En La primera presidente, la historiadora María Sáenz Quesada realiza una profunda investigación sobre la vida de aquella mujer que, a partir de un encuentro con Perón, no se volvió a separar de su lado. Desarrolla diferentes e importantes momentos para ella y los argentinos, como sus años de exilio, el regreso a la Argentina, el último mandato del General y su breve presidencia, acompañada por el mítico José López Rega.
Por María Sáenz Quesada | Perfil
Guardaespaldas. Isabel con Jorge Videla y Emilio Massera en enero de 1976, meses antes del golpe militar que dejó muertos y desaparecidos.
Isabel llegó en helicóptero a mediodía del 23 de marzo a la Casa de Gobierno, almorzó y recibió a Norma López Rega, Lastiri, Vignes y Norma Kennedy. También la visitó un grupo de sindicalistas, encabezado por Lorenzo Miguel, quien volvió a mostrarse optimista: “La presidente no está dispuesta a irse, no se va ni pide descanso… pronto en los barrios y en la Plaza de Mayo se podrá ver que esta reacción nuestra tiene calor popular, no caeremos sin pena ni gloria”, pronosticó el metalúrgico.
Recuerda una funcionaria de la Cancillería, que concurrió a la Casa Rosada con motivo de un seminario de Naciones Unidas para América Latina sobre participación de la mujer en la vida pública, en la víspera del golpe: “La presidente nos recibió a Quijano, a mí y, por Naciones Unidas, a la secretaria general del tema de la mujer –que estaba interesada en conocer a una jefa de Estado mujer–. Nos sentamos. Isabel en la cabecera; no había traductor, de modo que hice de intérprete. Isabel pasó 45 minutos hablando de la situación de la mujer, como si no pasara nada. Parecía irrelevante para las circunstancias que se vivían. Pero ella cumplió con la entrevista con toda calma”.
“El 23 de marzo fue un día de esquizofrenia; por un lado, la noticia de que los tanques controlaban la avenida General Paz; por otro, una serie de actos protocolares. Había venido el alcalde de Moscú, alto personaje del Politburó, y en la recepción en la embajada soviética éste le preguntó al canciller si habría golpe, preocupado porque si se cerraba el aeropuerto no podría volver en fecha (como efectivamente ocurrió)”, recuerda el ex ministro Quijano, que ese día concurrió a la presentación de credenciales de dos nuevos embajadores.
El 23, el ministro Deheza tuvo dos reuniones con los comandantes, en las que repasaron la lista de exigencias que los jefes militares habían redactado como parte del intento de acuerdo del 5 de enero. Eran metas muy ambiciosas, un replanteo del gobierno desde el vamos más que una rectificación del plan económico, la política exterior y la indisciplina social. No obstante la tensión, se sintió aliviado porque al día siguiente tendría otra más con Videla, Massera y Agosti. “Esta noche no pasará nada”, le dijo a Julio González, a pesar de que el titular del vespertino La Razón decía: “La suerte está echada”.
“La tarde del 23 de marzo –escribe monseñor Laghi– la señora, según me ha confiado monseñor Galán, permaneció casi hasta la medianoche en la Casa Rosada, incluso para anticipar el saludo de cumpleaños de una colaboradora, Beatriz Galán, sobrina de monseñor”.
En los despachos de la Secretaría Privada y Técnica, los funcionarios se quedaron un rato más conversando con el intendente de Lanús, Manuel Quindimil, y unos diputados.
Pero el problema que los desvelaba era otro: desde el mes anterior, la presidente había dado órdenes muy estrictas de que hubiera disponible en caja una suma en efectivo de 16 millones de pesos ley, tomada de los gastos reservados.
El 22 de marzo la presidente recibió a su secretario a solas y le indicó que tuviese preparada esa suma sin darle ninguna explicación. Los trámites se hicieron y los millones llegaron puntualmente en la tarde del 23, en gruesos fajos del Banco Nación. Por eso, a la hora cero del 24 de marzo, antes de partir a Olivos en helicóptero, González habló con el subsecretario, doctor Noacco, y le indicó que en caso de producirse los acontecimientos que se temían, él debía retirar los fondos y entregarlos en una escribanía para restituirlos debidamente si la presidente no los disponía. (Así se hizo después por medio de la escribanía de Bernardino Montejano.)
A medianoche, Isabel, con el rostro tenso, el pelo recogido y un elegante traje beige, se retiró de la Casa de Gobierno a bordo de un helicóptero acompañada por González y por el jefe de la custodia. Al poco rato supieron en Presidencia que la máquina no había llegado a Olivos y casi enseguida el Ejército irrumpió en la Casa Rosada.
La captura
El operativo de detener a la presidente de la Nación se preparó cuidadosamente. Los comandantes habían sido advertidos por la interesada de que la tendrían que sacar por la fuerza de la Casa de Gobierno. La perspectiva no resultaba grata. Porque aunque secretamente la represión clandestina, en su metodología feroz, no discriminara entre varones y mujeres, era muy distinto arrestar a la presidente en el ejercicio del cargo. La opinión internacional miraría atentamente el procedimiento y la Iglesia se había constituido en garante de la integridad física de la señora.El general Villarreal había pasado sus vacaciones en La Falda. Al regreso, a principios de febrero, le informaron que se iba a Buenos Aires, al Estado Mayor, donde se haría cargo de la Jefatura de Personal. Dependería del general Viola, que había sido su jefe directo muchos años. “Villarreal –me dijo Viola en la primera charla–, si acá se produce la ruptura del orden constitucional empiece a pensar en los cambios que tendríamos que hacer a nivel superior de Ejército, si este general va a tal lado y este general puede ir a tal otro, quién lo reemplaza, y empiece a pensar que usted también se va a ir”. Unos días después el general Galtieri, subjefe del Estado Mayor, le indica: “Villarreal, a usted le va a tocar una tarea delicada; no la va a hacer solo, la va a hacer con el brigadier Lami Dozo de la Fuerza Aérea y el almirante Santamaría; tienen que entrar a planificar la detención de la señora de Perón y el lugar donde se la va a trasladar… No se apure, yo le voy a avisar en una semana o diez días”. Pero todavía sin saber fecha. Esta se supo después.
“En el destino de Isabel no intervino el nuncio, como algunos suponen. Nosotros analizamos algunas variantes. El Messidor, en Neuquén, que resultó elegido, tenía la suficiente lejanía como para que no hubiera por ahí una manifestación de apoyo a la señora, y reunía las condiciones de aislamiento y de seguridad. Al único miembro de la Iglesia a quien yo hablé fue monseñor Tortolo, obispo de Paraná y capellán castrense, dado que una de las ‘exigencias’ que teníamos nosotros era evitar el derramamiento de sangre y que le pasara algo a la señora de Perón. Cuando hablé con el jefe de Granaderos, cuya misión es defender al presidente de la Nación, éste dijo: ‘Yo lo lamento, mi general, pero voy a cumplir con mi misión’; le digo: ‘Usted cumpla con su misión pero facilíteme la mía en el sentido de que no tenga que matar soldados, si entramos a Olivos o a la Casa Rosada, y si usted me va a colocar granaderos con ametralladoras, no me los coloque ahí delante, colóquelos al costado…”.
Esta precaución se justificaba. En efecto, en el intento revolucionario del 16 de junio de 1955, el Regimiento de Granaderos había luchado con valor en un combate terrestre contra la Infantería de Marina para defender al presidente.
En otros derrocamientos de presidentes de facto, como Eduardo Lonardi, o constitucionales, los casos de Frondizi y de Illia, esto no se había repetido, pero existía el antecedente y quizá por esta razón el operativo fue modificado.
“El día antes recorrimos con Basilio Lami Dozo Campo de Mayo y el regimiento de Palermo, a ver qué tropa tendríamos a disposición, en la hipótesis de que la detención fuera en Casa de Gobierno o en Olivos. Cuando llego de la recorrida nos llama Viola, y me dice: ‘Vamos a intentar otra alternativa; si la señora se desplaza en helicóptero hasta Olivos, el piloto simulará un desperfecto y aterrizará en Aeroparque. Prepárense para esa emergencia. Estén a las 10 pm en Aeroparque y tendrán el personal necesario’.
”Teníamos a disposición un mayor del Regimiento de Patricios, personal de Marina y el jefe de turno de Aeroparque. Organizamos de qué manera se iba a proceder. Sabíamos que el su-boficial Rafael Luisi, jefe de la custodia presidencial, era muy buen tirador, un oficial estaba encargado de seguirlo desde un control apuntándolo con un FAL… Nos quedamos esperando que nos informaran y a las 12.45 pm nos llamaron y dijeron que el helicóptero había salido de la Casa de Gobierno.
”Las luces del Aeroparque estaban apagadas y además, previamente, el avión presidencial estaba preparado del otro lado de la pista. Sentimos el rateo del helicóptero como si tuviera una falla y el aterrizaje. El jefe de turno la invitó a la señora a bajar, pero el jefe de la custodia le dice: ‘Señora, no baje del helicóptero, esperemos aquí a que los autos vengan de Olivos’.
”El piloto les advirtió que el problema de turbinas implica riesgo de incendio. Entonces bajaron. Nosotros estábamos en el dormitorio del jefe de la base, hasta que el comodoro jefe nos dice que Isabel se encontraba en su despacho. Abren la puerta, ella estaba sentada, me presenté y presenté a Lami Dozo y a Santamaría. Julio González y Luisi estaban detenidos en otro lugar, y el edecán naval, apartado. Mientras pedían el avión presidencial, pasaron 45 minutos de conversación con ella”.
“Cuando entramos nosotros estaba sentada en la pose que tenía normalmente”, dice el general Villarreal; “la saludo, le presento a Lami Dozo y a Santamaría y le digo: ‘Señora, las Fuerzas Armadas han asumido el poder político de la Nación y usted queda destituida’. ‘Estoy preparada para que hagan conmigo lo que hayan resuelto’, dice. Temblaba, era un temblor en la barbilla. Le digo: ‘No, señora, quédese tranquila, la presencia nuestra acá obedece a garantizar su seguridad personal’. Entonces pregunta: ‘¿Y se puede saber qué van a hacer conmigo?’. ‘Señora, la vamos a trasladar a la residencia El Messidor’. ‘¿Y dónde queda eso?’. ‘En la provincia del Neuquén’. ‘Pero yo estoy con lo puesto’. ‘¿Qué es lo que desea que hagamos?’. ‘Que llamen a la gobernanta de Olivos para que me prepare’”.
Los protagonistas de esta escena estaban muy nerviosos. El capitán de navío se había olvidado de grabar la conversación, como estaba convenido, y el brigadier de avisar a la Junta que ya se había concretado el operativo para que se pusieran en marcha las otras detenciones. Cuando cada uno partió a informar, la presidente y Villarreal se quedaron solos: “En la conversación dice ella: ‘General, el general Perón me dijo siempre que confiara en el Ejército y ahora el Ejército me traiciona’. ‘Mire, señora, no es el Ejército el que la traiciona, son las Fuerzas Armadas que han decidido ante la situación que vive el país asumir el poder político, no lo tome como una traición del Ejército’. ‘Pero general, en este momento en que todo el sindicalismo, la CGT, se iban a poner detrás mío para combatir la subversión, ¿ustedes me hacen esto?, ¿ustedes no saben que tienen en el propio Ejército gente que está ligada a los movimientos subversivos?’. ‘Es probable, señora, es probable’. ‘No se equivoque, hasta tienen algún general que está’. ‘Yo lo desconozco, señora’. ‘¿Usted tiene hijos, general?’. ‘Sí, señora, tengo; por eso es que estoy con toda convicción en esto que estoy haciendo’. ‘Espero que no se arrepienta, porque van a correr ríos de sangre cuando la gente salga a las calles a defenderme’. ‘Bueno, señora, son enfoques personales; usted tiene el suyo, nosotros
el nuestro’”.
Isabel no perdió la calma en ningún momento. Pasada la cuestión inicial de los nervios, se tranquilizó y empezó a conversar. (...)
Salieron. (...) Ella se fue con lo puesto (...). En el vuelo, Isabel no aceptó tomar café por temor a que la envenenasen.
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