El teatro de los juicios
El autor indaga acerca de las razones del poder político para realizar juicios por delitos de lesa humanidad sin guardar la imparcialidad debida.
Por Luis Alberto Romero
Historiador. Club Político Argentino.
Especial para Los Andes
La payasada de los juicios de lesa de humanidad en Bahía Blanca
¿Cuál es el balance de los actuales juicios de lesa humanidad? Los pésimos procedimientos seguidos han dañado seriamente el estado de derecho y el principio del gobierno de la ley. Respecto de la verdad, hubo poco de nuevo, pues quienes podían hablar se han abroquelado en el silencio. Se ha castigado, masivamente y al bulto, pero muchos inocentes cayeron en la volteada. Vistos desde otra perspectiva, los juicios han constituido un espectáculo impactante, un teatro. ¿Qué es exactamente lo que se quiso mostrar?
La justicia siempre ha tenido una dimensión teatral: una escenificación destinada a expresar de modo sencillo el principio abstracto que la guiaba. En Inglaterra se trataba de la majestad de la justicia. Para eso estaban las pelucas y las togas, el estrado elevado, el juramento de los testigos, los alegatos y el fallo, en el que la culpabilidad debía quedar demostrada más allá de toda duda razonable.
En el Tribunal Revolucionario de la Francia jacobina, en cambio, se escenificaba el poder soberano del Pueblo, encarnado en el fiscal Fouquier-Tinville. Él recibía las denuncias, ordenaba las prisiones, elegía a los jueces y jurados, seleccionaba el público, redactaba la acusación e interrogaba a los testigos; luego del fallo, disponía las carretas que llevaban a los “enemigos del pueblo” a la guillotina, y al pie de ésta recibía al verdugo. Así fueron ejecutados María Antonieta, Brissot, Danton, Robespierre, y finalmente el propio Fouquier.
Los juicios actuales por delitos de lesa humanidad no resisten la comparación con los de 1985, cuyo procedimiento inobjetable afirmó y consolidó el estado de derecho. Estos, en cambio, son manipulados sin disimulos por el gobierno y sus militantes. En ellos no se representa ni la majestad de la ley ni la voluntad del pueblo. Con una cuidada puesta en escena, escenifican los atributos más valorados por el gobierno: su discrecionalidad y su impunidad.
El primer acto del drama es el trato vejatorio a los acusados, para quienes no valen los derechos humanos. A los mayores, la prisión domiciliaria les fue negada sistemáticamente, incluso a los muy enfermos. Así han muerto en sus celdas más de 300 detenidos. No faltará quien piense que se lo merecían, pero es un argumento inaceptable en un estado de derecho.
El público, que jugó un papel importante, era usualmente preparado previamente por la prensa y los militantes. En algún caso, se realizó un festival de rock, convocado bajo el lema “Democracia con justicia y verdad” y presidido por la fiscal general Gils Carbó y el secretario de Derechos Humanos. En las sesiones, tribunas vociferantes presionaron a los testigos y “escracharon” a los abogados defensores. Los fiscales, generalmente militantes, designaron fiscales ad hoc, elegidos entre los abogados querellantes y notoriamente parciales.
Preparados por sus abogados y por los fiscales, los testigos recordaron, treinta años después de los hechos, detalles que nunca habían mencionado antes. Si se salían del libreto, el fiscal y hasta el juez les recordaban por dónde debía ir su testimonio. En sus alegatos, los fiscales repitieron el mismo texto en diferentes juicios. Entre los jueces, hubo militantes que condujeron el proceso con mano firme, y otros timoratos, acostumbrados a un ejercicio más serio de su función pero incapaces de resistir la doble presión de los militantes y del poder político.
Lo peor fueron las sentencias. En los casos de quienes habían sido jóvenes oficiales, policías o gendarmes, el único indicio de culpabilidad fue que prestaban servicios en una dependencia en donde se torturaba o mataba. Habitualmente no había pruebas fehacientes de que hubieran participado, y se sabe que solo una parte de ellos eran convocados a ese nefasto servicio. Sin embargo, el criterio aplicado por los tribunales fue el del “partícipe necesario”: no podían no haber participado o sabido qué es lo que allí pasaba -daba lo mismo-, y eso los hacía culpables.
Esta es la desviación más grave del principio judicial de la prueba “más allá de toda duda razonable”. En la tradición judicial, y en la doctrina de los derechos humanos, se afirma que todos los acusados son inocentes hasta que no se demuestre su culpabilidad. Aquí se ha partido del principio inverso: el acusado es culpable, a menos que pueda probar su inocencia. Salvo, claro, en el caso de Milani.
Muchos intervinientes en estos juicios han contado, en general privadamente, estas barbaridades jurídicas. Muchos expertos han dicho que con esos fundamentos las sentencias son endebles y no resisten una revisión. Es posible que esto ocurra cuando lleguen a la Corte Suprema, o cuando la presión del gobierno no sea tan notoria. Por entonces, probablemente, la mayoría de los condenados ya habrá muerto.
Estos juicios van a dejar gravemente herida a la justicia y al principio de los derechos humanos, víctima de un gobierno que, curiosamente, se gloria de defenderlos. ¿Para qué? La respuesta más obvia remite al clima faccioso, a la decisión política de llevar el enfrentamiento al límite, y a la explotación del deseo primario de la revancha, usando el poder contra los antiguos victimarios. No es justificable y es deplorable, pero es entendible. Poner la otra mejilla nunca ha sido un principio popular.
Pero se necesita algo más para explicar la grosería del procedimiento y el pisoteo de la tradición judicial. Me parece que todo es tan deliberado como un discurso de Cristina o unas declaraciones de Aníbal Fernández. Se trata de mostrar y escenificar qué valor le asigna a la justicia y a las instituciones un gobierno convencido de que el pueblo le ha confiado la suma del poder. Es la versión más terrible de una manera de entender la política, que remonta a la Revolución Francesa. Hoy, como entonces, la teatralización no es accesoria sino central.
La impunidad y la arbitrariedad son dos de los nombres del poder. Hacer gala de ellas es un poderoso disuasivo y un instrumento disciplinador. Probablemente allí resida la lógica profunda del gobierno que ahora termina.
domingo, 14 de febrero de 2016
sábado, 13 de febrero de 2016
viernes, 12 de febrero de 2016
jueves, 11 de febrero de 2016
Biografía: Más pruebas que Hitler escapó y hacia Argentina
Secreto bajo el suelo de Berlín
A partir del hallazgo de un túnel que conectaba el búnker de Hitler con el aeropuerto, expertos reflotan la teoría de un posible escape... a la Argentina. Un documental de History Channel revive el misterio
Evangelina Himitian
LA NACION
BERLÍN.- "Si Adolf Hitler fuera mi jefe y tuviera que ocultarlo, lo llevaría a la Argentina, sin dudas. A Misiones, a la Triple Frontera. Ese sería el lugar perfecto", afirma Bob Baer, un ex agente de la CIA responsable de guiar una investigación sobre el dictador alemán que convocó a expertos de todo el mundo para analizar unos 700 documentos del FBI que fueron desclasificados en 2014 por decisión del presidente norteamericano, Barack Obama, y que contienen información hasta ahora secreta sobre la investigación que hizo Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, para dar con su paradero.
"Incluso hoy, Argentina sería el lugar más seguro donde esconderlo", dice Baer en una entrevista en Berlín con La Nación revista. Baer trabajó por 21 años en la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y en sus últimos años integró un grupo de elite dedicado al rastreo de terroristas. Fue parte de la operación Saddam Hussein y hoy es un reconocido experto en inteligencia militar a nivel mundial. Su historia fue llevada al cine en Syriana, y George Clooney ganó un Oscar en 2006 por encarnar a Baer.
Ahora el ex agente fue convocado por el canal History Channel, junto con un grupo de expertos en distintas áreas, para investigar la muerte de Hitler, no como un hecho histórico sino como un caso actual. ¿Hay suficiente evidencia para sostener que Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945 en su búnker, en Berlín? La investigación de este grupo de expertos se puede ver en la serie de ocho capítulos que History puso en pantalla desde esta semana y que en su gran mayoría fue rodada en la Argentina: Hunting Hitler.
"No encontramos pruebas concluyentes sobre el suicidio. En cambio, sí mucha información que indica que podría haber escapado a Argentina", revela Baer.
"Hoy, si estuviéramos investigando la muerte de un personaje de semejante relevancia, con la información disponible concluiríamos que no hay evidencia para determinar que Hitler se haya suicidado", agrega Tim Kennedy, un sargento de primera clase del Séptimo Grupo de Fuerzas Especiales del ejército de los Estados Unidos, que trabajó en Medio Oriente por once años y que fue parte del grupo encargado de certificar la captura y muerte de Ben Laden.
¿Y si no se suicidó, cómo escapó? ¿Hacia dónde? "Tenemos suficientes indicios para creer que escapó hacia la Argentina. Era un lugar seguro. Allí podría haber vivido una larga y feliz vida, rodeado de nazis y sin ser descubierto jamás", agrega Kennedy. ¿Por qué hoy no se puede confirmar que se haya suicidado? Uno de los documentos analizados es un memo del 8 de mayo 1947, del legendario director del FBI, J. Edgar Hoover: "Los oficiales del ejército estadounidense en Alemania no han localizado el cuerpo de Hitler ni hay ninguna fuente fiable que pueda decir sin dudas que Hitler está muerto". Y agrega: "Existe la posibilidad de que esté vivo".
"No hubo testigos visuales del suicidio. Nadie vio su cuerpo. ¿Ninguna persona de su entorno levantó la frazada que lo cubría antes de prenderle fuego? No es muy creíble", dice Kennedy. Tampoco, dice, hubo pruebas de ADN. La única persona que relató haber visto el cuerpo de Hitler fue Heinz Linge, uno de sus edecanes, a quien, momentos antes del supuesto suicidio, le habría dado instrucciones de quemar su cuerpo y el de su esposa en la plaza de la Cancillería, afuera del búnker.
Aunque desde los primeros días se alimentó la teoría conspirativa, a lo largo de los años los libros de historia han contado la versión del suicidio basados en el relato del historiador británico Hugh Trevor Roper, agente de inteligencia militar que en 1945 recibió el encargo gubernamental de investigar la muerte de Hitler para rebatir las insinuaciones soviéticas de que aún estaba vivo bajo la protección de los aliados occidentales. La versión oficial, ampliamente aceptada, dice que el 29 de abril de 1945 Hitler se encerró en su búnker. Esa noche, se casó con la mujer que lo había acompañado sus últimos años, Eva Braun; escribió su testamento político y horas más tarde ambos se suicidaron, sin testigos, en una oficina. Los dos tomaron cianuro, pero Hitler, además, se disparó. Tal como Hitler les había indicado, sus colaboradores esperaron 15 minutos para entrar. Linge, el edecán, relató haberlos visto muerto, él con un disparo en la cabeza y ella doblada sobre las rodillas. De inmediato, cubrió los cuerpos con frazadas. Nadie más los vio. A los cuerpos los sacaron envueltos en una alfombra. Los llevaron a la plaza de la Cancillería, los rociaron con combustible y les prendieron fuego.
Junto a los expertos reunidos por History Channel, un grupo de periodistas recorre el túnel que unía la Cancillería con Tempelhof
Los restos de esa hoguera se conservaron en el búnker. Cuando los soviéticos llegaron, el 2 de mayo, se apoderaron de ellos. Muchos años más tarde, con la caída de la Unión Soviética, se pudo recuperar ese cofre. En 2009, un científico consiguió someter esos restos a un análisis de ADN. Encontró material genético de una sólo persona: una mujer de unos 30 años. ¿Eva Braun? Probablemente. Pero hay un hallazgo que comienza a evidenciar grietas en la versión oficial. Había una parte de un cráneo: en él, la marca de un disparo. En el capítulo 2 de Hunting Hitler, Baer entrevistó al científico que analizó esta prueba. Su hallazgo contradice la versión del suicidio. El cráneo era de una mujer, pero según el relato oficial, Eva no se había disparado sino que había caído muerta tras tomar el veneno. Los investigadores de History enviaron un equipo para rastrear a la única descendiente viva de la familia de Braun, en el sudoeste de Alemania. Analizar su ADN y cotejarlo con el de los restos que quedaron en poder de los soviéticos permitiría cerrar uno de los grandes misterios del siglo XX. Pero la mujer no accedió a la prueba.
Al someter los documentos del FBI a un software especializado, Baer y su equipo encontraron que se produjo una fuga masiva de nazis desde el aeropuerto de Tempelhof, en Berlín, a partir del mismo día en que Hitler fue visto por última vez, el 21 de abril. "¿Cómo hubiera podido escapar Hitler en una ciudad en llamas para llegar al aeropuerto?", se pregunta Kennedy. "Era el hombre más buscado de la tierra. Ni siquiera a bordo de un tanque lo hubiera conseguido", afirma Sascha Keil, un historiador alemán, de la Berlin Underworlds Association, que se sumó al equipo y que parece haber dado con la llave de esa parte de la historia. ¿Si no se suicidó, hacia dónde pudo haber escapado? O incluso, ¿cómo?
Bajo tierra
El túnel está oscuro y no se ve nada. Sascha lleva la linterna y actúa como guía del grupo de periodistas que fuimos invitados como parte de la presentación de la serie para recorrer uno de los túneles secretos que conectan el aeropuerto de Tempelhof con el búnker de Hitler.A partir de 1930, Hitler ordenó construir kilómetros de túneles bajo Berlín que conectaban una red de búnkers estratégicos. Sus enemigos podían tomar las calles, bombardear desde el aire, pero nunca podrían acceder a esa red de refugios. De hecho, varios meses antes de su caída, Hitler había trasladado la sede de su gobierno bajo la Cancillería. Hoy, allí, no hay nada. No hay rastros de la historia, ya que cuando los soviéticos tomaron Berlín, contaminaron la escena y después incendiaron las ruinas. Hoy ese búnker está completamente cerrado. Sólo una placa, en la superficie, recuerda que allí se jugó el final del III Reich. Hoy, allí funciona un estacionamiento y los turistas se sacan fotos.
Bajo tierra, la historia es otra. Hay cuatro salidas o accesos al búnker de Hitler. Sin embargo, ninguno de esos caminos permite acceder al aeropuerto. Faltan apenas 200 metros de conexión.
Sascha nos conduce por los túneles que salen de Tempelhof, que hoy ya no opera como aeropuerto. Nos trasladamos en la oscuridad hasta un búnker de documentación del III Reich. Allí se almacenaban toneladas de material fílmico, audio y papeles. También las pruebas de entradas y salidas al país. Hay decenas de habitaciones construidas a más de 30 metros bajo tierra y olor a barro. Hay túneles que entran y salen y que podrían ofrecer un perfecto refugio para miles de personas ante un bombardeo aéreo. Los túneles conectaban, mientras que los búnkers, con sus complejos sistemas de respiración, permitían permanecer bajo tierra, durante semanas, a sus ocupantes
El búnker del aeropuerto fue construido para evitar que quien desconociera de su existencia entrara en él. Había paredes falsas que bloqueaban su acceso. Fue así que, cuando los soviéticos accedieron, hicieron estallar granadas para derrumbar la pared. Entonces, todo el material de archivo, altamente combustible, se prendió fuego. Esto hizo que el edificio ardiera por dos semanas.
Hace dos años, Sascha, obsesionado con encontrar la respuesta al misterio del búnker sin conexión, comenzó a caminar los túneles en la zona del aeropuerto. Así fue como se encontró con un recorrido que tenía dos manos de circulación, pero, en un punto, una de las manos daba con una pared de ladrillos y concluía abruptamente. Se preguntó qué había detrás de esa pared. Analizó los planos y tuvo la intuición de haber dado con una revelación histórica. ¿Ese túnel, que nacía en el aeropuerto y moría en aquella pared, conectaba en realidad con los túneles del subterráneo? Más precisamente con la línea U6. Esa pared ocultaba la conexión. De comprobar eso, resolvería el misterio de los 200 metros inconexos entre el túnel que llevaba al búnker de Hitler y el aeropuerto. "Lo cierto es que en esos días, la ciudad estaba sitiada. El subterráneo no circulaba. Esos túneles podrían haber sido el camino que conectara con el aeropuerto", explica Sascha.
Hitler fue visto por última vez el 21 de abril de 1945, en Berlín
Cuando el equipo de History Channel se puso en contacto con este historiador, le ofreció utilizar la tecnología más sofisticada de radares que utiliza el ejército norteamericano para estudiar qué había detrás de la pared.
Finalmente, cuando volvimos a la superficie, Sascha nos condujo sobre tierra por los 200 metros que separan uno y otro túnel. Bajamos al subte y allí nos encontramos con la pared que podría guardar el misterio del final de Hitler. "¿Y qué esperan para tirarla?", fue la pregunta obligada. "Tenemos que conseguir los permisos", dice. Cuando colocaron los radares contra la pared, quedaron sorprendidos. Primero detectaron el marco de una puerta, y después una cavidad, compatible con el túnel que llevó a Sascha hasta el otro lado de la pared. "Sentí que estaba en uno de esos momentos eureka", dice entusiasmado.
Pero, entonces, si efectivamente esa pared probara que Hitler podría haber huido, por ese mismo túnel, hacia el aeropuerto. ¿hacia dónde escapó?
Los investigadores cuentan con un programa que permite cruzar datos y geolocalizaciones que aparecen en los 700 archivos del FBI. Baer lo activa, y pide que le muestre los lugares en los que los que alguien informó haber visto a Hitler entre el 25 de abril y el 25 de julio de 1945, que es el período en el que el dictador habría estado más expuesto porque se estaría trasladando de un lugar a otro. A continuación, se encienden puntos rojos en España, en Brasil, en Colombia y en otras partes del mundo. El mapa de la Argentina, en cambio, parece tener varicela. "Claramente Argentina es el lugar", dice Baer.
Otros dos documentos del FBI son más específicos. Uno, de agosto de 1945 reveló que Hitler estaba viviendo en un gran sótano debajo de una hacienda junto a cientos de nazis. Otro, de noviembre de ese año, habla de que se encuentra en un establecimiento rural, en una locación a 1086 kilómetros al oeste Florianópolis y a 724 kilómetros al nornoroeste de Buenos Aires. El cruce de ambas coordenadas ubica el punto en una zona rural y el pueblo más cercano es Charata, en Chaco.
Hacia allí viajaron los investigadores y encontraron un extraño bunker construido debajo de una chacra, en la mitad de la nada. ¿Allí se habría refugiado Hitler? "Estábamos hablando de algo que ocurrió 70 años atrás, sin embargo, todavía aparecía el miedo a hablar", cuenta Kennedy. A medida que entrevistaban a los habitantes de Charata, el equipo de History Channel comenzó a recibir presiones. "Cosas extrañas ocurrían, como que la gente del hotel nos dijo que no tenía cuartos, o que en un lugar donde buscábamos otro búnker alguien trasladara cinco toneladas de ladrillos para impedir nuestra tarea. Un día, en las afueras de Charata, apareció un grupo de hombres en scooters, con machetes, para amenazarnos de que nos fuéramos del pueblo", relata Tim Kennedy.
El análisis de los datos llevó a los investigadores a la selva misionera, en la Triple Frontera, donde un grupo de arqueólogos recientemente encontró un sistema de construcciones con capacidad para autoabastecerse de agua y energía. Uno de los documentos del FBI alertaba que en Misiones los nazis controlaban "un sistema de caminos sólo conocido por ellos, entre Brasil, Paraguay y la Argentina". Allí, se reunieron con los arqueólogos Philip Kiernan y Daniel Schavelzon, que exploraban ese misterioso complejo en el que ya hallaron elementos nazis y pruebas de una opulencia inexplicable para la selva.
¿Es difícil investigar a Hitler hoy en la Argentina?
"De todos los lugares a los que fuimos, Argentina fue el más difícil. Y Bariloche, el peor", agrega Kennedy.
Cuando se les pregunta si tuvieron trabas a nivel gubernamental, Kennedy y Bob Baer coinciden en que hubo quienes los ayudaron, como la Prefectura, y quienes les pusieron piedras en el camino. "Ustedes tienen problemas políticos. Siguen divididos entre peronistas y antiperonistas. Y como Perón era fascista, algunos de sus seguidores no nos han abierto las puertas para la investigación", ensaya el militar norteamericano.
Baer lo describe de otra manera: "En la Argentina hay una cultura del secreto que se ha practicado por generaciones. Hay ciertas verdades que nunca se van a llegar a saber. Los ataques a la comunidad judía en 1992 y 1994. Eso fue mucho más reciente y todavía ustedes no tienen una explicación definitiva de lo que ocurrió. En la Argentina es muy difícil llegar a la verdad. Hay mucha gente que es intocable. Claramente no es un país proiraní, pero tienen un fiscal muerto... Y tienen extraños convenios petroleros..."
Baer insiste en que en la Argentina es difícil llegar a la verdad y que hay personas y regiones que resultan intocables. "La Triple Frontera es una región que ha resultado impenetrable hasta para la CIA. Nunca pudimos establecer un puesto allí, ni acceder a escuchas telefónicas, ni a la metadata de las llamadas. Incluso el narcotráfico y el contrabando allí son parte de un mundo al que no hemos tenido acceso. Por eso digo, que, con mi conocimiento sobre este tema, si yo fuera una autoridad nazi, tratando de esconderme, buscaría llegar a la Argentina, a la Triple Frontera. Simplemente -concluye-, es el escondite perfecto."
Fotos: History Channel, Ole Begemann, Berliner Unterwelten E.V. y AFP
A partir del hallazgo de un túnel que conectaba el búnker de Hitler con el aeropuerto, expertos reflotan la teoría de un posible escape... a la Argentina. Un documental de History Channel revive el misterio
Evangelina Himitian
LA NACION
BERLÍN.- "Si Adolf Hitler fuera mi jefe y tuviera que ocultarlo, lo llevaría a la Argentina, sin dudas. A Misiones, a la Triple Frontera. Ese sería el lugar perfecto", afirma Bob Baer, un ex agente de la CIA responsable de guiar una investigación sobre el dictador alemán que convocó a expertos de todo el mundo para analizar unos 700 documentos del FBI que fueron desclasificados en 2014 por decisión del presidente norteamericano, Barack Obama, y que contienen información hasta ahora secreta sobre la investigación que hizo Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, para dar con su paradero.
"Incluso hoy, Argentina sería el lugar más seguro donde esconderlo", dice Baer en una entrevista en Berlín con La Nación revista. Baer trabajó por 21 años en la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y en sus últimos años integró un grupo de elite dedicado al rastreo de terroristas. Fue parte de la operación Saddam Hussein y hoy es un reconocido experto en inteligencia militar a nivel mundial. Su historia fue llevada al cine en Syriana, y George Clooney ganó un Oscar en 2006 por encarnar a Baer.
Ahora el ex agente fue convocado por el canal History Channel, junto con un grupo de expertos en distintas áreas, para investigar la muerte de Hitler, no como un hecho histórico sino como un caso actual. ¿Hay suficiente evidencia para sostener que Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945 en su búnker, en Berlín? La investigación de este grupo de expertos se puede ver en la serie de ocho capítulos que History puso en pantalla desde esta semana y que en su gran mayoría fue rodada en la Argentina: Hunting Hitler.
"No encontramos pruebas concluyentes sobre el suicidio. En cambio, sí mucha información que indica que podría haber escapado a Argentina", revela Baer.
"Hoy, si estuviéramos investigando la muerte de un personaje de semejante relevancia, con la información disponible concluiríamos que no hay evidencia para determinar que Hitler se haya suicidado", agrega Tim Kennedy, un sargento de primera clase del Séptimo Grupo de Fuerzas Especiales del ejército de los Estados Unidos, que trabajó en Medio Oriente por once años y que fue parte del grupo encargado de certificar la captura y muerte de Ben Laden.
¿Y si no se suicidó, cómo escapó? ¿Hacia dónde? "Tenemos suficientes indicios para creer que escapó hacia la Argentina. Era un lugar seguro. Allí podría haber vivido una larga y feliz vida, rodeado de nazis y sin ser descubierto jamás", agrega Kennedy. ¿Por qué hoy no se puede confirmar que se haya suicidado? Uno de los documentos analizados es un memo del 8 de mayo 1947, del legendario director del FBI, J. Edgar Hoover: "Los oficiales del ejército estadounidense en Alemania no han localizado el cuerpo de Hitler ni hay ninguna fuente fiable que pueda decir sin dudas que Hitler está muerto". Y agrega: "Existe la posibilidad de que esté vivo".
"No hubo testigos visuales del suicidio. Nadie vio su cuerpo. ¿Ninguna persona de su entorno levantó la frazada que lo cubría antes de prenderle fuego? No es muy creíble", dice Kennedy. Tampoco, dice, hubo pruebas de ADN. La única persona que relató haber visto el cuerpo de Hitler fue Heinz Linge, uno de sus edecanes, a quien, momentos antes del supuesto suicidio, le habría dado instrucciones de quemar su cuerpo y el de su esposa en la plaza de la Cancillería, afuera del búnker.
Aunque desde los primeros días se alimentó la teoría conspirativa, a lo largo de los años los libros de historia han contado la versión del suicidio basados en el relato del historiador británico Hugh Trevor Roper, agente de inteligencia militar que en 1945 recibió el encargo gubernamental de investigar la muerte de Hitler para rebatir las insinuaciones soviéticas de que aún estaba vivo bajo la protección de los aliados occidentales. La versión oficial, ampliamente aceptada, dice que el 29 de abril de 1945 Hitler se encerró en su búnker. Esa noche, se casó con la mujer que lo había acompañado sus últimos años, Eva Braun; escribió su testamento político y horas más tarde ambos se suicidaron, sin testigos, en una oficina. Los dos tomaron cianuro, pero Hitler, además, se disparó. Tal como Hitler les había indicado, sus colaboradores esperaron 15 minutos para entrar. Linge, el edecán, relató haberlos visto muerto, él con un disparo en la cabeza y ella doblada sobre las rodillas. De inmediato, cubrió los cuerpos con frazadas. Nadie más los vio. A los cuerpos los sacaron envueltos en una alfombra. Los llevaron a la plaza de la Cancillería, los rociaron con combustible y les prendieron fuego.
Junto a los expertos reunidos por History Channel, un grupo de periodistas recorre el túnel que unía la Cancillería con Tempelhof
Los restos de esa hoguera se conservaron en el búnker. Cuando los soviéticos llegaron, el 2 de mayo, se apoderaron de ellos. Muchos años más tarde, con la caída de la Unión Soviética, se pudo recuperar ese cofre. En 2009, un científico consiguió someter esos restos a un análisis de ADN. Encontró material genético de una sólo persona: una mujer de unos 30 años. ¿Eva Braun? Probablemente. Pero hay un hallazgo que comienza a evidenciar grietas en la versión oficial. Había una parte de un cráneo: en él, la marca de un disparo. En el capítulo 2 de Hunting Hitler, Baer entrevistó al científico que analizó esta prueba. Su hallazgo contradice la versión del suicidio. El cráneo era de una mujer, pero según el relato oficial, Eva no se había disparado sino que había caído muerta tras tomar el veneno. Los investigadores de History enviaron un equipo para rastrear a la única descendiente viva de la familia de Braun, en el sudoeste de Alemania. Analizar su ADN y cotejarlo con el de los restos que quedaron en poder de los soviéticos permitiría cerrar uno de los grandes misterios del siglo XX. Pero la mujer no accedió a la prueba.
Al someter los documentos del FBI a un software especializado, Baer y su equipo encontraron que se produjo una fuga masiva de nazis desde el aeropuerto de Tempelhof, en Berlín, a partir del mismo día en que Hitler fue visto por última vez, el 21 de abril. "¿Cómo hubiera podido escapar Hitler en una ciudad en llamas para llegar al aeropuerto?", se pregunta Kennedy. "Era el hombre más buscado de la tierra. Ni siquiera a bordo de un tanque lo hubiera conseguido", afirma Sascha Keil, un historiador alemán, de la Berlin Underworlds Association, que se sumó al equipo y que parece haber dado con la llave de esa parte de la historia. ¿Si no se suicidó, hacia dónde pudo haber escapado? O incluso, ¿cómo?
Bajo tierra
El túnel está oscuro y no se ve nada. Sascha lleva la linterna y actúa como guía del grupo de periodistas que fuimos invitados como parte de la presentación de la serie para recorrer uno de los túneles secretos que conectan el aeropuerto de Tempelhof con el búnker de Hitler.A partir de 1930, Hitler ordenó construir kilómetros de túneles bajo Berlín que conectaban una red de búnkers estratégicos. Sus enemigos podían tomar las calles, bombardear desde el aire, pero nunca podrían acceder a esa red de refugios. De hecho, varios meses antes de su caída, Hitler había trasladado la sede de su gobierno bajo la Cancillería. Hoy, allí, no hay nada. No hay rastros de la historia, ya que cuando los soviéticos tomaron Berlín, contaminaron la escena y después incendiaron las ruinas. Hoy ese búnker está completamente cerrado. Sólo una placa, en la superficie, recuerda que allí se jugó el final del III Reich. Hoy, allí funciona un estacionamiento y los turistas se sacan fotos.
Bajo tierra, la historia es otra. Hay cuatro salidas o accesos al búnker de Hitler. Sin embargo, ninguno de esos caminos permite acceder al aeropuerto. Faltan apenas 200 metros de conexión.
Sascha nos conduce por los túneles que salen de Tempelhof, que hoy ya no opera como aeropuerto. Nos trasladamos en la oscuridad hasta un búnker de documentación del III Reich. Allí se almacenaban toneladas de material fílmico, audio y papeles. También las pruebas de entradas y salidas al país. Hay decenas de habitaciones construidas a más de 30 metros bajo tierra y olor a barro. Hay túneles que entran y salen y que podrían ofrecer un perfecto refugio para miles de personas ante un bombardeo aéreo. Los túneles conectaban, mientras que los búnkers, con sus complejos sistemas de respiración, permitían permanecer bajo tierra, durante semanas, a sus ocupantes
El búnker del aeropuerto fue construido para evitar que quien desconociera de su existencia entrara en él. Había paredes falsas que bloqueaban su acceso. Fue así que, cuando los soviéticos accedieron, hicieron estallar granadas para derrumbar la pared. Entonces, todo el material de archivo, altamente combustible, se prendió fuego. Esto hizo que el edificio ardiera por dos semanas.
Hace dos años, Sascha, obsesionado con encontrar la respuesta al misterio del búnker sin conexión, comenzó a caminar los túneles en la zona del aeropuerto. Así fue como se encontró con un recorrido que tenía dos manos de circulación, pero, en un punto, una de las manos daba con una pared de ladrillos y concluía abruptamente. Se preguntó qué había detrás de esa pared. Analizó los planos y tuvo la intuición de haber dado con una revelación histórica. ¿Ese túnel, que nacía en el aeropuerto y moría en aquella pared, conectaba en realidad con los túneles del subterráneo? Más precisamente con la línea U6. Esa pared ocultaba la conexión. De comprobar eso, resolvería el misterio de los 200 metros inconexos entre el túnel que llevaba al búnker de Hitler y el aeropuerto. "Lo cierto es que en esos días, la ciudad estaba sitiada. El subterráneo no circulaba. Esos túneles podrían haber sido el camino que conectara con el aeropuerto", explica Sascha.
Hitler fue visto por última vez el 21 de abril de 1945, en Berlín
Cuando el equipo de History Channel se puso en contacto con este historiador, le ofreció utilizar la tecnología más sofisticada de radares que utiliza el ejército norteamericano para estudiar qué había detrás de la pared.
Finalmente, cuando volvimos a la superficie, Sascha nos condujo sobre tierra por los 200 metros que separan uno y otro túnel. Bajamos al subte y allí nos encontramos con la pared que podría guardar el misterio del final de Hitler. "¿Y qué esperan para tirarla?", fue la pregunta obligada. "Tenemos que conseguir los permisos", dice. Cuando colocaron los radares contra la pared, quedaron sorprendidos. Primero detectaron el marco de una puerta, y después una cavidad, compatible con el túnel que llevó a Sascha hasta el otro lado de la pared. "Sentí que estaba en uno de esos momentos eureka", dice entusiasmado.
Pero, entonces, si efectivamente esa pared probara que Hitler podría haber huido, por ese mismo túnel, hacia el aeropuerto. ¿hacia dónde escapó?
Los investigadores cuentan con un programa que permite cruzar datos y geolocalizaciones que aparecen en los 700 archivos del FBI. Baer lo activa, y pide que le muestre los lugares en los que los que alguien informó haber visto a Hitler entre el 25 de abril y el 25 de julio de 1945, que es el período en el que el dictador habría estado más expuesto porque se estaría trasladando de un lugar a otro. A continuación, se encienden puntos rojos en España, en Brasil, en Colombia y en otras partes del mundo. El mapa de la Argentina, en cambio, parece tener varicela. "Claramente Argentina es el lugar", dice Baer.
Otros dos documentos del FBI son más específicos. Uno, de agosto de 1945 reveló que Hitler estaba viviendo en un gran sótano debajo de una hacienda junto a cientos de nazis. Otro, de noviembre de ese año, habla de que se encuentra en un establecimiento rural, en una locación a 1086 kilómetros al oeste Florianópolis y a 724 kilómetros al nornoroeste de Buenos Aires. El cruce de ambas coordenadas ubica el punto en una zona rural y el pueblo más cercano es Charata, en Chaco.
Hacia allí viajaron los investigadores y encontraron un extraño bunker construido debajo de una chacra, en la mitad de la nada. ¿Allí se habría refugiado Hitler? "Estábamos hablando de algo que ocurrió 70 años atrás, sin embargo, todavía aparecía el miedo a hablar", cuenta Kennedy. A medida que entrevistaban a los habitantes de Charata, el equipo de History Channel comenzó a recibir presiones. "Cosas extrañas ocurrían, como que la gente del hotel nos dijo que no tenía cuartos, o que en un lugar donde buscábamos otro búnker alguien trasladara cinco toneladas de ladrillos para impedir nuestra tarea. Un día, en las afueras de Charata, apareció un grupo de hombres en scooters, con machetes, para amenazarnos de que nos fuéramos del pueblo", relata Tim Kennedy.
El análisis de los datos llevó a los investigadores a la selva misionera, en la Triple Frontera, donde un grupo de arqueólogos recientemente encontró un sistema de construcciones con capacidad para autoabastecerse de agua y energía. Uno de los documentos del FBI alertaba que en Misiones los nazis controlaban "un sistema de caminos sólo conocido por ellos, entre Brasil, Paraguay y la Argentina". Allí, se reunieron con los arqueólogos Philip Kiernan y Daniel Schavelzon, que exploraban ese misterioso complejo en el que ya hallaron elementos nazis y pruebas de una opulencia inexplicable para la selva.
¿Es difícil investigar a Hitler hoy en la Argentina?
"De todos los lugares a los que fuimos, Argentina fue el más difícil. Y Bariloche, el peor", agrega Kennedy.
Cuando se les pregunta si tuvieron trabas a nivel gubernamental, Kennedy y Bob Baer coinciden en que hubo quienes los ayudaron, como la Prefectura, y quienes les pusieron piedras en el camino. "Ustedes tienen problemas políticos. Siguen divididos entre peronistas y antiperonistas. Y como Perón era fascista, algunos de sus seguidores no nos han abierto las puertas para la investigación", ensaya el militar norteamericano.
Baer lo describe de otra manera: "En la Argentina hay una cultura del secreto que se ha practicado por generaciones. Hay ciertas verdades que nunca se van a llegar a saber. Los ataques a la comunidad judía en 1992 y 1994. Eso fue mucho más reciente y todavía ustedes no tienen una explicación definitiva de lo que ocurrió. En la Argentina es muy difícil llegar a la verdad. Hay mucha gente que es intocable. Claramente no es un país proiraní, pero tienen un fiscal muerto... Y tienen extraños convenios petroleros..."
Baer insiste en que en la Argentina es difícil llegar a la verdad y que hay personas y regiones que resultan intocables. "La Triple Frontera es una región que ha resultado impenetrable hasta para la CIA. Nunca pudimos establecer un puesto allí, ni acceder a escuchas telefónicas, ni a la metadata de las llamadas. Incluso el narcotráfico y el contrabando allí son parte de un mundo al que no hemos tenido acceso. Por eso digo, que, con mi conocimiento sobre este tema, si yo fuera una autoridad nazi, tratando de esconderme, buscaría llegar a la Argentina, a la Triple Frontera. Simplemente -concluye-, es el escondite perfecto."
Fotos: History Channel, Ole Begemann, Berliner Unterwelten E.V. y AFP
miércoles, 10 de febrero de 2016
Samurai: La tregua que salvó libros
El día que se firmó una tregua para poner a salvo... los libros
JAVIER SANZ —
A veces tendemos a idealizar todo lo que viene de Oriente. Sin ir más lejos, a ojos occidentales la figura del samurái suele estar rodeada de un halo de misticismo que poco tiene que ver con la realidad. Nos pensamos que eran guerreros honorables, espirituales y de elevados principios morales, pero a la hora de la verdad tampoco eran tan distintos de los caballeros medievales europeos. Otro mito es el pintarlos como cultos, refinados y amantes de las bellas artes. Como si todo samurái, cuando no estaba en el campo de batalla, dedicara su tiempo libre a cultivar bonsáis y componer versos. Es cierto que el nivel cultural de los japoneses de la época, sobre todo entre la nobleza, era más bien elevado. Pero de ahí a pensar que todos eran gentilhombres doctos e instruidos va un trecho bastante largo. De hecho, como suele pasar con la gente de armas en todas las culturas, en general eran tipos bastante brutos.
Pero sí que había honrosas excepciones. Samuráis que, además de guerreros, fueron auténticos humanistas. Almas sensibles y exquisitas, de gustos distinguidos, capaces de apreciar las cosas bellas y entender las verdades más elevadas de la vida. Uno de ellos fue Hosokawa Fujitaka, un verdadero hombre del Renacimiento que, además de aguerrido soldado, era maestro en ceremonia del té, experto calígrafo, historiador, poeta, pintor, filósofo, coleccionista de antigüedades y a saber cuántas cosas más. La perfecta encarnación del ideal de guerrero ilustrado que tanto se asocia con la figura del samurái.
Hosokawa Yusai, el samurái poeta
Hosokawa Fujitaka nació en 1534, en plena era de las guerras civiles, una época de caos y luchas intestinas en las que Japón entero se desangraba sin remisión en conflictos interminables. Buenos tiempos para los samuráis, cuyo oficio principal es la batalla. Pero nuestro protagonista, además de un señor de la guerra, caudillo de mesnadas y jefe de uno de los clanes más poderosos del país, era también un hombre de letras de renombre en todo el imperio. Como buen poeta, era más conocido por su nombre artístico, Yusai. Para él, la pluma era tan poderosa como la espada, y ambas las manejaba con igual soltura.
Su fama de hombre sabio, culto y árbitro del buen gusto venía de lejos. Yusai había servido en la corte de los últimos shogunes de la dinastía Ashikaga, antes de que las guerras civiles acabaran por hundir del todo al país en el caos. Cuando el shogunato cayó, los nuevos amos de Japón también quisieron contar con el talento y experiencia de Yusai. Así, el docto general pasó por la corte de Oda Nobunaga y después por la de su sucesor, Toyotomi Hideyoshi. Su reputación de erudito no hizo sino crecer en todo el imperio.
A finales del s. XVI, el bueno de Yusai se iba haciendo viejo. Decidió retirarse a sus dominios en la provincia de Tango (al norte de Kyoto) y dejar los asuntos de la familia en manos de su hijo y heredero, Tadaoki. Pero, por desgracia, no iba a poder disfrutar de la tranquilidad de sus fincas mucho tiempo. Tras un breve intervalo de paz, en 1600 Japón entero volvía a estar en pie de guerra. Hideyoshi, amo y señor del país, había muerto dejando como heredero a su hijo aún niño, y el recién unificado imperio amenazaba con hacerse pedazos de nuevo. El país se dividió en dos bandos: los partidarios del poderoso Tokugawa Ieyasu, en el Este, y los del heredero de Hideyoshi, en el Oeste. Ambas facciones acabarían chocando en la madre de todas las batallas, Sekigahara, donde se decidiría el destino de la nación. Si se nos permite el spoiler, diremos que la cosa acabó con victoria total de los Tokugawa.
Todos los grandes clanes se vieron obligados a tomar partido: Este u Oeste, Tokugawa o Toyotomi. La familia Hosokawa se declaró del lado Tokugawa. Tadaoki, el joven líder del clan, partió a la batalla con el grueso de sus legiones, y su padre Yusai quedó en Tango cuidando del feudo familiar. Pero en los prolegómenos del choque final entre ambos ejércitos, un contingente de 15.000 hombres de las fuerzas Toyotomi se adentró en Tango y puso sitio al castillo de Tanabe, donde el anciano Yusai residía. La guarnición que le quedaba era de apenas 500 hombres, mas no estaban dispuestos a rendirse. Por mucha fama de hombre de letras que tuviera, Yusai era ante todo un samurái, y como tal debía de comportarse. A sus 66 años, superado en número por prácticamente 30 hombres a 1, Hosokawa Yusai se aprestó para la batalla. El viejo poeta iba a vender cara su vida.
Castillo de Tanabe
Con una superioridad tan aplastante, el asedio debería haber sido pan comido para el ejército del Oeste. Sin embargo, las cosas no se desarrollaron a la manera habitual. El prestigio de Yusai le precedía, y el aprecio que se le tenía en todo el imperio a este sabio venerable era inmenso. El respeto que inspiraba en los propios soldados enemigos era tal, que no pusieron demasiado empeño en ganar la batalla. Muchos de aquellos samuráis habían sido pupilos de Yusai en la corte de Hideyoshi unos años antes. Llegaron a “olvidarse” convenientemente de cargar los cañones con balas a la hora de bombardear el castillo. Los disparos de los artilleros Toyotomi eran simples salvas de fogueo. No querían acabar con una gloria nacional.
Entre unos atacantes sin excesivas ganas de combatir y un defensor amante de la poesía y la porcelana fina, aquel debió de ser el asedio más pacífico de la historia de Japón. Pero tampoco era todo sake y rosas. Yusai se enfrentaba a una situación límite, y en esa batalla se arriesgaba a perder algo más que su honor y sus tierras. A lo largo de los años, el anciano esteta había ido acumulando en su castillo una exquisita colección de pinturas, manuscritos y obras de arte de valor incalculable. Piezas únicas en todo Japón. Para que no se dañaran en el asedio, quiso ponerlas a salvo, y la mejor solución era enviárselas al mismísimo emperador para dejarlas bajo su custodia. La corte de Kyoto era el único destino digno para la colección de Yusai. Sin tiempo que perder, mandó un emisario a palacio y el hijo del cielo atendió a sus ruegos. Ambos bandos acordaron un alto al fuego (aunque fuego, precisamente, no había mucho) para que se pudieran evacuar… los libros.
Preocupado por el destino del anciano Yusai, en su regio mensaje el emperador también lo conminaba a rendirse. En aquellos tiempos el emperador de Japón era una figura meramente decorativa que apenas pintaba nada en la política del país. Vivía apartado del mundo en su corte de Kyoto, por encima del bien y del mal, y cumplía un papel puramente ceremonial. Pero el respeto que inspiraba su figura era absoluto. Pocas veces abría la boca pero, cuando lo hacía, su palabra era ley. Lamentaba profundamente que la valiosa vida de un humanista de la talla de Yusai se pusiera tontamente en riesgo en aquella estúpida batalla. Con apenas 500 efectivos, no tenía ninguna oportunidad de resistir un asalto serio. Seguir luchando era a todas luces un suicidio. Pero Yusai era samurái antes que sabio, y estaba empeñado en demostrarlo. No se iba a rendir a los Toyotomi.
Por desgracia para el empecinado anciano, el emperador tampoco estaba dispuesto a dejarlo morir. Su siguiente mensaje ya no fue ningún ruego, sino una orden directa: su vida era demasiado preciosa para el imperio, y no podía tirarla a la basura alegremente. Debía claudicar y evacuar el castillo de inmediato. Ante tal ultimátum, Yusai no pudo negarse: el 19 de octubre de 1600 rindió el castillo al ejército del Oeste. Los asaltantes lo dejaron salir con sus hombres y Yusai, harto de batallas, se retiró a Kyoto para dedicarse a las artes a tiempo completo. En cualquier caso, su terca resistencia había rendido un buen servicio a la causa de su señor Tokugawa: había tenido ocupado durante casi dos meses a un contingente entero de tropas enemigas, soldados que ya no llegarían a tiempo de participar en la gran batalla decisiva.
Yusai vivió hasta la venerable edad de 76 años, esta vez sin guerras que le amargaran la existencia. Dedicado por entero a sus versos y sus cerámicas, pasó sus últimos días tal y como siempre quiso. Pero nadie dudaba de que, cuando la ocasión lo requería, aquel abuelete sibarita y refinado sabía luchar y morir como un verdadero samurái. Así era Hosokawa Yusai, el epítome del ideal caballeresco de su época. El guerrero que blandía con igual destreza la pluma que la espada.
Colaboración de R. Ibarzabal de Historias de Samuráis
Historias de la Historia
JAVIER SANZ —
A veces tendemos a idealizar todo lo que viene de Oriente. Sin ir más lejos, a ojos occidentales la figura del samurái suele estar rodeada de un halo de misticismo que poco tiene que ver con la realidad. Nos pensamos que eran guerreros honorables, espirituales y de elevados principios morales, pero a la hora de la verdad tampoco eran tan distintos de los caballeros medievales europeos. Otro mito es el pintarlos como cultos, refinados y amantes de las bellas artes. Como si todo samurái, cuando no estaba en el campo de batalla, dedicara su tiempo libre a cultivar bonsáis y componer versos. Es cierto que el nivel cultural de los japoneses de la época, sobre todo entre la nobleza, era más bien elevado. Pero de ahí a pensar que todos eran gentilhombres doctos e instruidos va un trecho bastante largo. De hecho, como suele pasar con la gente de armas en todas las culturas, en general eran tipos bastante brutos.
Pero sí que había honrosas excepciones. Samuráis que, además de guerreros, fueron auténticos humanistas. Almas sensibles y exquisitas, de gustos distinguidos, capaces de apreciar las cosas bellas y entender las verdades más elevadas de la vida. Uno de ellos fue Hosokawa Fujitaka, un verdadero hombre del Renacimiento que, además de aguerrido soldado, era maestro en ceremonia del té, experto calígrafo, historiador, poeta, pintor, filósofo, coleccionista de antigüedades y a saber cuántas cosas más. La perfecta encarnación del ideal de guerrero ilustrado que tanto se asocia con la figura del samurái.
Hosokawa Yusai, el samurái poeta
Hosokawa Fujitaka nació en 1534, en plena era de las guerras civiles, una época de caos y luchas intestinas en las que Japón entero se desangraba sin remisión en conflictos interminables. Buenos tiempos para los samuráis, cuyo oficio principal es la batalla. Pero nuestro protagonista, además de un señor de la guerra, caudillo de mesnadas y jefe de uno de los clanes más poderosos del país, era también un hombre de letras de renombre en todo el imperio. Como buen poeta, era más conocido por su nombre artístico, Yusai. Para él, la pluma era tan poderosa como la espada, y ambas las manejaba con igual soltura.
Su fama de hombre sabio, culto y árbitro del buen gusto venía de lejos. Yusai había servido en la corte de los últimos shogunes de la dinastía Ashikaga, antes de que las guerras civiles acabaran por hundir del todo al país en el caos. Cuando el shogunato cayó, los nuevos amos de Japón también quisieron contar con el talento y experiencia de Yusai. Así, el docto general pasó por la corte de Oda Nobunaga y después por la de su sucesor, Toyotomi Hideyoshi. Su reputación de erudito no hizo sino crecer en todo el imperio.
A finales del s. XVI, el bueno de Yusai se iba haciendo viejo. Decidió retirarse a sus dominios en la provincia de Tango (al norte de Kyoto) y dejar los asuntos de la familia en manos de su hijo y heredero, Tadaoki. Pero, por desgracia, no iba a poder disfrutar de la tranquilidad de sus fincas mucho tiempo. Tras un breve intervalo de paz, en 1600 Japón entero volvía a estar en pie de guerra. Hideyoshi, amo y señor del país, había muerto dejando como heredero a su hijo aún niño, y el recién unificado imperio amenazaba con hacerse pedazos de nuevo. El país se dividió en dos bandos: los partidarios del poderoso Tokugawa Ieyasu, en el Este, y los del heredero de Hideyoshi, en el Oeste. Ambas facciones acabarían chocando en la madre de todas las batallas, Sekigahara, donde se decidiría el destino de la nación. Si se nos permite el spoiler, diremos que la cosa acabó con victoria total de los Tokugawa.
Todos los grandes clanes se vieron obligados a tomar partido: Este u Oeste, Tokugawa o Toyotomi. La familia Hosokawa se declaró del lado Tokugawa. Tadaoki, el joven líder del clan, partió a la batalla con el grueso de sus legiones, y su padre Yusai quedó en Tango cuidando del feudo familiar. Pero en los prolegómenos del choque final entre ambos ejércitos, un contingente de 15.000 hombres de las fuerzas Toyotomi se adentró en Tango y puso sitio al castillo de Tanabe, donde el anciano Yusai residía. La guarnición que le quedaba era de apenas 500 hombres, mas no estaban dispuestos a rendirse. Por mucha fama de hombre de letras que tuviera, Yusai era ante todo un samurái, y como tal debía de comportarse. A sus 66 años, superado en número por prácticamente 30 hombres a 1, Hosokawa Yusai se aprestó para la batalla. El viejo poeta iba a vender cara su vida.
Castillo de Tanabe
Con una superioridad tan aplastante, el asedio debería haber sido pan comido para el ejército del Oeste. Sin embargo, las cosas no se desarrollaron a la manera habitual. El prestigio de Yusai le precedía, y el aprecio que se le tenía en todo el imperio a este sabio venerable era inmenso. El respeto que inspiraba en los propios soldados enemigos era tal, que no pusieron demasiado empeño en ganar la batalla. Muchos de aquellos samuráis habían sido pupilos de Yusai en la corte de Hideyoshi unos años antes. Llegaron a “olvidarse” convenientemente de cargar los cañones con balas a la hora de bombardear el castillo. Los disparos de los artilleros Toyotomi eran simples salvas de fogueo. No querían acabar con una gloria nacional.
Entre unos atacantes sin excesivas ganas de combatir y un defensor amante de la poesía y la porcelana fina, aquel debió de ser el asedio más pacífico de la historia de Japón. Pero tampoco era todo sake y rosas. Yusai se enfrentaba a una situación límite, y en esa batalla se arriesgaba a perder algo más que su honor y sus tierras. A lo largo de los años, el anciano esteta había ido acumulando en su castillo una exquisita colección de pinturas, manuscritos y obras de arte de valor incalculable. Piezas únicas en todo Japón. Para que no se dañaran en el asedio, quiso ponerlas a salvo, y la mejor solución era enviárselas al mismísimo emperador para dejarlas bajo su custodia. La corte de Kyoto era el único destino digno para la colección de Yusai. Sin tiempo que perder, mandó un emisario a palacio y el hijo del cielo atendió a sus ruegos. Ambos bandos acordaron un alto al fuego (aunque fuego, precisamente, no había mucho) para que se pudieran evacuar… los libros.
Preocupado por el destino del anciano Yusai, en su regio mensaje el emperador también lo conminaba a rendirse. En aquellos tiempos el emperador de Japón era una figura meramente decorativa que apenas pintaba nada en la política del país. Vivía apartado del mundo en su corte de Kyoto, por encima del bien y del mal, y cumplía un papel puramente ceremonial. Pero el respeto que inspiraba su figura era absoluto. Pocas veces abría la boca pero, cuando lo hacía, su palabra era ley. Lamentaba profundamente que la valiosa vida de un humanista de la talla de Yusai se pusiera tontamente en riesgo en aquella estúpida batalla. Con apenas 500 efectivos, no tenía ninguna oportunidad de resistir un asalto serio. Seguir luchando era a todas luces un suicidio. Pero Yusai era samurái antes que sabio, y estaba empeñado en demostrarlo. No se iba a rendir a los Toyotomi.
Por desgracia para el empecinado anciano, el emperador tampoco estaba dispuesto a dejarlo morir. Su siguiente mensaje ya no fue ningún ruego, sino una orden directa: su vida era demasiado preciosa para el imperio, y no podía tirarla a la basura alegremente. Debía claudicar y evacuar el castillo de inmediato. Ante tal ultimátum, Yusai no pudo negarse: el 19 de octubre de 1600 rindió el castillo al ejército del Oeste. Los asaltantes lo dejaron salir con sus hombres y Yusai, harto de batallas, se retiró a Kyoto para dedicarse a las artes a tiempo completo. En cualquier caso, su terca resistencia había rendido un buen servicio a la causa de su señor Tokugawa: había tenido ocupado durante casi dos meses a un contingente entero de tropas enemigas, soldados que ya no llegarían a tiempo de participar en la gran batalla decisiva.
Yusai vivió hasta la venerable edad de 76 años, esta vez sin guerras que le amargaran la existencia. Dedicado por entero a sus versos y sus cerámicas, pasó sus últimos días tal y como siempre quiso. Pero nadie dudaba de que, cuando la ocasión lo requería, aquel abuelete sibarita y refinado sabía luchar y morir como un verdadero samurái. Así era Hosokawa Yusai, el epítome del ideal caballeresco de su época. El guerrero que blandía con igual destreza la pluma que la espada.
Colaboración de R. Ibarzabal de Historias de Samuráis
Historias de la Historia
martes, 9 de febrero de 2016
Nazismo: La última carta de Eichmann
Revelan la última carta de Adolf Eichmann
El nazi que fue capturado en la Argentina, escribió un texto dos días antes de ser ejecutado en Israel. Galería de imágenes.
Perfil
Dos días antes de ser ejecutado en la horca, Adolf Eichmann envió una carta al entonces presidente de Israel, Yitzhak Ben-Tzvi. | Foto: Cedoc
Hoy se conmemora en todo el mundo el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto al cumplirse 71 años de la liberación de Auschwitz y en Israel, se dieron a conocer por primera vez documentos relacionados con el juicio a Adolf Eichmann, entre ellos una carta en la que pide el indulto al entonces presidente de Israel, Yitzjak Ben Tzvi.
Dos días antes de ser ejecutado en la horca, Adolf Eichmann envió una carta al entonces presidente de Israel, Yitzhak Ben-Tzvi. Tras haber sido declarado culpable de 15 cargos, incluyendo crímenes contra el pueblo judío, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra, el jerarca nazi rogó por su vida y pidió. Así lo revelan documentos, hasta ahora desconocidos, que fueron revelados hoy en la Casa Presidencial, al conmemorarse el Día Internacional del Holocausto.
Además de esta carta con el pedido de clemencia, también fueron expuestas cartas de la esposa y hermanos de Eichmann, la respuesta negativa del presidente y la nota en la que el fiscal Guideon Hausner anotó su famoso discurso, que comenzó diciendo que lo acompañaban “seis millones de demandantes”.
Los documentos originales son expuestos después que fueran digitalizados e ingresados en el archivo del Departamento Jurídico de la Casa Presidencial.
“En la evaluación de mi personalidad, los jueces cometieron un error decisivo, ya que no pueden ponerse en el lugar y las circunstancias en las que yo estaba durante los años de la guerra”, escribió Eichmann en su pedido de indulto. “El error proviene del hecho de que durante el juicio me presentaron varios documentos que, desconectados de las órdenes que recibía, ofrecen una imagen errónea. No es cierto que fui un funcionario de alto rango hasta el punto de que pudiera controlar en forma independiente la persecución de judíos. Nunca serví en un puesto de tan alto rango, con autoridad e independencia de criterio”, escribió Eichmann en su carta a Ben Tzvi.
El funcionario nazi escribió también que nunca dio “ninguna orden” en su propio nombre, sino que actuó por “obediencia debida”. “Si hubiera sido, como asumen los jueces, un fanático impulsor de la persecución de judíos, ello debió haberse reflejado en mi ascenso de rango y otros beneficios, pero no se me concedió ninguno. Se debe diferenciar entre los líderes responsables y las personas que, como yo, debimos servir como una herramienta en manos de los líderes. No fui un líder responsable, y por ello no me siento culpable. Sr. Presidente, le solicito que utilice su derecho a conceder el indulto y le ordene al tribunal que mi condena a muerte no sea ejecutada”, finalizó Eichmann.
También Vera Eichmann, esposa del criminal nazi, se dirigió al presidente Ben Tzvi pidiéndole el perdón para su marido. En un telegrama, Vera Eichmann escribió: “El destino de mi marido está en sus manos. Como esposa y madre de cuatro hijos le pido que le perdone la vida”.
Además, también fue expuesto el original del famoso discurso del fiscal Guideon Hausner, entonces asesor letrado del gobierno. Dado que Hausner había cambiado varias veces el contenido de su discurso, finalmente lo leyó de un papel donde lo había escrito a mano. En una fotografía del original, que fue entregada por su hija, Tami Raveh, se puede leer: “En este lugar en el que me encuentro ante ustedes, jueces de Israel, frente a Adolf Eichmann, no estoy solo. Junto a mí se encuentran aquí seis millones de demandantes. Pero ellos no podrán presentarse, señalar con su dedo acusador hacia la cabina de vidrio y gritarle a quien está sentado allí Yo Acuso. Porque sus cenizas están en las colinas de Auschwitz y los campos de Treblinka y en sus tumbas esparcidas por toda Europa. Ellos claman, pero sus voces no se pueden escuchar. Por tanto, yo seré su voz y pronunciaré en sus nombres esta horrorosa acusación”.
Adolf Eichmann arribó a la Argentina a principios de la década del 50´. Había logrado una identidad falsa en Roma bajo el nombre de Ricardo Klement, gracias a la colaboración de la Cruz Roja Internacional y miembros de la iglesia católica . En nuestro país, en un principio, se alojó en un principio en un hotel de inmigrantes, hasta que pudo establecerse en una casa de la zona de Olivos, provincia de Buenos Aires. Luego, fue capturado por los servicios de inteligencia de Israel.
El nazi que fue capturado en la Argentina, escribió un texto dos días antes de ser ejecutado en Israel. Galería de imágenes.
Perfil
Dos días antes de ser ejecutado en la horca, Adolf Eichmann envió una carta al entonces presidente de Israel, Yitzhak Ben-Tzvi. | Foto: Cedoc
Hoy se conmemora en todo el mundo el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto al cumplirse 71 años de la liberación de Auschwitz y en Israel, se dieron a conocer por primera vez documentos relacionados con el juicio a Adolf Eichmann, entre ellos una carta en la que pide el indulto al entonces presidente de Israel, Yitzjak Ben Tzvi.
Dos días antes de ser ejecutado en la horca, Adolf Eichmann envió una carta al entonces presidente de Israel, Yitzhak Ben-Tzvi. Tras haber sido declarado culpable de 15 cargos, incluyendo crímenes contra el pueblo judío, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra, el jerarca nazi rogó por su vida y pidió. Así lo revelan documentos, hasta ahora desconocidos, que fueron revelados hoy en la Casa Presidencial, al conmemorarse el Día Internacional del Holocausto.
Además de esta carta con el pedido de clemencia, también fueron expuestas cartas de la esposa y hermanos de Eichmann, la respuesta negativa del presidente y la nota en la que el fiscal Guideon Hausner anotó su famoso discurso, que comenzó diciendo que lo acompañaban “seis millones de demandantes”.
Los documentos originales son expuestos después que fueran digitalizados e ingresados en el archivo del Departamento Jurídico de la Casa Presidencial.
“En la evaluación de mi personalidad, los jueces cometieron un error decisivo, ya que no pueden ponerse en el lugar y las circunstancias en las que yo estaba durante los años de la guerra”, escribió Eichmann en su pedido de indulto. “El error proviene del hecho de que durante el juicio me presentaron varios documentos que, desconectados de las órdenes que recibía, ofrecen una imagen errónea. No es cierto que fui un funcionario de alto rango hasta el punto de que pudiera controlar en forma independiente la persecución de judíos. Nunca serví en un puesto de tan alto rango, con autoridad e independencia de criterio”, escribió Eichmann en su carta a Ben Tzvi.
El funcionario nazi escribió también que nunca dio “ninguna orden” en su propio nombre, sino que actuó por “obediencia debida”. “Si hubiera sido, como asumen los jueces, un fanático impulsor de la persecución de judíos, ello debió haberse reflejado en mi ascenso de rango y otros beneficios, pero no se me concedió ninguno. Se debe diferenciar entre los líderes responsables y las personas que, como yo, debimos servir como una herramienta en manos de los líderes. No fui un líder responsable, y por ello no me siento culpable. Sr. Presidente, le solicito que utilice su derecho a conceder el indulto y le ordene al tribunal que mi condena a muerte no sea ejecutada”, finalizó Eichmann.
También Vera Eichmann, esposa del criminal nazi, se dirigió al presidente Ben Tzvi pidiéndole el perdón para su marido. En un telegrama, Vera Eichmann escribió: “El destino de mi marido está en sus manos. Como esposa y madre de cuatro hijos le pido que le perdone la vida”.
Además, también fue expuesto el original del famoso discurso del fiscal Guideon Hausner, entonces asesor letrado del gobierno. Dado que Hausner había cambiado varias veces el contenido de su discurso, finalmente lo leyó de un papel donde lo había escrito a mano. En una fotografía del original, que fue entregada por su hija, Tami Raveh, se puede leer: “En este lugar en el que me encuentro ante ustedes, jueces de Israel, frente a Adolf Eichmann, no estoy solo. Junto a mí se encuentran aquí seis millones de demandantes. Pero ellos no podrán presentarse, señalar con su dedo acusador hacia la cabina de vidrio y gritarle a quien está sentado allí Yo Acuso. Porque sus cenizas están en las colinas de Auschwitz y los campos de Treblinka y en sus tumbas esparcidas por toda Europa. Ellos claman, pero sus voces no se pueden escuchar. Por tanto, yo seré su voz y pronunciaré en sus nombres esta horrorosa acusación”.
Adolf Eichmann arribó a la Argentina a principios de la década del 50´. Había logrado una identidad falsa en Roma bajo el nombre de Ricardo Klement, gracias a la colaboración de la Cruz Roja Internacional y miembros de la iglesia católica . En nuestro país, en un principio, se alojó en un principio en un hotel de inmigrantes, hasta que pudo establecerse en una casa de la zona de Olivos, provincia de Buenos Aires. Luego, fue capturado por los servicios de inteligencia de Israel.
lunes, 8 de febrero de 2016
Guerra Antisubversiva: La falta de autoridad moral de los derecho-humanistas
El número de desaparecidos: la verdad no aumenta la grieta
Análisis. Loperfido se equivoca al mezclar la cifra con la intención de conseguir subsidios en el exterior: es generalizar demasiado. Pero tiene todo el derecho de discutir lo que quiera.
Marcha. Las Madres de Plaza de Mayo, en una imagen reciente frente a la Casa Rosada. Archivo
Jorge Lanata - Clarín
La discusión, en el fondo, es sobre la superioridad moral de la víctima. Esa supuesta superioridad, fundada en el dolor, la autorizaría a dictar sentencias categóricas sobre todas las áreas sin ser cuestionada. La superioridad moral se asienta en la conciencia culpable del que accede a someterse.
Argentina es un país en el que se debe vivir aclarando; voy a someterme a esa regla que es un poco humillante: trabajé desde el periodismo para los derechos humanos toda mi carrera, he compartido mil charlas con las Madres y las Abuelas, me opuse a la obediencia debida en la Argentina, llevé adelante campañas en el exterior contra el indulto de Menem, colaboré en la vuelta al país de Juan Geman y Miguel Bonasso y su posterior instalación laboral, dirigí diez años el único diario que, cada día, publicó en sus respectivos aniversarios solicitadas gratuitas a las familias de desaparecidos, etc.
Toda esta perorata para afirmar que las declaraciones –y más que eso mismo, la actitud- de Darío Loperfido sobre la cantidad de desaparecidos y la discusión posterior me parecen valientes y oportunas. Es cierto que no tiene sentido discutir el fondo de una consigna –yo mismo, en una columna que saldrá en los próximos días, menciono los “treinta mil desaparecidos”- pero debe defenderse el derecho periodístico a brindar información concreta. Creo que Loperfido se equivoca al mezclar la cifra con la intención de conseguir subsidios en el exterior: es generalizar demasiado. Pero tiene todo el derecho de discutir lo que quiera.
Aclaro eso por la actitud de Estela Carlotto posterior a su visita a la Casa de Gobierno sobre el punto. Dijo que Loperfido debía “pedirles disculpas a la sociedad”. Las Abuelas, aunque respetadas por su trabajo y trayectoria, no son “la sociedad”, y si ese es el razonamiento habría quizá que preguntarse si Carlotto debía pedirle disculpas a alguien por su campaña sobre los Noble Herrera: ¿debería disculparse ante ellos mismos? ¿Ante el público? ¿Ante los técnicos de Canal 13 o Radio Mitre a los que les gritaban “devuelvan a los nietos”? En lugar de pedir disculpas, Carlotto se limitó entonces a decir: “Siempre dijimos que pueden ser [los nietos reclamados], pero nunca lo aseguramos porque no está probado”. Preocupa la supuesta autoridad moral de Carlotto, cuando cualquiera puede comprobar que nunca dijo una palabra sobre los 300 millones de dólares del fraude de Sueños Compartidos, de las inmobiliarias Bonafini-Schoklender. Esos fondos eran girados por la Subsecretaría de Vivienda, a cargo de Luis Bontempo, o de la Subsecretaría de Obras Públicas, a cargo de Abel Fatala, ambas del Ministerio de Planificación Federal, a cargo de Julio De Vido, a los municipios o provincias que contrataban a la Fundación de las Madres de Plaza de Mayo para realizar las obras, en general mediante un convenio, sin licitación previa. No hay cifras oficiales y los cálculos extraoficiales varían entre los 150 y los 300 millones de dólares desde 2006. ¿Lo habló con Hebe? ¿Le preguntó a Cristina en uno de tantos actos? ¿Se preocupó por la prostitución de los organismos ante los que ahora Loperfido debiera disculparse?
Las declaraciones del secretario de Cultura tampoco eran nuevas. Ceferino Reato publicó en La Nación en 2013 que el número exacto de desaparecidos era siete mil ciento cincuenta y ocho. Así escribió: “7158 víctimas es una cifra que indica una matanza atroz, con el agravante de que fue realizada desde el aparato estatal. Llegué a este número luego de contar los apellidos y nombres que aparecen como víctimas de la dictadura en el Anexo II del Nunca Más, el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).
Primero, conté las víctimas en Córdoba, que es donde se desarrolla la trama de mi último libro “¡Viva la sangre!” y comprobé que el número era inferior al que manejaba el Archivo Provincial de la Memoria; luego, extendí el recuento a nivel nacional.
Me gustaría hacer una aclaración sobre esa cifra total: es la suma de 6.415 desaparecidos y 743 víctimas de "ejecución sumaria", una categoría creada durante el gobierno del presidente Néstor Kirchner, según me informaron en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Se trata de una categoría muy general, que abarca a personas que fueron fusiladas en intentos de fuga que fueron fraguados y a muertos por grupos paraestatales, pero también a jóvenes fallecidos en tiroteos, durante ataques a cuarteles y comisarías o fusilados por los propios grupos guerrilleros a los que pertenecían, en cumplimiento de sentencias de ‘juicios revolucionarios’, como fue el caso del cordobés Fernando Haymal, de 26 años. Figuran, además, personas que murieron mientras armaban bombas que estallaron antes de lo previsto. Incluye también a muertos en tiroteos con la policía de otros países, como Hugo Irurzún, el ‘Capitán Santiago’ del Ejército Revolucionario del Pueblo, fallecido en Asunción del Paraguay en 1980, luego del atentado contra el ex dictador nicaragüense Anastasio Somoza, que vivía refugiado en ese país. Un combatiente argentino, pero abatido en un tiroteo con la policía paraguaya en Asunción”.
Intentar averiguar la verdad es nuestro derecho como ciudadanos y nuestra obligación como periodistas. Poco importa una consigna. Cada uno elegirá si seguir o no repitiéndola –verán que yo, por ejemplo, sigo haciéndolo- pero por decisión personal y no porque ningún ser superior me obligue a hacerlo. La verdad no aumenta la grieta, es lo único que hace posible que alguna vez podamos superarla.
Análisis. Loperfido se equivoca al mezclar la cifra con la intención de conseguir subsidios en el exterior: es generalizar demasiado. Pero tiene todo el derecho de discutir lo que quiera.
Marcha. Las Madres de Plaza de Mayo, en una imagen reciente frente a la Casa Rosada. Archivo
Jorge Lanata - Clarín
La discusión, en el fondo, es sobre la superioridad moral de la víctima. Esa supuesta superioridad, fundada en el dolor, la autorizaría a dictar sentencias categóricas sobre todas las áreas sin ser cuestionada. La superioridad moral se asienta en la conciencia culpable del que accede a someterse.
Argentina es un país en el que se debe vivir aclarando; voy a someterme a esa regla que es un poco humillante: trabajé desde el periodismo para los derechos humanos toda mi carrera, he compartido mil charlas con las Madres y las Abuelas, me opuse a la obediencia debida en la Argentina, llevé adelante campañas en el exterior contra el indulto de Menem, colaboré en la vuelta al país de Juan Geman y Miguel Bonasso y su posterior instalación laboral, dirigí diez años el único diario que, cada día, publicó en sus respectivos aniversarios solicitadas gratuitas a las familias de desaparecidos, etc.
Toda esta perorata para afirmar que las declaraciones –y más que eso mismo, la actitud- de Darío Loperfido sobre la cantidad de desaparecidos y la discusión posterior me parecen valientes y oportunas. Es cierto que no tiene sentido discutir el fondo de una consigna –yo mismo, en una columna que saldrá en los próximos días, menciono los “treinta mil desaparecidos”- pero debe defenderse el derecho periodístico a brindar información concreta. Creo que Loperfido se equivoca al mezclar la cifra con la intención de conseguir subsidios en el exterior: es generalizar demasiado. Pero tiene todo el derecho de discutir lo que quiera.
Aclaro eso por la actitud de Estela Carlotto posterior a su visita a la Casa de Gobierno sobre el punto. Dijo que Loperfido debía “pedirles disculpas a la sociedad”. Las Abuelas, aunque respetadas por su trabajo y trayectoria, no son “la sociedad”, y si ese es el razonamiento habría quizá que preguntarse si Carlotto debía pedirle disculpas a alguien por su campaña sobre los Noble Herrera: ¿debería disculparse ante ellos mismos? ¿Ante el público? ¿Ante los técnicos de Canal 13 o Radio Mitre a los que les gritaban “devuelvan a los nietos”? En lugar de pedir disculpas, Carlotto se limitó entonces a decir: “Siempre dijimos que pueden ser [los nietos reclamados], pero nunca lo aseguramos porque no está probado”. Preocupa la supuesta autoridad moral de Carlotto, cuando cualquiera puede comprobar que nunca dijo una palabra sobre los 300 millones de dólares del fraude de Sueños Compartidos, de las inmobiliarias Bonafini-Schoklender. Esos fondos eran girados por la Subsecretaría de Vivienda, a cargo de Luis Bontempo, o de la Subsecretaría de Obras Públicas, a cargo de Abel Fatala, ambas del Ministerio de Planificación Federal, a cargo de Julio De Vido, a los municipios o provincias que contrataban a la Fundación de las Madres de Plaza de Mayo para realizar las obras, en general mediante un convenio, sin licitación previa. No hay cifras oficiales y los cálculos extraoficiales varían entre los 150 y los 300 millones de dólares desde 2006. ¿Lo habló con Hebe? ¿Le preguntó a Cristina en uno de tantos actos? ¿Se preocupó por la prostitución de los organismos ante los que ahora Loperfido debiera disculparse?
Las declaraciones del secretario de Cultura tampoco eran nuevas. Ceferino Reato publicó en La Nación en 2013 que el número exacto de desaparecidos era siete mil ciento cincuenta y ocho. Así escribió: “7158 víctimas es una cifra que indica una matanza atroz, con el agravante de que fue realizada desde el aparato estatal. Llegué a este número luego de contar los apellidos y nombres que aparecen como víctimas de la dictadura en el Anexo II del Nunca Más, el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).
Primero, conté las víctimas en Córdoba, que es donde se desarrolla la trama de mi último libro “¡Viva la sangre!” y comprobé que el número era inferior al que manejaba el Archivo Provincial de la Memoria; luego, extendí el recuento a nivel nacional.
Me gustaría hacer una aclaración sobre esa cifra total: es la suma de 6.415 desaparecidos y 743 víctimas de "ejecución sumaria", una categoría creada durante el gobierno del presidente Néstor Kirchner, según me informaron en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Se trata de una categoría muy general, que abarca a personas que fueron fusiladas en intentos de fuga que fueron fraguados y a muertos por grupos paraestatales, pero también a jóvenes fallecidos en tiroteos, durante ataques a cuarteles y comisarías o fusilados por los propios grupos guerrilleros a los que pertenecían, en cumplimiento de sentencias de ‘juicios revolucionarios’, como fue el caso del cordobés Fernando Haymal, de 26 años. Figuran, además, personas que murieron mientras armaban bombas que estallaron antes de lo previsto. Incluye también a muertos en tiroteos con la policía de otros países, como Hugo Irurzún, el ‘Capitán Santiago’ del Ejército Revolucionario del Pueblo, fallecido en Asunción del Paraguay en 1980, luego del atentado contra el ex dictador nicaragüense Anastasio Somoza, que vivía refugiado en ese país. Un combatiente argentino, pero abatido en un tiroteo con la policía paraguaya en Asunción”.
Intentar averiguar la verdad es nuestro derecho como ciudadanos y nuestra obligación como periodistas. Poco importa una consigna. Cada uno elegirá si seguir o no repitiéndola –verán que yo, por ejemplo, sigo haciéndolo- pero por decisión personal y no porque ningún ser superior me obligue a hacerlo. La verdad no aumenta la grieta, es lo único que hace posible que alguna vez podamos superarla.
domingo, 7 de febrero de 2016
SGM: El cañón de pájaro de Rudel
El cañón de pájaro
El subtipo Ju 87G "Kanonenvogel" (cañón de pájaro) fue una variante antitanque del Stuka. Únicamente llegó a ser operacional el Ju 87G-1. Era una versión especializada anticarro, equipada con dos cañones BK 3,7 (Flak 18) suspendidos bajo las alas justo al lado del tren de aterrizaje. Este cañón de 37 mm era un arma formidable, que pesaba 363 kg y había sido ampliamente utilizada como antiaérea. Sin embargo el cañón tenía un serio inconveniente: a pesar de la alta velocidad inicial (850 m/s) de su proyectil perforante, disponía sólo de seis cartuchos por arma en peine metálico, y una cadencia de tiro de 160 disparos por minuto, lo que suponía una duración total de la ráfaga de 2,25 s o de escasamente dos proyectiles por segundo.
Al más importante usuario de Ju 87G-1, Hans Ulrich Rudel, se le acreditan 519 vehículos acorazados soviéticos destruidos (cifra comprobada). Este piloto, que siguió volando después de perder una pierna en 1944, realizó 2.530 misiones de combate y continuaba al mando de formaciones de Stuka en misiones diurnas, bastante tiempo después de que los restantes Stukagruppen hubiesen reemplazado sus vulnerables aviones por los más seguros Focke-Wulf Fw 190 F y G.
Junkers 87 G, obsérvese los cañones BK 3,7 bajo las alas
Wikipedia
El subtipo Ju 87G "Kanonenvogel" (cañón de pájaro) fue una variante antitanque del Stuka. Únicamente llegó a ser operacional el Ju 87G-1. Era una versión especializada anticarro, equipada con dos cañones BK 3,7 (Flak 18) suspendidos bajo las alas justo al lado del tren de aterrizaje. Este cañón de 37 mm era un arma formidable, que pesaba 363 kg y había sido ampliamente utilizada como antiaérea. Sin embargo el cañón tenía un serio inconveniente: a pesar de la alta velocidad inicial (850 m/s) de su proyectil perforante, disponía sólo de seis cartuchos por arma en peine metálico, y una cadencia de tiro de 160 disparos por minuto, lo que suponía una duración total de la ráfaga de 2,25 s o de escasamente dos proyectiles por segundo.
Al más importante usuario de Ju 87G-1, Hans Ulrich Rudel, se le acreditan 519 vehículos acorazados soviéticos destruidos (cifra comprobada). Este piloto, que siguió volando después de perder una pierna en 1944, realizó 2.530 misiones de combate y continuaba al mando de formaciones de Stuka en misiones diurnas, bastante tiempo después de que los restantes Stukagruppen hubiesen reemplazado sus vulnerables aviones por los más seguros Focke-Wulf Fw 190 F y G.
Junkers 87 G, obsérvese los cañones BK 3,7 bajo las alas
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