de marzo no se había vuelto a repetir un cruce de fuego entre la escuadra chilena y las defensas. Aquellos hechos no hicieron sino confirmar que Arica era impenetrable por mar y que los barcos de guerra sólo podían limitarse a aislar las comunicaciones marítimas y dar apoyo de artillería ante un ataque de sus ejércitos. Pero el bloqueo no afectaba en mucho la vida en Arica, habido cuenta del aprovisionamiento natural proveniente de los valles del Azapa y Chacalluta. 

El 28 de mayo el general Manuel Baquedano, ordenó una avanzada de reconocimiento de caballería sobre Arica, compuesta por cincuenta Carabineros de Yungay al mando del capitán Juan de Dios Dinator, la cual llegó hasta la estación de Hospicio y la ocupó. Asimismo, dispuso que los oficiales del batallón de ingenieros militares tomaran posesión de la estación del ferrocarril y avanzaran hacia los puentes del Molle y de Chacalluta. Ambos puentes y los terraplenes del ferrocarril destruidos previamente por Elmore, fueron reparados el primero de junio por los pontoneros chilenos. El dos de junio, en coordinación con el ministro de guerra en campaña, Baquedano ordenó movilizar las tropas de reserva que no combatieron en el Alto de la Alianza más algunos cuerpos de elite y marchar hacia Arica para capturarla. Aquella fuerza quedó compuesta de la siguiente forma: 

INFANTERIA Regimiento Buin 1º de Línea (885 hombres); Regimiento 3º de Línea (1053); Regimiento 4º de Línea (941); Regimiento Lautaro (1000). 

CABALLERIA Batallón Bulnes (400); Carabineros de Yungay (300); Cazadores a Caballo(300). 

ARTILLERIA 1 brigada (500 hombres) 

Total de combatientes: 5,379 efectivos 

La artillería de campaña constaba de 28 cañones y 2 ametralladoras. Si al total de efectivos militares se agregaban los zapadores, pontoneros y auxiliares, podría concluirse que la fuerza que marchó sobre Arica bordeaba los 6,000 efectivos (7). 

Los regimientos de infantería estaban integrados por fornidos ex obreros salitreros, de notoria fortaleza física y conocedores del terreno, quienes se encontraban ansiosos de entrar en combate. 

La inteligente estrategia de Baquedano, contemplaba avanzar rodeando la cordillera, de manera tal que sus fuerzas aparecieran sobre el valle de Chacalluta y no por el norte, como esperaban los oficiales peruanos. Paulatinamente, éstas fuerzas iniciaron el avance de 65 kilómetros desde sus posiciones en Tacna hasta apostarse al norte del río Lluta, dónde sitiaron el objetivo. 

El inicio del drama 

El dos de junio, un destacamento de caballería chilena al mando del mayor Vargas Pinochet capturó al ingeniero Elmore y a su ayudante, el teniente Pedro Ureta, cuando emprendían una arriesgada acción de sabotaje con minas eléctricas. Ureta, víctima de sus heridas, murió posteriormente y Elmore, que por su condición de civil estuvo a punto de ser fusilado en el lugar, fue llevado a interrogatorio. 

Desde sus posiciones de avanzada los peruanos observaron la llegada del enemigo, aún aguardando los refuerzos y con la esperanza que se concretaría alguno de los escenarios señalado en páginas precedentes. Sin embargo ni las fuerzas de Montero ni las de Leiva avanzarían hacia Arica. Corolarios de la tragedia, las decisiones adoptadas por sus respectivos comandantes constituyeron la sentencia de muerte de la plaza. Bolognesi por cierto ignoraba lo que ocurría e insistía en solicitar órdenes e información, elementos fundamentales para la suerte de la plaza. En tales condiciones dirigió a Montero un telegrama que no hacía sino reflejar la total incomunicación de la guarnición: 


“He hecho a US, cuatro propios, sin que ninguno haya regresado con su contestación. No he recibido dato ni orden oficial de usted, de manera que me encuentro a oscuras. Necesito usted me comunique el estado de su ejército, su posición, sus determinaciones y planes, y sobre todo, sus órdenes. Arica resistirá hasta el último y creo seguirá su salvación si usted, con el resto del ejército o unido a las fuerzas de Leiva, jaquea en Tacna o en Sama o Pachía o hace esfuerzo para unirse con nosotros. Tenemos víveres. Necesito urgentemente clave telegráfica. Sólo han llegado cinco dispersos. Camino férreo inutilizado. Todo listo para combatir. Dios guarde a usted”. 

El contralmirante Montero al frente de los restos del I Ejército del Sur, había organizado en las breñas de Tarata un consejo de guerra para decidir las acciones a adoptar. Este consejo, resolvió por unanimidad proseguir la marcha hacia Arequipa vía Puno. La única excepción fue la del coronel Andrés Avelino Cáceres quien insistió ante Montero bajar hacia Arica y socorrer a Bolognesi. En clara minoría, los intentos del futuro “Brujo de los Andes” fueron vanos (8). 

Por su parte, Leiva había dispuesto que el II Ejército del Sur se alejara de Sama y marchase hacia la cordillera supuestamente para ponerse en contacto con los dispersos de Tacna y recoger armas y municiones. Lo que en realidad hizo fue emprender una serie de patéticas marchas y contramarchas que culminarían con el regreso de sus tropas a Arequipa. El dos de junio Leiva acampó en Mirave, más lejos aún del teatro de operaciones. De ahí envió un telegrama a Montero solicitando noticias. Al no recibirlas, regresó a Tarata. La fuerza del II Ejército del Sur que dirigía Leiva en aquellos momentos estaba conformada por los batallones Legión Peruana de la 3ra División (500 hombres), el Huancané (535 efectivos), 2 de Mayo y Apurimac; las columnas Grau y Mollendo; una batería de 107 efectivos compuesta por dos cañones de 4 pulgadas y dos de 9 pulgadas; dos ametralladoras; y, un escuadrón de caballería. Para tener una mejor idea de la composición de este ejército, entre sus comandantes se encontraba el tristemente célebre Marcelino Gutiérrez, único sobreviviente del clan de los coroneles Gutiérrez, cuyos tres hermanos, fueron linchados por el pueblo a raíz de una asonada golpista que en 1872 costó la vida al presidente constitucional José Balta. 

Luego de que los vigías de Arica comunicaron los desplazamientos de las fuerzas chilenas en Chacalluta el coronel Bolognesi envió un nuevo mensaje al prefecto de Arequipa: 


“Toda caballería enemiga en Chacalluta. Compone ferrocarril. No posible comunicar Campero. Sitio o ataque resistiremos”. 

Era evidente que el comando de Arica también ignoraba que las fuerzas bolivianas habían retornado al altiplano. La lejana pero viable posibilidad de que los remanentes del ejército boliviano comandado por el general Narciso Campero de algún modo hubieran asistido a la guarnición, también se esfumaron. Respondiendo a una comunicación del coronel Leiva fechada 31 de mayo, en la que éste solicitaba instrucciones, Campero expresó que después del desastre del 26 se había visto obligado a retirarse a Bolivia con el resto de su ejército, que había cesado en sus funciones como comandante de los ejércitos al sur del Perú y que por tanto Leiva debía obrar de acuerdo a instrucciones provenientes de Lima. Luego señaló con equivocado criterio: 


“En mi concepto, el enemigo aprovechando el triunfo obtenido el 26, se propondrá como inmediato objetivo la toma de Lima o Arequipa; en ésta segunda hipótesis, debe Ud. tomar todas las medidas que crea convenientes para defender esa ciudad” 

El general boliviano no tomó en cuenta la dramática situación de Arica, sea por desconocimiento o porque su preocupación natural ahora se centraba en cerrar al ejército chileno la posible entrada a su país. El valiente desempeño de los batallones Colorados y Amarillos del Sucre, este último integrado por soldados quechuas, así como el galante comportamiento en combate de distinguidos oficiales como el propio Campero, Eliodoro Camacho y José Joaquín Pérez, atenuó los errores, deserciones y la poca motivación de un ejército liderado por un Presidente como Hilarión Daza, cuya actitud contribuyó a los reveses militares sufridos en la campaña del sur. Ahora, tras el Alto de la Alianza, apenas a un año de iniciada la guerra, las fuerzas bolivianas retornaban a su país, dejando que peruanos y chilenos decidieran a solas la suerte del conflicto. Volviendo a Arica, la tarde del dos de junio, la guarnición transmitió un nuevo mensaje a Arequipa: 


“Enemigos todas armas a dos leguas acampado. Espero mañana ataque” 

De acuerdo a este mensaje, la hipótesis del sitio prolongado había sido descartada. Los movimientos de las tropas chilenas eran la señal de que pronto se iba dar inicio al asalto. A partir de ese momento el comando se concentró en aguardar. La decisión había sido tomada y para muchos oficiales era obvio que no podrían resistir indefinidamente y que, finalmente abandonados a su suerte, sucumbirían. El tenor de las cartas escritas durante esos días por Bolognesi, Ugarte, Zavala, O’Donovan y otros oficiales reflejaban claramente tal presentimiento (9). 

El 4 de junio, el jefe de Estado Mayor chileno, coronel José Velásquez elevó al contralmirante Patricio Lynch un informe sobre la batalla de Tacna, cuyo último párrafo decía lo siguiente: 


“Los restos peruanos tomaron distintos rumbos pero nadie se replegó a Arica. Los regimientos Buin, 3ro y 4to de línea, el Bulnes, veintidós piezas de artillería y cuatrocientos hombres de caballería están hoy a dos leguas de Arica. Mañana atacaremos por la retaguardia conjuntamente con la escuadra. Sabemos que hay muchas minas. Hemos tomado a un ingeniero peruano (Elmore) encargado de hacer las minas. Las fuerzas que hay en la plaza alcanzan a mil setecientos hombres con los sirvientes de los cañones. Bolognesi y Moore se obstinan en no rendirse. Tenemos bastante carne y víveres. Tenga usted la bondad de trasmitir los datos que le adjunto para satisfacer la justa ansiedad del gobierno y de las familias y de apreciar las consideraciones de aprecio de su obsecuente servidor” 

Desde el morro se podía observar el despliegue de la artillería chilena, y de los regimientos de infantería y caballería. De primera impresión se calcularon más o menos en cuatro mil hombres. Inclusive tropas chilenas habían incursionado por el Azapa, revisado el terreno y luego retornado a sus posiciones. La flota por su parte se desplazó para tomar posición de combate. Un nuevo mensaje fue cursado a Arequipa. 


“Avanzadas enemigas se retiran. Continúan siete buques. Apure Leiva para unírsenos. Resistiremos”. 

 


Mientras esto ocurría, el tres de junio, desde Tarata y con un animo contradictorio al de los jefes de la plaza, el Prefecto de la ocupada Tacna, Pedro Alejandrino del Solar escribió al Director Supremo Piérola: 


“Hoy he mandado a un jefe intrépido, el coronel Pacheco a Arica, dándole cuenta a Bolognesi de lo que ocurre y dándole mi opinión sobre la situación en que se encuentra. Le digo que destruya los cañones y cuanto elemento bélico hay en Arica y que salve los hombres que allí tiene para pasar ese ejercito a Moquegua y unirlo al Coronel Leiva. No sé si lo hará ni si le parecerá a Ud. bien”. 

Pacheco Céspedes, un oficial cubano, jamás llegó a Arica por la sencilla razón que el lugar estaba virtualmente cercado por el adversario. El cuatro de junio, tras el reconocimiento el día anterior del terreno, el Estado Mayor chileno, basado en las noticias que había recibido sobre los elementos de defensa de la posición peruana, abandonó su idea de atacarla por el norte y más bien optó por ejecutar el asalto desde el sector este. Acto seguido dispuso que el Buin y el Cuarto de Línea se ubicaran en el oriente de Arica. Estas tropas avanzaron ocultas detrás de las cadenas de los cerros del este, acompañados por un destacamento del regimiento Cazadores del Desierto. Por su parte, la artillería, conjuntamente con los regimientos Bulnes, Buin y Cuarto de Línea y el Cazadores a Caballo, se desplazó por el norte del río Lluta, para colocarse detrás del cordón de los cerros, sobre las lomas del Condorillo. Se dispuso entonces que las baterías de montaña, apuntaran hacia el sector sur de Arica y las baterías de campaña hacia el centro, a una distancia aproximada de cuatro kilómetros de las posiciones peruanas. 

A continuación se ordenó al Tercero de Línea y a dos escuadrones del Carabineros de Yungay desplegarse por el sector norte. Al haberse virtualmente completado el cerco sobre las fuerzas peruanas, la única ruta remanente para una eventual evacuación hubiera sido hacia el sur, bordeando la costa, rumbo a Camarones. Sin embargo, más allá, en la línea Pisagua-Dolores, permanecía una fuerza chilena al mando del general Villagrán que hubiera cortado una hipotética retirada. En todo caso, ni Bolognesi ni sus oficiales habían pensado en evacuar la plaza. Por el contrario, estaban más decididos que nunca a defenderla. Ese mismo cuatro de junio, Bolognesi transmitió un extenso y dramático mensaje, que reflejaba los difíciles momentos que atravesaba Arica, la impotencia de no recibir respuesta a sus pedidos y la firme determinación de sus defensores: 


“Señor General Montero o Coronel Leiva:
“Este es el octavo propio que conduce, tal vez, las últimas palabras de los que sostienen en Arica el honor nacional. No he recibido hasta hoy comunicación alguna que me indique el lugar en que se encuentra, ni la determinación que haya tomado. El objeto de ésta es decir a U.S. que tengo al frente 4,000 enemigos poco más o menos, a los cuales cerraré el paso a costa de la vida de todos los defensores de Arica, aunque el número de los invasores se duplique. Si U.S. con cualquier fuerza ataca o siquiera jaquea la fuerza enemiga, el triunfo es seguro. Grave, tremenda responsabilidad vendrá sobre U.S. si, por desgracia no se aprovecha tan segura, tan propicia oportunidad.
“En síntesis, actividad y pronto ataque o aproximación a Tacna, es lo necesario de U.S. Por la nuestra, cumpliremos nuestro deber hasta el sacrificio. Es probable que la situación dure algunos días más, y aunque hayamos sucumbido, no será sin debilitar al enemigo, hasta el punto en que no podrá resistir el empuje de una fuerza animosa, por pequeño que sea su número.
“El Perú entero nos contempla. Animo, actividad, confianza y venceremos sin que quepa duda. Medite usted en la situación del enemigo, cerrado como está el paso a sus naves. Ferrocarril y telégrafos fueron inutilizados, pero hoy ya funcionan los trenes para el enemigo. Todas las medidas de defensa están tomadas. Espero ataque pasado mañana. Resistiré”. 

El cinco de junio, la infantería chilena terminó de ocupar el valle del Azapa. Así, el objetivo quedó prácticamente encerrado. A las ocho de la mañana de ese día, con las baterías ya ubicadas en las lomas del Condorillo y de la Encañada, se procedió a bombardear las posiciones peruanas. Los cañones de campaña abrieron fuego contra las baterías del norte y los de montaña centraron sus disparos contra el fuerte Ciudadela. Este ablandamiento a cargo de los potentes Krupp y Armstrong no causó sin embargo ningún efecto. Las baterías en el morro y los fuertes San José y Santa Rosa, apenas contestaron el fuego. Al parecer, el cañoneo, además de intentar intimar al adversario, tuvo como objeto apreciar la distancia y situación de sus baterías, pero por el contrario, contribuyó a encender el ánimo de la guarnición y mostró su férrea determinación. 

A poco de iniciado el cañoneo, Bolognesi transmitió un nuevo mensaje a través del prefecto de Arequipa: 


“Apure Leiva. Todavía es posible hacer mayor estrago en el enemigo victorioso. Arica no se rinde y resistirá hasta el sacrificio”. 

El Estado Mayor chileno, que tenía intención de apoderarse del armamento, la artillería, las municiones, los explosivos, los torpedos, el monitor Manco Capac y hasta los víveres, tenía pleno conocimiento de la red de minas eléctricas y dinamita que rodeaba las defensas peruanas y concluyó que asaltar sus posiciones en tales circunstancias causaría innumerables bajas en ambos bandos. Sabía también que tarde o temprano tomaría Arica, pero no a un costo tan alto. Razones prácticas y de carácter humanitario motivaron a que los jefes de la fuerza sitiadora decidieran solicitar la rendición de la plaza. Los jefes chilenos concluyeron que la disuasión con su formidable fuerza militar, el aislamiento del destacamento, la destrucción de los ejércitos aliados en Tacna, y el hecho de que jamás llegarían refuerzos, eran argumentos más que suficientes como para inducir a los peruanos a capitular. Suspendido el cañoneo, se dispuso entonces que un oficial -el sargento mayor de artillería Juan de la Cruz Salvo- hombre de finos modales y fácil palabra, solicitara, a título de parlamentario, la rendición de la plaza. En cumplimiento de sus órdenes, el joven oficial de 33 años, acompañado de dos subalternos, el capitán Salcedo y el alférez Faz y cuatro hombres de tropa, alcanzó las posiciones peruanas antes del mediodía. Fue recibido por el coronel Ramón Zavala, jefe del batallón Tarapacá, quién tras disponer que su escolta permaneciera en el lugar, lo acompañó al cuartel general peruano, ubicado en el Jirón Ayacucho. A este respecto, el coronel chileno Pedro Lagos señaló: 


“Abrigábamos entonces la esperanza de que con esta tentativa los peruanos desistirían del propósito de seguir resistiendo inútilmente, sin probabilidades de triunfo. Al mismo tiempo obligándoles a batirse (con el cañoneo), les dábamos oportunidad para salvar el honor de su país y entrar en honrosa y cuerda capitulación. La sangre preciosa derramada en Tacna y los horrores que trae consigo un combate, nos había hecho desistir antes del asalto, esperando arreglarlo todo por la vía tranquila y sensata de la palabra”. 

De inmediato De la Cruz Salvo ingresó a un salón austero, adornado apenas por un reloj de pared, cuatro sillas de madera, una pequeña mesa y un sofá. Una ventana alta permitía el ingreso de luz a la lúgubre habitación. El comandante de la guarnición recibió al parlamentario con toda cortesía y luego de un breve preámbulo protocolar, escuchó atentamente la propuesta que por su intermedio le formulaba el alto mando chileno. De la Cruz Salvo expresó que la plaza estaba totalmente rodeada, que el ejército de Chile era tan poderoso que podía sitiarla indefinidamente o tomarla por la fuerza, que el resto del ejército peruano había sido prácticamente aniquilado en Tacna, que no había posibilidad de recibir refuerzos y que en consecuencia toda resistencia era inútil. Encomió la enérgica actitud de la plaza y expuso razones humanitarias para evitar un inútil derramamiento de sangre. Asimismo transmitió el compromiso de que el destacamento peruano, en su totalidad, podría retirarse portando armamento ligero sin ser molestado por las tropas chilenas. Bolognesi se mostró sereno y sin perder la compostura replicó que tenía órdenes precisas y que no podía entregar la ciudad. Entonces el oficial chileno decidió retirarse argumentando que su misión estaba cumplida. El coronel peruano respondió sin embargo que aquella era una decisión personal, no obstante las circunstancias, debía consultarla con los demás jefes y se comprometió a enviar una respuesta a las dos de la tarde. Salvo expresó que no era posible pues la suerte de la plaza podía decidirse en pocas horas. Entonces Bolognesi le preguntó si tenía inconveniente en formular la consulta, ahí mismo, en su presencia. Salvo respondió afirmativamente, indicando que podía contar con media hora más. En pocos minutos los principales oficiales peruanos, un total de quince, se reunieron en el cuartel general para debatir el planteamiento del comando chileno. Para los peruanos resistir o capitular se había convertido en un asunto de honra, ya que muchos consideraban que su posición continuaba siendo un elemento esencial en el desarrollo inmediato de las operaciones de la guerra. Reafirmando el criterio asumido en días previos, todos los oficiales coincidieron con la posición de su comandante. Entonces un emocionado Bolognesi se dirigió al emisario chileno para expresarle que los presentes estaban decididos a salvar el honor del país. Luego agregó en términos solemnes: 


“Puede usted decir a su comandante que Arica no se rinde. Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”. 

Sin más que añadir De la Cruz Salvo se retiró para comunicar la firme respuesta peruana a su Estado Mayor (10) 

  

Arriba, coronel de artillería don Francisco Bolognesi, comandante en jefe de la guarnición peruana de Arica. Pese a su desventajosa situación, decidió defender la posición que el país le confió hasta las últimas consecuencias, aun a costa de su propia vida. Abajo, general de brigada don Manuel Baquedano, comandante en jefe de las fuerzas expedicionarias chilenas. Su misión era capturar Arica y ejecutó su estrategia con inteligencia y determinación. 

  


Tarapacá y Tacna había caído en manos chilenas, Arica estaba cercada por el sur y por el norte. Al oeste, poderosas naves en la bahía hacían imposible cualquier intento de escapatoria. Se podía abandonar el territorio marchando rumbo al este, internándose en la sierra, para, rodeando las fuerzas chilenas, alcanzar Arequipa o eventualmente Lima. Había también otra opción: quedarse en Arica, donde sin duda morirían.


 
Pocos minutos después de la batalla, los chilenos izan la bandera en el Morro y le rinden honores. En primer plano un cañón de artillería ligera y los cadáveres de los defensores peruanos. El 7 de junio es para las FFAA peruanas el día del juramento de la bandera.



Roque Sáenz Peña en la batalla de Arica
Al declararse la guerra del Pacífico entre Chile y Perú, en 1879 se ausenta silenciosamente de su país viajando hacia Lima. Ofrece sus servicios al Perú, que le otorga el grado de Teniente Coronel (Comandante). En la batalla de Tarapacá; sirve al mando del coronel Andrés Avelino Cáceres, donde su bando obtiene un triunfo transitorio sobre Chile. En la batalla de Arica estuvo al mando del batallón Iquique, después de ser herido en el brazo derecho y contemplar impotente la muerte de muchos de sus camaradas peruanos, cae prisionero en manos del Capitán del 4º de Linea del ejército chileno Ricardo Silva Arriagada, quien le salva de la tropa chilena que le perseguía mientras huía junto a los otros oficiales peruanos sobrevivientes (De La Torre y Chocano) y no lo ejecuta por haber mostrado Saenz Peña el valor de no suplicar por su vida. (Relato de la época de Ricardo Silva Arriagada, de Asalto y Toma del Morro de Arica de Nicanor Molinare)


"Don Roque Sáenz Peña sigue tranquilo, impasible; alguien me dice que es argentino; me fijo entonces más en él; es alto, lleva bigote y barba puntudita; su porte no es muy marcial, porque es algo gibado; representa unos 32 años; viste levita azul negra, como de marino; el cinturón, los tiros del sable, que no tiene, encima del levita; pantalón borlón, de color un poco gris; botas granaderas y gorra, que mantiene militarmente. A primera vista se nota al hombre culto, de mundo. Más tarde entrego mis prisioneros a la Superioridad Militar, que los deposita, primero en la Aduana, y después los embarcan en el Itata." Ricardo Silva Arriagada

Roque Sáenz Peña es sometido a un Consejo de Guerra y se lo confina cerca de la capital chilena. Puesto en libertad luego de seis meses, a instancias de su familia y del gobierno argentino, regresa a Buenos Aires en septiembre de 1880. El Congreso de la Nación Argentina, en voto unánime, le devuelve la ciudadanía argentina, que había perdido de jure al incorporarse al ejército peruano. Más tarde, en 1910 sería presidente de la República Argentina.

 

Roque Saenz Peña (primero de derecha a izquierda) junto a los oficiales del Coronel Francisco Bolognesi del ejército peruano (Foto de 1913),Representación teatral peruana, que los muestra previo a la batalla del Morro de Arica, ver Batalla de Arica.


Desde 1981, Roque Sáenz Peña tiene su estatua en Lima



Fuente
Wikipedia