domingo, 4 de mayo de 2014

¿A qué vino William Brown a Argentina?

Guillermo Brown: ¿Por qué vino?
Carlos A. Estévez

En el 223 aniversario del natalicio del almirante Guillermo Brown, que se cumplirá el martes venidero, puede ser bien recibido, para quienes llegaron a estas tierras buscando un futuro mejor, decir que él es un ejemplo entre los inmigrantes que hicieron nuestra nación.

Viene al caso, por ello, recordar que, en el transcurso de una conferencia sobre Guillermo Brown, una concurrente preguntó por qué el almirante había venido a nuestras tierras. Quien exponía atinó a decir que la razón era su amor por la libertad y su decisión de luchar por ella. No parece ser eso correcto, si se analizan algunos hechos.

En el caso del general José de San Martín y otros que vinieron con él, que eran militares de carrera, no hay duda de que lo hicieron para terminar con el dominio español en América. Desde su arribo, ofrecieron sus servicios a las Provincias Unidas y actuaron en consecuencia.

Pero en lo que a Brown se refiere, puede pensarse que no vino con esos fines. Poco sabemos de sus antecedentes como para asegurar lo que comentamos. Responde esto al hecho de que él poco y nada dejó escrito de su vida previa, no dejando tampoco trascender algo en sus memorias ni entre sus amigos. Hoy, se da como muy probable que no había pertenecido a la armada de su majestad británica, no era miembro de logia alguna, no ostentaba grado ni carrera militar previa. Eran muchos los que venían al Río de la Plata por otras razones ajenas a la guerra y él no tenía por qué ser una excepción. 

Brown fue capitán de buque a los 19 años, para arribar al Plata cuando tenía 32 años de edad. Su vida, en este período, según ha trascendido, no fue placentera, de escritorio, administrativa ni pueblerina. Fue de navegante, luchando contra piratas y marinos de otras naciones y, como siempre es y será, combatiendo contra la naturaleza.

Era, pues, un hombre formado en la acción y el riesgo. Por su sangre irlandesa, era tozudo, perseverante; poseía espíritu de hombre libre, poco afecto a gobiernos fuertes y luchador incansable.

Sus riquezas o posesiones materiales, cuando se casó con Elizabeth Chitty, en 1809, si bien tampoco son conocidas, deben haber existido. Ella provenía de familia de armadores, de comerciantes marítimos y con otras actividades afines, lo que permite asegurar que tenía buen pasar. En aquella época, no era sencillo unir dos almas con grandes diferencias sociales y religiosas, por lo que puede presumirse que Brown aportó a ese casamiento buenas referencias personales y alguna aceptable posición económica.

En esta parte del mundo, en el virreinato del Río de la Plata, por entonces, las invasiones inglesas de 1806 y 1807 habían concluido en la firma de un tratado de paz, con el que los ingleses consiguieron la libertad de comerciar con Buenos Aires. En 1809, cuando pudo ponerse en ejecución tal acuerdo y floreció el intercambio, fondeaban en la rada porteña docena y media de buques ingleses cargados de mercaderías, esperando comerciar las mismas. Había un buen negocio para los fletes marítimos y para los exportadores e importadores de la Gran Bretaña.

Dadas todas estas condiciones, no resulta difícil deducir que Brown, efectivizado su casamiento, vino formando parte de negocios navieros y a observar qué otras posibilidades de actividades comerciales podían encararse. Podría adelantar que vino fletando cargas y a "husmear" el ambiente.

Recordemos que se desconoce fehacientemente si vino en 1809, pero es indudable que, desde entonces y hasta junio de 1812, en que adquirió las tierras de Casa Amarilla, en Barracas, Buenos Aires, cruzó el Atlántico en más de una oportunidad. Finalmente, en febrero de 1813, trae a su esposa y a sus dos hijos nacidos en Inglaterra y ese mismo año adquiere la goleta "Industria". Al poco tiempo, agregará la "Hope" ("Esperanza"), la "Amistad" y la "Unión".

Posteriormente, llamó a Buenos Aires a tres de sus hermanos (Miguel, Juan y Thomas), mientras que su esposa Elizabeth hizo otro tanto con cuatro hermanos (Gideón, John, Thomas y Walter) y con su tío Richard. Tres sobrinas se casaron y vivieron aquí. Caso típico de un inmigrante que, entusiasmado por lo que encuentra en lejanas tierras y el porvenir que vislumbra, llama a sus allegados para progresar en estas tierras.

Conclusión: Brown vino a comerciar y, convencido de las posibilidades que brindaba esta parte del mundo, no dudó en afincarse en Buenos Aires como tantos otros, como fueron muchos de nuestros ancestros en esos mismos años o nuestros abuelos y padres desde el último tercio del siglo XIX y en el XX.

Como buen inmigrante, cuatro de sus hijos nacieron en Buenos Aires, los que, a su vez, tuvieron descendencia en ambas márgenes del Plata y, hoy, siete generaciones rioplatenses posteriores al tronco Brown-Chitty prolongan su sangre en el tiempo.

Por qué se incorpora poco después a la lucha independentista de las Provincias Unidas del Río de la Plata y arriesga, a lo largo de treinticinco años, su fortuna, su vida y la paz familiar por defender el pabellón nacional sin embanderarse en las luchas políticas internas, es tema que trataremos en otro momento.

Brown falleció en su casa de Buenos Aires en 1857, tras cuarenticinco años de residencia entre nosotros.


Carlos A. Estévez es capitán de navío (RE) y miembro del Instituto Nacional Browniano.

sábado, 3 de mayo de 2014

Los China Marines antes de la SGM

China Marines (1927 - 1941)

El término de China Marines refirió originalmente a los Marines de Estados Unidos del cuarto Regimiento de Marines, que estuvieron estacionados en Shanghai, China, durante 1927-1941 para proteger a los ciudadanos estadounidenses y sus propiedades en el Acuerdo internacional de Shangai durante la Revolución China y la Segunda Guerra Sino-Japonesa. La mayor parte de estas tropas se retiraron en noviembre de 1941, sin embargo algunos de ellos estaban programados para ser retirados el 10 de diciembre de 1941. Los restantes Marines, así como algunos miembros de la Marina de los EE.UU., el personal de apoyo, para un total de 204 hombres, fueron capturados por el Imperial Ejército japonés y obligados a trabajar como esclavos hasta que fueron puestos en libertad en 1945.

Más tarde, otro grupo de infantes de marina también se refirió a como China Marines fueron los de la primera y sexta divisiones de Marines enviados a ocupar el norte de China después de la rendición de Japón y el final de la Segunda Guerra Mundial desde 1945 hasta 1948.

Debido a que la mano de obra disponible era barata, los China Marines vivían relativamente cómodos estilos de vida, con los escuadrones teniendo la posibilidad de contratar a un hombre chino de hacer todo de su limpieza y mandados. Cuando se añade a los productos de bajo costo disponibles en la economía local, las asignaciones a los Marines originales de China eran muy codiciadas.

Con la expansión de la Infantería de Marina durante la Segunda Guerra Mundial y la captura del cuarto de Marines en Corregidor, los Marines de China originales eran raros y de gran prestigio.



Marines de Estados Unidos en una partida de socorro en Peiping, China, 1900.


Marines en la calle Hatem, Peking, 1925.


Tte Randall y los primeros hombres del Destacamento Montado


Marines patrullando en Shanghai, China, para proteger los intereses estadounidenses durante la guerra civil entre Nacionalistas/Comunistas a finales de los 1920s.


22da Compañía, 4to Marines en el patio de desfiles, 1932.


4th Regimiento de Marines, pasada y revista.


Volviendo a Soochow: Un Marine observa un edificio quemándose del otro lado del arroyo, verano de 1937.


4to Regimiento de Marines, formación de pie, 1940.


Marines en el Norte de China desfilan a través de Peking, Tientsin, Chinwangtao, 1941.


Cnel. Ashurst llega a rendir sus fuerzas de marines del Norte de China. No iba a ser, para el 08 de diciembre de 1941 con el ataque japonés a Pearl Harbor, las fuerzas japonesas rodearon a todas las guarniciones de  Marines del Norte de China, exigiendo y obteniendo su rendición.


10 de noviembre de 1942. Marines del Norte de China, en el camino a campo de prisioneros en Shanghai, desfilan por las calles de Nanking por sus captores japoneses.

China Marines

Iglesia, represión y guerrilla en Argentina

Iglesia, militares y guerrilleros


Por Ceferino Reato - Perfil


Dictador Jorge Rafael Videla / Montonero Mario Firmenich | Cedoc
"Es importante transmitir a la juventud el buen manejo de la utopía. Nosotros en América Latina hemos tenido la experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía y en algún lugar, en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó. Al menos en el caso de la Argentina podemos decir cuántos muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía, terminaron en la guerrilla de los años '70". Papa Francisco, en su mensaje a los miembros de la Pontificia Comisión para América Latina, el 28 de febrero de 2014.
Francisco rompió el molde también en su primera referencia como Papa sobre la violencia política que desangró a nuestro país en los 70. Más políticamente correcta habría sido una mención a la represión ilegal durante la última dictadura, que fue respaldada por los sectores más conservadores de la Iglesia local. Pero no: le pareció más oportuno –hablaba de la educación de los jóvenes en la región– un esbozo de mea culpa sobre el papel de los obispos, sacerdotes y laicos más progresistas en la formación de las guerrillas.
El Papa no dio nombres, pero es evidente que se refería a Montoneros, la guerrilla de origen peronista, ya que la otra organización importante de aquella época, el Ejército Revolucionario del Pueblo, estuvo formada por jóvenes educados en el marxismo, con una fuerte, decisiva, influencia del Che Guevara y de la revolución cubana.
En realidad, el Che Guevara era un ícono revolucionario también para los montoneros, en cuyo imaginario funcionaba como un Cristo laico. Córdoba, que era la capital de la revolución socialista, nos muestra de dónde provenían los montoneros que debutaron el 1º de julio de 1970 con la toma de la localidad de La Calera: todos eran católicos, como expliqué en mi libro ¡Viva la sangre!
Es que Montoneros nació en las sacristías y en los colegios, las universidades, las residencias estudiantiles, los campamentos juveniles y las misiones de ayuda social organizadas por la Iglesia. Y eso fue así también en Santa Fe y en Buenos Aires.
Los primeros montoneros cordobeses reflejan la trayectoria típica de tantos jóvenes de buena posición social que, a partir de un compromiso católico, se fueron convenciendo de que la lucha armada era la única salida para terminar con “la violencia de arriba” –de “la oligarquía”, “el imperialismo” y sus aliados– y para liberar a “los explotados”, a los sectores populares.
“Era el mesianismo en todo su esplendor –explica Ignacio Vélez, uno de aquellos jóvenes–. La convicción profunda de que estábamos elegidos, de que nos tocaba cumplir la misión de Cristo: ‘Estoy dispuesto a dejar todo: padre, madre, amigos, por tu nombre’”. Tanto fue así que eligió “Mateo” como nombre de guerra en homenaje a uno de los apóstoles.
Esta forma de educar la utopía cristiana convirtió a la vida del buen revolucionario en algo relativo. La vida del otro también dejó de tener un valor absoluto; pasaba a formar parte de un cálculo político y podía ser sacrificada si así lo exigían los ideales superiores de la liberación y la revolución. Se llamara Pedro Eugenio Aramburu, José Ignacio Rucci, Arturo Mor Roig, Fernando Haymal o “el Negro” Luna.
Sólo de esa forma, con semejante cobertura ideológica y espiritual, tantos jóvenes pudieron salir a matar y morir.
La Iglesia estaba muy dividida; sectores ultraconservadores, integristas, armaron espiritualmente a los contrarrevolucionarios; por ejemplo, al general Jorge Rafael Videla y a la cúpula militar que tomó el poder luego del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. También Videla se consideraba un buen católico; mientras estaba en prisión, rezaba el rosario todos los días a las 19, y los domingos asistía a misa y comulgaba.
Antes de morir, seguía convencido de que Dios siempre lo había guiado y que nunca le había soltado la mano, ni siquiera luego de veinte años preso por violaciones a los derechos humanos. “Me ha tocado transitar un tramo muy sinuoso, muy abrupto del camino, pero estas sinuosidades me están perfeccionando a los ojos de Dios, con vistas a mi salvación eterna”, me dijo en Disposición final.
En el momento del golpe, el Episcopado era encabezado por monseñor Adolfo Tortolo, amigo y confesor de Videla y de su familia; un ultraconservador que consideraba que la Argentina era y debía seguir siendo una “nación católica” a través de la sólida alianza entre los dos pilares de la patria, la Iglesia y el Ejército. Era también arzobispo de Paraná y vicario general castrense. A los dos meses, el cardenal Raúl Primatesta, arzobispo de Córdoba, reemplazó a Tortolo al frente de la Iglesia y eso moderó el respaldo activo de la cúpula al gobierno militar.
Según Videla, “la Iglesia no era adicta a nosotros; teníamos nuestros encontronazos, pero, como institución, se manejaba con prudencia: decía lo que tenía que decir sin crearnos situaciones insostenibles. En ese contexto, la relación fue muy buena. En el plano individual, yo tenía una relación excelente con monseñor Tortolo: era un santo”.
La Iglesia llegó al golpe dividida y politizada, y a la hora de responder a los pedidos de ayuda de las víctimas de la dictadura pesaron más los cálculos políticos, como la conveniencia de no aparecer debilitando a un gobierno en plena lucha contra las guerrillas, que la preocupación genuina por los derechos humanos de los detenidos desaparecidos, que en su mayoría eran católicos.
Claro que, en forma individual, muchos obispos y sacerdotes salvaron a mucha gente. Ahora surgen testimonios de las personas que fueron ayudadas por Jorge Mario Bergoglio; también ocurrió con Pío Laghi, nuncio (embajador) del Papa en nuestro país, quien fue muy criticado por las Madres de Plaza de Mayo y otras organizaciones de derechos humanos por su presunta colaboración con los militares. Pero Laghi logró, por ejemplo, que el jefe de la Armada, el almirante Emilio Massera, liberara al padre Jorge Adur, ex superior de la congregación asuncionista, en 1976, e incluso lo llevó en auto hasta el avión en el que se embarcó. Luego, en el exilio, Adur asumió “la capellanía del Ejército Montonero”, según explicó por carta.
La realidad es siempre más compleja que el relato. Pero una cosa parece cierta: distintos sectores de la Iglesia alimentaron la violencia política de los 70. Y si bien los obispos produjeron algunos valientes documentos durante la dictadura, la sensación es que todavía falta una autocrítica completa, profunda, verdadera, ejemplar, inspiradora, por parte de la Iglesia. Tal vez Francisco haya comenzado a transitar ese camino.
*Editor ejecutivo de la revista Fortuna.

viernes, 2 de mayo de 2014

PGM: Zeppelins como bombarderos estratégicos

Una historia de la Primera Guerra Mundial en 100 Momentos: Terror del cielo marcó el inicio de la guerra total

Incluso un tranquilo pueblo costero de Suffolk no era seguro. Charlie Cooper en la noche llovieron bombas

La costa de Suffolk estaba a apenas 80 millas de la primera línea de los aliados en Bélgica. Sin embargo, no fue un terrible choque apenas comprensible cuando uno tranquila noche de primavera, la maquinaria mortal de la guerra moderna se hizo sentir en la ciudad costera de Southwold.

El ataque se produjo desde el cielo. "Un Zeppelin pasó sobre la ciudad a unos once y cuarenta minutos sin dejar caer bombas y, o bien esta u otra de volver de Londres una hora más tarde", escribió el autor Ernest Lee Cooper, que vivía en la ciudad. "Nos despertaron por una terrible explosión y de inmediato escuchamos el zumbido estridente de los motores de parecer sobre la parte oeste de la ciudad, muy rápidamente otra explosión ocurrió y nos dimos todo el lugar."

El Zeppelin era un arma de guerra de modernidad aterradora. Los primeros vuelos comerciales de Zeppelin habían tenido lugar en fecha tan reciente como 1909, y ahora el Kaiser los estaba usando para llover muerte desde el cielo. Southwold fue uno de los primeros lugares en Gran Bretaña en presenciar el ataque de Zeppelin. Para la mayoría de gente de la ciudad, un Zeppelin suspendido en el cielo, en forma de un cigarro gigante mientras un barco de guerra, habría sido un espectáculo sobrenatural.

"Algunos hilos divertidos andaban, " Lee Cooper continúa. "Uno de nuestros pescadores se decía que había mirado por la ventana y he visto el Zeppelin tan cerca que iba a derribarlo con un palo, se limitó a decir a su esposa :" Por el amor de Dios, no hagas eso, piensa en tus hijos '".

El Zeppelin dejó caer varias bombas en los alrededores de Southwold esa noche, los aldeanos sorprendidos, así como los convalecientes en el cercano Henham Hall, que había sido convertida en un hospital para los hombres que volvían del frente. Volvió a Alemania de haber causado una sola lesión y unos pocos miles de libras de daños.

El hecho de que estaba bombardeando estos objetivos rurales inocuos para nada delataba un inconveniente fundamental de la campaña de bombardeo alemán. Las aeronaves eran difíciles de navegar y muy vulnerables a los vientos fuertes. El Zeppelin que bombardeó Southwold esa noche había sido probablemente con destino a Londres, pero había abortado el ataque a causa de mal tiempo.

Otros objetivos inverosímiles caerían presa de zepelines durante la guerra : Sevenoaks, Swanley, East Dereham. Pocos barrios de las rutas de vuelo desde y hacia los principales objetivos urbanos podían contar a salvo.

A pesar de su vulnerabilidad, los zepelines eran un arma poderosa. Para el final de la guerra, más de 550 civiles británicos habían muerto en los bombardeos, que principalmente dirigido Londres y las ciudades del norte. Los daños a los edificios y el costo de infraestructura de más de 1,5 millones de libras. Pero quizás el mayor daño fue psicológico. Más que cualquier otra arma de guerra, zepelines hicieron los británicos sienten miedo.

DH Lawrence describe su impacto en términos típicamente apocalípticos. "Fue como Milton - luego hubo una guerra en el cielo", escribió en una carta de septiembre de 1915, después de haber visto un Zeppelin sobre Londres. "Parecía como si el orden cósmico se habían ido, como si no hubiera llegado un nuevo orden mundial, un nuevo cielo encima de nosotros...."

Este fue precisamente el efecto que Peter Strasser, comandante de los zepelines de la Marina Imperial Alemana y un defensor fanático de la nueva guerra aérea contra la población civil, había deseado. "Tenemos que atacar al enemigo donde sus latidos cardíacos han sido calumniado como" asesinos de bebés "y" asesinos de mujeres ' ", escribió (a, de todas las personas, su madre).

"Lo que hacemos es repugnante para nosotros también, pero es necesario, muy necesario. Hoy en día no existe tal animal como no combatiente. La guerra moderna es una guerra total. "

El Gobierno se despertó rápidamente a la amenaza. Se organizaron Inicio fuerzas de defensa, y para mediados de 1916 cientos de reflectores y cañones antiaéreos fueron desplegados para proteger objetivos clave. Aviones británicos comenzaron a utilizar balas incendiarias que podría inflamar el hidrógeno dentro de un dirigible (" como una enorme linterna china ", escribió uno de los pilotos) y, poco a poco los dirigibles fueron reemplazados por aviones.

Southwold incluso tenía su venganza, cuando en junio de 1917 la gente del pueblo fue testigo de un Zeppelin derribado, estrellándose cerca del pueblo de Theberton 10 millas de distancia. Museo de Southwold mantiene un pedazo del marco de aluminio para el día de hoy.

El propio Strasser fue asesinado en el ataque final de Zeppelin en Gran Bretaña el 5 de agosto de 1918. Pero su visión de la guerra total, en el que las máquinas modernas pueden hacer los civiles en el país tan vulnerable como soldados en el frente, soportó.


The Independent

jueves, 1 de mayo de 2014

Saint Exupéry en Argentina, sin ser piloto de Aerolíneas Argentinas

Saint Exupéry en Bahía Blanca y la Patagonia

Oscar Fernando Larrosa



Un spot publicitario de La Cámpora Airlines nos sugiere que el autor de El Principito fue piloto de la compañía que dio origen a Aerolíneas Argentinas (ver abajo). Si bien es muy difícil contar una historia en una publicidad de menos de un minuto vale la pena aclarar con más amplitud esta historia.



Aeroposta Argentina S.A. fue creada el 5 de septiembre de1927 (86 años) como filial de la Compagnie Générale Aéropostale, prestó los primeros servicios aéreos nacionales en las rutas a Asunción del Paraguay,Santiago de Chile y sobre la región patagónica (Bahía Blanca, Comodoro Rivadavia y Río Gallegos). En mayo de 1949 se fusionó con A.L.F.A., F.A.M.A. y Z.O.N.D.A, dando origen a Aerolíneas Argentinas.

Compagnie Générale Aéropostale se fundó en 1927 pero era continuadora de las “Lignes Aériennes Latécoère” fundada en 1919 por Pierre Georges Latécoére  y fue uno de los puntales de la expansión de la aviación comercial. Para adaptarse a la legislación local, en Argentina su filial se llamó Aeroposta Argentina S.A. y cubría las rutas Buenos Aires Asunción; Buenos Aires –Mendoza_ Santiago de Chile y Bahía Blanca – Río Gallegos.
La ruta al sur se iniciaba en Bahía Blanca porque en esa lejana época el ferrocarril cubría con precisión y eficiencia el tramo Plaza Constitución – Bahía Blanca. Es en esta ruta que en 1929 y hasta 1931 participa Antoine Marie Jean Baptiste Roger de Saint Exupéry  cubriendo las escalas que conectaban a las ciudades costeras de la Patagonia con base en el campo de aviación de Villa Harding Green que fue origen del Aero Club Bahía Blanca y donde hoy está la Base Aeronaval Comandante Espora asiento de la 2° Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque; los recordados Super Etendard de tan eficaz acción en la Guerra del Atlántico Sur de1982.

Mi amigo, el ya fallecido historiador Oscar Rimondi estudió ampliamente el paso de Saint Exupéry por Bahía Blanca y su actuación en la Aeroposta Argentina S.A. en la que fue piloto y directivo de la empresa. Es mas, la relación de Saint Exupéry con nuestra ciudad se extendió en el tiempo ya que gracias a la iniciativa de Rimondi, la asociación Los Chicos de la Plaza El Tambor de Tacuarí (que dirige la MAESTRA Isabel Trujillo) se conectó con Fréderic D’agray sobrino nieto de Saint Exupéry quien creó la asociación Vol de Nuit (Vuelo Nocturno). Esta asociación fue creada con el fin de ayudar a los chicos en Argentina, en homenaje a los dos años que el autor de El Principito vivió en Argentina donde organizó la Aeroposta y escribió justamente su novela Vuelo Nocturno. Gracias a esta iniciativa se fundó la biblioteca El Principito en el barrio Noroeste de Bahía Blanca.

El siguiente video del cineasta Alberto Freinquel y con guión de Oscar Rimondi nos cuenta sobre el tiempo en el que Saint Exupéry vivió en Bahía Blanca  y fue arriesgado piloto domando los vientos patagónicos.

miércoles, 30 de abril de 2014

Argentina: Invasión luso-brasileña

La invasión luso-braasileña


Tropas brasileñas parten hacia la Banda Oriental

En el año 1530 llegaba a las costas del Brasil, enviado por el monarca portugués, la expedición de Martín Alfonso de Sousa, con la manifiesta intención de conquistar y colonizar los territorios que por efecto del Tratado de Tordesillas le correspondían a Portugal. En 1534 fue fundada San Vicente e inmediatamente después, el rey Juan III dividió administrativamente el territorio ubicado al oriente de la línea de Tordesillas en quince capitanías de carácter hereditario. En el año 1549 se creó un gobierno general que se estableció en San Salvador. Los portugueses introdujeron a los jesuitas en sus territorios con la finalidad de que catequizaran a los indígenas. El 22 de enero de 1554 el P. José Anchieta, enviado desde San Vicente por el P. Manuel Nóbrega, fundó el Colegio San Pablo de Piratininga, originándose de ese modo la ciudad de San Pablo. El sitio, en el que se descubrieron algunas escasas muestras de plata, despertó la imaginación y la codicia de un gran número de aventureros que se instalaron en la zona. A éstos se sumaron desertores y náufragos de los más diversos orígenes étnicos. En ese ambiente, en donde la mujer blanca era escasa, comenzó a darse el mestizaje étnico. La producción azucarera y ganadera predominaba sobre el litoral atlántico brasileño, que a fines del siglo XVI ya estaba totalmente poblado. La mano de obra negra esclava, que llegaba a las costas del Brasil desde el África, era la que sustentaba todo ese sistema productivo.


Episodio de la batalla librado en aguas del río Uruguay, en el paraje denominado Vuelta de Mbororé. Esta acción bélica está considerada como la primera batalla naval en territorio nacional argentino. El encuentro había sido planeado por los misioneros guaraníes con la finalidad de detener y derrotar definitivamente a los bandeirantes. Tras varias horas de combate, la batalla quedó definida con una victoria guaraní. Luego vino la persecución implacable de los bandeirantes por los montes y las serranías de la región.

A comienzos del siglo XVII los holandeses se hacen presentes en tierras del Brasil con la firme decisión de tomar posesión de ellas. Comenzaron por controlar con acciones de piratería la navegación sobre la costa del Atlántico, perturbando seriamente el tráfico de esclavos. Ante la imposibilidad de importar negros desde el África, el indio, como potencial esclavo, cae en la mira de los hacendados o fazendeiros portugueses. Los habitantes de San Pablo, viendo esfumados sus sueños de hallar fabulosas cantidades de plata, comenzaron a avanzar hacia el interior desconocido del Brasil en busca de la plata, el oro y las piedras preciosas que no habían hallado en la región de Piratininga. En sus entradas cautivaron a los primeros indios, que fueron vendidos como esclavos a los hacendados de San Vicente por un muy buen precio. Comenzaron entonces a organizarse las bandeiras, expediciones para cazar esclavos. Estaban organizadas y dirigidas como una empresa comercial por los sectores dirigentes de San Pablo, y sus filas se integraban con mamelucos (hijos de blanco e india), indios tupíes y aventureros extranjeros que llegaban a las costas del Brasil a probar fortuna. En su avance hacia el occidente las bandeiras cruzaron el nunca precisado límite de Tordesillas, penetrando violentamente con sus incursiones en territorios de la corona española. Indirectamente, los bandeirantes paulistas se convirtieron en la vanguardia de la expansión territorial portuguesa hacia los territorios hispánicos. En su constante búsqueda de indígenas, los bandeirantes llegaron a la zona oriental del Guayrá, en momentos en que los Padres de la Compañía de Jesús se hallaban en plena tarea de catequización de los guaraníes. En un primer momento respetaron a los indios reducidos en pueblos por los jesuitas y no los cautivaban. Pero los miles de guaraníes, concentrados en pueblos, mansos y diestros en diversos oficios, eran una tentación en la perspectiva de los bandeirantes, más aún cuando se hallaban indefensos, desarmados y desprotegidos militarmente. Entre los años 1628 y 1631 los bandeirantes Raposo Tavares, Manuel Preto y Antonio Pires, con sus huestes, azotaron periódicamente las reducciones del Guayrá, cautivando miles de guaraníes que luego eran subastados en San Pablo. En la entrada de los años 1628-1629 los paulistas habían cautivado 5.000 indios de las reducciones, pero únicamente 1.500 llegaron a San Pablo, el resto había perecido en el trayecto víctima de la brutalidad de los esclavistas, los que simplemente ejecutaban a quienes no estaban en condiciones físicas de continuar la marcha. En el año 1632 el Guayrá era un territorio desierto con pueblos destruidos y abandonados. Burlados por los 12.000 guaraníes que marcharon hacia el sur en busca de refugio, los bandeirantes continuaron hacia el occidente asolando las reducciones del Itatín en el año 1632. Luego siguió el Tapé, invadido durante los años 1636, 1637 y 1638 por sucesivas bandeiras dirigidas por Raposo Tavares, Andrés Fernández y Fernando Dias Pais.


La cuenca del Plata

Armas de fuego para los guaraníes

Traslados forzados de pueblos completos, miles de muertos y desaparecidos, familias destruidas, huérfanos, viudas, tullidos, hambruna, eran algunos de los rastros que dejaban las incursiones bandeirantes. En los sobrevivientes, asentados entre los ríos Paraná y Uruguay, el deseo de tomarse venganza por los atropellos sufridos se acrecentaba. ¿Pero cómo? ¿Podían acaso hacer frente los guaraníes con sus arcos y flechas a las armas de fuego de los bandeirantes? El Guayrá se había perdido, el Itatín y el Tapé también. ¿Se perderían del mismo modo los pueblos del Paraná y los occidentales del Uruguay? Para los Padres jesuitas y los principales caciques de los pueblos la única opción era presentar batalla a los bandeirantes. Para ello, previamente habría que poner armas de fuego en manos de los guaraníes, algo que parecía muy temeroso y de mucho riesgo para las autoridades coloniales hispánicas. En el año 1638 los Padres Antonio Ruiz de Montoya y Francisco Díaz Taño viajaron a España con el objetivo de dar cuenta al rey Felipe IV de los dramáticos sucesos que se vivían en las misiones. Dice al respecto el P. Ruiz de Montoya: “Lo primero que le dije (a su Majestad) fue cómo los Portugueses y Holandeses le querían quitar la mejor pieza de su Real corona, que era el Perú, sobre que desde esas regiones había dado voces en estas partes, y por ser tanta la distancia, no había sido oído, que tres cartas mías había en el Consejo que había avisado, pero no se trataba de remedios hasta que el deseo de haberle, me había obligado a caminar tantas leguas; y con un báculo en la mano, muriéndome, como Su Majestad veía, había venido a sus reales pies a pedir remedio de males tan graves como prometía la perfidia de los rebeldes, que ya por San Pablo acometían al cerro de Potosí; cuya cercanía, agravios, muertes de indios, quemas de iglesias, heridas de sacerdotes, esclavitud de hombres libres, daban voces. Y por que a las mías diese crédito, había hecho dos memoriales impresos, que si Su Majestad se servía por ellos los ojos, se lastimaría su Real corazón, y movería el amor de sus vasallos al remedio”. El P. Ruiz de Montoya realizó un total de doce peticiones al rey Felipe IV. Se referían a la necesidad de proteger a los indígenas y tomar las medidas que hicieran falta para penalizar a aquellos que los esclavizaban. Recordemos que en aquel momento las coronas de Portugal y España estaban unificadas en la figura del rey español. Las recomendaciones del P. Montoya fueron aceptadas por el Rey y el Consejo de Indias, expidiéndose varias Cédulas Reales, despachándoselas a América para su cumplimiento. Sin embargo no hubo una resolución respecto a la petición de suministrar a los guaraníes armas de fuego para su defensa. El P. Montoya prosiguió las gestiones sin desalentarse, hasta que el 21 de mayo de l640 se emitió la Real Cédula por la que se permitía que los guaraníes tomaran armas de fuego para su defensa, pero siempre que así lo dispusiera previamente el Virrey del Perú. Por este motivo el P. Montoya partió de España hacia Lima, con la finalidad de continuar allí las gestiones referidas a la provisión de armas. Quizá nadie como el P. Montoya haya percibido con tanta claridad las implicancias trágicas que tendría una entrada bandeirante hacia el occidente del río Uruguay. La pérdida de las misiones paranaenses y uruguayenses dejaría expuestas a los portugueses las ciudades de Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes, Asunción, y con ello, los territorios coloniales hasta el Perú. De hecho, las misiones del Orinoco, Moxos, Chiquitos y Guaraníes formaban en la geografía sudamericana un gigantesco arco que actuaba como barrera ante el avance territorial portugués hacia el occidente.

La prueba de Apóstoles de Caazapaguazú

A finales de diciembre de 1638 el Padre Diego de Alfaro cruzó a la banda oriental del río Uruguay con un buen número de indios armados y adiestrados militarmente, con la intención de recuperar indígenas y eventualmente enfrentar a los bandeirantes que merodeaban por la región. Los Padres jesuitas no esperaron el resultado de las gestiones del P. Montoya en España para obtener las armas de fuego. Ante el peligro inminente de que los bandeirantes cruzaran el río Uruguay, el Padre Provincial Diego de Boroa, con la anuencia del Gobernador y de la Real Audiencia de Chiquisaca, decidió que las tropas misioneras utilizaran armas de fuego y recibieran instrucción militar. Además, desde Buenos Aires se enviaron once españoles para organizar militarmente a los guaraníes y dirigirlos en las acciones bélicas. Estos españoles se incorporaron cuando los guaraníes ya estaban en plena campaña en la banda oriental del río Uruguay. Luego de algunos encuentros de resultado indeciso con los bandeirantes, a las tropas del P. Alfaro se le sumaron mil quinientos guaraníes que venían dirigidos por el P. Romero. Se formó entonces un ejército de 4.000 misioneros, a los que se añadieron los once militares enviados desde Buenos Aires. Las fuerzas guaraníes llegaron a los campos de la arrasada reducción de Apóstoles de Caazapaguazú dispuestas a dar batalla a los bandeirantes paulistas que se hallaban fortificados tras una empalizada, sitio en el que se habían refugiado luego de varias derrotas parciales. Los bandeirantes, viéndose perdidos, se rindieron y pidieron la paz, pero sólo para ganar tiempo y huir precipitadamente. La conclusión que obtuvieron los Padres de la Compañía de Jesús resultó inédita y asombrosa: los guaraníes podían organizarse militarmente y constituir excelentes milicias, y las bandeiras eran vulnerables, podían ser enfrentadas y vencidas en un campo de batalla.

Los paulistas preparan su venganza

Los bandeirantes, humillados en su soberbia en los campos de Caazapaguazú, regresaron a San Pablo maquinando una cruel venganza sobre los guaraníes y jesuitas. Para peor humillación, a mediados del año 1640 llegó a San Pablo el Padre Francisco Díaz Taño procedente de Madrid y Roma. Traía en su poder Cédulas Reales y Bulas pontificias que condenaban severamente a las bandeiras y al tráfico de indios. La ira se desató en la Cámara Municipal de San Pablo, la que de común acuerdo con los principales financistas de las bandeiras, expulsó a los jesuitas que se hallaban en la ciudad. Se organizó entonces una temerosa bandeira. Dirigidos por el experimentado Manuel Pires, se prepararon 450 hombres armados con arcabuces y 2.700 indios tupíes amigos, cargados de arcos y flechas, más 700 canoas y balsas para el transporte. El objetivo era caer violentamente sobre las reducciones occidentales del Uruguay y del Paraná y capturar el mayor número posible de indios, con la finalidad de volver a convertir a las bandeiras en una empresa redituable.

Los misioneros se preparan para dar batalla

Dice el Padre Nicolás del Techo: “... el Uruguay andaba perturbado. Anuncióse que los mamelucos se movían, y preparaban la guerra contra los neófitos del Paraná y Uruguay. Tocóse alarma en las reducciones, y se acordó que juntos los de ambos ríos procurasen rechazar a los invasores y acabar la contienda con sólo una batalla”. Se constituyó un ejército de 4.200 guaraníes, armados con arcos y flechas, hondas y piedras, macanas y garrotes, alfanjes y rodelas, y 300 arcabuces, además de un centenar de balsas armadas con mosquetes y cubiertas para evitar la flechería y la pedrada de los tupíes. La instrucción militar de los guaraníes estuvo a cargo de ex militares que integraban la Compañía de Jesús, tal el caso de los Hermanos Juan Cárdenas, Antonio Bernal y Domingo Torres, mientras que la comandancia general de las fuerzas, por disposición del Padre Provincial Diego de Boroa, quedó a cargo del Padre Pedro Romero, sacerdote que había tenido una meritoria actuación en la batalla de Caazapaguazú. En la organización y dirección de las acciones estaban los Padres Cristóbal Altamirano, Pedro Mola, Juan de Porras, José Domenech, Miguel Gómez, Domingo Suárez, mientras que el Padre Superior, Claudio Ruyer, recuperándose de una dolencia, seguía los preparativos desde el pueblo de San Nicolás, ubicado en cercanías de San Javier. Los guaraníes fueron organizados en compañías dirigidas por capitanes. El capitán general fue un renombrado cacique del pueblo de Concepción, Don Nicolás Ñeenguirú. Le seguían en el mando los capitanes Don Ignacio Abiarú, cacique de la reducción de Nuestra Señora de la Asunción del Acaraguá, Don Francisco Mbayroba, cacique de la reducción de San Nicolás, y el cacique Arazay, del pueblo de San Javier. La reducción de la Asunción del Acaraguá, ubicada sobre la orilla derecha del río Uruguay, en una loma cercana a la desembocadura del arroyo Acaraguá, es trasladada y reubicada por precaución río abajo, cerca de la desembocadura del arroyo Mbororé en el río Uruguay. De ese modo la reducción quedó convertida en centro de operaciones y en el cuartel general del ejército guaraní misionero. Simultáneamente se establecieron varios puestos de guardia con espías en diversos sitios sobre la orilla derecha del río Uruguay, hasta los saltos del Moconá. La principal guardia quedó establecida en el sitio de la abandonada reducción del Acaraguá, a cargo del P. Mola con un grupo de indios armados.

El avance de la bandeira

Las fuerzas bandeirantes comandadas por Manuel Pires y Jerónimo Pedrozo de Barros partieron de San Pablo en el mes de septiembre del año 1640. La bandeira cruzó el curso del río Iguazú y estableció un campamento en las nacientes del río Apeteribí, un afluente del río Uruguay. En el sitio se construyeron empalizadas, pensando en los numerosos indios cautivos que habrían de mantener prisioneros al regreso. Siguió su marcha la bandeira bordeando el curso del río Apeteribí, hasta llegar a su desembocadura en el río Uruguay. Allí se estableció otro campamento y se alzaron más empalizadas, mientras que los tupíes se abocaron a la tarea de construir canoas, balsas, arcos y flechas. A partir de este sitio, el río Uruguay sería la ruta que llevaría a los bandeirantes directamente a los pueblos misioneros. Al tiempo que el grueso de la bandeira se alistaba, un grupo explorador dejó el campamento de la desembocadura del Apeteribí y se trasladó por el río Uruguay hacia el Acaraguá, con la finalidad de realizar un reconocimiento. Halló la reducción totalmente abandonada y decidió fortificar el lugar con empalizadas para acondicionarlo como cuartel y base de operaciones de las fuerzas bandeirantes. Ignoraba que hasta algunos días antes de su arribo, en ese sitio se hallaba el P. Cristóbal Altamirano con 2.000 acantonados, quienes –informados de la proximidad de la fuerza de observación bandeirante– abandonaron el Acaraguá para reunirse con el grueso de la tropa en Mbororé.

El esperado encuentro de Mbororé

Una creciente del río Uruguay ocurrida en el mes de enero de 164l trajo por arrastre un gran número de canoas “... acabadas de escoplear para balsas y mucha flechería”, según el relato del P. Superior Claudio Ruyer. Ante la sospecha que la bandeira estaba aproximándose, el Padre Ruyer envió una fuerza de 2.000 guaraníes al Acaraguá. Como allí no hallaron a ninguna fuerza portuguesa procedieron a destruir todo aquello que pudiera servirles de abastecimiento en caso de que llegaran. Al mismo tiempo, el P. Ruyer envió a los Padres Cristóbal Altamirano, Domingo de Salazar, Antonio de Alarcón y al Hermano Pedro de Sardoni, junto con un buen número de guaraníes, en una misión exploradora. Dice el relato del P. Superior al respecto: “... fueron los Padres y por el camino luego encontraron algunos cuerpos muertos y algunos daban muestras de haber muerto pocos días antes según estaban de frescos, gran cantidad de flechas, canoas que se cruzaban rodando y sobre todo encontraron más de diez o doce balsas hechas de unas cañas de la tierra que los indios llaman taquaras muy bien hechas y acabadas. Con esto los Padres discurrieron la cercanía del enemigo ...”. En el trayecto llegaron hasta la misión exploradora algunos indios que habían huido de los bandeirantes. Estos informaron a los Padres acerca de aspectos tan importantes como el número, posición e intenciones del enemigo. Con información más certera sobre la situación, se dispuso el repliegue de los 2.000 guaraníes del Acaraguá hacia la base de Mbororé. Como ya hemos mencionado, al retirarse las tropas guaraníes del Acaraguá, una partida portuguesa llegó hasta el lugar, construyó empalizadas y luego se retiraron para reunirse con el grueso de la bandeira. Entonces una pequeña partida misionera se estableció nuevamente en el Acaraguá en misión de observación y centinela. El día 25 de febrero llegaron hasta el puesto de observación dos indios fugitivos de los portugueses. Llevados ante el P. Cristóbal Altamirano, le informaron con certeza del avance de la bandeira paulista. El P. Altamirano dispuso que partieran ocho canoas desde el Acaraguá, río arriba, en reconocimiento. A pocas horas de navegar, cuando amanecía y el sol comenzaba a elevarse sobre el horizonte, las ocho canoas de la avanzada misionera se encuentran frente a frente con la bandeira que silenciosamente venía bajando con la corriente del río con sus trescientas canoas y balsas pertrechadas. Inmediatamente seis canoas con ágiles remeros tupíes salieron en persecución de los misioneros, quienes comenzaron a replegarse velozmente hacia el Acaraguá. Al aproximarse al puesto de avanzada, los guaraníes recibieron refuerzos y las canoas bandeirantes debieron replegarse al ser atacadas con una descarga de arcabuces. El grueso de la tropa bandeirante, que no estaba lejos, según lo relata el P. Ruyer: “... por temor de alguna celada disparó toda su arcabucería; enarboló sus banderas; tocó sus cajas y entró por una tabla que hay de río por allí en forma de guerra”. Repentinamente, un gran aguacero se desplomó sobre el río y la selva, obligando a ambos grupos a buscar resguardo. Mientras algunos guaraníes permanecían en el cuartel del Acaraguá, el P. Altamirano, con otros indios, descendió hasta el cuartel de Mbororé para alertar sobre la presencia inmediata del enemigo. Durante la noche, momento en que el temporal se detuvo, los bandeirantes prepararon el asalto al puesto del Acaraguá. Al amanecer, cuando pretendieron ejecutarlo, fueron sorprendidos por los guaraníes bajo la dirección de Ignacio Abiarú. Doscientos cincuenta misioneros distribuidos en treinta canoas, enfrentaron en aguas del río Uruguay a más de cien canoas tripuladas por bandeirantes, frente al puesto del Acaraguá. Cuando la batalla naval llevaba ya más de dos horas, “... llegó el P. Altamirano –narra el P. Ruyer– animando de nuevo a los indios que alentándose de nuevo dieron sobre el enemigo y le hicieron huir infamemente más de ocho cuadras, y saltaron a tierra no queriendo pelear más, aunque le desafiaron e incitaron muchísimo los nuestros.” El P. Cristóbal Altamirano comprendió que atacar a la reducida avanzada de los portugueses en el Acaraguá no sería de gran provecho, ni aun cuando se obtuviera una victoria. Los misioneros buscaban una batalla total, en un sitio elegido inteligentemente. Ese sitio era Mbororé, una zona muy favorable para los misioneros, por estar establecido allí el cuartel y porque desde el lugar era posible una rápida comunicación con los pueblos, en caso de necesidad de suministros o de una eventual retirada. La elección del sitio de la espera no fue casual, “la vuelta de Mbororé” es un recodo del río Uruguay, cuyas orillas estaban cubiertas con una espesa selva en galería. Estar allí era flotar entre dos murallas vegetales, lo cual obligaría a los bandeirantes a una batalla frontal. Ante la retirada de las tropas misioneras hacia Mbororé, los bandeirantes se establecieron el 9 de marzo en el puesto del Acaraguá con la finalidad de abastecerse de comida y organizarse para el ataque a los pueblos. La situación se les tornó crítica, pues los guaraníes antes de retirarse habían destruido todo lo que les hubiese servido, incluyendo los cultivos que existían en las chacras de los alrededores. En el Mbororé durante los días 9 y 10 de marzo los Padres y los capitanes guaraníes se dedicaron a preparar a la fuerza de cuatro mil doscientos indios para la batalla final. Mientras que los Padres se dedicaron día y noche a confesar a todos los soldados, los Hermanos y capitanes caciques planificaban el ataque. El 11 de marzo los bandeirantes decidieron abandonar el Acaraguá y bajar hacia Mbororé. Probablemente intuían el peligro que les acechaba y se encontraban presa del miedo en una zona que no conocían bien, tan lejana de San Pablo. En dos oportunidades avanzaron por más de una legua por el río, para volver nuevamente al Acaraguá, por temor a una emboscada. Finalmente las 300 canoas y balsas avanzaron lentamente, dejándose llevar por la corriente del río. Sesenta canoas con cincuenta y siete arcabuces y mosquetes, comandadas por el capitán Ignacio Abiarú, los esperaban en el río, en Mbororé. En tierra, miles de indios se habían apostado con arcabuces, arcos y flechas, hondas, alfanjes, garrotes. A las dos de la tarde, dice el P. Ruyer, “...comenzó a descubrirse por una punta del río la armada enemiga, que venía ostentando su poder y arrogancia...”. Inmediatamente las canoas guaraníes se pusieron en formación de guerra. En medio del río Uruguay chocaron violentamente canoas y balsas, bajo una lluvia de flechas, piedras y tiros de arcabuces y mosquetes. Desde las empalizadas emplazadas en la orilla se disparaba también sobre el enemigo, en un juego de doble ataque, fluvial y terrestre. El resultado de la batalla prontamente fue favoreciendo a los guaraníes. Algunos portugueses arrimaban sus canoas a la costa y huían a la selva, otros arrojaban sus armas al río para que no cayeran en manos de los guaraníes y, tomando los remos, se apresuraban a retroceder. Una partida bandeirante dirigida por el Capitán Pedrozo bajó a tierra con el objetivo de atacar las empalizadas guaraníes, siendo repelido exitosamente. Con las últimas luces del día los bandeirantes retroceden en desorden, por el río y por la costa, hasta llegar en la noche a una chacra que había pertenecido a la reducción del Acaraguá, ubicada sobre la orilla derecha del Uruguay. Allí, en una loma, durante toda la noche se dedicaron a levantar empalizadas. Al amanecer del día siguiente, el 12 de marzo, los guaraníes se presentan ante la improvisada fortificación de los portugueses y los incitan a presentar batalla, pero éstos no salen. Luego de algunas horas de espera el jefe bandeirante, Manuel Pires, envió una carta a los Padres jesuitas. Solicitaba el cese de las hostilidades y pedía el diálogo, asegurando que venían en son de paz, únicamente a buscar noticias sobre algunos portugueses desaparecidos. La carta fue leída por los Padres y rota delante de las tropas guaraníes, determinándose en el acto el asalto a la empalizada bandeirante. Durante los días 12, 13, 14 y 15 de marzo los misioneros bombardearon continuamente la fortificación con cañones, arcabuces y mosquetes, tanto desde posiciones terrestres como fluviales, sin arriesgar un ataque directo. Sabían que los bandeirantes no tenían alimentos ni agua y que estaban totalmente aislados en su empalizada. Además, continuamente durante aquellos días, se producían deserciones de tupíes de las filas bandeirantes, los que se incorporaban a las fuerzas misioneras y suministraban información sobre la situación del enemigo. El día 16, a las once de la mañana, los portugueses mandaron en un pequeño bote con una banderita blanca otra carta pidiendo el cese del fuego y ofreciendo una rendición. Ésta también fue rota por los guaraníes. En un acto de desesperación los bandeirantes se lanzaron en sus canoas y balsas al río bajo una lluvia de municiones, flechas y piedras, dispuestos a remontarlo hasta las empalizadas del Acaraguá. La operación resultó un desastre, pues río arriba, en la desembocadura del Tabay, dos mil guaraníes los esperaban fortificados para impedirles la fuga. Cuando los bandeirantes llegaron al lugar comprendieron que se hallaban acorralados. Entonces mandan una tercera carta, flotando en una pequeña calabaza, la que los indios dejan pasar con la corriente del río sin recogerla. Comenzaron a surgir entonces, entre las huestes bandeirantes, las primeras disensiones respecto a lo que había que hacer. Las deserciones aumentaban, y el miedo y la desesperación ante el hecho inevitable de caer en manos de los guaraníes terminaron por quebrar la relativa cohesión que hasta aquél momento había mantenido la fuerza. Sin posibilidades de organizarse para presentar batalla, optaron por retroceder hasta el Acaraguá, ganar la costa derecha del río e internarse en el monte. Comenzó allí una cruel persecución por la selva. Los portugueses trataban de llegar hasta los saltos del Moconá, para desde allí alcanzar el campamento que habían dejado en la desembocadura del Apeteribí. Los misioneros no les dieron tregua en todo el trayecto. Miles murieron en el monte en manos de los guaraníes, y víctimas del hambre y de las fieras. La victoria había sido absoluta y aplastante. La derrota, para los bandeirantes, terrorífica. Finalizada la batalla, los misioneros rezaron una misa y un solemne Te Deum. La batalla de Mbororé cerraba un ciclo de la historia misionera y abría otro, el de la consolidación territorial de las misiones jesuíticas.

Fuente

lunes, 28 de abril de 2014

Guerra de Crimea: Nuevos relatos respecto a la carga de la Caballería Ligera

Las nuevas cuentas surgen de la Carga de la Brigada Ligera
Decenas de gráficos relatos de primera mano de la Carga de la Brigada Ligera emergen para arrojar nueva luz sobre el error militar inmortalizado por el poema de Tennyson
Por Jasper Copping - The Telegraph



Inmortalizada por Alfred, el poema de Lord Tennyson sobre el "valle de la muerte", la carga de la brigada ligera es recordado como una de las derrotas más gloriosas de la historia británica.
Ahora, a 160 años después, una serie de dramáticos y nuevos relatos de sobrevivientes del asalto condenados han arrojado nueva luz sobre lo que era peor error jamás hecho por los militares del país y muestra con claridad donde la culpa de los participantes debe recaer.

Un nuevo proyecto ha descubierto docenas de testimonios de primera mano, escrito en los días posteriores al ataque, por los que lograron salir del valle vivos. Los documentos vuelcan gran parte del conocimiento establecida de la batalla y proporcionan pistas sobre cómo el calamitoso ataque durante la Batalla de Balaclava, en la guerra de Crimea, llegó a ser puesto en marcha de forma accidental.

El cargo vio la caballería ligera montar un asalto en un valle flanqueado, en tres lados, por los rusos. Lord Raglan, comandante en jefe de las fuerzas británicas, tenía la intención de enviar a la Brigada Ligera a perseguir y hacer a un lado a las baterías retiradas de Rusia, pero debido a una interrupción de las comunicaciones, la unidad se dirigió a la misión casi suicida atacada desde todos los lados por la artillería, infantería y caballería. De los 600 que partieron, más de 100 fueron muertos, con un número similar de heridos.
La culpa ha seguido siendo un tema polémico, que se repartirá entre sí de diversas maneras Raglan, el conde de Lucan, que mandaba la caballería, el conde de Cardigan, a cargo de la brigada ligera, y el capitán Louis Nolan que trajo el orden a la caballería de Raglan.

Nolan - que fue muerto - ha sido identificado como culpable en algunas relatos de sus instrucciones supuestamente despectivas a Lucan. Pero ninguna de las nuevas cuentas se refieren a un incidente de este tipo, y en gran medida exoneran al capitán. Sin embargo, Lucan - un ancestro del aristócrata que desapareció en 1974 tras la muerte de su niñera - está condenado por tener "la mayor cantidad de cerebros como mis botas", mientras que Cardigan es etiquetado como la "mujer de más grande edad en el ejército".
Las cartas fueron escritas por los soldados a sus familiares y amigos en Gran Bretaña. En la mayoría de los casos, los beneficiarios las transmitieron a sus periódicos locales para ser publicadas, y se han encontrado en una serie de archivos de Anthony Dawson, un historiador de la Guerra de Crimea, que los ha reproducido en el libro a finales de este año, Carta de la Brigada Ligera.
Las cartas muestran que los soldados que tomaron parte eran conscientes, desde el principio, que las órdenes eran una "locura perfecta", aunque uno, con un poco de eufemismo, se refiere a "algún desafortunado error". Muchos, sin embargo, hablaron de la valentía mostrada en la carnicería resultante, que un corresponsal describiendo como "una escena... sin paralelo en la historia."
El soldado Thomas Dudley, del 17º de Lanceros, dijo: "Cuando recibimos la orden, ningún hombre parecía capaz de creer... Ni una palabra o un susurro. Ahí - en que nos fuimos! ¡Oh! Si hubieras visto la cara de que los condenados 800 hombres en ese momento; los rasgos de cada hombre fijos, con los dientes apretados, y tan rígido como la muerte, todavía estaba ahí.- "
Y agregó: "Clash! Y, ¡oh Dios! ¡Qué escena! No voy a tratar de decirle, que yo sé que no es de su gusto, lo que hicimos; pero éramos ingleses, y eso es suficiente. Creo que yo era tan fuerte como seis hombres - por lo menos me sentí tan así; porque yo sé que había sido picado por dos lanzas rusas en dos como si fueran juncos".
El soldado Thomas Williams, del 11º de Húsares, dijo a sus padres: "Me di cuenta de lo que sería el resultado de la misma, por lo que podría de todos nosotros; pero, por supuesto, ya que seguimos la orden, que era nuestro deber de obedecer. No quiero presumir demasiado; pero puedo decir con seguridad que no había un hombre en la Brigada Ligera ese día, pero lo que hizo su deber para con su reina y el país".
El capitán William Morgan, del 17º de Lanceros, le dijo a su padre el cargo había sido "valiente, brillante (pero, como todos los complementos, inútil)". Dijo que el pedido llegó "como debemos creer, por error".
"Seguimos adelante - asombrados, pero inquebrantables en los nervios - más de la mitad de una milla de terrenos irregulares, perdiendo decenas de hombres y caballos en cada paso, para atacar a la artillería del caballo en nuestro frente, con el apoyo de tres veces nuestros números de caballería, las baterías pesadas en nuestro derecho y en los flancos izquierdo, apoyado por infantería, fusileros y caballería".
Un oficial anónimo anónimo del 17º de Lanceros, añadió: "Todos sabíamos que la cosa estaba desesperado antes de empezar, y fue incluso peor de lo que pensábamos... Sin embargo no había duda, por nuestros compañeros fueron al galope - a través de un fuego en el frente y en ambos flancos, que vaciaban nuestras monturas y derribaban los caballos como resultado. No creo que ningún hombre se estremeciera en toda la brigada - si bien cada uno se mostró tan caliente como el fuego uno nunca vio" continuó: "No hay ocultar la cosa - la Brigada Ligera fue muy dañado, y por nada.! "
Y añade : "Nunca se vio hombres se comportan tan bien como nuestros hombres hicieron. Como no podíamos mantenernos firmes, todos nuestros muertos y mal heridos fueron dejados atrás, y no saben que están muertos o están presos. Todo esto me hace infeliz, incluso para escribir ; pero es la verdad desnuda ".
Aunque parte de la brigada ligera eran capaces de alcanzar su objetivo - la batería al final del valle - más caballería rusa se ​​les esperaba, lo que obligó a girar y montar de nuevo por el mismo suelo ensangrentado.
Las descripciones ofrecidas por los sobrevivientes son tan reales como el poema de Tennyson celebrado, con el despido "de espesor en forma de granizo ", y el tiro " tan grande como quesos holandeses ordinarios ". Otro contó cómo la escena era "un perfecto bosque de espadas y lanzas ", mientras otro describió cómo " los caballos y los hombres cayeron gruesas y rápidas ; pero incluso esto no comprobó nuestra embestida ".
Al escribir a sus padres el día después de la carga, soldado William Pearson, de la 4 ª Luz Dragones, dijo: " Nunca olvidaré el día 25 de Octubre - conchas, proyectiles, balas de cañón y espadas mantenido volando a nuestro alrededor."
Y añade: "Querida madre, cada vez que pienso en mis pobres compañeros que hace me heló la sangre, para pensar cómo nos teníamos que galopar sobre los pobres compañeros heridos tendido en el campo de batalla, con miradas ansiosas de asistencia - ¡qué asco de escena!"
Pearson había caído de su caballo en el cargo, después de que se tropezó con otro tiro a tiros delante de él. Él fue capaz de apoderarse de la montura de un compañero, que había sido asesinado, y continuar con la carga. A su regreso, fue capaz de recuperar su propio caballo.
Los sobrevivientes volvieron con heridas e historias de cerca afeita. Cornet Denzil Thomas Chamberlain, de los 13 Dragones de Luz, le dijo a su padre cómo fue alcanzado por una lanza de Rusia y la espada, pero sólo recibió golpes de refilón, aunque su caballo murió en el camino de vuelta. "Tuve muchos escapes por un pelo (gracias a la Providencia misericordiosa)". Se encontró con un pequeño grupo de rusos que se habían desprendido de su fuerza principal, pero renunció a la oportunidad de matarlos, ya que " pensé que se vería demasiado como asesinato". Y añade : "Los hombres y caballos cayeron sobre como los bolos ; era un espectáculo horrible."
Trompeta Mayor William Gray, de la octava húsares, sobrevivió a pesar de ser alcanzado por dos balas de mosquete, una de las cuales afectaron a una pipa en el bolsillo, y otro que se estrelló su espada.
El soldado William Henry Pennington, del 11º de Húsares, le dijo a su padre su sombrero "Busby" fue golpeado, dos centímetros por encima de su cabeza, golpeando a un lado. Él también fue golpeado en la pierna, y había disparado su caballo debajo de él, antes de volver a montar otro cargador.
Él describió cómo, en el viaje de regreso, los hombres tuvieron que cabalgar entre los últimos cuerpos de caballería rusa que intentaron cortarles el paso. "Por supuesto, con nuestro puñado que era de vida o muerte ; por lo que se apresuraron a ellos para romper a través de ellos... Galopé sucesivamente, parando con la determinación de que no se pierda su vida, rompiendo las lanzas de los cobardes que nos atacaron en la proporción de tres o cuatro a uno, de vez en cuando la captura uno una bofetada con la espada a través de sus dientes, y dar otro punto en el brazo o el pecho. "
Cuando regresó a las líneas británicas, " me encontré con que no podía bajarse de la herida en la pierna derecha, y así fue levantado, y luego como me acariciaba el noble caballo que me había llevado a cabo con seguridad ! " Escribió su carta en el Hospital de Scutari, en la actual Turquía, donde Florence Nightingale había llegado recientemente.
La carga había sido precipitada por una aparente retirada de los aliados turcos de Gran Bretaña y más tarde fue criticado por cobardía. Pero el señor Dawson dijo que las cartas ellos absueltos de este cargo. También revelan cómo los británicos habían hecho caso omiso de las advertencias de los franceses sobre la fortaleza de Rusia en la preparación para la batalla.
Y agregó: " Estas cartas, algunas escritas literalmente, horas después de la carga, no se han visto durante 160 años, y proporcionar una visión de la batalla y la experiencia del soldado ordinario - lo que pensaban de él, y la forma en que salieron de la misma. Muchos de los soldados eran de la clase obrera, sin embargo, eran muy culta, y articular y podría escribir vivo, relatos de sus experiencias en movimiento ".