lunes, 8 de enero de 2024
domingo, 7 de enero de 2024
Guerra Fría: El derribo del Boeing 747 de KAL
El derribo del vuelo 007: un misil soviético, un avión espía, 269 pasajeros muertos y el mundo al filo de una guerra nuclear
Por razones desconocidas, el 1° de septiembre de 1983 un Boeing 747 de Korean Airlines que volaba con destino a Seúl fue derribado por invadir el espacio aéreo soviético. Murieron todos los tripulantes y pasajeros, incluido un senador norteamericano. La pelea por los restos del avión, las acusaciones cruzadas entre las dos potencias y el peligro inminente de un enfrentamiento atómico
Por Daniel Cecchini || Infobae
Apenas se iniciaba septiembre de 1983 cuando el tenso equilibrio de la Guerra Fría estuvo a punto de explotar en mil pedazos a causa de otro estallido, el de un avión de pasajeros que por razones que cuarenta años más tarde siguen siendo desconocidas se desvió de su ruta. Ese fue uno de los errores -el del piloto del avión civil- que puso al mundo al borde de un enfrentamiento para nada frío, el de una guerra nuclear; el otro fue la decisión apresurada de un comandante militar.
En los Estados Unidos gobernaba Ronald Reagan y en la Unión Soviética ,el ex jefe de la KGB Yuri Andropov, llevaba menos de un año a la cabeza del Soviet Supremo, luego del prolongado liderazgo del interminable Leonid Brézhnev. La tensión entre las dos potencias venía en aumento desde principios de ese año, con el convencimiento de los soviéticos de que Estados Unidos preparaba un ataque con armas nucleares. No se trataba de una simple paranoia geopolítica, porque Ronald Reagan puso también lo suyo sobre el tablero.
El 8 de marzo, el presidente estadounidense había pronunciado un discurso más que encendido, en el cual calificó a la Unión Soviética como el “imperio del mal” y dos semanas después lanzó una iniciativa de Defensa Estratégica -que sería popularmente conocida como “Guerra de las Galaxias”- que consistía en la construcción de un sistema de defensa espacial capaz de evitar -y responder- cualquier intento de ataque nuclear contra el territorio de los Estados Unidos. Por su lado, los soviéticos estaban convencidos de que los norteamericanos preparaban en secreto una agresión nuclear contra ellos.
Para completar ese cóctel explosivo, se sumaban dos ingredientes imposibles de soslayar: ni Reagan ni Andropov eran líderes que tuvieran mucha inclinación al diálogo diplomático.
Así estaban las cosas el 1° de septiembre, cuando el vuelo 007 de Korean Airlines partió del Aeropuerto Internacional John Fitzgerald Kennedy con destino final en Seúl y 269 personas a bordo: 105 coreanos (incluidos los 29 tripulantes), 61 estadounidenses, entre los que se contaba el congresista republicano Larry MacDonald, 28 japoneses, 22 taiwaneses, quince filipinos, catorce chinos, diez canadienses, seis tailandeses, cuatro australianos, un sueco, un indio, un vietnamita y un malayo.
Sin saberlo, todos volaban hacia la muerte.
Una ruta despistada
El Boeing 747 hizo escala en Anchorage, Alaska, de donde despegó a las 14 GMT, con cuarenta minutos de atraso. A las 16:30 GMT -1:30 de la madrugada en el extremo oriente soviético-, comenzó a desviarse de su ruta y penetró en el espacio aéreo soviético en dirección a la base aeronaval de Petropavlosky, en la Península Kamchatka.
Los radares de la estación militar detectaron al “avión intruso” y desde allí despegaron cuatro Mig 23 en su búsqueda. Demoraron 23 minutos en encontrarlo, cuando el Boeing estaba saliendo del espacio aéreo soviético y entraba en la zona internacional del Mar de Okhotsk. Los aviones militares volvieron a la base y se avisó a las bases de la isla Sajalin, hacia donde la aeronave coreana parecía dirigirse.
Sajalin, cuna del actor Yul Brinner, era un lugar particularmente sensible desde el punto de vista estratégico militar soviético, en especial por el permanente tránsito de submarinos nucleares por el mar de Okhost.
Según el documento La potencia militar soviética, de la Agencia de Inteligencia de la Defensa norteamericana, la isla contaba con dos bases aéreas, una base naval, un aeropuerto civil, un astillero y una dotación permanente de 20.000 soldados.
Ni la isla ni su espacio aéreo figuraban en la ruta programada para el vuelo 007, pero inexplicablemente, a las 2:42 de la madrugada soviética, el Boeing 747 entró allí.
En la mira del enemigo
Apenas el avión de pasajeros coreano se introdujo en el espacio aéreo de la isla Sajajín, de una de las bases despegaron seis cazas para interceptarlo. A las 3:05, el SU-15 piloteado por el teniente coronel Osipovich avistó el objetivo, que volaba 10.000 metros de altura y a unos 750 kilómetros por hora. A esa velocidad, en unos veinte minutos saldría nuevamente del espacio aéreo soviético.
El piloto del Boeing, Chun Byung-il, y su copiloto, Kim Si-il no parecían tener idea de dónde estaban realmente, ni tampoco de lo que estaba ocurriendo alrededor de su avión. A las 3:16 se pusieron en contacto con la torre de control de Narita, Japón, y pidieron autorización para subir a 12.000 metros e indican su posición.
Byung-il informó a la torre que estaba en su ruta normal, volando al sur de las islas Kuriles. Inexplicablemente, los operadores de la torre no comprobaron -o, si lo hicieron, no se lo informaron- que esos datos no coincidían con la posición que indicaba el radar.
A las 3:20, el teniente coronel Guennadi Osipovich recibió la orden de acercarse al Boeing coreano y hacer un disparo de advertencia. Los registros de las conversaciones con la base no dan elementos para saber si lo hizo o no.
A las 3:26, el vuelo 007 estaba a un minuto de salir a salvo del espacio aéreo soviético, pero nunca pudo hacerlo.
“El blanco, destruido”
Espacio aéreo de la isla Sajalin, Unión Soviética, a 5.000 metros de altitud, jueves 1° de septiembre de 1983, hora local: 3.26. Diálogo radial captado por las fuerzas de autodefensa japonesas entre la base aérea de la isla y el teniente coronel Guennadi Osipovich, piloto de un caza SU-15 en misión de intercepción de un avión intruso.
Base: -Apunten al objetivo.
Piloto: -Blanco en la mira.
Base: -Disparen.
Piloto: -Fuego.
Base: -Informe.
Piloto: -El blanco, destruido.
Los restos del avión derribado cayeron repartiéndose entre aguas soviéticas y aguas internacionales. Eso implicó que ninguna de las partes tuviera todos los elementos para saber qué había ocurrido realmente. Tampoco compartieron la información.
El secretario de Defensa de los Estados Unidos, Caspar Weinberger, fue el primero en hablar: “La Unión soviética impide que otros países colaboren en la búsqueda de los restos del aparato para poder fabricar pruebas que conviertan a un avión comercial en un avión espía”, dijo en una conferencia de prensa convocada de urgencia.
Para los norteamericanos se trataba del ataque injustificado contra un avión de pasajeros, para los soviéticos, el Boeing 747 derribado formaba parte de una sofisticada operación de espionaje de la que, además, participaron aviones militares ocultos a la “sombra” de un avión comercial.
A los ojos del público -y en los titulares de los medios-, el “incidente”, como se lo calificó en la jerga diplomática, estaba envuelto en un halo de misterio que se potenciaba por un dato cinematográfico: el número 007 del vuelo, la misma cifra que identificaba al agente secreto James Bond.
Historias de “aviones espía”
No era la primera vez durante la Guerra Fría que los soviéticos derribaban un avión extranjero que hubiera incursionado en su espacio aéreo. En los primeros casos se trató de aviones de espionaje o militares, pero pronto las aeronaves comerciales también se transformaron en blanco de los cazas de interceptación.
El primer incidente databa del 1° de mayo de 1960, cuando un avión espía U-2 norteamericano fue derribado por la artillería antiaérea unos 2.000 kilómetros dentro del territorio soviético. El piloto era un agente de la CIA, Gary Powers, que sobrevivió y en los interrogatorios reveló os objetivos de su misión. En 1962 fue canjeado por espías soviéticos detenidos en los Estados Unidos.
El primer caso que involucró a un avión comercial ocurrió el 18 de julio de 1977 y tuvo como protagonista a una compañía aérea argentina, Transportes Aéreos Rioplatenses, propietaria de un avión que volaba desde Chipre a Teherán y se internó en el espacio aéreo de la Armenia soviética, cerca de la frontera turco-iraní. El Canadair CL-44 argentino fue chocado con un caza que había salido a interceptarlo y los dos aviones cayeron. No hubo sobrevivientes.
Oficialmente, el carguero argentino trasladaba medicamentos, pero voceros soviéticos -en coincidencia con algunas fuentes occidentales, citadas por el Sunday Times de Londres- llevaba armas para el agonizante régimen del Sha Reza Pahlevi.
Tampoco era la primera vez que un avión de Korean Airlines protagonizaba un episodio de ese tipo. El 21 de abril de 1978, un Boeing de la misma compañía fue obligado a aterrizar cuando había entrado en el espacio aéreo soviético. Al tocar tierra se desestabilizó, rompió un ala y murieron dos pasajeros.
El avión fantasma
Después del derribo, la polémica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética escaló aún más cuando se descubrió que un avión espía norteamericano estaba operando muy cerca del Boeing 747 de KAL cuando éste fue detectado por primera vez por los radares soviéticos.
Se trataba de un RC-135 que volaba a 110 kilómetros de distancia del avión de pasajeros surcoreano mientras cumplía una misión de monitoreo sobre el cumplimiento de la URSS del tratado de limitación de armas estratégicas.
Luego de algunas vacilaciones, la Casa Blanca reconoció la existencia de ese avión, pero descartó que tuviera relación con el Boeing de KAL: “Es falso que haya alguna relación entre el RC-135 y el Boeing 747 de Korean Airlines. En ningún momento nuestro avión entró en el espacio aéreo soviético. Es posible que los soviéticos hayan pensado que era un RC-135 cuando el avión coreano fue detectado por primera vez, una hora y media antes de abatirlo, pero como contaban con información visual y de los radares, cuando le dispararon sabían que era un avión civil”, dijo el vocero del presidente Ronald Reagan, Larry Speakes.
Para los soviéticos, las cosas no eran tan sencillas: “El Boeing formaba parte, junto con el RC-135 norteamericano, de una operación de espionaje. Sabemos que los dos vuelos estaban perfectamente coordinados para dificultar nuestra tarea de control y confundir a nuestras fuerzas de defensa antiaérea. El 747 estaba equipado con material electrónico sofisticado para mantener contactos breves y codificados, típicos de los vuelos de espionaje, con aviones militares de los Estados Unidos”, le retrucó el jefe del Estado Mayor del ejército de la URSS, el mariscal Nikolai Orgakov.
La Guerra Fría se estaba recalentando. Pasarían diez años antes de que se supiera la verdad.
“Un disparo afortunado”
Tras la caída del Muro de Berlín, en 1989, y la posterior disolución de la Unión Soviética, las nuevas autoridades rusa desclasificaron documentos y comenzaron a brindar información sobre algunos confusos episodios de la Guerra Fría.
En 1993, Moscú reconoció que las cajas negras del vuelo 007 de Korean Airlines estaban en su poder y dio a conocer su contenido.
Las transcripciones recuperadas de la cabina de mando del 747 indican que la tripulación no era consciente de que estaban fuera de curso y, por lo tanto, violando el espacio aéreo soviético, a unos 500 kilómetros al oeste de la ruta planeada.
En base a ese material se concluyó que ese rumbo fue fijado por accidente durante la escala en Anchorage y que la tripulación no notó el error y se dejó llevar por el piloto automático en la dirección equivocada. “Falta de conciencia situacional y coordinación del vuelo”, dictaminó la investigación que revisó el material.
El teniente coronel Osipovich aportó también lo suyo y dijo que no se siguieron los estándares internacionales de intercepción, y que había sido instruido por las autoridades militares para que mintiera en televisión sobre los disparos de advertencia que en realidad nunca había realizado. Los soviéticos habían declarado oficialmente que hicieron llamadas por radio, pero que el KAL 007 no respondió. Y se mantuvieron en su versión, aunque ningún otro aparato o monitor terrestre cubriendo las frecuencias de emergencias en ese momento oyó jamás esos avisos.
En una entrevista que concedió a The New York Times, el ya retirado teniente coronel Guennadi Osipovich relató: “No informé a tierra que se trataba de un Boeing. Ellos tampoco me preguntaron. Sí pregunté qué debía hacer. Se asustaron y me dijeron que tenía que obligarlo a aterrizar. Ése fue nuestro gran error. Ya no había tiempo, en 25 segundos estaría en territorio neutral y ya no podríamos obligarlo. Expliqué la situación y dije que lo tenía en la mira. Entonces me dieron la orden de disparar”.
“¿Qué sintió al derribar el avión?”, le preguntó el periodista.
“Hubiera preferido obligarlo a bajar y tomar una botella de vodka con el piloto, pero no tenía alternativa y disparé. Fue un disparo afortunado. No sentí nada, era lo que debía hacer”, respondió.
Al filo del abismo
A pesar de su alto costo en vidas, de su enorme repercusión internacional y de la escalada diplomática que provocó, el derribo del vuelo 007 de Korean Airlines no marcó el punto más alto de la tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante 1983.
Hubo otro episodio, ocurrido dos meses después, que estuvo mucho más cerca de desatar un enfrentamiento nuclear. El mundo demoró años en conocerlo, porque fue mantenido en el más riguroso de los secretos.
Una serie de documentos divulgados en este siglo por la Oficina de Historia del Departamento de Estado de los Estados Unidos, hicieron conocer un episodio que fue bautizado con el sugestivo nombre de “War Scare 1983″ (el susto de guerra de 1983), y que estuvo mucho más cerca de desatar un verdadero conflicto atómico.
La documentación muestra cómo, en noviembre de ese año, altos mandos militares estadounidenses responsables de valorar y tomar decisiones, actuaron sobre la base de información incompleta y estuvieron al filo de haber provocado de forma no intencional un ataque nuclear por parte de la Unión Soviética, lo que habría desencadenado la temida “destrucción mutua asegurada” de ambas superpotencias.
Pero esa es otra historia.
sábado, 6 de enero de 2024
Bahía Blanca: La Vitícola, la fallida colonia irlandesa
La Vitícola, la historia de una promesa que terminó en tragedia
A fines del siglo 19 llegaron a Bahía 700 irlandeses para formar una colonia y trabajar en viñedos. Pero nada de eso pasó y muchos murieron.
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El paraje La Vitícola está a 25 kilómetros del casco urbano de Bahía y es parte de nuestro distrito.
Ubicado sobre la ruta nacional 33, cuenta con una estación de trenes estilo inglés que está abandonada, el boliche y la escuela ya no funcionan, y el destacamento policial.
Lleva ese nombre porque alrededor del año 1880 la empresa La Vitícola S.A desarrolló en ese sector una zona de viñedos.
Sin embargo, la historia no termina ahí, sino que tiene un episodio trágico como fue la muerte de centenares de irlandeses.
A fines del siglo XIX el país estaba en crecimiento y se necesitaba mano de obra para poder colonizar áreas libres de aborígenes. Creada la Ley de Centro Agrícolas, empezaron a llegar inmigrantes del norte de Europa para quienes se iban a fundar colonias en proximidades a las estaciones.
El norteamericano David Gartland, representante de la compañía, pretendía levantar tres centro vitivinícolas en Bahía y convenció a unos 700 irlandeses de venir a instalarse, con la promesa de otorgarles 40 hectáreas de campo, a pagar con muchas facilidades y durante 15 años.
A su vez, el sacerdote católico nacido en Dublin, Mathew Gaughren, les describió el lugar, camino a Sierra de la Ventana, como “hermoso”, con “una serie de ondulaciones en la tierra, no demasiado grandes como para llamarlas colinas” en el cual “a lo lejos pueden verse los picos de las montañas de Curamalá” y “una tierra muy fértil”.
Lo cierto es que llegaron a nuestra ciudad el 6 de febrero de 1889 y descubrieron que no había ningún desarrollo parecido a una colonia. Y con el paso de los meses, lo único que atinaron a hacer es armar tiendas de campaña bajo árboles o zanjas, con un clima hostil, de mucho frío en invierno y viento constante todo el año.
Según investigaciones, jamás se construyó nada y un centenar de menores murieron, casi con seguridad por las malas condiciones del agua y otros problemas con la alimentación, que les provocaba diarrea y otras enfermedades.
“En marzo de 1891, los últimos, poco más de 500, dejaron el lugar para volver a Buenos Aires. En la colonia quedaron la estación del ferrocarril y más de 100 muertos, en su mayoría niños irlandeses quienes yacen en un lugar ignoto, no lejos de la ciudad viva”, decía un artículo titulado “Un centenar de irlandesitos en La Vitícola”, escrito por licenciado Santiago Boland, una de las personas que más estudió el tema.
Según sus sospechas, se trató de una maniobra de la La Vitícola S.A para aprovechar la Ley de Centros Agrícolas y conseguir plata del Banco Hipotecario sindemasiada documentación.
viernes, 5 de enero de 2024
jueves, 4 de enero de 2024
Argentina: Lanusse, su gobierno, su oposición al golpe del 76 y su muerte
A 27 años de la muerte de Lanusse: el “error más grave” que cometió y la persecución que sufrió de Videla
El 26 de agosto de 1996 falleció quien fue presidente de facto en los albores de la década del ‘70. Su vida ligada al Ejército. Su cárcel luego del intento de golpe contra Perón. Su cercanía con los radicales. Las críticas a la dictadura del ‘76 y la sanción que recibió
Por Juan Bautista Tata Yofre || Infobae
Hoy, hace 27 años y un día, falleció el teniente general Alejandro Agustín Lanusse. Integró una familia que llevaba varias generaciones en la Argentina y estaba muy ligada a la industria agrícola y ganadera. Ingresó al Colegio Militar de la Nación el 6 de marzo de 1935, egresando a la edad de 19 años como subteniente del Arma de Caballería el 30 de julio de 1938. Siendo un joven oficial participó en la asonada militar contra el gobierno de Juan Domingo Perón en septiembre de 1951. Perón diría “una chirinada”. Ello le valió permanecer preso en una cárcel en el helado sur argentino, hasta septiembre de 1955, cuando la “Revolución Libertadora” derrocó a Perón. Estuvo detenido en la Penitenciaría de la avenida Las Heras, en la cárcel de Rawson y posteriormente en la cárcel de Río Gallegos, época en la que según Lanusse era controlado, hasta en su correspondencia, por el jefe de la guarnición, el “justicialista” coronel Carlos Rojas, hermano del almirante Isaac Francisco Rojas. Los relatos sobre sus días de prisión algún día merecerán contarse, en especial por los sacrificios de Ileana Bell, su esposa e hijos, para comunicarse con el “recluso”.
Fue jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo en 1955, durante la corta presidencia de Eduardo Lonardi. Luego fue designado Agregado Militar en México. A su vuelta fue ascendiendo en la jerarquía militar - sumergido en los enfrentamientos castrenses de la época y vio cómo gobiernos civiles (Frondizi, Guido e Illia) se derrumbaban en medio de planteos y exigencias de las Fuerzas Armadas. El 31 de diciembre de 1962 asciende a general de brigada. No “gambeteó” ninguna de las crisis que asolaron la Argentina de esos años. No era hombre para pasar desapercibido, hacerse el distraído, ni de esconder sus opiniones, sea a quien sea. Equivocadas o ciertas. Me solía decir que “en los momentos clave hay que tener actitudes”. Y vaya si las tuvo. Por ejemplo, en agosto de 1976, en plena gestión de Jorge Rafael Videla fue sancionado por publicar una severa carta al general Acdel Vilas, quien acusaba a Gustavo Malek (ex Ministro de Educación de Lanusse) de tener afinidades con la subversión.
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“Cano”, como le decían sus íntimos, por cuna un conservador con afinados contactos familiares, su madre era una Gelly Cantilo, con el Partido Radical. Con el tiempo, ya como Presidente de la Nación, se dio el lujo – si así se lo puede calificar – de una excentricidad de la época, decir, durante una visita a Lima, que su gobierno era de “centro izquierda”. Tuvo un papel preponderante dentro del generalato que llevó a Juan Carlos Onganía a la presidencia de la Nación, luego del derrocamiento del presidente constitucional Arturo Illia. En ese tiempo, Lanusse era el jefe de Operaciones del Estado Mayor del Ejército. Años más tarde reconocería que haber participado en el golpe era “el error más grave” que había cometido. Ya como comandante en Jefe del Ejército y miembro de la Junta Militar decidió la remoción de Onganía, la designación de Roberto Marcelo Levingston y a los pocos meses su remoción. ¿Cómo se explica esto? En una ocasión, el general Rafael Panullo, secretario general de la Presidencia durante la gestión de Lanusse, me relató (y más tarde me lo ratificó el propio Lanusse) que durante 1970 lo convocó su superior inmediato y le pidió que analizara quién podía ser el reemplazante de Juan Carlos Onganía. Trabajó con el coronel Colombo y elaboraron un documento de 3 carillas donde la conclusión “elemental” era que “la única persona que no podía reemplazar a Onganía era Lanusse, para que no se repitiera la cadena de golpes… y porque además cuando Lanusse asumió la jefatura del Ejército, el 28 de agosto de 1968, a la edad de 50 años, dijo que no quería ser nada más que Comandante en Jefe del Ejército”.
“En esas reuniones para analizar quién sería el sucesor de Onganía, el almirante Pedro Gnavi –que había estado con Levingston en Washington—propuso su nombre y el brigadier Rey aceptó de inmediato, para bloquear a Lanusse. Estas reuniones fueron en una residencia de la Fuerza Aérea en Ezeiza. Esto fue un sábado y el domingo citaron a los generales para informarlos. Y cuando se enteraron, algunos consideraron que tenían más méritos. Había en ese momento 10 generales “pesados” y nadie pensó en Levingston, sino en Tomás Sánchez de Bustamante, Alcides López Aufranc, Mario Aguilar Pinedo, Juan Carlos Sánchez. Al enterarse Sánchez pidió su retiro de la fuerza, pero Lanusse no lo aceptó. Más tarde, Levingstone le reprocharía no haberlo pasado a retiro. Le tocó a Juan Carlos Sánchez reemplazar al general Roberto Fonseca en el Comando del Cuerpo de Ejército II, el 17 de diciembre de 1970, y su área de competencia bullía entre la intranquilidad social y la actividad de las organizaciones guerrilleras. Ya se habían sufrido los efectos de dos convulsiones que llamaron “Rosariazo”. En abril de 1972, Sánchez sería asesinado por un comando conjunto del PRT-ERP y las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
El período de Roberto Marcelo Levingston fue corto, plagado de intrigas palaciegas, desinteligencias y la cotidiana violencia subversiva que aparecía siempre por detrás de la crispación ciudadana. No pasaron muchas semanas de gestión cuando el Delegado Jorge Daniel Paladino le escribe a Perón, en Puerta de Hierro: “La situación política general evoluciona rápidamente (…) Ya está el desacuerdo entre Levingston y Lanusse. No se ha llegado todavía al enfrentamiento pero la lucha por el poder ya está planteada. Levingston quiere ‘sacarse de encima’ a la Junta pero, por supuesto, no muestra sus cartas. Su problema lo lleva al seno del Ejército; la batalla se va a librar ahí.”
El 29 de septiembre de 1970, Levingston – que seguía sin darse cuenta que el poder residía en la Junta de Comandantes-- pronunció un discurso que dio por tierra con todo lo que se había sostenido para terminar con el “onganiato”. Dijo por Cadena Nacional que “la disolución de los partidos políticos, concretada por la Revolución Argentina, es, para este gobierno una decisión irreversible”. Como un signo de esos momentos, en septiembre de 1970 Perón se carteó con Ricardo Balbín y el 11 de noviembre de 1970 se creó en la casa del “independiente” Manuel Rawson Paz el agrupamiento La Hora del Pueblo. El martes 13 de octubre de 1970, el Ministro del Interior, Eduardo Mac Loughlin, abandonó el gabinete de Levingston. “Creo que con esto comienza una crisis que puede desembocar en cualquier cosa”, opinó Paladino, porque “Mac Loughlin representa la posición de la Junta de Comandantes en cuanto a la salida política prometida el 8 de junio. Levingston está directamente en la vieja trampa de quedarse él y preparar lo que prepararon todos, el sueño de robarle el peronismo a Perón. En este sentido no nos conviene la ida de Mac Loughlin. Pero esto es un tembladeral y tiene relación directa con la situación militar…”
El martes 2 de marzo de 1971, Lanusse asumió la presidencia de la Junta de Comandantes en Jefe e inmediatamente comenzó a pulsar la opinión de los mandos superiores del Ejército sobre el estado del país. “La sociedad está cansada”, opinó por escrito, Alcides López Aufranc (prueba que tengo), el jefe del Cuerpo III. El 12 de marzo de 1971 se dio el “Viborazo” en Córdoba, armado contra el interventor José Camilo Camilo Uriburu y de ahí en más se sucedieron una serie de hechos que llevaron al aislamiento absoluto de Levingston.
Durante el último encuentro del Presidente de facto con los tres comandantes en Jefe, del 22 de marzo de 1971, que comenzó a las 17.30 en la Sala de Situación de la Casa de Gobierno a solicitud de la Junta Militar, Levingston intento la detención de Lanusse, pero el 23 de marzo, a las dos y diez de la madrugada, presentó su renuncia. Todo fue seguido con un gran desinterés por la sociedad. La cumbre entre Levingston y la Junta Militar fue grabada y transcripta en 60 páginas, y resulta ser la apología del disparate. El general Rafael Panullo me lo contó así: “El final de Roberto Levingston fue cuando le ordenó al general Horacio Rivera que metiera preso a Lanusse con pistola en mano. Luego citó a Jorge Corchito Cáceres Monié (en 1975 asesinado por Montoneros) y lo nombró Comandante en Jefe. El jefe militar designado dijo a sus íntimos: Me voy a hacer cargo para reponer a Lanusse.”
La Junta de Comandantes reasumió el poder y Alejandro Lanusse ocuparía el despacho presidencial de la Casa Rosada el viernes 26 de marzo cuando juró como el último presidente de facto de la Revolución Argentina. Así se hizo cargo Lanusse, el último caudillo militar del Siglo XX y las Fuerzas Armadas comenzaron a planear entonces una retirada decorosa del poder. Lanusse dijo: “cuando llegué a la Revolución Argentina ya había transitado, en la soledad, por dos etapas. Y así llegué debilitado al poder, porque estaba debilitada, confundida, desorientada, la estructura en la que yo me apoyaba”.
En el gabinete del nuevo mandatario se destacaban cuatro figuras Arturo Mor Roig, Ministro del Interior; Francisco “Paco” Manrique, Ministro de Bienestar Social; Jacques Perriaux, Ministro de Justicia (e inspirador de la Cámara Federal Penal de la Nación que terminó con las incipientes “patotas” y juzgo a los terroristas con la ley en la mano) y Luis María de Pablo Pardo, Ministro de Relaciones Exteriores, con el que puso fin a “las barreras ideológicas” en la escena internacional.
Frecuente al ex presidente de facto a partir de enero de 1978 gracias a una gestión del teniente coronel (R) Arnoldo Díaz, por la persecución del que era víctima por parte del gobierno de Videla. En particular le achacaban haber sido el responsable de la vuelta definitiva de Perón a la Argentina, pero yo intuía que había cuestiones de otro tipo. Como ya no sabían cómo pegarle lo hicieron único responsable del Acuerdo del Beagle de 1971 con el chileno Salvador Allende y yo le llevé las pruebas de que no era así. Antes de mí dos miembros de mi familia lo habían tratado: Mi padre cuando intentó lograr su libertad en 1953 y mi hermano Ricardo que trabajó con Arturo Mor Roig. Entre las tantas liberalidades que me tomé con Lanusse fue invitarlo a mi casa a almorzar y mantener un ameno diálogo con los justicialistas Jorge Antonio y el teniente (R) Julián Licastro y el militar Arnoldo Díaz. La última fue cuando falleció y el gobierno de Carlos Menem se hizo el distraído; el Ministro de Defensa no participó en nada y solo asistió el viceministro Jorge Pereyra de Olazábal a una ceremonia en el Regimiento Patricios. Fui a despedirlo al Regimiento de Granaderos donde lo velaban. Como era conocido, el periodismo se me vino encima a la salida de la unidad. Me bajé de mi automóvil, me preguntaron qué hacía ahí y solo me limité a responder: “Era un amigo de mi familia, también mío a pesar de la diferencia de edad. Vine a despedir a una persona que con sus aciertos y sus errores quiso mucho a la Argentina y, fundamentalmente, vine a despedir a un hombre honrado.”
miércoles, 3 de enero de 2024
martes, 2 de enero de 2024
lunes, 1 de enero de 2024
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