miércoles, 28 de mayo de 2025

Inmigración galesa: Las escuelas en la Patagonia

Los galeses y la educación: desde los ranchos de “Fuerte Viejo”, a las capillas y al sinnúmero de escuelas que fundaron y posteriormente se nacionalizaron.

La Voz de Chubut



Escuela de Drofa Gabets, 1910.

Desde la escuela dominical, que no se había interrumpido a bordo del “Mimosa”, se evidenció el interés de los colonos por la educación, tanto religiosa como cultural. Desde el inicio mismo de su instalación en 1865, entre las chozas de madera levantadas en el “Fuerte Viejo”, (restos de la fortaleza construida por Henry Libanus Jones), unos días antes se dispuso un aula donde el pastor Lewis Humphreys impartió la enseñanza. La noticia se conoció en Gales en el periódico “Baner ac Amserau Cymru” en su edición del 10 de febrero de 1866, por lo que se puede deducir que la tarea educativa comenzó apenas se instalaron en tierra chubutense. Al ausentarse el Pastor Humphreys en 1867 fue reemplazado por el Pastor Robert Meirion Williams por un breve lapso ya que pronto se alejó de la Colonia.

Finalmente, en el mes de octubre de 1868, Richard Jones Berwyn respondió al pedido de los vecinos y resolvió habilitar una escuela. Las carencias no fueron obstáculo ya que a falta de papel y tiza se emplearon piedras planas y trozos de greda que se recogían en las lomas cercanas. A falta de edificio se instaló la escuela al abrigo de los molles y los fumes que abundaban y a falta de libros se usó la Biblia para practicar las letras y para la formación del temple de la nueva generación que crecía en el desierto. A medida que se avanzó en el tiempo se complementó la lectura con las páginas ideadas por el maestro. El libro de Berwyn se empleó por varios años en las escuelas de la Colonia. El texto manuscrito en un principio fue impreso en dos ediciones posteriores.

Se estima que esas páginas escolares fueron las primeras que se editaron en idioma galés en una imprenta sudamericana.

El infortunio de un barco que naufragó dos millas al norte de la desembocadura del río Chubut, en 1871, proporcionó material para el refugio escolar. La cabina del capitán, arrastrada hacia una elevación del terreno en TreRawson, funcionó como aula durante varios años.

En ese tramo inicial del poblamiento, las escuelas eran organizadas y sostenidas por los vecinos. El idioma empleado en la enseñanza era el galés, lengua en la que se expresaban los niños en sus hogares y en la comunidad.

A medida que se extendía la ocupación en el valle, se levantaban las capillas y las escuelas, que en la mayoría de los casos funcionaban en el mismo edificio. Después de la escuela de Rawson, fueron surgiendo otras, en Glyn Du, en Gaiman, en Rhandir, en Bryn Gwyn con el nombre de “Cefn Hir”, en Moriah, otra en Bryn Gwyn “Llwyn Onn”, en Drofa Dulog, en Treorki, en Maesteg, en Tair Helygen (Tres Sauces), en Casablanca, en Trelew, en Bryn Crwn, en la Colonia 16 de Octubre, en 28 de Julio, en Ebenezer, en Drofa Gabets y en Las Margaritas (paraje cordillerano). La Escuela para Señoritas en Trelew y la Escuela Intermedia de Gaiman dieron inicio a la educación en el nivel secundario.

Por más de diez años y mucho tiempo después, aquel puñado colonizador en las soledades del sur de la República, no fue considerado para nada. Transcurrió largo tiempo antes de que el Gobierno Nacional comenzara a interesarse por la educación en la Colonia Galesa. Aún después de la sanción de la Ley de Educación Común, en 1884, la Patagonia permanecía al margen. Mientras tanto, se regía por sus propias leyes y en junio de 1877 se resolvió formar la primera Comisión Escolar. Inició su gestión solicitando el apoyo del Consejo Nacional de Educación para la designación de un maestro bilingüe (galés – castellano) con el propósito de integrar a los niños al idioma del país. En adelante se procedió a crear comisiones en los distintos distritos.

Al quedar establecido el Municipio de Gaiman, se aprobó rápidamente la Ordenanza para otorgar un subsidio a las llamadas un subsidio a las llamadas “Escuelas Voluntarias” de su jurisdicción.

Varias de las escuelas actuales en la provincia del Chubut, tienen su origen en aquellas humildes aulas del inicio, donde los maestros eran galeses. En ocasiones, cuando la necesidad era apremiante y los maestros escasos, un vecino con cierta ilustración, era invitado por los colonos para hacerse cargo de la enseñanza.

La nacionalización fue llegando de a poco:

  • Rawson, en 1882. Hoy Escuela Provincial N° 4 “General José de San Martín”
  • Bryn Gwyn, en 1893. Hoy Escuela Provincial N° 61 Abraham Matthews”
  • Treorki, en 1895. Hoy Escuela Provincial N°55 “Teniente de Fragata Daniel Enrique Miguel”
  • Maesteg, en 1895. Hoy transferida al Dique Florentino Ameghino, Escuela Provincial N° 56 “Florentino Ameghino”.
  • Colonia 16 de Octubre, en 1895. La histórica Escuela Nacional N° 18 de río Corintos. Clausurada en 1990 y declarada “sitio histórico”. En las instalaciones ocupadas en la última etapa funciona el Museo histórico.
  • Casablanca, en 1895, Hoy Escuela Provincial N° 3 “Almirante Marcos A. Zar”
  • Trelew, 1896. Hoy Escuela Provincial N° 5 “Domingo Faustino Sarmiento”
  • Drofa Dulog, en 1896. Hoy Escuela Provincial N° 66 “John Carrog Jones”
  • Gaiman, en 1899. Hoy Escuela Provincial N° 100 “Bartolomé Mitre”
  • Las Margaritas, en 1908. Hoy Escuela Provincial N° 76 “María Luisa Pieruzzini de Morelli”
  • Bryn Crwn, en 1910. Clausurada en 1968.
  • 28 de Julio, en 1911. Clausurada en 1993.
  • Ebenezer, en 1911. Hoy Escuela Provincial N° 140 “Michael D. Jones”
  • Drofa Gabets, en 1895. Hoy Escuela Provincial N° 78 “Puente Hendre”
  • Escuela Intermedia de Gaiman. Hoy Instituto Secundario Camwy incorporado al nivel de enseñanza media oficial.


 

Por Arie Lloyd de Lewis, del libro “Chubut, tierra de arraigos”.

martes, 27 de mayo de 2025

Revolución de Mayo: Los días de la libertad

El Cabildo de la Libertad




 

Primer daguerrotipo del Cabildo original, tomada en 1852. Aún conservaba el reloj español de 1763 y el escudo nacional en la fachada. Se puede notar la ubicación —relativamente cercana al Cabildo— de la Pirámide de Mayo, que hoy está desplazada hacia el centro de la Plaza de Mayo.

En el edificio conocido como Cabildo de Buenos Aires funcionó originalmente el Cabildo de la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora del Buen Ayre. Esta institución fue fundada por Juan de Garay en 1580, durante la segunda fundación de la ciudad. Tras la Revolución de Mayo de 1810, que derrocó al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y desencadenó la guerra por la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el cabildo se transformó en una Junta de Gobierno, que funcionó hasta su disolución en 1821 por orden del gobernador Martín Rodríguez.

En el mismo edificio también tuvo sede la Real Audiencia de Buenos Aires, el tribunal de apelación más importante del territorio, desde el 6 de abril de 1661 hasta el 23 de enero de 1812, cuando fue reemplazado por una Cámara de Apelaciones.

El 13 de septiembre de 1810, la Primera Junta creó la Biblioteca Pública de Buenos Aires, cuya primera sede —durante dos años— fue este edificio.

Sin embargo, la institución que ocupó el Cabildo por más tiempo fue la Cárcel de Buenos Aires, que funcionó allí desde 1608 hasta 1877, cuando se trasladaron los presos a la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras, hoy desaparecida.

Desde noviembre de 1939, el edificio funciona como museo.

Actualmente, la expresión “Cabildo de Buenos Aires” se refiere al edificio que albergó al antiguo ayuntamiento y que, tras diversas modificaciones estructurales, es hoy el Museo Histórico Nacional del Cabildo y de la Revolución de Mayo.

El edificio está ubicado en la calle Bolívar 65, en el solar originalmente asignado por Juan de Garay, justo frente a la Plaza de Mayo, el núcleo fundacional de la ciudad. Fue declarado monumento histórico nacional en 1933 y su aspecto actual se fijó tras las remodelaciones de 1940.

lunes, 26 de mayo de 2025

25 de Mayo: En Río Gallegos, los aonikenks participan en 1899

25 de Mayo de 1899 con Aonikenks en Río Gallegos


Un 25 de mayo de 1899, en Río Gallegos, nuestros originarios, los Aonikenk, festejaban este día patrio.

Por: Mario Palandri – Tehuelche, el verdadero pueblo originario de Pampa y Patagonia.

domingo, 25 de mayo de 2025

Argentina: La historia del Cóndor 1

Historia Aeronáutica: El misil Cóndor I





Muy pocos conocen o nombran este desarrollo argentino. Es algo así como el eslabón perdido de la cohetería argentina. Conocemos la secuencia que se inicia con el Alfa Centauro en 1961 y llega hasta el Castor en 1969. Y también conocemos con bastante detalle lo ocurrido con el Cóndor II y el planeado Cóndor III desde la guerra de Malvinas hasta que Carlos Menem cedió a la presión norteamericana y puso fin a la historia en 1991-93.
El Cóndor I estaba destinado fundamentalmente al desarrollo de un motor cohete, y utilizar eventualmente este cohete para investigaciones atmosféricas, con un apogeo de 300 km y una carga de pago de alrededor de 400-500 kg.



Los primeros ensayos estáticos del motor se realizaron -aparentemente- a mediados de 1983, y se tenía planeado lanzar el primer Cóndor I hacia fines de 1985, cosa que nunca ocurrió.
Pero no tenemos datos precisos, sólo referencias vagas y a veces contradictorias o fantasiosas acerca de esa etapa inaugural del proyecto Cóndor, que se inició aparentemente en 1973; en realidad, no se sabe siquiera quién lo concibió ni quién trazó sus directrices, ni cómo se planeó su desarrollo, ni quién diseñó el motor ni quién definió su combustible. La única prueba concreta de que hubo un Cóndor I, aunque fuese en el papel, es el Cóndor II, que no nació de la nada. Como suele suceder, la falta de información se rellena con versiones, y las versiones colocan en lugar privilegiado de ese proyecto inicial al Teniente Coronel Larrabure, el ingeniero que trabajaba en la fábrica militar de Villa María.
Los Estados Unidos siempre procuraron desalentar por todos los medios el desarrollo nuclear y misilístico de la Argentina, y en el segundo caso efectivamente lograron su propósito.
En verdad, el ataque contra la planta fue tan raro como raro fue el cautiverio de Larrabure. Los agresores de la columna Decididos de Córdoba se llevaron unas cuantas armas, es cierto, pero según testigos parecían más interesados en buscar papeles y documentos, y en capturar a sus máximas autoridades.



El director de la fábrica, el Teniente Coronel Osvaldo Guardone, se defendió a los tiros, hirió de muerte a un atacante, y se puso a salvo; el Capitán Adolfo García, ingeniero químico, resultó gravemente herido y fue abandonado por los agresores, que finalmente solo pudieron llevar consigo a Larrabure en su retirada.
Algunas versiones sugieren que también se alzaron con los papeles del Cóndor I, y que por eso nunca aparecieron.
Esto también es parte de nuestra historia-


viernes, 23 de mayo de 2025

Virreinato del Río de la Plata: El naufragio de piratas en Mar del Plata

Speedwell. El naufragio de los piratas británicos que precedió a la fundación de Mar del Plata


En 1742, antes de la llegada de los jesuitas y la fundación del Puerto de la Laguna de los Padres, un grupo de marinos ingleses padeció mil desventuras hasta que fue capturado.

Pablo Junco || La Nación


El Wager poco antes de encallar.

El 18 de septiembre de 1740 salió de Inglaterra una escuadra con seis embarcaciones a cargo del almirante George Anson rumbo al Pacífico. El objetivo era claro: saquear las colonias españolas de América del Sur.

El MS Wager integraba una escuadrilla de seis barcos que el Comodoro Anson había enviado el 18 de setiembre de 1740 a las colonias españolas del Pacífico, para apoderarse de sus riquezas.

El 14 de mayo de 1741, a causa de un temporal, una de las naves –la fragata Wager– se separó de la flota y naufragó en el Golfo de Penas dentro del archipiélago de Guayaneco, muy cerca de caleta Tortel (Chile). La situación de la tripulación no pudo ser más caótica y penosa, al punto de no poder evitar un motín. Luego de encallar en esa suerte de restinga frente a los desolados cantiles de aquella ribera, se trasladaron a una isla a doscientas millas de Chile. Del naufragio se salvaron los botes, todo el malotaje, armamentos, víveres, una campana de bronce y lo que tenían en cubierta.

La isla les sirvió de refugio. Utilizaron maderas para levantar unas viviendas muy precarias y se dedicaron por completo a reparar las embarcaciones. Por suerte, en el lugar había habitantes indígenas pacíficos que les proporcionaban alimentos. Fue entonces cuando se escuchó un disparo que inició el principio de sus desventuras. El capitán Cheap con su pistola humeante en la mano, le había disparado al oficial Cozens, quien sangraba profusamente por una herida en el pecho. Mientras Cozens se quejaba del dolor, el segundo capitán de la fragata, Pemberton, un sargento de brigada y el carpintero Cummius se juntaron para ponerse de acuerdo y desarmar al capitán Cheap.


Capitán David Cheap. Wikipedia


Por la noche, entre varios hombres encabezados por Pemberton, lograron desarmar y reducir a Cheap. Finalmente, se tomó la decisión de volver a Inglaterra. No había chances de reunirse con la escuadra de Anson: encontrarla en el Pacífico era como buscar una aguja en un pajar. Resolvieron entonces construir una embarcación pequeña con los restos de la fragata Wager, que solo alcanzaban para una balandra pequeña o, a lo sumo, una goleta.

Un largo regreso a casa

Al cabo de cinco meses, el carpintero Cummius armó, en un improvisado astillero, una goleta que bautizaron con el nombre de Speedwell. Fueron cinco interminables meses desprovistos de las más elementales normas de convivencia. Quien llevaba el mando de los trabajos, era el designado capitán Pemberton. Había dispuesto una guardia para mantener vigilado a Cheap y sus hombres. Algunos de ellos se dedicaban a la pesca y a la caza, el resto ayudaba a Cummius en la construcción de la nave y los que quedaban sin tareas, montaban guardia cuidando a Cheap.


El Wager quedó encallado el 14 de mayo de 1741 a 200 millas al sur de Chiloé.

Ese capitán había sido tan malvado en todo el viaje, que todos preferían estar a las órdenes de Pemberton. Cuando terminaron la goleta, se pasaron largas horas observándola. Se sentían dueños de ella, ya que la habían construido con sus propias manos. No pasó mucho tiempo hasta tener todo listo para partir. Pemberton no quería correr riesgos de un motín a bordo. Se decidió que el capitán Cheap y sus oficiales irían en la falúa y en el bote del Wager. El resto, navegarían a bordo de la Speedwell.

Comenzaron su largo retorno siguiendo la línea de la costa hacia el sur. La goleta navegaba extraordinariamente bien, pero su línea de flotabilidad no era la indicada. Era demasiado peso el que movía, y si el mar se embravecía, corrían un serio riesgo de hundimiento. Pemberton lo sabía. Decidió volver hacia la orilla y dejar a doce hombres librados a su suerte.

Mar del Plata a la vista

La navegación diaria se hacía muy difícil. Las existencias de comida se habían terminado y se alimentaban muy mal. En esas condiciones, Pemberton decidió tocar tierra nuevamente y comenzaron a buscar un lugar adecuado para fondear el buque. Finalmente encontraron lo que estaban buscando. Era una costa extraña. Cuando se estaban acercando, podían divisarse con el catalejo gran cantidad de lobos marinos, caballos salvajes, perros cimarrones, cerdos montaraces o pecaríes, lo cual les llamó mucho la atención. Los hombres estaban famélicos, algunos se encontraban sin fuerzas ya. Cuando vieron tanta vida salvaje sin poder resistirse, se tiraron al agua para ser los primeros en cazar algo que llevarse a la boca. Uno se ahogó.


Los tripulantes del Speedwell llegaron a las costas de Mar del Plata en 1742
Ricardo Hogg. Colección César Gotta.

A esta altura ya estaban hartos de comer foca hedionda. De los 43 hombres que partieron de Puerto Deseado, solamente quince se encontraban en buenas condiciones para nadar, mientras que los otros se encontraban con claras muestras de desnutrición y cansancio. Los que siguieron nadando llegaron a la costa y pudieron conseguir alimento y agua. Podían considerarse salvados.

Era un 10 de enero de 1742, cuando la goleta Speedwell llegó a esas playas a una distancia relativamente corta de la costa y a una profundidad de ocho brazas se detuvieron y la denominaron “Bahía del Bajío” por haber coincidido la llegada con una bajamar. Los hombres que se encontraban en la goleta, desenrollaron la baderna para hacer una balsa improvisada que sirvió para desembarcar parte de los tripulantes. Llevaban, además, armas, municiones, implementos para pescar, cuchillos y hachas. El 12 de enero decidieron echar ancla frente a esas costas bravías.

Una vez obtenidas las provisiones, el grupo de tierra se dividió. Se asignó a cinco hombres la tarea de llevar algunos víveres a bordo del Speedwell. El resto, Guy Broadwater, Samuel Cooper, Benjamín Smith, John Duck, Joseph Clinch, John Andrews, John Allen e Isaac Morris, serían los encargados de buscar alimentos en tierra.

Abandonados a su suerte

Al pretender volver a la nave, no pudieron hacerlo por estar el viento al sudeste, temible por su violencia en esta costa. Y luego sucedió lo inconcebible. La goleta levó anclas, se alejó del fondeadero, y se perdió de vista. Era evidente que habían sido abandonados.

Ese golpe inesperado dejó a esos ocho sobrevivientes –los ocho primeros “turistas” de Mar del Plata– en una parte del mundo salvaje y desolada, fatigados, enfermos y desprovistos de víveres. El lugar habitado más cercano del que tenían noticias era Buenos Aires, a unas 300 millas al noroeste, pero estaban por el momento en muy pobre condición para emprender ese viaje.


Los ocho marinos abandonados en la costa marplatense improvisaron un refugio en las cavernas de la barranca costera.Ricardo Hogg. Colección César Gotta.

No tuvieron mas remedio que enfrentar la situación y construyeron un refugio al pie de la barranca, excavando una de las tantas cavernas naturales que había en el lugar, cuya formación de arcilla arenosa lo permitía. Para alimentarse, se dedicaron a la pesca y a cazar pecaríes. A pocos metros tenían un ojo de agua dulce.

Al comienzo de la primavera intentaron dos veces llegar a Buenos Aires para entregarse a las autoridades españolas y terminar así ese calvario. Mientras caminaban sin éxito –prácticamente sin un rumbo fijo– luego de haber recorrido un tercio del camino, retornaron desanimados por no conocer el terreno.

Una tarde, la desgracia ensombreció el razonable equilibrio que habían conseguido, pues al regresar de una de sus acostumbradas excursiones de caza por los alrededores, Isaac Morris y Duck se encontraron frente a un macabro hallazgo: tirados en el piso y sangrando copiosamente de sus gargantas se encontraban muertos Broadwater y Smith. ¡Estaban degollados! Clinch y Allen habían desaparecido... ¡Y la caverna había sido saqueada! Ante estas terribles circunstancias, Cooper, Duck, Andrews y Morris, se sintieron empujados a emprender el proyectado camino a Buenos Aires.
Epílogo de una larga desventura

Al día siguiente prepararon las pocas cosas que les quedaban e iniciaron la marcha, seguidos de algunos perros y un par de chanchos. Pero siempre volvían al punto de partida. No estaban seguros de exponerse por la costa, teniendo en cuenta, además, que eran sólo cuatro. No podían protegerse de las amenazas, y así, a un año de haber llegado a esas costas, los náufragos fueron capturados por la tribu del cacique Cangapol quien, después de tenerlos prisioneros por un tiempo, los vendió como esclavos.


El investigador Alberto E. Flugel junto al autor de la nota, Pablo Junco, en la Reducción de Nuestra Sra. del Pilar de Puelches. Gentileza Pablo Junco

Fueron pasando de mano en mano hasta que todos se perdieron de vista. John Duck, que era de raza negra, terminó vendido como esclavo cerca de Córdoba en manos de un acaudalado del norte de Buenos Aires. Cooper, Andrews y Morris años después fueron rescatados por un buque negrero inglés que pasó por Buenos Aires, llamado Grey y más tarde destinados a trabajos forzados en el buque inglés Asia, que estaba en el puerto de Montevideo. Morris pudo embarcar hacia Londres el 28 de abril de 1746, previo paso por Montevideo.

Siete meses más tarde de esta aventura, unos padres jesuitas decidieron instalarse muy cerca de esas tierras y fundar una orden a la que llamarían Nuestra Señora del Pilar de Puelches, lo que más tarde sería el Puerto de Laguna de los Padres, y finalmente Mar del Plata. Pero esa es otra historia…


jueves, 22 de mayo de 2025

UK: La construcción de la torre de Westminster

Construir la "torre"

War History


 

Ilustración del posible aspecto de la Torre, c. 1300, por Ivan Lapper.

Avanzando lentamente y sofocando ferozmente las chispas de resistencia a su paso, Guillermo tardó hasta mediados de diciembre en llegar a Southwark, en la orilla sur del Támesis. Encontró el Puente de Londres de madera, el único cruce del río, bloqueado. Cautelosamente, marchó hacia el oeste, quemando y saqueando, hasta que en Wallingford se encontró con un sumiso arzobispo de Canterbury, Stigand, enviado por el Witan para ofrecerle la corona. El día de Navidad de 1066, Guillermo I fue coronado por Stigand en la recién construida Abadía de Westminster de Eduardo el Confesor.

Afuera de la abadía, la ceremonia de coronación fue interrumpida por londinenses furiosos que se oponían enérgicamente a su nuevo rey, nacido en el extranjero. Alarmados, los soldados normandos salieron corriendo de la abadía con las espadas desenvainadas. Era un recordatorio de que su conquista estaba lejos de completarse. Eran un ejército pequeño y asediado en medio de una población hostil y apenas acobardada que resentía profundamente a estos extranjeros con su lengua extraña y sus costumbres foráneas. Los normandos habían asesinado al rey inglés y diezmado a sus huestes, pero para disfrutar de los frutos de la victoria se dieron cuenta de que debían ser igualmente implacables al reprimir a los antiguos súbditos descontentos de Harold. Y contaban con un método de eficacia probada: el castillo.

Las colinas fortificadas habían sido comunes en Inglaterra durante siglos, como lo atestiguan las murallas y fosos del Castillo de la Doncella de Dorset, excavados por los antiguos británicos. Los romanos también tenían sus fortalezas, como atestiguan las piedras del Muro de Adriano. Pero fueron los normandos quienes patentaron el castillo de «motte and bailey». La idea era simple. Donde no había una colina natural conveniente, como en un castillo de arena, los normandos erigieron un montículo artificial —la motte— coronado por una torre de madera. Luego excavaron un foso defensivo —el patio de armas— alrededor de su base, utilizando la tierra excavada para construir una muralla circundante adicional, coronada por una valla de madera. Para 1066, los normandos eran maestros en la rápida construcción de estas fortalezas modulares —podían construir una en una semana— y su primera medida tras el desembarco fue erigir dos, en Pevensey y Hastings.

Con el tiempo, los normandos construirían unos ochenta y cuatro castillos de motte y patio de armas a lo largo de su reino recién conquistado. Los primeros se ubicaron cerca de su cabeza de playa en Sussex —Lewes, Bramber y Arundel—, protegiendo valles fluviales estratégicos en caso de que necesitaran retirarse a la costa con urgencia. Los castillos temporales de madera fueron pronto reemplazados por piedra maciza, una vez que los normandos se sintieron seguros de estar definitivamente en Inglaterra. La función del castillo era doble: como imponente hogar y cuartel general del magnate local; y como refugio para sus leales soldados, sirvientes y arrendatarios en tiempos difíciles. Eran los puntos clave de la red feudal de ocupación que los normandos extendieron sobre el reino conquistado.

Guillermo recompensó a los caballeros que lo habían seguido y luchado junto a él con grandes extensiones de tierra inglesa conquistada, junto con el señorío de los campesinos que cultivaban la tierra. Se erigieron grandes castillos en Dover, Exeter, York, Nottingham, Durham, Lincoln, Huntingdon, Cambridge y Colchester. Nombres normandos —de Warenne, de Lacey, Beauchamp— reemplazaron a los sajones en la nobleza y el clero, a medida que la ocupación militar se transformaba en una nueva estructura social.



Guillermo dedicó especial atención a un castillo en particular. Su nueva capital, Londres, era vulnerable a ataques por su lado oriental, el del mar. Claramente necesitaba la protección que solo un gran castillo podía brindar. Los antiguos amos militares de Inglaterra, los romanos, habían señalado el camino. En el siglo IV d. C., para defender la ciudad portuaria que llamaron Londinium Augusta, construyeron una sólida muralla. Se extendía de norte a sur desde la actual Bishopsgate hasta el Támesis, antes de virar hacia el oeste a lo largo de la orilla norte del río. En tiempos de Guillermo, solo se conservaban los cimientos de la muralla, pero fue en el ángulo de su esquina sureste, en el emplazamiento de un antiguo fuerte romano llamado Arx Palatina —que los normandos (y Shakespeare) creyeron erróneamente que fue erigido por Julio César— donde Guillermo decidió construir su supercastillo.

Las alborotadas escenas de su coronación dejaron muy claro que el dominio normando solo podía imponerse por la fuerza bruta. Como registró un cronista francés contemporáneo, Guillermo de Poitiers: «Se construyeron ciertas fortalezas en la ciudad contra la inconstancia de la vasta y feroz población». Una fortaleza para albergar a la guarnición de Londres e intimidar a sus habitantes —que sumaban unos 10.000 en 1066— debía construirse sin demora. A los pocos días de la coronación navideña, cuadrillas de obreros sajones reclutados excavaban la tierra helada. Los restos de la muralla romana sirvieron como barrera temporal en los lados este y sur de la nueva fortaleza. Un foso ancho y profundo, coronado por una muralla con empalizadas, se erigió en los lados oeste y norte del sitio. En tres días se erigió una torre de madera en el centro de este rectángulo irregular. Tras una década, sin embargo, tras dedicar gran parte de su tiempo a sofocar rebeliones en el oeste y el norte de su nuevo reino, Guillermo decidió convertir su estructura temporal de madera en piedra permanente.

Guillermo tenía en mente al hombre perfecto para hacer realidad su visión. Imaginó la construcción de un imponente edificio que fuera a la vez fortaleza y palacio: lo último en arquitectura militar de vanguardia, además de una impresionante residencia real. Una estructura imponente y sólida que literalmente grabaría en piedra la superioridad normanda, provocando una repugnancia cultural sajona y sofocando cualquier idea de mayor resistencia a su gobierno. El maestro arquitecto que Guillermo eligió personalmente para supervisar el proyecto fue un talentoso clérigo llamado Gundulf.

Nacido en 1024 cerca de Caen, Gundulf, como muchos jóvenes brillantes de la época medieval, ingresó en la todopoderosa Iglesia. La leyenda cuenta que su decisión se debió a que sobrevivió milagrosamente a una tormenta durante una peligrosa peregrinación a Jerusalén en la década de 1050. Se convirtió en el protegido de Lanfranc, el prior italiano de la gran abadía benedictina de Bec. Gundulf demostró un talento especial para la arquitectura, diseñando iglesias y castillos. Era un hombre emotivo, propenso a los estallidos de llanto, lo que le valió el apodo irrespetuoso de «el Monje Llorón». Sin embargo, cuando Guillermo destituyó al sajón Stigand y eligió a Lanfranc para sucederlo como el primer arzobispo normando de Canterbury en 1070, el nuevo arzobispo llevó consigo a su temperamental clérigo a Canterbury, donde Gundulf supervisó las ampliaciones de la catedral.

El clérigo constructor de castillos llamó la atención del Conquistador, y Gundulf pronto fue llamado a Londres. Guillermo sugirió que Gundulf coronara su carrera arquitectónica construyendo en Londres el castillo más grande de toda la cristiandad. Gundulf se mostró reacio. Envejecido y cada vez más piadoso, le dijo al rey que, durante el tiempo que le quedaba en la tierra, quería construir un edificio eclesiástico, en lugar de uno secular; si era posible, una catedral. Sin problema, respondió Guillermo. En Rochester, cerca de Canterbury, ya existía una catedral, en ruinas tras ser saqueada en una incursión vikinga. Ofreció a Gundulf el obispado vacante y dinero para la restauración de la catedral, siempre que construyera primero el gran castillo de Londres. Así que, sin duda con más lágrimas y temores, Gundulf aceptó el encargo. En 1077 se convirtió en obispo de Rochester, y al año siguiente, 1078, comenzaron las obras de la nueva Torre de Londres.

Gundulf emprendió su tarea con vigor. Tenía cincuenta y cuatro años, un anciano para los estándares medievales, pero no solo completaría la Torre Blanca y la Catedral de Rochester (junto con un magnífico castillo nuevo), sino que también despediría tanto al Conquistador como al hijo y sucesor de Guillermo, Guillermo Rufus. La Torre Blanca debe su nombre a los bloques de piedra de Caen, similar al mármol pálido, importados de Normandía, con los que se construyó —con relleno de piedra de caen tosca local de Kent— y a las capas de reluciente cal con las que finalmente se revocó. La Torre era una estructura enorme, el edificio no eclesiástico más grande de Inglaterra, con una altura de unos 27 metros sobre el suelo, y cuatro torretas con forma de pimentero, una en cada esquina. Todas las torretas eran rectangulares, excepto la del noreste, que era redondeada para albergar una escalera de caracol.

Una vez terminada, la Torre Blanca medía 33 metros de este a oeste y 36,3 metros de norte a sur. Los imponentes muros tenían 4,5 metros de grosor en la base y se estrechaban hasta 3,3 metros en la cima, construidos sobre cimientos de tiza y sílex. Una cripta, o sótano, formaba la planta más baja de la Torre Blanca, donde se excavó un pozo para abastecer de agua a los habitantes. Las bóvedas del sótano se utilizaron inicialmente para almacenar comida y bebida, así como armas y armaduras. Una función más siniestra fue su posterior uso como principales cámaras de tortura de la Torre, donde los gritos de agonía de las víctimas se amortiguaban con la tierra y la piedra circundantes. A la planta principal, la intermedia, se accedía, entonces como ahora, por el lado sur mediante una escalera exterior de madera, que podía retirarse rápidamente en caso de asedio. Esta planta fue originalmente la vivienda de la guarnición de la Torre y se dividía en tres amplias salas: un refectorio con una gran chimenea de piedra donde los soldados comían y se divertían en sus días libres; un dormitorio más pequeño con otra chimenea donde dormían; y, en la esquina sureste, la hermosa y sencilla capilla románica de San Juan, con sus doce enormes pilares.



La segunda planta de la Torre Blanca estaba reservada para el uso del condestable —el comandante de la Torre designado por el monarca—, para invitados importantes y, eventualmente, para prisioneros de estado de alto rango. Las habitaciones consistían en un gran salón con chimenea, utilizado para banquetes de estado, rodeado por una galería de juglares; y la cámara del condestable, un espacio que servía de dormitorio, sala de reuniones y alojamiento para el alto funcionario de la Torre. Cada planta contaba con letrinas con conductos a fosas sépticas subterráneas vaciadas por los recolectores de excrementos.

Al sur de la Torre Blanca, surgieron un grupo de varios edificios más pequeños para complementar la gran estructura de Gundulf. Estos, los primeros de muchas ampliaciones y ampliaciones añadidas a la torre del homenaje original a lo largo de los siglos, eran estructuras temporales, no diseñadas para perdurar. Contaban con establos, forjas, almacenes de materiales de construcción, gallineros y pocilgas. Antes de morir, Gundulf supervisó la construcción de una alta muralla que protegía la Torre por su lado sur, junto al río, y la primera de muchas torres más pequeñas que rodeaban la gran torre del homenaje central. Se desconoce con exactitud cuándo se construyó la torre más antigua que se conserva fuera de la Torre Blanca, la Torre del Armario; y la fecha de la construcción del palacio real al sur de la Torre Blanca es igualmente incierta. Sin embargo, es probable que para cuando Gundulf falleció a los ochenta y cuatro años en 1108, se hubiera comenzado la construcción.

Gundulf había sobrevivido mucho tiempo a su patrón original. Tras someter finalmente a los ingleses, Guillermo el Conquistador se enfrentó a la rebelión en su Normandía natal por parte de su hijo mayor, Roberto Curthose. Fue en una expedición punitiva contra la ciudad rebelde de Mantes, en 1087, que el Conquistador, con su juvenil corpulencia engordada, encontró su fin. Tras incendiar la ciudad conquistada con su habitual salvajismo, Guillermo cabalgaba por las calles en llamas cuando su caballo pisó una brasa ardiente. La bestia se encabritó violentamente, lanzando la gran tripa de Guillermo contra el duro pomo de hierro de la silla de montar, causándole devastadoras heridas internas en su hinchado estómago. Guillermo tardó diez días en morir en agonía. Temido más que amado, al expirar, sus seguidores restantes desnudaron su cadáver hinchado y huyeron. La última indignidad del Conquistador llegó en su funeral, cuando los monjes intentaron meter su cadáver en un pequeño sarcófago. El cadáver se partió, llenando la iglesia de un hedor tan repugnante que los dolientes huyeron. Fue un final ignominioso para el vencedor de Hastings y el fundador de la Torre.