sábado, 12 de diciembre de 2015

El galeón San José y su historia

Tres siglos de leyenda salen a flote
Diez años de vida y 307 de leyenda acompañan al mítico galeón español 'San José'
El hallazgo del galeón ‘San José’ se convierte en un secreto de Estado
WINSTON MANRIQUE SABOGAL - El País




Diez años de vida y 307 de leyenda acompañan al mítico galeón español San José. Su historia es la de uno de los naufragios más importantes del mundo, cargado de tesoros americanos, drama humano y político y lleno de fantasía. Ocurrió en mitad de la guerra de sucesión de la corona española que ostentaba Felipe V. Y fue hundido por culpa de esa batalla de poder europea. El navío bajó a la oscuridad del mar la tarde del viernes 8 de junio de 1708. Otro viernes, el 27 de noviembre, un radar de la armada colombiana detectó el pecio, y el viernes pasado el presidente de Colombia sacó la noticia a la luz.

Tres siglos de historia emergieron. El galeón zarpó de Cartagena de Indias rumbo a Cádiz cargado con unas 200 toneladas de oro (¿11 millones de monedas?), plata, piedras preciosas y múltiples tesoros americanos. Su misión no era la de cualquier otro navío procedente de las Indias para España. Esta vez, el objetivo era crucial: dar oxígeno económico y enriquecer las arcas de la corona española, aliada con Francia, cercada por Inglaterra, Países Bajos, Portugal y Alemania que consideraban que el sucesor de Carlos II debía ser de la Casa de los Habsburgo. Temían otro poder como el que había ostentado Carlos I de España y V de Alemania, en el siglo XVI.

A comienzos del siglo XVIII, el mar Caribe estaba surcado por piratas y salpicado de naves inglesas que impedían la ruta de embarcaciones de las Indias hacia España. Aquel viernes de junio por la tarde el almirante José Fernández de Santillán, (conde de Casa Alegre) y comandante del San José, dio la orden de partir con una flotilla de 20 naves y 600 personas (hombres, mujeres y niños. 400 pasajeros y 200 tripulantes).

Pasadas las coralinas Islas del Rosario, y adentrado en un mar de múltiples colores, el galeón fue atacado y hundido por el capitán del buque inglés Expedition, al mando del comodoro Charles Wager.

Se dice que por cada baúl de tesoros tenía otros dos en piedras, y que solo el capitán Fernández y el comandante de la guarnición de Cartagena sabían el verdadero contenido
El combate empezó al atardecer, 30 cañones de entre 10 y 18 libras, fabricados en bronce con las asas en forma de delfín, propios de la corona española, defendían el navío cuando, de repente, el fuego cruzado fue silenciado por una explosión en el San José…Una columna de llamas y humo se elevó a medida que el galeón buscaba el fondo del mar con su anhelado tesoro dentro: un botín, dicen, de entre cinco mil y diez mil millones de dólares. Un tesoro procedente de lo que hoy es Perú, Ecuador y Colombia. Solo sobrevivieron once personas.

Terminaban diez años de vida de este galeón de guerra, construido en 1698. El San José transportaba la carga de Perú y Ecuador, acumulada de los seis años que llevaba la guerra de sucesión. En Panamá se detuvo en Portobelo, en el mes de mayo de 1708, luego pasó a Cartagena donde terminó de completar la ambicionada remeza.

Pero el 8 de junio, el San José se fue a pique para dar paso a la leyenda. Se dice que por cada baúl de tesoros tenía otros dos en piedras, y que solo el capitán Fernández y el comandante de la guarnición de Cartagena sabían el verdadero contenido.

La historia pasó de generación en generación entre los caribeños colombianos, y entró por el centro del país, río Magdalena arriba, por sus más de 1.500 kilómetros que era por donde irrumpía la civilización. Su historia está en libros y obras de ficción. Incluso, la rescató Gabriel García Márquez como un episodio clave de El amor en los tiempos del cólera, donde las aguas de la realidad y la ficción son una sola.

En los años 80 el San José resucitó cuando una empresa de caza tesoros inició su búsqueda. Después de varios litigios, el gobierno colombiano tomó las riendas del proyecto. Ahora lo ha encontrado sin dar muchos detalles de su contenido, para convertirlo en secreto de estado. “Es uno de los yacimientos más importantes de la historia de la arqueología sumergida”, según el presidente Juan Manuel Santos.

No se sabe aún el estado real del galeón. Si se podrá sacar a flote, o no. Cuentan que está intacto, apoyado en uno de sus costados. Unos cañones sobre el fondo marino y unas vasijas de cerámica es lo único que se ha visto. Dentro estaría el oro, la plata y las piedras preciosas con las cuales se buscaba apuntalar el trono de Felipe V.

viernes, 11 de diciembre de 2015

SGM: El horror de ser judío en Alemania Nazi

El crudo relato de una mujer que sobrevivió a la Alemania nazi y se refugió en Argentina

Cuando Clara Mann tenía 9 años, su familia escapó del gobierno de Hitler. "Nos pusieron una J roja en el pasaporte para que todos supieran que éramos judíos", dice. Hoy, a los 88, recuerda el asedio que tuvo en su colegio, la triste despedida de sus amigas y el volver a empezar en un país lejano.

Clarín


 El horror nazi, en primera persona.
Clara con su viejo pasaporte con una J roja: los nazis ponían esa marca para que todos supieran que eran judíos.

Camila Guisado
Tiene nueve años. La alumbra una lámpara a querosén y, sentada sobre una cama de paja, intenta leer el diccionario alemán-español que le dio su papá. Pasaron casi ocho décadas de aquella noche que Clara Mann recuerda con tanta nitidez como si la volviera a vivir. Hoy, a los 88, en vez de un diccionario sostiene en sus manos el pasaporte alemán que una noche le sellaron en la Aduana Argentina, cuando llegó junto a su familia escapando del nazismo.

"Antes de subirnos al tren en Alemania, nos pusieron una 'J' roja en el pasaporte, para que todos supieran que éramos judíos. A los que viajaban nos separaban entre hombres y mujeres, y nos desnudaban para revisar que no nos lleváramos nada. Así nos tenían dos horas", cuenta desde una silla de plástico en los jardines del Hogar Hirsch, de San Miguel, donde hoy vive, pinta, borda, hace natación y narra la historia de su vida.

"Con mi familia vivíamos en un pueblo alemán que quedaba cerca de la frontera con Francia, donde el nazismo se sufría aún más que en las ciudades grandes. Para terminar de comprender lo que pasaba nos juntábamos de noche en la casa de unos amigos judíos a escuchar una radio francesa, la única que contaba la verdad", relata.



Una foto de su infancia.

El horror que se vivía en Alemania sería, poco después, conocido en todo el mundo. "En 1936, ya con tres años de Hitler en el poder, ingresó a mi colegio un profesor nazi. En mi escuela quedábamos sólo tres alumnos judíos. Este profesor formó una juventud hitleriana y les enseñó a odiarnos simplemente por ser judíos. La mayoría de mis compañeros se unió, sólo unos pocos nos fueron fieles, aunque tampoco podíamos hablar o jugar con ellos porque si nos veían juntos los castigaban. No pude aguantar este hostigamiento y dejé de ir al colegio", cuenta la abuela, reviviendo con palabras a esa niña atemorizada que aún lleva bajo su piel.

"Mis papás decidieron volver a mandarme al colegio de mi pueblo, pero las agresiones contra nosotros eran cada vez peores. Una tarde llegué a mi casa con las manos marcadas porque un profesor me había dado diez golpes en cada una con un señalador", detalla y se acaricia las muñecas, como si todavía llevara esas marcas.

"Mi mamá no quiso que dejara de estudiar, yo tampoco, porque me encanta aprender. Pero cuando los insultos y la persecución empezaron a provenir también de los maestros, decidió hablar con el director. La respuesta que recibió fue más que suficiente para sacarnos de ese colegio. El director le dijo que si volvía a quejarse, iba a tirarla por las escaleras", repasa Clara.

Y agrega mientras despliega un caminito de tela que lleva bordadas sus iniciales y 1938, el año en que llegó a la Argentina: "Mi mamá empezó a enseñarme por su cuenta. Me explicaba cómo escribir, leer, bordar y hacer las tareas de la casa para ayudarla. Bordábamos juntas, hay un lienzo que empezamos en Alemania y terminamos aquí".



En el Hogar de San Miguel donde vive.

"Al problema del colegio se sumó que mi papá ya no vendía nada en su negocio porque la gente no quería comprarles a los judíos. Y empezamos a recibir maltratos de nuestros propios vecinos, que una noche vinieron a mi casa a gritarnos canciones nazis. No nos quedó otra opción que huir, primero hacia París, donde nos esperaban familiares de mi mamá y unos amigos", prosigue con una mirada que revive el dolor de dejar su hogar y las pocas amistades que le quedaban.

Confusión y tristeza. Eso sentía Clara mientras se despedía de sus amigas la noche anterior a subirse al tren que los llevaría desde su pueblo, Steinbach am Glan, a París, donde los ayudarían a embarcarse rumbo a la Argentina. "Teníamos que vernos de noche, nadie podía saber que éramos amigas, porque ellas eran cristianas y yo, judía", afirma.

"Después, tuve que despedirme de nuestros amigos y familiares en Francia, todavía tengo la imagen de ellos saludándonos en la costa", expresa con la voz quebrada y el corazón en aquellas despedidas.

Durante el viaje a Buenos Aires, se enteraron de la Noche de los Cristales Rotos. "Cuando los nazis destrozaron negocios de judíos y sinagogas, agradecíamos haber salido a tiempo y salvarnos, al mismo tiempo que sufríamos por nuestros familiares que fallecieron en campos de concentración", dice y aprieta los labios.

Ya en suelo argentino, la familia Mann fue recibida por otros parientes que habían escapado antes que ellos.

"Cuando llegamos era todo tan nuevo para nosotros. Hablaban un idioma que no entendíamos y con mi hermano intentábamos leer un diccionario de diez tomos que había comprado mi papá para poder hablar algo de español", rememora.

"Vivimos en unos terrenos que nos dio la Asociación Judía de Colonización en Entre Ríos, hasta que vine a Buenos Aires a estudiar Enfermería. Luego fui a la Asociación Filantrópica Israelita, que hoy tiene el Hogar Hirsch, para aprender a cuidar chicos y trabajar de niñera, hasta que conocí a mi marido Enrique en una sinagoga. Con él estuve casada 60 años, hasta que falleció", sostiene y sus ojos, que supieron estar empañados al recordar el pasado, ahora brillan al hablar del amor que siente todavía por su esposo.

Decorada con retratos de sus dos hijos, nietos y bisnietos, en su habitación Clara atesora su historia. Sobre la mesa, tiene una agenda donde anota sus actividades. "En el hogar hago talleres de literatura, pintura y aquagym", destaca mientras busca fotos de su infancia alemana. Conoce exactamente el orden en el que guarda aquellas fotografías que permanecen intactas, como sus recuerdos.

Clarín Zonales

jueves, 10 de diciembre de 2015

Sahara español: El fin del Imperio

Huida del Sáhara. La última traición del Imperio español

El historiador José Luis Rodríguez publica 'Agonía, traición, huida', la historia de cómo los políticos españoles regalaron el Sáhara a Marruecos mientras Franco agonizaba


La Marcha Verde se aproxima a la frontera española.

DANIEL ARJONA - El Confidencial


Aquella tarde de octubre de 1975 el gobernador general del Sáhara Español, Federico Gómez de Salazar, recibió un sobre anónimo en su residencia. Al abrirlo con despreocupación encontró cuatro plumas en su interior, símbolo universal de cobardía militar desde la publicación, a finales del siglo XIX, de la novela 'Las cuatro plumas', de A.E.W. Mason. Con el rostro demudado, y según los testigos, el general sólo logró exclamar: “¿Por qué a mí?”
Era “un mensaje tan malévolo como injusto”, afirma José Luis Rodríguez Jiménez, historiador y autor de ‘Agonía, traición, huida. El final del Sáhara español’ (Crítica, 2015), el libro en el que narra los últimos estertores del Imperio español en África cuarenta años después de la Marcha Verde. A fin de cuentas, Gómez Salazar evacuaba los territorios españoles por orden de unos políticos incapaces de reaccionar pendientes de la agonía del dictador.


Tropas nómadas. Fondo Antonio Bustamante

La huida atolondrada del Sáhara español nunca fue explicada, tuvo desagradables consecuencias económicas, diplomáticas y militares para nuestro país, afectó dramáticamente a los saharauis que vivían en aquel territorio y todavía soporta hoy un pesado manto de silencio que veta el acceso de sus principales documentos y archivos a los historiadores. "Es una situación anómala por varias razones", explica Rodríguez a El Confidencial."De entrada porque para los archivos españoles sigue rigiendo una ley de la dictadura, la Ley de Secretos Oficiales de 1968 que ningún gobierno democrático se ha atrevido a cambiar. Y así lo ocurrido en el Sáhara o Guinea permanece como Materia Reservada cuarenta años después. Yo pedí permiso para consultar el archivo de Presidencia con el fin de consultar las actas de los consejos de ministros y me lo denegaron".
El Gobierno tiene miedo de molestar a Marruecos y por eso no permite el acceso a los archivos
¿Qué intereses dificultan la investigación de aquellos lejanos hechos? "Numerosos", responde Rodríguez: "Primero, el Gobierno actual tiene miedo de molestar a Marruecos. Segundo, también temen que salga a la luz lo tremendamente mal que lo hizo el ejecutivo de entonces y en qué situación deja hoy a nuestro país: España se comprometió a descolonizar y nunca lo hizo. Y en tercer lugar se me ocurre que, de la dictadura a la democracia, las sagas continúan y los hijos y nietos de aquellos que tomaron las decisiones entonces detentan en la actualidad responsabilidades políticas y militares. Y prefieren que no se hable del asunto".


Vista aérea de los cuarteles de Smara

El 6 de noviembre de 1975, 350.000 marroquíes concentrados en Tarfaya iniciaron, en coches y a pie a través del pedregoso desierto, la Marcha Verde en dirección a El Aaiún, capital de la provincia colonial española donde los milicianos saharauis del Frente Polisario comenzaban a movilizarse para resistir. Entres ambos, las desorientadas tropas españolas incapaces de manejar la inteligente maniobra "pacífica" ideada por el monarca Hasán II para lograr su retirada definitiva. ¿La guerra anduvo cerca?
El conflicto bélico fue la excusa de una parte de los políticos franquistas para largarse del Sáhara
"Que pudiera haber un conflicto bélico fue la excusa de una parte de los políticos franquistas para largarse de allí. Marruecos había situado en el 75 divisiones militrares en la frontera norte de la colonia española. Pero lo cierto es que hubiera sido muy raro que el país norteafricano atacase debido a su manifiesta inferioridad militar, palpable en tierra y abismal en mar y aire. Hasan II no era tonto, al contrario. Era un diplomático muy hábil que jugó la carta de la voluntad marroquí de apropiarse el Sáhara, de no cejar en el empeño contando con que los españoles estaban a otra cosa".


Recibimiento en el aeropuerto de El Aaiún a las autoridades españolas

Nada resultó obvio en todo aquel desastre. José Luis Rodríguez relata el papelón de los diplomáticos españoles en Naciones Unidas que trabajaron por una desconolización que legara el territorio a manos saharauis hasta el último momento, hasta que sonó el teléfono y desde España les ordenaron que no insistieran más en el tema. Las élites políticas españolas barrían así a toda prisa los problemas exteriores para centrarse en el misterioso horizonte que estaba a punto de abrirse a la muerte de Franco.
Y España no sólamente no descolonizó sino que entregó el territorio y lo perdió todo. "Fue una doble dejación de responsabilidad", denuncia Rodríguez: "de la diplomacia y de la economía. Porque España había metido mucho dinero en el Sáhara en los años 60 y 70, en sanidad, educación, carreteras, minas, etc. Cuando los ingleses se marchaban de un país firmaban siempre convenios de colaboración con ese país que les beneficiaban. Nosotros se lo regalamos todo a Marruecos".


Clase de árabe en el Colegio Menor de la Sección Femenina

'Agonía, traición, huida' no sólo brinda gran historia, también ofrece al lector todo un botín de experiencias personales de los protagonistas que vivieron aquellos meses finales de 1975. El 6 de noviembre, cuando la "marabunta" -como la bautizaron los españoles- de hombres, mujeres y niños acampaba en el desierto con sus banderas rojas tras penetrar más de tres kilómetros en tierrras saharauis, el soldado médico Cornella escribe a su familia. Relata cómo la muchedumbre abraza a los soldados españoles y reza a Alá, y se muestra alborozado de vivir y fotografiar tamaña "aventura". "La cosa va bien",  escribe. Pero una sorpresiva posdata cierra su misiva:
"Última hora. Los de la Agrupación de Tropas Nómadas han embarcado este mediodía hacia Canarias. La retirada ha empezado".

miércoles, 9 de diciembre de 2015

SGM: Los crímenes de la Luftwaffe en la invasión a Polonia

 
Pintado en la estructura de un Ju 52 alemán reza: "Gente, combustible, bombas o pan - llevamos la muerte de Polonia." El Blitzkrieg del 1ro. de Septiembre de 1939 claramente mostró que esto no fue un simple slogan de propaganda... (Foto: Wojna obronna Polski 1939, KAW 1979. )

Polonia 1939 - Diario de las atrocidades de la Luftwaffe 

Escrito por Dariusz Tyminski y Grzegorz Slizewski . 



Al contrario de los mitos difundidos en los cuentos populares de la PGM, no todos los pilotos de caza de la SGM fueron "honorables Caballeros del Aire". Entre las muchas razones de esto estuvo la naturaleza human, la disciplina de los pilotos o la falta de ella, y lo "impersonal" de la guerra mecanizada. Los pilotos de un poderoso avión fueron en esencia removidos de ver a un piloto enemigo siendo cortado a la mitad por armas de gran calibre o explotando por balas de cañón. Los pilotos bombarderos raramente podían ver la masacre que provocan cuando su carga alcanzaba sus blancos. 

Se encuentra bien documentado que algunos pilotos aliados e incluso algunos ases dispararon a pilotos del Eje incluso cuando éstos se encontraban descendiendo indefensos en un paracaídas y del otro lado también, pilotos del Eje disparando a pilotos aliados. Algunos pilotos polacos buscaron una cruel venganza luego de Septiembre de 1939. El piloto de la Brigada de Persecución (123. Eskadra), Soldado Eugeniusz Nowakiewicz combatió en la campaña de Francia de 1940 en la sección polaca del Groupe de Chasse II/7, liderado por el Tte. Wladyslaw Goettel. El 4 de Junio de 1940, en el área de Besancou, Nowakiewicz atacó exitosamente a un He 111 y luego del derribo disparó sobre la tripulación alemana sobreviviente. El 15 de Junio de 1940, en el área de Caumont-Toinville, Nowakiewicz otra vez atacó a un bombardero enemigo, un Do 17 esta vez. Dos tripulantes alemanes se lanzaron en paracaídas, pero el piloto polaco mató a uno de ellos en el aire y el segundo fue "compartido" con pilotos franceses luego que el tripulante tocara tierra. 

En una instancia posterior, un as americano de ascendencia polaca de la Novena Fuerza Aérea derribó a un as alemán en un Me 262 de la Luftwaffe destruyendo su jet. Cuando el piloto americano aterrizó el jefe del escuadrón destruyó el film de su foto-ametralladora. En una reunión previa a un vuelo, el comandante de escuadrón preguntó al piloto (su familia había sido aniquilada por alemanes) por qué lo había hecho. El piloto explicó que esos pilotos eran experten, la creme de la creme de la Luftwaffe. Y si no eran asesinados, ellos simplemente reaparecerían al otro día en otro caza, para matar más pilotos americanos. 

El tono para la guerra total contra civiles indefensos y personal militar fue claramente delineado ... 

1 Septiembre 1939, 4:50 - 5:30 a.m., ciudad de Wielun. Esa mañana, pese a la completa ausencia de instalaciones militares en la ciudad, y con las cercanas tropas polacas de la 28va División de Infantería situadas al sudoeste de Wielun, los bombarderos alemanes del I./KG76 (4. Luftflotte), comandados por el Oblt. Walter Sigel, brutalmente bombardeó el centro de la ciudad. Luego de arrojar las bombas, los pilotos de la Luftwaffe dispararon sobre los temerosos civiles que escapaban. Tres olas de bombardeo, totalizando 120 aviones tomaron parte en el ataque, lanzando más de 70 toneladas de bombas. El efecto del raid fue el asesinato de más de 1200 civiles, provocando heridas a miles más (la población de la ciudad era de cerca de 16,000 habitantes), y la destrucción del 70% de los edificios de la ciudad. 

Están aquellos que argumentan que los miembros de la Luftwaffe llevaron los códigos de comportamiento profesional militar a aquellos utilizados por los "Caballeros del Aire" de la PGM. Sin embargo, cualquier de dichos argumentos contradice las experiencias de muchos pilotos polacos, cuyas experiencias personales son descritas a continuación. 

Como ejemplo, el 1 de Septiembre de 1939, en el área de Modlin, cerca de las 16:30 , pilotos de la Brigada de Persecución polaca encontraron a un grupo de cuarenta bombarderos alemanes escoltados por veintes cazas Bf 109 y Bf 110. Durante el combate, el Tte. Aleksander Gabszewicz fue forzado a tirarse en paracaídas. Mientras colgaba de su paracaídas, Gabszewicz fue ametrallado por un Bf 110. El Tte. Segundo Tadeusz Sawicz, quien volaba en las cercanías, atacó al avión alemán y otro piloto polaco, Wladyslaw Kiedrzynski voló haciendo espiral alrededor del indefenso Gabszewicz hasta que éste llegó al suelo. 

En la misma batalla, pilotos del 123. Fighter Eskadrille, volando obsoletos cazas PZL P.7a, fueron sorprendidos por Bf 110's del I/LG1 (comandante Mayor Grabmann había sido herido esa mañana, por lo que la unidad estaba al comando del para ese momento Hauptmann Schleif). El Cap. Mieczyslaw Olszewski, comandante del 123, fue rápidamente derribado y muerto, su P.7 se estrelló cerca de Legionow. Otros tres pilotos fueron derribados, y se lanzaron en paracaídas: Tte.Seg. Stanislaw Czternastek, Tte.Seg. Feliks Szyszka y el cadete Antoni Danek. Sólo Czternastek llegó a salvo a tierra: Szyszka y Danek fueron atacados en el aire. Ametrallado por un caza alemán, Danek aterrizó sin heridas. Szyszka no tuvo tanta suerte, sufrió 16 heridas. Fue transportado por civiles a un hospital. Durante el combate del 1 de Septiembre de 1939, I.(Z)/LG 1 escoltó a los He 111s del KG 27 y LG 1 contra el aeropuerto de Varsovia. Los Bf 110s reclamaron cazas 5 PZL derribados - 3 por el Hauptmann Fritz Schleif, uno por el Suboficial Sturm y otro por el Suboficial Lauffs. 

2 de Septiembre de 1939, cerca de las 16:00, área de Lodz. Ocho cazas PZL del III/6 Escuadrón se encuentran contra 23 Bf 110's del I./ZG76. En la batalla, el Tte.Seg. Jan Dzwonek fue derribado. Colgando de su paracaídas, fue atacado dos veces por un Bf 110. Aparentemente, el pilot de la Luftwaffe se encontraba tan ocupado atacando al indefenso de Dzwonek, que el Soldado Jan Malinowski, volando un obsoleto caza P.7, derribó al avión alemán sin problemas.   

3 de Septiembre de 1939, cerca de 10:00 AM seis PZL P-11c de la 112. Eskadra Mysliwska (Escuadrilla de Caza), liderada por el comandante del III/1 Dywizjon (Escuadrón) Cap. Zdzislaw Krasnodebski despegó para repeler a cazas Bf 110. En un duro combate sobre la ciudad de Wyszkow, Krasnodebski fue forzado a tirarse en paracaídas. El piloto alemán que lo derribó, apuntó sus armas para rematar a la víctima, acertándole a Krasnodebski mientras lentamente planeaba en su paracaídas. Pero el Tte. Arsen Cebrzynski observó este repase macabro y el piloto de la Luftwaffe pronto se convirtió a su vez en víctima. El Tte. Barents, un veterano de la "Legión Condor", se arrojó en paracaídas sin problemas, y se convirtió en un POW. 

Ese mismo día, el 3 de Septiembre de 1939, la 26ta. Obserwation Escadrille fue evacuada de Malachowo al aeródromo de Balice. El Soldado Franciszek Ciepinski, volando un desarmado RWD-8 sobre el río Wisla, fue atacado por tres Bf 109s. Logró maniobrar para estrellar/aterrizar el dañado avión sobre la vera del río, saltó del cockpit, encontrándose ahora él mismo siendo blanco de los cazas. Los alemanes querían más que una mera victoria aérea y empezaron a cazar al piloto con repases de ametrallamiento. Antes que Ciepinski pudiera alcanzar la seguridad de un bosque fue herido en un pierna. 

6 de Septiembre de 1939, atardecer. Un solitario PZL P.23 "Karas" del 34. Reconn Escadrille despegó en patrulla, en el área de Warta-Sieradz-Zdunska Wola. La tripulación consistía de: Tte. Edmund Gorecki (observador), Soldado Marian Pingot (piloto) y Soldado Jan Wilkowski (artillero). Durante su vuelta a la base, sobre la villa de Borecznia cerca de la ciudad de Kolo, ellos volaban a 1500 metros de altitud. Repentinamente fueron atacados por cuatro Bf 109's. El "Karas" empezó a arder. El soldado Pingot fue muerto en el avión, pero el Tte. Gorecki continuó volando hasta que estuvo por debajo de los 1000 metros. Cuando se tiró en paracaídas los "Messers" abrieron fuego y lo mataron en el aire. El soldado Wilkowski atestiguó este acto, y dado que se lanzó sólo en el último momento, a sólo 300 metros, salió vivo aunque con las piernas severamente dañadas. 

11 de Septiembre de 1939. La 53ra Observer Escadrille movilizada del área de Kaluszyn a Brzesc, sobre el río Bug. En formación volaban dos aviones "Czapla" y un solitario RWD-8. Cerca de cinco kilómetros al oeste de Biala Podlaska los tres aviones fueron atacados por aviones bimotores de la Luftwaffe. El RWD-8 se vino abajo y su tripulación, Tte.Seg. Stanislaw Hudowicz y el Tte. Seg. Oskar Sobol fueron muertos. Un avión "Czapla", pilotado por el Tte. Stanislaw Waszkiewicz fue forzado a aterrizar y luego dos veces bombardeado (!) y ametrallado en tierra. 

13 de Septiembre de 1939, el pueblo de Frampol, con un a población de 3000, y sin blancos industriales o militares, ni defensores del ejército polaco, fue prácticamente aniquilada por un bombardeo de práctica de la Luftwaffe. En la opinión del analista de la Luftwaffe, Harry Hohnewald: "Frampol fue elegida como un objeto experimental, porque los bombardeo de práctica, volando a baja velocidad, no eran amenazados por artillería antiaérea. Del mismo modo, la municipalidad centralmente ubicada en el pueblo la convertía en un punto de orientación ideal para las tripulaciones. Observamos la posibilidad de orientación gracias a signos visibles, y también el tamaño de la villa, que garantizaba que las bombas cayeran de todos modos sobre Frampol. Por un lado, esto haría que la prueba se notarán los efectos de la prueba, por otro lado, confirmaría la eficiencia de las bombas utilizadas." (extracto del libro de Wolfgang Schreyer, "Eyes on the sky.") 


 
Pequeña ciudad de Frampol antes (izquierda) y después (derecha) de un bombardeo de práctica de la Luftwaffe. Las fotos son probablemente documentos de la Luftwaffe. 


Fotos de Frampol recientes. La reconstruyeron aunque el diseño de las calles fue cambiado.

 



WW Aces Stories (c)
Traducción: Walter Uriarte
http://www.frampol.lubelskie.pl 

martes, 8 de diciembre de 2015

Historia militar: Fuchida dirige el ataque a Pearl Harbor

YO DIRIGÍ EL ASALTO A PEARL HARBOR

 por el Capitán Mitsuo Fuchida

(de la Antigua Armada Imperial Japonesa)
 

 

«Ha sido usted designado para mandar la fuerza aérea en caso de ataque a Pearl Harbor». 
Sin poder evitarlo, me quedé sin aliento. Estábamos a fines de Septiembre de 1941 y, si continuaba aumentando la tirantez de la situación internacional, el plan de ataque debía ejecutarse en Diciembre. Si la fuerza había de estar debidamente preparada para aquella importantísima misión, no quedaba tiempo que perder. Después de someter al personal al adiestramiento más riguroso, los aeroplanos fueron llevados a sus respectivos portaaviones hacia mediados de Noviembre. 

Aichi D3a Val: 
 

Nakajima 5n Kate: 
 

Mitsubishi a6m Zero: 
 


Para no llamar la atención, los portaaviones salieron uno a uno y por diferentes rutas, rumbo a las Islas Kuriles. El 26 de Noviembre, a las seis de la mañana, nuestra escuadra de ataque, integrada por 28 navíos (entre ellos seis portaaviones), zarpó de dichas islas. El vicealmirante Nagumo, jefe supremo de las fuerzas de ataque a Pearl Harbor, llevaba las instrucciones siguientes: «En caso de que tengan éxito las negociaciones en curso con los Estados Unidos, las fuerzas a su mando regresarán inmediatamente a la patria». Pero las dotaciones de los buques, ignorantes de aquellas instrucciones, gritaron «¡Banzai!» al echar una mirada, que podía ser la última, a las costas japonesas. El entusiasmo y el belicoso ánimo de aquellos hombres saltaban a la vista. Me era imposible, no obstante, desechar la duda íntima de que el Japón tuviese la necesaria confianza en sí mismo para llevar a cabo una guerra. 
Con el propósito de quedar fuera del alcance de las patrullas aéreas estadounidenses, algunas de las cuales tenían al parecer 1.000 kilómetros de radio de acción, seguimos la ruta entre las Aleutas y la Isla de Midway. Enviamos tres submarinos para que nos hicieran saber si había barcos mercantes a la vista, con el objeto de cambiar de rumbo y evitar su encuentro. Nos manteníamos en constante alerta contra submarinos estadounidenses. Aún cuando los radiotransmisores de la escuadra guardaban estricto silencio, escuchábamos las emisoras de Tokio y Honolulu para saber si daban alguna noticia sobre estallido de la guerra. Desde el 27 al 30 de Noviembre se celebró diariamente en Tokio una conferencia de enlace entre el gobierno y el alto mando, para tratar la propuesta hecha el día 26 por los Estados Unidos. Los conferenciantes llegaron a la conclusión de que, si bien dicha propuesta era un ultimátum destinado a subyugar al Japón y hacer inevitable la guerra, había que continuar haciendo esfuerzos en favor de la paz «hasta el último momento». La decisión de ir a la guerra se tomó, en una conferencia imperial, el 1º de Diciembre. El día 2 el estado mayor dio la siguiente orden: «El día X será el 8 de Diciembre» (7 de Diciembre en Hawai y los Estados Unidos). La suerte estaba echada. Nos dirigimos a toda prisa hacia Pearl Harbor. ¿Por qué se escogió aquel domingo para el día X? Porque, según nuestros informes, la escuadra estadounidense solía regresar a Pearl Harbor todos los fines de semana, después de los períodos de adiestramiento en el mar, y también porque se quería coordinar el ataque con las operaciones sobre la Península de Malaca (incursiones aéreas y desembarcos) proyectadas para aquel día. 
Los informes del espionaje sobre la situación y movimientos de la escuadra estadounidense nos llegaban desde Tokio. Uno del 7 de Diciembre (6 de Diciembre en Hawai) decía: «No hay globos en Pearl Harbor ni se han tendido redes protectoras contra torpedos en torno a los acorazados. Todos los acorazados están en el puerto. La radio enemiga no indica que sobrevuelen patrullas de vigilancia aérea en la zona hawaiana. El portaaviones “Lexington” salió ayer del puerto. Se cree que también el “Enterprise” está en maniobras en alta mar». Aproximadamente a la misma hora recibimos un mensaje del almirante Yamamoto: «De esta batalla dependen el triunfo o la ruina del Imperio. Que todos pongan el máximo empeño en cumplir con su deber». Nos encontrábamos a 230 millas al Norte de Oahu, isla en que está Pearl Harbor, poco antes del amanecer del 7 de Diciembre (hora de Hawai), cuando los portaaviones viraron en redondo y pusieron proa al viento norte. Ya ondeaba en lo alto de cada mástil la bandera de combate. Las cubiertas de vuelo vibraron con el ruido de los motores que se estaban acabando de calentar. Luego, con una lámpara verde que describía un círculo, se dio la orden: «¡Despegar!» Los bramidos del motor del primer caza fueron en aumento y, súbitamente, el avión despegó sin tropiezos. 

 


Cada vez que un avión se lanzaba al aire, la gente lo vitoreaba ruidosamente. A los quince minutos, 183 aeronaves bajo mi mando habían despegado de los seis portaaviones y se formaban en el cielo, sin otra orientación que las luces de señales de los aviones guía. Había 49 bombarderos (yo volaba en uno de ellos); a mi derecha y un poco más abajo, 40 aviones torpederos; a mi izquierda y unos 200 metros más arriba, 51 bombarderos de picada; la fuerza protectora de la formación estaba constituida por 43 aviones caza. A las 7,00 hs. calculé que debíamos llegar a Oahu en menos de una hora; pero como volábamos sobre espesas nubes, no podíamos ver la superficie del agua y, por lo tanto, nos era imposible comprobar la desviación. Busqué en la radio la emisora de Honolulu y no tardé en oír la música. Volví la antena y encontré la dirección exacta de donde provenía la emisión, lo cual me permitió rectificar el rumbo. Nos habíamos desviado cinco grados. Luego escuché el parte meteorológico de Honolulu: «Cielo parcialmente nublado, con la mayor parte de las nubes sobre las montañas. Visibilidad, buena. Viento Norte, diez nudos». ¡La fortuna nos sonreía! No era posible haber imaginado condiciones más favorables. Las nubes tendrían boquetes por los cuales podríamos ver la isla. 
A eso de las 7,30 hs. las nubes se rasgaron de pronto y divisamos la larga línea de la costa. Nos encontrábamos sobre la punta de Oahu. Había llegado la hora de desplegarnos. El informe de uno de los dos aviones de reconocimiento que se habían adelantado, nos comunicó la posición de diez acorazados, un crucero pesado y diez cruceros ligeros. Cuando nos dirigíamos hacia nuestros objetivos, se despejó el cielo, y empecé a examinar con los prismáticos nuestros probables blancos. Allí estaban, en efecto, los buques. «Comunique a todos los aviones –ordené a mi radiotelegrafista- que empiecen el ataque». 

 

Eran las 7,49 hs. Las primeras bombas cayeron en el aeródromo de Hickam, donde estaban formados los grandes bombarderos. Los siguientes lugares alcanzados por nuestros proyectiles fueron la Isla de Ford y el aeródromo de Wheeler. Al poco rato comenzaron a elevarse, de las tres bases, enormes masas de humo negro. Mi grupo de bombarderos se mantuvo al Este de Oahu, más allá de la punta meridional de la isla. En el cielo no se veían más que aviones japoneses. Los buques del puerto parecían dormidos todavía. La radio de Honolulu continuaba transmitiendo su programa con toda normalidad. ¡Habíamos logrado sorprenderlos! Consciente de la ansiedad de nuestro estado mayor, di orden de enviar a la escuadra el siguiente mensaje: «Hemos conseguido ataque por sorpresa. Ruego envíen este parte a Tokio». Pronto empecé a ver surtidores de agua alrededor de los buques. Nuestros aviones torpederos estaban en funciones. Ya era tiempo de que entraran en acción los bombarderos. Ordené, por lo tanto, a mi piloto que hiciese una pronunciada inclinación lateral, lo cual era la señal de ataque. Mis diez escuadrillas quedaron formadas en una sola columna con intervalos de 200 metros: una formación espléndida. Cuando mi grupo inició el bombardeo, las baterías antiaéreas de los buques y de la costa, revivieron repentinamente. Surgieron, acá y allá, grandes vellones grises oscuros que se fueron multiplicando hasta nublar el cielo. Los proyectiles estallaban tan cerca de nuestros aviones que éstos se estremecían. Me asombró la celeridad del contraataque, que no tardó en producirse, cinco minutos después de haber caído la primera bomba. La reacción japonesa no habría sido tan rápida; el carácter japonés es adecuado para la ofensiva, pero no se adapta tan pronto a la defensiva. 
Mi grupo se dirigió al «Nevada», que estaba anclado al extremo Norte de la fila de acorazados, al Este de la Isla de Ford. Ya estábamos por soltar las bombas cuando nos metimos entre las nubes. El piloto de nuestro bombardero guía, empezó a mover las manos de atrás hacia delante, para indicarnos que teníamos que pasar sin descargar las bombas. Entonces volamos en círculo sobre Honolulu en espera de otra oportunidad. Entretanto, otros grupos iniciaron maniobras de ataque, pero algunos tuvieron que hacer hasta tres intentos antes de conseguir lanzar las bombas. De pronto hubo una explosión colosal en la fila de los acorazados. Una enorme columna de humo rojizo se elevó unos 300 metros y una violenta sacudida llegó en ondas hasta nuestro avión. Debía de haber saltado un polvorín. El ataque estaba en su apogeo; el humo de los incendios y de las explosiones cubría casi todo el cielo sobre Pearl Harbor. Examinando la fila de acorazados con los prismáticos, vi que la gran explosión había ocurrido en el «Arizona». Estaba envuelto en llamas, y como el humo que despedía ocultaba al «Nevada», que era el blanco de mi grupo, busqué otro buque al cual atacar. El «Tennesee» estaba ya ardiendo, pero después de él se hallaba el «Maryland». Di orden de hacer a este último buque objeto de nuestra puntería y volvimos a meternos en la cortina de fuego antiaéreo. Cuando nuestro bombardero guía dejó caer su carga, pilotos, observadores y radiotelegrafistas de los otros aparatos gritaron a un mismo tiempo: «¡Descarguen!»...y soltamos todas nuestras bombas. Me tiré inmediatamente al suelo para observar por la mirilla. Cuatro bombas en perfecta formación se hundían en el espacio. Fueron haciéndose más y más pequeñas y por fin desaparecieron, a tiempo que se percibían unos destellos blancos. Vistas desde gran altura, las bombas que no aciertan al blanco son mucho más visibles que los impactos directos, porque forman en el agua grandes ondas concéntricas fácilmente perceptibles. Al observar dos de aquellos círculos y dos pequeños destellos, grité: «¡Dos impactos!» Quedé plenamente convencido de que habíamos causado considerables daños. Ordené el retorno a los portaaviones de los bombarderos que habían completado sus ataques, pero yo continué volando sobre Pearl Harbor, tanto para controlar como para dirigir operaciones que todavía estaban en curso. 
Pearl Harbor y sus alrededores eran la viva estampa del caos. El «Utah» había zozobrado. El «West Virginia» y el «Oklahoma», con los flancos medio volados por los torpedos, escoraban pesadamente en un inmenso charco de aceite. El «Arizona» se inclinaba marcadamente a un lado, envuelto en llamas. El «Maryland» y el «Tennesee» ardían. El «Pensylvania», varado en dique seco, estaba ileso. Durante el ataque, muchos de nuestros pilotos pudieron observar, los valerosos esfuerzos de los aviadores estadounidenses para lanzarse al aire con sus aviones. Aunque eran muy inferiores en número, no vacilaron en entablar desigual combate con nuestras fuerzas. Los resultados que obtuvieron fueron insignificantes, pero su valor suscitó nuestro respeto y admiración. Los aeroplanos de la primera oleada de ataque tardaron como una hora en cumplir su misión. Cuando emprendieron el regreso a los portaaviones (después de haber perdido tres cazas, un bombardero de picada y cinco aviones torpederos, ya se iniciaba la segunda oleada con 171 aviones. Para entonces, las nubes y el humo cubrían de tal modo el cielo, que los aviones localizaban con dificultad sus objetivos. Para complicar aún más sus problemas, el fuego antiaéreo de los buques y de tierra era ya muy intenso. El segundo ataque alcanzó un mayor radio de acción, hizo blanco en los acorazados menos damnificados y en los cruceros y destructores que habían resultado indemnes. También este ataque duró una hora, pero a causa del creciente fuego enemigo tuvimos más bajas: seis cazas y catorce bombarderos de picada. 
Cuando las fuerzas del segundo ataque iniciaron el retorno a los portaaviones, volé sobre Pearl Harbor una vez más para observar los resultados y tomar fotografías. Conté cuatro acorazados definitivamente hundidos y tres seriamente averiados. Otro parecía estarlo ligeramente y los daños causados a los buques de otros tipos eran considerables. La base de hidroaviones de la Isla Ford era una hoguera y también los aeródromos, principalmente el de Wheeler. No era posible determinar en detalle los daños causados a los aeródromos, pues lo impedía la densa capa de humo que los cubría, pero no cabía duda de que habíamos destruido buena parte de la fuerza aérea de la isla. En las tres horas en que mi avión estuvo volando por aquella zona, no tropezamos con ningún avión enemigo. Quedaban, sin embargo, varios hangares intactos, y nada tendría de particular que en alguno de ellos hubiera todavía aparatos utilizables. 
Mi avión fue uno de los últimos en reintegrarse a la escuadra. Cuando llegué, ya se estaban formando en las cubiertas de vuelo los aviones reabastecidos y preparados para una tercera oleada de ataque. En seguida me llamaron al puente. Mientras esperaban mi informe, los miembros del estado mayor del vicealmirante Nagumo habían estado discutiendo acaloradamente si convenía o no lanzar otro ataque. 
Les informé lo siguiente: «cuatro acorazados están definitivamente hundidos. Hemos causado gravísimos quebrantos en aeródromos y bases aéreas, pero hay todavía muchos objetivos que deben ser atacados». 
Recomendé con insistencia el tercer ataque, pero el vicealmirante Nagumo, tomando una decisión que ha sido desde entonces objeto de muchas críticas por los expertos navales, optó por retirarse. Inmediatamente se izaron las banderas de señales y nuestros buques salieron rumbo al Norte a toda marcha. 
 



fuente: Historias Secretas de la Última Guerra (United States Naval Proceedings)

lunes, 7 de diciembre de 2015

Arqueología: Encuentran galeón millonario en Colombia

España actuará “en defensa del patrimonio” con el galeón ‘San José’
Lassalle dice que el Gobierno pedirá a Colombia información sobre la ley aplicada
El hallazgo del barco se convierte en un secreto de Estado
García Márquez y el galeón en 'El amor en los tiempos del cólera'
JESÚS RUIZ MANTILLA - El País



Cerámicas en el fondo del mar pertenecientes al galeón 'San José'. / EFE / MINISTERIO DE CULTURA DE COLOMBIA

El secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, se encontraba desde el sábado en Cuba, donde se enteró del hallazgo de la nave San José. Tras una jornada de análisis de la situación, Lassalle ha declarado que desde el Ejecutivo de Mariano Rajoy abordarán con prudencia el hecho, dada la relación especial que mantiene España con Colombia. Pero el triunfalismo mostrado ayer por el presidente Juan Manuel Santos ha hecho que desde Cultura vean con preocupación la aplicación de la ley colombiana de 2013 de protección de patrimonio sumergido. Se trata de una norma que Lassalle había tenido ocasión de discutir previamente a la noticia en algún punto —a ojos de España, "preocupante"— con la titular colombiana de Cultura, Mariana Garcés.

Lassalle resaltó desde La Habana que "el Gobierno español va a solicitar al colombiano una información precisa acerca de la aplicación de la legislación de su país en la que fundamenta y justifica la intervención sobre un pecio español". Luego analizarán los datos para, según él, "decidir qué actuaciones" se adoptarán "con arreglo a defender lo que entendemos que es el patrimonio subacuático y el respeto a las convenciones de la Unesco a las que nuestro país se comprometió hace muchos años".

Según esas convenciones fue posible la recuperación de un patrimonio tan importante como el de la fragata Mercedes durante el pleito mantenido con la empresa estadounidense Odissey. Cautela, insistió Lassalle, pero también "una clara defensa de nuestro patrimonio subacuático y la reserva a adoptar todas las medidas que el Gobierno español considere adecuadas para mantener la defensa y salvaguarda del mismo".

El presidente Santos dijo ayer que el galeón San José, encontrado el pasado 27 de noviembre en el mar Caribe, es "patrimonio de todos los colombianos". El barco, con sus cuantioso tesoros, fue hundido por la Armada británica en 1708, en el marco de la Guerra de Sucesión.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Guerra de la Independencia: Batalla de Suipacha

Batalla de Suipacha

Batalla de Suipacha - 7 de Noviembre de 1810

En el segundo semestre de 1810 el Ejército Expedicionario al Alto Perú, al mando del mayor general Antonio González Balcarce, se dirigía hacia esa región con el propósito de lograr el reconocimiento de las 4 Intendencias que integraban el antiguo Virreinato (Potosí, Charcas, Cochabamba y La Paz) y se encontraban bajo dominio del Virreinato del Perú.

El levantamiento a favor de la Junta de Mayo en Cochabamba había sido sangrientamente sofocado.  Los generales Nieto y José de Córdoba, con un poderoso Ejército, aguardaban en Santiago de Cotagaita.

El 27 de octubre las tropas leales al rey y el ejército de Balcarce se enfrentaron sin resultados importantes para ninguno de los bandos.  El Ejército patriota retrocedió con el Teniente Martín Güemes protegiendo la Artillería, división que se trasladaba más lentamente.  Balcarce acordó dirigirse al pueblo de Suipacha, distante como veintitrés leguas de Cotagaita; pero noticioso de que el enemigo había salido de sus fortificaciones el día 29 con el intento de ocupar la villa de Tarija, cuyos habitantes se habían pronunciado enérgicamente por la causa de la revolución, convirtió sus marchas a estas villas decidido a sostenerla, esperando recibir en ella los auxilios que había reclamado del representante del gobierno, cuyas operaciones se habían entorpecido algún tanto por los falsos informes de comandante Urien.

Los enemigos marcharon en efecto hasta pasar la difícil cuesta de la Almona; pero volvieron a repasarla sin parar hasta Cotagaita cuando supieron que nuestras fuerzas se habían situado en Tupiza.  En estas circunstancias llegó a Cotagaita en persona el mariscal Nieto con sus tropas de reserva: inmediatamente formó un cuerpo escogido de ochocientos a mil hombres entre los viejos soldados de marina, del fijo, de dragones y los voluntarios del Rey, con cuatro piezas de artillería, que puso bajo el mando del mayor general Córdoba, con orden de precipitarse sobre nuestras fuerzas y batirlas en cualquier posición que ocupasen.

Al acercarse los enemigos a Tupiza en la madrugada del 5 de noviembre, la columna dejó el pueblo para mejorar de posición (todavía no había recibido los auxilios que esperaba con una ansiedad extraordinaria) por que no se contaba con más municiones que las que quedaban en las cartucheras y cananas de la tropa.  A las cinco de la tarde del día 6 se posesionó del pueblo de Nazareno, fronterizo al de Suipacha, con un río de por medio y a las doce de la noche del mismo día se le incorporaron por fin dos piezas más de artillería y doscientos hombres que había marchado a paso de carrera con suficiente repuesto de dinero y municiones.

En el acto tomó el mayor general Balarce la resolución de escarmentar al enemigo el día siguiente.  Se sirvió de un indio joven que despachó inmediatamente a Tupiza para que diese funestos informes sobre el estado del ejército y ocupó el resto de la noche en dar disposiciones para amanecer el día siguiente preparado para batirse.  El mayor general Córdoba dio fácil entrada a las noticias que recibió del natural, porque no hacían más que confirmar las que adquirió en el pueblo de Tupiza, cuyo abandono lo había motivado la falta completa de recursos.  Se puso inmediatamente en marcha a las once de la mañana del día 7, su vanguardia a la vista de nuestras tropas ocupó unas alturas que dominaban el flanco derecho de éstas, donde se le incorporaron los demás cuerpos y permanecieron en la más completa inmovilidad por el espacio de una hora.  Esta situación era singular: los españoles habían tomado la ofensiva, venían en persecución de las fuerzas que habían rechazado y sin embargo esperaban que se les atacase en las alturas que habían elegido, poniéndose a la defensiva en el momento de encontrar el ejército que buscaban.  Ellos hubieran podido permanecer en esta vergonzosa situación, sin el genio militar del mayor general Balcarce.  Este mandó adelantar sobre el frente del enemigo una división de doscientos hombres con dos cañones; contra este movimiento los enemigos echaron varias guerrillas, pero resguardados siempre de las acequias y los pozos avanzados de su línea.  Roto el fuego por una y otra parte, unos y otros reforzaron estas fuerzas, pero haciendo replegar las suyas el mayor general Balcarce para animar a los contrarios con este aparato de debilidad a dejar las alturas y salir de las acequias y los pozos, como en efecto lo verificaron, empeñándose todos los cuerpos sobre nuestras pequeñas divisiones.  Entonces, descubriendo Balcarce la totalidad de sus fuerzas, cuya mayor parte había ocultado entre tanto, al grito general de ¡Viva la Patria! cargaron al enemigo, lo arrollaron por todas direcciones y antes de quince minutos ocuparon todos sus parapetos, introduciendo entre ellos el desorden, en tales términos que rompieron en una vergonzosa y desvergonzada fuga por los cerros, abandonando la artillería, la caja del ejército, las municiones, dos banderas, ciento cincuenta prisioneros, entre ellos algunos oficiales, muchos heridos y cuarenta muertos, sin más pérdida por nuestra parte que la de un soldado muerto y heridos dos oficiales subalternos y diez soldados de los diferentes cuerpos.

Los resultados de esta derrota fueron de una trascendencia inmensamente favorable para la causa de la revolución; sin embargo, el deán Funes, en su “Ensayo histórico”, página 491, apenas consagra a esta brillante jornada este recuerdo pasajero: “La victoria de Suipacha puso fin a la empresa de aquellos temerarios”, aludiendo a los mandones del Perú.

En cuanto al ejército enemigo que como dice el parte del representante al gobierno de la capital datado en Tupiza, a los tres días de la acción, el 10 de noviembre de 1810, tomó los cerros y caminos intransitables, unos a pie, otros montados, tirando los más las armas, fornituras y cuanto les estorbaba para salvarse, no se puede dar una idea más exacta que la que da el mismo parte, cuando continúa diciendo: “Por informes que hemos adquirido, sólo arribaron a Cotagaita como doscientos cincuenta hombres estropeados, que seguramente fueron los mejor montados y los primeros que, como el general Córdoba, acompañado del inicuo cura de Tupiza, Latorre, corrieron muy al principio de la derrota, llevando gravado en el semblante el espanto.  Aunque los nuestros siguieron la derrota del enemigo, no pudieron hacerlo a más de tres leguas, ni acertaron a dar con la ruta del general Córdoba, que había tomado el camino de Mochará, por el mal estado de la caballería.  Sin embargo, ya se abandonó el empeño de tomar prisioneros, dejándoles ir en fuga, alejándose ellos mismos de su reunión y maldiciendo a los autores de su suerte.  La recolección de armas tiradas por los cerros y el despojo de los vencidos fue el cuidado de la tropa vencedora, de modo que vinieron cargados de armas, fornituras, prendas, mulas, dinero y alhajas.  Aún en el día se cuida de recoger armas por los indios encargados de esta diligencia en lo más áspero de los cerros, bajo la gratificación que les está ofrecida, con cuyo motivo se encuentran hombres perdidos, otros muertos, otros moribundos.  En suma, la derrota es tan completa, que el mismo Córdoba en oficio del día siguiente a nuestro mayor general Balcarce, le confiesa que aún excede a lo que a éste le pareció.”

El representante del gobierno, en uso de las facultades con que marchaba al frente de la expedición, dio las gracias al ejército a nombre de la Patria, concedió sueldo íntegro a los que quedasen inválidos y a las mujeres y padres pobres de los que falleciesen.  Acordó cincuenta pesos fuertes a cada uno y el uso de la divisa de sargento a los soldados patricios Miguel Gallardo y Alejandro Gallardo, que en el ataque arrancaron la bandera de la Plata, la misma bandera que juraron los españoles cuando el mariscal Nieto desarmó los patricios de Buenos Aires; y cuatro pesos a cada uno de los que asaltaron la artillería.  De las dos banderas tomadas, la una no era más que un trapo salpicado de calaveras; pero la otra que acababa de enarbolarse en odio de la revolución y de los americanos nacidos para ser esclavos y vegetar en la oscuridad y abatimiento, la dedicó Balcarce al gobierno de la capital, por mano del capitán de patricios don Roque Tollo,  conductor del parte de la victoria, para que la destinase a la sala del rey don Fernando con las que adornaban su retrato.  El pensamiento de adornar la imagen de Fernando con el más honorífico trofeo de la primera victoria obtenida contra su dominación, ha debido ser monumental.

Por lo demás, la victoria de Suipacha debía ser en efecto tan fecunda en resultados como lo daba a entender el mayor general Córdoba en la nota que se cita por el representante del gobierno.

No se pretende atribuir a este marino una gran capacidad de cálculo o previsión, aunque originario de una familia de nombre en España, y de un grado adelantado en su carrera, no era conocido principalmente en las márgenes del Río de la Plata sino por un insigne calavera, tan escaso y atolondrado para llenar sus deberes públicos, como abundante y experto en la práctica de toda clase de pillerías.  Hemos sido enemigos y volvemos a la amistad, le decía Córdoba a Balcarce en la carta que le escribió tres días después de la victoria.  Si esto explicaba el gran tamaño de un alma baja, que no se había satisfecho abatiéndose hasta el extremo de ponerse a la defensiva en la misma hora que se encontró con el enemigo que perseguía tenazmente, sino que aspiraba a ofrecerse como un modelo de humillación, cambiando de un día para otro el carácter de enemigo encarnizado por el de un limosnero de amistades, demostraba también los graves conflictos que principiaban a pesar, después de la victoria de Suipacha, sobre Córdoba, sobre el mariscal y sobre todos los mandones del Perú.

Fuente


Biblioteca de Mayo –  Tomo I, Memorias, Buenos Aires (1960).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Portal www.revisionistas.com.ar

Turone, Gabriel O. – La Batalla de Suipacha, Buenos Aires (2013)

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar