Javier Sanz - Historias de la Historia
A mediados del siglo XVI, las costas de Japón empezaban a ser frecuentadas por barcos portugueses y españoles, que por aquellos tiempos ya surcaban el Pacífico como quien va de Santurce a Bilbao. Además de las sedas y especias de rigor, en estos mercantes solían ir también, como parte del lote, cuadrillas de misioneros, jesuitas en su mayoría, deseosos de recolectar almas frescas para el Señor por aquellas tierras paganas. Y hay que decir que no eran pocos los nobles japoneses que veían con curiosidad, y hasta con buenos ojos, esta nueva religión. Uno de estos aficionados a las novedades extranjeras era Oda Nobunaga, el primero de los tres grandes unificadores del imperio insular, que hacia 1580 se las había arreglado para poner bajo su control medio país y tener atado en corto al otro medio. No era exagerado considerarlo el rey de facto de Japón. Hombre de inquieta inteligencia y miras avanzadas, Nobunaga estaba en buenos términos con los jesuitas y, aunque convertirse al cristianismo no entraba en los planes de un ateo convencido como él, gustaba de recibir de cuando en cuando a los frailes en audiencia para informarse de cómo era el mundo más allá de los confines del archipiélago nipón.
Oda Nobunaga, el gran unificador de Japón
Pero cuentan las crónicas que, un buen día de 1581, la paz que con tanto esfuerzo había logrado imponer Nobunaga en la capital se vio de pronto alterada por la llegada de un pintoresco invitado. Recién llegado a Kyoto, el padre visitador de los jesuitas, Alessando Valignano, traía en su comitiva a alguien cuyo verdadero nombre desconocemos, pero a quien los japoneses no tardarían en bautizar como Yasuke:
Habría traído el Padre Alexandre consigo de las Indias un vasallo mauro, tan negro como los etíopes de Guinea, pero nativo de Mozambique, de esos que son llamados propiamente cafres, habitantes del cabo de Buena Esperanza.No sabemos si Yasuke era la primera persona de raza negra que ponía pie en Japón, ya que no era raro encontrar esclavos africanos en los galeones europeos de la época. Pero, por lo que parece, debió de ser el primer negro que veían en la capital nipona, porque las gentes de Kyoto se volvieron locas con él. Una multitud enfervorecida se agolpaba día y noche a las puertas de la residencia de los jesuitas. Hubo hasta trifulcas a pedrada limpia para pillar un buen sitio desde el que divisar el portento. Todos querían ver a aquel misterioso hombre de piel atezada como el carbón. Las autoridades, desbordadas, tuvieron que intervenir para poner orden en aquel desmadre. Y, por aquel entonces, la autoridad en Kyoto era Nobunaga. En cuanto se enteró del revuelo, le faltó tiempo para convocar al gerifalte jesuita a la corte y comprobar en persona la causa de tanta algarabía. Cuando vio a Yasuke aparecer ante sus ojos, se quedó de una pieza. No podía creerse que esa piel, negra zahína, fuese de verdad. De hecho, sospechando que los jesuitas estuvieran tratando de dársela con queso y en realidad no se tratase más que de un tipo pintarrajeado de betún, Nobunaga mandó traer un barreño de agua y, tras ponerlo en pelota picada, hizo que enjabonaran al pobre esclavo a conciencia. Solo después de ver que, lavado tras lavado, aquello no desteñía, Nobunaga se convenció de que no había trampa ni cartón. Efectivamente, tenía ante sí a un fulano negro como noche sin luna.
Esclavos negros y comerciantes europeos vistos por los artistas de la época
El señor de los Oda, siempre amigo de las novedades, quedó encantado con el descubrimiento, y consiguió que los jesuitas le cedieran a Yasuke para ponerlo a su servicio. Pero Yasuke, un chicarrón espabilado y con don de lenguas, sería algo más que una nueva adquisición para la colección de rarezas de Nobunaga. Las crónicas de la época lo describen así:
Aparenta entre 26 o 27 años, grande y oscuro como un buey; tiene la fuerza de diez hombres y buen discernimiento.Según cuentan, se convirtió en un miembro destacado de su séquito, hasta el punto de despertar celos e intrigas en palacio. Las malas leguas decían que Nobunaga, tan satisfecho de sus servicios como estaba, acabaría por nombrarlo señor de algún castillo el día menos pensado. Aunque no hay constancia de ello, hay quien asegura incluso que llegó a armarlo samurái. Este extremo es poco probable pero, conociendo al señor de los Oda y su gusto por las excentricidades, tampoco es del todo descartable (De hecho, algunos cuentos infantiles así lo relatan y dibujan). Si alguien llegó a tener alguna vez un samurái negro a su servicio, ese era Nobunaga,
Yasuke como héroe de un libro de cuentos infantiles
Nadie sabe cuán lejos podría haber llegado Yasuke en la corte. Al morir Nobunaga en 1582, su pista se desvanece definitivamente entre las brumas de la Historia. Se dice que estuvo presente la fatídica noche en que Nobunaga cayó víctima del ataque a traición de Akechi Mitsuhide, uno sus propios generales. En uno de los episodios más famosos de la historia de Japón, por razones que aún 400 años después siguen sin estar claras, Mitsuhide decidió rebelarse contra su señor y caer por sorpresa sobre el templo de Honnoji, en Kyoto, donde Nobunaga pernoctaba plácidamente protegido por una reducida guarnición antes de reunirse con el grueso de sus tropas y partir a la batalla. Al amanecer, las llamas habían consumido Honnoji hasta los cimientos y el cadáver de Nobunaga desaparecía para siempre entre sus cenizas.
Según dicen, Yasuke habría formado parte de esa pequeña guarnición de leales y se habría batido el cobre como un samurái más tratando de evitar lo inevitable. Entre rescoldos humeantes, las tropas rebeldes dieron con él y lo llevaron ante su general, Mitsuhide, que debió pensar que no merecía la pena añadir su cabeza a la nutrida colección que ya habían acumulado y lo envió al “templo bárbaro” (o sea, la iglesia de los jesuitas en Kyoto) para que los suyos se hicieran cargo de él.
Ilustración moderna de Yasuke escoltando a su señor
Lo más probable es que, bajo la tutela de los frailes, acabara en Goa o en alguna otra de sus misiones en Asia. Quién sabe, hasta puede que el bueno de Yasuke tuviera la suerte de volver a casa y acabar sus días en su Mozambique natal. A buen seguro, habría tenido un buen repertorio de historias con las que asombrar a sus compatriotas a su regreso. Samurái o no, podía jactarse de haber servido en la corte del señor más poderoso de Japón. No está mal para alguien que empezó su viaje cubierto de cadenas en un barco negrero.
Colaboración de R. Ibarzabal
Fuentes: The Chronicle of Lord Nobunaga – Ota Gyuichi; Interracial Intimacy in Japan: Western Men and Japanese Women – Gary Leupp; Histoire ecclesiastique des isles et royaumes du Japon – François Solier