miércoles, 4 de enero de 2017

Biografía: Un libro muestra a un Hitler menos loco

Un Hitler más normal

Una biografía sobre la vida del Führer, desde su nacimiento hasta 1939, reabre el debate sobre el ascenso de los líderes populistas


Luis Doncel - El País



Hitler, con uniforme militar en 1915. 


Han pasado 71 años desde su suicidio en Berlín, y el interés por Adolf Hitler no decae. Al contrario, su figura despierta cada cierto tiempo nuevas oleadas de atención. Y todo apunta a que asistimos a una.

En la biografía que publicó en 2013, el autor alemán Volker Ullrich (Celle, 1943) quiso ahondar en la personalidad del protagonista. Frente a otras obras centradas en el contexto político y social, él miró a los ojos del gran genocida. El libro fue recibido con reparos por los críticos alemanes: no veían novedades sustanciales y, sobre todo, dudaban de la conveniencia de presentar un Hitler demasiado cercano. ¿Hasta dónde se puede humanizar al monstruo? Mejor recepción ha tenido este año la versión inglesa. The New York Times la alabó como una “fascinante parábola shakesperiana”. Sin mencionar su nombre, la reseña del Times sugería paralelismos con el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. Ullrich también detecta parecidos entre ambos.

Desde su casa de Hamburgo, este periodista que dirigió durante 20 años la sección de historia del semanario Die Zeit insiste en la importancia de volver sobre la personalidad de Hitler. “Sin él, no se tomaba ninguna decisión importante en el Tercer Reich”. Y asegura que estos días, cuando en todo el mundo triunfan líderes autoritarios y carismáticos, interesa aún más responder a la pregunta fundamental: ¿cómo pudo ocurrir?

¿Por qué pensó que el mundo necesitaba otra biografía de Hitler? “La escribí desde el convencimiento de que este tipo de políticos está de vuelta. Son los que saben cómo movilizar los miedos y esperanzas de la gente en épocas de crisis. Eso lo entendió Hitler como nadie durante la República de Weimar. Se presentó como el mesías que devolvería la grandeza a Alemania”, asegura.

Ullrich no aspira a ofrecer una imagen novedosa de la que quizás sea la persona más escudriñada del siglo XX. Pero sí trata de añadir matices; y deshacer algunos tópicos. Como la idea de que el líder nazi no tenía vida más allá de la política. “Historiadores como Joachim Fest e Ian Kershaw cayeron víctimas de la escenificación que Hitler hizo de sí mismo como alguien que renuncia a sus necesidades y se entrega a la misión histórica de servir al pueblo alemán. En realidad, tenía una vida privada muy rica. Pero oculta”. Cada época ha tenido su biografía de Hitler. En los años cincuenta apareció la de Alan Bullock, que lo presentaba como un oportunista sediento de poder sin ideología. Dos décadas más tarde, Fest ahondaría más en su psicología. Y, por fin, Kershaw dibujaría en los años noventa un impresionante retrato en el que añadía el sustrato social que explica el éxito del tirano.
La crítica alemana recibió el libro con reparos por ofrecer una imagen muy cercana de su protagonista
Es indudable que Hitler se benefició del menosprecio de sus coetáneos. Pero no solo fueron ellos. Ullrich acusa a otros historiadores del mismo error. “Mucha gente se pregunta cómo una persona inculta y mediocre pudo llegar tan alto. La premisa es que era alguien del montón. Y no es así. Tenía cualidades insólitas. No solo la demagogia y la facilidad para hablar ante las masas. También poseía un gran talento como actor. Podía presentarse de forma totalmente distinta en función de las circunstancias”. Sus dotes camaleónicas le permitían hablar “como un sabio estadista en el Reichstag; como un hombre moderado ante los empresarios; o frente a las mujeres como el padre bienhumorado que ama a los niños”.

Aquí llegan las semejanzas —y diferencias— con Trump. Entre las primeras, Ullrich señala un “carácter egocéntrico con tendencia a mezclar la mentira con la realidad”, la promesa de volver a hacer grandes sus respectivos países o la capacidad de ambos de valerse de los medios de comunicación. “Aunque veo más sofisticado y táctico a Hitler”, añade. Las diferencias también son enormes. En primer lugar, Hitler nunca obtuvo la mayoría absoluta en unas elecciones democráticas (fue designado canciller por el presidente de la República en enero de 1933 tras haber sido su partido el más votado con el 33% de los votos, pero lejos de la mayoría absoluta en el Parlamento). En segundo lugar, el NSDAP era un partido totalmente centrado en su Führer. “Trump lanza proclamas xenófobas y machistas. Pero no sabemos si lo piensa de verdad o es solo retórica electoral. Esa duda también surgió con la llegada de Hitler al poder. Se pensaba que el cargo le moderaría. Al principio de su mandato se presentó como un hombre de paz, aunque ya entonces pensara en la guerra”.

El primer volumen, titulado simplemente Ascenso, termina en 1939, con el 50º cumpleaños del tirano. El periodista trabaja ahora en la narración de los seis años posteriores. Ullrich describe la “naturaleza dual” de Hitler, que aunaba energía criminal con una personalidad amable, incluso atractiva. ¿Le diagnosticaría un psiquiatra alguna dolencia mental? “Era más normal de lo que desearíamos. En sus crímenes, fue absolutamente excepcional. Pero como hombre, en sus gustos y costumbres, no se salió demasiado de la norma. Sería muy cómodo quitarse a Hitler de encima describiéndolo como un sociópata criminal. El peligro es que así no podremos entender cómo logró un poder de atracción tan monstruoso entre los alemanes”.

Una opinión parecida tenía Leni Riefenstahl, la directora de cine de cabecera del Tercer Reich. “Ni puedo ni quiero olvidar ni perdonar las cosas terribles que ocurrieron en su nombre. Pero tampoco quiero olvidar el enorme efecto que causaba en la gente. Esto haría las cosas demasiado fáciles para nosotros”, escribió en los años setenta la mujer que supo plasmar como nadie los ideales de belleza del nazismo. Esta impresión positiva también llegó a diplomáticos europeos y personas ajenas a su círculo, a los que asombraba como un anfitrión encantador y culto. Sin formación académica, pero lector empedernido —otro aspecto que lo separa de Trump— tenía una memoria extraordinaria.

Ullrich descarta como totalmente indocumentadas las especulaciones sobre la supuesta homosexualidad o los problemas en los genitales del Führer. Aquí, una vez más, la normalidad es la regla. Aunque parezca que hasta los 30 no tuvo relaciones sexuales, lo que dio pie, como cuenta el libro, a que sus compañeros en la I Guerra Mundial se burlaran de su virginidad. “Entonces no era extraño lo que hoy nos parece un desarrollo sexual tardío. Cuando volvió a Múnich tras la guerra se puso al día muy rápido. Y desde finales de los años veinte tuvo una relación de lo más normal con Eva Braun. Ni perverso ni sádico”, concluye.
El autor considera que Hitler y Trump comparten “un carácter egocéntrico” con tendencia a la mentira
Pese al alud de datos e informaciones sobre su vida, Hitler permanece en esta biografía como un enigma. “Tenía muy pocos amigos en los que confiara. Siempre mostró mucha distancia con la gente. Y además tenemos muy pocos documentos personales. Podemos acercarnos a su misterio, pero nunca lo descifraremos”.

La pregunta fundamental sigue sin respuesta. ¿Cómo pudo ocurrir? “Hitler se benefició de una constelación única de crisis que aprovechó de forma inteligente y sin escrúpulos”, escribe Ullrich. Pero esto no explica cómo un país rico y culto lo permitió. “Tuvo una relación simbiótica con el pueblo alemán. Nunca habría llegado al poder si no hubiera explotado ideas profundamente arraigadas en la tradición cultural del país: nacionalismo extremo, profundo antisemitismo, resentimiento contra el parlamentarismo y la democracia… Alemania era caldo de cultivo para este tipo de políticos carismáticos”, concluye.

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