martes, 17 de enero de 2017

Conflictos americanos: La guerra de las 100 horas (1/6)

La Guerra de las 100 Horas (Parte 1) 
por Mario A. Overall | 20-Apr-04 

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1. Introducción 
La mal llamada "Guerra del Fútbol" entre Honduras y El Salvador ocurrida en Julio de 1969, tiene orígenes complicados que van más allá de una simple pasión deportiva desbordada. El término acuñado por los medios de prensa, fue producto de la idea errónea de que ambas naciones habían cruzado espadas luego de que sus respectivas selecciones nacionales se enfrentaran en una serie de partidos de fútbol. Sin embargo, no hay nada más alejado de la verdad. Así mismo se ha mencionado que la invasión Salvadoreña a Honduras era el resultado de una insoportable "explosión demográfica" que ahogaba al más pequeño de los países de Centroamérica. Ambas falsedades, repetidas hasta el agotamiento por diversas fuentes históricas, sólo sirven para denigrar a los habitantes de los dos países involucrados en éstos hechos de armas, que lejos de ser movidos por pasiones mundanas, un supuesto carácter sanguíneo ó por un insensato amor a la guerra, terminaron enfrentados por motivos serios y de trasfondo netamente económico. 


Para poder entender los orígenes de éste conflicto, es necesario regresar a principios del siglo XX, cuando las empresas Norteamericanas United Fruit Company y su rival, la Standard Fruit Company, operaban en la región, particularmente en Honduras. Ambas transnacionales se dedicaban a la siembra y cultivo de banano, utilizando para el efecto las grandes extensiones de tierra fértil con que contaba Honduras. Con el transcurrir del tiempo, se hizo necesario requerir mano de obra extranjera, ya que los Hondureños involucrados en esas actividades resultaban insuficientes. Para el efecto, se contrataron los servicios de campesinos Salvadoreños que vivían en las áreas fronterizas, las cuales por cierto, estaban mal definidas y eran el objeto de un sinfín de reclamaciones territoriales por parte de ambos países. 

Al percatarse de las oportunidades de trabajo en Honduras, la inmigración de campesinos Salvadoreños se incrementó y continuó incrementándose en los siguientes años. Ya para el final de la década de los 60, eran casi 300,000 Salvadoreños los que habitaban en tierras Hondureñas. Por su parte, el gobierno de aquél país veía con beneplácito la presencia de dichos campesinos, y en general toleraba la situación legal de los mismos, ya que no les exigía obtener la nacionalidad Hondureña. 

Asimismo, a principios de la década de los 60, las naciones Centroamericanas buscaban la liberalización del comercio en la región, en el marco de un Mercado Común Centroamericano, el cual sería establecido precisamente en 1960. Sin embargo, poco después de su creación, se hizo notorio que el país más favorecido sería El Salvador, ya que sus exportaciones aumentarían seis veces, mientras que las de Honduras el país más afectado- sólo crecerían un 50%, relegándola a la calidad de una nación satélite. Este hecho provocó que cierto resentimiento empezara a darse en los sectores económicos Hondureños, dando lugar a que se denunciaran los convenios comerciales firmados entre ambos países, pues se sentía que sus contrapartes Salvadoreños se estaban enriqueciendo a sus costillas. Para empeorar las cosas, los cambios políticos en Honduras terminarían por enfriar considerablemente las relaciones con El Salvador, lo que afectaría en el trato de los Hondureños hacia los campesinos Salvadoreños asentados en el país, el cual se hizo cada vez más hostil. 

Con el transcurrir del tiempo, los terratenientes Hondureños, quienes influenciaban en gran medida la escena política, también empezaron a sentirse dañados por la presencia de los campesinos Salvadoreños, aduciendo que esa situación únicamente beneficiaba al vecino país. Pronto también ellos empezarían a presionar al gobierno para que expulsara a los campesinos Salvadoreños que no quisieran obtener la nacionalidad Hondureña. Resultado de esto serían varios desalojos violentos de algunas familias Salvadoreñas en áreas fronterizas, acompañadas de la negación de servicios de salud y educación para aquellos que se habían quedado. 

En medio de esporádicos brotes de violencia contra los campesinos inmigrantes, los dos gobiernos iniciaron negociaciones tendientes a solucionar el problema, llegando a firmar tres acuerdos migratorios, el primero de ellos en 1962 seguido por otro más en 1965 y el último en 1968. Sin embargo, mientras los gobiernos negociaban, surgían grupos armados extraoficiales en Honduras con el objetivo de hostigar y controlar a la población Salvadoreña asentada en aquel país. Esta situación se vio empeorada por un golpe de estado que llevaría a la presidencia al general Hondureño Oswaldo López Arellano, quien tenía una visión muy distinta a la de su antecesor con respecto a la situación de los inmigrantes. 

El número de expulsiones de Salvadoreños fue en aumento, al igual que la intensidad de la violencia con que éstos desalojos se realizaban. Sin embargo, la gota que derramaría el vaso se daría en Junio de 1969, cuando el gobierno Hondureño instituye una reforma agraria, en la cual no toma en cuenta a los campesinos Salvadoreños, y para empeorar las cosas, los desaloja de las tierras que ocupaban para entregárselas a campesinos Hondureños. Las actividades de los grupos armados, ahora apoyados tácitamente por el gobierno, se incrementan, mientras que se realiza la primera expulsión oficial a gran escala de Salvadoreños, durante la cual, más de cien familias son desalojadas violentamente. 

El retorno de los campesinos a El Salvador rápidamente provoca problemas para el gobierno de ese país, ya que todos ellos regresaban en calidad de desempleados, a los cuales había que alimentar, vestir y darles algún tipo de morada, todo ello en medio de una severa crisis económica que ni siquiera las ventajas obtenidas a través del Mercomun habían podido aliviar. Al mismo tiempo, ocurrían incidentes fronterizos que involucraban a tropas Salvadoreñas, que ingresaban a territorio Hondureño sin objetivo aparente, provocando su captura con el consabido enfrentamiento diplomático. Así mismo, las autoridades Salvadoreñas capturan a un familiar del presidente Hondureño radicado en El Salvador, y lo encarcelan. La tensión se incrementaba por momentos, pero la gestión del ex presidente de los Estados Unidos Lyndon B. Jonson de visita en Honduras por esas fechas- finalmente lograría que las tropas Salvadoreñas fueran liberadas a cambio de poner en libertad al pariente del presidente Hondureño. 

Con ese delicado trasfondo político se iniciaban las eliminatorias para la Copa Jules Rimet de fútbol a celebrarse en México el año siguiente (1970), y durante las cuales los equipos de El Salvador y Honduras debían enfrentarse para obtener la clasificación. El primer encuentro se efectuaría en Tegucigalpa, Honduras, el cual sería ganado por el equipo local. Sin embargo, a pesar de que la victoria había favorecido a Honduras, se registran encontronazos entre los aficionados de uno y otro país, provocando heridos. 

El segundo encuentro se verificaría en San Salvador, el cual sería ganado por el equipo Salvadoreño. Sin embargo, en las horas previas al encuentro, los aficionados locales habían hecho lo posible por molestar a los seleccionados Hondureños, haciendo gala de una conducta claramente hostil. Durante el encuentro, los aficionados Hondureños también serían víctimas de agresiones que terminarían en fuertes trifulcas en las calles. Mientras esto sucedía, en Honduras también habían problemas, ya que algunas casas y negocios de Salvadoreños eran incendiados, mientras que sus propietarios eran objeto de vejámenes por parte de turbas. 
Luego del partido, la violencia contra los inmigrantes Salvadoreños en Honduras se vería incrementada, provocando fuertes protestas por parte del gobierno Salvadoreño. Finalmente, el 27 de Junio de 1969, se rompían las relaciones diplomáticas entre los dos países, al tiempo que seguían llegando a El Salvador grandes cantidades de inmigrantes que habían sido desalojados. Historias de terror contadas por los desalojados empezaron a circular entre la población Salvadoreña, enardeciendo el sentimiento patrio y provocando amplio rechazo hacia los Hondureños. 

Al día siguiente del rompimiento de las relaciones diplomáticas, los equipos de ambos países debían enfrentarse nuevamente. Dicho partido se realizaría en la ciudad de México, y sería el definitivo para la clasificación. Poco después de que terminara el encuentro, que ganaría la selección de El Salvador, la turba de nuevo hacía de las suyas en Honduras, atacando casas y negocios de Salvadoreños, dejando como saldo varios heridos. 

En los siguientes días, el gobierno de Honduras iniciaría una campaña de desarme de la población civil, que rápidamente degeneraría en acciones contra los Salvadoreños que aún habitaban las zonas fronterizas. Esta acción provocaría que el gobierno Salvadoreño buscara la intervención de la Organización de Estados Americanos como mediadora en la solución del conflicto, sin embargo los intentos serían infructuosos. Poco después, se iniciaba la movilización de tropas de ambos países hacia la frontera común, principalmente a lo largo del río Goascorán, en un área colindante con el Golfo de Fonseca. 


 

Los incidentes fronterizos no se harían esperar, siendo quizás el más grave de todos el ocurrido el 3 de Julio, cuando un DC-3 de la empresa SAHSA (Servicio Aéreo de Honduras S.A.) es atacado por fuego antiaéreo Salvadoreño, mientras ganaba altura luego de despegar del aeródromo de Nueva Ocotepeque, a ocho kilómetros de la frontera con El Salvador. Luego de escapar del área, los pilotos del DC-3 reportan el incidente a la Fuerza Aérea Hondureña, que rápidamente envía dos T-28 desde el Aeropuerto Internacional de Toncontín en Tegucigalpa- con el objetivo de determinar de donde había provenido el ataque. Al llegar, los dos aviones son recibidos con fuego antiaéreo de nuevo, pero no atacan ya que se les habían dado ordenes de no hacerlo. Los pilotos Hondureños sólo se limitan a marcar el área en sus mapas para luego regresar a Toncontín. 

Ese mismo día, los T-28s de la Fuerza Aérea Hondureña serían despachados nuevamente, ya que se detecta la presencia de un avión no identificado sobrevolando las poblaciones de Gualcince y Candelaria, muy cerca de la frontera Salvadoreña. El avión, un Piper PA-28 "Cherokee" identificado con la matricula Salvadoreña YS-234P, es interceptado y se le ordena aterrizar en el aeródromo más cercano. Sin embargo el piloto de aquella aeronave se rehúsa a acatar las órdenes de los pilotos Hondureños y escapa hacia El Salvador a toda velocidad. Los pilotos de los T-28s, Coronel José Serra y Subteniente Roberto Mendoza, luego de verificar que el intruso se ha marchado, regresan a su base en Tegucigalpa. 

La presencia del Cherokee en Honduras era parte de la avanzada Salvadoreña tendiente a recabar información cartográfica y de inteligencia, previendo que se tuviera que entrar en combate con aquella nación. Para el efecto, los Salvadoreños habían estado utilizando un Cessna 310 del Instituto de Cartografía Nacional y varios aviones civiles, entre ellos el Cherokee ya mencionado, los cuales estaban volando en misiones de reconocimiento desde finales de Junio de 1969, sobre distintas áreas de Honduras, pero con mayor insistencia sobre Tegucigalpa, San Pedro Sula y las áreas fronterizas cercanas al Golfo de Fonseca. 

Durante los siguientes días la guerra de nervios iría en aumento, en medio de mutuas acusaciones de ataques a puestos fronterizos y violaciones de los espacios aéreos de ambas naciones. Finalmente, el 12 de Julio, la Fuerza Aérea Hondureña entra en estado de alerta, formando en el proceso dos comandos de operaciones. Esta maniobra respondía a la necesidad de realizar una dispersión táctica, en la cual el grueso de aeronaves de la FAH permanecería en el aeropuerto Toncontín, en Tegucigalpa, mientras que un grupo de aviones sería trasladado hacia el aeropuerto de La Mesa, en San Pedro Sula, donde se conformaría el "Comando Norte". 

Por su parte, la Fuerza Aérea Salvadoreña también inicia maniobras de orden táctico, empezando a preparar las pistas ubicadas en la isla Madresal, San Miguel, Santa Ana, San Andrés y Usulután, hacia donde serían dispersados los aviones luego de que se produjeran los primeros enfrentamientos. Así mismo, se convocaba a todos los pilotos civiles de El Salvador para que se integraran a la Fuerza Aérea en calidad de voluntarios, ya que el número de pilotos militares era bastante escaso. 

Con todas estas acciones de las Fuerzas Aéreas de los dos países, y otras tantas llevadas a cabo por sus respectivos ejércitos, que incluyeron movilizaciones de tropas a los puntos fronterizos cercanos al Golfo de Fonseca y la región Norte de El Salvador, se preparaba finalmente el escenario para lo que sería un enfrentamiento corto pero intenso. 



Fuente original: Fuerzas Militares Dominicanas

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