Canibalismo en un campo nazi: el espeluznante testimonio de un sobreviviente
Un barracón femenino del campo de concentración de Bergen-BelsenUn barracón femenino del campo de concentración de Bergen-Belsen
Infobae
Británicos encerrados en campos de concentración nazis soportaron torturas por parte de la policía secreta del régimen de Hitler (Gestapo) e hicieron frente a un "extendido canibalismo" entre los prisioneros, según unos documentos escondidos cinco décadas.
Los Archivos Nacionales del Reino Unido publicaron este jueves 900 solicitudes para recibir ayuda económica que las víctimas británicas de la persecución nazi hicieron llegar al gobierno del país durante la década de los 60.
Uno de los documentos más llamativos es el de Harold Le Druillenec, único superviviente británico del campo de concentración de Bergen-Belsen, en Baja Sajonia (Alemania), que narró en su petición los horrores que vivió durante los diez meses que pasó bajo el régimen nazi.
"La ley de la jungla reinaba entre los prisioneros: por la noche o matabas o te mataban y durante el día el canibalismo se extendía", explicó.
Según sus notas, en Belsen "no había comida, ni agua y dormir era imposible", mientras que en el campo de Banter Weg (Hamburgo), donde también pasó un tiempo, "la tortura y el castigo" por medio de "golpes, ahogamientos y crucifixiones" era lo normal a toda hora.
En su solicitud, remarcó que sus experiencias lo dejaron "débil" y afectaron sus pulmones y su corazón, a lo que el gobierno británico reaccionó con una compensación de 1.853 libras, cerca de 30.000 hoy en día (38.000 euros).
En 1964, la República Federal de Alemania se comprometió a destinar al Reino Unido un millón de libras, lo que actualmente serían 17 millones (21 millones de euros), que el país debía compensar a todos los británicos que sufrieron la persecución del nazismo.
De las 4.000 personas que pidieron la ayuda, tan solo 1.015 fueron beneficiadas por el Ministerio de Relaciones Exteriores, que la repartía según el tiempo pasado en un campo de concentración (un mínimo de tres meses) y el grado de discapacidad.
Una de las afectadas que no consiguieron una compensación económica fue la austríaca de origen Johanna Hill, quien perdió toda posibilidad de ser madre debido a las palizas de la Gestapo, por haber estado en prisión solo un mes y medio.
Uno de los supervivientes que escaparon del campo de Stalag Lutf III en 1944, Bertram "Jimmy" James, vio como su petición por haber estado encerrado en el campo de Sachsenhausen (Brandeburgo) era denegada por no haber llegado a padecer "los tratamientos inhumanos y degradantes" propios de un campo de concentración.
Para el gobierno británico que estudió el caso, las condiciones de Sachsenhausen "no eran de ninguna manera comparables" a las de otras campos.
Finalmente, después de que en 1968 se decidiera que las víctimas británicas de este campo de concentración también debían ser compensadas económicamente, James percibió 1.192 libras, unas 18.500 libras de hoy (23.000 euros).
Está previsto que para la primavera de 2017 vean la luz alrededor de otras 3.000 peticiones.
sábado, 9 de abril de 2016
viernes, 8 de abril de 2016
Guerra contra la Subversión: La confensión de Harguindeguy
El día que Cox grabó a Harguindeguy
El duro diálogo off the record entre el periodista mencionado por Obama y el militar que luego sería condenado por asesinatos.
Por Gustavo Gonzalez | Perfil
TESTIMONIO. Antes de dejar el país en 1979, Cox se fotografió con su familia para protegerlos. |
Imagínense la Argentina de 1979. Ni siquiera era una guerra, era una masacre de Estado, más allá de la existencia del terrorismo privado. La dictadura controlaba las calles, las universidades, las empresas. Ya para entonces había miles de desaparecidos, aunque los medios y los periodistas permanecían mayoritariamente en silencio. Unos optaron por ser propagandistas del régimen. Los otros, por temer y callar. Lo mismo que hizo la mayor parte de la sociedad.
Ya se contaban también decenas de periodistas desaparecidos y asesinados. Además de casos notorios como los de Jacobo Timerman y Jorge Fontevecchia, detenidos en centros clandestinos y liberados después por la presión internacional.
Imagínense, entonces, en un país donde el slogan oficial era, literalmente, “El silencio es salud”, a un periodista ingresando al despacho del ministro del Interior en la Casa Rosada con el grabador encendido entre su ropa para grabar subrepticiamente una conversación.
Era junio de 1979, y el periodista, Robert Cox, director del Buenos Aires Herald. Su nombre era desconocido para todos, salvo para los familiares de los detenidos y desaparecidos. Y para la dictadura.
Los primeros lo veían como el jefe de un equipo de héroes (junto a James Neilson, Andrew Graham-Yooll y otros) que arriesgaban su vida informando día a día sobre nuevos casos y denuncias. Los familiares, como Nelva y Alberto Fontevecchia, sentían que si el nombre de su ser querido aparecía publicado en el Herald, había una chance de que esa persona fuera liberada.
Para los militares y civiles de la dictadura, en cambio, Bob era alguien peligroso, probablemente al servicio del comunismo internacional o de la Inteligencia yanqui, que para la sabiduría militar podía representar más o menos lo mismo.
Desde el primer día del golpe de Estado, hace cuarenta años, se lo habían advertido: estaba prohibido publicar sobre la represión ilegal. Pero Cox no lo entendió bien: un año después lo detuvieron ilegalmente para explicárselo en persona. También a él lo salvó la presión internacional, pero no quitó que después sufriera un atentado, y su esposa Maud, un intento de secuestro.
Así estaban las cosas aquel día de 1979, cuando después de una “conferencia de prensa” del ministro Albano Harguindeguy, en la Casa de Gobierno, Cox lo siguió a su despacho con el grabador encendido. Era el mismo militar que tras el fin de la dictadura sería responsabilizado por la desaparición de cientos de personas.
Los diálogos que a continuación se reproducen se pueden escuchar completos por primera vez en Perfil.com o leerse en el libro que escribió su hijo David, Guerra sucia, secretos sucios.
—¿Cómo anda, señor Cox? Lo felicito por los comentarios. Muy conmovedor. A veces se deja llevar por ese espíritu romántico inglés, ¿no?
—Sí. Es cierto.
—Pero esos artículos que publicó hoy... Nos da bastante duro.
—No es una cuestión personal. Hay sesenta periodistas desaparecidos.
—¿Sesenta? –preguntó Harguindeguy–. Hay algunos presos, gente que está metida en...
—No. Hay sesenta periodistas desaparecidos.
—¿Nada más que sesenta? –ironizó el general.
—Sesenta desaparecidos. Creo que hay que hacer algo...
—Bueno, pero lo que usted no sabe es que hay un montón de desaparecidos –retrucó Harguindeguy.
—(...) Usted tiene que ocuparse de resolver esto. Es un problema gravísimo. (...) ¿No podría ayudarme un poco?
—Lo estamos ayudando, Cox. ¿Qué le parece que es esto, si no? –dijo aludiendo a documentos sobre el escritorio de su despacho que supuestamente contenían los nombres de todos los asesinados.
—¡Eso es una mentira! –le respondió Cox, quien ya había visto de qué se trataban esos documentos.
—Escuche, yo no soy Jesucristo. No puedo decirle a Lázaro “levántate y anda”.
—¿Dónde está el coraje militar? (...) Corren rumores de que han desaparecido tres mil personas en la ciudad.
—Están locos, Cox.
—¿Cuántos han desaparecido hasta ahora?
El jerarca militar le dijo que estaba equivocado y que Estados Unidos había inventado la mayor parte de los casos para desacreditar al gobierno argentino. Si la embajada seguía presionando, él mismo saldría a decir que estaban mintiendo, le advirtió el general. Cox le mencionó los casos concretos del periodista Fernández Pondal y del diplomático Hidalgo Solá. Harguindeguy retrucó:
—Durante la Segunda Guerra Mundial los soldados norteamericanos encerraban a sus prisioneros en fortines y los mataban a todos con granadas...
Cox respondió que no había punto de comparación, y la conversación siguió hasta que el militar dijo que recibía cartas de todo el mundo por los desaparecidos y que iba a investigar para demostrar que todo era falso. Entonces el periodista terminó: “Las investigaciones sobre los desaparecidos son una burla”.
A pocos meses de aquel encuentro, antes de que terminara 1979, Cox y su familia debieron dejar el país después de que su pequeño hijo Peter recibiera una carta en la que los amenazaban con la muerte si no lo hacían. Cuando esta semana el presidente Obama recordó su nombre, lo que nos recordó es el símbolo de un pasado horrible cruzado de gestos heroicos y de silencios que todavía retumban.
El duro diálogo off the record entre el periodista mencionado por Obama y el militar que luego sería condenado por asesinatos.
Por Gustavo Gonzalez | Perfil
TESTIMONIO. Antes de dejar el país en 1979, Cox se fotografió con su familia para protegerlos. |
Imagínense la Argentina de 1979. Ni siquiera era una guerra, era una masacre de Estado, más allá de la existencia del terrorismo privado. La dictadura controlaba las calles, las universidades, las empresas. Ya para entonces había miles de desaparecidos, aunque los medios y los periodistas permanecían mayoritariamente en silencio. Unos optaron por ser propagandistas del régimen. Los otros, por temer y callar. Lo mismo que hizo la mayor parte de la sociedad.
Ya se contaban también decenas de periodistas desaparecidos y asesinados. Además de casos notorios como los de Jacobo Timerman y Jorge Fontevecchia, detenidos en centros clandestinos y liberados después por la presión internacional.
Imagínense, entonces, en un país donde el slogan oficial era, literalmente, “El silencio es salud”, a un periodista ingresando al despacho del ministro del Interior en la Casa Rosada con el grabador encendido entre su ropa para grabar subrepticiamente una conversación.
Era junio de 1979, y el periodista, Robert Cox, director del Buenos Aires Herald. Su nombre era desconocido para todos, salvo para los familiares de los detenidos y desaparecidos. Y para la dictadura.
Los primeros lo veían como el jefe de un equipo de héroes (junto a James Neilson, Andrew Graham-Yooll y otros) que arriesgaban su vida informando día a día sobre nuevos casos y denuncias. Los familiares, como Nelva y Alberto Fontevecchia, sentían que si el nombre de su ser querido aparecía publicado en el Herald, había una chance de que esa persona fuera liberada.
Para los militares y civiles de la dictadura, en cambio, Bob era alguien peligroso, probablemente al servicio del comunismo internacional o de la Inteligencia yanqui, que para la sabiduría militar podía representar más o menos lo mismo.
Desde el primer día del golpe de Estado, hace cuarenta años, se lo habían advertido: estaba prohibido publicar sobre la represión ilegal. Pero Cox no lo entendió bien: un año después lo detuvieron ilegalmente para explicárselo en persona. También a él lo salvó la presión internacional, pero no quitó que después sufriera un atentado, y su esposa Maud, un intento de secuestro.
Así estaban las cosas aquel día de 1979, cuando después de una “conferencia de prensa” del ministro Albano Harguindeguy, en la Casa de Gobierno, Cox lo siguió a su despacho con el grabador encendido. Era el mismo militar que tras el fin de la dictadura sería responsabilizado por la desaparición de cientos de personas.
Los diálogos que a continuación se reproducen se pueden escuchar completos por primera vez en Perfil.com o leerse en el libro que escribió su hijo David, Guerra sucia, secretos sucios.
—¿Cómo anda, señor Cox? Lo felicito por los comentarios. Muy conmovedor. A veces se deja llevar por ese espíritu romántico inglés, ¿no?
—Sí. Es cierto.
—Pero esos artículos que publicó hoy... Nos da bastante duro.
—No es una cuestión personal. Hay sesenta periodistas desaparecidos.
—¿Sesenta? –preguntó Harguindeguy–. Hay algunos presos, gente que está metida en...
—No. Hay sesenta periodistas desaparecidos.
—¿Nada más que sesenta? –ironizó el general.
—Sesenta desaparecidos. Creo que hay que hacer algo...
—Bueno, pero lo que usted no sabe es que hay un montón de desaparecidos –retrucó Harguindeguy.
—(...) Usted tiene que ocuparse de resolver esto. Es un problema gravísimo. (...) ¿No podría ayudarme un poco?
—Lo estamos ayudando, Cox. ¿Qué le parece que es esto, si no? –dijo aludiendo a documentos sobre el escritorio de su despacho que supuestamente contenían los nombres de todos los asesinados.
—¡Eso es una mentira! –le respondió Cox, quien ya había visto de qué se trataban esos documentos.
—Escuche, yo no soy Jesucristo. No puedo decirle a Lázaro “levántate y anda”.
—¿Dónde está el coraje militar? (...) Corren rumores de que han desaparecido tres mil personas en la ciudad.
—Están locos, Cox.
—¿Cuántos han desaparecido hasta ahora?
El jerarca militar le dijo que estaba equivocado y que Estados Unidos había inventado la mayor parte de los casos para desacreditar al gobierno argentino. Si la embajada seguía presionando, él mismo saldría a decir que estaban mintiendo, le advirtió el general. Cox le mencionó los casos concretos del periodista Fernández Pondal y del diplomático Hidalgo Solá. Harguindeguy retrucó:
—Durante la Segunda Guerra Mundial los soldados norteamericanos encerraban a sus prisioneros en fortines y los mataban a todos con granadas...
Cox respondió que no había punto de comparación, y la conversación siguió hasta que el militar dijo que recibía cartas de todo el mundo por los desaparecidos y que iba a investigar para demostrar que todo era falso. Entonces el periodista terminó: “Las investigaciones sobre los desaparecidos son una burla”.
A pocos meses de aquel encuentro, antes de que terminara 1979, Cox y su familia debieron dejar el país después de que su pequeño hijo Peter recibiera una carta en la que los amenazaban con la muerte si no lo hacían. Cuando esta semana el presidente Obama recordó su nombre, lo que nos recordó es el símbolo de un pasado horrible cruzado de gestos heroicos y de silencios que todavía retumban.
jueves, 7 de abril de 2016
Subversión: La detención de una copera
’Señora, está destituida‘
En La primera presidente, la historiadora María Sáenz Quesada realiza una profunda investigación sobre la vida de aquella mujer que, a partir de un encuentro con Perón, no se volvió a separar de su lado. Desarrolla diferentes e importantes momentos para ella y los argentinos, como sus años de exilio, el regreso a la Argentina, el último mandato del General y su breve presidencia, acompañada por el mítico José López Rega.
Por María Sáenz Quesada | Perfil
Guardaespaldas. Isabel con Jorge Videla y Emilio Massera en enero de 1976, meses antes del golpe militar que dejó muertos y desaparecidos.
Isabel llegó en helicóptero a mediodía del 23 de marzo a la Casa de Gobierno, almorzó y recibió a Norma López Rega, Lastiri, Vignes y Norma Kennedy. También la visitó un grupo de sindicalistas, encabezado por Lorenzo Miguel, quien volvió a mostrarse optimista: “La presidente no está dispuesta a irse, no se va ni pide descanso… pronto en los barrios y en la Plaza de Mayo se podrá ver que esta reacción nuestra tiene calor popular, no caeremos sin pena ni gloria”, pronosticó el metalúrgico.
Recuerda una funcionaria de la Cancillería, que concurrió a la Casa Rosada con motivo de un seminario de Naciones Unidas para América Latina sobre participación de la mujer en la vida pública, en la víspera del golpe: “La presidente nos recibió a Quijano, a mí y, por Naciones Unidas, a la secretaria general del tema de la mujer –que estaba interesada en conocer a una jefa de Estado mujer–. Nos sentamos. Isabel en la cabecera; no había traductor, de modo que hice de intérprete. Isabel pasó 45 minutos hablando de la situación de la mujer, como si no pasara nada. Parecía irrelevante para las circunstancias que se vivían. Pero ella cumplió con la entrevista con toda calma”.
“El 23 de marzo fue un día de esquizofrenia; por un lado, la noticia de que los tanques controlaban la avenida General Paz; por otro, una serie de actos protocolares. Había venido el alcalde de Moscú, alto personaje del Politburó, y en la recepción en la embajada soviética éste le preguntó al canciller si habría golpe, preocupado porque si se cerraba el aeropuerto no podría volver en fecha (como efectivamente ocurrió)”, recuerda el ex ministro Quijano, que ese día concurrió a la presentación de credenciales de dos nuevos embajadores.
El 23, el ministro Deheza tuvo dos reuniones con los comandantes, en las que repasaron la lista de exigencias que los jefes militares habían redactado como parte del intento de acuerdo del 5 de enero. Eran metas muy ambiciosas, un replanteo del gobierno desde el vamos más que una rectificación del plan económico, la política exterior y la indisciplina social. No obstante la tensión, se sintió aliviado porque al día siguiente tendría otra más con Videla, Massera y Agosti. “Esta noche no pasará nada”, le dijo a Julio González, a pesar de que el titular del vespertino La Razón decía: “La suerte está echada”.
“La tarde del 23 de marzo –escribe monseñor Laghi– la señora, según me ha confiado monseñor Galán, permaneció casi hasta la medianoche en la Casa Rosada, incluso para anticipar el saludo de cumpleaños de una colaboradora, Beatriz Galán, sobrina de monseñor”.
En los despachos de la Secretaría Privada y Técnica, los funcionarios se quedaron un rato más conversando con el intendente de Lanús, Manuel Quindimil, y unos diputados.
Pero el problema que los desvelaba era otro: desde el mes anterior, la presidente había dado órdenes muy estrictas de que hubiera disponible en caja una suma en efectivo de 16 millones de pesos ley, tomada de los gastos reservados.
El 22 de marzo la presidente recibió a su secretario a solas y le indicó que tuviese preparada esa suma sin darle ninguna explicación. Los trámites se hicieron y los millones llegaron puntualmente en la tarde del 23, en gruesos fajos del Banco Nación. Por eso, a la hora cero del 24 de marzo, antes de partir a Olivos en helicóptero, González habló con el subsecretario, doctor Noacco, y le indicó que en caso de producirse los acontecimientos que se temían, él debía retirar los fondos y entregarlos en una escribanía para restituirlos debidamente si la presidente no los disponía. (Así se hizo después por medio de la escribanía de Bernardino Montejano.)
A medianoche, Isabel, con el rostro tenso, el pelo recogido y un elegante traje beige, se retiró de la Casa de Gobierno a bordo de un helicóptero acompañada por González y por el jefe de la custodia. Al poco rato supieron en Presidencia que la máquina no había llegado a Olivos y casi enseguida el Ejército irrumpió en la Casa Rosada.
El general Villarreal había pasado sus vacaciones en La Falda. Al regreso, a principios de febrero, le informaron que se iba a Buenos Aires, al Estado Mayor, donde se haría cargo de la Jefatura de Personal. Dependería del general Viola, que había sido su jefe directo muchos años. “Villarreal –me dijo Viola en la primera charla–, si acá se produce la ruptura del orden constitucional empiece a pensar en los cambios que tendríamos que hacer a nivel superior de Ejército, si este general va a tal lado y este general puede ir a tal otro, quién lo reemplaza, y empiece a pensar que usted también se va a ir”. Unos días después el general Galtieri, subjefe del Estado Mayor, le indica: “Villarreal, a usted le va a tocar una tarea delicada; no la va a hacer solo, la va a hacer con el brigadier Lami Dozo de la Fuerza Aérea y el almirante Santamaría; tienen que entrar a planificar la detención de la señora de Perón y el lugar donde se la va a trasladar… No se apure, yo le voy a avisar en una semana o diez días”. Pero todavía sin saber fecha. Esta se supo después.
“En el destino de Isabel no intervino el nuncio, como algunos suponen. Nosotros analizamos algunas variantes. El Messidor, en Neuquén, que resultó elegido, tenía la suficiente lejanía como para que no hubiera por ahí una manifestación de apoyo a la señora, y reunía las condiciones de aislamiento y de seguridad. Al único miembro de la Iglesia a quien yo hablé fue monseñor Tortolo, obispo de Paraná y capellán castrense, dado que una de las ‘exigencias’ que teníamos nosotros era evitar el derramamiento de sangre y que le pasara algo a la señora de Perón. Cuando hablé con el jefe de Granaderos, cuya misión es defender al presidente de la Nación, éste dijo: ‘Yo lo lamento, mi general, pero voy a cumplir con mi misión’; le digo: ‘Usted cumpla con su misión pero facilíteme la mía en el sentido de que no tenga que matar soldados, si entramos a Olivos o a la Casa Rosada, y si usted me va a colocar granaderos con ametralladoras, no me los coloque ahí delante, colóquelos al costado…”.
Esta precaución se justificaba. En efecto, en el intento revolucionario del 16 de junio de 1955, el Regimiento de Granaderos había luchado con valor en un combate terrestre contra la Infantería de Marina para defender al presidente.
En otros derrocamientos de presidentes de facto, como Eduardo Lonardi, o constitucionales, los casos de Frondizi y de Illia, esto no se había repetido, pero existía el antecedente y quizá por esta razón el operativo fue modificado.
“El día antes recorrimos con Basilio Lami Dozo Campo de Mayo y el regimiento de Palermo, a ver qué tropa tendríamos a disposición, en la hipótesis de que la detención fuera en Casa de Gobierno o en Olivos. Cuando llego de la recorrida nos llama Viola, y me dice: ‘Vamos a intentar otra alternativa; si la señora se desplaza en helicóptero hasta Olivos, el piloto simulará un desperfecto y aterrizará en Aeroparque. Prepárense para esa emergencia. Estén a las 10 pm en Aeroparque y tendrán el personal necesario’.
”Teníamos a disposición un mayor del Regimiento de Patricios, personal de Marina y el jefe de turno de Aeroparque. Organizamos de qué manera se iba a proceder. Sabíamos que el su-boficial Rafael Luisi, jefe de la custodia presidencial, era muy buen tirador, un oficial estaba encargado de seguirlo desde un control apuntándolo con un FAL… Nos quedamos esperando que nos informaran y a las 12.45 pm nos llamaron y dijeron que el helicóptero había salido de la Casa de Gobierno.
”Las luces del Aeroparque estaban apagadas y además, previamente, el avión presidencial estaba preparado del otro lado de la pista. Sentimos el rateo del helicóptero como si tuviera una falla y el aterrizaje. El jefe de turno la invitó a la señora a bajar, pero el jefe de la custodia le dice: ‘Señora, no baje del helicóptero, esperemos aquí a que los autos vengan de Olivos’.
”El piloto les advirtió que el problema de turbinas implica riesgo de incendio. Entonces bajaron. Nosotros estábamos en el dormitorio del jefe de la base, hasta que el comodoro jefe nos dice que Isabel se encontraba en su despacho. Abren la puerta, ella estaba sentada, me presenté y presenté a Lami Dozo y a Santamaría. Julio González y Luisi estaban detenidos en otro lugar, y el edecán naval, apartado. Mientras pedían el avión presidencial, pasaron 45 minutos de conversación con ella”.
“Cuando entramos nosotros estaba sentada en la pose que tenía normalmente”, dice el general Villarreal; “la saludo, le presento a Lami Dozo y a Santamaría y le digo: ‘Señora, las Fuerzas Armadas han asumido el poder político de la Nación y usted queda destituida’. ‘Estoy preparada para que hagan conmigo lo que hayan resuelto’, dice. Temblaba, era un temblor en la barbilla. Le digo: ‘No, señora, quédese tranquila, la presencia nuestra acá obedece a garantizar su seguridad personal’. Entonces pregunta: ‘¿Y se puede saber qué van a hacer conmigo?’. ‘Señora, la vamos a trasladar a la residencia El Messidor’. ‘¿Y dónde queda eso?’. ‘En la provincia del Neuquén’. ‘Pero yo estoy con lo puesto’. ‘¿Qué es lo que desea que hagamos?’. ‘Que llamen a la gobernanta de Olivos para que me prepare’”.
Los protagonistas de esta escena estaban muy nerviosos. El capitán de navío se había olvidado de grabar la conversación, como estaba convenido, y el brigadier de avisar a la Junta que ya se había concretado el operativo para que se pusieran en marcha las otras detenciones. Cuando cada uno partió a informar, la presidente y Villarreal se quedaron solos: “En la conversación dice ella: ‘General, el general Perón me dijo siempre que confiara en el Ejército y ahora el Ejército me traiciona’. ‘Mire, señora, no es el Ejército el que la traiciona, son las Fuerzas Armadas que han decidido ante la situación que vive el país asumir el poder político, no lo tome como una traición del Ejército’. ‘Pero general, en este momento en que todo el sindicalismo, la CGT, se iban a poner detrás mío para combatir la subversión, ¿ustedes me hacen esto?, ¿ustedes no saben que tienen en el propio Ejército gente que está ligada a los movimientos subversivos?’. ‘Es probable, señora, es probable’. ‘No se equivoque, hasta tienen algún general que está’. ‘Yo lo desconozco, señora’. ‘¿Usted tiene hijos, general?’. ‘Sí, señora, tengo; por eso es que estoy con toda convicción en esto que estoy haciendo’. ‘Espero que no se arrepienta, porque van a correr ríos de sangre cuando la gente salga a las calles a defenderme’. ‘Bueno, señora, son enfoques personales; usted tiene el suyo, nosotros
el nuestro’”.
Isabel no perdió la calma en ningún momento. Pasada la cuestión inicial de los nervios, se tranquilizó y empezó a conversar. (...)
Salieron. (...) Ella se fue con lo puesto (...). En el vuelo, Isabel no aceptó tomar café por temor a que la envenenasen.
En La primera presidente, la historiadora María Sáenz Quesada realiza una profunda investigación sobre la vida de aquella mujer que, a partir de un encuentro con Perón, no se volvió a separar de su lado. Desarrolla diferentes e importantes momentos para ella y los argentinos, como sus años de exilio, el regreso a la Argentina, el último mandato del General y su breve presidencia, acompañada por el mítico José López Rega.
Por María Sáenz Quesada | Perfil
Guardaespaldas. Isabel con Jorge Videla y Emilio Massera en enero de 1976, meses antes del golpe militar que dejó muertos y desaparecidos.
Isabel llegó en helicóptero a mediodía del 23 de marzo a la Casa de Gobierno, almorzó y recibió a Norma López Rega, Lastiri, Vignes y Norma Kennedy. También la visitó un grupo de sindicalistas, encabezado por Lorenzo Miguel, quien volvió a mostrarse optimista: “La presidente no está dispuesta a irse, no se va ni pide descanso… pronto en los barrios y en la Plaza de Mayo se podrá ver que esta reacción nuestra tiene calor popular, no caeremos sin pena ni gloria”, pronosticó el metalúrgico.
Recuerda una funcionaria de la Cancillería, que concurrió a la Casa Rosada con motivo de un seminario de Naciones Unidas para América Latina sobre participación de la mujer en la vida pública, en la víspera del golpe: “La presidente nos recibió a Quijano, a mí y, por Naciones Unidas, a la secretaria general del tema de la mujer –que estaba interesada en conocer a una jefa de Estado mujer–. Nos sentamos. Isabel en la cabecera; no había traductor, de modo que hice de intérprete. Isabel pasó 45 minutos hablando de la situación de la mujer, como si no pasara nada. Parecía irrelevante para las circunstancias que se vivían. Pero ella cumplió con la entrevista con toda calma”.
“El 23 de marzo fue un día de esquizofrenia; por un lado, la noticia de que los tanques controlaban la avenida General Paz; por otro, una serie de actos protocolares. Había venido el alcalde de Moscú, alto personaje del Politburó, y en la recepción en la embajada soviética éste le preguntó al canciller si habría golpe, preocupado porque si se cerraba el aeropuerto no podría volver en fecha (como efectivamente ocurrió)”, recuerda el ex ministro Quijano, que ese día concurrió a la presentación de credenciales de dos nuevos embajadores.
El 23, el ministro Deheza tuvo dos reuniones con los comandantes, en las que repasaron la lista de exigencias que los jefes militares habían redactado como parte del intento de acuerdo del 5 de enero. Eran metas muy ambiciosas, un replanteo del gobierno desde el vamos más que una rectificación del plan económico, la política exterior y la indisciplina social. No obstante la tensión, se sintió aliviado porque al día siguiente tendría otra más con Videla, Massera y Agosti. “Esta noche no pasará nada”, le dijo a Julio González, a pesar de que el titular del vespertino La Razón decía: “La suerte está echada”.
“La tarde del 23 de marzo –escribe monseñor Laghi– la señora, según me ha confiado monseñor Galán, permaneció casi hasta la medianoche en la Casa Rosada, incluso para anticipar el saludo de cumpleaños de una colaboradora, Beatriz Galán, sobrina de monseñor”.
En los despachos de la Secretaría Privada y Técnica, los funcionarios se quedaron un rato más conversando con el intendente de Lanús, Manuel Quindimil, y unos diputados.
Pero el problema que los desvelaba era otro: desde el mes anterior, la presidente había dado órdenes muy estrictas de que hubiera disponible en caja una suma en efectivo de 16 millones de pesos ley, tomada de los gastos reservados.
El 22 de marzo la presidente recibió a su secretario a solas y le indicó que tuviese preparada esa suma sin darle ninguna explicación. Los trámites se hicieron y los millones llegaron puntualmente en la tarde del 23, en gruesos fajos del Banco Nación. Por eso, a la hora cero del 24 de marzo, antes de partir a Olivos en helicóptero, González habló con el subsecretario, doctor Noacco, y le indicó que en caso de producirse los acontecimientos que se temían, él debía retirar los fondos y entregarlos en una escribanía para restituirlos debidamente si la presidente no los disponía. (Así se hizo después por medio de la escribanía de Bernardino Montejano.)
A medianoche, Isabel, con el rostro tenso, el pelo recogido y un elegante traje beige, se retiró de la Casa de Gobierno a bordo de un helicóptero acompañada por González y por el jefe de la custodia. Al poco rato supieron en Presidencia que la máquina no había llegado a Olivos y casi enseguida el Ejército irrumpió en la Casa Rosada.
La captura
El operativo de detener a la presidente de la Nación se preparó cuidadosamente. Los comandantes habían sido advertidos por la interesada de que la tendrían que sacar por la fuerza de la Casa de Gobierno. La perspectiva no resultaba grata. Porque aunque secretamente la represión clandestina, en su metodología feroz, no discriminara entre varones y mujeres, era muy distinto arrestar a la presidente en el ejercicio del cargo. La opinión internacional miraría atentamente el procedimiento y la Iglesia se había constituido en garante de la integridad física de la señora.El general Villarreal había pasado sus vacaciones en La Falda. Al regreso, a principios de febrero, le informaron que se iba a Buenos Aires, al Estado Mayor, donde se haría cargo de la Jefatura de Personal. Dependería del general Viola, que había sido su jefe directo muchos años. “Villarreal –me dijo Viola en la primera charla–, si acá se produce la ruptura del orden constitucional empiece a pensar en los cambios que tendríamos que hacer a nivel superior de Ejército, si este general va a tal lado y este general puede ir a tal otro, quién lo reemplaza, y empiece a pensar que usted también se va a ir”. Unos días después el general Galtieri, subjefe del Estado Mayor, le indica: “Villarreal, a usted le va a tocar una tarea delicada; no la va a hacer solo, la va a hacer con el brigadier Lami Dozo de la Fuerza Aérea y el almirante Santamaría; tienen que entrar a planificar la detención de la señora de Perón y el lugar donde se la va a trasladar… No se apure, yo le voy a avisar en una semana o diez días”. Pero todavía sin saber fecha. Esta se supo después.
“En el destino de Isabel no intervino el nuncio, como algunos suponen. Nosotros analizamos algunas variantes. El Messidor, en Neuquén, que resultó elegido, tenía la suficiente lejanía como para que no hubiera por ahí una manifestación de apoyo a la señora, y reunía las condiciones de aislamiento y de seguridad. Al único miembro de la Iglesia a quien yo hablé fue monseñor Tortolo, obispo de Paraná y capellán castrense, dado que una de las ‘exigencias’ que teníamos nosotros era evitar el derramamiento de sangre y que le pasara algo a la señora de Perón. Cuando hablé con el jefe de Granaderos, cuya misión es defender al presidente de la Nación, éste dijo: ‘Yo lo lamento, mi general, pero voy a cumplir con mi misión’; le digo: ‘Usted cumpla con su misión pero facilíteme la mía en el sentido de que no tenga que matar soldados, si entramos a Olivos o a la Casa Rosada, y si usted me va a colocar granaderos con ametralladoras, no me los coloque ahí delante, colóquelos al costado…”.
Esta precaución se justificaba. En efecto, en el intento revolucionario del 16 de junio de 1955, el Regimiento de Granaderos había luchado con valor en un combate terrestre contra la Infantería de Marina para defender al presidente.
En otros derrocamientos de presidentes de facto, como Eduardo Lonardi, o constitucionales, los casos de Frondizi y de Illia, esto no se había repetido, pero existía el antecedente y quizá por esta razón el operativo fue modificado.
“El día antes recorrimos con Basilio Lami Dozo Campo de Mayo y el regimiento de Palermo, a ver qué tropa tendríamos a disposición, en la hipótesis de que la detención fuera en Casa de Gobierno o en Olivos. Cuando llego de la recorrida nos llama Viola, y me dice: ‘Vamos a intentar otra alternativa; si la señora se desplaza en helicóptero hasta Olivos, el piloto simulará un desperfecto y aterrizará en Aeroparque. Prepárense para esa emergencia. Estén a las 10 pm en Aeroparque y tendrán el personal necesario’.
”Teníamos a disposición un mayor del Regimiento de Patricios, personal de Marina y el jefe de turno de Aeroparque. Organizamos de qué manera se iba a proceder. Sabíamos que el su-boficial Rafael Luisi, jefe de la custodia presidencial, era muy buen tirador, un oficial estaba encargado de seguirlo desde un control apuntándolo con un FAL… Nos quedamos esperando que nos informaran y a las 12.45 pm nos llamaron y dijeron que el helicóptero había salido de la Casa de Gobierno.
”Las luces del Aeroparque estaban apagadas y además, previamente, el avión presidencial estaba preparado del otro lado de la pista. Sentimos el rateo del helicóptero como si tuviera una falla y el aterrizaje. El jefe de turno la invitó a la señora a bajar, pero el jefe de la custodia le dice: ‘Señora, no baje del helicóptero, esperemos aquí a que los autos vengan de Olivos’.
”El piloto les advirtió que el problema de turbinas implica riesgo de incendio. Entonces bajaron. Nosotros estábamos en el dormitorio del jefe de la base, hasta que el comodoro jefe nos dice que Isabel se encontraba en su despacho. Abren la puerta, ella estaba sentada, me presenté y presenté a Lami Dozo y a Santamaría. Julio González y Luisi estaban detenidos en otro lugar, y el edecán naval, apartado. Mientras pedían el avión presidencial, pasaron 45 minutos de conversación con ella”.
“Cuando entramos nosotros estaba sentada en la pose que tenía normalmente”, dice el general Villarreal; “la saludo, le presento a Lami Dozo y a Santamaría y le digo: ‘Señora, las Fuerzas Armadas han asumido el poder político de la Nación y usted queda destituida’. ‘Estoy preparada para que hagan conmigo lo que hayan resuelto’, dice. Temblaba, era un temblor en la barbilla. Le digo: ‘No, señora, quédese tranquila, la presencia nuestra acá obedece a garantizar su seguridad personal’. Entonces pregunta: ‘¿Y se puede saber qué van a hacer conmigo?’. ‘Señora, la vamos a trasladar a la residencia El Messidor’. ‘¿Y dónde queda eso?’. ‘En la provincia del Neuquén’. ‘Pero yo estoy con lo puesto’. ‘¿Qué es lo que desea que hagamos?’. ‘Que llamen a la gobernanta de Olivos para que me prepare’”.
Los protagonistas de esta escena estaban muy nerviosos. El capitán de navío se había olvidado de grabar la conversación, como estaba convenido, y el brigadier de avisar a la Junta que ya se había concretado el operativo para que se pusieran en marcha las otras detenciones. Cuando cada uno partió a informar, la presidente y Villarreal se quedaron solos: “En la conversación dice ella: ‘General, el general Perón me dijo siempre que confiara en el Ejército y ahora el Ejército me traiciona’. ‘Mire, señora, no es el Ejército el que la traiciona, son las Fuerzas Armadas que han decidido ante la situación que vive el país asumir el poder político, no lo tome como una traición del Ejército’. ‘Pero general, en este momento en que todo el sindicalismo, la CGT, se iban a poner detrás mío para combatir la subversión, ¿ustedes me hacen esto?, ¿ustedes no saben que tienen en el propio Ejército gente que está ligada a los movimientos subversivos?’. ‘Es probable, señora, es probable’. ‘No se equivoque, hasta tienen algún general que está’. ‘Yo lo desconozco, señora’. ‘¿Usted tiene hijos, general?’. ‘Sí, señora, tengo; por eso es que estoy con toda convicción en esto que estoy haciendo’. ‘Espero que no se arrepienta, porque van a correr ríos de sangre cuando la gente salga a las calles a defenderme’. ‘Bueno, señora, son enfoques personales; usted tiene el suyo, nosotros
el nuestro’”.
Isabel no perdió la calma en ningún momento. Pasada la cuestión inicial de los nervios, se tranquilizó y empezó a conversar. (...)
Salieron. (...) Ella se fue con lo puesto (...). En el vuelo, Isabel no aceptó tomar café por temor a que la envenenasen.
miércoles, 6 de abril de 2016
Guerra Antisubversiva: La diplomacia oculta
La diplomacia secreta de la dictadura
En los primeros meses tras el golpe, Cancillería emitió 64 cables. Hasta ahora desconocidos, muestran al terrorismo de Estado en acción. Galería de imágenes.
Por Rodrigo Lloret - Perfil
Tienen la marca de las violaciones a los derechos humanos. Demuestran el apoyo de los diplomáticos civiles al plan de represión militar. Y durante muchas décadas fueron secretos, hasta ahora. A cuarenta años del sangriento golpe militar de 1976, PERFIL revela en exclusiva los documentos que fueron recientemente desclasificados donde se reflejan los primeros pasos dados por la dictadura en el escenario internacional.
Se trata de 64 cables emitidos por los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina en los primeros tres meses posteriores al golpe del 24 de marzo de 1976. En su mayoría están archivados bajo la carátula de “secretos” y revelan las mayores preocupaciones de la dictadura en esos primeros momentos: cómo frenar los pedidos de asilo que se multiplicaban en las embajadas extranjeras, cómo articular esfuerzos con las dictaduras sudamericanas contra “marxistas”, y cómo explicar en el mundo lo que denominaron una “guerra” contra “subversivos”.
La desclasificación se produjo luego de que el gobierno de Cristina Kirchner firmara un acuerdo con el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) para la creación de la Comisión de Relevamiento para la Recuperación de la Memoria Histórica en la Cancillería argentina. La liberación de archivos comenzó en 2009 y la última etapa se produjo recientemente.
Inicios del Plan Cóndor
El 2 de abril de 1976, se emitió un cable “secreto” fechado en la embajada argentina en Santiago de Chile. Fue titulado “Repercusión local situación política argentina”, y allí se informa sobre el sentimiento de los “círculos políticos” chilenos tras el golpe de Argentina. Se aseguraba que había una “total unanimidad en destacar imperiosa necesidad de que las Fuerzas Armadas procedieran a ocupar evidente vacío de poder”, a la vez que se anunciaba que había en el “ejército y mandos superiores” trasandinos una “total identificación y actitud de solidaridad”.También se aseguraba que existía “admiración” por la “mesura con que se actuó, entendiéndola como dirigida a evitar los graves problemas internacionales que padece Chile”, en referencia a las críticas que tenía la dictadura de Augusto Pinochet en relación con las violaciones a los derechos humanos en el escenario internacional.
Es interesante observar en este cable que los militares chilenos se mostraban “un poco desencantados” con la relación entre la Junta argentina y el Partido Comunista porque se esperaba “una línea más coincidente con la del gobierno chileno”, lo que “aliviaría el actual rol de únicos objetivos de ataque del comunismo internacional”.
El 24 de abril otro cable “secreto” fue emitido desde la embajada argentina de Montevideo. Allí se revelan los primeros movimientos de la dictadura para establecer contactos con militares de la región. El documento fue preparado días antes de la visita de Pinochet a Uruguay y anunciaba el objetivo de las Fuerzas Armadas del Cono Sur de “tomar iniciativa conjunta en campaña antimarxista que planease orquestarse a nivel latinoamericano”.
En lo que podría ser uno de los primeros indicios del Plan Cóndor, el documento advertía sobre la necesidad de “asegurarse adopción de medidas colectivas de resguardo a seguridad interna a país del área”, para lo que proponía realizar un “permanente intercambio informativo, esencialmente centrado en materias vinculadas a la seguridad, orden económico, jurídico y político”. El cable cierra asegurando que las Fuerzas Armadas uruguayas y chilenas estarían de acuerdo en “concentrar esfuerzos de naciones de un mismo signo ideológico a fin de lograr mayores beneficios”.
Guardias en las embajadas
Pero el mayor problema que enfrentó la dictadura argentina en esos primeros meses fue el relacionado con las denuncias de exiliados y refugiados de países limítrofes que estaban residiendo en el país al momento de producido el golpe. Hasta el 24 de marzo de 1976, Argentina era una democracia rodeada de dictaduras y aquí habían encontrado refugio muchos exiliados de la región, principalmente uruguayos y chilenos. Las primeras denuncias sobre la persecución a estos refugiados llegaron en abril de 1976 cuando el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) emitió un mensaje desde su sede en Ginebra: la oficina de las Naciones Unidas estimó en 16 mil los casos de refugiados que podrían correr peligro en la Argentina.La Consejería Legal de la Cancillería respondió a Acnur con un memorándum interno emitido el 14 de abril de 1976. El documento fue titulado “Información sobre asilo” y allí se informaba que “la concesión del asilo diplomático es resuelta por la Cancillería” y se recordaba que “la persona a la cual se le ha concedido asilo territorial no puede ser entregada a las autoridades de otro Estado sino por la vía de extradición”, para lo que remarcaba “la dificultad de determinar el límite entre el delito común y el delito político.
Como la situación de los refugiados de carácter político iba en aumento, la Dirección General de Política Exterior emitió un nuevo memorándum el 23 de abril de 1976 donde se anuncia que “las variables circunstancias por las que ha atravesado el país han hecho que últimamente ciudadanos argentinos y extranjeros buscaran ‘refugio’ en representaciones extranjeras”.
Para no sufrir una condena internacional, los diplomáticos de la dictadura recomendaron en ese cable “reservado” que se intentara evitar que los pedidos de asilo se transformaran en “incidentes” y advertía que “la mejor forma de procurarlo sería logrando soluciones oficiosas”, pero aclaraba, “no oficiales” para que no quedaran registros en las representaciones extranjeras involucradas. Por último, los civiles de la Cancillería directamente recomendaban “reforzar las guardias en las embajadas y oficinas extranjeras a fin de dificultar nuevos casos de asilo” y exigían “estricta reserva en todo lo que tenga vinculación con estos asuntos”.
Campaña antiargentina
El plan sistemático de represión había evitado que se produjeran protestas en Argentina, pero la dictadura fue desafiada en el extranjero. Un cable fechado en el consulado argentino de San Francisco, Estados Unidos, el 12 de abril de 1976 anuncia la primera alarma por “un grupo de 15 personas que desfilaban portando carteles críticos” de la Junta. Se mencionaba que se trataba de exiliados argentinos que protestaban contra “el nuevo gobierno”.Como las críticas se repetían, la Cancillería produjo un protocolo para sus propios funcionarios. La circular telegráfica fechada el 28 de mayo de 1976 anunciaba a los diplomáticos que “en caso que en conversaciones con periodistas o personalidades se suscite cuestión relativa a Derechos Humanos en la República” se debería tener en cuenta “las siguientes pautas: Gobierno Junta Militar ha ratificado su decisión de respetar Derechos Humanos tal como lo expresó Presidente Videla en su discurso del 30 de marzo”.
La circular también pedía a los diplomáticos argentinos que recordaran que Argentina se encontraba “enfrentando una lucha abierta contra el terrorismo y la subversión con el objeto de cumplir su función primordial de salvaguardar estilo de vida democrático y la seguridad y bienes nacionales y extranjeros”. Y también se recomendaba a los funcionarios de la dictadura remarcar que “grupos subversivos habían incrementado sus esfuerzos a fin de lograr sus objetivos incluso confundiendo opinión pública internacional para deteriorar imagen externa”.
El cable cierra pidiendo a los diplomáticos que recuerden a las autoridades de “gobiernos responsables que no se hagan eco de esa campaña de propaganda internacional realizada precisamente por sectores que no manifestaron repudio por asesinatos cometidos por bandas terroristas subversivas”.
Ocultamiento, justificación e impunidad para justificar las violaciones a los derechos humanos. Así operó la diplomacia de la represión: un cuerpo de funcionarios civiles que trabajaron para la más sangrienta dictadura
martes, 5 de abril de 2016
Argentina: El fascismo peronista en propaganda
lunes, 4 de abril de 2016
Independencia: San Martin arriba a Chile
"Mis amigos me han abandonado"
El 25 de marzo se cumple otro aniversario de la proclama que San Martín dirigió al pueblo chileno en uno de los momentos más dramáticos de la guerra independentista.
Los Andes
"Mis amigos me han abandonado" Juan Marcelo Calabria - Asociación Cultural Sanmartiniana “Mi Tebaida”
Después de la batalla de Chacabuco ocurrida el 12 de febrero de 1817, José de San Martín creyó haber afianzado la independencia de Chile definitivamente, y así lo confirmaba en el parte de la acción que envió al Superior Gobierno de la Provincias Unidas del Río de la Plata, en cuyo último párrafo expresaba: "Al Ejército de Los Andes queda para siempre la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos la cordillera más elevada del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile".
Estas arrogantes palabras dan idea sin duda del orgullo que sentía el Libertador en aquellos momentos de victoria; sin embargo la realidad determinaba que el resto de los ejércitos realistas se refugiaba en el sur para hacerse fuertes en la Plaza de Talcahuano y desde allí resistir la avanzada patriota. A partir de ese momento la guerra de la Independencia allende los Andes se estancaba en una meseta en la que realistas y americanos disputarían palmo a palmo el territorio chileno.
A principio de 1818 y luego de un año de acciones infructuosas, San Martín y la Logia Lautaro de Santiago decidieron que la división del sur, comandada por O'Higgins se replegara hacia la capital a fin de reunir las fuerzas y dar una batalla decisiva contra el enemigo.
La retirada de Concepción comenzó en enero con el fin de concentrar las tropas en el campamento instalado al sur de Valparaíso.
Entre tanto en la capital, a fin de retemplar los ánimos y dar un nuevo impulso a la guerra independentista, el Libertador José Francisco de San Martín, unido a las autoridades de Chile, proclamaba solemnemente el 12 de febrero de 1818 la Independencia de aquel país.
El 19 de marzo con las tropas patriotas ya reunidas y ante la amenaza del ejército de Osorio, San Martín ordenó que el ejército unido acelerara su marcha con el fin de cortar el avance de su adversario, sin lograrlo por las dificultades que presentaba el terreno cortado por barrancas y pantanos, irregularidades topográficas que le dan el nombre de Cancha Rayada; por dos veces la caballería patriota al mando de Antonio González Balcarce trató de romper las filas enemigas sin conseguirlo.
Así las cosas en la noche de ese día 19 uno de los más intrépidos oficiales realistas, el general Ordóñez decidió cargar contra el ejército sanmartiniano logrando una pronta victoria en lo que se conoce, para las huestes patriotas, como el desastre de Cancha Rayada.
La derrota produjo la dispersión del ejército unido y gran parte de las tropas y pertrechos se perdieron, incluso el mismo O'Higgins que había participado en la acción, fue gravemente herido y su caballo muerto en batalla.
Al llegar la noticia a Santiago, la confusión hizo presa del pueblo chileno y muchos que habían apoyado la causa independentista huyeron prontamente a Mendoza.
Mientras la incertidumbre crecía y se desconocía el paradero de O'Higgins y San Martín, en Santiago, Tomás Guido junto a los patriotas chilenos, tomaban los recaudos necesarios para resistir la avanzada realista que se suponía se concretaría en breve sobre la capital chilena.
Así estaban las cosas cuando se conoció la noticia de que el General Las Heras había salvado una de las divisiones patriotas y escapaba del enemigo al frente de 3.500 hombres dirigiéndose hacia San Fernando. Allí se encontró con San Martín que le encomendó reorganizar las tropas en tanto él seguía camino hacia Santiago.
Al llegar a la capital Guido se adelantó para recibirlo y allí, acongojado por la derrota, San Martín dijo a su querido lancero: "Mis amigos me han abandonado, correspondiendo así a mis afanes". A lo que Guido respondió: "No General, rechace usted con su genial coraje todo pensamiento que lo apesadumbre. Sé bien lo que ha pasado y si algunos hay que sobrecogidos después de la sorpresa le han vuelto la espalda, muy pronto estarán a su lado. A Ud. se le aguarda en Santiago como su anhelado salvador".
En efecto el 25 de marzo, San Martín ingresaba a Santiago y, ante la mirada expectante de los chilenos, exclamó: "El ejército de la patria se sostiene con gloria al frente del enemigo? los tiranos no han avanzado un punto de su atrincheramiento? la Patria existe y triunfará y yo empeño mi palabra de honor de dar un día de gloria a la América del Sur".
Y el día de gloria llegaría pronto. Tan sólo 11 días después el Ejército de los Andes, junto a las divisiones de Chile, daba la gran victoria de Maipú que aseguró no sólo la independencia de Chile sino que abría la puerta para la expedición Libertadora hacia el Perú y animaba los esfuerzos de los ejércitos bolivarianos.
Simón Bolívar se encontraba en Angostura cuando, al conocer la victoria lograda por el Ejército de los Andes en los llanos de Maipú, exclamó: "El día de la América ha llegado", San Martín había dado ese día como muchos otros que lo consagrarían como uno de los hombres más grandes de América cumpliendo con su palabra empeñada aquel 25 de marzo de 1818.
El 25 de marzo se cumple otro aniversario de la proclama que San Martín dirigió al pueblo chileno en uno de los momentos más dramáticos de la guerra independentista.
Los Andes
"Mis amigos me han abandonado" Juan Marcelo Calabria - Asociación Cultural Sanmartiniana “Mi Tebaida”
Después de la batalla de Chacabuco ocurrida el 12 de febrero de 1817, José de San Martín creyó haber afianzado la independencia de Chile definitivamente, y así lo confirmaba en el parte de la acción que envió al Superior Gobierno de la Provincias Unidas del Río de la Plata, en cuyo último párrafo expresaba: "Al Ejército de Los Andes queda para siempre la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos la cordillera más elevada del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile".
Estas arrogantes palabras dan idea sin duda del orgullo que sentía el Libertador en aquellos momentos de victoria; sin embargo la realidad determinaba que el resto de los ejércitos realistas se refugiaba en el sur para hacerse fuertes en la Plaza de Talcahuano y desde allí resistir la avanzada patriota. A partir de ese momento la guerra de la Independencia allende los Andes se estancaba en una meseta en la que realistas y americanos disputarían palmo a palmo el territorio chileno.
A principio de 1818 y luego de un año de acciones infructuosas, San Martín y la Logia Lautaro de Santiago decidieron que la división del sur, comandada por O'Higgins se replegara hacia la capital a fin de reunir las fuerzas y dar una batalla decisiva contra el enemigo.
La retirada de Concepción comenzó en enero con el fin de concentrar las tropas en el campamento instalado al sur de Valparaíso.
Entre tanto en la capital, a fin de retemplar los ánimos y dar un nuevo impulso a la guerra independentista, el Libertador José Francisco de San Martín, unido a las autoridades de Chile, proclamaba solemnemente el 12 de febrero de 1818 la Independencia de aquel país.
El 19 de marzo con las tropas patriotas ya reunidas y ante la amenaza del ejército de Osorio, San Martín ordenó que el ejército unido acelerara su marcha con el fin de cortar el avance de su adversario, sin lograrlo por las dificultades que presentaba el terreno cortado por barrancas y pantanos, irregularidades topográficas que le dan el nombre de Cancha Rayada; por dos veces la caballería patriota al mando de Antonio González Balcarce trató de romper las filas enemigas sin conseguirlo.
Así las cosas en la noche de ese día 19 uno de los más intrépidos oficiales realistas, el general Ordóñez decidió cargar contra el ejército sanmartiniano logrando una pronta victoria en lo que se conoce, para las huestes patriotas, como el desastre de Cancha Rayada.
La derrota produjo la dispersión del ejército unido y gran parte de las tropas y pertrechos se perdieron, incluso el mismo O'Higgins que había participado en la acción, fue gravemente herido y su caballo muerto en batalla.
Al llegar la noticia a Santiago, la confusión hizo presa del pueblo chileno y muchos que habían apoyado la causa independentista huyeron prontamente a Mendoza.
Mientras la incertidumbre crecía y se desconocía el paradero de O'Higgins y San Martín, en Santiago, Tomás Guido junto a los patriotas chilenos, tomaban los recaudos necesarios para resistir la avanzada realista que se suponía se concretaría en breve sobre la capital chilena.
Así estaban las cosas cuando se conoció la noticia de que el General Las Heras había salvado una de las divisiones patriotas y escapaba del enemigo al frente de 3.500 hombres dirigiéndose hacia San Fernando. Allí se encontró con San Martín que le encomendó reorganizar las tropas en tanto él seguía camino hacia Santiago.
Al llegar a la capital Guido se adelantó para recibirlo y allí, acongojado por la derrota, San Martín dijo a su querido lancero: "Mis amigos me han abandonado, correspondiendo así a mis afanes". A lo que Guido respondió: "No General, rechace usted con su genial coraje todo pensamiento que lo apesadumbre. Sé bien lo que ha pasado y si algunos hay que sobrecogidos después de la sorpresa le han vuelto la espalda, muy pronto estarán a su lado. A Ud. se le aguarda en Santiago como su anhelado salvador".
En efecto el 25 de marzo, San Martín ingresaba a Santiago y, ante la mirada expectante de los chilenos, exclamó: "El ejército de la patria se sostiene con gloria al frente del enemigo? los tiranos no han avanzado un punto de su atrincheramiento? la Patria existe y triunfará y yo empeño mi palabra de honor de dar un día de gloria a la América del Sur".
Y el día de gloria llegaría pronto. Tan sólo 11 días después el Ejército de los Andes, junto a las divisiones de Chile, daba la gran victoria de Maipú que aseguró no sólo la independencia de Chile sino que abría la puerta para la expedición Libertadora hacia el Perú y animaba los esfuerzos de los ejércitos bolivarianos.
Simón Bolívar se encontraba en Angostura cuando, al conocer la victoria lograda por el Ejército de los Andes en los llanos de Maipú, exclamó: "El día de la América ha llegado", San Martín había dado ese día como muchos otros que lo consagrarían como uno de los hombres más grandes de América cumpliendo con su palabra empeñada aquel 25 de marzo de 1818.
sábado, 2 de abril de 2016
Análisis estadounidense del 2 de Abril
Problemas domésticos llevado a la invasión de Argentina; Análisis de noticias
Por EDWARD SCHUMACHER, especial para el New York Times
Publicado: 7 Abril 1982
New York Times
BUENOS AIRES, Abril 6- Hace tres semanas, un equipo de demolición civil de unos 40 argentinos desembarcó en la isla británica de Georgia del Sur para desmantelar una estación ballenera abandonada e izó la bandera argentina. El viernes, miles de soldados argentinos invadieron la colonia británica de las Islas Malvinas, Georgia del Sur incluidos. Hoy en día se están cavando en la mitad de la Armada británica cuece al vapor hacia las islas.
¿Por qué los argentinos lo hicieron? Las razones específicas no están claras, pero que subyace en la toma de las islas británicas son un nacionalismo ferviente, un sentido de la frustración de fracaso nacional en los últimos años y un Gobierno con su espalda contra la pared en el país.
'' Una convergencia de los acontecimientos hizo que la invasión mirada sensible en los ojos locales '', dijo un diplomático aquí. Ángel Robledo, un líder de la oposición peronista del partido, dijo: '' Con tantas cosas malas en el país, esto es, finalmente, una buena cosa. Retomando las islas tiene un tono moral y espiritual para el pueblo argentino ''.
La Argentina, con un tercio del tamaño de los Estados Unidos y con sólo 28 millones de personas, es rico en recursos. Antes de la Segunda Guerra Mundial su desarrollo económico estaba a la par con la de Canadá, pero durante los últimos 40 años se ha Argentina hundía en el caos. Los militares tomaron el poder en un golpe de estado hace seis años, decidido a romper el patrón, pero son capturados este año en una de las peores recesiones de la historia argentina y la inflación es de aproximadamente 150 por ciento al año.
El General Leopoldo F. Galtieri asumió la presidencia en un golpe de estado en diciembre, pero su Gobierno ha estado a la defensiva y, el 30 de marzo, se enfrentó a las protestas laborales violentos. La policía mató a dos manifestantes e hirió a cinco.
La planificación de la invasión comenzó dos semanas antes de las protestas, según diplomáticos, poco después de que el equipo de demolición, que había estado bajo un contrato a una empresa escocesa, recibió la orden de Georgia del Sur por científicos de la estación de British Antarctic Survey.
Pero, de acuerdo con los diplomáticos, mientras que el conjunto de tropas y equipo y el movimiento de los buques estaban en marcha, nadie pensó que Argentina sería realmente aprovechar las Malvinas.
Los diplomáticos dicen que fue la demanda británica que el equipo de demolición dejar Georgia del Sur que fue el catalizador de la operación militar. líderes de la oposición de la Argentina comparten el deseo de control sobre las Islas Malvinas. El viernes, decenas de miles de argentinos celebraron la convulsión en frente del palacio presidencial, e incluso el Partido Comunista felicitó al Gobierno.
Los argentinos son fervientemente nacionalista. Para la mayor parte de los últimos 40 años, el país ha tenido enormes barreras para mantener fuera las importaciones y el capital extranjero. Un punto de vista común, especialmente en el Partido Peronista, es que las corporaciones multinacionales han conspirado para mantener a Argentina una potencia de segundo orden y proveedor de carne único y trigo, sus principales productos de exportación.
Los colores nacionales de cielo corriente azul y blanco de los espejos retrovisores de muchos coches privados. El año pasado, un jugador de rugby de Irlanda del Norte fue encarcelado durante varias semanas para la destrucción de una bandera argentina en una broma. Tres personas fueron detenidas recientemente por no defender el himno nacional.
La propiedad británica de las Falklands, que los argentinos llaman las Islas Malvinas, ha sido una espina en particular. Los libros de agentes aduaneros se refieren a las islas como las Islas Malvinas. Un libro de viajes Inglés tiene el nombre Malvinas pegado sobre el original.
Argentina y Gran Bretaña habían estado negociando durante 17 años sobre las islas. Las islas han adquirido un nuevo valor a causa de la pesca y la posibilidad de petróleo en alta mar, pero los argentinos decir la economía no es la cuestión principal. '' El objetivo final era levantar la bandera de la isla '', dijo un diplomático.
La última ronda de negociaciones fue en febrero en Nueva York, y los funcionarios regresó quejándose de lo que vieron como la falta de seriedad británica.
El ex canciller Oscar Camilión, quien hasta diciembre fue el negociador con los británicos, dijo de sus encuentros con Lord Carrington: '' Tengo la idea de que yo no tenía su atención al 100 por ciento. Ahora creo que se debe entender que somos serios ''
viernes, 1 de abril de 2016
SGM: Cómo murió Rommel
Cómo murió realmente Rommel
Por la Condesa de Waldeck
Historias de la Segunda Guerra Mundial
EL GENERAL Erwin Rommel tenía cuarenta y nueve años cuando alcanzó fama universal como jefe de la Séptima División Panzer durante la arrolladora embestida de los alemanes a través de Francia en mayo de 1940. Dos años más tarde, cuando el “Afrika Korps”, que mandaba, avanzó hasta menos de 100 kilómetros de Alejandría, su nombre era popular en todos los rincones del mundo. Aquel año Hitler lo hizo mariscal de campo, y una encuesta pública de la opinión inglesa lo proclamó el general más hábil de la guerra.
Cuando los “tommies” del Octavo Ejército Británico, que luchó contra él en África hablaban de “hacer un Rommel”, querían decir hacer algo estupendamente. Su astucia y su genio improvisador le valieron el apodo de “la zorra del desierto”. En cierta ocasión, viéndose gravemente amenazado por el avance de los ingleses, consiguió ahuyentarlos amedrentados haciéndoles creer que disponía de fuerzas superiores. Sabedor de que la Real Fuerza Aérea fotografiaba a diario las líneas alemanas, ordenó que todos los vehículos disponibles circulasen sin parar uno tras otro durante dos noches consecutivas por la zona circundante del desierto. Las fotografías aéreas y la propaganda alemana llevaron a los ingleses a exagerar las fuerzas de Rommel y se retiraron.
En otra ocasión estaba dando órdenes de atacar cuando le dijeron que solamente había disponibles seis tanques. “¡Entonces ataque con arena!”, tronó Rommel. Momentos después hasta el último vehículo del cuerpo estaba corriendo en círculo dentro de un espacio de pocos kilómetros. Entre el inmenso torbellino de arena y polvo que se levantó, los seis tanques dispararon a ciegas sobre el enemigo. Creyéndose atacados por toda una división de “panzers”, los ingleses huyeron.
Rommel poseía una cualidad que pudiera llamarse atractivo militar. Estaba en su manera garbosa de ladearse la gorra; estaba en su fina astucia de campesino. Para los soldados, que le veían sacar el cuerpo fuera de la torrecilla del tanque en el frente de combate, era el dios de las batallas. “Quédese junto a mí —dijo en cierta ocasión a uno de sus oficiales cuando ambos estaban bajo el fuego enemigo— A mí nunca me pasa nada”. Pero algo le pasó, por fin.
¿Cuáles fueron las circunstancias por tanto tiempo encubiertas de su misteriosa muerte? Según la versión oficial alemana murió a consecuencia de heridas que recibiera cuando su automóvil de mando fue ametrallado cerca de la villa de Livarot, al Sur de El Havre, en los días de la invasión de Normandía. Pero la verdad es mucho más dramática —y más reveladora.
Fue durante las batallas desfavorables de la campaña de África cuando Rommel se dio cuenta por vez primera del desprecio profundo que Hitler sentía por el ser humano. Rommel sabía que la campaña estaba irremisiblemente perdida a causa de la falta de gasolina y armamento de los alemanes y del poder ofensivo grandemente reforzado de los ingleses. En consecuencia, pidió a Hitler que retirase las tropas alemanas por ser el único medio de salvar la vida de miles de soldados.
Hitler le contestó furioso: “¡Hay que triunfar o morir!”
“Yo no morí ni triunfé”, comentó secamente Rommel algún tiempo después.
Antes de la rendición de Túnez, en mayo de 1943, Hitler había ordenado el regreso a Alemania de Rommel para que formase parte del séquito del Führer y evitar así que su nombre se identificara con la derrota.
Los meses siguientes fueron amargos. Rommel nunca había pertenecido al Partido Nazi ni jamás se le condecoró con su áureo emblema. Preocupado con su propio engrandecimiento, había ignorado hasta entonces las matanzas en masa, los trabajadores esclavos, los campos de concentración, el terror de la Gestapo en los países ocupados. Ahora estaba horrorizado por lo que los nazis habían llevado a cabo en nombre del pueblo alemán. “Yo hice la guerra honradamente —decía—, pero los nazis me han mancillado el uniforme”. Más adelante, cuando Hitler hizo circular la famosa orden de fusilar rehenes en la proporción de doce a uno, Rommel fue uno de los pocos jefes militares alemanes que la tiró al cesto de los papeles.
Lo que más dolía a Rommel era haber llegado por fin a la certeza de que Hitler arrastraría con él a Alemania entera al abismo, antes que rendirse.
Para mantener la confianza del pueblo e impresionar a los aliados, Hitler encomendó a Rommel el mando de las fuerzas de tierra contra la invasión de Normandía. El mariscal previó muy pronto que no sería posible rechazar una invasión aliada en gran escala con los medios desesperadamente escasos de material y tropas que tenía a su disposición. En abril de 1944 conferenció con el general Karl Heinrich von Stülpnagel, comandante militar de Francia y uno de los cabecillas de la resistencia alemana contra Hitler, sobre los medios y arbitrios de terminar cuanto antes la guerra en occidente y derrocar el régimen nazi.
Con la esperanza de conseguir condiciones un poco mejores que la rendición incondicional proclamada por los aliados, Rommel quería proponer un armisticio a Eisenhower y Montgomery sin que Hitler lo supiera. Su oferta fundamental consistía en que las tropas germánicas se retirasen detrás de la frontera occidental de Alemania. En compensación, los aliados suspenderían inmediatamente el, bombardeo de ciudades alemanas. En el Este, sin embargo, los alemanes continuarían luchando en un frente reducido —Rumania, Lemberg, el Vístula, Memel— “para defender la civilización occidental”.
Ilustración 7: Rommel en África
Rommel propuso que algunas unidades “panzers”, en las cuales tenía confianza, se apoderasen de Hitler y que el Führer fuese juzgado por un tribunal alemán. No creía conveniente matar a Hitler sin formación de causa y elevarlo así a la categoría de mártir.
Mientras tanto, enormes contingentes aliados se habían acumulado en las costas de Normandía, y Rommel envió el 15 de julio de 1944 un ultimátum a Hitler pidiendo la inmediata iniciación de negociaciones de armisticio. Dio a Hitler cuatro días para contestar.
En el atardecer del 17 de julio, Rommel, que regresaba del frente, llegó a las afueras de Livarot. Repentinamente dos aviones con marcas inglesas se lanzaron hacia él directamente. Uno de ellos, volando a pocos metros de tierra, ametralló el lado izquierdo del automóvil. Rommel fue lanzado sin sentido fuera del vehículo. Cuando estaba tendido en la carretera, el segundo aeroplano descendió muy bajo y abrió fuego. Rommel resultó herido de tanta gravedad —el cráneo fracturado, dos fracturas en la sien, un pómulo roto, una lesión en el ojo izquierdo, conmoción cerebral— que los médicos dudaron que saliera con vida.
Y por extraño que parezca, no existe en los archivos de la Real Fuerza Aérea informe alguno referente al ametrallamiento de un automóvil aislado cerca de Livarot a aquella hora del 17 de julio. ¿Acaso era esa la respuesta de Hitler al ultimátum?
En todo caso era el primero de dos graves reveses que sufrió el complot antinazi. El segundo ocurrió el 20 de julio. Fue la “Operación Valkyr”, una conspiración de jefes del ejército alemán y elementos civiles antinazistas para asesinar a Hitler (en cuyos preparativos intervino previamente Rommel arrastrado por von Stülpnagel). Esta conspiración erró el blanco en el cuartel general del Führer en Prusia. La bomba estalló a dos metros de Hitler, destrozó el edificio, hirió a diez hombres y mató a tres. Pero Hitler salió ileso milagrosamente.
La venganza nazi persiguió a los conspiradores. Los que fueron capturados perecieron en la horca.
A fines del verano, Rommel se encontraba perfectamente restablecido. Excepción hecha de cierta parálisis parcial del ojo izquierdo, estaba como nuevo.
El 14 de octubre se levantó temprano en su villa de Herrlingen, cerca de Ulm, para recibir a su hijo Manfred, muchacho de dieciséis años que venía a casa en disfrute de una breve licencia del Ejército. Pero otro visitante menos bienvenido se presentó al mediodía. Una llamada telefónica recibida la noche anterior había hecho saber a Rommel que el general Burgdorf iría a verlo enviado por el Führer para tratar con él lo referente a “su nombramiento para un nuevo mando”. El mariscal dijo a Manfred durante el desayuno: “Esta visita de Burgdorf bien podría ser un lazo”.
Ilustración 8: Entierro de Rommel
A las doce en punto llegó el general Burgdorf acompañado del general Maisel. Rommel, su esposa e hijo acogieron a los visitantes.
Estos besaron la mano a la dama. Cambiaron los habituales lugares comunes sobre el precioso tiempo otoñal y la salud de todos los presentes, sin olvidar el espléndido restablecimiento del mariscal. Luego, Frau Rommel y Manfred se retiraron.
Poco después de la una, Rommel subió a la habitación de su esposa. —¿Qué ocurre? —exclamó Frau Rommel, alarmada por el rostro de su marido.
—Dentro de un cuarto de hora estaré muerto —contestó Rommel ensimismado, como si paladeara las palabras para hallarles su sentido.
Luego explicó rápidamente que las declaraciones de von Stülpnagel (que había sido ahorcado después que perdió la vista en un intento de suicidio) no habían dejado duda alguna sobre la participación de Rommel en el complot del 20 de julio. En consecuencia, Hitler le permitía escoger entre morir envenenado inmediatamente o ser enjuiciado por un tribunal popular. Los dos generales le habían hecho saber claramente que si optaba por ser enjuiciado se tomarían represalias en Frau Rommel y Manfred; mientras que si aceptaba el envenenamiento, su familia quedaría perdonada y recibiría los honores y emolumentos correspondientes a los deudos de un mariscal de campo alemán. El Führer estaba decidido a ocultar a la nación alemana que el más popular de sus generales había conspirado para derrocarlo y hacer la paz.
Burgdorf le había expuesto con monstruosa precisión los últimos y acabados detalles del plan. Mientras el automóvil los llevaba a Ulm le sería entregado el veneno. Tres segundos después estaría muerto. Su cuerpo sería entregado en un hospital de Ulm. Se haría saber al mundo entero que había muerto repentinamente por efectos tardíos de las heridas sufridas el 17 de julio.
En aquella habitación del piso alto, Rommel pudo participar los detalles del diabólico plan a otras dos personas —el capitán Aldinger, que era su ayudante, y Manfred. Luego los tres bajaron al entresuelo.
Rommel se dejó poner el capote gris, luego se puso la gorra garbosamente como de costumbre. Manfred y Aldinger le alcanzaron los guantes y el bastón. Entonces se encaminó al automóvil donde esperaban sus asesinos, y el coche se puso en marcha.
En todos los anales del Tercer Reich no existe escena que dé mejor idea del clima psicológico a favor del cual prosperó Hitler. En esta ocasión no se trataba de un pobre judío indefenso en manos de la Gestapo. Era todo un mariscal de campo alemán, gloria del ejército, famoso en el mundo entero por su valor y su astucia. Sin embargo, este hombre se dejaba llevar mansamente a la muerte.
¿Cómo no hubo ninguno en la casa que empuñase un arma y diera cuenta de los dos generales? Tal vez no habría salvado a Rommel y probablemente hubiera acarreado la muerte de todos, pues más tarde se supo que habían sido apostados en las proximidades algunos automóviles con guardias de asalto. Pero un episodio dramático tan señalado hubiera deshecho el plan hitleriano de ocultar que el más popular de sus generales había conspirado contra él. Pudiera haber sido la chispa que prendiera una revuelta general. Pero al parecer los alemanes de toda condición estaban tan aturdidos por el terror del régimen que eran incapaces de concebir semejante gesto.
A la 1,25 los generales Burgdorf y Maisel entregaron a Rommel en un hospital de Ulm. Ya estaba muerto. El médico director propuso hacer la autopsia, pero Burgdorf replicó al punto: “No toquen el cuerpo. Berlín lo ha dispuesto todo”.
Lo que ocurrió exactamente durante aquel paseo en automóvil será probablemente un misterio insoluble. Burgdorf murió con Hitler en el bunker de la cancillería del Reich. Maisel, que todavía está prisionero en la zona estadounidense de Alemania, y el conductor, que pertenecía a las tropas de asalto, insisten en que les hicieron dejar el coche por un momento, y que cuando volvieron encontraron a Rommel moribundo.
En los funerales oficiales del 17 de octubre, el cortejo en el que figuraban varios jefes nazis y altos funcionarios del régimen se condujo con solemne pompa. El mariscal de campo von Rundstedt pronunció el elogio fúnebre en nombre de Hitler. Frau Rommel, pálida y ceñuda, había rechazado el brazo de Rundstedt. Profunda tensión parecía a punto de quebrar las buenas maneras convencionales. Pocos de entre los presentes sabían, sin embargo, a ciencia cierta, que asistían al último acto de un asesinato.
Por la Condesa de Waldeck
Historias de la Segunda Guerra Mundial
EL GENERAL Erwin Rommel tenía cuarenta y nueve años cuando alcanzó fama universal como jefe de la Séptima División Panzer durante la arrolladora embestida de los alemanes a través de Francia en mayo de 1940. Dos años más tarde, cuando el “Afrika Korps”, que mandaba, avanzó hasta menos de 100 kilómetros de Alejandría, su nombre era popular en todos los rincones del mundo. Aquel año Hitler lo hizo mariscal de campo, y una encuesta pública de la opinión inglesa lo proclamó el general más hábil de la guerra.
Cuando los “tommies” del Octavo Ejército Británico, que luchó contra él en África hablaban de “hacer un Rommel”, querían decir hacer algo estupendamente. Su astucia y su genio improvisador le valieron el apodo de “la zorra del desierto”. En cierta ocasión, viéndose gravemente amenazado por el avance de los ingleses, consiguió ahuyentarlos amedrentados haciéndoles creer que disponía de fuerzas superiores. Sabedor de que la Real Fuerza Aérea fotografiaba a diario las líneas alemanas, ordenó que todos los vehículos disponibles circulasen sin parar uno tras otro durante dos noches consecutivas por la zona circundante del desierto. Las fotografías aéreas y la propaganda alemana llevaron a los ingleses a exagerar las fuerzas de Rommel y se retiraron.
En otra ocasión estaba dando órdenes de atacar cuando le dijeron que solamente había disponibles seis tanques. “¡Entonces ataque con arena!”, tronó Rommel. Momentos después hasta el último vehículo del cuerpo estaba corriendo en círculo dentro de un espacio de pocos kilómetros. Entre el inmenso torbellino de arena y polvo que se levantó, los seis tanques dispararon a ciegas sobre el enemigo. Creyéndose atacados por toda una división de “panzers”, los ingleses huyeron.
Rommel poseía una cualidad que pudiera llamarse atractivo militar. Estaba en su manera garbosa de ladearse la gorra; estaba en su fina astucia de campesino. Para los soldados, que le veían sacar el cuerpo fuera de la torrecilla del tanque en el frente de combate, era el dios de las batallas. “Quédese junto a mí —dijo en cierta ocasión a uno de sus oficiales cuando ambos estaban bajo el fuego enemigo— A mí nunca me pasa nada”. Pero algo le pasó, por fin.
¿Cuáles fueron las circunstancias por tanto tiempo encubiertas de su misteriosa muerte? Según la versión oficial alemana murió a consecuencia de heridas que recibiera cuando su automóvil de mando fue ametrallado cerca de la villa de Livarot, al Sur de El Havre, en los días de la invasión de Normandía. Pero la verdad es mucho más dramática —y más reveladora.
Fue durante las batallas desfavorables de la campaña de África cuando Rommel se dio cuenta por vez primera del desprecio profundo que Hitler sentía por el ser humano. Rommel sabía que la campaña estaba irremisiblemente perdida a causa de la falta de gasolina y armamento de los alemanes y del poder ofensivo grandemente reforzado de los ingleses. En consecuencia, pidió a Hitler que retirase las tropas alemanas por ser el único medio de salvar la vida de miles de soldados.
Hitler le contestó furioso: “¡Hay que triunfar o morir!”
“Yo no morí ni triunfé”, comentó secamente Rommel algún tiempo después.
Antes de la rendición de Túnez, en mayo de 1943, Hitler había ordenado el regreso a Alemania de Rommel para que formase parte del séquito del Führer y evitar así que su nombre se identificara con la derrota.
Los meses siguientes fueron amargos. Rommel nunca había pertenecido al Partido Nazi ni jamás se le condecoró con su áureo emblema. Preocupado con su propio engrandecimiento, había ignorado hasta entonces las matanzas en masa, los trabajadores esclavos, los campos de concentración, el terror de la Gestapo en los países ocupados. Ahora estaba horrorizado por lo que los nazis habían llevado a cabo en nombre del pueblo alemán. “Yo hice la guerra honradamente —decía—, pero los nazis me han mancillado el uniforme”. Más adelante, cuando Hitler hizo circular la famosa orden de fusilar rehenes en la proporción de doce a uno, Rommel fue uno de los pocos jefes militares alemanes que la tiró al cesto de los papeles.
Lo que más dolía a Rommel era haber llegado por fin a la certeza de que Hitler arrastraría con él a Alemania entera al abismo, antes que rendirse.
Para mantener la confianza del pueblo e impresionar a los aliados, Hitler encomendó a Rommel el mando de las fuerzas de tierra contra la invasión de Normandía. El mariscal previó muy pronto que no sería posible rechazar una invasión aliada en gran escala con los medios desesperadamente escasos de material y tropas que tenía a su disposición. En abril de 1944 conferenció con el general Karl Heinrich von Stülpnagel, comandante militar de Francia y uno de los cabecillas de la resistencia alemana contra Hitler, sobre los medios y arbitrios de terminar cuanto antes la guerra en occidente y derrocar el régimen nazi.
Con la esperanza de conseguir condiciones un poco mejores que la rendición incondicional proclamada por los aliados, Rommel quería proponer un armisticio a Eisenhower y Montgomery sin que Hitler lo supiera. Su oferta fundamental consistía en que las tropas germánicas se retirasen detrás de la frontera occidental de Alemania. En compensación, los aliados suspenderían inmediatamente el, bombardeo de ciudades alemanas. En el Este, sin embargo, los alemanes continuarían luchando en un frente reducido —Rumania, Lemberg, el Vístula, Memel— “para defender la civilización occidental”.
Ilustración 7: Rommel en África
Rommel propuso que algunas unidades “panzers”, en las cuales tenía confianza, se apoderasen de Hitler y que el Führer fuese juzgado por un tribunal alemán. No creía conveniente matar a Hitler sin formación de causa y elevarlo así a la categoría de mártir.
Mientras tanto, enormes contingentes aliados se habían acumulado en las costas de Normandía, y Rommel envió el 15 de julio de 1944 un ultimátum a Hitler pidiendo la inmediata iniciación de negociaciones de armisticio. Dio a Hitler cuatro días para contestar.
En el atardecer del 17 de julio, Rommel, que regresaba del frente, llegó a las afueras de Livarot. Repentinamente dos aviones con marcas inglesas se lanzaron hacia él directamente. Uno de ellos, volando a pocos metros de tierra, ametralló el lado izquierdo del automóvil. Rommel fue lanzado sin sentido fuera del vehículo. Cuando estaba tendido en la carretera, el segundo aeroplano descendió muy bajo y abrió fuego. Rommel resultó herido de tanta gravedad —el cráneo fracturado, dos fracturas en la sien, un pómulo roto, una lesión en el ojo izquierdo, conmoción cerebral— que los médicos dudaron que saliera con vida.
Y por extraño que parezca, no existe en los archivos de la Real Fuerza Aérea informe alguno referente al ametrallamiento de un automóvil aislado cerca de Livarot a aquella hora del 17 de julio. ¿Acaso era esa la respuesta de Hitler al ultimátum?
En todo caso era el primero de dos graves reveses que sufrió el complot antinazi. El segundo ocurrió el 20 de julio. Fue la “Operación Valkyr”, una conspiración de jefes del ejército alemán y elementos civiles antinazistas para asesinar a Hitler (en cuyos preparativos intervino previamente Rommel arrastrado por von Stülpnagel). Esta conspiración erró el blanco en el cuartel general del Führer en Prusia. La bomba estalló a dos metros de Hitler, destrozó el edificio, hirió a diez hombres y mató a tres. Pero Hitler salió ileso milagrosamente.
La venganza nazi persiguió a los conspiradores. Los que fueron capturados perecieron en la horca.
A fines del verano, Rommel se encontraba perfectamente restablecido. Excepción hecha de cierta parálisis parcial del ojo izquierdo, estaba como nuevo.
El 14 de octubre se levantó temprano en su villa de Herrlingen, cerca de Ulm, para recibir a su hijo Manfred, muchacho de dieciséis años que venía a casa en disfrute de una breve licencia del Ejército. Pero otro visitante menos bienvenido se presentó al mediodía. Una llamada telefónica recibida la noche anterior había hecho saber a Rommel que el general Burgdorf iría a verlo enviado por el Führer para tratar con él lo referente a “su nombramiento para un nuevo mando”. El mariscal dijo a Manfred durante el desayuno: “Esta visita de Burgdorf bien podría ser un lazo”.
Ilustración 8: Entierro de Rommel
A las doce en punto llegó el general Burgdorf acompañado del general Maisel. Rommel, su esposa e hijo acogieron a los visitantes.
Estos besaron la mano a la dama. Cambiaron los habituales lugares comunes sobre el precioso tiempo otoñal y la salud de todos los presentes, sin olvidar el espléndido restablecimiento del mariscal. Luego, Frau Rommel y Manfred se retiraron.
Poco después de la una, Rommel subió a la habitación de su esposa. —¿Qué ocurre? —exclamó Frau Rommel, alarmada por el rostro de su marido.
—Dentro de un cuarto de hora estaré muerto —contestó Rommel ensimismado, como si paladeara las palabras para hallarles su sentido.
Luego explicó rápidamente que las declaraciones de von Stülpnagel (que había sido ahorcado después que perdió la vista en un intento de suicidio) no habían dejado duda alguna sobre la participación de Rommel en el complot del 20 de julio. En consecuencia, Hitler le permitía escoger entre morir envenenado inmediatamente o ser enjuiciado por un tribunal popular. Los dos generales le habían hecho saber claramente que si optaba por ser enjuiciado se tomarían represalias en Frau Rommel y Manfred; mientras que si aceptaba el envenenamiento, su familia quedaría perdonada y recibiría los honores y emolumentos correspondientes a los deudos de un mariscal de campo alemán. El Führer estaba decidido a ocultar a la nación alemana que el más popular de sus generales había conspirado para derrocarlo y hacer la paz.
Burgdorf le había expuesto con monstruosa precisión los últimos y acabados detalles del plan. Mientras el automóvil los llevaba a Ulm le sería entregado el veneno. Tres segundos después estaría muerto. Su cuerpo sería entregado en un hospital de Ulm. Se haría saber al mundo entero que había muerto repentinamente por efectos tardíos de las heridas sufridas el 17 de julio.
En aquella habitación del piso alto, Rommel pudo participar los detalles del diabólico plan a otras dos personas —el capitán Aldinger, que era su ayudante, y Manfred. Luego los tres bajaron al entresuelo.
Rommel se dejó poner el capote gris, luego se puso la gorra garbosamente como de costumbre. Manfred y Aldinger le alcanzaron los guantes y el bastón. Entonces se encaminó al automóvil donde esperaban sus asesinos, y el coche se puso en marcha.
En todos los anales del Tercer Reich no existe escena que dé mejor idea del clima psicológico a favor del cual prosperó Hitler. En esta ocasión no se trataba de un pobre judío indefenso en manos de la Gestapo. Era todo un mariscal de campo alemán, gloria del ejército, famoso en el mundo entero por su valor y su astucia. Sin embargo, este hombre se dejaba llevar mansamente a la muerte.
¿Cómo no hubo ninguno en la casa que empuñase un arma y diera cuenta de los dos generales? Tal vez no habría salvado a Rommel y probablemente hubiera acarreado la muerte de todos, pues más tarde se supo que habían sido apostados en las proximidades algunos automóviles con guardias de asalto. Pero un episodio dramático tan señalado hubiera deshecho el plan hitleriano de ocultar que el más popular de sus generales había conspirado contra él. Pudiera haber sido la chispa que prendiera una revuelta general. Pero al parecer los alemanes de toda condición estaban tan aturdidos por el terror del régimen que eran incapaces de concebir semejante gesto.
A la 1,25 los generales Burgdorf y Maisel entregaron a Rommel en un hospital de Ulm. Ya estaba muerto. El médico director propuso hacer la autopsia, pero Burgdorf replicó al punto: “No toquen el cuerpo. Berlín lo ha dispuesto todo”.
Lo que ocurrió exactamente durante aquel paseo en automóvil será probablemente un misterio insoluble. Burgdorf murió con Hitler en el bunker de la cancillería del Reich. Maisel, que todavía está prisionero en la zona estadounidense de Alemania, y el conductor, que pertenecía a las tropas de asalto, insisten en que les hicieron dejar el coche por un momento, y que cuando volvieron encontraron a Rommel moribundo.
En los funerales oficiales del 17 de octubre, el cortejo en el que figuraban varios jefes nazis y altos funcionarios del régimen se condujo con solemne pompa. El mariscal de campo von Rundstedt pronunció el elogio fúnebre en nombre de Hitler. Frau Rommel, pálida y ceñuda, había rechazado el brazo de Rundstedt. Profunda tensión parecía a punto de quebrar las buenas maneras convencionales. Pocos de entre los presentes sabían, sin embargo, a ciencia cierta, que asistían al último acto de un asesinato.
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