jueves, 12 de noviembre de 2020

Europa 1945: El punto de quiebre

Europa 1945, los dramas después de la gran guerra: violaciones, venganzas, los sobrevivientes de los campos y mucho dolor 

La Segunda Guerra Mundial había llegado a su fin después de casi seis años. Era el turno de la paz. Comenzaba un proceso de sanación, pero también de horror, muerte e injusticias. Llegaron los acusados de colaboracionistas, los abusos a millones de mujeres, más hambre y más espanto. Cómo se reconstruyó Europa después de haberse hecho jirones

Por Matías Bauso || Infobae





1945 fue el año en que empezó la sanación pero también el de la revancha y el dolor. Fue necesariamente un tiempo de confusión y de reparación, de horror y de esperanza (Granger/Shutterstock)

Hitler se había suicidado una semana antes. Los soviéticos ya estaban en Berlín. La rendición alemana es cuestión de horas. La guerra llegará a su fin después de casi seis años. Era el turno de la paz. Pero los procesos históricos son complejos, varias situaciones contradictorias pueden convivir en un mismo momento. Los cambios no son automáticos ni las soluciones mágicas.

El fin de la guerra era el primer paso para llegar a la tranquilidad. Pero que terminaran los enfrentamientos armados no implicaba que el mundo a partir de ese momento sería un lugar idílico. El fin de la guerra también tuvo mucho dolor, venganza, violaciones, muerte e injusticias. Faltaba mucho trabajo y mucho sufrimiento para acceder a una nueva normalidad. 1945 fue el año en que empezó la sanación pero también el de la revancha y el dolor. Fue necesariamente un tiempo de confusión y de reparación, de horror y de esperanza.

El mundo debía reconstruirse luego de haberse hecho jirones. Esa reconstrucción no fue ni inmediata ni pareja. El recuento de los grandes hechos políticos -establecimientos de gobiernos, juzgamientos, ocupaciones, rehabilitaciones- muchas veces hace que se olviden los profundos dramas humanos. La visión global, el movimiento en ese tablero que es el mundo, pierde de vista las individualidades, los dramas personales por más masivos y similares que fueran.

Muchos se mostraron ilusionados con el regreso a los viejos tiempos. Eso significaba para ellos la firma de la capitulación. Pero habían sucedido demasiadas desgracias, había habido mucha muerte, la locura y la abyección habían permanecido demasiado tiempo como para que todo volviera a ser como antes.

El pasado no volvería. Un nuevo mundo empezaba. Pero esa nueva normalidad, con muchos elementos muy superadores del pasado y con otros que significan un retroceso, todavía requeriría muchos sacrificios y mucho trabajo para instalarse.

  El fin de la Segunda Guerra Mundial

Algo de eso muestra una escena que muchas veces ha pasado desapercibida. En el momento de la firma de la rendición alemana, el mariscal Wilhem Keitel sin dejar que ninguna emoción se filtrara en su expresión le dijo secamente a los comandantes soviéticos que estaba horrorizado por la dimensión de la destrucción de Berlín. Uno de los oficiales del Ejército Rojo le respondió con la misma parquedad: “¿Usted mostró el mismo horror por los cientos de pueblos y ciudades soviéticas que fueron arrasadas tras sus órdenes? Decenas de miles de niños quedaron sepultados bajo las ruinas de esos lugares”. Keitel no respondió nada.

La alegría inicial se transformó en euforia. La guerra había terminado. El mundo sería distinto. Era el momento de la paz. Sin embargo, los ánimos exultantes de algunos debían convivir con el hambre, la enfermedad, la pobreza, la lejanía del hogar o la ausencia de este. Y ninguno de esos eran estados intermedios. Había demasiada enfermedad. Demasiada pobreza. Demasiada hambre. Nada extraño: lo que las guerras suelen provocar.

La capitulación de unos, la victoria de otros no significaron la prosperidad inmediata. El fin de la guerra no funcionó como un interruptor que al apretarlo cambió de inmediato el estado de las sociedades.

En muchas grandes ciudades europeas hubo desfiles victoriosos, fiesta en las clases, bailes y besos. En otras sólo había desolación. En el mismo lugar un ejército podía ser visto como una fuerza de liberación o como despiadados conquistadores.

La libertad no era la solución a todos los problemas. La miseria seguía allí. Los familiares muertos no resucitaban y se iba a necesitar de mucho dinero y mucho trabajo para volver a levantar las ciudades arrasadas por las bombas.


En Berlín y en las otras ciudades alemanas por las que pasó el Ejército Rojo la norma fueron las violaciones masivas. Más de dos millones de mujeres ultrajadas. De los 12 a los 70 años. Las mujeres eran objetos, medios para consumar la venganza (Northcliffe Collection/ANL/Shutterstock)

Creer que en Europa, la firma de la rendición alemana hizo cesar las muertes es un error. La cantidad de enfermos y heridos, la diseminación de enfermedades que no podían enfrentarse. No había ni equipos médicos, ni personal ni medicamentos para tanta población. Y, hasta en los casos en que esa ayuda llegaba y era abundante, podía resultar perjudicial. Muchos murieron tras darse atracones con la comida que les proporcionaron los aliados: sus organismos no estaban preparados para comer raciones razonables de alimentos.

La guerra había dejado destrucción y dolor. Con la exaltación del triunfo, la tranquilidad de que el peligro de ser asesinado por una bomba hubiera quedado atrás, la posibilidad de vislumbrar un futuro por primera vez en cinco años. Pero con ese entusiasmo convivía la sed de venganza.


Los sobrevivientes de Auschwitz eran espectros humanos, ya no tenían hogar. Volver a sus países fue una tarea mucho más difícil de la que se había pensado (Shutterstock)

Una foto de Robert Capa, sacada unos meses antes, grafica la situación. Es de la liberación de la ciudad francesa de Chartres. Una mujer camina en medio de una multitud, en sus brazos un bebé envuelto en una manta. Delante de ella camina un hombre con un hatajo de ropa; el hombre, presumiblemente el padre de la mujer, con una boina en su cabeza lleva la vista clavada en el piso y un gesto amargo en la cara. La mujer, detalle fundamental, está rapada. Alguien rasuró a cero su pelo. El signo de la ignominia, la marca de la colaboración con los ocupantes nazis. El bebé en sus brazos parece ser la prueba más cabal de ello. Dos policías la llevan detenida o la escoltan, no sé sabe. Alrededor y detrás de ella centenares de habitantes del pueblo. Se burlan de ella, sonríen con satisfacción, disfrutan de la situación. En sus caras hay deleite, una furiosa alegría por el cambio de destino de la mujer.

Momentos similares ocurrieron en todas las ciudades europeas tras el fin de la guerra. Los acusados de colaboracionistas, las mujeres que habían entablado relaciones con el enemigo eran castigadas, lapidadas.

En Berlín y en las otras ciudades alemanas por las que pasó el Ejército Rojo la norma fueron las violaciones masivas. Más de dos millones de mujeres ultrajadas. De los 12 a los 70 años. Las mujeres eran objetos, medios para consumar la venganza. La retribución de lo que los nazis habían hecho en sus tierras. Nadie ponía freno a la situación.

Las calles vacías, cubiertas de escombros, con el humo saliendo de los restos todavía calientes de muchas edificaciones, fueron el escenario de múltiples atrocidades. El vencedor imponía su ley, la del Talión. Faltaba mucho tiempo para que la razonabilidad se impusiera.

Del lado de las tropas aliadas también existen registros de abusos y violaciones aunque no tan masivos ni sistemáticos. No estaba tan acendrado el sentido de venganza y las autoridades militares impusieron límites disciplinarios con mayor velocidad.


 
El mercado negro era el único lugar en que se conseguían productos de primera necesidad. Arroz, un jabón, pan. Se saqueaban ruinas, se atacaba a una anciana que caminaba por la calle con una bolsa de verduras (Sovfoto/Universal Images Group/Shutterstock)

La desesperación y la escasez hizo que muchas mujeres y también muchos hombres se entregaran a los soldados enemigos. Era una forma de conseguir alimentos y otros bienes que en medio de tantas carencias se convertían en mercancías muy valiosas. La miseria era abrumadora. Parecía faltar todo. Sociedades enteras martirizadas por el hambre. El mercado negro era el único lugar en que se conseguían productos de primera necesidad. Arroz, un jabón, pan. Se saqueaban ruinas, se atacaba a una anciana que caminaba por la calle con una bolsa de verduras, o una pandilla de chicos de 11 años tiraba al piso a una mujer para quedase con un pedazo de pan.

En el otro frente, en el Pacífico, uno de los argumentos con el que los líderes japoneses motivaban a su pueblo a luchar hasta las últimas consecuencias era el de que en caso de derrota sus mujeres serían mancilladas por el enemigo. Lo que los japoneses hacían no era más que recordar su propia experiencia como invasores de China una década antes. Para ellos no había otra forma en que un ejército invasor (o conquistador) pudiera comportarse. En Japón los excesos y los abusos fueron menores. Pero la guerra finalizó luego del lanzamiento de dos bombas atómicas que mataron cientos de miles de personas y que dejaron como herencia a varias generaciones diezmadas por la radiación.

Estaban también los sobrevivientes de los campos de concentración. Espectros, con un número tatuado en el brazo, con un delgado hilo de vida habitando su cuerpo. Arriados como ganado hacia alejados lagers en Europa Oriental, los escasos que escaparon del horror debían regresar a sus tierras, no ya a sus casas que habían sido saqueadas o asignadas a otros. Pero primero debían estabilizarse. Recuperar peso, regularizar comidas, dejar atrás enfermedades. Las repatriaciones fueron más complejas de lo recordado. Algunos desde un campo situado en la actual Polonia eran derivados a localidades rusas y de ahí recién emprendían el regreso a Italia u Holanda. Una odisea que duró meses y que se cobró también muchas vidas. Mientras tanto sus familiares esperaban, cada vez con menos ilusiones, alguna noticia.

“La libertad, la improbable, imposible libertad, tan lejana de Auschwitz que sólo en sueños osábamos esperarla, había llegado; y no nos había llevado a la Tierra Prometida. Estaba a nuestro alrededor, pero en forma de una despiadada llanura desierta. Nos esperaban más pruebas, más fatigas, más hambres, más hielo, más miedo”, escribió Primo Levi en La Tregua. Los sobrevivientes estaban regresando a la superficie, saliendo a flote en un camino que había que sortear, no libre de dolor y crueldad.

Mujeres llevando flores a soldados soviéticos en Berlín (Northcliffe Collection/ANL/Shutterstock)

El caos dominaba. Los eventos sucedían azarosamente, casi sin lógica, como si se tratara de un misterio a resolver. Un campo de refugiados al que llegó un cargamento de raciones. Además de algunos medicamentos y de latas de comida, casi sin razón de ser, entre los paquetes se habían colado dos grandes cajas con lápices labiales. Luego de la sorpresa el oficial británico a cargo, el teniente coronel Gonin ordenó distribuirlos entre las mujeres. Las mujeres yacían en las camas sin sábanas, no tenían nada de nada. Las costillas amenazaban con cortar la delgada piel que las recubría, muchas respiraban con dificultad pero tenían los labios pintados de un carmesí intenso.

“Creo que nada hizo más por esas mujeres que el lápiz labial. Ya no eran un número. Esa nimiedad les mostraba que volvían a ser individuos. Ese mínima posibilidad de prestar atención a la apariencia, en darse un pequeño gusto, les devolvía la humanidad que habían tratado de quitarles”, escribió el oficial británico años después.

Se vivió también una notable liberación sexual. Los índices de nacimiento en los meses posteriores son de los más altos de la historia europea. Luego de tantas privaciones y sufrimientos, el sexo era una manera contundente de recuperar, de reafirmar la humanidad que los nazis habían tratado de quitarles. Algunos se sobresaltaron y hablaron de indecencia y de libertinaje. La mayoría lo vivió con naturalidad e intensidad. Había otro motivo importante: oponerle vida a tanta muerte. Los nacimientos eran una confirmación contundente, irrefutable de vitalidad. Una manera de ir reconstruyendo lo derruido. Ian Buruma escribe en su libro Year Zero. A History of 1945: “El sexo no era sólo cuestión de placer; era, una desafío, una muestra de rebeldía contra la extinción”.

  Las calles vacías, cubiertas de escombros, con el humo saliendo de los restos todavía calientes de muchas edificaciones, fueron el escenario de múltiples atrocidades (Northcliffe Collection/ANL/Shutterstock)

En 1945 el mundo adquirió su nueva forma. Lo ocurrido ese año sentó las bases de todo lo bueno y lo malo que vino después. El transcurso del tiempo mostraría que el regreso al mundo anterior a la guerra era imposible. Los equilibrios se habían modificado pero también había cambiado la gente.

Los países que salieron victoriosos verían caer sus colonias en los años siguientes; Japón y Alemania empezaban la recuperación desde cero. Las mujeres empezaban a tener otro papel en la sociedad; la ausencia de los hombres durante tantos años habían demostrado lo que durante tanto tiempo no se había querido ver: sus condiciones, su fortaleza, sus habilidades, la igualdad de condiciones (aunque todavía se estaba muy lejos de la igualdad de oportunidades: tan lejos que todavía, 75 años después, no se alcanzó).

Pero no sólo la liberación femenina salió a la luz dentro de las ideas, instituciones y conflictos que definirían las siguientes décadas (probablemente, al menos, hasta la caída del Muro en 1989) están las Naciones Unidas, el comunismo como posibilidad en muchos países, el pacifismo japonés, la unidad europea, la hegemonía norteamericana, el estado de bienestar y, por supuesto, la Guerra Fría.

martes, 10 de noviembre de 2020

República de Weimar: El comisario socialista de Berlín que provocó un "levantamiento popular"

El jefe de policía izquierdista comenzó el levantamiento de Spartacus

Como jefe de policía de Berlín, se suponía que Emil Eichhorn debía proteger la democracia. De hecho, promovió las fuerzas izquierdistas radicales que declararon la guerra a la joven república. La situación se intensificó en enero de 1919.
Die Welt


El 5 de enero de 1919, el llamado levantamiento de Espartaco estalló en Berlín, con el cual los comunistas y el ala izquierda del Partido Independiente Socialdemócrata (USPD) querían derrocar al gobierno. El levantamiento fue sofocado el 12 de enero de 1919.


La policía debe garantizar la seguridad y el orden, no difundir la incertidumbre y el desorden. Pero este último hizo exactamente lo último en Berlín a fines de 1918/19. Más precisamente: el cuartel general de la policía, el desafiante "castillo rojo" en Alexanderplatz, que durante décadas fue considerado con razón una fortaleza de la dinastía Hohenzollern por el movimiento obrero.

Ya durante las luchas navideñas por el castillo de Hohenzollern y el vecino Marstall, la "fuerza de seguridad policial", una milicia armada paramilitar compuesta por ex soldados de izquierda, creada por el actual jefe de policía Emil Eichhorn, del lado de la amotinada división de la Marina Popular.

Además, el político de la USPD, que había caído más accidentalmente en el papel de jefe de policía en la capital imperial el 9 de noviembre de 1918, mantuvo abiertamente su cargo en términos de política de partidos: el ala radical del movimiento sindical recibió todo el apoyo, todas las demás fuerzas políticas no recibieron ni se vieron obstaculizadas. El documento del partido SPD "Forward" en el día de Año Nuevo fue solo un poco puntiagudo: "Todos los días en que Eichhorn permanece en el cargo es un peligro para la seguridad pública".

Cuando el 3 de enero de 1919 los ministros del USPD en el gobierno prusiano renunciaron en protesta por la represión del motín en Navidad, Eichhorn fue el último independiente en un puesto importante en Berlín. El jefe de policía no ocultó su actitud: favoreció la conexión de toda la izquierda con la Liga Bolchevique Espartaco fundada por Karl Liebknecht.


Desde noviembre de 1918 hasta enero de 1919, Emil Eichhorn controló el cuartel general de la policía de Berlín, el "Rote Burg"
Fuente: picture-alliance / akg-images; Manual del Reichstag 1907, duodécimo período legislativo, Berlín 1907 / en el dominio público

Fue una situación grotesca: el jefe de policía designado por el gobierno interino apoyó al grupo que exigía que se retirara al gobierno interino. Eichhorn no estaba impresionado por las críticas a su oficina. Cuando fue convocado por el primer ministro y ministro del Interior de Prusia, Paul Hirsch, un hombre del SPD, Eichhorn se retiró y anunció que haría comentarios por escrito sobre las acusaciones.

También respondió sin rodeos que no reconocía al Ministerio del Interior como superior, sino solo a los consejos de trabajadores y soldados. Cuando se le preguntó qué pensaba de la Asamblea Nacional, el Independiente respondió rápidamente que su punto de vista político no preocupaba al Ministerio. Hirsch no podía dejar que el oficial político Eichhorn esperara.


Tropas leales en una barricada en Berlín en enero de 1919
Fuente: UIG a través de Getty Images

El sábado 4 de enero de 1919, el jefe de policía retirado fue liberado formalmente; sin embargo, el anuncio se hizo en breve, lo que tuvo que provocarlo. El Consejo Central y el Consejo Ejecutivo del Gran Berlín confirmaron el despido. Solo el jefe del caudillo revolucionario, Richard Müller, y Ernst Däumig, el líder del ala izquierda del USPD, votaron en contra.

La decisión se publicó de inmediato, lo que alimentó aún más el estado de ánimo. Eichhorn todavía no pensó en ceder y se aseguró de respaldar a su grupo. La junta de la USPD en Berlín y los jefes revolucionarios llamaron al reemplazo un "ataque base contra los trabajadores revolucionarios" y convocaron a una manifestación el domingo siguiente.

Cuando el nuevo jefe de policía Eugen Ernst apareció en el presidium de Alexanderplatz y le pidió amablemente a Eichhorn que entregara su oficina, el revolucionario depuesto se negó. Un testigo recordó haber escuchado: "¡Estoy construyendo el nuevo estado popular!" Ernst tuvo que retirarse porque los soldados y los manifestantes entusiasmados apoyaban a Eichhorn. Un desastre.


Gustav Noske dando un discurso en 1918/19
Crédito: picture-alliance / dpa

Gustav Noske, que había sido responsable de la seguridad militar e interna en el Consejo de Representantes del Pueblo durante unos días, había aconsejado urgentemente a su amigo del partido Eugen Ernst que solo fuera al Presidium con tropas leales. Cualquier otra cosa minaría la autoridad del estado. Eso era exactamente lo que había sucedido ahora.

Sin embargo, el 4 de enero de 1919, Noske no pudo intervenir porque estaba ocupado con otras cosas: con Friedrich Ebert, el presidente del Consejo de Representantes del Pueblo, el gobierno de transición al nivel del Reich, visitó a las tropas en Zossen, cerca de Berlín. Los soldados tenían curiosidad por los políticos; pero, sobre todo, querían ver cómo reaccionaban sus superiores a los dos socialdemócratas.

El mayor general Georg Maercker, naturalmente, rindió homenaje al Representante del Pueblo, pero no ocultó su espíritu monárquico. Dijo que un hombre como Noske con una postura política firme "no podía encontrar camaleones políticos para complacer". El socialdemócrata, a su vez, sabía que sin un poder militar confiable, el gobierno se convertiría en una bola de juego para los grupos radicales.




A principios de enero de 1919, la guerra civil se desencadenó en el centro de Berlín.
Fuente: UIG a través de Getty Images

La respuesta a una ley sobre un ejército popular de voluntarios fue baja, aunque cumplió con todos los criterios de la nueva era: los voluntarios se comprometieron por un apretón de manos a la república socialdemócrata y eligieron a sus propios líderes.

Sin embargo, los soldados del ejército de campo que habían regresado del frente no estaban interesados ​​en gran medida en un servicio adicional en casa. En lugar de mantener el orden y la seguridad, querían irse a casa. Por lo tanto, Noske consideró conveniente que Maercker había formado el "Landesjäger" de Freikorps con una gran parte de los equipos de su 214ª división, 5000 hombres fuertes. No se veían a sí mismos como una unidad paramilitar, sino como parte del ejército imperial, no democráticos, pero al menos leales al gobierno actual.

Mientras tanto, el KPD, que solo había sido fundado unos días antes, había reconocido que la disputa sobre el presidente de la policía le ofreció una oportunidad perfecta para escalar. Era indiferente al personal de Emil Eichhorn; más bien, su despido correspondió a su convicción de que ningún enlazador podría trabajar con el SPD. Sin embargo, el proceso podría usarse extremadamente bien para obstaculizar o incluso evitar la elección a la primera Asamblea Nacional prevista para el 19 de enero de 1919. Esto es exactamente lo que quería el KPD porque no votó, en el que solo podía esperar unos pocos votos.

Las fuerzas del gobierno alemán arrestan a los espartaquistas en 1919. El levantamiento espartaquista (Spartakusaufstand) fue una huelga general y la batalla armada en Alemania del 4 al 15 de enero de 1919. Su represión marcó el final de la Revolución alemana. El nombre "levantamiento espartaquista" se usa generalmente para el evento a pesar de que ni la "Liga Espartaquista" ni el Partido Comunista de Alemania lideraron este levantamiento; cada uno participó solo después de que la resistencia popular había comenzado ...


Los prisioneros del levantamiento de Espartaco son llevados lejos
Fuente: UIG a través de Getty Images

Entonces, el 5 de enero de 1919, a los lectores del periódico KPD "Rote Fahne" se les mostró cuán supuestamente insidiosamente Ebert y Philipp Scheidemann, el otro presidente del SPD, habían expulsado al hombre del USPD, Eichhorn. Pero no se trata solo de él: se suponía que los propios trabajadores estaban "privados del último remanente de los logros revolucionarios".

El movimiento de ajedrez demagógico, que ignoró todo el progreso de los meses anteriores, quedó atrapado: unas pocas decenas de miles de berlineses vinieron a la manifestación. Eichhorn tomó la palabra él mismo al caer la tarde en los pasillos de Germania en Chausseestrasse y anunció: "¡Recibí mi cargo de la revolución y solo lo devolveré a la revolución!" Después de eso, el "Comité Revolucionario" se reunió por primera vez Docena de radicales de izquierda, incluidos Eichhorn y el líder de Spartakus Karl Liebknecht y Wilhelm Pieck, cofundador del funcionario de KPD y Spartakus.

Al mismo tiempo, entre 500 y 600 combatientes armados de izquierda, casi todos en las inmediaciones del KPD, ocuparon puestos clave en el centro de Berlín. Irrumpieron no solo en los editores de los "Vorwärts", sino también en los edificios del Wolff’s Telegraph Bureau y las editoriales civiles Mosse, Ullstein y Scherl en el distrito de periódicos de Berlín. El levantamiento de Spartacus había comenzado.

Este artículo fue publicado por primera vez el 6 de enero de 2019.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Guerra Fría: La bomba Zar

The Tsar Bomba: el arma nuclear más poderosa jamás creada

por Renaud Mayers || The Defensiomen



La bomba Zar

The Tsar Bomba: el arma nuclear más poderosa jamás creada. La URSS estaba ansiosa por mostrar sus capacidades nucleares y detonó la bomba más grande jamás creada: ¡La Bomba Tsar!

La Tsar Bomba pesaba 27 toneladas y tenía un rendimiento de 50 megatones; 1350 veces más potente que la bomba lanzada sobre Hiroshima. Fue probado en 1961, o más exactamente, fue lanzado por un Tu-95 Bear modificado. Al ser lanzada, la bomba desplegó un paracaídas de 800 kilogramos / 1.600 metros cuadrados diseñado para frenar la caída de la bomba y dar al avión y a los pilotos una probabilidad estimada del 50% de escapar de la explosión y sobrevivir ... La bomba detonó aproximadamente altitud de 4.000 m. Cuando la onda de choque alcanzó al Tu-95V, el bombardero estaba a 115 km de distancia. La fuerza de la ola fue tal que el avión cayó 1 km de altitud antes de que el piloto lograra recuperar el control de su avión. La explosión registró hasta 5 en la escala de Richter. El destello se vio a 1000 km de distancia y una aldea abandonada a 55 km del lugar de la explosión fue arrasada. La onda de choque dio tres vueltas a la tierra, rompiendo ventanas a una distancia de hasta 900 kilómetros. En cuanto a la nube en forma de hongo, alcanzó una altitud de 64 kilómetros, que es 7 veces la altura del Monte Everest. ¡Parte de la energía liberada por la bomba escapó de la atmósfera terrestre!

Los planes para detonar bombas similares a la Tsar Bomba (o más grandes) fueron posteriormente abandonados.

sábado, 7 de noviembre de 2020

SGM: El frente de Okinawa

Frente Kakazu-Nishibaru-Yonabaru Abril de 1945

W&W




El 3 de abril, el emperador Hirohito, insatisfecho con lo que estaba sucediendo en Okinawa, había ordenado al trigésimo segundo ejército que montara una contraofensiva y empujara a los estadounidenses al mar, o que hiciera un contraaterrizaje que alteraría dramáticamente la situación estratégica.

Hirohito podría haber parecido un semidiós remoto para la mayoría de sus súbditos, pero de hecho estaba profundamente involucrado en asuntos militares. En el segundo día de la invasión aliada de Okinawa, el emperador se preocupó en voz alta de que "si esta batalla resultara mal, el ejército y la marina perderían la confianza de la nación". Al tercer día, Hirohito ya no podía simplemente mirar desde el costado. Cuando la orden del emperador de contraatacar llegó al general Ushijima, solo pudo obedecer. "Todas nuestras tropas intentarán avanzar y acabar con el feo enemigo", respondió Ushijima.

La planificación comenzó de inmediato para una infiltración nocturna masiva de las líneas estadounidenses a lo largo del frente Kakazu-Nishibaru-Yonabaru. El exaltado general Cho, el jefe de estado mayor del 32º Ejército, estaba encantado con la oportunidad de tomar por fin la iniciativa. Algunos oficiales de estado mayor se opusieron enérgicamente, sobre todo, el coronel Yahara, oficial de operaciones del ejército. Abogaron por ceñirse a la estrategia de desgaste original del 32º Ejército.

Los principales objetivos de la contraofensiva después de romper las líneas estadounidenses serían los aeródromos de Yontan y Kadena. El almirante Matome Ugaki, comandante de la Quinta Flota Aérea y exjefe de Estado Mayor de la Flota Combinada, escribió que era esencial "anular el uso de esas pistas de aterrizaje por parte del enemigo".

El ataque se fijó inicialmente para la noche del 6 de abril, pero se trasladó al 8 de abril y luego se pospuso por segunda vez porque los japoneses temían un desembarco aliado en las playas del sur de Okinawa esa noche. La contraofensiva fue reprogramada para la noche del 12 de abril.

El 272º Batallón de Infantería Independiente de la 62ª División lideraría el ataque a la 96ª División en el área de Kakazu, y el 22º Regimiento de Infantería de la 24ª División intentaría atravesar la 7ª División estadounidense en el este. Llevando paquetes de 110 libras y bolsas de comida, el 22 marchó durante dos días bajo la lluvia desde Naha hasta la costa este, donde debía atacar las líneas de Hourglass.

Los infiltrados debían pasar rápida y silenciosamente a través de las posiciones del XXIV Cuerpo estadounidense en una "línea sinuosa de anguilas" y ocultarse en cuevas y tumbas al norte de las líneas de batalla. Al amanecer, debían estar en escondites camuflados. En un momento predeterminado, atacarían la retaguardia de los Aliados y los dos aeródromos. "El secreto de nuestros planes debe mantenerse hasta el final", decían las instrucciones japonesas49.

El coronel Yahara creía que el plan desperdiciaría la vida de cientos, si no miles, de soldados de primera línea. Después de perder el argumento, Yahara actuó para reducir las pérdidas inevitables del 32º Ejército reduciendo discretamente el número de batallones comprometidos con la operación de seis a cuatro. Al hacerlo, se aseguró de que la operación fracasara.

Treinta minutos antes de que comenzara el ataque, la artillería japonesa disparó tres mil rondas, concentrándose en la línea de batalla occidental, donde el 272. ° Batallón de Infantería esperaba romper las posiciones de los Deadeyes en Kakazu y Kakazu West. Fue el bombardeo japonés más pesado de la guerra del Pacífico.



Los estadounidenses respondieron con ráfagas ensordecedoras de disparos de cuatro acorazados y dos destructores. Los proyectiles de estrellas intercalados con rondas explosivas iluminaron brillantemente el campo de batalla y expusieron a los soldados japoneses atacantes. La oportunidad de disparar a decenas de tropas enemigas al aire libre exaltó a muchas tropas del XXIV Cuerpo, frustradas por días de estar bajo el fuego de un enemigo invisible.51

En Kakazu y Kakazu Oeste, sesenta tropas enemigas casi atravesaron la 383a Compañía G de Infantería, que momentáneamente confundió a los japoneses con estadounidenses. La Compañía G mató a cincuenta y ocho atacantes y detuvo el intento de infiltración.

Finalmente, capaces de cambiar las tornas con los japoneses que salían de sus fortificaciones al aire libre, los Deadeye los castigaron con el tipo de fuego intensivo de mortero, artillería y ametralladora que ellos mismos habían soportado durante una semana.

Los japoneses continuaron atacando incluso cuando estaban gravemente heridos. Algunos de ellos se adelantaron con torniquetes en las piernas, ingles y brazos, dijo el soldado de primera clase Charles Moynihan, un operador de radio de enlace entre una unidad de artillería y la 381 de infantería. Derribados por el puntaje, pronto fueron "apilados como un montón de gusanos", dijo.

“Fuimos inmovilizados por fuego de mortero concentrado antes de que pudiéramos cruzar la colina”, escribió un soldado japonés del 272.º Batallón, que soportó el fuego fulminante hasta el amanecer, cuando se retiró después de haber sufrido numerosas bajas. "Sólo cuatro de nosotros [en su pelotón] ... quedamos ... la Akiyama Tai [1ª Compañía, 272ª] fue aniquilada mientras se infiltraba". Otra compañía que sufrió bajas masivas literalmente se desintegró mientras intentaba retirarse, dijo el soldado.

La contraofensiva en Kakazu fracasó en gran parte debido a la frenética resistencia de estadounidenses como el sargento técnico Beauford Anderson de la 381ª infantería, todavía en la línea de Kakazu, que la 27ª División estaba en las primeras etapas de asumir el control.

Anderson había terminado en una cueva en la silla de montar entre Kakazu y Kakazu West con quince proyectiles de mortero japoneses sin disparar, pero sin un mortero para disparar los proyectiles. Resolvió el problema transformándose en un dispositivo de lanzamiento: arrancando los proyectiles de mortero de sus casquillos, tirando de los imperdibles, golpeándolos contra una roca para activarlos y luego arrojándolos como balones de fútbol a un sorteo repleto de soldados enemigos que se acercaban. Cuando se quedó sin proyectiles de mortero japoneses, arrojó proyectiles de mortero desde su propia sección de mortero ligero.

A la mañana siguiente, después de que se desvanecieran los ecos de las últimas explosiones, Anderson contó veinticinco cuerpos, siete morteros de rodilla y cuatro ametralladoras entre los escombros frente a su posición. Se informó de trescientos diecisiete enemigos muertos en el área de la 96ª División.

La contraofensiva japonesa no hizo incursiones en el sector de la 7ª División en la línea de batalla del este. El 2. ° Batallón de Infantería 184 rechazó dos ataques a sus posiciones en Tomb Hill, al norte de la escarpa de Tanabaru. Aproximadamente treinta japoneses fueron asesinados cada vez. Los pequeños grupos de infiltración que penetraron las líneas estadounidenses fueron eliminados, uno por uno. El coronel Yahara creía que los ataques fracasaron en el este porque el terreno no era familiar para la 22ª Infantería japonesa, que había cruzado la isla desde Naha.

El contraataque tuvo el mismo resultado la noche siguiente cuando, iluminados por proyectiles de estrellas navales, los japoneses fueron rechazados una vez más. Al amanecer del 14 de abril, aproximadamente la mitad de los japoneses que participaron en la contraofensiva, 1.594 hombres, habían muerto. Menos de 100 estadounidenses murieron.

Mientras el Décimo Ejército saboreó brevemente su breve respiro de las numerosas bajas, el terror y la muerte continuaron precipitándose desde los cielos en la Quinta Flota.