El último campo de batalla de la SGMde Rusia - Los restos de los soldados rusos y japoneses encontrados en la isla Shumshu
War History Online
Después de Pearl Harbor Estados Unidos se encontró cara a cara con la realidad de la guerra y un enemigo que casi todos en el Gobierno o en el ejército subestimada y, finalmente, pagó un precio muy alto. Por otro lado, Rusia, aunque no totalmente preparado para asumir el poder militar y la preparación de Adolf Hitler, se defendió muy duro y finalmente pospuesto los nazis y los derrotó a Berlín. La noticia del éxito de Rusia en Europa fue recibida por los EE.UU. como una amenaza ya que se esperaba que los rusos a participar en el teatro del Pacífico de la guerra si Estados Unidos no llevar a Japón a sus rodillas.
Los expertos rusos han estado excavando y buscando los restos de la única entre Rusia y Japón combate incidente en la Segunda Guerra Mundial. Hasta el momento las investigaciones rusas han desenterrado los restos de al menos 26 soviético y 9 tropas japonesas del ShumshuIsland. En la batalla librada entre las tropas rusas y del Ejército Imperial Japonés 500 rusos y 250 miembros del ejército japonés perecido, Rusia finalmente se adjudicó la victoria.
El mes pasado marcó el aniversario de la invasión rusa de isla Shumshu, una parte de la cadena de islas Kuriles. Aunque no fue una batalla masiva y no dio lugar a gran número de víctimas. Esta invasión se produjo después de Japón se rindió el 15 de agosto 1945 con bombas atómicas que se cayó en Hiroshima y Nagasaki.
Japón tenía la propiedad de las islas Kuriles, como resultado de un tratado de 1875 con el entonces Imperio ruso. A cambio Japón abandonó su derecho sobre la isla de Sakhalin que fue bajo control ruso. Sin embargo Rusia sostiene que ha liberado en realidad las Islas Kuriles de la ocupación japonesa, esencialmente negar la existencia de tal tratado.
Un investigador senior ruso dijo el martes que la campaña de Rusia sobre las islas Kuriles, debe considerarse como un esfuerzo de la guerra y como parte del papel vital de Rusia en la lucha contra el fascismo y el eje nazis en Europa y el Pacífico.
Después de derrotar al Ejército Imperial Japonés en Shumshu Island, ejércitos soviéticos tomaron lentamente a lo largo de toda la cadena de las islas Kuriles, junto con otras cuatro islas que mintieron fuera de la cadena. Los civiles japoneses que viven en las islas fueron desalojadas por la fuerza de sus hogares y enviados a vivir Japón hacia el interior. Se tomaron un gran número de soldados japoneses en como prisioneros de guerra por el Ejército ruso y fueron enviados a Siberia. Rusia mantiene su legitimidad sobre las islas en disputa citando que esto era una consecuencia directa de la guerra y debe permanecer bajo control ruso. Esta larga disputa sobre algunas de las islas del Pacífico del noroeste ha impedido que ambos países para enterrar cualquier animosidades de la Primera Guerra Mundial y firmar un tratado de paz al igual que muchas otras naciones del mundo hicieron después de la guerra.
sábado, 26 de septiembre de 2015
viernes, 25 de septiembre de 2015
Guerras Napoleónicas: Encuentran restos del Grande Armée
Encuentran esqueletos de soldados del ejército de Napoleón
Por AFP
Nación
Alemania
Unos 200 esqueletos de soldados de la "Grande Armée" (Gran Ejército) de Napoleón fueron encontrados en Fráncfort, en un cantero de obras de un futuro complejo inmobiliario, anunció este jueves la ciudad alemana.
"Estimamos que hay unas 200 personas inhumadas aquí", explicó Olaf Cunitz, adjunto del alcalde de Fráncfort, durante una conferencia de prensa en el lugar, en el barrio de Rödelheim, en el oeste de la ciudad.
"Según nuestra primera estimación, se trata de soldados de la Grande Armée muertos en 1813", en el camino de regreso tras la dura derrota sufrida por Napoleón en la campaña de Rusia.
En la ruta hacia Francia, Napoleón libró en particular la batalla de Hanau, una ciudad vecina de Fráncfort, hacia mediados de octubre de 1813, recordó Cunitz. Los combates se extendieron en la región, provocando unos 15.000 muertos según el responsable.
Las tumbas fueron descubiertas gracias a las precauciones arqueológicas tomadas durante las obras. Las mismas fueron decididas puesto que en 1979 se encontraron restos de otros soldados en este barrio.
Los soldados encontrados en Fráncfort probablemente murieron a causa de sus heridas, o sucumbieron por la epidemia de tifus que diezmó a la Grande Armée en la época. Estas aseveraciones deben ser verificadas científicamente.
Esqueletos de soldados del ejército de Napoleón fueron descubiertos en una obra de construcción en Frankfurt, Alemania Occidental.
No obstante, es cierto que se trata "de tumbas cavadas de apuro", como lo hacían los militares, detalló Andrea Hampel, directora de la inspección de monumentos históricos de Fráncfort.
Los soldados yacen en ataúdes muy sencillos, que permitieron su buena conservación. Se encuentran alineados en fila, uno junto a otro, y no se encontró ningún objeto funerario.
Además, están alineados con una orientación Norte/Sur, en tanto que en la Europa cristiana se tenía la costumbre de enterrar los cuerpos de los muertos sobre un eje Este/Oeste. Un signo de que fueron enterrados de manera apurada, según Hampel.
Algunos botones de las ropas encontradas en las tumbas permiten asegurar la fecha de 1813.
Más de treinta esqueletos fueron exhumados, y las excavaciones han permitido contabilizar unas 200 tumbas, según el director del cantero de obras, Jürgen Langendorf. Los trabajos arqueológicos continuarán durante cuatro a seis semanas, agregó.
Por AFP
Nación
Alemania
Unos 200 esqueletos de soldados de la "Grande Armée" (Gran Ejército) de Napoleón fueron encontrados en Fráncfort, en un cantero de obras de un futuro complejo inmobiliario, anunció este jueves la ciudad alemana.
"Estimamos que hay unas 200 personas inhumadas aquí", explicó Olaf Cunitz, adjunto del alcalde de Fráncfort, durante una conferencia de prensa en el lugar, en el barrio de Rödelheim, en el oeste de la ciudad.
"Según nuestra primera estimación, se trata de soldados de la Grande Armée muertos en 1813", en el camino de regreso tras la dura derrota sufrida por Napoleón en la campaña de Rusia.
En la ruta hacia Francia, Napoleón libró en particular la batalla de Hanau, una ciudad vecina de Fráncfort, hacia mediados de octubre de 1813, recordó Cunitz. Los combates se extendieron en la región, provocando unos 15.000 muertos según el responsable.
Las tumbas fueron descubiertas gracias a las precauciones arqueológicas tomadas durante las obras. Las mismas fueron decididas puesto que en 1979 se encontraron restos de otros soldados en este barrio.
Los soldados encontrados en Fráncfort probablemente murieron a causa de sus heridas, o sucumbieron por la epidemia de tifus que diezmó a la Grande Armée en la época. Estas aseveraciones deben ser verificadas científicamente.
Esqueletos de soldados del ejército de Napoleón fueron descubiertos en una obra de construcción en Frankfurt, Alemania Occidental.
No obstante, es cierto que se trata "de tumbas cavadas de apuro", como lo hacían los militares, detalló Andrea Hampel, directora de la inspección de monumentos históricos de Fráncfort.
Los soldados yacen en ataúdes muy sencillos, que permitieron su buena conservación. Se encuentran alineados en fila, uno junto a otro, y no se encontró ningún objeto funerario.
Además, están alineados con una orientación Norte/Sur, en tanto que en la Europa cristiana se tenía la costumbre de enterrar los cuerpos de los muertos sobre un eje Este/Oeste. Un signo de que fueron enterrados de manera apurada, según Hampel.
Algunos botones de las ropas encontradas en las tumbas permiten asegurar la fecha de 1813.
Más de treinta esqueletos fueron exhumados, y las excavaciones han permitido contabilizar unas 200 tumbas, según el director del cantero de obras, Jürgen Langendorf. Los trabajos arqueológicos continuarán durante cuatro a seis semanas, agregó.
jueves, 24 de septiembre de 2015
Guerra de la Independencia: Batalla de Cerro de Pasco
Batalla de Cerro de Pasco
Permaneció en Tucumán prestando siempre el concurso de una incansable actividad y de sus luces en el desempeño de comisiones importantes siendo posteriormente nombrado gobernador de Córdoba en 1819. Pero la anarquía se enseñorea del territorio argentino: Alvarez de Arenales no quiere participar en la lucha que destruirá la Patria adoptiva y por tercera vez prefirió hacer el sacrificio de su vida en defensa de la libertad americana, dirigiéndose a Chile a ponerse a las órdenes del general San Martín, que a la sazón preparaba intensamente su expedición al Perú. “Desde que el general Arenales se presentó al general San Martín en 1820, este le honró siempre con el tratamiento de “compañero”, así en la correspondencia como en el trato familiar, siendo Arenales el único general de los de su tiempo que obtuvo tan señalada y constante distinción hasta en los actos de etiqueta”. Desembarcado en Pisco el ejército patriota, el 8 de setiembre de 1820, Arenales recibe de San Martín el mando de una División de 1.138 hombres, que debía penetrar en la Sierra, para insurreccionar las poblaciones peruanas al mismo tiempo que abatiera el esfuerzo realista. Arenales llega rápidamente a las ciudades de Ica (6 de octubre), Humanga (donde entra después de la victoria de Nazca, el 15 de octubre), Jauja y Jauma, produciendo en todas partes un levantamiento general contra la dominación española, capturando numerosos armamentos de las muchas partidas enemigas que encuentra y dispersa. Alarmadas las autoridades realistas ante tales progresos, despachan al Brigadier O’Reilly para batir a Arenales y sus huestes, teniendo lugar el contacto en el Cerro de Pasco, el cual se produce después que Arenales ha tomado todas las medidas de seguridad, para conocer en lo posible, la fuerza que se aproxima, a fin de lanzar sus tropas al combate en plena seguridad de no caer en una emboscada. La fuerza realista suma 1.200 hombres; los efectivos contrapuestos son un poco diferentes en lo que a número se refiere, pues Arenales no puede concentrar sobre el campo de batalla más de 600 hombres. No obstante esta disparidad, no vacila y ataca con violencia al adversario, que es derrotado completamente y que deja 58 muertos y 18 heridos sobre el campo de batalla y 343 prisioneros incluidos 23 oficiales. Cayeron además en poder de Arenales dos cañones, 350 fusiles, todas las banderas, estandartes, pertrechos de guerra y demás elementos bélicos escapando el enemigo en la más completa dispersión, pues no lograron hacer partidas de más de 5 hombres, cayendo prisionero en la persecución el propio brigadier O’Reilly. En conocimiento del espléndido triunfo alcanzado por Arenales, San Martín, el día 13 de diciembre, expidió la siguiente orden del día:
Así termino la primera campaña de la Sierra, incorporándose Arenales con su División al ejército patriota el 3 de enero de 1821, evocando su presencia los riesgos y duras penalidades sufridas, no obstante lo cual la gloria había cubierto a sus componentes, siendo recibida triunfalmente por sus compañeros de armas. San Martín recibió de manos del glorioso vencedor del Cerro de Pasco “13 banderas y 5 estandartes, entre las que se habían tomado en las provincias de su tránsito o en el campo de batalla”. Designado el 19 de abril del mismo año por San Martín comandante general de la División, Arenales inicia su segunda campaña de la Sierra organizando su fuerza con los cuerpos siguientes: Granaderos a Caballo, coronel Rudecindo Alvarado; Batallón de “Numancia” (1º de Infantería del ejército), coronel Tomás Heres; Batallón Nº 7 de los Andes, coronel Pedro Conde; Batallón de Cazadores del ejército, teniente coronel José M. Aguirre y 4 piezas de artillería; a estas tropas debía incorporarse la pequeña fuerza del coronel Gamarra, compuesta de patriotas peruanos. La División Arenales partió del cuartel general de Huaura, el 21 de abril. San Martín le ha precedido en su camino triunfal con su famosa proclama a los habitantes de Tarma, en la cual les dice: “Vuestro destino es escarmentar por segunda vez a los ofensores de la Sierra; el General que os dirige conoce tiempo ha el camino por donde se marcha a la victoria; él es digno de mandar, por su honradez acrisolada, por su habitual prudencia, y por la serenidad de su coraje: seguidle y triunfaréis”. Arenales llega a Oyón el 26 de abril; allí encuentra la División Gamarra, que se le incorpora, la cual está casi deshecha, tal es su estado. En Oyón, Arenales recibe detalles de las fuerzas realistas que se hacen ascender 2.500 hombres de línea. Reorganizadas sus tropas, Arenales prosigue su avance el 8 de mayo en dirección a la Sierra. El 12 llega a Pasco. En persecución de Carratalá llegaba el 17 de mayo a Carguamayo; el 20 estaba con su división en Palcamayo, el 21 en Tarma, y el 24 de mayo llega a Jauja. El armisticio de Punchauca, celebrado entre San Martín y el Virrey Laserna, interrumpió las operaciones en la Sierra, pero si bien este acontecimiento fue solemnemente propicio a Carratalá, no le fue menos a Arenales, que se entregó tesoneramente a la tarea de reorganizar e instruir sus valientes tropas. Terminado el plazo de 20 días de armisticio, que empezó a contarse desde su concertación el 23 de mayo, el día 29 de junio Arenales prosiguió sus interrumpidas operaciones, día que ocupó por la fuerza el pueblo de Guando, capturando íntegra la compañía de cazadores del batallón realista “Imperial Alejandro”, pero una nueva suspensión de las hostilidades concertada por el General en Jefe, que le fue comunicada aquel mismo día, obligó a Arenales a detener la marcha victoriosa que había iniciado sobre Carratalá. El general patriota regresó a Jauja, donde se encontraba el 9 de julio, fecha en que le llegó la noticia de que el general Canterac había salido de Lima con 4.000 hombres, recibiendo Arenales en el mismo día, el parte e la dirección de marcha que seguía el jefe español.
Inmediatamente se reunió una junta de guerra, la cual por unanimidad, resolvió marchar al encuentro del ejército español, para atacarlo al pasar la cordillera; con este fin, el 10 se puso en marcha Arenales con su vanguardia por la ruta de Guancayo e Iscuchaga; el 12 llegaba la División al primer punto nombrado, donde hizo alto; allí recibió Arenales a las 10 de la noche la noticia de que Canterac ya cruzaba la cordillera en dirección conocida hacia Guancavélica. En la madrugada del 13, la División prosigue su marcha con objeto de dar alcance a la vanguardia enemiga y batirla, pero no era aún de día cuando llegó un chasque conduciendo pliegos de San Martín, en los cuales le anunciaba la ocupación de Lima por el ejército libertador. Simultáneamente y en carta aparte, el General en Jefe encarecía a Arenales que de ningún modo comprometiera su División en un combate, mientras no tuviera la plena seguridad de vencer, que por lo tanto, si era buscado por el enemigo, se pusiese en retirada hacia el Norte por Pasco, o hacia Lima por San Mateo, lo que dejaba a su discreción y prudencia”. Arenales, al recibir estas instrucciones ordenó detener la marcha a sus cuerpos que estaba orientada con el fin de buscar a Canterac, para batirlo. Las fuerzas patriotas bajo su comando, sumaban 1.300. Ante las órdenes recibidas, Arenales resolvió regresar a Guancayo y finalmente, a Jauja, donde llegó el 19 de julio. Después de la batalla de Ayacucho, el general Canterac confesó al general Sucre “que no sabía cómo Arenales no le atacó en aquella vez: que tuvo por cierta su derrota, si se le hubiese comprometido a un ataque, cuando tampoco podía eludirlo a causa del mal estado de sus tropas y animales”. En la noche del mismo 19 de julio, Arenales recibió del Generalísimo más claras y terminantes instrucciones en el sentido de que la División se pusiera fuera de todo compromiso lo más prestamente posible, indicando en las mismas las direcciones en que convenía ejecutarlo. En la madrugada siguiente Arenales se puso en marcha en la dirección señalada por San Martín, cumplimentando sus disposiciones. El 24 de julio estaba en el pueblo de Yauli, llegando a mediodía a la cima de la cordillera. Desde allí, el camino de San Mateo conduce a Lima. Arenales descendió la cumbre con ánimo de situarse en San Mateo y esperar allí nuevas órdenes; este punto dista 26 leguas de Lima y 9 o 10 de la cumbre, pues el intenso frío reinante lo decidió a seguir su marcha hasta San Juan de Matucana, distante 19 leguas de Lima a donde llegó el día 25. Finalmente, el 31 de julio, Arenales recibió orden del Protector de replegarse sobre Lima con su División, la cual abandonó la quebrada de San Mateo y entró en la Capital en los primeros días de agosto con más de 1.000 hombres menos de los que contaba cuando salió de Jauja, como resultado de la deserción que sufrió por parte de los milicianos peruanos, al abandonar la región de la Sierra, en cumplimiento de órdenes superiores. El pueblo de Lima recibió a la División con particulares demostraciones de aprecio, saliendo fuera de las murallas considerable gentío que acompañó a la División medio desnuda hasta sus cuarteles en medio de los vivas más entusiastas. Arenales anticipó su entrada, vestido de paisano “pues nunca gustó de este género de cortesía y mucho menos en aquella ocasión en que creía haber menos motivos para ellas”. El 28 de julio se había proclamado solemnemente la Independencia del Perú. Arenales, el 22 de agosto de 1821, fue designado por el Protector, Presidente del departamento de Trujillo y comandante militar del mismo en el cual, siguiendo las instrucciones de San Martín, formó y disciplinó dos batallones de infantería y dos escuadrones de cazadores a caballo, enviando a Lima, además, a 1.800 reclutas de acuerdo con el general Sucre, gobernador de Guayaquil que había concertado el plan de libertar a Quito, cuando una grave enfermedad postró a Arenales, que se vio forzado a ceder a otro la gloria de Pichincha. Restablecida su salud, Arenales fue llamado a Lima para encargársele la expedición a Puertos Intermedios, comando que rehusó y fue en cambio otorgado al general Alvarado. Arenales no aceptó aquel comando no obstante haber declarado Sucre que serviría a las órdenes de aquél, “pues le reconocía su antigüedad y méritos y ser Arenales un acreditado general”.
En cambio aceptó el cargo de comandante en jefe del ejército del centro para expedicionar a la Sierra; pero no pudiendo realizar esta campaña por falta de recursos Arenales pidió sus pasaportes para el Río de la Plata, pretextando que sólo continuaría en el mando si el gobierno le garantizaba recursos y el apoyo de su autoridad. Recibió la promesa gubernativa de este apoyo y de aquella garantía, pero en realidad no se cumplimentó nada ante sus justificadas demandas, poniéndose por el contrario, la situación día a día más crítica. El Congreso quiso premiarlo y le acordó una medalla de oro con la inscripción: “El Congreso Constituyente del Perú al mérito distinguido”. Agradeciendo Arenales este honroso y merecido premio expuso ante el Congreso Peruano cuál era el estado de su División en la segunda campaña de la Sierra y su incapacidad para buscar al enemigo. No consiguiendo su objeto, a pesar de su insistencia, se vio obligado a pedir sus pasaportes, sintiendo la necesidad de ver a su familia después de una ausencia de cinco años, la cual por esta causa carecía de lo más necesario. Ante tan imperiosa demanda, el Congreso decretó socorros para la familia del general Arenales, a cuenta de sueldos y premios acordados por la Municipalidad. Entre otros nombramientos y honores que había recibido del gobierno del Perú, aparte de los señalados en el curso de esta biografía, conviene destacar: Fundador de la Orden del “Sol del Perú”, el 10 de diciembre de 1821; Gran Mariscal del Perú, el 22 de diciembre del mismo año. La medalla acordada por decreto del 15 de agosto de 1821 y discernida el 27 de diciembre del mismo; Consejero de la Orden del “Sol del Perú”, el 16 de enero de 1822, con la pensión vitalicia de 1.000 pesos anuales; Jefe del Estado Mayor General de los Ejércitos del Perú el 25 de igual mes y año, el ya citado nombramiento de General en Jefe del Ejército del Centro, discernido el 14 de diciembre de 1822, por el general San Martín. En Chile el 28 de marzo de 1822 había sido condecorado con la “Legión del Mérito” y el 14 de noviembre de 1820 el Director O’Higgins le otorgaba los despachos de Mariscal de campo de aquel Estado.
Después de su representación ante el Congreso peruano, el sufrimiento del Ejército llegó a su colmo y el inflexible Arenales se vio en la imprescindible necesidad de elevar una queja formal firmada por todos los jefes del cuerpo, a nombre del Ejército, señalando el abandono en que éste se hallaba, al cual no se reponían las bajas siempre crecientes, haciendo resaltar los males palpables resultantes de esa inacción, terminando su exposición con la súplica de que se emprendiera la campaña de la Sierra que abriría nuevos recursos a la capital y destruiría en parte el descontento general que produce la inacción y la miseria. Alejado del Perú, pasó a Chile, llegando a la provincia de Salta, donde fue elegido gobernador el 29 de diciembre e 1823. A los cuidados de la administración interior se reunieron otros que interesaban a toda la República. Arenales fue comisionado por el gobierno el 22 de marzo de 1825 para atacar al general español Olañeta, que después de la jornada de Ayacucho permanecía al frente de una fuerza realista entre el desaguadero y Tupiza, y para cumplimentar esta orden marchó con una División para dispersarla. El coronel Carlos Medinaceli perteneciente a las fuerzas del general Olañeta se sublevó contra su jefe y se produjo un choque entre ambos bandos, el 1º de abril de 1825, en Tumusla, donde pereció Olañeta. Medinaceli y casi todo el resto de la fuerza realista, se entregó a Arenales, terminando así, completamente la guerra de la Independencia sudamericana. Por ese tiempo tuvo lugar el pronunciamiento de Tarija en provincia independiente dirigiéndose Arenales al gobierno nacional, cuyo apoyo le falló a causa de la guerra que acababa de declararse al Brasil y las reclamaciones de Arenales quedaron suspendidas por disposición superior en virtud de la misión de Alvear destinada a entrevistarse con Bolívar. Los esfuerzos posteriores del general Arenales, tendientes a evitar la desmembración, no fueron suficientes para eludirla por la influencia decisiva del caudillo colombiano. En 1826 realizó una exploración de las costas del río Bermejo, buscando la posibilidad de su navegación, de acuerdo con una compañía constituida a tal efecto, y proyectó un camino de acceso al mismo, a la par que trazaba un plano defensivo contra los indígenas. Poco antes se había concentrado en la tarea de organizar un cuerpo de 500 hombres para engrosar las fuerzas que alistaba la República para combatir con el imperio del Brasil. Fue en mérito a tantos afanes y desvelos, que el presidente Rivadavia le otorgó con fecha 7 de agosto de 1826, el empleo de Brigadier de los Ejércitos de la Patria. El 11 de febrero de este mismo año el ministro de Guerra por orden de Rivadavia nombró a Arenales “General de todas las tropas existentes en Salta”.
“El general Arenales –dice uno de los biógrafos- estrechamente ligado al gobierno presidencial, y sobre todo a la persona de Rivadavia, era la principal columna con que el gabinete presidencial contaba para organizar un poderoso grupo de fuerzas, que apoyando a Lamadrid en Tucumán, pudiera servir para desalojar de la provincia de Santiago del Estero a Ibarra, a Bustos de la provincia de Córdoba, para establecer en ambas el partido enemigo de éstos caudillos, que por lo mismo empezaba a llamarse liberal, y sofocar por fin en La Rioja la naciente nombradía de Quiroga”. No alcanzó a realizar sus propósitos, pues en Salta se preparaba una asonada con el objeto de deponerlo, pretextando sus enemigos de que quería perpetuarse en el mando; el movimiento estalló encabezado por el Gral. Dr. José Ignacio Gorriti, el 28 de enero de 1827, y después de algunas incidencias, el movimiento se resolvió en el combate de Chicoana, el 7 de febrero, resultando exterminado, pues sólo se salvó un soldado. Arenales se vio obligado a refugiarse en Bolivia, cuyo presidente el general Sucre, lo trató con toda deferencia. Se dedicó a las faenas rurales para subvenir al mantenimiento de su numerosa familia. Arenales estuvo casado con Serafina de Hoyos, con la cual tuvieron muchos hijos.
Una inflamación de garganta terminó con su vida en Moraya (Bolivia) el 4 de diciembre de 1831.
Fuera de los cargos y comisiones que se han detallado, el general Arenales fue designado el 23 de julio de 1823 por el ministro Rivadavia, para determinar como Representante de las Provincias Unidas del Río de la Plata, la línea de ocupación por parte del Perú, entre las autoridades españolas y las de los territorios limítrofes, especialmente el de estas provincias. Para cumplimentar tal misión, debió trasladarse a Salta, donde se situó.
Frías dice: “Arenales, solo ya, sigue peleando sin pensar en rendirse. Un feroz hachazo le tiene el cráneo abierto en uno de sus parietales. Su cara está tinta en sangre. Otro tajo horrible le abre desde arriba de la ceja hasta casi el extremo de la nariz, dividiéndola en dos; otro le parte la mejilla derecha, por bajo el pómulo, desde el arranque de la sien hasta cerca de la boca. En fin: trece heridas tiene despedazada su cara, su cabeza y su cuerpo –por lo que sus adversarios le llamarían con el apodo de “El Hachado”- y todas están manando sangre; pero él defiende la vida haciéndola pagar caro”.
“El bravo general sigue peleando solo, sin pensar en rendirse. Todos sus demás enemigos están heridos por su espada; más uno de ellos, que logra colocarse por detrás, le da un recio golpe con la culata del fusil; le hunde bajo de la nuca el hueso, derribándolo al suelo sin sentido, y boca abajo; con lo que lo dejaron por muerto, y continuaron la fuga”.
Revisionistas
Permaneció en Tucumán prestando siempre el concurso de una incansable actividad y de sus luces en el desempeño de comisiones importantes siendo posteriormente nombrado gobernador de Córdoba en 1819. Pero la anarquía se enseñorea del territorio argentino: Alvarez de Arenales no quiere participar en la lucha que destruirá la Patria adoptiva y por tercera vez prefirió hacer el sacrificio de su vida en defensa de la libertad americana, dirigiéndose a Chile a ponerse a las órdenes del general San Martín, que a la sazón preparaba intensamente su expedición al Perú. “Desde que el general Arenales se presentó al general San Martín en 1820, este le honró siempre con el tratamiento de “compañero”, así en la correspondencia como en el trato familiar, siendo Arenales el único general de los de su tiempo que obtuvo tan señalada y constante distinción hasta en los actos de etiqueta”. Desembarcado en Pisco el ejército patriota, el 8 de setiembre de 1820, Arenales recibe de San Martín el mando de una División de 1.138 hombres, que debía penetrar en la Sierra, para insurreccionar las poblaciones peruanas al mismo tiempo que abatiera el esfuerzo realista. Arenales llega rápidamente a las ciudades de Ica (6 de octubre), Humanga (donde entra después de la victoria de Nazca, el 15 de octubre), Jauja y Jauma, produciendo en todas partes un levantamiento general contra la dominación española, capturando numerosos armamentos de las muchas partidas enemigas que encuentra y dispersa. Alarmadas las autoridades realistas ante tales progresos, despachan al Brigadier O’Reilly para batir a Arenales y sus huestes, teniendo lugar el contacto en el Cerro de Pasco, el cual se produce después que Arenales ha tomado todas las medidas de seguridad, para conocer en lo posible, la fuerza que se aproxima, a fin de lanzar sus tropas al combate en plena seguridad de no caer en una emboscada. La fuerza realista suma 1.200 hombres; los efectivos contrapuestos son un poco diferentes en lo que a número se refiere, pues Arenales no puede concentrar sobre el campo de batalla más de 600 hombres. No obstante esta disparidad, no vacila y ataca con violencia al adversario, que es derrotado completamente y que deja 58 muertos y 18 heridos sobre el campo de batalla y 343 prisioneros incluidos 23 oficiales. Cayeron además en poder de Arenales dos cañones, 350 fusiles, todas las banderas, estandartes, pertrechos de guerra y demás elementos bélicos escapando el enemigo en la más completa dispersión, pues no lograron hacer partidas de más de 5 hombres, cayendo prisionero en la persecución el propio brigadier O’Reilly. En conocimiento del espléndido triunfo alcanzado por Arenales, San Martín, el día 13 de diciembre, expidió la siguiente orden del día:
“La División libertadora de la Sierra ha llenado el voto de los pueblos que la esperaban: los peligros y las dificultades han conspirado contra ella a porfía, pero no han hecho más que exaltar el mérito del que las ha dirigido, y la constancia de los que han obedecido sus órdenes para unos y otros se grabará una medalla que represente las armas del Perú por el anverso y por el reverso tendrá la inscripción “A los Vencedores de Pasco”. El General y los jefes la traerán de oro, y los oficiales de plata pendiente de una cinta blanca y encarnada; los sargentos y tropa usarán al lado izquierdo del pecho un escudo bordado sobre fondo encarnado con la leyenda, “Yo soy de los vencedores de Pasco”. San Martín extendió el diploma correspondiente al general Arenales el 31 de marzo de 1822.
Así termino la primera campaña de la Sierra, incorporándose Arenales con su División al ejército patriota el 3 de enero de 1821, evocando su presencia los riesgos y duras penalidades sufridas, no obstante lo cual la gloria había cubierto a sus componentes, siendo recibida triunfalmente por sus compañeros de armas. San Martín recibió de manos del glorioso vencedor del Cerro de Pasco “13 banderas y 5 estandartes, entre las que se habían tomado en las provincias de su tránsito o en el campo de batalla”. Designado el 19 de abril del mismo año por San Martín comandante general de la División, Arenales inicia su segunda campaña de la Sierra organizando su fuerza con los cuerpos siguientes: Granaderos a Caballo, coronel Rudecindo Alvarado; Batallón de “Numancia” (1º de Infantería del ejército), coronel Tomás Heres; Batallón Nº 7 de los Andes, coronel Pedro Conde; Batallón de Cazadores del ejército, teniente coronel José M. Aguirre y 4 piezas de artillería; a estas tropas debía incorporarse la pequeña fuerza del coronel Gamarra, compuesta de patriotas peruanos. La División Arenales partió del cuartel general de Huaura, el 21 de abril. San Martín le ha precedido en su camino triunfal con su famosa proclama a los habitantes de Tarma, en la cual les dice: “Vuestro destino es escarmentar por segunda vez a los ofensores de la Sierra; el General que os dirige conoce tiempo ha el camino por donde se marcha a la victoria; él es digno de mandar, por su honradez acrisolada, por su habitual prudencia, y por la serenidad de su coraje: seguidle y triunfaréis”. Arenales llega a Oyón el 26 de abril; allí encuentra la División Gamarra, que se le incorpora, la cual está casi deshecha, tal es su estado. En Oyón, Arenales recibe detalles de las fuerzas realistas que se hacen ascender 2.500 hombres de línea. Reorganizadas sus tropas, Arenales prosigue su avance el 8 de mayo en dirección a la Sierra. El 12 llega a Pasco. En persecución de Carratalá llegaba el 17 de mayo a Carguamayo; el 20 estaba con su división en Palcamayo, el 21 en Tarma, y el 24 de mayo llega a Jauja. El armisticio de Punchauca, celebrado entre San Martín y el Virrey Laserna, interrumpió las operaciones en la Sierra, pero si bien este acontecimiento fue solemnemente propicio a Carratalá, no le fue menos a Arenales, que se entregó tesoneramente a la tarea de reorganizar e instruir sus valientes tropas. Terminado el plazo de 20 días de armisticio, que empezó a contarse desde su concertación el 23 de mayo, el día 29 de junio Arenales prosiguió sus interrumpidas operaciones, día que ocupó por la fuerza el pueblo de Guando, capturando íntegra la compañía de cazadores del batallón realista “Imperial Alejandro”, pero una nueva suspensión de las hostilidades concertada por el General en Jefe, que le fue comunicada aquel mismo día, obligó a Arenales a detener la marcha victoriosa que había iniciado sobre Carratalá. El general patriota regresó a Jauja, donde se encontraba el 9 de julio, fecha en que le llegó la noticia de que el general Canterac había salido de Lima con 4.000 hombres, recibiendo Arenales en el mismo día, el parte e la dirección de marcha que seguía el jefe español.
Inmediatamente se reunió una junta de guerra, la cual por unanimidad, resolvió marchar al encuentro del ejército español, para atacarlo al pasar la cordillera; con este fin, el 10 se puso en marcha Arenales con su vanguardia por la ruta de Guancayo e Iscuchaga; el 12 llegaba la División al primer punto nombrado, donde hizo alto; allí recibió Arenales a las 10 de la noche la noticia de que Canterac ya cruzaba la cordillera en dirección conocida hacia Guancavélica. En la madrugada del 13, la División prosigue su marcha con objeto de dar alcance a la vanguardia enemiga y batirla, pero no era aún de día cuando llegó un chasque conduciendo pliegos de San Martín, en los cuales le anunciaba la ocupación de Lima por el ejército libertador. Simultáneamente y en carta aparte, el General en Jefe encarecía a Arenales que de ningún modo comprometiera su División en un combate, mientras no tuviera la plena seguridad de vencer, que por lo tanto, si era buscado por el enemigo, se pusiese en retirada hacia el Norte por Pasco, o hacia Lima por San Mateo, lo que dejaba a su discreción y prudencia”. Arenales, al recibir estas instrucciones ordenó detener la marcha a sus cuerpos que estaba orientada con el fin de buscar a Canterac, para batirlo. Las fuerzas patriotas bajo su comando, sumaban 1.300. Ante las órdenes recibidas, Arenales resolvió regresar a Guancayo y finalmente, a Jauja, donde llegó el 19 de julio. Después de la batalla de Ayacucho, el general Canterac confesó al general Sucre “que no sabía cómo Arenales no le atacó en aquella vez: que tuvo por cierta su derrota, si se le hubiese comprometido a un ataque, cuando tampoco podía eludirlo a causa del mal estado de sus tropas y animales”. En la noche del mismo 19 de julio, Arenales recibió del Generalísimo más claras y terminantes instrucciones en el sentido de que la División se pusiera fuera de todo compromiso lo más prestamente posible, indicando en las mismas las direcciones en que convenía ejecutarlo. En la madrugada siguiente Arenales se puso en marcha en la dirección señalada por San Martín, cumplimentando sus disposiciones. El 24 de julio estaba en el pueblo de Yauli, llegando a mediodía a la cima de la cordillera. Desde allí, el camino de San Mateo conduce a Lima. Arenales descendió la cumbre con ánimo de situarse en San Mateo y esperar allí nuevas órdenes; este punto dista 26 leguas de Lima y 9 o 10 de la cumbre, pues el intenso frío reinante lo decidió a seguir su marcha hasta San Juan de Matucana, distante 19 leguas de Lima a donde llegó el día 25. Finalmente, el 31 de julio, Arenales recibió orden del Protector de replegarse sobre Lima con su División, la cual abandonó la quebrada de San Mateo y entró en la Capital en los primeros días de agosto con más de 1.000 hombres menos de los que contaba cuando salió de Jauja, como resultado de la deserción que sufrió por parte de los milicianos peruanos, al abandonar la región de la Sierra, en cumplimiento de órdenes superiores. El pueblo de Lima recibió a la División con particulares demostraciones de aprecio, saliendo fuera de las murallas considerable gentío que acompañó a la División medio desnuda hasta sus cuarteles en medio de los vivas más entusiastas. Arenales anticipó su entrada, vestido de paisano “pues nunca gustó de este género de cortesía y mucho menos en aquella ocasión en que creía haber menos motivos para ellas”. El 28 de julio se había proclamado solemnemente la Independencia del Perú. Arenales, el 22 de agosto de 1821, fue designado por el Protector, Presidente del departamento de Trujillo y comandante militar del mismo en el cual, siguiendo las instrucciones de San Martín, formó y disciplinó dos batallones de infantería y dos escuadrones de cazadores a caballo, enviando a Lima, además, a 1.800 reclutas de acuerdo con el general Sucre, gobernador de Guayaquil que había concertado el plan de libertar a Quito, cuando una grave enfermedad postró a Arenales, que se vio forzado a ceder a otro la gloria de Pichincha. Restablecida su salud, Arenales fue llamado a Lima para encargársele la expedición a Puertos Intermedios, comando que rehusó y fue en cambio otorgado al general Alvarado. Arenales no aceptó aquel comando no obstante haber declarado Sucre que serviría a las órdenes de aquél, “pues le reconocía su antigüedad y méritos y ser Arenales un acreditado general”.
En cambio aceptó el cargo de comandante en jefe del ejército del centro para expedicionar a la Sierra; pero no pudiendo realizar esta campaña por falta de recursos Arenales pidió sus pasaportes para el Río de la Plata, pretextando que sólo continuaría en el mando si el gobierno le garantizaba recursos y el apoyo de su autoridad. Recibió la promesa gubernativa de este apoyo y de aquella garantía, pero en realidad no se cumplimentó nada ante sus justificadas demandas, poniéndose por el contrario, la situación día a día más crítica. El Congreso quiso premiarlo y le acordó una medalla de oro con la inscripción: “El Congreso Constituyente del Perú al mérito distinguido”. Agradeciendo Arenales este honroso y merecido premio expuso ante el Congreso Peruano cuál era el estado de su División en la segunda campaña de la Sierra y su incapacidad para buscar al enemigo. No consiguiendo su objeto, a pesar de su insistencia, se vio obligado a pedir sus pasaportes, sintiendo la necesidad de ver a su familia después de una ausencia de cinco años, la cual por esta causa carecía de lo más necesario. Ante tan imperiosa demanda, el Congreso decretó socorros para la familia del general Arenales, a cuenta de sueldos y premios acordados por la Municipalidad. Entre otros nombramientos y honores que había recibido del gobierno del Perú, aparte de los señalados en el curso de esta biografía, conviene destacar: Fundador de la Orden del “Sol del Perú”, el 10 de diciembre de 1821; Gran Mariscal del Perú, el 22 de diciembre del mismo año. La medalla acordada por decreto del 15 de agosto de 1821 y discernida el 27 de diciembre del mismo; Consejero de la Orden del “Sol del Perú”, el 16 de enero de 1822, con la pensión vitalicia de 1.000 pesos anuales; Jefe del Estado Mayor General de los Ejércitos del Perú el 25 de igual mes y año, el ya citado nombramiento de General en Jefe del Ejército del Centro, discernido el 14 de diciembre de 1822, por el general San Martín. En Chile el 28 de marzo de 1822 había sido condecorado con la “Legión del Mérito” y el 14 de noviembre de 1820 el Director O’Higgins le otorgaba los despachos de Mariscal de campo de aquel Estado.
Después de su representación ante el Congreso peruano, el sufrimiento del Ejército llegó a su colmo y el inflexible Arenales se vio en la imprescindible necesidad de elevar una queja formal firmada por todos los jefes del cuerpo, a nombre del Ejército, señalando el abandono en que éste se hallaba, al cual no se reponían las bajas siempre crecientes, haciendo resaltar los males palpables resultantes de esa inacción, terminando su exposición con la súplica de que se emprendiera la campaña de la Sierra que abriría nuevos recursos a la capital y destruiría en parte el descontento general que produce la inacción y la miseria. Alejado del Perú, pasó a Chile, llegando a la provincia de Salta, donde fue elegido gobernador el 29 de diciembre e 1823. A los cuidados de la administración interior se reunieron otros que interesaban a toda la República. Arenales fue comisionado por el gobierno el 22 de marzo de 1825 para atacar al general español Olañeta, que después de la jornada de Ayacucho permanecía al frente de una fuerza realista entre el desaguadero y Tupiza, y para cumplimentar esta orden marchó con una División para dispersarla. El coronel Carlos Medinaceli perteneciente a las fuerzas del general Olañeta se sublevó contra su jefe y se produjo un choque entre ambos bandos, el 1º de abril de 1825, en Tumusla, donde pereció Olañeta. Medinaceli y casi todo el resto de la fuerza realista, se entregó a Arenales, terminando así, completamente la guerra de la Independencia sudamericana. Por ese tiempo tuvo lugar el pronunciamiento de Tarija en provincia independiente dirigiéndose Arenales al gobierno nacional, cuyo apoyo le falló a causa de la guerra que acababa de declararse al Brasil y las reclamaciones de Arenales quedaron suspendidas por disposición superior en virtud de la misión de Alvear destinada a entrevistarse con Bolívar. Los esfuerzos posteriores del general Arenales, tendientes a evitar la desmembración, no fueron suficientes para eludirla por la influencia decisiva del caudillo colombiano. En 1826 realizó una exploración de las costas del río Bermejo, buscando la posibilidad de su navegación, de acuerdo con una compañía constituida a tal efecto, y proyectó un camino de acceso al mismo, a la par que trazaba un plano defensivo contra los indígenas. Poco antes se había concentrado en la tarea de organizar un cuerpo de 500 hombres para engrosar las fuerzas que alistaba la República para combatir con el imperio del Brasil. Fue en mérito a tantos afanes y desvelos, que el presidente Rivadavia le otorgó con fecha 7 de agosto de 1826, el empleo de Brigadier de los Ejércitos de la Patria. El 11 de febrero de este mismo año el ministro de Guerra por orden de Rivadavia nombró a Arenales “General de todas las tropas existentes en Salta”.
“El general Arenales –dice uno de los biógrafos- estrechamente ligado al gobierno presidencial, y sobre todo a la persona de Rivadavia, era la principal columna con que el gabinete presidencial contaba para organizar un poderoso grupo de fuerzas, que apoyando a Lamadrid en Tucumán, pudiera servir para desalojar de la provincia de Santiago del Estero a Ibarra, a Bustos de la provincia de Córdoba, para establecer en ambas el partido enemigo de éstos caudillos, que por lo mismo empezaba a llamarse liberal, y sofocar por fin en La Rioja la naciente nombradía de Quiroga”. No alcanzó a realizar sus propósitos, pues en Salta se preparaba una asonada con el objeto de deponerlo, pretextando sus enemigos de que quería perpetuarse en el mando; el movimiento estalló encabezado por el Gral. Dr. José Ignacio Gorriti, el 28 de enero de 1827, y después de algunas incidencias, el movimiento se resolvió en el combate de Chicoana, el 7 de febrero, resultando exterminado, pues sólo se salvó un soldado. Arenales se vio obligado a refugiarse en Bolivia, cuyo presidente el general Sucre, lo trató con toda deferencia. Se dedicó a las faenas rurales para subvenir al mantenimiento de su numerosa familia. Arenales estuvo casado con Serafina de Hoyos, con la cual tuvieron muchos hijos.
Una inflamación de garganta terminó con su vida en Moraya (Bolivia) el 4 de diciembre de 1831.
Fuera de los cargos y comisiones que se han detallado, el general Arenales fue designado el 23 de julio de 1823 por el ministro Rivadavia, para determinar como Representante de las Provincias Unidas del Río de la Plata, la línea de ocupación por parte del Perú, entre las autoridades españolas y las de los territorios limítrofes, especialmente el de estas provincias. Para cumplimentar tal misión, debió trasladarse a Salta, donde se situó.
Frías dice: “Arenales, solo ya, sigue peleando sin pensar en rendirse. Un feroz hachazo le tiene el cráneo abierto en uno de sus parietales. Su cara está tinta en sangre. Otro tajo horrible le abre desde arriba de la ceja hasta casi el extremo de la nariz, dividiéndola en dos; otro le parte la mejilla derecha, por bajo el pómulo, desde el arranque de la sien hasta cerca de la boca. En fin: trece heridas tiene despedazada su cara, su cabeza y su cuerpo –por lo que sus adversarios le llamarían con el apodo de “El Hachado”- y todas están manando sangre; pero él defiende la vida haciéndola pagar caro”.
“El bravo general sigue peleando solo, sin pensar en rendirse. Todos sus demás enemigos están heridos por su espada; más uno de ellos, que logra colocarse por detrás, le da un recio golpe con la culata del fusil; le hunde bajo de la nuca el hueso, derribándolo al suelo sin sentido, y boca abajo; con lo que lo dejaron por muerto, y continuaron la fuga”.
Revisionistas
miércoles, 23 de septiembre de 2015
Chile: Accidentada acta de independencia
El accidentado origen del Acta de Independencia de Chile
El texto del fin de la sujeción a España tuvo una apurada creación, tras la batalla de Chacabuco. La primera versión de 1818 fue sustituida por otra de 1832, destruida el 11 de septiembre de 1973.
Pablo Marín - La Tercera
Al decir de Diego Barros Arana, tras el triunfo patriota en Chacabuco (febrero de 1817) la revolución de Chile había entrado en un período donde no se disimulaba “un propósito firme y bien definido” en favor de la independencia. Para ese momento, agregaba el historiador, “Chile tenía bandera propia, escudo de armas, símbolo de un estado independiente”, y “no faltaba más que hacer una declaración expresa”, como en 1816 lo hicieron las provincias unidas del Río de la Plata.
Para entonces el esfuerzo del recién instalado Director Supremo, Bernardo O’Higgins, no sólo consistía en derrotar a los realistas en el sur. También, y sobre todo, estaba la creación de una marina de guerra capaz de imponerse en el Pacífico. Por ello, escribe en 1968 Luis Valencia Avaria, “no podía ignorar lo que [Juan] Mackenna le había señalado: un barco sin el pabellón de una nación independiente, oficialmente proclamada como tal, sería sólo un barco pirata frente a las demás naciones del mundo”.
La dimensión simbólica del minuto tuvo en su núcleo la necesidad de explicitar la autonomía. De fundar algo, si es que no de refundarlo. De ahí el interés que puede despertar el Acta de Proclamación de la Independencia, oficialmente jurada a un año exacto de Chacabuco. Una historia singular, tanto en su génesis como en su destino, que no es el que muchos creen (así como muchos asocian el “18” con la Independencia, más que con la instalación de la Primera Junta de Gobierno).
“Luego del triunfo en Chacabuco quedaba claro que la Independencia era algo que se había logrado y que ya no se retornaría a la monarquía”, afirma Cristián Guerrero Lira, académico del Depto. de Historia de la U. de Chile. “De ahí la importancia de formalizar esa realidad en una declaración que estableciera expresamente que se rompían los vínculos con la monarquía de España y cualquier otra potencia extranjera, todo esto previa consulta al ‘pueblo’ y con apuro, pues los realistas tenían fuerza militar considerable en Concepción, amenazando el futuro del movimiento”.
Entre la premura y la búsqueda de legitimidad, hubo voces que pidieron la convocatoria a un Congreso Nacional. Pero no fueron escuchadas: con O’Higgins ocupado en el sitio de Talcahuano, la Junta Suprema Delegada de Santiago llamó el 13 de noviembre de 1817 -y de modo inconsulto, según Valencia Avaria- a un plebiscito. En la capital y en otras ciudades libres del dominio realista se abrieron por 15 días dos libros, uno en favor de la independencia y otro en contra. La primera opción se impuso largamente.
Acto seguido, cuenta Barros Arana, y “a imitación de lo que se había hecho en otros pueblos, se resolvió que la declaración de independencia fuese hecha en un acta en que se expresase clara y concisamente la voluntad del pueblo chileno”. Un borrador del mismo se fechó el 17 de enero de 1818 y se envió a O’Higgins. Pero este último expresaría “un justo temor al tribunal severo de la censura universal”, que “me ha detenido suscribirle”. Objetó, igualmente, que el documento defendiera la fe religiosa (“los países cultos, señaló, han proclamado abiertamente la libertad de creencias”).
Así las cosas, el Director Supremo ordenó un nuevo texto a una comisión integrada por Miguel Zañartu, Juan Egaña y Manuel de Salas. Según un descendiente del primero, fue la versión de su antepasado la que primó, aunque al decir de Vicuña Mackenna el redactor habría sido el tucumano Bernardo Monteagudo. El caso es que O’Higgins dio su aprobación, no sin hacer cuatro enmiendas cuando el texto ya circulaba impreso.
En menos de 500 palabras, el texto informa “que el territorio continental de Chile y sus islas adyacentes, forman de hecho y por derecho, un Estado libre, independiente y soberano, y quedan para siempre separados de la Monarquía de España”.
En ánimo refundacional, el Acta llevó fecha “adelantada”: el 1 de enero de 1818. Pero se juró a partir del 12 de febrero. La ceremonia en Santiago no tuvo a O’Higgins, que la presidiría en Talca, pero sí a José de San Martín, que vio los estandartes albicelestes y tricolores compartir lugar en el estrado. “La capital no había visto días de mayor contento ni de entusiasmo más sincero y ardoroso”, afirmaría Barros Arana sobre una celebración que se extendió por tres jornadas.
Hasta hoy, no todos los historiadores del período consideran que el Acta haya tenido los alcances que vio Barros Arana. La declaración de Independencia, señala J.L. Ossa Santa Cruz “es un acto retóricamente revolucionario, pero sin mayor efecto”. O’Higgins tenía que elaborarla, agrega, porque de otro modo se interrumpía el apoyo argentino. El mismo que le permitió volver a Chile e instalarse como Director Supremo, cargo originalmente ofrecido a San Martín. “Si el cruce de la cordillera es el triunfo de O’Higgins, es precisamente porque [Juan Martín] Pueyrredon, desde la dirección suprema desde Buenos Aires, así decidió”.
Para el director del Centro de Estudios de Historia Política de la UAI, el Acta es significativa, pero no la expresión de una independencia territorial. “Un mes después, en Cancha Rayada”, agrega, “se podría haber perdido todo el proyecto de revolución. Estuvieron muy cerca, de hecho”.
Retrospectivamente el documento adquirió centralidad. Al menos para el Presidente José Joaquín Prieto, que en 1832 ordenó a un calígrafo confeccionar una nueva versión, sin las correcciones ni las tachaduras de 1818. Pero esta vez firmada, a diferencia de la original: Miguel Zañartu, Hipólito de Villegas y José Ignacio Zenteno, que vivían en Chile, pusieron su rúbrica. Y fue necesario enviar un agente a Perú para que le ”sacara” la suya a O’Higgins.
Así, una versión del documento es la que en la década siguiente pasó a decorar el Palacio de La Moneda y permaneció allí hasta quemarse o destruirse el 11 de septiembre de 1973 (se dice que Allende lo confió a su secretaria Myriam “Payita” Contreras y que un soldado lo rompió). Pero según confirma Guerrero Lira, el original está aún en el archivo del Congreso.
El texto del fin de la sujeción a España tuvo una apurada creación, tras la batalla de Chacabuco. La primera versión de 1818 fue sustituida por otra de 1832, destruida el 11 de septiembre de 1973.
Pablo Marín - La Tercera
Al decir de Diego Barros Arana, tras el triunfo patriota en Chacabuco (febrero de 1817) la revolución de Chile había entrado en un período donde no se disimulaba “un propósito firme y bien definido” en favor de la independencia. Para ese momento, agregaba el historiador, “Chile tenía bandera propia, escudo de armas, símbolo de un estado independiente”, y “no faltaba más que hacer una declaración expresa”, como en 1816 lo hicieron las provincias unidas del Río de la Plata.
Para entonces el esfuerzo del recién instalado Director Supremo, Bernardo O’Higgins, no sólo consistía en derrotar a los realistas en el sur. También, y sobre todo, estaba la creación de una marina de guerra capaz de imponerse en el Pacífico. Por ello, escribe en 1968 Luis Valencia Avaria, “no podía ignorar lo que [Juan] Mackenna le había señalado: un barco sin el pabellón de una nación independiente, oficialmente proclamada como tal, sería sólo un barco pirata frente a las demás naciones del mundo”.
La dimensión simbólica del minuto tuvo en su núcleo la necesidad de explicitar la autonomía. De fundar algo, si es que no de refundarlo. De ahí el interés que puede despertar el Acta de Proclamación de la Independencia, oficialmente jurada a un año exacto de Chacabuco. Una historia singular, tanto en su génesis como en su destino, que no es el que muchos creen (así como muchos asocian el “18” con la Independencia, más que con la instalación de la Primera Junta de Gobierno).
“Luego del triunfo en Chacabuco quedaba claro que la Independencia era algo que se había logrado y que ya no se retornaría a la monarquía”, afirma Cristián Guerrero Lira, académico del Depto. de Historia de la U. de Chile. “De ahí la importancia de formalizar esa realidad en una declaración que estableciera expresamente que se rompían los vínculos con la monarquía de España y cualquier otra potencia extranjera, todo esto previa consulta al ‘pueblo’ y con apuro, pues los realistas tenían fuerza militar considerable en Concepción, amenazando el futuro del movimiento”.
Entre la premura y la búsqueda de legitimidad, hubo voces que pidieron la convocatoria a un Congreso Nacional. Pero no fueron escuchadas: con O’Higgins ocupado en el sitio de Talcahuano, la Junta Suprema Delegada de Santiago llamó el 13 de noviembre de 1817 -y de modo inconsulto, según Valencia Avaria- a un plebiscito. En la capital y en otras ciudades libres del dominio realista se abrieron por 15 días dos libros, uno en favor de la independencia y otro en contra. La primera opción se impuso largamente.
Acto seguido, cuenta Barros Arana, y “a imitación de lo que se había hecho en otros pueblos, se resolvió que la declaración de independencia fuese hecha en un acta en que se expresase clara y concisamente la voluntad del pueblo chileno”. Un borrador del mismo se fechó el 17 de enero de 1818 y se envió a O’Higgins. Pero este último expresaría “un justo temor al tribunal severo de la censura universal”, que “me ha detenido suscribirle”. Objetó, igualmente, que el documento defendiera la fe religiosa (“los países cultos, señaló, han proclamado abiertamente la libertad de creencias”).
Así las cosas, el Director Supremo ordenó un nuevo texto a una comisión integrada por Miguel Zañartu, Juan Egaña y Manuel de Salas. Según un descendiente del primero, fue la versión de su antepasado la que primó, aunque al decir de Vicuña Mackenna el redactor habría sido el tucumano Bernardo Monteagudo. El caso es que O’Higgins dio su aprobación, no sin hacer cuatro enmiendas cuando el texto ya circulaba impreso.
En menos de 500 palabras, el texto informa “que el territorio continental de Chile y sus islas adyacentes, forman de hecho y por derecho, un Estado libre, independiente y soberano, y quedan para siempre separados de la Monarquía de España”.
En ánimo refundacional, el Acta llevó fecha “adelantada”: el 1 de enero de 1818. Pero se juró a partir del 12 de febrero. La ceremonia en Santiago no tuvo a O’Higgins, que la presidiría en Talca, pero sí a José de San Martín, que vio los estandartes albicelestes y tricolores compartir lugar en el estrado. “La capital no había visto días de mayor contento ni de entusiasmo más sincero y ardoroso”, afirmaría Barros Arana sobre una celebración que se extendió por tres jornadas.
Hasta hoy, no todos los historiadores del período consideran que el Acta haya tenido los alcances que vio Barros Arana. La declaración de Independencia, señala J.L. Ossa Santa Cruz “es un acto retóricamente revolucionario, pero sin mayor efecto”. O’Higgins tenía que elaborarla, agrega, porque de otro modo se interrumpía el apoyo argentino. El mismo que le permitió volver a Chile e instalarse como Director Supremo, cargo originalmente ofrecido a San Martín. “Si el cruce de la cordillera es el triunfo de O’Higgins, es precisamente porque [Juan Martín] Pueyrredon, desde la dirección suprema desde Buenos Aires, así decidió”.
Para el director del Centro de Estudios de Historia Política de la UAI, el Acta es significativa, pero no la expresión de una independencia territorial. “Un mes después, en Cancha Rayada”, agrega, “se podría haber perdido todo el proyecto de revolución. Estuvieron muy cerca, de hecho”.
Retrospectivamente el documento adquirió centralidad. Al menos para el Presidente José Joaquín Prieto, que en 1832 ordenó a un calígrafo confeccionar una nueva versión, sin las correcciones ni las tachaduras de 1818. Pero esta vez firmada, a diferencia de la original: Miguel Zañartu, Hipólito de Villegas y José Ignacio Zenteno, que vivían en Chile, pusieron su rúbrica. Y fue necesario enviar un agente a Perú para que le ”sacara” la suya a O’Higgins.
Así, una versión del documento es la que en la década siguiente pasó a decorar el Palacio de La Moneda y permaneció allí hasta quemarse o destruirse el 11 de septiembre de 1973 (se dice que Allende lo confió a su secretaria Myriam “Payita” Contreras y que un soldado lo rompió). Pero según confirma Guerrero Lira, el original está aún en el archivo del Congreso.
martes, 22 de septiembre de 2015
Guerra contra la Subversión: Pelea de ratas en Bonasso y Verbitsky
Bonasso enfureció con Verbitsky: "Me acusó de la desaparición de Rodolfo Walsh"
El dirigente desafió a un “cara a cara” al columnista de Página/12 y advirtió que lo denunciará penalmente.
El escritor Miguel Bonasso enfureció hoy con el columnista de Página/12, Horacio Verbitsky, y advirtió que lo denunciará penalmente por “inventar pérfidamente que Rodolfo (Walsh) murió por mi culpa”.
Se trata de un documental de Canal Encuentro que se está emitiendo durante esta semana, titulado “Perro-nismo”. Los episodios tratan de entrevistas a Verbitsky, repasan su biografía y su relación con el peronismo.
Según contó el propio Bonasso, en una de las emisiones, el autor de Robo Para la Corona “sale a culparme del secuestro y la muerte de Rodolfo Walsh”.
“Verbitsky, el ghost writer del brigadier Graffigna, que sale por el Herald a defenderlo, inventa pérfidamente que Rodolfo murió por mi culpa”, sentenció Bonasso, en una catarata de mensajes en la red social Twitter.
El escritor esbozó que las palabras de Verbitsky se deben a que el columnista de Página/12 ahora tiene que defenderse de la investigación de Gabriel Levinas, que lo acusó de haberle escrito discursos a Graffigna durante la última Dictadura.
“Verbitsky fue un agente de la fuerza aérea y es un entenado de la Fundación Ford. Sale a atacarme ahora porque es el quien está en la mira. Si "sabía" que yo dejé caer a Walsh, porqué se "demoró" 38 años en decirlo. ¿Porqué me trató como colega durante todos esos años?”, replicó.
Más aún, el escritor fue a fondo y le recordó a Verbitsky un viejo “favor” que le había hecho. “¿Por qué el mitológico Perro me pidió que no descubriera una gruesa mentira de su fuente en ‘El Vuelo’? ¿Porqué me pidió un nexo con Chávez?”, siguió.
Bonasso contó que accionará judicialmente no sólo contra el periodista, si no también con las autoridades del canal. “Yo no hablo por hablar. Cuando dije que la Barrick iba a terminar envenenando los ríos así ocurrió. Ahora revelaré el por qué de esta infamia”, escribió.
Por último, Bonasso lanzó un reto para Verbitsky: “Te desafío a que me digas en la cara, frente a los medios, la mentira inmunda sobre Walsh que me tiraste en Canal Encuentro”.
Perfil
El dirigente desafió a un “cara a cara” al columnista de Página/12 y advirtió que lo denunciará penalmente.
El escritor Miguel Bonasso enfureció hoy con el columnista de Página/12, Horacio Verbitsky, y advirtió que lo denunciará penalmente por “inventar pérfidamente que Rodolfo (Walsh) murió por mi culpa”.
Se trata de un documental de Canal Encuentro que se está emitiendo durante esta semana, titulado “Perro-nismo”. Los episodios tratan de entrevistas a Verbitsky, repasan su biografía y su relación con el peronismo.
Según contó el propio Bonasso, en una de las emisiones, el autor de Robo Para la Corona “sale a culparme del secuestro y la muerte de Rodolfo Walsh”.
“Verbitsky, el ghost writer del brigadier Graffigna, que sale por el Herald a defenderlo, inventa pérfidamente que Rodolfo murió por mi culpa”, sentenció Bonasso, en una catarata de mensajes en la red social Twitter.
El escritor esbozó que las palabras de Verbitsky se deben a que el columnista de Página/12 ahora tiene que defenderse de la investigación de Gabriel Levinas, que lo acusó de haberle escrito discursos a Graffigna durante la última Dictadura.
“Verbitsky fue un agente de la fuerza aérea y es un entenado de la Fundación Ford. Sale a atacarme ahora porque es el quien está en la mira. Si "sabía" que yo dejé caer a Walsh, porqué se "demoró" 38 años en decirlo. ¿Porqué me trató como colega durante todos esos años?”, replicó.
Más aún, el escritor fue a fondo y le recordó a Verbitsky un viejo “favor” que le había hecho. “¿Por qué el mitológico Perro me pidió que no descubriera una gruesa mentira de su fuente en ‘El Vuelo’? ¿Porqué me pidió un nexo con Chávez?”, siguió.
Bonasso contó que accionará judicialmente no sólo contra el periodista, si no también con las autoridades del canal. “Yo no hablo por hablar. Cuando dije que la Barrick iba a terminar envenenando los ríos así ocurrió. Ahora revelaré el por qué de esta infamia”, escribió.
Por último, Bonasso lanzó un reto para Verbitsky: “Te desafío a que me digas en la cara, frente a los medios, la mentira inmunda sobre Walsh que me tiraste en Canal Encuentro”.
Perfil
lunes, 21 de septiembre de 2015
SGM: El guardia que se enamoró
El soldado nazi que logró salvar a la mujer judía de la que se enamoró en Auschwitz
ABC.ES / MADRID
El guardia de las SS Franz Wunsch consiguió que Helena Citronova y su hermana evitasen la cámara de gas. Años después ellas declararon a su favor en un juicio
El soldado nazi que logró salvar a la mujer judía de la que se enamoró en Auschwitz
DAILY MAIL
Franz Wunsch y Helena Citronova
Un amor prohibido en el peor lugar de la tierra que tuvo por suerte un final feliz. Y es que, pese a las restrictivas leyes alemanas, que prohibían las relaciones entre arios y judíos, el guardia de las SS Franz Wunsch logró evitar que la judía polaca Helena Citronova y su hermana acabasen en la cámara de gas en plena Segunda Guerra Mundial.
En una ocasión Helena fue obligada a cantar y su voz sedujo a Wunsch, cancerbero del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, que se enamoró perdidamente de ella y la tomó a partir de entonces bajo su protección. Según narró posteriormente la propia Citronova, el soldado la miraba con dulzura, le enviaba galletas e incluso le escribía notas que decían: «Amor. Estoy enamorado de ti».
Citronova, según recoge el rotativo británico «Daily Mail», acogió el cortejo con extrema frialdad, pero poco a poco llegó a enamorarse del soldado. «Con el paso del tiempo llegó un momento en el que de verdad lo amé».
La antigua prisionera, que falleció en 2005 pero cuyo testimonio ha perdurado gracias a un documental grabado por el cineasta Laurence Rees, comenzó a enamorarse después de que Wunsch lograse salvar la vida de su hermana, que había llegado al campo de concentración junto con sus dos hijos.
Cuando Helena y Rozinka tuvieron que abandonar el campo en una de las denominadas «marchas de la muerte», el SS les regaló dos pares de botas de piel y la dirección de su madre en Viena.
Las dos hermanas no volverían a verle hasta 1972, cuando el testimonio de ambas en un juicio sería clave para devolverle el favor y salvar su vida. Algo que no les resultó fácil, porque numerosos testimonios le acusaban de ser un guardián sanguinario y estar al menos en una ocasión al mando de una ejecución en una cámara de gas. «Conocer a Helena cambió mi comportamiento. Me convirtió en otra persona», aseguró Wunsch en el juicio.
ABC.ES / MADRID
El guardia de las SS Franz Wunsch consiguió que Helena Citronova y su hermana evitasen la cámara de gas. Años después ellas declararon a su favor en un juicio
El soldado nazi que logró salvar a la mujer judía de la que se enamoró en Auschwitz
DAILY MAIL
Franz Wunsch y Helena Citronova
Un amor prohibido en el peor lugar de la tierra que tuvo por suerte un final feliz. Y es que, pese a las restrictivas leyes alemanas, que prohibían las relaciones entre arios y judíos, el guardia de las SS Franz Wunsch logró evitar que la judía polaca Helena Citronova y su hermana acabasen en la cámara de gas en plena Segunda Guerra Mundial.
En una ocasión Helena fue obligada a cantar y su voz sedujo a Wunsch, cancerbero del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, que se enamoró perdidamente de ella y la tomó a partir de entonces bajo su protección. Según narró posteriormente la propia Citronova, el soldado la miraba con dulzura, le enviaba galletas e incluso le escribía notas que decían: «Amor. Estoy enamorado de ti».
Citronova, según recoge el rotativo británico «Daily Mail», acogió el cortejo con extrema frialdad, pero poco a poco llegó a enamorarse del soldado. «Con el paso del tiempo llegó un momento en el que de verdad lo amé».
La antigua prisionera, que falleció en 2005 pero cuyo testimonio ha perdurado gracias a un documental grabado por el cineasta Laurence Rees, comenzó a enamorarse después de que Wunsch lograse salvar la vida de su hermana, que había llegado al campo de concentración junto con sus dos hijos.
Cuando Helena y Rozinka tuvieron que abandonar el campo en una de las denominadas «marchas de la muerte», el SS les regaló dos pares de botas de piel y la dirección de su madre en Viena.
«Los niños no pueden vivir aquí», dijo Wunsch«Le dije que la iban a llevar a la cámara de gas. Él me preguntó su nombre y me dijo que la salvaría, aunque no pudo hacer nada por sus hijos», recordaba Citronova. «Los niños no pueden vivir aquí», dice que le respondió Wunsch, quién consiguió convencer a las autoridades del campo de que dejasen con vida a la hermana Rozinka porque podría serle útil para realizar trabajos forzados.
Las dos hermanas no volverían a verle hasta 1972, cuando el testimonio de ambas en un juicio sería clave para devolverle el favor y salvar su vida. Algo que no les resultó fácil, porque numerosos testimonios le acusaban de ser un guardián sanguinario y estar al menos en una ocasión al mando de una ejecución en una cámara de gas. «Conocer a Helena cambió mi comportamiento. Me convirtió en otra persona», aseguró Wunsch en el juicio.
domingo, 20 de septiembre de 2015
Argentina: Que dejó la Revolución Libertadora
A 60´ años de la gloriosa Revolución Libertadora
Por Nicolás Márquez - La Prensa Popular
O lo de Lonardi fue una verdadera epopeya o el desmoronamiento de Perón y de todas sus estructuras dependientes fueron al margen del arrojo de Lonardi. Dicho de otro modo: ¿fue Lonardi un súper-héroe o fue Perón un gigante de cartón? Los súper-héroes no existen y en todo caso Lonardi obró inequívocamente como un héroe pero a su vez, Perón demostró que lo que verdaderamente tenía de gigante era su verba: “¡Compañeros!: los jefes de esta asonada, hombres deshonestos y sin honor, han hecho como hacen todos los cobardes: en el momento abandonaron sus fuerzas y las dejaron libradas a su propia suerte. Ninguno de ellos fue capaz de pelear y hacerse matar en su puesto. Compañeros: nosotros, los soldados, sabemos que nuestro oficio es uno solo: morir por nuestro honor; y un militar que no sabe morir por su honor no es digno de ser militar, ¡ni de ser ciudadano argentino!” arengó el bocón el 29 de septiembre de 1951 tras la frustrada rebelión de Menéndez. Pero cuatro años después él mismo escapaba sin morir, sin pelear, abandonando a los suyos y sin el menor gesto de honor. “Si el pueblo no me necesita, como argentino me sentiré más seguro en la cárcel que en ninguna Embajada extranjera. Digo esto no para no atribuirme méritos, sino para hacer resaltar la diferencia que hay entre nosotros y estos opositores a la violeta, que cuando se resfrían se van a una Embajada como exiliados” disparó en 1952. Pero en 1955 buscó desesperadamente escondite en la primera Embajada que le diera cabida: la del Paraguay comandada por su amigo el dictador Strossner.
Sin embargo, lo más curioso de todo este desenlace no son las mentiras y contradicciones en las que con insistencia y habitualidad recurría Perón, sino el hecho de que en septiembre de 1955 él le sobraba estructura política y militar (la proporción entre leales y rebeldes era de 7 a 1) como para haber podido aplastar a la revolución si acaso hubiese tenido verdaderos dones de mando militar y hubiese contado con las suficientes agallas como para asumir la responsabilidad de liquidar a los rebeldes en Córdoba. Vale decir: sin quitarle el menor mérito a los jefes revolucionarios y a sus heroicos hombres (cono el ContraAlirante Isaak Rojas o el General Pedro Eugenio Aramburu), si la misma prepotencia discursiva con la que Perón se pavoneaba desde los balcones la hubiese portado y aplicado como militar y jefe de Estado, muy probablemente el dictador no hubiese terminado escapando tan deshonrosa y miserablemente.
“Mejor que decir es hacer” decía siempre Perón, aunque paradojalmente si analizamos sus dichos y sus hechos notamos que durante los momentos cruciales o decisivos de su trajinada vida política y militar su gallardía acabara siendo oral y en su actuar concreto no hiciera más que desdecirse y/o autodestruirse, obrando como un verdadero gigante con pies de barro o una suerte de Goliat[1] de las pampas.
Sin embargo, meses después, Perón intentó reformular sus risueñas e inconsistentes excusas y para tal fin elaboró un libro auto-justificativo titulado “La fuerza es el derecho de las bestias”, en el cual sostuvo entre otras cosas que él renunció a la presidencia para salvar la refinería de petróleo que amenazaba bombardear la Marina, puesto que para él esa fábrica le despertaba una especial ternura: “yo la consideraba como un hijo mío. Yo había puesto el primer ladrillo” anotó sentimentalmente, siendo que además el bombardeo implicaría “la destrucción de 10 años de trabajo y la pérdida de 400 millones de dólares”[5]. ¿O sea que el jefe militar de una revolución “anti-oligárquica” abandona a sus “descamisados” a merced de los “explotadores” para salvar la integridad de una simple refinería que al cederla iba a ser luego usufructuada no por “su pueblo” sino por los “explotadores oligarcas”? Es decir, por un posterior gobierno “gorila” que por supuesto obraría al servicio del “imperialismo y las clases dominantes”.
Pero como estas estulticias justificativas no encajaban en ningún razonamiento que pretenda tomarse por serio, en ese mismo libro Perón tomó la precaución de completar su frágil explicación con un argumento un poco más elegante al sostener que en verdad se fue para “no derramar sangre” puesto que además él mismo se negó a armar a los obreros para defender su gobierno: “Influenciaba también mi espíritu la idea de una posible guerra civil de amplia destrucción, y recordaba el panorama de una pobre España devastada que presencié en 1939. Muchos me aconsejaban abrir los arsenales y entregar las armas y municiones a los obreros, que estaban ansiosos de empuñarlas, pero hubiera representado una masacre, y probablemente la destrucción de medio Buenos Aires”[6]. ¿O sea que el “macho”, el Primer Trabajador, el “Gran Conductor”, el General de la Nación y el Libertador de la Nueva Argentina tras haberle ordenado a su pueblo “dar la vida en su puesto de combate” y exhortarles “que caigan cinco de ellos por cada uno nuestro” ahora cedía ante la “oligarquía” bajo el argumento postrero de que no querer “derramar sangre” tras negarse otorgarles armar a los obreros que según él estaban “ansiosos de empuñarlas”? Resulta muy curioso este último silogismo pacifista de Perón, puesto que en carta escrita y remitida en 1956 a John William Cooke, el propio Perón escribió exactamente todo lo contrario y encima culpó a sus colaboradores militares de no haberse animado a armar a los obreros: “Tanto Lucero como Sosa Molina se opusieron terminantemente a que se le entregaran armas a los obreros, sus generales y sus jefes defeccionaron miserablemente, sino en la misma medida que la marina y la aviación, por lo menos en forma de darme la sensación que ellos preferían que vencieran los revolucionarios (sus camaradas) antes que el pueblo impusiera el orden que ellos eran incapaces de guardar e impotentes de establecer”[7]. Luego, en su citado libro, Perón argumenta lo mismo que anotó en la carta a Cooke, pero en esta ocasión no culpó a sus militares sino a sus Ministros: “En los primeros días de septiembre (…) Como un reaseguro, propuse a los Ministros movilizar parte del pueblo, de acuerdo con la ley, para la defensa de las instituciones; pero no encontré acogida favorable por consideraciones secundarias, referidas al efecto que una medida semejante podría ocasionar en los Comandos que, siendo leales, se sentirían objeto de una desconfianza injusta”[8] y en reportaje concedido el 12 de junio de 1956 se despacha contra ministros y militares por igual agregando: “Yo no acuso de traidores a mis Ministros, que fueron fieles, pero sí los acuso de haberme impedido usar al pueblo para la defensa, con el tonto concepto de que lo harían las fuerzas militares, que en la prueba demostraron que no valían nada o que no querían defender al pueblo. Ésa es la verdad, dura pero la verdad. Yo debía haberlos destituido, pero desgraciadamente ya era tarde”[9].
Es decir, siempre echándole la culpa a los demás y sin la menor autocrítica, Perón primero anotó que no quiso “derramar sangre” ni “armar a los obreros” y en declaraciones separadas culpó a sus generales y Ministros de no haber tenido éstos la voluntad de aplastar la rebelión ni de haberse animados a armar a los obreros. Pero hay más chivos expiatorios usados por Perón para justificar su derrumbe. En el colmo de la ingratitud, el “Primer Trabajador” en sus memorias grabadas, culpó a su “pueblo trabajador” no sólo de cobardía sino de haber facilitado su derrocamiento: “nuestro pueblo, que había recibido enormes ventajas y reivindicaciones contra la explotación de que había sido víctima desde hacía un siglo, debía haber tenido un mayor entusiasmo por defender lo que se le había dado. Pero no lo defendió porque todos eran ´pancistas´…! Pensaban con la panza y no con la cabeza y el corazón!…Esta ingratitud me llevó a pensar que darles conquistas y reivindicaciones a un pueblo que no es capaz de defenderlas, es perder el tiempo…Si no hubieran existido todas esas cosas que le dan asco a uno, yo hubiera defendido el asunto y…salgo con un regimiento, decido la situación y termina el problema…También me desilusionaron los gremios. La huelga general estaba preparada y no salieron…Entonces llegué a la conclusión de que el pueblo argentino merecía un castigo terrible por lo que había hecho”[10].
En otra ocasión, en una de las fantasías más ocurrentes que Perón haya esbozado para explicar su derrocamiento, se animó a sostener que él defeccionó porque sus propios militares de confianza pretendían matarlo: “Si yo no me hubiera dado cuenta de la traición y hubiera permanecido en Buenos Aires, ellos mismos me habrían asesinado, aunque solo fuera para hacer méritos con los vencedores (…) de muchos ya tengo opinión formada como traidores, como cobardes y como felones”[11]. Pero curiosamente años después (en 1970) expuso todo lo contrario: “A mí las Fuerzas Armadas no me defeccionaron: sólo un pequeño sector de ellas. Si yo hubiese resuelto resistir no tenía problemas”[12].
No contento con todo este cúmulo de insensateces, más adelante en el tiempo Perón le expuso a su biógrafo Pavón Pereyra que él se fue por culpa de una conspiración pergeñada por el Primer Ministro de Inglaterra Winston Churchill en un contubernio conformado por el judaísmo, la masonería y el Papa: “Aquí es lícito hablar de factores supranacionales. Ya se sabe que el vaticanismo, la masonería y el sionismo aparecen simultáneamente unidos cada vez que se les disputan en las áreas nacionales el predominio del poder del espíritu, del poder político o del poder del dinero” agregando que “Nuestro error básico quizás haya consistido en no considerar a la lucha entablada contra el peronismo como un fragmento de la lucha secular con Inglaterra” resumiendo la componenda como una “vulgar estratagema churchilliana”[13]
De todas sus bromas explicativas, dejamos para el final la que consideramos más ficcionaria y es la que le brindó a Esteban Peicovich en reportaje concedido en Madrid en 1965, en donde la misma persona que se cansó de perseguir, torturar y encarcelar comunistas sostuvo que en 1955 cayó por falta de apoyo del comunismo internacional: “Si en 1954 Rusia hubiere estado tan fuerte como después, yo hubiera sido el primer Fidel Castro de América Latina”[14].
¿Sintetizamos tamaño abarrotamiento de incongruentes mentiras para no marearnos tanto? Tras excusarse de haber huido por culpa de los nacionalistas que lo voltearon como consecuencia de su acuerdo petrolero con el capitalismo estadounidense, Perón acusó luego a los Estados Unidos de haberlo derrocado (inminente invasión que iría en apoyo de los revolucionarios que derogaron el contrato petrolero que precisamente beneficiaba a los norteamericanos). Posteriormente sostuvo que escapó en salvaguarda de su coqueta refinería, la cual al abandonarla dejaba en pleno usufructo a la “oligarquía”. Seguidamente explicó su fuga inventando su pacífica pretensión de evitar derramar sangre al no querer armar a los obreros, pero luego culpó a sus generales de no haberlos armado, responsabilizó del mismo pecado a sus ministros y por último calificó de cobardía y pancismo a los mismísimos obreros por no haberse estos animados a empuñar armas en su defensa.
Pero todos estos divagues no le impidieron sostener a Perón en otra ocasión que a él lo volteó una conjura encabezada por el Primer Ministro inglés al encabezar una sórdida conspiración antiperonista conformada por el Vaticano, la masonería y el judaísmo. Y en el medio de todo este grotesco galimatías también supo perorar conque en verdad ocurrió que sus militares de confianza pretendían matarlo, aunque posteriormente sostuvo que no, que los militares locales jamás lo traicionaron y finalmente, quien fuera un confesado militar mussolinista y perseguidor de comunistas nos ilustró sosteniendo que en puridad él cayó por no contar con el anhelado apoyo soviético, lamentable ausencia que le impidió convertirse en el primer presidente comunista del hemisferio. ¡Es “too much”!. ¿Tanta pirueta verbal para intentar explicar sin éxito que el verdadero motivo de su fuga fue su cobardía?
Fragmento del último libro “Perón, el fetiche de las masas. Biografía de un dictador”. ¿Cómo conseguirlo? Clickeando aca.
[1] De acuerdo con la narración bíblica (1ª de Samuel 17:4-23; 21:9), Goliat fue un soldado gigante de la ciudad de Gat y paladín del ejército filisteo, que durante cuarenta días asedió a los ejércitos de Israel. En dicha historia fue derrotado y herido porel pequeño David con una honda y una piedra y murió decapitado por su propia espada.
[2] Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013. Pág.759.
[3] Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013. Pág 760.
[4] Grabación de audio citada reproducida en el documental audiovisual “Perón, Sinfonía del Sentimiento”, dirigido por Leonardo Favio. Puede escucharse en internet en el siguiente enlace:
[5] PAGE, JOSEPH A.: “Perón, una Biografía”. Ed Sudamericana de Bolsillo, 1 edición, año 2005. pág 384.
[6] Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013. Págs. 759/760.
[7] Citado en Íd., pág. 761.
[8] Los libros del exilio, 1955-1973, Volumen 1, Juan Domingo Perón, Corregidor, 1996 , pág. 72.
[9]Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013. Pág.761.
[10] PAGE, JOSEPH A.: “Perón, una Biografía”. Ed Sudamericana de Bolsillo, 1 edición, año 2005. Pág 387
[11] Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013.Pág. 761.
[12] Entrevista publicada en la revista Triunfo N. 414, 9 de mayo de 1970, en Madrid. Citado en La Revolución del 55 - Isidoro J. Ruiz Moreno. Buenos Aires: Claridad, 2013. Pág.760
[13] Perón tal como es. Enrique Pavón Pereyra. Editorial Macacha Guemes. 1973, segunda edición. Pág. 125, 126.
[14] PEICOVICH, ESTEBAN: “Hola Perón”; Granica Editor, 2ª edición, Bs.As, 1973, pág. 46.
Por Nicolás Márquez - La Prensa Popular
¿Un gigante de cartón?
Una semana antes de que se consumara la Revolución Libertadora en el histórico septiembre de 1955´, el General Eduardo Lonardi, oficial retirado, sin mando de tropa, sin un programa previamente acordado con sus camaradas de armas (ni siquiera conocía en persona al Almirante Rojas) y sin coordinación alguna con los partidos políticos opositores osó viajar sin custodia en un micro de línea (acompañado de su mujer y su hijo) desde Buenos Aires a Córdoba con su uniforme militar doblado en un bolso de mano y una semana después, regresó a Buenos Aires como Presidente de la Nación. Indudablemente, lo suyo fue una hazaña digna de quedar en los anales de la historia: en ese lapso Lonardi tomó personalmente la Escuela de Artillería de Córdoba, tras ocho horas de desigual combate logró la rendición de la Escuela de Infantería, luego se plantó quijotescamente frente al Ejército leal (que lo quintuplicaba en efectivos) hasta hacerlo hocicar, paralizó al hegemónico Congreso de la Nación, neutralizó al movimiento sindical que días atrás había recibido la orden de del dictador Perón de matar “5 por 1” y se mantuvo imperturbable ante el bombardeo informativo de los medios de comunicación, todos en manos del régimen.O lo de Lonardi fue una verdadera epopeya o el desmoronamiento de Perón y de todas sus estructuras dependientes fueron al margen del arrojo de Lonardi. Dicho de otro modo: ¿fue Lonardi un súper-héroe o fue Perón un gigante de cartón? Los súper-héroes no existen y en todo caso Lonardi obró inequívocamente como un héroe pero a su vez, Perón demostró que lo que verdaderamente tenía de gigante era su verba: “¡Compañeros!: los jefes de esta asonada, hombres deshonestos y sin honor, han hecho como hacen todos los cobardes: en el momento abandonaron sus fuerzas y las dejaron libradas a su propia suerte. Ninguno de ellos fue capaz de pelear y hacerse matar en su puesto. Compañeros: nosotros, los soldados, sabemos que nuestro oficio es uno solo: morir por nuestro honor; y un militar que no sabe morir por su honor no es digno de ser militar, ¡ni de ser ciudadano argentino!” arengó el bocón el 29 de septiembre de 1951 tras la frustrada rebelión de Menéndez. Pero cuatro años después él mismo escapaba sin morir, sin pelear, abandonando a los suyos y sin el menor gesto de honor. “Si el pueblo no me necesita, como argentino me sentiré más seguro en la cárcel que en ninguna Embajada extranjera. Digo esto no para no atribuirme méritos, sino para hacer resaltar la diferencia que hay entre nosotros y estos opositores a la violeta, que cuando se resfrían se van a una Embajada como exiliados” disparó en 1952. Pero en 1955 buscó desesperadamente escondite en la primera Embajada que le diera cabida: la del Paraguay comandada por su amigo el dictador Strossner.
Sin embargo, lo más curioso de todo este desenlace no son las mentiras y contradicciones en las que con insistencia y habitualidad recurría Perón, sino el hecho de que en septiembre de 1955 él le sobraba estructura política y militar (la proporción entre leales y rebeldes era de 7 a 1) como para haber podido aplastar a la revolución si acaso hubiese tenido verdaderos dones de mando militar y hubiese contado con las suficientes agallas como para asumir la responsabilidad de liquidar a los rebeldes en Córdoba. Vale decir: sin quitarle el menor mérito a los jefes revolucionarios y a sus heroicos hombres (cono el ContraAlirante Isaak Rojas o el General Pedro Eugenio Aramburu), si la misma prepotencia discursiva con la que Perón se pavoneaba desde los balcones la hubiese portado y aplicado como militar y jefe de Estado, muy probablemente el dictador no hubiese terminado escapando tan deshonrosa y miserablemente.
“Mejor que decir es hacer” decía siempre Perón, aunque paradojalmente si analizamos sus dichos y sus hechos notamos que durante los momentos cruciales o decisivos de su trajinada vida política y militar su gallardía acabara siendo oral y en su actuar concreto no hiciera más que desdecirse y/o autodestruirse, obrando como un verdadero gigante con pies de barro o una suerte de Goliat[1] de las pampas.
Es too much!
Perón no sólo obró sin honor ni dignidad durante la Revolución Libertadora sino que tampoco contó con dichos atributos con posterioridad, es decir, a la hora de reflexionar sobre lo sucedido. En efecto, tras fugarse intentó ensayar de inmediato explicaciones acerca del porqué de su caída, y una de sus primeras ficciones, sostenida el 5 de octubre de 1955 (semana posterior a la Revolución) se la concedió a la agencia norteamericana United Press en donde manifestó que su destitución obedeció a la conspiración desatada por determinados nacionalistas locales que se opusieron a su política “entreguista” para con la petrolera norteamericana Standard Oil: “Las causas son solamente políticas. El móvil, la reacción oligarco-clerical para entronizar el conservadorismo caduco; el medio, la fuerza medida por la ambición y el dinero. El contrato petrolífero, un pretexto de los que trabajaban de ultranacionalistas sui generis”[2]. Es decir, el fugitivo alegaba haber caído por culpa de los chauvinistas que no entendieron su acuerdo bilateral con el capitalismo estadounidense. Argumento raro el de Perón, teniendo en cuenta que posteriormente él mismo inventó que la causa de su caída fue paradojalmente consecuencia de una conspiración del capitalismo estadounidense: “A nosotros no nos volteó el pueblo argentino: nos voltearon los yanquis; y quién sabe si hubiéramos tomado otras medidas: tal vez hubiese venido una invasión como la de Santo Domingo (…) Todo fue orquestado por los Estados Unidos”[3]. Incluso, uno de sus delirios explicativos más intensos sobre esta última “tesis” la brindó Perón en el mes de noviembre de 1955 en Panamá, cuando se justificó ante la prensa diciendo que se fue de la Argentina para evitar una invasión norteamericana y de la “sinarquía internacional”: “P- General, si las fuerzas leales eran superiores a los insurgentes y además el pueblo estaba con Ud. y la CGT pidió armas para defender al gobierno ¿por qué no resistió? – JDP: ¿qué resolvíamos con eso? La sinarquía internacional se nos iba a echar encima más ruidosamente, quizás nos iban a mandar marines (marinos norteamericanos), pudieron haber muerto un millón de argentinos. ¿Qué favor le haríamos al país?”[4]. ¿En qué quedamos?. ¿Lo voltearon los nacionalistas por “cipayo” o lo voltearon los norteamericanos por “anti-imperialista”? Las recurrentes ficciones de Perón no pasan la prueba de la risa, no sólo por sus insalvables contradicciones sino porque en esta última fantasía suya (la de pretender evitar una “invasión norteamericana”), es el propio dictador el que semanas antes de huir le acababa de entregar la explotación del petróleo en bandeja a los Estados Unidos, y luego alegaba haber desistido la lucha para evitar una inminente invasión estadounidense, la cual acudiría en apoyo de la Revolución Libertadora que fue justamente la que días después anuló los contratos petroleros con la Standard Oil norteamericana que solícitamente había firmado Perón!Sin embargo, meses después, Perón intentó reformular sus risueñas e inconsistentes excusas y para tal fin elaboró un libro auto-justificativo titulado “La fuerza es el derecho de las bestias”, en el cual sostuvo entre otras cosas que él renunció a la presidencia para salvar la refinería de petróleo que amenazaba bombardear la Marina, puesto que para él esa fábrica le despertaba una especial ternura: “yo la consideraba como un hijo mío. Yo había puesto el primer ladrillo” anotó sentimentalmente, siendo que además el bombardeo implicaría “la destrucción de 10 años de trabajo y la pérdida de 400 millones de dólares”[5]. ¿O sea que el jefe militar de una revolución “anti-oligárquica” abandona a sus “descamisados” a merced de los “explotadores” para salvar la integridad de una simple refinería que al cederla iba a ser luego usufructuada no por “su pueblo” sino por los “explotadores oligarcas”? Es decir, por un posterior gobierno “gorila” que por supuesto obraría al servicio del “imperialismo y las clases dominantes”.
Pero como estas estulticias justificativas no encajaban en ningún razonamiento que pretenda tomarse por serio, en ese mismo libro Perón tomó la precaución de completar su frágil explicación con un argumento un poco más elegante al sostener que en verdad se fue para “no derramar sangre” puesto que además él mismo se negó a armar a los obreros para defender su gobierno: “Influenciaba también mi espíritu la idea de una posible guerra civil de amplia destrucción, y recordaba el panorama de una pobre España devastada que presencié en 1939. Muchos me aconsejaban abrir los arsenales y entregar las armas y municiones a los obreros, que estaban ansiosos de empuñarlas, pero hubiera representado una masacre, y probablemente la destrucción de medio Buenos Aires”[6]. ¿O sea que el “macho”, el Primer Trabajador, el “Gran Conductor”, el General de la Nación y el Libertador de la Nueva Argentina tras haberle ordenado a su pueblo “dar la vida en su puesto de combate” y exhortarles “que caigan cinco de ellos por cada uno nuestro” ahora cedía ante la “oligarquía” bajo el argumento postrero de que no querer “derramar sangre” tras negarse otorgarles armar a los obreros que según él estaban “ansiosos de empuñarlas”? Resulta muy curioso este último silogismo pacifista de Perón, puesto que en carta escrita y remitida en 1956 a John William Cooke, el propio Perón escribió exactamente todo lo contrario y encima culpó a sus colaboradores militares de no haberse animado a armar a los obreros: “Tanto Lucero como Sosa Molina se opusieron terminantemente a que se le entregaran armas a los obreros, sus generales y sus jefes defeccionaron miserablemente, sino en la misma medida que la marina y la aviación, por lo menos en forma de darme la sensación que ellos preferían que vencieran los revolucionarios (sus camaradas) antes que el pueblo impusiera el orden que ellos eran incapaces de guardar e impotentes de establecer”[7]. Luego, en su citado libro, Perón argumenta lo mismo que anotó en la carta a Cooke, pero en esta ocasión no culpó a sus militares sino a sus Ministros: “En los primeros días de septiembre (…) Como un reaseguro, propuse a los Ministros movilizar parte del pueblo, de acuerdo con la ley, para la defensa de las instituciones; pero no encontré acogida favorable por consideraciones secundarias, referidas al efecto que una medida semejante podría ocasionar en los Comandos que, siendo leales, se sentirían objeto de una desconfianza injusta”[8] y en reportaje concedido el 12 de junio de 1956 se despacha contra ministros y militares por igual agregando: “Yo no acuso de traidores a mis Ministros, que fueron fieles, pero sí los acuso de haberme impedido usar al pueblo para la defensa, con el tonto concepto de que lo harían las fuerzas militares, que en la prueba demostraron que no valían nada o que no querían defender al pueblo. Ésa es la verdad, dura pero la verdad. Yo debía haberlos destituido, pero desgraciadamente ya era tarde”[9].
Es decir, siempre echándole la culpa a los demás y sin la menor autocrítica, Perón primero anotó que no quiso “derramar sangre” ni “armar a los obreros” y en declaraciones separadas culpó a sus generales y Ministros de no haber tenido éstos la voluntad de aplastar la rebelión ni de haberse animados a armar a los obreros. Pero hay más chivos expiatorios usados por Perón para justificar su derrumbe. En el colmo de la ingratitud, el “Primer Trabajador” en sus memorias grabadas, culpó a su “pueblo trabajador” no sólo de cobardía sino de haber facilitado su derrocamiento: “nuestro pueblo, que había recibido enormes ventajas y reivindicaciones contra la explotación de que había sido víctima desde hacía un siglo, debía haber tenido un mayor entusiasmo por defender lo que se le había dado. Pero no lo defendió porque todos eran ´pancistas´…! Pensaban con la panza y no con la cabeza y el corazón!…Esta ingratitud me llevó a pensar que darles conquistas y reivindicaciones a un pueblo que no es capaz de defenderlas, es perder el tiempo…Si no hubieran existido todas esas cosas que le dan asco a uno, yo hubiera defendido el asunto y…salgo con un regimiento, decido la situación y termina el problema…También me desilusionaron los gremios. La huelga general estaba preparada y no salieron…Entonces llegué a la conclusión de que el pueblo argentino merecía un castigo terrible por lo que había hecho”[10].
En otra ocasión, en una de las fantasías más ocurrentes que Perón haya esbozado para explicar su derrocamiento, se animó a sostener que él defeccionó porque sus propios militares de confianza pretendían matarlo: “Si yo no me hubiera dado cuenta de la traición y hubiera permanecido en Buenos Aires, ellos mismos me habrían asesinado, aunque solo fuera para hacer méritos con los vencedores (…) de muchos ya tengo opinión formada como traidores, como cobardes y como felones”[11]. Pero curiosamente años después (en 1970) expuso todo lo contrario: “A mí las Fuerzas Armadas no me defeccionaron: sólo un pequeño sector de ellas. Si yo hubiese resuelto resistir no tenía problemas”[12].
No contento con todo este cúmulo de insensateces, más adelante en el tiempo Perón le expuso a su biógrafo Pavón Pereyra que él se fue por culpa de una conspiración pergeñada por el Primer Ministro de Inglaterra Winston Churchill en un contubernio conformado por el judaísmo, la masonería y el Papa: “Aquí es lícito hablar de factores supranacionales. Ya se sabe que el vaticanismo, la masonería y el sionismo aparecen simultáneamente unidos cada vez que se les disputan en las áreas nacionales el predominio del poder del espíritu, del poder político o del poder del dinero” agregando que “Nuestro error básico quizás haya consistido en no considerar a la lucha entablada contra el peronismo como un fragmento de la lucha secular con Inglaterra” resumiendo la componenda como una “vulgar estratagema churchilliana”[13]
De todas sus bromas explicativas, dejamos para el final la que consideramos más ficcionaria y es la que le brindó a Esteban Peicovich en reportaje concedido en Madrid en 1965, en donde la misma persona que se cansó de perseguir, torturar y encarcelar comunistas sostuvo que en 1955 cayó por falta de apoyo del comunismo internacional: “Si en 1954 Rusia hubiere estado tan fuerte como después, yo hubiera sido el primer Fidel Castro de América Latina”[14].
¿Sintetizamos tamaño abarrotamiento de incongruentes mentiras para no marearnos tanto? Tras excusarse de haber huido por culpa de los nacionalistas que lo voltearon como consecuencia de su acuerdo petrolero con el capitalismo estadounidense, Perón acusó luego a los Estados Unidos de haberlo derrocado (inminente invasión que iría en apoyo de los revolucionarios que derogaron el contrato petrolero que precisamente beneficiaba a los norteamericanos). Posteriormente sostuvo que escapó en salvaguarda de su coqueta refinería, la cual al abandonarla dejaba en pleno usufructo a la “oligarquía”. Seguidamente explicó su fuga inventando su pacífica pretensión de evitar derramar sangre al no querer armar a los obreros, pero luego culpó a sus generales de no haberlos armado, responsabilizó del mismo pecado a sus ministros y por último calificó de cobardía y pancismo a los mismísimos obreros por no haberse estos animados a empuñar armas en su defensa.
Pero todos estos divagues no le impidieron sostener a Perón en otra ocasión que a él lo volteó una conjura encabezada por el Primer Ministro inglés al encabezar una sórdida conspiración antiperonista conformada por el Vaticano, la masonería y el judaísmo. Y en el medio de todo este grotesco galimatías también supo perorar conque en verdad ocurrió que sus militares de confianza pretendían matarlo, aunque posteriormente sostuvo que no, que los militares locales jamás lo traicionaron y finalmente, quien fuera un confesado militar mussolinista y perseguidor de comunistas nos ilustró sosteniendo que en puridad él cayó por no contar con el anhelado apoyo soviético, lamentable ausencia que le impidió convertirse en el primer presidente comunista del hemisferio. ¡Es “too much”!. ¿Tanta pirueta verbal para intentar explicar sin éxito que el verdadero motivo de su fuga fue su cobardía?
Fragmento del último libro “Perón, el fetiche de las masas. Biografía de un dictador”. ¿Cómo conseguirlo? Clickeando aca.
[1] De acuerdo con la narración bíblica (1ª de Samuel 17:4-23; 21:9), Goliat fue un soldado gigante de la ciudad de Gat y paladín del ejército filisteo, que durante cuarenta días asedió a los ejércitos de Israel. En dicha historia fue derrotado y herido porel pequeño David con una honda y una piedra y murió decapitado por su propia espada.
[2] Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013. Pág.759.
[3] Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013. Pág 760.
[4] Grabación de audio citada reproducida en el documental audiovisual “Perón, Sinfonía del Sentimiento”, dirigido por Leonardo Favio. Puede escucharse en internet en el siguiente enlace:
[5] PAGE, JOSEPH A.: “Perón, una Biografía”. Ed Sudamericana de Bolsillo, 1 edición, año 2005. pág 384.
[6] Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013. Págs. 759/760.
[7] Citado en Íd., pág. 761.
[8] Los libros del exilio, 1955-1973, Volumen 1, Juan Domingo Perón, Corregidor, 1996 , pág. 72.
[9]Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013. Pág.761.
[10] PAGE, JOSEPH A.: “Perón, una Biografía”. Ed Sudamericana de Bolsillo, 1 edición, año 2005. Pág 387
[11] Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013.Pág. 761.
[12] Entrevista publicada en la revista Triunfo N. 414, 9 de mayo de 1970, en Madrid. Citado en La Revolución del 55 - Isidoro J. Ruiz Moreno. Buenos Aires: Claridad, 2013. Pág.760
[13] Perón tal como es. Enrique Pavón Pereyra. Editorial Macacha Guemes. 1973, segunda edición. Pág. 125, 126.
[14] PEICOVICH, ESTEBAN: “Hola Perón”; Granica Editor, 2ª edición, Bs.As, 1973, pág. 46.
sábado, 19 de septiembre de 2015
Biografía: Allende ante la caída de su regimen
Allende: "Si quedo herido, pégame un tiro"
El médico Danilo Bartulín, que vivió los últimos momentos del presidente, reconstruye el asalto golpista a La Moneda
JUAN JESÚS AZNAREZ - El País
El palacio de la Moneda ardía por los cuatro costados después del intenso bombardeo golpista y los milicos insurrectos ya asomaban sus fusiles por las esquinas de la calle Morande, convencidos de que ese día, 11 de septiembre del año 1973, habrían de detener al vendepatrias comunista atrincherado en el edificio bajo asedio. En uno de los salones, el presidente constitucional de Chile, Salvador Allende, disparando con la metralleta regalada por Fidel Castro, pidió un último favor a Danilo Bartulín: "Tú has sido mi mejor y más leal amigo. Si quedo herido, pégame un tiro". "Usted es el último que debe morir aquí. Antes moriremos nosotros", le respondió Bartulín.
La traición se había adueñado de la marina en Valparaíso y después de los cuartos de banderas de todo el país. La escuadrilla que atacaba la sede del Gobierno en Santiago efectuó 14 pasadas sobre el edificio donde resistían el presidente y 32 fieles, y las 28 bombas lanzadas por los cazas redujeron a escombros parte de sus instalaciones, y las esperanzas de los combatientes.
Las tropas encargadas de expugnar el edificio obedecían al general Augusto Pinochet, que había sido nombrado jefe del ejército por sus méritos en la represión del golpe del 29 de julio contra el Gobierno socialista de la Unidad Popular. Hacia las diez de la mañana del 11 de septiembre, un edecán militar comunicó que Pinochet estaba dispuesto a enviar un vehículo para trasladar al presidente ante su presencia. Danilo Bartulín, entonces con 33 años -médico personal de Allende, su confidente político y amigo del alma, miembro de la dirección del Grupo de Amigos Personales (GAP)-, recuerda la contestación del hombre que perdería la vida sin haber renunciado a la Presidencia. "Dile esto: que un presidente digno recibe en la Presidencia; si quiere parlamentar, que venga él aquí". Nunca pudo hablar con Pinochet, ni con el generalato alzado contra su Administración.
"Allende, con el casco puesto, estaba tranquilo, muy sereno, pero decepcionado. Los edecanes militares de La Moneda le dijeron: 'Mire, todas las Fuerzas Armadas están en el golpe, así que renuncie'. Él les responde: 'Ustedes pónganse a disposición de sus mandos, que yo me quedaré aquí como presidente'. Poco antes transmitiría por Radio Magallanes el discurso de la despedida; el pliego de cargos contra la deslealtad castrense, las ambiciones de la oligarquía nacional y su sometimiento a Washington: '¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo (...). Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor". Allende murió sin saber si su voz había sido escuchada. El bombardeo se anunció para las once y comenzó diez minutos antes del mediodía. "La primera bomba me tiró al piso [suelo] y los cristales me hicieron un corte en la mano", dice Bartulín.
¿Por qué el golpe? "Quizá el proceso de reformas fue demasiado rápido", afirma el médico de Allende, que salvó la vida milagrosamente después de año y medio de detención y salvajes torturas. El exilio le llevó a México 10 años y otros 20 a Cuba, dedicado al comercio exterior.
Salvador Allende había ganado las elecciones de 1970, en coalición con los comunistas y otros partidos menores, y durante los primeros 1.000 días de su mandato ejecutó cambios que levantaron ampollas entre el empresariado y la burguesía militar y civil: nacionalizó la banca, estatalizó los sectores claves de la economía y ejecutó una redistribución agraria que en un solo año expropió más de dos millones de hectáreas. Estados Unidos, todavía en guerra fría con la URSS, bajó el pulgar. Richard Nixon ocupaba la Casa Blanca; Henry Kissinger, el Departamento de Estado, y George Bush, padre, estaba al frente de la CIA. "Imagínese el trío", subraya Bartulín. La ultraizquierda oficialista también presionaba para imponer sus políticas en el precario Gobierno de la Unidad Popular.
Los efectos de la pinza nacional y extranjera, y la complicidad de los sectores de la Democracia Cristiana que supieron de la conspiración cuartelera, fueron fulminantes; también pesó la decisión de Allende de comunicar a Pinochet, en quien confiaba entonces, de su decisión de convocar un plebiscito sobre su mandato. Los conjurados aceleraron la insurrección para impedirlo. "La mañana del bombardeo, Allende nos reunió a todos en el salón de conferencias y ceremonias de La Moneda. Estábamos unas 60 personas, pero nos quedamos 33. Nos dijo: "Tiene obligación de quedarse conmigo solamente mi guardia personal y, si quieren, todo aquel que tenga un arma y sepa disparar". Danilo Bartulín era uno de los jefes de la guardia personal. Usaba pistola. Aquel día llevaba dos. Los helicópteros ya ametrallaban el pétreo palacio neoclásico inaugurado dos siglos atras. "Allende dice: 'Vamos a buscar los sitios de defensa: los balcones, las ventanas, donde se pueda disparar". Bartulín se despidió por teléfono de sus tres hijos, de diez, nueve y ocho años. "Papá, ¿y la guardia de palacio?, ¿y los generales amigos?". No los había.
El presidente y su colaborador se cobijaron entre dos gruesos muros, cerca de la cocina. "Allende me pide un pedazo de pan. Le doy el pedazo de pan, y como había unos pollos troceados, le dije: 'Doctor, voy a cocinar porque a lo mejor no bombardean nunca'. Lo hicieron pronto. La escuadrilla de Hawker Hunter bombardeó a placer al filo de las doce y durante media hora. Los dos amigos, que se habían hermanado políticamente desde los años de activismo universitario, se acurrucaron juntos para guarecerse de los impactos y ondas expansivas que derrumbaron paredes y activaron incendios en los cuatro puntos cardinales de la edificación gubernamental. Los sitiadores lanzaron bombas lacrimógenas, los sitiados se colocaron las máscaras antigás, y la gente con instrucción castrense disparó bazucas y ametralladoras pesadas sobre el escuadrón de blindados desplegado por los accesos de La Moneda. Bartulín cita al presidente impartiendo órdenes, dispuesto al martirio por la causa: "¡Que todo el mundo dispare. No hay rendición!".
Las bombas no mataron, pero su efecto fue demoledor sobre el ánimo de algunos leales. Doce días antes, el presidente se había reunido con dirigentes de la Democracia Cristiana, en casa del cardenal Raúl Silva, para tratar de evitar el alzamiento. Salió de la reunión abatido: "Esa gente no quiere nada". Todo indica que los democristianos ambicionaban la presidencia de la república, de manos de los militares, para Eduardo Frei Montalvo. El fiel asesor de Allende, el colaborador al tanto de sus entrevistas, agenda y cavilaciones, tuvo una idea para abortar la asonada: movilizar a la opinión pública internacional. "Doctor, nos está quedando una única salida. Usted toma un avión y se va a la Cumbre de Argel [Conferencia del Movimiento de los Países No alineados], y luego se va a Roma y habla con el Papa", le aconsejó Bartulín. Allende había sopesado esa opción, y, durante una semana, un avión estuvo listo para despegar hacia Argel, pero los partidos no autorizaron el viaje del presidente al extranjero.
"Después del bombardeo llega un momento en que la gente que estaba en La Moneda me pide que hable con el presidente para que se rinda", revela Danilo Bartulín, por primera vez, durante la conversación con este periódico para reconstruir las últimas horas de Allende. El médico Arturo Girón, y Eduardo Paredes, ex jefe de la policía civil, junto con el responsable militar del GAP, conocido como Carlos, piden a Bartulín que convenza a Allende de la inutilidad de la resistencia. La Moneda era una pira, y el agua de las cañerías reventadas por la metralla caía por las escaleras e inundaba los salones y estancias de palacio, sometido a fuego cruzado. No había por dónde disparar, y los militares estaban encima. "Presidente, me hablaron para decirme que perder una batalla no es perder la guerra, y que la situación es insostenible. Allende me dijo que sí, que aceptaba la rendición". Los médicos atan un delantal blanco a una escoba y lo enseñan por una ventana. No hubo tiempo para más. Los pelotones irrumpen por la puerta del número 80 de la calle Morande. Bartulín es detenido porque se encontraba junto a ese acceso y, boca abajo, es molido a culatazos. Allende se batía en la segunda planta, y el general Javier Palacios fue a por él. Afirmó que se había suicidado. "Cualquier versión es defendible, también la del asesinato. No hay testigos presenciales", subraya Bartulín. El posterior calvario del joven chileno de origen yugoslavo que jugaba al ajedrez con Allende hasta la madrugada, que fue su mensajero en tareas políticas confidenciales y que estuvo a su lado hasta el final, sí tuvo testigos. Durante meses le aplicaron corrientes eléctricas desnudo sobre un jergón, simularon su fusilamiento, le reventaron a golpes y mil veces creyó morir a manos de unos verdugos que disfrutaron supliciándole: "Tenías que haber envenenado al Chicho [Allende]. Serías famoso". La única notoriedad ambicionada por Danilo Bartulín fue la resultante de su lealtad al legado de Salvador Allende, del que nunca abdicó.
El médico Danilo Bartulín, que vivió los últimos momentos del presidente, reconstruye el asalto golpista a La Moneda
JUAN JESÚS AZNAREZ - El País
El palacio de la Moneda ardía por los cuatro costados después del intenso bombardeo golpista y los milicos insurrectos ya asomaban sus fusiles por las esquinas de la calle Morande, convencidos de que ese día, 11 de septiembre del año 1973, habrían de detener al vendepatrias comunista atrincherado en el edificio bajo asedio. En uno de los salones, el presidente constitucional de Chile, Salvador Allende, disparando con la metralleta regalada por Fidel Castro, pidió un último favor a Danilo Bartulín: "Tú has sido mi mejor y más leal amigo. Si quedo herido, pégame un tiro". "Usted es el último que debe morir aquí. Antes moriremos nosotros", le respondió Bartulín.
La traición se había adueñado de la marina en Valparaíso y después de los cuartos de banderas de todo el país. La escuadrilla que atacaba la sede del Gobierno en Santiago efectuó 14 pasadas sobre el edificio donde resistían el presidente y 32 fieles, y las 28 bombas lanzadas por los cazas redujeron a escombros parte de sus instalaciones, y las esperanzas de los combatientes.
"Salvador Allende, con el casco puesto, estaba tranquilo, muy sereno, pero decepcionado"
"¡No voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo"
Allende aceptó la rendición después del bombardeo porque se lo pidieron varios combatientes
Bartulín propuso al presidente pedir la intercesión del Papa para neutralizar los planes golpistas
Las tropas encargadas de expugnar el edificio obedecían al general Augusto Pinochet, que había sido nombrado jefe del ejército por sus méritos en la represión del golpe del 29 de julio contra el Gobierno socialista de la Unidad Popular. Hacia las diez de la mañana del 11 de septiembre, un edecán militar comunicó que Pinochet estaba dispuesto a enviar un vehículo para trasladar al presidente ante su presencia. Danilo Bartulín, entonces con 33 años -médico personal de Allende, su confidente político y amigo del alma, miembro de la dirección del Grupo de Amigos Personales (GAP)-, recuerda la contestación del hombre que perdería la vida sin haber renunciado a la Presidencia. "Dile esto: que un presidente digno recibe en la Presidencia; si quiere parlamentar, que venga él aquí". Nunca pudo hablar con Pinochet, ni con el generalato alzado contra su Administración.
"Allende, con el casco puesto, estaba tranquilo, muy sereno, pero decepcionado. Los edecanes militares de La Moneda le dijeron: 'Mire, todas las Fuerzas Armadas están en el golpe, así que renuncie'. Él les responde: 'Ustedes pónganse a disposición de sus mandos, que yo me quedaré aquí como presidente'. Poco antes transmitiría por Radio Magallanes el discurso de la despedida; el pliego de cargos contra la deslealtad castrense, las ambiciones de la oligarquía nacional y su sometimiento a Washington: '¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo (...). Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor". Allende murió sin saber si su voz había sido escuchada. El bombardeo se anunció para las once y comenzó diez minutos antes del mediodía. "La primera bomba me tiró al piso [suelo] y los cristales me hicieron un corte en la mano", dice Bartulín.
¿Por qué el golpe? "Quizá el proceso de reformas fue demasiado rápido", afirma el médico de Allende, que salvó la vida milagrosamente después de año y medio de detención y salvajes torturas. El exilio le llevó a México 10 años y otros 20 a Cuba, dedicado al comercio exterior.
Salvador Allende había ganado las elecciones de 1970, en coalición con los comunistas y otros partidos menores, y durante los primeros 1.000 días de su mandato ejecutó cambios que levantaron ampollas entre el empresariado y la burguesía militar y civil: nacionalizó la banca, estatalizó los sectores claves de la economía y ejecutó una redistribución agraria que en un solo año expropió más de dos millones de hectáreas. Estados Unidos, todavía en guerra fría con la URSS, bajó el pulgar. Richard Nixon ocupaba la Casa Blanca; Henry Kissinger, el Departamento de Estado, y George Bush, padre, estaba al frente de la CIA. "Imagínese el trío", subraya Bartulín. La ultraizquierda oficialista también presionaba para imponer sus políticas en el precario Gobierno de la Unidad Popular.
Los efectos de la pinza nacional y extranjera, y la complicidad de los sectores de la Democracia Cristiana que supieron de la conspiración cuartelera, fueron fulminantes; también pesó la decisión de Allende de comunicar a Pinochet, en quien confiaba entonces, de su decisión de convocar un plebiscito sobre su mandato. Los conjurados aceleraron la insurrección para impedirlo. "La mañana del bombardeo, Allende nos reunió a todos en el salón de conferencias y ceremonias de La Moneda. Estábamos unas 60 personas, pero nos quedamos 33. Nos dijo: "Tiene obligación de quedarse conmigo solamente mi guardia personal y, si quieren, todo aquel que tenga un arma y sepa disparar". Danilo Bartulín era uno de los jefes de la guardia personal. Usaba pistola. Aquel día llevaba dos. Los helicópteros ya ametrallaban el pétreo palacio neoclásico inaugurado dos siglos atras. "Allende dice: 'Vamos a buscar los sitios de defensa: los balcones, las ventanas, donde se pueda disparar". Bartulín se despidió por teléfono de sus tres hijos, de diez, nueve y ocho años. "Papá, ¿y la guardia de palacio?, ¿y los generales amigos?". No los había.
El presidente y su colaborador se cobijaron entre dos gruesos muros, cerca de la cocina. "Allende me pide un pedazo de pan. Le doy el pedazo de pan, y como había unos pollos troceados, le dije: 'Doctor, voy a cocinar porque a lo mejor no bombardean nunca'. Lo hicieron pronto. La escuadrilla de Hawker Hunter bombardeó a placer al filo de las doce y durante media hora. Los dos amigos, que se habían hermanado políticamente desde los años de activismo universitario, se acurrucaron juntos para guarecerse de los impactos y ondas expansivas que derrumbaron paredes y activaron incendios en los cuatro puntos cardinales de la edificación gubernamental. Los sitiadores lanzaron bombas lacrimógenas, los sitiados se colocaron las máscaras antigás, y la gente con instrucción castrense disparó bazucas y ametralladoras pesadas sobre el escuadrón de blindados desplegado por los accesos de La Moneda. Bartulín cita al presidente impartiendo órdenes, dispuesto al martirio por la causa: "¡Que todo el mundo dispare. No hay rendición!".
Las bombas no mataron, pero su efecto fue demoledor sobre el ánimo de algunos leales. Doce días antes, el presidente se había reunido con dirigentes de la Democracia Cristiana, en casa del cardenal Raúl Silva, para tratar de evitar el alzamiento. Salió de la reunión abatido: "Esa gente no quiere nada". Todo indica que los democristianos ambicionaban la presidencia de la república, de manos de los militares, para Eduardo Frei Montalvo. El fiel asesor de Allende, el colaborador al tanto de sus entrevistas, agenda y cavilaciones, tuvo una idea para abortar la asonada: movilizar a la opinión pública internacional. "Doctor, nos está quedando una única salida. Usted toma un avión y se va a la Cumbre de Argel [Conferencia del Movimiento de los Países No alineados], y luego se va a Roma y habla con el Papa", le aconsejó Bartulín. Allende había sopesado esa opción, y, durante una semana, un avión estuvo listo para despegar hacia Argel, pero los partidos no autorizaron el viaje del presidente al extranjero.
"Después del bombardeo llega un momento en que la gente que estaba en La Moneda me pide que hable con el presidente para que se rinda", revela Danilo Bartulín, por primera vez, durante la conversación con este periódico para reconstruir las últimas horas de Allende. El médico Arturo Girón, y Eduardo Paredes, ex jefe de la policía civil, junto con el responsable militar del GAP, conocido como Carlos, piden a Bartulín que convenza a Allende de la inutilidad de la resistencia. La Moneda era una pira, y el agua de las cañerías reventadas por la metralla caía por las escaleras e inundaba los salones y estancias de palacio, sometido a fuego cruzado. No había por dónde disparar, y los militares estaban encima. "Presidente, me hablaron para decirme que perder una batalla no es perder la guerra, y que la situación es insostenible. Allende me dijo que sí, que aceptaba la rendición". Los médicos atan un delantal blanco a una escoba y lo enseñan por una ventana. No hubo tiempo para más. Los pelotones irrumpen por la puerta del número 80 de la calle Morande. Bartulín es detenido porque se encontraba junto a ese acceso y, boca abajo, es molido a culatazos. Allende se batía en la segunda planta, y el general Javier Palacios fue a por él. Afirmó que se había suicidado. "Cualquier versión es defendible, también la del asesinato. No hay testigos presenciales", subraya Bartulín. El posterior calvario del joven chileno de origen yugoslavo que jugaba al ajedrez con Allende hasta la madrugada, que fue su mensajero en tareas políticas confidenciales y que estuvo a su lado hasta el final, sí tuvo testigos. Durante meses le aplicaron corrientes eléctricas desnudo sobre un jergón, simularon su fusilamiento, le reventaron a golpes y mil veces creyó morir a manos de unos verdugos que disfrutaron supliciándole: "Tenías que haber envenenado al Chicho [Allende]. Serías famoso". La única notoriedad ambicionada por Danilo Bartulín fue la resultante de su lealtad al legado de Salvador Allende, del que nunca abdicó.
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