domingo, 13 de diciembre de 2020

España: Revolución del Petróleo (1873)

Revolución del Petróleo



La revolución del petróleo (en valenciano, revolució del petroli o revolta del petroli) fue una revuelta obrera de carácter libertario y sindicalista que tuvo lugar en Alcoy, en julio de 1873, durante la Primera República Española. Según el historiador Manuel Cerdá, se denominó revolució del petroli «por haberse producido el incendio del Ayuntamiento y algunas casas colindantes donde se ofrecía resistencia a los amotinados».


 

Antecedentes

En 1873 Alcoy era una de las pocas ciudades españolas que se había industrializado. Un tercio de sus 30.000 habitantes, incluyendo mujeres y niños, trabajaba en la industria —5.500 en 175 empresas textiles y 2.500 en 74 industrias papeleras—. Sus condiciones de vida eran muy duras, como lo demostraba el hecho de que el 42% de los niños morían en Alcoy antes de haber cumplido los cinco años. Esto explica en gran medida el extraordinario crecimiento que tuvo allí la Federación Regional Española de la Asociación Internacional de Trabajadores (FRE-AIT), que a finales de 1872 ya contaba con más de 2.000 afiliados, casi la cuarta parte de los obreros de la ciudad.​

En el Congreso de Córdoba de la FRE-AIT, celebrado entre el 15 de diciembre de 1872 y el 3 de enero de 1873 y en el que se rechazaron las resoluciones «autoritarias» (marxistas) del Congreso de La Haya de 1872 y se aprobaron las «antiautoritarias» (bakuninistas) del Congreso de Saint-Imier, se decidió suprimir el Consejo Federal y sustituirlo por una Comisión de correspondencia y estadística que tendría su sede precisamente en Alcoy y que estaría formada por Severino Albarracín (maestro de primera enseñanza), Francisco Tomás (albañil), Miguel Pino (ajustador, de Ciudad Real) y Vicente Fombuena (fundidor, de Alcoy).​

Tras la proclamación de la Primera República Española el 11 de febrero de 1873, una asamblea local de la FRE-AIT celebrada el 2 de marzo discutió la actitud que se habría de adoptar tras el cambio de régimen, lo que quedó reflejado en las actas de la Comisión federal:​ 

Un compañero [posiblemente Severino Albarracín, según Avilés Farré] demostró de manera clara y terminante que el cambio operado en la política de la clase media sólo era en el nombre de las instituciones, pero que éstas en el fondo continuaban siendo las mismas, rémoras constantes del progreso de la libertad y de la justicia. Por lo tanto era necesario activar la propaganda y la organización proclamada por la Asociación Internacional, organizada independientemente de todos los partidos burgueses y la única que puede prestar la fuerza suficiente para destruir cuando se crea oportuno todas las instituciones y los privilegios de la presente sociedad burguesa, y la organización revolucionaria del proletariado fuera de toda organización autoritaria dirigida por los burgueses; o lo que es lo mismo, el armamento de los trabajadores sin pertenecer a las milicias burguesas, a fin de estar dispuestos a lo que pudiera suceder. Una gran salva de aplausos demostró la conformidad de la Asamblea con las ideas manifestadas...

El 9 de marzo una manifestación en la que participaron cerca de diez mil personas recorrió las calles de Alcoy y culminó en un mitin celebrado en la plaza de toros, en el que se aprobó por unanimidad pedir un aumento del salario y la disminución de las horas de trabajo.​ 

 

Acontecimientos

Según Josep Termes, con la proclamación la República federal, el 8 de junio, la Comisión federal de la FRE-AIT llegó a la conclusión de que era el momento de desencadenar la revolución social. El 15 de junio pedía a los trabajadores que «se organicen y se preparen para la acción revolucionaria del proletariado a fin de destruir todos los privilegios que sostienen y fomentan los poderes autoritarios». El 6 de julio Tomás González Morago, miembro de la Comisión, en una carta dirigida a la Federación belga le anunciaba la inminente revolución social que se iba desencadenar en España.​

El 7 de julio la Comisión convocó una asamblea de los obreros de la ciudad en la plaza de toros. Allí se acordó iniciar una huelga general al día siguiente para conseguir el aumento de los salarios en un 20% y la reducción de la jornada laboral de 12 a 8 horas. ​ Efectivamente la huelga comenzó el día 8 y como comunicó por carta Severino Albarracín, miembro del Comité Federal, a la Federación de Valencia, estaban dispuestos «a vencer de cualquier manera y a recurrir a todos los medios disponibles, incluso a la fuerza si ello era posible». V. Fambuena, también miembro de la Comisión, se expresaba de la misma manera en una carta enviada a la sección de Buñol —«estamos hoy en una huelga general de obreros y obreras, que somos el número de 10.000, dispuestos a hacer frente a todo lo que se presente», escribía—, a cuyos miembros animaba a trabajar «en pro de nuestra causa sin descanso para llegar pronto al día de la Liquidación social».​

Muerte del alcalde de Alcoy, Agustí Albors.

El día 9 los fabricantes, reunidos en el ayuntamiento,​ rechazaron las reivindicaciones obreras por considerarlas exageradas, encontrando el apoyo del alcalde, el republicano federal Agustí Albors. Entonces los obreros exigieron la dimisión del alcalde y su sustitución por una junta revolucionaria —integrada por el Comité federal de la Internacional​. Cuando estaban reunidos en la plaza de la República —o plaza de San Agustín ​ delante del Ayuntamiento —esperando el resultado de la entrevista que estaban manteniendo Albors y los miembros de la Comisión, Albarracín y Fombuena—​ la guardia municipal por orden de Albors​ disparó contra ellos para que se disolvieran —causando un muerto y varios heridos—​. Los trabajadores respondieron tomando las armas y haciéndose dueños de las calles. Detuvieron a varios propietarios —más de cien, según algunas fuentes​ a los que tomaron como rehenes —después los irían soltando previo pago de un rescate para sufragar la huelga ​ e incendiaron algunas fábricas. El alcalde Albors y 32 guardias se hicieron fuertes en el Ayuntamiento esperando la llegada de los refuerzos que habían pedido al Gobierno, pero tras veinte horas de asedio durante las cuales el edificio y otros colindantes fueron incendiados tuvieron que capitular, muriendo violentamente el alcalde Albors en la refriega —según otras versiones Albors había conseguido huir, siendo localizado poco después y asesinado— y quince personas más, entre ellas siete guardias y tres internacionalistas.​ Según las actas del proceso las víctimas fueron quince, trece causadas por los insurrectos —el alcalde Albors; cuatro civiles; un guardia civil y siete guardias municipales, tres de ellos asesinados tras haberse rendido— y dos por los guardias.​

Se formó entonces un Comité de Salud Pública presidido por Severino Albarracín, miembro de la Comisión de la Internacional, que detentó el poder durante tres días hasta que el 13 de julio las tropas enviadas por el gobierno entraron en la ciudad sin encontrar resistencia.​ Al día siguiente el ejército que había tomado la ciudad, recibió la orden de dirigirse a Cartagena donde acababa de proclamarse el Cantón Murciano, que daría inicio a la Rebelión cantonal. Los trabajadores volvieron a hacerse dueños de la ciudad, lo que obligó a los fabricantes a ceder y subir los salarios, pero en cuanto las tropas volvieron se echaron atrás. ​ La burguesía de Alcoy, asustada por lo que había sucedido, descargó toda la responsabilidad en la actuación del alcalde Albors y así se lo hizo saber al gobierno mediante un escrito firmado por ochenta personas en el que se decía: «los mayores contribuyentes de Alcoy protestan enérgicamente contra el ayuntamiento de esta ciudad, por haber mandado hacer armas contra el pueblo trabajador que pedía pacíficamente su destitución».​

Los miembros de la Comisión de la Internacional huyeron de Alcoy el día 12 por la noche ​ y se refugiaron en Madrid. Desde allí Francisco Tomás en una carta posterior, con fecha del 15 de septiembre, diferenciaba la insurrección de Alcoy, «un movimiento puramente obrero, socialista revolucionario», de la rebelión cantonal, un movimiento «puramente político y burgués».​

Enseguida se difundieron diferentes relatos sobre las «atrocidades de los revolucionarios» que obligaron al Comité federal a desmentirlas mediante un manifiesto hecho público el 14 de julio:​

Seres arrojados por el balcón, curas ahorcados en los faroles, hombres bañados en petróleo y asesinados a tiros en la huida, cabezas de civiles cortadas y paseadas por las calles, incendio premeditado de edificios, quema y destrucción del ayuntamiento, violación de niñas inocentes, todas estas patrañas son horribles calumnias.

Tras los sucesos se desató una fuerte represión. Fueron detenidos entre 500 y 700 obreros y de ellos 282 acabaron siendo procesados.​ Según el historiador Manuel Tuñón de Lara, la represión se inició tras la formación del nuevo gobierno de Emilio Castelar en sustitución del de Nicolás Salmerón. A principios de septiembre se presentó en Alcoy un juez instructor acompañado de 200 guardias civiles, que procedieron a detener a cientos de obreros, muchos de los cuales fueron conducidos hasta Alicante.​ En 1876 una amnistía sacó de la cárcel a bastantes de los procesados, y en 1881 hubo una segunda amnistía. En 1887 fueron absueltos los últimos veinte procesados, seis de los cuales todavía estaban en prisión, catorce años después de los hechos. «La justicia pudo esclarecer los hechos, pero no pudo identificar de manera fehaciente a los culpables»

 

«Qué voleu de mí?», clamó el alcalde de Alcoy, y cayó acribillado por las balas

Corrieron rumores de que el alcalde de Alcoy, Agustí Albors, se había enfrentado a los alborotadores y había matado a uno de un tiro. Los ánimos estaban encrespados. Era a principios de julio de 1873 y la ciudad, de las más industrializadas de España, estaba en huelga; paralizadas las fabricas textiles, papeleras y metalúrgicas. Los obreros pedían un aumento salarial del 24% y trabajar menos horas. El ambiente político del país no era precisamente estable. Eran tiempos de la I República y en aquellos momentos crecían las aspiraciones de los partidos federalistas, lo que estaba desembocando en el movimiento cantonalista.

Las crónicas de la época cuentan que llegaron de fuera elementos internacionalistas que dirigieron las reuniones y asambleas obreras. Se llegó a declarar la independencia de la ciudad y del 9 al 13 de julio la gobernó un Comité de Salud Pública presidido por Severino Albarracín. Era la revolución que pasaría a la historia como la 'del petróleo', porque los huelguistas exteriorizaron su descontento untando antorchas con este combustible y las paseaban encendidas por todo Alcoy, que durante días apestó a petróleo quemado.

Los amotinados retuvieron a industriales e importantes 'contribuyentes' de la ciudad. El alcalde Albors incitó a los empresarios a resistir. Ardieron casas del centro, para empujar a los munícipes a salir. El alcalde acabó por comparecer ante los revolucionarios, en medio de la calle, clamando: 'Qué voleu de mí?', y acto seguido cayó acribillado a balazos.

La situación obligó a que interviniera el ejército. Al mando del general Velarde entraron 5.000 soldados y voluntarios con órdenes estrictas. Hubo una fuerte represión contra los activistas, si bien parece que los cabecillas e internacionalistas lograron huir. Se produjeron más de seiscientas detenciones y en los posteriores procesos se sentenciaron numerosas penas de muerte, aunque el Gobierno anunció que suavizaría su aplicación.

 

viernes, 11 de diciembre de 2020

Rusia: La crisis constitucional de 1993


La crisis constitucional rusa de 1993





T-80UD, 4ª GUARDIA DE LA DIVISIÓN DEL TANQUE KANTEMIROVSKAYA, MOSCÚ, 4 DE OCTUBRE DE 1993

Cuando se entregó por primera vez al 4º GTD a fines de la década de 1980, los tanques T-80UD se terminaron en el esquema estándar de tres colores. Cuando se repintó después de un uso intensivo del entrenamiento, esto se simplificó a verde oscuro y gris-amarillo como se ve aquí. El número táctico de este tanque, 187, se ve en forma acortada en el lado derecho debido a la falta de espacio. Los dos últimos dígitos, "87", también se encuentran en la luz iónica roja de formato nocturno orientada hacia atrás en la parte superior de la torreta. El 4º GTD usaba tradicionalmente un par de hojas de roble como símbolo, generalmente pintadas en la cubierta del reflector, y el “2” en el centro indica el 13º GTR. Este fue uno de los tanques que participaron en la confrontación entre Boris Yeltsin y el parlamento ruso, y la "Casa Blanca" en llamas se puede ver en el fondo después de ser bombardeada por varios tanques.

La crisis constitucional de 1993 fue un enfrentamiento político entre el presidente ruso Boris Yeltsin y el parlamento ruso que fue resuelto por la fuerza militar. Las relaciones entre el presidente y el parlamento se habían deteriorado durante algún tiempo. La lucha por el poder alcanzó su crisis el 21 de septiembre de 1993, cuando el presidente Yeltsin pretendía disolver la legislatura del país (el Congreso de los Diputados del Pueblo y su Soviet Supremo), aunque la constitución no le dio al presidente el poder para hacerlo. Yeltsin justificó sus órdenes por los resultados del referéndum de abril de 1993. En respuesta, el parlamento declaró nula y sin valor la decisión del presidente, acusó a Yeltsin y proclamó al vicepresidente Aleksandr Rutskoy como presidente en funciones.



El 3 de octubre, los manifestantes retiraron los cordones de la policía alrededor del parlamento y, instados por sus líderes, se hicieron cargo de las oficinas del alcalde e intentaron asaltar el centro de televisión Ostankino. El ejército, que inicialmente había declarado su neutralidad, asaltó el edificio del Soviet Supremo en la madrugada del 4 de octubre por orden de Yeltsin, y arrestó a los líderes de la resistencia.

¡¿El apoyo del ejército [rojo] ?!


La cultura organizativa dominante del ejército ruso seguía manteniendo la opinión de que la intervención en cuestiones de poder soberano era ilegítima. Aunque Yeltsin era muy impopular entre las fuerzas armadas, los sentimientos pretorianos seguían siendo la posición minoritaria.



Un cambio público importante en las normas organizativas rusas fue el abandono del eslogan "el ejército fuera de la política". Después de los acontecimientos de octubre de 1993, la frase fue atacada por el presidente Yeltsin y algunos de sus partidarios cercanos, y por lo tanto se eliminó del léxico de Grachev. Muchos oficiales continuaron adhiriéndose a él de alguna forma en privado, con calificaciones. Un coronel retirado señaló que sería una buena "pegatina para el parachoques", diciendo que le gustaba el eslogan, pero en realidad en todos los países el ejército tiene un papel político. Otros oficiales se adhirieron a la lógica utilizada en la literatura de capacitación del Ministerio de Defensa: que el ejército es el "objeto" de la política, pero no debería ser su "sujeto". En otras palabras, como institución estatal, el ejército cumplió las decisiones de los líderes civiles . Otros oficiales, como un general retirado, rechazaron categóricamente el eslogan como "completo sinsentido", pero por la misma razón dada por sus partidarios: que el ejército implementó órdenes de políticos y, por lo tanto, ipso facto, "en política". Así, los oficiales rusos entendieron la distinción entre la política de defensa, en la que el ejército obviamente desempeñaba un papel, y los problemas del poder soberano, una esfera en la que las fuerzas armadas no deberían participar.



Varias encuestas importantes realizadas entre 1994 y 1999 proporcionaron más evidencia del compromiso del ejército ruso con la norma de la supremacía civil. Una encuesta importante realizada por la Fundación alemana Friedrich-Ebert se publicó en el otoño de 1994. El setenta y uno por ciento de los oficiales pensó que un golpe militar en los próximos dos años era improbable, el diez por ciento pensó que era una certeza y el once por ciento lo pensó. era probable Este escenario se consideró el segundo menos probable de doce escenarios, cayendo solo detrás de una "toma del poder por elementos fascistas rusos". Incluso la membresía rusa completa en la OTAN en 1996 se consideró más probable. Los oficiales también expresaron objeciones a la mayoría de los posibles usos domésticos del ejército; Los únicos tres que los oficiales aprobaron fueron en caso de desastres naturales, la lucha contra el crimen organizado y los accidentes de energía nuclear. Se opusieron a ser utilizados para proteger tanto al parlamento como al presidente. Las mayorías también se opusieron a ser utilizadas contra los movimientos separatistas, para proyectos de construcción y económicos, para recolectar la cosecha y para romper las huelgas.



El análisis más completo de la opinión del cuerpo de oficiales rusos fue realizado por Deborah Yarsike Ball en el verano de 1995. Ball llegó a una serie de hallazgos que son relevantes para una evaluación de la cultura organizacional del cuerpo de oficiales. Encontró que la mayoría de los oficiales tienen puntos de vista democráticos y no apoyan un gobierno autoritario. Además, los oficiales rusos continúan creyendo que la tarea principal del ejército es la defensa externa del estado y rechazar el uso interno. Más del ochenta por ciento se opuso a usar el ejército para obras públicas y construcción de ferrocarriles y para cosechar. Por otro lado, el setenta por ciento aprobó el uso de las fuerzas armadas en caso de accidentes en centrales nucleares, y el noventa y siete por ciento aprobó el uso del ejército para ayudar en caso de desastres naturales. Los oficiales también se opusieron al uso de las fuerzas armadas para una variedad de misiones policiales nacionales.

Estos resultados son muy similares a los de la encuesta de la Fundación Ebert, con la excepción de que una mayoría en la encuesta Ball también desaprobó el uso del ejército contra el crimen organizado. Al resumir sus resultados, Ball concluye que "los militares sienten que las tropas internas deben ocuparse de los problemas" internos "del país, y que los militares deben ser responsables de proteger a la nación contra las amenazas externas".



Los datos de Ball sobre la disposición de los oficiales a seguir órdenes son más inquietantes, y son similares a los datos de encuestas disponibles para 1993 discutidos anteriormente. Un gran número de oficiales dijeron que no seguirían las órdenes de ser utilizados internamente contra los separatistas. Las respuestas de los oficiales reflejan las lecciones institucionales incorporadas en el "síndrome de Tbilisi" y reforzadas en agosto de 1991 y octubre de 1993: es probable que las actividades de los oficiales en caso de uso doméstico sean muy escrutadas, y uno debe ser muy cauteloso al cumplir órdenes dudosas legalidad. Fue esta preocupación la que llevó a Grachev a insistir en una orden escrita de Yeltsin el 4 de octubre de 1993. Ball también descubrió que el cincuenta y uno por ciento de los oficiales declararon que habrían desobedecido las órdenes de asaltar la Casa Blanca en octubre de 1993.



Sin embargo, hasta donde se sabe, solo un puñado de oficiales desobedeció las órdenes directas en octubre de 1993. Es más fácil decirle a un encuestador que desobedecería una orden de lo que es hacerlo cuando las consecuencias podrían ser una descarga deshonrosa. de las fuerzas armadas. En cualquier caso, estos datos claramente no demuestran los impulsos pretorianos por parte del cuerpo de oficiales. Esta vacilación para seguir órdenes cuestionables probablemente habría condenado cualquier intento de intervención, y puede haber influido en la decisión de Yeltsin de no seguir adelante con la disolución de la Duma en marzo de 1996.



Otra encuesta importante de 1,200 oficiales en servicio activo realizada en mayo de 1997 encontró que el setenta y ocho por ciento de los encuestados sostuvo que los militares no deberían involucrarse en la política interna. Por lo tanto, durante el período 1992-1997 hubo fuertes mayorías contra la participación militar en cuestiones de poder soberano.



El comportamiento militar ruso en una serie de eventos nacionales y extranjeros a mediados y finales de la década de 1990 llevó a algunos a concluir que el ejército tenía serias ambiciones políticas y se estaba escapando del control civil. Aquí no es posible una discusión completa de estos temas, pero una breve discusión de dos de ellos, la guerra en Chechenia y el repentino despliegue de tropas rusas en Kosovo en junio de 1999, muestra que estos temores son exagerados.

W&W

jueves, 10 de diciembre de 2020

Guerra Hispano-Norteamericana: ¿Por qué perdió España?

La guerra de Cuba: por qué la perdimos y cómo pudimos evitarlo

Ríos de tinta han corrido sobre uno de los hechos más controvertidos de la reciente historia moderna y que, a la postre, ha sido un canon de actuación muy repetido





Por Álvaro Van den Brule || El Confidencial

“Dicen...” es ya media mentira.

–Thomas Fuller

La conmoción del desastre de 1898 desencajó toda la maquinaria del estado. Los diecisiete años de la regencia de doña María Cristina estuvieron plagados por los conflictos internacionales. Las tribus cabileñas de Marruecos se sublevaron; a un anarquista italiano le dio un arrebato y se llevó por delante a Cánovas, la escuadra norteamericana nos echó de casi todas nuestras residuales colonias y, finalmente, Sagasta, la pareja de baile que componía el perfecto dueto de los dos partidos instalados en el turnismo, hollaría la profunda tierra allá por 1903.

Es necesario apuntar que había un caldo de cultivo previo pues al sentimiento nacional cubano no se le había dado ninguna satisfacción ni horizonte autonómico alguno y la gestión administrativa desde la península estaba en modo demodé. Con estos mimbres aunados a la proverbial capacidad fagocitadora del vecino del norte, la crónica de un varapalo anunciado estaba servida.

España era para entonces un imperio decadente y fatigado tras cuatro siglos de extenuante lucha en todas las latitudes, y las corrientes positivistas y evolucionistas que hacían furor en la épocaconsideraban que había naciones pujantes y otras moribundas, y que en consecuencia debían de ser sustituidas por la elemental ecuación de la ley del más fuerte.

El lúcido y premonitorio general Polavieja ya había apuntado hacia soluciones negociadas ante la que se avecinaba y el almirante Cervera tampoco erraría en sus negros pronósticos. Pero eran voces en un desierto habitado por sordos.

En los límites del genocidio

Estados Unidos, la joven y dinámica nación americana, desde sus balbuceos en el siglo XVIII, solo había hecho crecer y crecer.Su voracidad expansiva era ilimitada. Su facilidad para volatilizar indios y mexicanos en su andadura hacia el inabarcable oeste era más que notoria y podría considerarse en los límites del genocidio. Cuando concluyó su actual realización geográfica como estado de estados, se preguntaron si podrían galopar a través de los mares, como en efecto así sucedió.

De entrada le echó el ojo a la vecina Cuba, una perla que tenía al lado de casa y a unos ciento veinte kilómetros de la sureña Florida. Hasta en cuatro ocasiones y partiendo de una oferta primera de doscientos treinta millones de dólares y llegando a los trescientos en última instancia, intentaría comprar a España aquella joya. Desde la península se satirizaban en los diarioslos intentos de arreglar de “buenas maneras” las aspiracionesnorteamericanas.

Pero loshabitantes de aquella enorme nación se hartarían a la postre y demostrarían malos modos. La tácticacambió. Siguiendo la llamada doctrina Monroe (América para los americanos), se fraguó una financiación del movimiento independentista cubano que fue in crescendo en sus actividades contra las tropas españolas. En esas estaba la situación cuando, en visita de cortesía, y con la idea o pretexto de evacuar y defender a sus conciudadanos en la isla, fondeó el crucero Maine en el puerto de La Habana.

Un ensayo general

Ríos de tinta han corrido sobre uno de los hechos más controvertidos de la reciente historia moderna y que, a la postre, ha sido un canon de actuación muy repetido en los conflictosque ha enfrentado Norteamérica con otros países; la agresión prefabricada de un tercero para justificar la intervención propia en defensa de la libertad y los derechos humanos. Esto fue lo que se ensayó en Cuba.

Al parecer, el intenso calor y la humedad imperante pudieron crear un cortocircuito en la santabárbara y esta, recalentada por la combustión espontánea de uno de los depósitos de carbón adyacentes que alimentaban las calderas del navío, creó una enorme deflagración accidental. Más de doscientos sesenta marinos y oficialespasaron a mejor vida.

Rápida y convenientemente, se recalentó de paso a la predispuesta opinión pública a través de la prensa amarilla, liderada por el memorable magnateWilliam Randolf Hearst que, además de dirigir o intervenir indirectamente una veintena de periódicos en suelo continental, tenía intereses cruzados con terratenientes insulares tanto en el sector bananero como en el azucarero. Todo indica que el gobierno norteamericano tenía información reservada que ocultó a la opinión pública para poder favorecer una intervención militar sin más dilaciones.

Dos golpes demoledores en Manila y Santiago por parte de una marina más avanzada tecnológicamente y renovada íntegramente en el último decenio del siglo XIX, convirtieron en chatarra una flota obsoleta, que lucharía testimonialmente con una dignidad encomiable. A las perdidas militareshabía que añadir las económicas, de tal manera que la humillación trascendía la magnitud de lo aceptable.

Algunos años antes, y por no utilizar palabras más gruesas, el ministro de Marina, llamado almirante Montojo, en un caso de incompetencia manifiesta, publicaría en La Gaceta los planos del submarino de Isaac Peral. Y no solo esto, sino que cuando se botó en Cádiz, fueron invitados lo más granado de las delegaciones militares europeas en un alarde contra natura con lo que debería de ser un secreto de estado sin paliativos. Respecto a este submarino torpedero (el primero de la historia con esta peculiar característica táctica) el almirante Dewey, el triunfador ante Cervera diría en sus memorias (sic): “Si España hubiese tenido allí un solo submarino torpedero como el inventado por el señorPeral, reconozco que yo no habría podido mantener el bloqueo de Santiago ni veinticuatro horas”.


A pesar del tiempo transcurrido, se debería hacer una investigación rigurosa para identificar a los traidores y corruptos que vendieron la tecnología del señorPeral a potencias extranjeras e impidieron el desarrollo en España de este revolucionario submarino y despojado de cualquier grado u honor que les hubiese sido otorgado. Sería un acto de justicia necesaria.

Qué país el nuestro

Había que regenerar la nación y la podredumbre de la clase política que había permitido ese fiasco. Pero las camarillas de políticos profesionales encastradas y apoltronadas en los partidos liberal y conservador seguirían manteniendo su estatus en nuevas formaciones políticas. Camaleónicos mutantes, se convertirían en republicanos, socialistas o nacionalistas de toda la vida para poder parasitar mejor a una castigada población que pedía cambios a gritos.

Éramos entonces un país con una tasa de analfabetismo del setenta por ciento de la población, en el que se prestaba más atención a lashazañas taurinas de Lagartijoque a lo que ocurría allende los mares.

La guerra de Cuba se llevaría las vidas de más de 55.000hijos de la patria,carne de cañónbarata para una guerra que se podía haber evitado perfectamente por una camarilla de egos bien atildados.

Por el tratado de Paris de 1898, España “cedería” Puerto Rico , Guam y Filipinas a Estados Unidos, mientras concedía la independencia a Cuba. Necesidades de capitalización para mitigar aquel severo revés económico y sus derivadas de lucro cesante, nos obligarían a hacer caja con la venta adicional a Alemania de las islas Palaos, Carolinas y Marianas.


A la postre, Cuba se convertiría en el gran garito y vertedero de la mafia italoamericana. Las compañías fruteras del continente camparían a sus anchas practicando un cuasi esclavismo con la población local, mientras una feroz dictadura se abatía sobre este castigado pueblo.

Toda una época. Donde antes no se ponía el sol, solo quedaban los vestigios y la historia de un gran imperio.

Un siglo después el gobierno de EEUU asumiría públicamente que la llamada “voladura” del Mainehabía sido un accidente. Un poco tarde.


miércoles, 9 de diciembre de 2020

Comunismo: Aleksandr Lvóvich Parvus

 Aleksandr Lvóvich Parvus

 



Aleksandr Lvóvich Parvus (Алекса́ндр Льво́вич Па́рвус, nacido Izráil Lázarevich Guélfand, también transcrito como Helphand; en ruso, Изра́иль Ла́заревич Ге́льфанд), más conocido por su seudónimo Alexander Parvus, fue un socialista revolucionario nacido en 1867 en Bielorrusia. De origen judío ruso, se afincó en Alemania, donde alcanzó distinción como economista y escritor marxista.​

 

Juventud

Hijo de padres judíos1​ de clase media, nació en Berezinó, provincia de Minsk, en 1867.​ Pasó su juventud en Odesa, donde comenzaría a establecer contactos en diversos círculos revolucionarios.​ Como otros revolucionarios de la época, fue influenciado por el movimiento populista ruso (naródnik) y aprendió un oficio para «estar más cerca del pueblo». Realizó diversos viajes a Europa occidental para trabar contacto con los revolucionarios rusos emigrados.​ 

 

Exilio en Suiza y Alemania

A los 19 años, en 1887, se estableció en Basilea, para estudiar en su universidad.​ Pronto se dedicó al periodismo en apoyo del Partido Social Demócrata alemán,​ que creció espectacularmente en la década de 1890.3​ Más tarde marchó a Zúrich, donde continuaría sus estudios alcanzando el título de doctor en filosofía en 1891. Tras haber abrazado el marxismo, se trasladó a Alemania uniéndose al Partido Social Demócrata, en el que mantuvo una estrecha colaboración con Rosa Luxemburgo, a la que había conocido como estudiante durante su residencia en Suiza.​ Pertenecía a la corriente más izquierdista​ del partido y se opuso con firmeza al revisionismo.​ Desató sus duros ataques a esta corriente en una serie de artículos en 1898 y comenzó la disputa con Eduard Bernstein que dividió al partido hasta 1914.​ Escribía en el prestigioso Die Neue Zeit (Los Nuevos Tiempos),​ el más importante periódico socialista de la época, editado por Karl Kautsky, además de contar con una publicación propia Aus der Weltpolitik (De la Política Mundial).​ En esta última predijo en 1895 la guerra entre Rusia y Japón y la consiguiente revolución. ​ No abandonó, sin embargo, sus contactos con los revolucionarios rusos, aunque se mantuvo alejado de las disputas entre sus distintas corrientes.3​ En la socialdemocracia alemana se lo consideraba un escritor original que aportaba nuevas ideas al partido, como el uso de las grandes huelgas como instrumento político del proletariado.​

Si en 1893 se lo había expulsado de Prusia, en 1898 lo expulsaron de Sajonia, no sin lograr antes que lo sucediese al frente del periódico socialdemócrata de Dresde Rosa Luxemburgo, lo que supuso para ésta su primer contacto con la actividad periodística en Alemania.​ Tras su expulsión viajó a Rusia con pasaporte falso para informarse sobre la hambruna en el Volga.​

A su regreso de Rusia, se instaló en Múnich en 1900, desde donde continuó sus ataques a los revisionistas.​ La dureza de sus artículos fue mal recibida en algunos círculos del partido, que los consideraban extremistas.5​ Inseguro de su situación en el partido por la hostilidad que generaba su actitud hacia los revisionistas, decidió fundar su propio periódico en 1902, gracias a la fructífera experiencia obtenida en Dresde. Para obtener los fondos necesarios, fundó una editorial que comenzó a publicar obras de autores rusos, que no contaban aún con derechos de autor ya que Rusia no había firmado la Convención de Berna. La editorial, que se cerró en 1906 porque sus dueños se vieron envueltos en la revolución rusa de 1905, fracasó en su objetivo de obtener dinero para el nuevo diario socialista. Además entró en conflicto con el célebre escritor ruso Gorki, debido al incumplimiento de los pagos acordados por la publicación de sus obras.

En Europa, era un referente para los exiliados rusos socialistas, para los que representaba el papel de guía en el mundo político de la Europa occidental.

En 1900, Parvus se encontraría en Múnich con Vladímir Lenin por primera vez. La relación personal entre ambos fue amistosa y, hubo cierta admiración mutua hacia sus respectivas obras; Parvus le sugirió que produjese allí su nueva publicación, Iskra. Contribuyó con diversos artículos en Iskra,​ a menudo en series intermitentes, que frecuentemente aparecían en portada de la publicación, por deferencia de los editores, que apreciaban sus conocimientos y juicio.​ Se lo consideraba una de las mentes más agudas de la política de la época.

Trató en vano de reconciliar a la corriente economicista con la encabezada por los editores de Iskra y, más tarde, a mencheviques y bolcheviques, tras apoyar brevemente a los primeros. ​ Su prestigio hizo que, aunque sus intentos de reconciliación fracasasen, sus críticas a las dos corrientes se recibiesen con inusual respeto.​ En vísperas de la revolución de 1905, acogió en su casa de Múnich a Trotski,78​ con el que ideó la teoría de la revolución permanente.​ Ciertas ideas del veterano Parvus influyeron en el joven Trotski, como la obsolescencia de los Estados-nación.

La revolución de 1905

Parvus junto a Trotski y Lev Deutsch en 1906, tras su encarcelamiento por las autoridades rusas. Parvus tuvo gran influencia en Trotski, que rompió relaciones con él durante la Primera Guerra Mundial por su apoyo a Alemania.

Durante la Guerra Ruso-Japonesa, Parvus calculó correctamente a través de un artículo publicado en la prensa socialista que Rusia perdería, y que ello daría lugar a disturbios y revolución. Este acierto y la novedosa teoría de que los fracasos de una guerra exterior podían servir para provocar revueltas dentro del país, haría aumentar el prestigio de Parvus a ojos de sus camaradas alemanes. A comienzos de 1905, escribió el prólogo de un opúsculo de Trotski sobre la revolución en el que auguraba la toma del poder por los socialdemócratas, punto de vista que entonces solo encontró el respaldo del propio Trotski.

Parvus llegó a San Petersburgo en octubre​ de 1905 con documentación austrohúngara falsa. Publicó junto a Trotski Nachalo (El Comienzo), diario en el que defendían la teoría de la revolución permanente.​ En diciembre de aquel año, Parvus escribió un provocador artículo a favor del Sóviet de San Petersburgo llamado El Manifiesto Financiero, sosteniendo que la economía rusa se encontraba al borde del colapso. El pánico generado, que incitó a la ciudadanía a retirar sus ahorros de los bancos, afectó a la economía y enfureció al primer ministro Serguéi Witte, pero no causó una catástrofe financiera. Fue detenido a comienzos de 1906, acusado de desestabilizar la economía y participar en actividades antigubernamentales durante la Revolución de 1905, junto a otros revolucionarios como Lev Trotski).

Fue elegido presidente del segundo Sóviet de San Petersburgo, surgido durante la revolución, aunque se mostró como un ineficaz dirigente revolucionario, al contrario que Trotski. En prisión continuaría sus actividades revolucionarias, y sería visitado por Rosa Luxemburgo, recién liberada de la prisión de Varsovia. Sentenciado a tres años de exilio en Siberia, Parvus escapó a finales de 1906 y huyó a Alemania, donde al año siguiente publicó un libro sobre sus experiencias titulado En la Bastilla rusa durante la Revolución. A su regreso a Alemania se encontró completamente arruinado y tuvo que vivir en la clandestinidad.

También Trotski volvió a Alemania tras huir de Rusia en el verano de 1907, logrando publicar su Historia de la revolución rusa, gracias a Parvus.

Durante su estancia en Alemania, Parvus entabló un trato con el escritor ruso Maksim Gorki para producir su obra Los bajos fondos. Según este acuerdo, la mayor parte de los beneficios de la obra irían a parar al Partido Socialdemócrata Ruso (y aproximadamente un 25 % para el propio Gorki). Parvus no podría asumir los gastos (a pesar de que la obra fue representada más de 500 veces). Gorki le amenazó con ir a juicio, pero Rosa Luxemburgo lo convenció para mantener el litigio dentro del propio tribunal arbitral del partido. Finalmente, Parvus devolvió el dinero a Gorki, pero su reputación en los círculos del partido se vería deteriorada, agravada el recelo con que se recibía su apetencia hacia el lujo y el dispendio, y su gusto por el libertinaje.

Periodista en los Balcanes

Insatisfecho con el ambiente político en Alemania tras haber vivido la revolución en Rusia, se trasladó primero a Viena y, en 1910, se mudó a Constantinopla, donde permanecería cinco años. Allí creó una empresa mercantil de armas que obtendría cuantiosos beneficios durante las Guerras balcánicas.

Parvus se dedicó inicialmente al periodismo, convencido de que la siguiente gran crisis europea surgiría precisamente en los Balcanes. Primero escribió sobre los Jóvenes Turcos para la prensa alemana, y más tarde comenzó a escribir en La Jeune Turquie (La Joven Turquía), periódico oficial del nuevo gobierno turco en el que analizó el impacto del novedoso fenómeno del imperialismo de la Europa occidental en el Imperio otomano. ​ Poco a poco, el periodismo fue dejando paso a los negocios y la prosperidad económica: Parvus se convirtió en asesor de negocios de comerciantes rusos y armenios.​

La guerra mundial

El estallido de la Primera Guerra Mundial llevó a Parvus, gracias a su gran habilidad en los negocios y a la influencia que había alcanzado en los círculos de poder del Imperio Otomano. Se convirtió en una figura clave de la movilización económica del imperio, necesaria por el conflicto mundial. ​ Su posición política también cambió bruscamente: el revolucionario ruso se convirtió repentinamente en el representante por excelencia de la causa alemana en el Imperio otomano. ​ Defendió el apoyo socialdemócrata alemán a la guerra porque consideraba que la revolución necesitaba la victoria del país con el movimiento socialista más desarrollado, que en aquel momento era Alemania. Esta actitud, que no compartían ni los revolucionarios rusos ni aquellos emigrados integrados en el movimiento socialista alemán, hizo que se rompiesen sus lazos con estos.​ Para los socialistas rusos que apoyaban a los Aliados, se convirtió en el paradigma del traidor.

Expresó su apoyo a Alemania en una publicación de una organización ucraniana apadrinada por Austria-Hungría y en enero de 1915 abogó en vano ante los socialistas búlgaros para que su país se uniese a los Imperios centrales para favorecer así la causa revolucionaria. ​ Sus intentos de lograr lo mismo en Rumanía el mismo mes volvieron a fracasar, pero le permitieron enviar clandestinamente dinero a los socialistas rumanos en 1915 y 1916. Alemania financiaba a los socialistas revolucionarios de los países con los que estaba en guerra, porque sus actividades subversivos debilitaban su poder militar.

Durante su estancia en Turquía, Parvus trabó amistad con el embajador alemán Von Wagenheim, a quien le ofreció un plan: desmembrar la Rusia zarista, promoviendo una revolución financiada por el gobierno alemán. En aquel momento Alemania debía atender dos frentes, el occidental contra Francia e Inglaterra, y el oriental contra Rusia, comprometiendo seriamente sus probabilidades de resultar victoriosa en la guerra.14​ Von Wagenheim lo envió a Berlín, adonde llegaría el 6 de marzo de 1915, exponiendo al máximo nivel del gobierno alemán, su plan de 20 páginas, titulado Preparación de huelgas políticas masivas en Rusia. Ese mismo mes, Berlín, impresionado por el plan de Parvus, le concedió facilidades para viajar, dos millones de marcos para hacer propaganda en Rusia, que luego fueron aumentados sumando otros cinco millones en julio.​ Se desconoce el destino de estas cantidades.​ El apoyo alemán era, sin embargo, titubeante: al apoyo financiero se unió el rechazo de algunas de las medidas propugnadas por Parvus, como el ataque al rublo.

El plan recomendaba promover la división de la población rusa mediante la financiación de la facción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, alentar los separatismos étnicos en varias regiones, y apoyar a varios escritores cuya crítica del zarismo seguía activa durante la guerra.

Parvus apostó por Lenin y los bolcheviques, ​ no solo por sus ideas radicales sino porque se trataba del único sector político ruso que podría aceptar el patrocinio alemán en guerra contra Rusia, debido a que se oponía frontalmente a la misma. Los encuentros con los revolucionarios rusos en Suiza a finales de la primavera, sin embargo, resultaron infructuosos.​ Trotski rompió públicamente con Parvus,​ y Lenin denunció a Parvus por su postura proalemana como el nuevo «Plejánov alemán», quien poco antes había abandonado el internacionalismo para adoptar una postura defensista, favorable a la guerra. A pesar de las críticas políticas a Parvus, Trotski y los bolcheviques no lo consideraban un agente alemán.

Finalmente, ambos se reunieron en Zúrich y acordaron colaborar, aunque con el tiempo Lenin se iría volviendo cada vez más receloso hacia aquel y evitaría el contacto siempre que fuera posible.

Regresado a Alemania en la primavera de 1915, Parvus continuó sus actividades a favor de Alemania al tiempo que seguía considerándose un revolucionario y mantenía contactos con socialistas y sindicalistas en distintos países.​ Entre mediados de 1915 y mediados de 1917, operó desde Dinamarca, donde mantenía estrechas relaciones con los sindicatos locales y contaba con el apoyo del embajador alemán, el conde Von Brockdorff-Rantzau. La red financiera de Parvus se organizó mediante ciertas operaciones en Copenhague, estableciendo diferentes etapas intermedias para el dinero alemán a través de transacciones falsas entre entidades y empresas fantasma. La más importante de éstas era el Instituto para el Estudio de las Consecuencias Sociales de la Guerra, que Parvus ubicó en Dinamarca.​

Parvus propuso a Nikolái Bujarin para que dirigiera la operación del apoyo alemán a los bolcheviques, pero Lenin, que no creía en la capacidad de este último para guardar secretos (Trotski le puso el mote de Nick el Chismoso), presionó para que se nombrara a un hombre de su confianza, el bolchevique Jacob Ganetski. Las actividades de los mensajeros fueron organizadas por el bolchevique Moiséi Uritski, que con posterioridad se convertiría en el jefe de la Cheka del Soviet de Petrogrado. Las sospechas de contrabando de armas sobre Ganetski arrojaron una atención no deseada sobre él, por lo que fue enviado fuera de Dinamarca. Las relaciones de Parvus con Lenin se volvieron cada vez más difíciles, y Parvus empezaría a buscar otras vías de acción.

Rico y ciudadano alemán por sus servicios al imperio, comenzó por fin a editar su propio diario, Die Glocke (La Campana) en agosto de 1915. ​ En el periódico colaboraron socialistas que habían pertenecido a la corriente más izquierdista del partido y que entonces defendían la causa de los imperios centrales (Alemania y el imperio Austrohúngaro).16​ Además, durante la guerra se convirtió en consejero de los dos dirigentes principales del Partido Socialdemócrata Alemán: Friedrich Ebert y Philipp Scheidemann.​

Realizó pagos a contactos rusos en marzo, julio y diciembre de 1915 y promovió el estallido de una revolución el 9 de enero de 1916, aniversario del Domingo Sangriento, pero sus planes fracasaron. Este fracaso cortó la financiación alemana a sus planes subversivos.

La reputación de Parvus dentro del ministerio alemán de Asuntos Exteriores quedó en entredicho cuando, en el invierno de 1916, sucedió una catástrofe financiera planificada para provocar un levantamiento general en San Petersburgo (parecida a la provocación contra los bancos rusos de 1905). A consecuencia de esto, se congeló la financiación de sus actividades. Parvus buscó el apoyo de la Armada alemana, trabajando brevemente como asesor. Consiguió evitar que el almirante ruso Kolchak llevara a cabo una ofensiva sobre la flota turcoalemana en el Bósforo y los Dardanelos mediante el sabotaje de su mayor barco de guerra. Este logro le permitió recuperar credibilidad entre los alemanes.

La revolución rusa de 1917

Cuando estalló la Revolución de Febrero en Rusia, el Gobierno Provisional confirmaría su compromiso con las potencias aliadas de Europa occidental y rechazó firmar un armisticio separado con Alemania. Esto provocó que el ministerio alemán confiara de nuevo en Parvus para financiar a Lenin y los bolcheviques.

En abril de 1917, en un plan ideado por Parvus, el gobierno alemán le ofreció a Lenin y un grupo de treinta colaboradores suyos también exiliados, regresar a Rusia desde Suiza a través de Alemania en un tren sellado bajo supervisión del socialista suizo Fritz Platten, continuando luego por Suecia y Finlandia hasta llegar a Petrogrado.Von Brockdorff-Rantzau recomendó a sus superiores en el Ministerio de Exteriores que se utilizase a Parvus para entablar buenas relaciones con la izquierda rusa; el ministerio aceptó la propuesta y envió a Parvus a Estocolmo en mayo, donde iba a celebrarse una conferencia socialista que debía conducir al final del conflicto mundial.​ Los intentos de alianza de los socialdemócratas alemanes favorables al gobierno y los bolcheviques fracasaron; Lenin se negó a entrevistarse con Parvus, cuando llegó a Estocolmo camino de Petrogrado.​

La oposición de Lenin a la conferencia de Estocolmo dejó a Parvus solo para tratar con mencheviques y socialrevolucionarios, hostiles a los Imperios Centrales.​ Parvus quería reunirse con Lenin durante su parada prevista en Estocolmo, pero Lenin mandó en su lugar a sus socios Jacob Ganetski y Karl Radek.

Eduard Bernstein calculó que el monto total entregado por los alemanes a los bolcheviques en 1917 y 1918 ascendió a unos 50 millones de marcos oro.

Las operaciones de Parvus tuvieron un lugar destacado en las acusaciones contra Lenin publicadas por el Gobierno Provisional Ruso durante las Jornadas de Julio.​ Según el gobierno de Kérenski, el dinero de Parvus llegaba a Lenin a través de una serie de intermediarios. ​ Las acusaciones nunca se probaron, peros sirvieron para que el gobierno menchevique persiguiese y encarcelase a varios dirigentes del partido bolchevique. Por su parte, Parvus negó haber financiado a los bolcheviques al tiempo que defendía sus posiciones, convencido de su próxima victoria política.

Convencido de tener un futuro relevante tras la Revolución de Octubre con las conversaciones de paz germano-rusas, Parvus trató de pasar a Rusia.​ Logró que se lo enviase a Estocolmo, donde se hallaban los únicos representantes en el extranjero del nuevo Gobierno. ​ Felicitó a los bolcheviques por su victoria política y sostuvo que el proletariado alemán podía forzar a Berlín a conceder una paz favorable al nuevo Gobierno ruso mediante la amenaza de huelga, Parvus creía que podía lograr que la paz se negociase entre los partidos socialistas de las dos naciones, idea que el Gobierno alemán rechazó. Parvus solicitó permiso a Lenin para acudir a la nueva Rusia soviética y tener un papel activo en ella —se ofreció incluso a que lo juzgase un tribunal revolucionario por sus actividades—.​ Lenin se lo denegó, alegando como respuesta que «La revolución no se puede hacer con manos sucias».

Esto arruinó definitivamente las relaciones de Parvus con Lenin y, de ensalzar a los bolcheviques, pasó inmediatamente a convertirse en un acerbo crítico del régimen soviético.24​ También se enturbiaron los contactos con Rosa Luxemburgo y otros socialistas alemanes. Su actividad política decayó, a pesar de ser el asesor principal del presidente Friedrich Ebert.24​ Se retiró poco después a una isla alemana donde viviría en una mansión de 32 habitaciones. Más tarde publicaría sus memorias.

Murió en Alemania, en diciembre de 1924.24​ Su cuerpo fue incinerado y enterrado en un cementerio berlinés.

 

 

 

 

lunes, 7 de diciembre de 2020

SGM: La experiencia del pueblo soviético durante la guerra

La experiencia del pueblo soviético de la Segunda Guerra Mundial

W&W





Derrotar a los nazis se convirtió en la fuerza animadora de todo en la sociedad soviética durante los próximos cuatro años. La necesidad de defender a la Madre Rusia se convirtió en un deber de todos frente a la barbarie de Hitler, y la construcción del socialismo, tan largamente anunciada en las páginas de la prensa soviética, se desvaneció. El resultado fue el rápido desarrollo de un mosaico de estados de ánimo entre los pueblos soviéticos. Los historiadores rusos han argumentado recientemente que los acontecimientos de junio de 1941 despertaron en el pueblo soviético la capacidad de pensar sobre variantes, evaluar críticamente una situación y no tomar el orden existente como inmutable. El esfuerzo por repeler a los nazis también significó que, al menos a nivel local de la vida soviética, el centralismo democrático del partido de Lenin y Stalin ya no era sostenible. El criterio clave para convertirse en un líder soviético ya no era la lealtad del partido de una persona, sino sus contribuciones al trabajo del frente. En las provincias, a los líderes comunistas se les dijo que entrenaran a sus subordinados de la siguiente manera: el partido está interesado en que la gente piense y deje de instruir a las masas y aprender de ellas.
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Que la vida en la Unión Soviética ahora estaría conformada por los intereses reales de la gente común fue un gran cambio desde la década de 1930, cuando la vida había sido moldeada por sus deseos imaginarios, y los escuadrones terroristas de Stalin se habían asegurado de que las élites trabajaran para cumplirlos. Mientras tanto, los ejércitos de Hitler estaban en camino hacia Leningrado, Moscú y Ucrania central en julio de 1941. Leningrado pronto fue rodeado y estaría bajo asedio durante los próximos tres años y medio, ya que 1,5 millones de residentes de Leningrado murieron de hambre en el proceso. La razón principal por la que Moscú no sufrió el mismo destino fue la decisión de Hitler de concentrar sus esfuerzos en capturar Ucrania con sus campos fértiles, minas de carbón, recursos de metales ferrosos y acceso estratégico a los campos petroleros del Cáucaso. Aunque los exitosos contraataques del Ejército Rojo fueron otra de las principales razones de esta desviación hacia el sur, no cabe duda de que Ucrania también fue el área que Hitler más apreciaba como el lebensraum perfecto para el pueblo alemán. Y tales motivaciones estratégicas y raciales también ayudan a explicar por qué Hitler no aprovechó que los pueblos del oeste de Ucrania, Bielorrusia y los Estados bálticos, que habían sufrido tanto por el Pacto Nazi-Soviético de No Agresión, lo saludaran como un libertador.
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Aunque los nazis trataron a estos pueblos como "seres menores" (untermenschen) desde el principio y no les permitieron ningún tipo de derecho, lo que realmente convenció a los ucranianos y otros de las intenciones malévolas de 1 litro hacia el pueblo soviético fue el trato que el ejército alemán hizo de sus prisioneros de guerra del Ejército Rojo y la población judía ocupada. En lugares como Kiev, donde 650,000 tropas soviéticas fueron rodeadas en septiembre de 1941 después de una enérgica defensa de la capital ucraniana y la región del río Dnieper, tal vez dos tercios de los prisioneros de guerra soviéticos murieron de hambre en el cautiverio nazi. Fue en medio de la euforia de tales victorias en el otoño de 1941 que los hitlerianos idearon su solución final para librar a estas áreas capturadas de su "gran desgracia": los judíos. Al final, casi la mitad de los judíos que murieron en el Holocausto (unos 2,5 millones de personas) eran ciudadanos soviéticos. Es importante destacar que algunas de estas personas murieron de una manera más espantosa que las cámaras de gas de Polonia (el método más popular utilizado fue el uso de ametralladoras masivas), como los nazis, la Wehrmacht (o ejército alemán), y un número aún desconocido de colaboradores locales experimentaron con métodos de matar para encontrar la forma más eficiente de lograr el genocidio. Mientras tanto, la gran mayoría de las poblaciones civiles ucranianas y bielorrusas sobrevivientes solo podían esperar el regreso de los estalinistas y un gobierno autoritario que entendieran y pudieran manipular en su beneficio.
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Ante tales calamidades, el esfuerzo de Stalin por mantener el control sobre la retaguardia rusa ciertamente no mostró ninguna relajación de sus métodos coercitivos. Se dijo que los hombres del Ejército Rojo que se rindieron, por ejemplo, eran traidores y estaban sujetos a una corte marcial. Mientras tanto, los miembros del Partido Comunista que se quedaron en el territorio ocupado eran automáticamente sospechosos, y si por alguna razón cruzaban de regreso al territorio controlado por los soviéticos, estaban sujetos a un riguroso control de sus antecedentes. Los trabajadores que violaron la legislación laboral de 1940 sobre tardanzas, ausentismo o la prohibición de moverse de un trabajo a otro podrían ser llevados ante un tribunal militar y lo mismo finalmente se hizo realidad para aquellos civiles que ignoraron las movilizaciones laborales obligatorias, responsabilidades que afectaron a todos menos a los ancianos y madres de niños pequeños.
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Los errores épicos de Stalin en el campo de batalla pronto fueron eclipsados ​​por la propia pelea de Hitler, y los soviéticos se encontraron con una segunda oportunidad. La decisión anterior del líder nazi de no tomar Moscú aseguró que la lucha por la capital rusa se llevaría a cabo en el invierno, solo después de que los soviéticos hubieran tenido tiempo suficiente para preparar sus defensas. Sin embargo, fue principalmente la desesperada resistencia y el simple patriotismo de los hombres rápidamente reclutados y las tropas de retaguardia lo que salvó a Moscú en el invierno de 1941-1942 del "Centro del Grupo de Ejércitos" de la Wehrmacht. Pero el sistema increíblemente centralizado de comando y administración de la GKO también permitió Las economías de Siberia occidental y occidental se movilizarán rápidamente para satisfacer las necesidades del frente. Esto fue particularmente importante en el invierno de 1941-1942 porque la ayuda estratégica de Préstamo y Arriendo del nuevo aliado estadounidense de la Unión Soviética no ayudaría de manera sustancial al esfuerzo de guerra soviético por otro año. Aun así, la negativa de Stalin a dejar que sus generales más capaces lideren los esfuerzos en el frente resultó en derrotas aún más devastadoras en la primavera de 1942, con los nazis ahora ocupando toda Ucrania y avanzando hacia su objetivo estratégico de tomar el sur de Rusia y el Cáucaso.
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Aquí nuevamente, sin embargo, los soviéticos fueron salvados de sí mismos por la arrogancia de Hitler. El mayor error estratégico del líder nazi vino con su decisión de tratar de destruir la ciudad sitiada de Stalingrado en el otoño de 1942 para dar un golpe de relaciones públicas al "hombre de acero". Hitler podría haber concentrado sus esfuerzos en ocupar el Cáucaso y Kuban (el propio granero de Rusia) y explotar sus recursos petroleros y agrícolas para solidificar su dominio sobre su nuevo imperio oriental. Pero fue tras Stalingrado en un esfuerzo por infligir un golpe decisivo contra la presencia omnipotente del líder del Kremlin en la sociedad soviética. Stalin también reconoció lo que estaba en juego, y después de un año de terrible retirada, finalmente decidió escuchar a sus generales y ponerse de pie en esta ciudad que se extiende a lo largo del río Volga. El punto crucial aquí es que la Wehrmacht se había extendido demasiado por esta vez; Hitler no tenía los recursos necesarios para continuar su bombardeo. Las líneas de suministro de la Wehrmacht, por ejemplo, se estiraron hasta el punto de ruptura. Por lo tanto, los soviéticos finalmente pudieron rodear al Sexto Ejército alemán en Stalingrado y destruirlo después de que Hitler se negara obstinadamente a dejar que el mariscal de campo Friedrich von Paulus se retirara. Este fue el principio del fin para los alemanes, el punto de inflexión crucial en la guerra, donde la logística de lo que estaban haciendo los alcanzó. La negativa de Hitler a movilizar completamente a su propio pueblo y su tratamiento asesino de los untermenschen ahora significaba que la iniciativa de lucha pasó al lado soviético.
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Mientras tanto, la negativa de Hitler a exigir el sacrificio de su propia población resultó en ira y amargura entre los ucranianos y bielorrusos ocupados cuando sus hijos e hijas fueron enviados a Alemania para convertirse en trabajadores esclavos (Ostarbeitery). A medida que los soviéticos se alzaban en el horizonte oriental, los alemanes liberalizaron su política agrícola disolviendo las odiadas granjas colectivas de Stalin; sin embargo, al mismo tiempo, también estaban despojando a estas áreas de cualquier cosa de valor. Los alemanes no solo confiscaron las materias primas, sino que también tomaron herramientas y máquinas de las fábricas y objetos de valor de los museos y apartamentos privados de las repúblicas. Un resultado de todo esto fue una gran expansión en el movimiento guerrillero antinazi basado en el bosque durante 1943. Es cierto que muchos de estos combatientes partisanos estaban motivados por el deseo de ganarse el favor del Ejército Rojo que avanzaba; pero en las regiones más occidentales del puesto de la Unión Soviética, en las fronteras de 1939, muchos partidarios estaban allí para luchar sinceramente por la independencia política de su nación cuando los dos imperios totalitarios de Europa se enfrentaron. Estos "hermanos del bosque", muchos de los cuales eran tan hostiles a Moscú como lo fueron a Berlín, serían finalmente aplastados por el NKVD después del final de la guerra. Sin embargo, su valentía y su triste final profundizaron la hostilidad que muchos pueblos sujetos sentían hacia Moscú.

domingo, 6 de diciembre de 2020

El gran juego del Golfo Pérsico (1/2)

El gran juego en el golfo Pérsico 

Parte I || Parte II
W&W

En el siglo XIX, el relativo declive del Imperio Persa Safavid en comparación con el predominio de Occidente, el eclipse del comercio de Asia Central por el comercio marítimo y la existencia de pequeñas potencias vecinas presentaron a los estrategas británicos un dilema: cómo proteger a la mayor parte de Gran Bretaña. y la posesión más valiosa, India, contra las amenazas terrestres cuando su principal arma de defensa era la Royal Navy. Fue relativamente fácil asegurar el comercio marítimo en el mar y disuadir los ataques a sus colonias con una gran flota, pero los esfuerzos de Gran Bretaña por erradicar la esclavitud y la piratería en el Golfo Pérsico enfrentaron mayores desafíos, para actuar en apoyo de la guerra expedicionaria anfibia contra Persia. , o para disuadir a las grandes potencias de presionar al Imperio Británico, porque siempre existía el riesgo de que Gran Bretaña se viera arrastrada a ocupaciones costosas o conflictos innecesarios, o se viera obligada a luchar en el interior de Asia, donde su poder naval no podía ser llevado soportar.




La preferencia de Gran Bretaña fue proyectar influencia por otros medios: a través de la diplomacia, los consulados, los servicios financieros, las comunicaciones de infraestructura (ferrocarriles, carreteras y telégrafos) y concesiones comerciales. Sin embargo, crisis específicas a veces obligaron a Gran Bretaña a demostrar su poder a Persia y a los estados árabes y a competir con grandes potencias como Francia, Rusia y Alemania. Hubo operaciones anfibias contra Persia en 1856-1857, y hubo una demostración de fuerza en el Golfo Pérsico en 1903. En resumen, los métodos para mantener los intereses británicos fueron promovidos por cuatro enfoques. Primero fue la diplomacia, utilizando un sistema de residencias y consulados con aliados entre las élites locales, apoyados por una red de inteligencia. Esto se vio reforzado por acuerdos o la solución de diferencias con otras potencias europeas y, en el caso de Persia, con una convención anglo-rusa específica. En segundo lugar, había esferas de influencia, a menudo mediante la construcción de relaciones con las élites locales, los servicios financieros, la construcción de infraestructura y los equipos de entrenamiento militar. La contienda por el apoyo local y la intriga del principal rival, Rusia, se denominó posteriormente "El Gran Juego". En tercer lugar, también se requirieron estados de amortiguación y Persia se convirtió en el trabajo externo en las defensas terrestres de la India. El Imperio Otomano también cumplió esta función durante todo el siglo XIX, actuando como baluarte de las anexiones rusas. A los gobernantes locales, incluidos el sha de Persia y el emir de Afganistán, se les concedió una recompensa financiera directa o ayuda militar. Cuarto, se utilizaron intervenciones militares y navales periódicas, como las operaciones contra la piratería en el Golfo y contra Persia a mediados del siglo XIX, que se convirtieron, en el siglo XX, en períodos de ocupación militar (como en el Iraq posterior a 1914, y los estados del Golfo).

Todo esto estaba cimentado por la noción de prestigio, que era importante en la diplomacia pero también actuaba como medio de disuasión. Era una idea que debía reforzarse constantemente: Gran Bretaña tenía que afirmar su poder y demostrar que era capaz y estaba dispuesta a ejercer la fuerza. En la segunda mitad del siglo XIX, la política británica hacia Persia a veces había carecido de coherencia, ya que las consideraciones estratégicas en Europa e India eran lo primero. Sin embargo, a pesar de la creciente presión de la intriga rusa y la rivalidad comercial, a principios del siglo XX Gran Bretaña había reafirmado su control exclusivo del Golfo Pérsico, rodeó la región con estados obedientes o aliados y racionalizó su relación con Persia.

"El gran juego": Persia y la amenaza rusa a mediados del siglo XIX

La amenaza rusa a la India británica fue la fuerza impulsora detrás de las intrigas competitivas conocidas como el "Gran Juego" o el "Torneo de las Sombras", pero a pesar de que una invasión real de la India fue favorecida por solo un puñado de oficiales y figuras políticas rusas en la sección asiática del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, ambas partes jugaron el juego con bastante seriedad. En lo que respecta a muchos estadistas y soldados británicos, cada uno de los estados de la periferia de la India tenía que ser considerado parte del esquema de defensa, y eso incluía a Persia y Afganistán. Hoy en día, se piensa generalmente que Rusia estaba llevando a cabo maskirovka: presionando en un lugar estratégico para efectuar cambios en otros lugares. El periódico ruso Golos lo resumió entonces: “La cuestión india es simple: Rusia no piensa en conquistar la India, pero se reserva el poder de contener los brotes de rusofobismo entre los estadistas británicos, mediante posibles desviaciones por parte de India." En particular, las sensibilidades rusas sobre el Mar Negro y el Estrecho de Constantinopla, empeoradas por sus experiencias en la Guerra de Crimea (1854-1856), significaron que debían desafiar a los británicos en alguna parte, y la ausencia de una flota comparable significaba que tenían que tomar ventaja de un frente continental: Persia, Afganistán y la frontera india brindaron esa oportunidad.

Para los británicos, dos lugares se destacaron como particularmente importantes: la provincia de Khorasan del norte de Persia y Herat, la ciudad más occidental de Afganistán. Herat había sido una vez parte del Imperio Persa, y en 1836 el shah trató de reafirmar su control de la ciudad por la fuerza. Para alarma británica, las tropas rusas acompañaron a su ejército. Cuando se hizo un intento persa de asaltar la ciudad en junio de 1837, los británicos rompieron relaciones diplomáticas con Teherán. George Eden, conde de Auckland y gobernador general británico en la India (1836-1842), ordenó a dos vapores con tropas que desembarcaran en la isla de Karrack (Kharg) en las cabeceras del golfo, que los persas interpretaron como una escala real. invasión. En consecuencia, se aceptó un ultimátum entregado por Gran Bretaña y se abandonó el sitio de Herat. Sin embargo, los británicos estaban tan preocupados por esta intriga de inspiración rusa que se movilizaron para invadir Afganistán, lo que precipitó la Primera Guerra Afgana (1838-1842).

El historiador Garry Alder creía que la obsesión británica con Herat como la "clave de la India" estaba totalmente equivocada. Los oficiales británicos en Teherán habían argumentado que si Herat caía ante una Persia hostil, Rusia, su "aliado", se habría asegurado una base dentro de Afganistán desde la cual hostigar la frontera india. Dost Mohammed, el gobernante afgano en Kabul, comentó: "Si los persas toman Herat una vez, todo está abierto para ellos hasta Balkh, y ni Kandahar ni Kabul están seguros". La ciudad fue denominada de diversas formas como la "Puerta de la India" y el "Jardín y Granero de Asia Central", e incluso aquellos que no creían que fuera probable que abriera Afganistán a la ocupación creían que proporcionaría un medio para que Rusia dominara Persia. El debate sobre el valor de la ciudad continuó durante todo el siglo XIX, pero un virrey de la India, Lord Charles Canning, reflexionó sobre el hecho de que cualquier ataque ruso tendría que atravesar quinientas millas de terreno árido habitado por afganos hostiles, reflexionó: “Si Herat ser la clave para la India, es decir, si una potencia una vez en posesión de ella puede ordenar una entrada a la India, nuestra tenencia de este gran imperio es realmente débil ". Resumió la solución al problema de manera sucinta: "El país de Afganistán, en lugar del fuerte de Herat, es nuestra primera defensa".

Sin embargo, quienes vieron a Herat como el bastión vulnerable en el glacis de la India consideraron cada avance ruso en Asia Central y cada anexión que siguió como evidencia de la creciente magnitud de la amenaza zarista. La prensa liberal británica contemporánea adoptó una visión más caritativa y sugirió que la destrucción de los kanatos incivilizados y el avance constante de la Rusia cristiana garantizarían, finalmente, una mayor estabilidad. Sin embargo, el historiador Edward Ingram ha argumentado que Edward Law, el primer conde de Ellenborough y gobernador general de la India (1842-1844) que abogó por una política proactiva en Persia y Afganistán, mostró "la percepción más verdadera de las necesidades de un estado continental , ”Que Gran Bretaña ahora estaba a través de su posesión de la India. Ellenborough estaba especialmente preocupado por la complacencia del gobierno de Londres, ya que estaba muy alejado de las preocupaciones de Asia Central y la frontera india. El gobierno británico creía que el poder naval era suficiente para proteger sus posesiones imperiales, ya que, además de India y Canadá, el Imperio Británico todavía no era más que un conjunto de litorales y tenía a su disposición una vasta flota. Sin embargo, en muchos sectores había una creciente preocupación por la política de aferramiento de Rusia y sus ambiciones más amplias con respecto a Asia. Ellenborough sintió que, aunque Rusia todavía estaba demasiado distante para ser una amenaza inmediata, era vital aprovechar las ventajas mientras aún quedaba tiempo.

El problema de la inestabilidad en los estados tapón se puso de relieve por un nuevo período de disturbios en Persia que estalló después de la muerte del sha en 1848. El nuevo sha, Nasr-ud-din, tardó dos años en aplastar la revuelta en Mashhad y Tuvo que lidiar con tres revueltas del movimiento conocido como los Babis. En 1852, los Babis estuvieron cerca del éxito en su intento de asesinar al sha, y el régimen reaccionó con represalias salvajes. Como se predijo, la inestabilidad ofreció una oportunidad para que Rusia extendiera aún más su influencia en Teherán. Fue en este contexto que el gobernante de Herati, Said Mohammad, permitió que las tropas persas entraran en Herat para aplastar el descontento allí. Temiendo que Rusia estuviera detrás de la medida, los británicos protestaron ante el sha. Como resultado, se negoció una convención en enero de 1853 en la que Persia acordó no enviar tropas a Herat a menos que fuera invadida por un enemigo extranjero, con la clara intención de que esto significara Rusia. No se toleraba ninguna ocupación permanente y Persia no debía intrigar dentro de la ciudad. Por su parte, Gran Bretaña se comprometió a mantener alejados los intereses extranjeros. La convención nunca fue ratificada por el gobierno británico, en gran parte porque los británicos habían expresado claramente sus deseos mediante el ejercicio diplomático y los persas no se hacían ilusiones acerca de estas intenciones.

Sin embargo, en dos años, Gran Bretaña y Rusia estaban en guerra en el Báltico y Crimea, y Herat volvería a adquirir un nuevo significado. Al estallar el conflicto, Gran Bretaña había insistido en que el sha permaneciera neutral. Sin embargo, poco después, el representante del Ministerio de Relaciones Exteriores británico se ofendió por un supuesto desaire en la corte persa y retiró su partido negociador. En realidad, esto privó a Gran Bretaña de una presencia en un momento crucial de la contienda diplomática. En ausencia de información de primera mano, crecieron los rumores de que el sha concluiría un tratado con los rusos para recuperar las posesiones perdidas en el Cáucaso, o quizás en otros lugares. Como precaución, Gran Bretaña envió un barco de guerra al Golfo Pérsico para enviar una advertencia clara. Sin embargo, no era el Cáucaso el objetivo de las ambiciones del sha, era Herat, y los planes para tomar la ciudad ya estaban muy avanzados. En el propio Herat, en septiembre de 1855, los acontecimientos le hicieron el juego al sha. Mohammad Yousaf, un miembro de la ex familia real afgana, encabezó una revuelta, mató al gobernador y tomó el poder. Mientras tanto, Dost Mohammad de Kabul había lanzado su propio ataque contra Kandahar como primer paso para consolidar su dominio en Afganistán y, por lo tanto, no estaba en condiciones de resistir ningún ataque persa.

El sha tenía la intención de explotar este malestar en Afganistán e inmediatamente avanzó hacia Herat. La ciudad cayó en manos de los persas el 25 de octubre de 1856. En Londres existía una considerable ansiedad de que los rusos abrieran un consulado en Herat antes del desarrollo del espionaje destinado a la subversión de Afganistán, Persia y quizás la India. La idea de enviar una columna británico-india a través de Afganistán fue rechazada debido al recuerdo reciente de las dificultades de la Primera Guerra Afgana y la posibilidad de que esto simplemente ofreciera una oportunidad para que los rusos luchen en nombre de Persia. En cambio, los británicos harían uso de su fuerza naval y realizarían una expedición anfibia a Bushire en el Golfo Pérsico. Cuando se rechazó su ultimátum a Teherán, los británicos declararon la guerra el 1 de noviembre de 1856.

La guerra anglo-persa de 1856-1857

Esta corta guerra fue una operación anfibia con objetivos limitados. La Royal Navy tomó por primera vez la isla de Karrack como base de operaciones avanzada y se realizó un desembarco en Hallila Bay, doce millas al sur de Bushire, el 7 de diciembre de 1856. Se necesitaron dos días para reunir todas las tropas, caballos, armas y provisiones, pero a partir de entonces se hizo un rápido progreso y la fuerza terrestre, liderada por el mayor general Foster Stalker, llegó al antiguo fuerte holandés en Reshire poco después. Allí, los persas estaban atrincherados, pero esto proporcionó escasa protección contra los cañones navales británicos. La fuerza de Stalker irrumpió en el fuerte y los irregulares tribales locales Dashti y Tungastani fueron rápidamente abrumados.

En Bushire, dos horas de bombardeo naval obligaron a los persas a capitular. La ciudad capturada fue puesta bajo la ley marcial. Los británicos declararon que el tráfico de esclavos cesaría de inmediato y que todos los hombres, mujeres y niños negros cautivos fueron liberados. Se trajeron reservas de carbón, mientras que se adquirieron cereales y ganado de la región. Sin embargo, aunque la posesión del puerto era relativamente fácil, la penetración en el interior sería más difícil. Además, el sha sintió que la pérdida de Bushire, en la periferia misma de su imperio, era un problema manejable. Desviando fuerzas de las regiones sur y central, comenzó a concentrar un ejército que podría expulsar a la fuerza expedicionaria británica.

Los refuerzos británicos llegaron a Bushire el 27 de enero de 1857 al mando del general Sir James Outram. Rápidamente organizó su fuerza en dos divisiones, una dirigida por el general Stalker y la otra por Sir Henry Havelock, un veterano de las guerras afgana y sij. También envió un reconocimiento a Mahoma, donde se habían recibido informes de que los persas se estaban fortaleciendo. Sin embargo, sus exploradores descubrieron un gran ejército persa reunido en Burazjoon, cuarenta y seis millas tierra adentro desde Bushire. Para tomar la iniciativa, Outram decidió llevar la guerra al enemigo y realizar un audaz ataque ofensivo contra la fuerza de Burazjoon. Tomando a los persas por sorpresa, los británicos destruyeron provisiones y municiones que se habían concentrado allí, y cuando el general persa, Shujah ul-Mulk, intentó hostigar la retirada británica en la aldea de Khoos-ab, los persas fueron superados por la potencia de fuego. y determinación de la fuerza británica. La formación persa se derrumbó dejando setecientos muertos, mientras que los británicos habían perdido dieciséis hombres. El ejército de Outram retrocedió a través del deterioro del tiempo hasta Bushire, completando la batalla y una marcha de cuarenta y cuatro millas en solo cincuenta horas.

Los persas aún no estaban preparados para buscar términos. En Mohammerah, habían construido fuertes fortificaciones de campo. La tierra había sido apisonada en muros de unos seis metros de alto y cinco de profundidad, sobre los que se montaba artillería. Los arcos de estos cañones fueron diseñados para cubrir no solo los accesos hacia tierra, sino también la entrada al Shatt al-Arab. La guarnición, 13.000 hombres con treinta cañones, estaba al mando del príncipe Khauler Mirza, y confiaba en poder controlar a los británicos. Outram se decidió por un ataque anfibio. Empacó a 4.886 hombres en vapores y transportes con balandras de combate en un papel de apoyo de fuego, y después de un bombardeo de tres horas, los bastiones persas habían sido silenciados. Se hicieron los desembarcos y la infantería comenzó a trabajar sistemáticamente en las arboledas de dátiles, pero los persas se retiraron en desorden, dejando atrás diecisiete cañones y la mayor parte de su equipo de campamento. Outram mantuvo la presión, enviando una flotilla de tres vapores, cada uno con cien soldados de infantería a bordo, río arriba en persecución. Cerca de Ahwaz, se encontraron con unos siete mil soldados persas, pero el capitán James Rennie, el comandante naval británico, decidió llevar a sus trescientos hombres a tierra, desplegándolos para dar la impresión de que eran mucho más numerosos. Los cañones de sus barcos se alinearon contra la posición persa y, cuando su pequeña fuerza terrestre avanzó hacia Ahwaz, la formación persa se rompió, poniendo fin a toda resistencia.

La paz fue restaurada por el Tratado de París el 4 de marzo de 1857 y Persia acordó retirar todas sus fuerzas y reclamos territoriales de Afganistán. Gran Bretaña obtuvo el control efectivo de la política exterior persa y acordó retirar sus tropas de ocupación. Desde la perspectiva británica, la corta campaña había sido un gran éxito. Por un pequeño costo, los británicos habían utilizado sus cañones navales para proyectar su poder contra un estado litoral, realizaron desembarcos anfibios y destruyeron la resistencia de un número mucho mayor de fuerzas atrincheradas. Quizás lo más importante es que persuadió a los persas de que los deseos de Gran Bretaña debían tomarse en serio. Rusia, al parecer, había sido derrotada por Gran Bretaña en Crimea, y Persia también había sufrido reveses. Con su prestigio aumentado, Gran Bretaña no tuvo dificultad en persuadir a los persas para que aceptaran una línea de telégrafo en todo el país en 1862, uniendo India y Londres. En 1873, los británicos invitaron al sha a visitar Inglaterra, y no cabe duda de que esto también fue un intento de recordarle el poder británico. Sin embargo, el sha mantuvo vínculos con Rusia para contrarrestar la influencia británica, aunque tuvo cuidado de no hacer evidente una alineación en ambos sentidos. Por su parte, los británicos establecieron un puesto de escucha en su consulado en Mashhad en 1874 para recopilar inteligencia sobre los movimientos rusos en Asia Central.

Persia en la política británica, 1877–1907

En la década de 1870, Rusia parecía avanzar en todas partes. Había tomado territorio de China en Asia oriental, se apoderó de kanatos en Asia central, capturó la gran ciudad uzbeka de Khiva en 1873, y el 19 de mayo de 1877 una fuerza rusa tomó la aldea de Kizil Arvat en la frontera persa, en la actual Turkmenistán. Las preocupaciones británicas se destacaron cuando Ronald Thomson, el encargado de negocios británico en Teherán, obtuvo un informe que detallaba los planes rusos para Persia y Afganistán. El documento fue elaborado por Dmitri Miliutin, el ministro de guerra ruso, y comenzó con una condena de Gran Bretaña, el "Déspota de los mares", y pidió un "avance hacia el enemigo" que mostraría "la paciencia de Rusia es exhausta ”y“ que está lista para tomar represalias y estirar la mano hacia la India ”.

En julio de 1877, mientras los rusos luchaban contra los otomanos en los Balcanes, el gabinete británico decidió que cualquier ataque ruso a Constantinopla constituiría un casus belli. Cuando los rusos se abrieron paso y llegaron a las afueras de la ciudad, la Royal Navy se movió a una distancia de ataque. Como se anticipó, los rusos se prepararon para la guerra en el teatro del suroeste de Asia. Miliutin pretendía mantener a Persia neutral, en caso de que los británicos tomaran represalias y contemplaran un ataque a través de Persia hacia el Cáucaso, pero ordenó que el ejército ruso preparara una fuerza de 20.000 hombres para trasladarse a la frontera afgana. Fuentes de inteligencia británicas sugirieron que los rusos estaban a punto de apoderarse del Oasis Akhal en la frontera persa, quizás antes de un movimiento en Herat. Deseosos de aumentar sus salarios, los funcionarios persas se estaban preparando para apoyar con suministros un avance ruso a través de Trans-Caspia, la región al este del Mar Caspio que aproximadamente coincide con la actual Turkmenistán. Thomson instó al gobierno persa a detener a los rusos y, a pesar de algunas protestas, aceptaron presentar una denuncia. La voluntad de Gran Bretaña de luchar y el aislamiento diplomático de Rusia en Europa persuadieron a San Petersburgo de no hacer más avances ni en los Balcanes ni en Asia Central. Sin embargo, el virrey de la India, Robert Bulwer-Lytton, primer conde de Lytton, estaba preocupado por la vulnerabilidad de Afganistán y lanzó la Segunda Guerra de Afganistán (1878-1881) para controlar la zona de amortiguación con más firmeza.

Esta acción militar británica se notó en Teherán. A principios de 1879, el sha solicitó una alianza a cambio del apoyo militar británico contra Rusia, pero, ansioso por evitar compromisos a largo plazo, Gran Bretaña se negó y exigió que, como "potencia amiga", Persia no ofreciera ninguna ayuda a las fuerzas del zar. o ayudarlos a anexar territorio en ruta hacia la frontera afgana. Los persas, decepcionados de que los británicos no se comprometieran a defender Teherán como habían hecho con Constantinopla, consideraron que la cooperación con Rusia seguía siendo la única garantía de supervivencia. El gabinete británico consideró que, en interés de la seguridad de la India, Herat podría, de hecho, ser entregado a Persia. Cuando se le hizo esta propuesta al sha, también se le informó que, después de todo, Gran Bretaña insistiría en estrechar los lazos militares y comerciales, pero también exigiría que los persas afirmen sus reclamos históricos sobre la ciudad de Merv en Asia central contra los rusos, quienes parecía dispuesto a anexarlo. Sin embargo, justo en el momento en que el sha lo aprobó, un gobierno liberal llegó al poder en Gran Bretaña y retiró la propuesta de alianza.

Este cambio apresurado de la política británica había sido el resultado de una falta de inteligencia útil sobre Rusia y sus verdaderas intenciones hacia India, Afganistán y Persia. Era obvia la necesidad de una pantalla de agentes o cónsules en Persia y Afganistán para evaluar las capacidades reales de Rusia. El general Sir Archibald Alison, intendente general de la División de Inteligencia en Londres, señaló: “Por lo tanto, la información temprana y confiable con respecto a los movimientos militares rusos u otros cerca de la frontera norte de Persia parece ser la más importante, y esta información solo puede ser obtenido satisfactoriamente en el acto ". Argumentó que el seguimiento de los movimientos de tropas rusas era la forma más segura de evaluar los planes rusos en Asia Central. La División de Inteligencia recomendó un consulado permanente en Astarabad, cerca de la costa sureste del Mar Caspio, así como el de Mashhad: “Si nos mantuvieran informados con precisión sobre la situación en esas regiones, el gobierno podría inmediatamente disipar el desacreditado estado de alarma al que periódicamente se ve arrojado este país. . . . Si el conocimiento es poder, la ignorancia es debilidad, y esta debilidad la mostramos constantemente por el miedo indigno que se muestra en cada informe o amenaza de los movimientos rusos ". El gobierno liberal en casa no se inmutó e informó al gobierno de la India que, en su opinión, los movimientos de Rusia en Asia Central simplemente no merecían ansiedad por una invasión de la India.