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lunes, 8 de diciembre de 2025

Malvinas: Revelan documentos de la colaboración chilena a Gran Bretaña

 

El libro que desclasificará el crucial apoyo chileno a Inglaterra en la guerra de Malvinas

Los periodistas chilenos Mauricio Palma y Daniel Avendaño investigan sin límites de tiempo para un texto que revelará, con documentos y relatos humanos, la colaboración militar de Chile con el Reino Unido durante el conflicto de 1982.

15 de septiembre de 2025 13:18

La fallida operación Mikado realizada por comandos británico entre el 16 y 17 de mayo de 1982, y que contó con la estrecha colaboración con la Fuerza Aérea de Chile.

En el panorama de la historiografía latinoamericana, un nuevo y revelador capítulo se está escribiendo. Los periodistas chilenos Mauricio Palma Zárate y Daniel Avendaño Caneo se encuentran en la fase final de una investigación exhaustiva y sin precedentes que dará vida a un libro sobre uno de los episodios más delicados y menos divulgados de la historia reciente de la región: el apoyo estratégico, militar y de inteligencia del gobierno chileno de Augusto Pinochet al Reino Unido durante la Guerra de las Malvinas en 1982.

La obra, pactada con el gigante editorial Penguin Random House y con una publicación prevista para el primer semestre de 2026, no se limita a enumerar hechos; busca reconstruir una historia humana y política compleja, basada en documentación concreta y testimonios de sus protagonistas.

Orígenes

El origen de este proyecto se remonta a una curiosidad periodística alimentada por mitos y silencios. Como explican los autores, su método se caracteriza por una paciencia investigativa fuera de lo común. “Siempre nos ha interesado investigar temas que circulan, ciertos mitos y tratamos a partir de la investigación profunda, exhaustiva, sin límite de tiempo, a nosotros eso es algo que nos caracteriza, no nos ponemos límite de tiempo hasta que nosotros conseguimos lo que creemos es lo fundamental”, relatan.

El 40° aniversario del conflicto les dio el impulso final, pero fue una estancia en Londres la que proporcionó el punto de partida crucial. “Por razones familiares, me tocó vivir un año en Londres y ahí fui al Archivo Nacional de Londres a revisar los documentos que ellos tenían. Y ahí yo creo, que es un súper buen punto de partida”. Este acceso a archivos británicos, que han tenido distintas etapas de desclasificación, les permitió encontrar información inédita: “En los últimos dos o tres años han habido documentos importantes a los que tuvimos acceso y que obviamente a partir de eso se nos abrieron líneas de investigación”.

Para los periodistas, que eran solo niños durante la guerra, el tema siempre estuvo cubierto por un manto de silencio impuesto por la dictadura. “Acá en Chile nunca se habló mucho sobre el tema de la guerra de las Malvinas. Porque en ese tiempo la dictadura lo que hacía era efectivamente tratar de tapar toda esta cosa, toda esta mugre para ellos debajo de la alfombra. Entonces mientras menos el país lo supiera, mucho mejor para ellos”, afirman.

Su único recuerdo infantil era la potente canción de León Gieco “Sólo le pido a Dios”, una referencia lejana a un conflicto que sentían ajeno. “Escuchábamos la canción de León Gieco... y yo siendo un niño me acordaba que era muy fuerte escuchar 'el monstruo grande que pisa fuerte', para nosotros, una cosa súper increíble”.

Ese silencio es precisamente lo que su trabajo busca romper, transformando la especulación en evidencia: “Nosotros precisamente lo que estamos tratando de reconstruir son historias múltiples con respecto al apoyo chileno a los ingleses, y con historias súper concretas, muy concretas, con documentación. Ya deja de ser un mito, sino que hay documentación concreta” afirman.

Estrategias

El libro se propone explicar las razones detrás de esta colaboración, que para la junta militar chilena tenía una lógica estratégica ineludible. Los autores rescatan la justificación del entonces Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea, Fernando Matthei: “Se está quemando la casa del vecino y yo tengo que proteger la mía”.

Este temor a una eventual invasión argentina no era infundado, según su investigación, ya que “también ha existido un documento por parte de los militares argentinos que señalaban que el próximo paso era la invasión chilena”.

El punto de inflexión que comenzó a resquebrajar el secreto fue, irónicamente, la detención de Pinochet en Londres en 1998. “Desde ese momento, Margaret Thatcher decide como argumento estratégico comunicacional decir, 'este amigo de Inglaterra que era Pinochet, que nos ayudó, es importante que se sepa'”.

Más allá de la alta política, los autores destacan los profundos lazos históricos que facilitaron esta alianza. “El gran aliado que ha tenido la Fuerza Armada chilena a lo largo de su historia son precisamente las Fuerzas Armadas del Reino Unido”, explican, citando desde la fundación de la Armada chilena por Lord Cochrane hasta la formación de los servicios de inteligencia con el MI6. “Muchos de los integrantes de las Fuerzas Armadas chilenas hacían sus pasantías en Inglaterra, entonces no era un aliado casual”. Este vínculo se entronca incluso en la idiosincrasia nacional: “Los chilenos nos hacemos llamar 'los ingleses de Latinoamérica'... el vínculo del Reino Unido con Chile es bastante estrecho a lo largo de la historia”.

Protagonismos

Uno de los hallazgos significativos de su investigación es el rol más protagónico de la Armada chilena, tradicionalmente opacado por el de la Fuerza Aérea. Descubrieron que el almirante José Toribio Merino, otro anglófilo confeso que “tenía su gran líder histórico, era el general Nelson”, fue un articulador clave.

“La Armada Chilena son los primeros que alertan a la Junta Militar Chilena en decir que se viene un ataque a las Malvinas” revelan. Incluso manejan documentación que sugiere una escalada mayor: “Existe un documento que fue interceptado incluso por las Fuerzas Armadas Argentinas, en donde se establece todo el proceso de acción que iba a desarrollar la escuadra chilena... y en un momento se señala, que en caso de ser necesario, estamos listos para que el 19 de abril de 1982 podamos ser partícipes de los ataques”, contra la Argentina.

Historias dentro de la historia

El libro también se adentrará en las historias humanas detrás de la gran estrategia. Quizás la más conmovedora es la búsqueda de la identidad de dos soldados argentinos rescatados por el barco chileno Piloto Pardo tras el hundimiento del Crucero ARA General Belgrano. “Hemos estado trabajando en los últimos dos años directamente en tratar de llegar a la identidad de estos dos héroes argentinos. Ha sido un proceso muy largo”, detallan.

Una pista crucial es un anillo de matrimonio: “Uno de ellos tenía un anillo, que se había casado en marzo de 1982, ese es un dato que para nosotros pudiese ser muy importante”.

Este esfuerzo investigativo ha sido posible, según dicen, gracias a la sorprendente colaboración recibida desde Argentina. “Nos sorprende, gratamente, es el apoyo que hemos tenido de las fuentes argentinas hacia esta investigación, han sido muy amables, muy abiertos, son más abiertos en la Argentina que en Chile”, reconocen, agradeciendo el apoyo de excombatientes, veteranos e incluso de las propias fuerzas armadas argentinas.

Objetivos

El objetivo final trasciende lo meramente histórico. Los autores visualizan su trabajo como un puente entre ambas naciones. “Creemos que este libro puede ser un aporte a conocer la historia, a conocernos más el chileno y el argentino”, reflexionan, aludiendo al fin de la rivalidad chauvinista que caracterizó a generaciones pasadas. “Nuestro libro apunta a eso, a una especie de rescate de la esencia de Latinoamérica, de que efectivamente somos países hermanos”, asienten.

Con una narrativa periodística accesible, buscan llegar especialmente a las nuevas generaciones para quienes Malvinas “es prehistoria”, asegurando que este episodio, cargado de secretos, lealtades complejas y dramas humanos, “merece ser revisitado y contado”.

Mauricio Palma Zárate y Daniel Avendaño Caneo no aspiran a ser definitivos, sino a sumarse a la tradición historiográfica con rigor y una mirada fresca, centrada en las personas que, desde las sombras, escribieron un capítulo clandestino de la guerra.




domingo, 28 de septiembre de 2025

La otra traición: Chile en la Vuelta de Obligado

Chile y la jugada oculta en tiempos de la Vuelta de Obligado



Introducción: las cosas que la historia olvida

La historia suele callar lo que incomoda. Nos enseña a repetir fechas, nombres de batallas, próceres de bronce, pero olvida los silencios, las grietas, las jugadas ocultas. Una de esas verdades incómodas es que mientras Rosas encadenaba el Paraná en la Vuelta de Obligado para resistir a ingleses y franceses, Chile jugaba sus cartas en silencio para quedarse con la Patagonia y el Estrecho de Magallanes.
La memoria oficial pinta el cuadro con brochazos fáciles: un pueblo resistiendo a dos imperios. Y es cierto. Pero en la sombra, un vecino aprovechaba la distracción para plantar su bandera en el sur. En 1843, Chile levantó Fuerte Bulnes en Punta Santa Ana. Cinco años más tarde, mudó su colonia a Punta Arenas, mejor ubicada, más defendible. Allí quedaría para siempre.
Europa lo toleró, incluso lo celebró en privado. En los informes consulares se repetía la palabra mágica: “estabilidad”. Poco importaba si era bajo bandera argentina o chilena. Lo que contaba era que el Estrecho estuviera bajo un poder efectivo, útil a las balleneras y al comercio global. Mientras los cañones rugían en el Paraná, la Patagonia se jugaba como ficha lateral en la mesa grande.
Y lo que casi nadie quiere decir en voz alta es que los imperios no juegan solos: necesitan vecinos atentos, oportunistas, dispuestos a morder cuando el otro sangra.



El tablero regional

El 20 de noviembre de 1845, el Paraná temblaba. Las cadenas chirriaban, los cañones tronaban, los cuerpos caían. A la misma hora, en el confín austral, flameaba otra bandera. Chile había ocupado el Estrecho de Magallanes en 1843 y nadie parecía dispuesto a mover un dedo.
Para Rosas, era un atropello. Lo denunció en notas oficiales, reafirmó los títulos heredados del Virreinato. Pero ¿qué podía hacer un gobierno sitiado, bloqueado, conspirado por dentro y acosado por fuera? La Patagonia era un desierto a los ojos de Europa, pero no estaba vacía: había pueblos originarios con sus propias alianzas, caciques que negociaban raciones y armas, territorios recorridos por tolderías y arreos. El problema era otro: la ocupación efectiva. Y allí Chile jugaba con ventaja.

La diplomacia de Londres y París

Los europeos no se manchaban las manos: manejaban la baraja. En sus despachos circulaba una idea sencilla: si Rosas no abría el Paraná, el sur podía ordenarse bajo la bandera chilena. No se necesitaban tratados solemnes, bastaban gestos calculados:

  • un buque inglés saludando en Punta Arenas,
  • una nota consular sobre las “ventajas” de un estrecho bajo autoridad estable,
  • un artículo en la prensa londinense describiendo la Patagonia como “despoblada”.

Era un juego de presión psicológica. El norte bloqueado por cañoneras, el sur amenazado por la presencia chilena, el este hostigado por Montevideo en manos unitarias. ¿Qué margen quedaba? Europa jugaba al doble candado: apretar a Rosas en el Paraná y mostrarle que la Patagonia podía esfumarse como moneda de cambio.
Rosas entendió. Su protesta de 1843 contra la ocupación chilena fue clara: “El Estrecho de Magallanes pertenece a la Confederación por derecho del antiguo virreinato; cualquier avance contrario será considerado usurpación.” (Archivo General de la Nación). Pero sus palabras chocaban con la indiferencia interesada de Londres y París. En política internacional, el silencio es aval.

El interés de Chile

Para Chile no había dilema moral. Había cálculo frío. Tras derrotar a la Confederación Perú-Boliviana, su élite entendió que el futuro estaba en el mar. Valparaíso debía ser el gran puerto del Pacífico. La Araucanía debía ser incorporada. Y Magallanes, ocupado.
El capitán Juan Williams plantó la bandera en 1843. Fundaron Fuerte Bulnes, con soldados, familias, huertas improvisadas. El lugar era inhóspito, pero simbólico. Cuando en 1848 la colonia se trasladó a Punta Arenas, el gesto se volvió irreversible: presidio, cabotaje, servicios para balleneros, colonización con europeos. Hechos consumados.
Los guiños europeos eran música para Santiago. Una visita amistosa de la Royal Navy equivalía a toneladas de pólvora. Era el respaldo tácito de que su avance no sería molestado. La clase dirigente chilena lo entendió rápido: ocupar, poblar, afirmar soberanía y esperar. En política internacional, los papeles siempre siguen a los hechos.


Rosas y la defensa de la Patagonia

El Restaurador no se engañaba. Sabía que no podía enviar ejércitos al sur cuando apenas sostenía las cadenas en el Paraná. Pero tampoco cedió. Se aferró al uti possidetis de 1810 como principio innegociable. La Patagonia era argentina por herencia del Virreinato.
Protestó en notas, reforzó Carmen de Patagones, mantuvo parlamentos con caciques como estrategia de control, otorgó licencias de caza y pesca para afirmar jurisdicción. Poco, pero suficiente para marcar presencia.
En diplomacia fue inflexible: nada de canjes territoriales. Ningún párrafo en ningún tratado podía interpretarse como cesión. “La Nación que entrega territorio se suicida”, repetía en privado. Y hacia adentro, alimentó el relato de integridad: la Patagonia no era un vacío, era el futuro.
En medio de bloqueos, guerras y conspiraciones, esa fue su mayor victoria: impedir que la Patagonia se negociara como ficha menor.

El trasfondo imperial

El caso patagónico desnuda la receta imperial de manual.
Dividir para dominar: apoyar a unitarios para desgastar desde adentro, sostener a Rivera en Montevideo para bloquear por el este, tolerar a Chile en Magallanes para presionar por el sur.
Economía como arma: abrir ríos, abaratar cueros y lanas, imponer reglas comerciales.
Propaganda y diplomacia: cónsules, prensa, discursos sobre “civilización” para legitimar la intervención.
El efecto buscado era claro: aislar a Rosas, mostrarlo como “inviable” y forzarlo a ceder. Pero Rosas respondió con la dureza de un cuchillo en la mesa: ni los ríos ni la Patagonia se negocian.

Consecuencias históricas

Europa terminó retirándose con un sabor amargo. La Confederación, contra todo pronóstico, resistió. Los ríos interiores quedaron reconocidos como argentinos. La Patagonia, aunque ocupada parcialmente por Chile, no fue cedida ni reconocida formalmente. Quedó pendiente, como sombra, para resolverse décadas más tarde.
La jugada de Chile fue exitosa en parte: consolidó Magallanes, fundó Punta Arenas y esperó. La Argentina, gracias a la resistencia de Rosas, mantuvo su reclamo intacto hasta que pudo poblar y negociar en condiciones más favorables. El Tratado de 1881 cristalizó lo que se venía cocinando desde Obligado: fronteras fijadas, Patagonia repartida, tensiones heredadas.

De Obligado a Malvinas

Ayer, en 1843, un marino inglés al servicio de Chile —Juan Williams Wilson, nacido en Bristol, formado en la tradición naval británica— fundó Fuerte Bulnes en el Estrecho de Magallanes. No fue un gesto romántico, fue una jugada estratégica: asegurar para Chile la puerta del sur con la venia silenciosa de la Royal Navy. Buques ingleses pasaron a “saludar”, la prensa de Londres describió la Patagonia como “despoblada” y la diplomacia consular celebró la “estabilidad” que ofrecía Santiago. Mientras Rosas protestaba con papeles que nadie quería leer, Inglaterra guiñaba el ojo a la bandera chilena.
En 1982, la historia se repitió con brutal exactitud. Chile, bajo Pinochet, se alineó otra vez con Londres contra la Argentina. Abrió sus bases en Punta Arenas a los aviones británicos, permitió vuelos de reconocimiento de los Canberra PR9 de la Royal Air Force, entregó datos de radar y desplegó su propia aviación para hostigar a la Argentina en la frontera. Margaret Thatcher lo reconoció sin rodeos: “Chile nos dio información vital.” El almirante Sandy Woodward lo confirmó en One Hundred Days, y el mariscal del aire Michael Beetham lo dejó por escrito en sus memorias: sin la ayuda chilena, la campaña británica habría sido mucho más difícil.
Dos momentos separados por más de un siglo, una misma lógica: en el sur, Inglaterra y Chile se dieron la mano contra la Argentina. En 1843 con el Estrecho. En 1982 con Malvinas. Y la moraleja, brutal, es siempre la misma: cuando la patria se debilita, alguien cercano la negocia al mejor postor.


Foto del escritor: Roberto Arnaiz 
Por: Roberto Arnaiz 
(www.robertoarnaiz.com/blog) 
Roberto Arnaiz | Escritor e Historiador
(www.robertoarnaiz.com)