lunes, 1 de enero de 2018

Guerra del Paraguay: Segunda invasión de Felipe Varela

Segunda Invasión de Felipe Varela



Coronel Felipe Varela (1821-1870)

Varela no cuenta con el menor apoyo de Bolivia.  Pero no se declara vencido.  Aunque Dolores Díaz, la Tigra, no está con él, hay otros compañeros y compañeras en lucha.  “Iban ya doce días que se mantenían con carne de asnos, y comenzaban ya a comerse una que otra mula que quedaba, cuando resolví abandonar esas regiones e irme sobre los enemigos en dirección a Salta.  Así lo verifiqué, en efecto, marchando hacia los Molinos, donde me aguardaba una columna enemiga de 700 hombres de las dos armas, al mando del coronel Don José Frías.

Combate de la Cuesta de Tacuil


“Mis soldados marchaban la mayor parte a pies o en burros, porque todas las caballadas del ejército habían perecido, como se ha dicho.  Sin embargo, eligiendo lo mejor de la tropa, desplegué mi vanguardia compuesta de 250 hombres de las dos armas, al mando del coronel Don Sebastián Elizondo, en busca del enemigo.

“El 29 de agosto de 1867, avistaron mis soldados la columna de Frías en la Cuesta de Tacuil (Molinos), y a pesar de su doble número, cargaron sobre ella, exasperados por la larga serie de sufrimientos que habían pasado.  Su excesiva intrepidez, su descomunal arrojo los llevó por el camino de la gloria, pues el enemigo fue completamente batido por ese puñado de valientes, no pudiendo hacer una persecución larga a los derrotados por hallarse de a pies.

“Esa acción fue para mi demasiado fecunda, no sólo por la grande influencia moral que daba a mis soldados de esas provincias, sino porque se consiguieron tomar algunos recursos de guerra al enemigo que aliviaron en mucho mi situación.

“Recibido que fue por mí, el parte de esta gloriosa jornada, continué con toda la columna mi marcha hacia Salta, con la resolución de apoderarme a toda costa de mi plaza”, decía Varela.

Desmoralizadas las tropas salteñas abandonaron todo intento de hostilidad.  En la capital se organizó una resistencia, pero a pesar del heroísmo de sus defensores cedió la plaza al invasor, el 10 de octubre de 1867, desde entonces se canta en Salta esta “chilena”.

En las calles de Salta
se oyen los ayes,
porque Don Peque Frías
vendió los Valles.

¿Qué había ocurrido mientras tanto con el resto de los jefes montoneros?  El 11 de setiembre de 1867, desde Valparaíso, Mariano de Sarratea le escribía al vicepresidente Paz: “…Olascoaga, Videla, Saá, y demás asilados argentinos traman una nueva invasión desde esta República a Mendoza y por lo que sabemos de sus planes y recursos si llega a efectuarse ha de ser de bastante consideración.  Desde que tuve el primer anuncio, di algunos pasos que produjeron buenos resultados, pues conseguimos comprar a uno de los allegados de confianza de Videla, quien nos comunicó todo lo que hacen, que llega a su conocimiento.

“La derrota de Varela ha venido a desconcertar los planes de aquellos perversos; pero no creo que desistan de ellos, y si por desgracia nuestras armas sufriesen algún contraste en el Paraguay, tengo por seguro que habrían de volver a envolver en sangre y ruina a las provincias vecinas, y entonces temo que el incendio sería muy extenso.

“Medina el segundo jefe de Varela, ha llegado a Copiapó con un arreo de 400 vacas y jactándose de las atrocidades que ha cometido en suelo argentino.  Medina fue dado de baja en el ejército de Chile, en el que era capitán, por borracho perdido y estaba en el Huazú de instructor de Guardias Nacionales cuando Varela lo contrató, haciéndole su segundo, con el grado de sargento mayor…”.

Los demás jefes de Varela se preparaban para unirse a los intentos de Varela, según lo advertía el “ilustre” y “honrado” empresario de minas Mariano de Sarratea.

José Posse escribía también a Marcos Paz, el 10 de setiembre de 1867: “Los ejércitos vencedores en San Ignacio y Pozo de Vargas, no pudieron ser licenciados; al contrario hubo necesidad de movilizar otras fuerzas en el norte, puesto que los montoneros de Felipe Varela dominaban la región de los Valles Calchaquies y amagaban el resto de las provincias de Salta y Jujuy.  Era esta una guerra interminable, a la que no se le veía fin, todos los ejércitos y los mejores generales fracasaban ante la prodigiosa movilidad del imbatible montonero que se escapa del medio de los ejércitos como una sombra impalpable”.

Felipe Varela toma la ciudad de Salta

El caudillo catamarqueño avanza entonces hacia Salta.  La toma de esta ciudad por la montonera de Varela, es uno de los acontecimientos que la historiografía oficial jamás ha “perdonado” al caudillo.

Sin embargo, a esa misma historiografía se le han escapado ciertos datos importantes.  Por ejemplo, Atilio Cornejo, en un ensayo honesto, aunque confuso, sostiene: “Es que indudablemente, algunos amigos tenía Varela en Salta.  Así resulta, por ejemplo, del sumario instruido por el Ayudante Mayor del Regimiento Nº 10 “Gorriti”, don Marcelino Sierra, por orden de su comandante D. Eugenio Figueroa, en San José de Metán el 2 de octubre de 1867, contra el alférez D. Cirilo Ríos, del que resulta que éste “dio vivas por repetidas ocasiones a Felipe Varela”, afirmando uno de los testigos que Ríos dijo: “Que viva Varela que dentro de treinta días verían lo poco que habían de valer todos, y que él era varelista”.

Varela aclara al respecto: “El día 9 del mismo octubre, a las diez de la mañana, tendí mi línea en los alrededores de la población y allí permanecí todo el día esperando que los del pueblo saliesen a atacarme afuera, a fin de evitar a los vecinos los desastres consiguientes.  Pero como ya todo el día había aguardado en vano, al día siguiente (10 de octubre) muy de mañana, pasé al Gobernador de la Provincia la siguiente nota:

“Al Exmo. Señor Gobernador de la Provincia Don Sisto Obejero, Salta Octubre 10 de 1867 – Exmo. Señor: Debiendo a toda costa ocupar militarmente con mi ejército esa plaza, en servicio de la libertad de mi patria, y deseoso de evitar a esa población las desastrosas consecuencias de la guerra, tengo el honor de dirigir a V. E. la presente, con el objeto de manifestarle que, si tiene a bien ordenar en el término de dos horas, la deposición de las armas a sus órdenes, será garantida su persona y la de todos los suyos previniéndole que, en caso contrario, hago a V. E. responsable ante Dios y la Patria de los perjuicios consiguientes y de la sangre que se derrame en los momentos del combate. – Dios guarde a V. E. – Felipe Varela.

Antonio Esquivel Yañez, Ayudante Secretario en Campaña.  Es copia.  Esquivel Yañez”.

“Por conductos fidedignos supe que el Gobernador de la Provincia vacila en lo que debiera responderme, cuando se presentó a él el señor Don Nicanor Flores que se titulaba General Boliviano, ofreciendo responder con su vida de mi derrota y de mi cabeza.
“Fue entonces que recibí respuesta verbal del Jefe de la Plaza de Salta, diciéndome que, si yo tenía soldados, también los tenía él y cañones para defenderse.  Llegado a mi conocimiento este mensaje impolítico, ordené en el acto batir marcha de ataque sobre la plaza.  Y después de dos horas y media de un vivísimo fuego, quedó definido el combate por los míos, quedando yo dueño del campo.  Como no pude permanecer en la Ciudad por más de una hora, porque se echaba sobre mí el general Navarro con una columna de dos mil quinientos hombres, en aquellos momentos, de agitación y de desorden en que mi ejército estaba algo desorganizado, no me fue posible saber a punto fijo el número de muertos en el combate, pero noté en mi columna al día siguiente una pérdida como de cincuenta individuos de tropa (…).  Verdad es que yo tomé algunos pertrechos de guerra de artillería con que se defendieron en la plaza los 700 hombres que la guarnecían, algunos carros de munición para esta arma, y unos pocos vestuarios para la tropa”.

Después de la toma de Salta Varela continúa su marcha libertadora, que se hace, lamentablemente, cada vez más penosa.


Toma de Jujuy

El 13 de octubre de 1867 entra en Jujuy.  Toma la ciudad.  La recepción popular es tan emocionante como la de Salta una vez que la oligarquía es derrotada.  Todos los antivarelistas han huido a los montes.  No hay prácticamente combate.

El 17 el caudillo se retira de Jujuy.  El 25, Guayama llega a Orán para aprovisionarse.  Sus hombres están hambrientos y cansados.  Pero no hay hacienda.  La división tucumano-mitrista, en saqueo extremo, que es “olvidado” por los historiadores oficiales, se ha alzado con todo lo que allí existía.  Tres días después, en Tilcara, los mitristas dispersan a un grupo de paisanos que trataban de plegarse a la montonera de Varela.

El cinco de noviembre, al llegar a Sococha, Varela pide asilo a las autoridades de Tupiza, Bolivia.  La decisión es una prueba más de la serenidad del caudillo americano.  Comprende claramente, ante la falta de víveres de sus hombres que la lucha ha de convertirse en una mera guerra de recursos.  Precisamente es la experiencia adquirida junto al Chacho Peñaloza, la que le impulsa a adoptar tal decisión.  Felipe Varela no llevará estérilmente a la muerte a sus hombres.

Es por eso que resuelve asilarse.  El gobierno no pierde tiempo.  Inicia los pasos tendientes a lograr la extradición del jefe revolucionario.  Lo acusa de haber “saqueado Salta”, y trata de lograr, por lo menos, que se desarme a sus hombres y se remita al jefe.

Pero no logra ni lo uno ni lo otro.  No se trata de un mérito de la cancillería de Melgarejo.  Es por el contrario, el resultado del esfuerzo de la honradez de la montonera, que no se ha apoderado ni de alhajas ni de dinero –como acusan los calumniadores- y que sólo tiene en su poder tacuaras y cuchillos de monte.

El mitrismo respira.  Varela en Bolivia equivale a Varela en la lejanía.  El 8 de noviembre de aquel año, Santiago Alvarado, gobernador de Jujuy, quien había “observado” la toma de la ciudad desde sus afueras, le escribe a Bartolomé Mitre: “…Informado V. E. de la dura prueba por las que ha pasado esta provincia con motivo de la desastrosa invasión de Felipe Varela y sus hombres, que cual ejército de vándalos en completa desmoralización y sin elementos de guerra, se han enseñoreado en estas provincias teniendo a sus frentes las poderosas armas nacionales que por una aberración incomprensible fueron impotentes para destruirlo de un solo golpe no extrañará que ahora vaya yo a llamar su atención sobre el peligro que nos amenaza de una nueva invasión a esta provincia de la montonera refugiada en el sur de Bolivia, y de la parte que se ha recostado hacia Antofagasta.  La conducta negligente de los jefes nacionales que han operado contra las hordas que devastaron estas provincias en la última campaña, no permite esperar que en una invasión tolerada y quizá protegida por el Presidente de Bolivia, pudiéramos salvar a favor del poder de que disponen esos jefes.  La provincia tiene que atenerse y bastarse a si misma, fiada en el ardor y patriotismo de sus hijos, y en el apoyo directo que pueda recibir del Gobierno Nacional, por el auxilio de armas y recursos necesarios que les proporcione”.

El mitrismo provinciano, con su conciencia culpable, temía a Varela.  Imploraba armas y dinero a sus amos porteñistas, porque sabía, precisamente, que el pueblo lo abandonaría, para plegarse a las filas patrióticas del caudillo de la Unión Americana.

La “barbarie” revolucionaria, con las vinchas y las tacuaras, hacía temblar una vez más, con su aliento de patria, a la “civilización de la libra”.

Fuente


Carrizo, Juan Alfonso – Cancionero popular de Salta

Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).

Revisionistas

domingo, 31 de diciembre de 2017

Vida civil en la Unión Soviética

Recordando la vida en la Unión Soviética, una foto familiar a la vez

Por Olga Shevchenko y Oksana Sarkisovadec || The New York Times



Veraneantes en 1935 en el Palacio de Livadia, más tarde el sitio de la Conferencia de Yalta. Construido para la familia real rusa, Livadia se convirtió en un sanatorio para los campesinos en 1925; pronto fue un centro de salud que alojaba solo a los ciudadanos más leales. Colección de créditos de Olga Shevchenko y Oksana Sarkisova

Cuando miras las fotografías antiguas de tu familia, ¿qué ves? ¿Qué recuerdos, pensamientos y asociaciones se mezclan y qué queda oculto a tus ojos?

Durante aproximadamente 10 años, hemos viajado a Rusia para ver y hablar sobre las fotos familiares de la era soviética y los recuerdos que evocan. Muchos rusos que generosamente compartieron sus álbumes y reminiscencias vieron un registro nostálgico de tiempos más felices. Las fotografías les recordaban la seguridad, las protecciones sociales y el optimismo para el futuro que muchos asocian con el período soviético.


Esta fotografía de soldados ha sido alterada cortando una sección que probablemente contenía la imagen de un compañero que había sido víctima de una purga. Tales imágenes alteradas se pueden encontrar con frecuencia en los archivos de la familia soviética. Colección de créditos de Olga Shevchenko y Oksana Sarkisova

"Ella era una mujer de la limpieza, mi tía, y siempre la enviaban al Mar Negro de forma gratuita", comentó un jubilado de San Petersburgo sobre una fotografía, agregando enfáticamente, "y ahora dicen que la gente vivía mal bajo Stalin".

"Solo recuerdo lo bueno de la época soviética", recordó un jubilado en el sur de Rusia. "No había nada, al parecer, y sin embargo, teníamos todo".

Una ex directora de la escuela, hojeando el registro fotográfico de sus días de estudiante a principios de la década de 1950, dijo: "Recuerdo el entusiasmo. Todos querían participar en brigadas voluntarias de construcción; había tanto patriotismo ".


En Soviet-Era Photos, Memory and Enigma. Credit Colección de Olga Shevchenko y Oksana Sarkisova

Pero las fotografías son más complicadas y poderosas de lo que sugiere esa nostalgia. Varias horas y muchas tazas de té en nuestra conversación, la anciana directora volvió a ver su retrato juvenil y vio algo diferente sobre ella: alguien a punto de ser encarcelado porque un compañero de cuarto de la universidad la había denunciado a las autoridades por hacer una broma política. Entonces, con solo 22 años, la sacaron de un tren confinado en su casa durante las vacaciones de invierno. Fue interrogada y sentenciada a 10 meses de prisión. Su término fue interrumpido poco después de la muerte de Stalin unos meses después, y la liberaron, con la condición de que guardara silencio, lo que le permitía a su compañera de piso seguir informando sobre los demás.


"Solía ​​ser un parlanchín antes", dijo. "Confiaba en la gente. Esta experiencia me transformó por completo, me dio la vuelta. Cerré a las personas por completo. Pero nunca dije una palabra sobre esto a nadie ", confesó, visiblemente conmocionada. "No sé cómo te las arreglaste para hablar conmigo", agregó, apresuradamente cerrando la conversación.

Si bien no todas las biografías contienen tal trauma, las historias de la era soviética que presentan una experiencia de violencia estatal no son raras, y un ojo atento puede encontrar rastros de tales experiencias en las fotos familiares. Vimos fotografías de las décadas de 1930 a 1950 en las que caras seleccionadas estaban manchadas con tinta o recortadas para eliminar los rastros de familiaridad con personas que habían sido denunciadas como enemigas del estado.

Descubrir una fotografía así se siente misterioso, porque en la mayoría de los casos no quedan testigos vivos para ofrecer detalles de su historia o la identidad de la persona ausente. De hecho, la habilidad de "leer" la violencia del estado a partir de estas fotos varía según la generación. Ancianos rusos a menudo expresan certeza acerca de qué desencadenó una desfiguración (aunque muchos retener los detalles). Sus hijos pueden haber escuchado lo suficiente como para adivinar, pero pueden no saber mucho sobre la persona desaparecida. Los miembros más jóvenes de la familia que conocimos eran los más propensos a ofrecer explicaciones inocentes de una alteración: un accidente, tal vez, o una pelea.

Pero por cada fotografía desfigurada por el miedo, hay miles sin ningún rastro de modificación. Por supuesto, eso apenas impide que sean enigmáticos: ¿qué detalles biográficos no se muestran? ¿Cuál es la importancia de un objeto o persona a la vista? ¿Qué conexión familiar ha sido oscurecida? Las fotografías a menudo muestran detalles incongruentes con versiones aceptadas del pasado de la familia. Pero para notarlos, uno tiene que saber dónde buscar, qué objetos o fondos tienen sus propias historias que contar. En la fotografía doméstica, como en la antropología, un adagio dice: "La tribu te contará sus secretos si ya conoces los secretos de la tribu".

Un ejemplo: una mujer llamada Alina recordó haber visto, en su juventud, una fotografía familiar prerrevolucionaria de sus bisabuelos vestidos con sus mejores galas del domingo de una manera que implicaba, para ella, que eran ricos: "Este era un gran campesino". familia, de 10 a 15 personas, todos los hombres ataviados con chaquetas, buenas botas de cuero ", dijo. "Las mujeres, incluso las niñas de 3 o 5 años, usan hileras y filas de cuentas". En 1930, esas personas se dispersarían por Rusia, para nunca volver a verse, pero esta mujer nunca escuchó a su familia hablar de las circunstancias. Alina presumió que los más mayores fueron desposeídos como "kulaks" -los campesinos los consideraban ricos, lo que los hacía potencialmente desleales- y que sus hijos huyeron a las ciudades. Su padre, un agente de servicios de seguridad, siempre evitó el tema. La fotografía murió en un incendio, y ahora no hay nadie a quien preguntar. La imagen, silenciosa, permanece solo en su mente.


Feodosia en Crimea fue y sigue siendo un destino popular para turismo y viajes médicos durante todo el año. Es probable que estas mujeres estuvieran allí en un viaje subsidiado por su lugar de trabajo. Colección de créditos de Olga Shevchenko y Oksana Sarkisova

La mayoría de los ciudadanos soviéticos sabían mejor que hablar acerca de cómo sus historias familiares se desviaban de una biografía modelo de la clase trabajadora. Muchos emprendieron lo que uno llamó "purgas" de sus archivos familiares, para alinear la narrativa visual con lo que era seguro revelar sin arriesgar las repercusiones. Los álbumes de hoy todavía revelan las ausencias que alertan al espectador de que la historia que ven es, en el mejor de los casos, parcial.

Puede ser tentador lamentar tales revisiones de álbumes, pero las omisiones proporcionan quizás las mejores manifestaciones visuales de los silencios estructurados que siguen rondando el pasado soviético. Nos empujan a preguntar sobre las partes de la historia que aún faltan.

Con toda justicia, también nos aventuramos a sugerir que los álbumes familiares estadounidenses difieren de los soviéticos no solo porque son más propensos a dar color a finales del siglo XX. También es menos probable que contengan cicatrices visibles que puedan recordar a los espectadores que esas imágenes del pasado también dejan una gran pérdida. Un observador casual estaría en apuros para encontrar signos de conflicto familiar, violencia o racismo cotidiano en esos álbumes, a menos que supieran buscarlos. A su manera, entonces, crean una visión engañosamente optimista de la vida en los Estados Unidos, una demasiado despreocupada y virtuosa para ser completamente cierta.

Tal vez no sea demasiado tarde para investigar el precio de tales recuerdos selectivos. O como dijo el antropólogo francés Marc Augé: "Dime lo que olvidas y te diré quién eres".

sábado, 30 de diciembre de 2017

Conquista del desierto: El robo de los blancos de Villegas

Robo de los Blancos de Villegas


Los blancos de Villegas

De todos los episodios que integran la vasta y heroica tradición de la conquista del Desierto, uno de los más conocidos es el robo de los caballos del coronel Conrado Villegas, que fue relatado por el comandante Manuel Prado en su “Guerra al malón”.  Fue un golpe de audacia ejemplar de los indios, respondido por un acto de arrojo y sacrificio por parte de los soldados fronterizos que conmueve y asombra.  El solo episodio da para una película, tan vivaz y dinámica como la del mejor “western” norteamericano, pero con una ventaja en su favor: es auténtica.

En el año 1874, el general Bartolomé Mitre se había alzado contra el gobierno constituido aduciendo que se había hecho fraude en las elecciones presidenciales.  La Revolución mitrista alzó al interior bonaerense y contaba con el apoyo de estancieros que proveyeron de buen grado sus caballadas.  Pero la revolución fracasó con la derrota sufrida en los campos de La Verde, los revolucionarios depusieron sus armas, y el gobierno les confiscó las caballadas.  Las tropas gubernistas que sofocaron el alzamiento estaban integradas principalmente por efectivos avanzados de la frontera, y sus jefes se repartieron las numerosas caballadas.

El coronel Villegas, Jefe del Regimiento de Caballería Nº 3, había comprendido, tiempo atrás, que no habría victoria posible y duradera sobre los indios si no se contaban con buenos caballos.  Aprovechó entonces y reunió para su regimiento seis mil animales de silla.  De ellos, tras lentas y personales selecciones, se quedó con lo mejor.  Luego, de ese lote apartó 600 pingos blancos, tordillos y bayos claros, destinados exclusivamente a servir como reserva para el combate o para una retirada imprevista.

Villegas transformó a los caballos blancos en una obsesión, y finalmente en un mito.  Recibieron instrucción especial, y eran mejor cuidados que los soldados.  Estos, hasta llegaban a despojarse de su poncho si no tenían manta para cubrirlo en las noches de helada, y resignarse a pasar hambre, en tanto su flete blanco recibía ración de forraje -¡todo un milagro en la precaria economía militar de entonces!.  Cuando los soldados se adaptaron a las posibilidades que por fin tenían al alcance de sus riendas, el 3º de Caballería adquirió fama legendaria, y aún entre los indios se revistió de contornos fantasmales, de leyenda.

La caballería blanca de Villegas caía como un aluvión de nieve sobre las huestes pampas.  Y Villegas y sus hombres, curtidos en todos los extremos del coraje, daban pábulo a los más increíbles actos de heroísmo, validos de la fortaleza que daba semejante montura.  Los blancos de Villegas eran un azote para el indio y un orgullo para los soldados de la frontera.

En la noche del 21 de octubre de 1877, un grupo de indios concibió dar un golpe de audacia al campamento del 3º de Caballería, en Trenque Lauquen: robarle los caballos blancos al coronel Villegas.

Esa noche, como otras, los blancos habían sido encerrados en un corral, a pocas cuadras del campamento.  El corral estaba delimitado únicamente por una zanja bastante profunda y ancha, que las caballadas no podían cruzar.  Ocho soldados, al mando del sargento Francisco Carranza, quedaron comisionados para cuidar la puerta del corral.

La noche era tranquila.  Nada indicaba la proximidad de los indios.  La modorra fue aconándose en los párpados de los rudos hombres de Carranza, y con el primer frescor de la noche quedaron dormidos sobre sus carabinas.

Esta fue la oportunidad aguardada por los indios.  Practicaron un portillo en el fondo del corral, rellenando la zanja.  Con sus ojos, que penetraban la noche más cerrada,  distinguieron en las sombras a las madrinas.  Las tomaron sin que se espantaran, y las fueron sacando de a una.  Tras ellas, dócilmente, siguieron los caballos de cada tropilla.  Así, los seiscientos….

Cuando con la diana, la guardia despertó, se halló con la novedad: ¡Los blancos habían sido robados!….

La palidez con que Villegas recibió la noticia indicó que una tormenta de ira iba a estallar.  Mando buscar al segundo jefe del Regimiento, el mayor Germán Sosa.

La orden fue tajante: armar una dotación de 50 hombres, incluir en ella al sargento Carranza, y en media hora salir en persecución de los indios ladrones.  Si Carranza no se comportaba a la altura de las circunstancias, debía recibir cuatro tiro por la espalda.

Entre los cincuenta individuos había tres cadetes: Prado, Supiche y Villamayor.  Marchaban también el mayor Rafael Solís, el capitán Julio Morosini (el mismo que recibiera, años más tarde, la rendición de Manuel Namuncurá en Fuerte General Roca) y los tenientes Spikerman y Alba.

Se los racionó con una porción de charqui como para cuatro días, y cien balas por hombre.

Villegas los vio partir, con la mirada sombría, desde la puerta del rancho que oficiaba de comandancia, y le dijo al mayor Sosa, cuando pasaba frente a él:

- No se animen a volver sin los blancos.

Marcharon cuatro horas.  Cuando el solazo pampeano del mediodía comenzó a morderles la nuca y el cansancio pesaba como una mochila sobre las espaldas, acamparon a orillas de la laguna Mari Lauquen.

El mayor Sosa dispuso una guardia porque se hallaban ya en territorio dominado por los indígenas.  Durmieron hasta el atardecer, y reanudaron la marcha no bien entró la noche.  A las diez de la mañana del día siguiente, hicieron alto para acampar.

Sosa había marchado silencioso durante toda la noche.  Cuando detuvieron la marcha ya había tomado una resolución.  Llamó a Solís y se la explicó brevemente: continuar esa expedición era conducir el medio centenar de hombres a la muerte, sin beneficio alguno.  Por consiguiente, acamparían.  Luego Sosa saldría durante la noche con el sargento Carranza.  Irían los dos en dereceras a alguna patrulla de indios con la que se trabarían en lucha hasta caer muertos.  A la mañana siguiente, al percibir Solís la ausencia de Sosa y Carranza, debía despachar descubiertas para buscarlos.  Volverían sin encontrarlos, o con sus cadáveres, y entonces Solís debía disponer el regreso al campamento.

En tanto, debía salir ahora con el cabo Pardiñas a reconocer un monte, y un bajo que se hallaban próximos, y en los que Sosa pensaba establecer el campamento desde el que ejecutaría su plan suicida para salvar a sus demás hombres de las iras de Villegas.

Pero estaba de Dios, que Sosa no iría a terminar sus días en las trágicas circunstancias que había elegido.  Media hora más tarde, regresaba el cabo Pardiñas, haciendo señas desde lejos.  El propio mayor Sosa le salió al encuentro.  Dios había puesto en el camino de esos soldados la posibilidad de salvarse, a punta de coraje.

En el monte que desde la distancia Sosa había elegido para acampar, había precisamente unos toldos.  Y en el bajo de la laguna, ¡los caballos blancos robados!…. Con ellos, una gran caballada que pastoreaba sin vigilancia a la vista.

Cambiaron los caballos de marcha por los de reserva en un santiamén.  Y en el silencio más absoluto se acercaron, al paso.  El mayor Solís en tanto, había estado observándolo todo.  La mayoría de los indios de pelea -83 en total-, dormían en los toldos, o jugaba a los naipes.  Con ellos estaban 129 mujeres, niños y ancianos.  Confiados en exceso por la fortuna del golpe dado contra el cuartel de Villegas, no habían puesto custodia; ni siquiera atado sus caballos.  La forma de atacarlos podía ser ésta: Unos veinte hombres debían atropellar hacia el bajo y arrear las caballadas.  El resto cargaría sobre los toldos para aplastar cualquier intento de reacción.  Había que actuar rápidamente para que nadie del grupo pudiera dar aviso a otras tolderías.

El teniente Alba descargó su ataque con los veinte hombres hacia las caballadas.  Solís encabezó la carga a los toldos.  Los caballos blancos, no bien sintieron el ruido familiar de los sables y los gritos de sus antiguos dueños, arremolináronse e hicieron punta hacia el camino y el resto de la caballada los siguió.  Nunca arreo tan grande fue reunido en menos tiempo.

Sosa y Solís redujeron a la impotencia a la indiada.  Cayeron sobre ellos como una centella.  El trompa de órdenes tocó llamada y el pelotón al mando de Alba enderezó con los caballos hacia los toldos.  Mudaron caballos e iniciaron el regreso.


La furia en las lanzas

La retirada se dispuso de inmediato.  Una fina columna de humo elevándose en el horizonte indicaba el peligro.  Era la que había encendido el tropillero de la tolda, el único que alcanzara a escaparse del aluvión mortal del mayor Sosa.  Seguramente estaría llamando a otros indios en su auxilio.  ¡Pero los blancos se habían recuperado!.

La marcha iba a ser lenta.  Había que empujar un arreo importante, y la chusma prisionera.  Por eso, 30 hombres se pusieron detrás de la tropa como escolta.  Y encima de ellos, una nueva orden terrible: matar al animal que se cansara.  Y seguir adelante.

Promediaba la tarde cuando comenzaron a ver, a sus espaldas, los primeros contingentes indígenas, convocados por la llamada de humo.  Para los soldados, el recurso era acercarse lo más posible al campamento, y si era factible, atravesar la famosa zanja de defensa, que mandara construir por esos años el Ministro de Guerra y Marina,  Adolfo Alsina.  Es decir, dar tiempo al Regimiento a que saliera a defenderlos.  Los indios, que también habían comprendido, querían cortar a cualquier precio la marcha.

Caía la tarde cuando una numerosa columna les dio alcance.  Corrían de flanco para interponérseles.  El comandante Prado –que dejó relatado este episodio en su libro “La guerra al malón”- así describe el episodio:

“Nahuel Payun en persona –el capitanejo más valiente de Pincén- nos salía a la cruzada.  Reunió cincuenta o sesenta indios y se precipitó sobre las caballadas, resuelto a dispersarlas.  Antes de llegar tropezó con un  grupo que mandaba Sosa y al pretender desviarse cayó bajo los sables del pelotón de Morosini.  El espectáculo debió ser magnífico, imponente.  Nosotros huyendo en una nube de polvo, mezcladas mujeres y caballos, arreando las chinas y los animales a punta de lanza, gritando como locos, y allá un poco a la izquierda, la fuerza de Morosini, entreverada a sable con el malón, en un infierno de alaridos, en medio del estruendo de las armas, pretendiendo los unos a arrollar al puñado de bravos que se levantaba como inquebrantable barrera, entre el furor del bárbaro y la presa del cristiano; forcejeando los milicos por contener la horda ciega de ira y sedienta de venganza”.

Cuando el ataque fue rechazado, mudaron los caballos.  Y luego apretaron la marcha, ya con desesperación.  Un nuevo ataque fue rechazado.  A medianoche hicieron una hora de alto, y luego continuaron la marcha.  Los indios, en tanto, los seguían a prudente distancia, pero no atinaban a cargarlos nuevamente.

Poco antes de llegar al campamento, Sosa dispuso cambiar caballos.  Los soldados montaron los blancos.  Y así, con grave aire de compadres, como una palpitante masa fantasmal, entraron a Trenque Lauquen.

Marchaban alineados, al tranco.  Y Sosa pasó con la columna, polvorienta y victoriosa, frente a la comandancia.  Desde el vano de la puerta Villegas, con el chambergo sobre la nuca, según su costumbre paisana, los vio pasar.  Silencioso.  Todavía enculado….  Cuentan que estaba tan pálido como sus caballos.  Sin duda presentía que, a pesar de haber sido vengada la audacia de los indios, el episodio del robo de sus blancos correría por toda la pampa como una burla gritada, como el alarido del salvaje golpeándose la boca, como una basureada más, acaso una de las últimas que se permitía la indiada y como tal, todavía más sabrosa…

Fuente


  • Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
  • Nario, Hugo I. – Basuriando al cristiano!
  • Portal www.revisionistas.com.ar
  • Prado, Manuel – La guerra al malón – EUDEBA, Buenos Aires (1960).
  • Todo es Historia – Año II – Nº 14. Junio 1968.
  • Turone, Gabriel O. – El robo de los blancos de Villegas


• Los Blancos de Villegas (video)


viernes, 29 de diciembre de 2017

PGM: El nunca revelado espía Oren

Oren (espía)

Wikipedia

Oren fue el nombre en clave asignado a un agente doble báltico-alemán en el sudeste asiático por la inteligencia británica durante la Primera Guerra Mundial.



Petrolero similar al SS Maverick

Identidad 

Aunque se desconoce su verdadera identidad, se cree que es un hombre de ascendencia sueca. El autor Nigel West afirma que era un alemán báltico. [1]

Espionaje

La inteligencia de Oren pasó al cónsul británico en Batavia, W.E. Beckett [2] junto con la información transmitida por otro agente alemán Vincent Kraft, fue instrumental en descubrir partes de la conspiración Hindú-Alemana, especialmente los planes de enviar armas a la India a bordo del SS Maverick en junio de 1915. Oren también proveyó información sobre las operaciones del agente de Jatindranath Mukherjee, Narendranath Bhattacharya, con ministros alemanes en el sudeste asiático, y sobre los planes de Jatin para la revuelta en el ejército indio en Bengala en agosto de 1915.

Basado en la inteligencia de Oren, el Maverick fue capturado. Mientras tanto, en India, la policía destruyó el movimiento clandestino en Calcuta porque un Jatin ignorante procedió de acuerdo con el plan a la costa de la Bahía de Bengala en Balasore. Fue seguido por la policía india y el 9 de septiembre de 1915, él y un grupo de cinco revolucionarios armados con pistolas Mauser hicieron una última parada en las orillas del río Burha Balang. Gravemente herido en un tiroteo que duró setenta y cinco minutos, Jatin murió al día siguiente en la ciudad de Balasore. [3] [4] [5][6]

La verdadera identidad de Oren nunca fue revelada por Beckett.

Notations

  • Gupta, Amit K (Sep–Oct 1997), "Defying Death: Nationalist Revolutionism in India, 1897-1938", Social Scientist, 25 (9/10), pp. 3–27, ISSN 0970-0293
  • Strachan, Hew (2001), The First World War, I: To Arms, Oxford University Press, USA, ISBN 0-19-926191-1
  • Popplewell, Richard J (1995), Intelligence and Imperial Defence: British Intelligence and the Defence of the Indian Empire 1904-1924., Routledge, ISBN 0-7146-4580-X
  • Dignan, Don (1983), The Indian revolutionary problem in British Diplomacy, 1914-1919, New Delhi, Allied Publishers


jueves, 28 de diciembre de 2017

Las guerras más absurdas

Las guerras más absurdas


Pedro Estrada
Muy interesante

Los humanos nunca hemos necesitado grandes excusas para ir a la guerra. Pero algunos conflictos históricos ejemplifican nuestra estupidez mejor que otros.


Las guerras más absurdas

En 1325, en la fragmentada Italia, las ciudades de Bolonia y Módena se enzarzaron en una guerra que se desencadenó, según narra el poema satírico de Alessandro Tassoni El cubo robado (1622), por la sustracción de un simple cubo. Los boloñeses eran güelfos, esto es, partidarios del papa, mientras que los modeneses eran gibelinos, es decir, partidarios del emperador del Sacro Imperio Romano. La tensión entre esas ciudades, alejadas entre sí no más de 44 kilómetros, por el control de los territorios cercanos fue en aumento hasta que, un día, un grupo de soldados de Módena se infiltró en Bolonia y robó el cubo de madera de un pozo de la plaza principal. En la incursión, mataron a algunos lugareños. La ciudad ofendida exigió la devolución del trofeo, pero Módena se negó.



Y aquello fue la gota que colmó el cubo: Bolonia declaró la guerra y reunió a un ejército de 32.000 hombres, que se enfrentó a 7.000 de Módena en la batalla de Zappolino. Se perdieron 2.000 vidas en el choque, y Módena se alzó victoriosa, con lo que el cubo permaneció en su poder. Hoy, esta ciudad conserva aquel recipiente de madera en el ayuntamiento y exhibe una réplica en la Torre della Ghirlandina en recuerdo del triunfo.


Guerra de los pasteles, en 1838

Por unos pasteles

La guerra del cubo no ha sido, ni mucho menos, el único choque sin sentido. El 21 de marzo de 1838, diez barcos de guerra franceses, enviados por el monarca Luis Felipe I, anclaron en el puerto mexicano de Veracruz y amenazaron con bloquearlo si no se satisfacían sus reclamaciones antes del 15 de abril. Exigían, entre otras cosas, el pago de unos pasteles que algunos oficiales del presidente Santa Anna se habían comido en un restaurante de Tacubaya, propiedad del señor Remontel, ciudadano galo.

Según algunas fuentes, los oficiales se habían marchado sin pagar; según otras, los militares, borrachos, habían causado además numerosos destrozos en el local. La reclamación por los daños que Remontel había elevado al Gobierno mexicano –por importe de 60.000 pesos– fue ignorada, por lo que la trasladó a las autoridades galas, quienes la usaron, junto con las de otros comerciantes, para presionar al Ejecutivo azteca, al que exigían en total 600.000 pesos. Los mexicanos no cedieron, y el 16 de abril los franceses iniciaron el bloqueo de todos los puertos del golfo de México.

Tras ocho meses de presión, estalló el conflicto armado. Santa Anna acudió a defender Veracruz, y el contraalmirante Charles Baudin, al mando de la flota gala, envió a tierra una columna de mil efectivos para apresarlo. Estos no consiguieron derrotar a los mexicanos y hubieron de retirarse y regresar a los barcos, desde donde comenzaron a bombardear la ciudad. Finalmente, los ingleses, a quienes el bloqueo también impedía comerciar con los puertos aztecas, enviaron una flota a la zona y consiguieron que ambas partes firmaran un tratado de paz, por el cual México terminó pagando los 600.000 pesos reclamados. El pastelero quedó satisfecho, pero la factura del carnicero ascendió a 133 muertos y 214 heridos entre ambos bandos.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Guerra mexicano-estadounidense: Batalla de la Angostura (1847)

Batalla de la Angostura

Memoria Política de México

En la Batalla de la Angostura, luchan las tropas nacionales contra las invasoras norteamericanas.


Entre San Luís y Saltillo, en un paso de montaña llamado La Angostura, próximo a la hacienda de Buenavista, inicia el combate más impresionante de la guerra entre Estados Unidos y México, entre las fuerzas mexicanas -comandadas por Santa Anna, Mora, Villamil, Micheltorena, Blanco, Corona, Pacheco, Lombardini, Urrea y otros- y las invasoras norteamericanas al mando de Zacarías Taylor. Se trata de la Batalla de la Angostura o de Buenavista.


Febrero 22 de 1847

Serán dos días de encarnizada y crudelísima lucha, entre catorce mil mexicanos con buena caballería pero con viejos cañones de alcance y capacidad de fuego reducidos, y siete mil invasores mejor posicionados, que contaban con moderna artillería del doble de alcance.




Hoy Santa Anna exige a Taylor que se rinda, lo que sólo provoca su ira, y al negarse, se inician algunas escaramuzas para tomar posiciones y movilizar sus efectivos. Al día siguiente, Santa Anna atacará con todas sus fuerzas y al mediodía habrá roto la línea de los invasores, pero Taylor contraatacará y detendrá momentáneamente el avance de las tropas mexicanas. Cuando las columnas nacionales serán casi dueñas del campo de batalla, de pronto recibirán de Santa Anna la orden de retirada en plena noche.





La retirada del ejército mexicano en la madrugada del 24 de febrero, cuando Santa Anna parecía tener la victoria y podía apoderarse de Saltillo, será muy cuestionada. Al parecer la tropa estaba exhausta, carecía de elementos y llevaba varios días sin probar alimento, tras haber cruzado el desierto durante uno de los más crudos inviernos. Pero en Saltillo podía encontrar agua y alimentos. Además los invasores norteamericanos estaban desalentados y tan convencidos de su derrota, que cuando se dieron cuenta de la retirada de sus enemigos, estallaron en júbilo y hasta se cuenta que, llorando, los generales Taylor y Woolse abrazaron.



Santa Anna cargará su derrota a la falta de valor del general exrealista José Vicente Miñón, cuya caballería de unos mil quinientos efectivos, actúo erráticamente durante las horas más decisivas, por lo que será sometido a juicio militar.



En los "Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos", se da cuenta de la batalla en los siguientes términos:

Poco se dilató en alcanzar a los enemigos en el campo de batalla conocido con el nombre de la Angostura. EI terreno que se acababa de andar, estaba formado de vastas y estensas llanuras, en que no se hubiera podido resistir el empuje vigoroso de nuestras tropas, principalmente el de nuestra hermosa caballería; pero en donde el enemigo se había detenido para combatir, empezaban dos series sucesivas de lomas y barrancas, que constituían una posición verdaderamente formidable. Cada loma estaba defendida por una batería, pronta a dar la muerte a los que intentaran tomarla; y la disposición del lugar, que presentaba grandes obstáculos para el ataque, manifestaba con claridad que, aun cuando las armas mexicanas tuviesen el triunfo, no sería sin una perdida de consideración

Luego que la caballería llegó a la Encantada, desde donde avistó al enemigo, comenzó a batirse en tiradores. Inmediatamente envió orden el general en gefe para que la infantería apresurara su marcha, caminando a paso veloz. Así se verificó: a pesar del cansancio de la tropa, se siguió adelante hasta llegar a la Angostura, con lo que se completó una jornada de 12 leguas. La fatiga mató a varios soldados, que quedaron tendidos en el camino. Luego que llegó la infantería, la brigada del general Mejia se situó a la izquierda de éste entre unos sembrados, sostenida por un cuerpo de caballería. EI resto la infantería se colocó a la derecha, formando en dos líneas con sus competentes reservas y baterías. Las brigadas de caballería quedaron a la retaguardia.



Respecto de los cuerpos ligeros, el general en gefe dispuso que Ampudia, que los mandaba, fuera a apoderarse de un cerro que había quedado abandonado a nuestra derecha, y que importaba demasiado ocupar para el éxito de la batalla. Los cuerpos ligeros se dirigieron a esa posición; pero el general Taylor conoció entonces la falta que había cometido, y para remediarla envió por su parte una fuerza respetable, esperando que llegara primero que la nuestra. Las dos divisiones se acercaron una a otra: conociendo que la ocupación del cerro no era ya empresa fácil, y que no debía quedar sino en poder del vencedor, rompieron sus fuegos, trabando un reñido combate. Además de la oposición del enemigo, aquella eminencia presentaba por si misma obstáculos de consideración: el ascenso era casi perpendicular, de suerte que aun para subir el parque había penosas dlflcultades, siendo necesario valerse de mil arbitrios para superarlas.

El combate continúa con encarnizamiento: la noche cierra completamente, y está aun indeciso el resultado. Los cuerpos ligeros se baten con denuedo: el resto del ejército, simple espectador de la acción, sigue ansioso con la vista la dirección de los fuegos, luchando entre la duda y la esperanza. "Luego que oscureció”, dice la relación citada anteriormente "el espectáculo era magnífico. Se veía flotar realmente en los cielos una nube de fuego, que o se elevaba o se abatía, según los enemigos ganaban o perdían terreno". Por ultimo, los americanos ceden; sus soldados se retiran; los nuestros coronan el cerro  tenazmente defendido como intrépidamente ganado.

El resto de la noche se pasó al vivac y enfrente del enemigo. Estuvo lloviendo: el frío era crudísimo: se había prohibido hacer lumbradas, por lo que no se veía ninguna luz en el campamento. La mayor parte del ejército esperaba el combate indiferente y tranquilo,. como si la muerte no girara sonriendo sobre sus cabezas, mientras algunos oficiales velaban, agobiados de los pensamientos que siempre dominan la víspera de una gran batalla.

Amaneció el 23: la aurora de aquel día de grandioso recuerdo, fue saludada con las marciales dianas de los cuerpos: el general Santa-Anna estaba ya a esa hora a caballo dando sus disposiciones. El fuego de cañón comenzó: las tropas ocuparon sus puestos: la brigada del general Mejia pasó de la izquierda a la derecha del camino. La batalla se generalizó  poco después, y como no hubo tiempo para repartir el rancho, los soldados pelearon todo el día sin tomar alimento.



El combate comenzó por el cerro ganado la víspera, y que de nuevo disputaron los contrarios sin fruto a los cuerpos ligeros. Entre siete y ocho de la mañana ordenó el general en gefe que se diese una carga sobre el enemigo. Entonces avanzaron todas las tropas, moviéndose en batalla paralelamente: por el camino iba una columna a las órdenes del general Blanco (D. Santiago) compuesta de los batallones de zapadores, misto de Tampico y Fijo de México, llevando al regimiento de húsares a la izquierda. A la derecha de esta columna marchaba la división del general Lombardini, que formaba el centro de nuestra línea, y a su lado la del general Pacheco. Un poco atrás, y siempre a la derecha como sirviendo de reserva, seguía la del general Ortega; y el general Ampudia con los cuerpos ligeros, reforzados con el 4º de línea, seguía batiendo a las fuerzas americanas que había al pie del cerro.

La línea enemiga era oblicua, de suerte que, aunque nuestro ejército marchaba paralelamente como se ha dicho, la columna del camino empezó a recibir un mortífero fuego de cañón, mientras que las otras divisiones estaban aun lejos del enemigo. Sin embargo, aquella no se desconcertó: los soldados seguían impávidos para adelante, cerrando los claros que las balas abrían en sus filas, con la arma al brazo, y esperando llegar a la bayoneta para vengar la muerte de sus compañeros, impunemente sacrificados; pero el general Santa-Anna,. observando Ios estragos que sufría, dispuso que se detuviera, abrigándose tras de una colina que podía defenderla del fuego de los americanos.

Entretanto, las divisiones de Lombardini y Pacheco habían roto los suyos, que fueron al punto contestados. Cuando se empeñó el combate, recibió una herida honrosa el general Lombardini, que tuvo que retirarse del combate, recayendo el mando de su división en el general Pérez. La tropa del general Pacheco, casi toda bisoña, vacila y no tarda en desbandarse, acosada por el fuego certero que recibía de frente, y más aun por el de flanco, que la desordena completamente. La dispersión es general: en vano Pacheco, con un valor digno de elogio, procura contener a sus soldados, que no se detienen hasta que llegan a las últimas filas. El enemigo, por su parte quiere aprovecharse de la ventaja que ha obtenido para alcanzar el triunfo: avanza intrépidamente; pero la división del general Pérez, con serenidad y firmeza, hace un cambio de frente sobre la derecha, y lo obliga a retroceder. Aquel diestro movimiento es favorecido por una batería de a 8 que mandaba el capitán Ballarta, y que Santa-Anna puso a las inmediatas órdenes del sereno general Micheltorena. El fuego de las piezas que la componen, ocasiona a los contrarios pérdidas de consideración: todos los tiros se aprovechan por la corta distancia a que combaten unos de otros, siendo de una loma a la inmediata: los americanos, que han soñado un momento con la victoria, se retiran destrozados, quedando el campo cubierto con los cadáveres confundidos de los valientes que por ambas partes han caído en esta sangrienta lucha.



Grande había sido en efecto el arrojo con que unos y otros habían peleado: ya trepan nuestras soldados a la loma, cargando a la bayoneta; ya descienden a la barranca, revueltos con los enemigos: ahora suben de nuevo sin dejar de combatir; luego vuelven a precipitarse de arriba a abajo, como una avalancha; y así pierden o ganan terreno, y así perecen los mas distinguidos, así, por fin, quedan dueños del terreno ganado a costa de esfuerzos heroicos.

EI triunfo hubiera sido completo desde aquel instante, si la caballería hubiese estado a la mano, para arrojarse sobre los restos desorganizados de las fuerzas vencidas: por desgracia, estaba algo distante, y cuando llegó, ya las encontró rehaciéndose. Sin embargo, carga con denuedo, dirigida por el valiente general Juvera: todos cumplen con su deber: el general D. Ángel Guzmán, coronel del regimiento de Morelia, se distingue de una manera especial, rechazando al enemigo hasta la hacienda de Buena- Vista. Parte de la caballería siguió tan lejos en su persecución, que para volver a nuestro campo, tuvo que tomar por la retaguardia de las tropas de Taylor, viniendo a salir por la izquierda de la posición.

En la primera carga, que acabamos de referir, habían vencido las mexicanas; pero las ventajas que el terreno presentaba a los enemigos, exigían esfuerzos continuados y no una victoria, sino muchas. Replegadas sus tropas de una loma se reorganizaban en la siguiente: era necesario irIas tomando una por una, a costa de la sangre de la parte más escogida del ejército.

Para dar la segunda carga, antes que se disipe el entusiasmo del triunfo, se forma una nueva línea de batalla, a la que entran todas las tropas de reserva, incorporándose con las que se habían batido. La columna que hemos dejado en el caminó, defendida por una colina, viene ahora a formar la reserva de esa nueva linea. Nuestra tropa avanza ordenadamente; la batería del general Micheltorena, única que jugaba por nuestra parte, destroza a los contrarios: se llega a la bayoneta batiéndose los soldados cuerpo a cuerpo: por segunda vez  nuestros valientes vencen: los americanos se replegan a la loma inmediata, dejándonos por trofeo uno de sus cañones y tres banderas.

En estos momentos se presentan al general en gefe unos parlamentarios, intimando rendición. Santa-Anna les contesta con dignidad, negándose a acceder a tan original pretensión. Hubiéramos pasado este hecho en silencio, como insignificante, si no fuera porque el envío de los referidos parlamentarios provino de la inteligencia en que estaba el general Taylor de que Santa-Anna Ie había enviado otro previamente, y así asegura en su parte oficial. En aclaración de los hechos, vamos a esplicar en lo que consistió esta equivocación.

Al dar nuestras tropas la segunda carga, el teniente de plana mayor D. José Maria Montoya, que iba en las primeras filas quedó confundido entre los americanos. Viéndose solo, y no queriendo ser muerto ni hecho prisionero, se valió de la estratagema de fingirse parlamentario, por lo que fue llevado a presencia del general Taylor. Este lo hizo volver a nuestro campo, en compañía de dos oficiales de su ejército para que se entendieran con el general Santa-Ana; pero Montoya, que tenia sus razones para no presentársele, se separó de los comisionados, los que cumplieron con su encargo.

Despues del segundo combate, que seria entre las diez y las once del día, cayó una ligera llovizna: los soldados toman algún respiro, y a las doce vuelven a marchar de nuevo sobre las posiciones del enemigo. Habían vuelto ya a entrar entonces en batalla los zapadores y demás cuerpos, que estuvieron de reserva. El general Taylor, creyendo débil nuestra izquierda, hace avanzar algunas fuerzas en aquella dirección, las que hallan una resistencia invencible. La brigada de Torrejon carga sobre ellas, y pierde a sus mejores oficiales y soldados. La acción se generaliza: nuestra línea avanza: los cuerpos ligeros que en el curso de la batalla habían hecho retroceder a las tropas que encontraron al paso, estaban ya en el extremo de la loma misma en que se batían los enemigos. De nuevo se empeña la refriega: por ambos lados se multiplican los muertos y heridos: unos atacan bizarramente; otros se defienden con gallardía; ninguno cede: el combate se prolonga por horas enteras y solo al cabo de inauditos esfuerzos, es cuando se logra arrollar al enemigo hasta su última posición. Otras dos piezas y una fragua de campaña, cayeron en nuestro poder.

En aquellos instantes se suelta un fuerte aguacero: las tropas, muertas de cansancio, se detienen: el general Taylor, que ha 'tenido que retroceder de loma en loma, perdiéndolas todas después de una obstinada resistencia, se prepara a hacer el último esfuerzo antes de ceder enteramente la palma de la victoria pero la batalla ha cesado: la carga que se acababa de dar, fue el postrer empuje de nuestras fuerzas. EI enemigo no se cree derrotado, porque si bien ha perdido todas sus posiciones menos una, le basta conservar estar en actitud hostil para pretender la gloria del vencimiento. Por nuestra parte, se proclama el ejército vencedor: alega por títulos los trofeos adquiridos, las posiciones tomadas, las divisiones enemigas vencidas. La verdad es que nuestras armas derrotaron a los americanos en todos los encuentros, sin que el éxito de la batalla nos fuera favorable: hubo tres triunfos parciales, pero no una victoria completa.”



El general Wool comunica lo sucedido en la batalla. “Después que el fuego cesó, el Mayor General en comando regreso nuevamente a Saltillo para ver los asuntos en ese lugar y protegerlo contra la caballería del general Miñón (...) Las tropas permanecieron sobre las armas durante la noche en las mismas posiciones que ocupaban al cerrarse el día. Alrededor de las 2 de la mañana del día 23, nuestros vigías fueron rodeados por los mexicanos y a la alborada, la acción fue renovada por la infantería ligera mexicana sobre nuestros rifleros situados a un lado de la montaña (... ) una fuerte columna de la infantería y caballería enemigas junto con la batería localizada en el costado de la montaña, se movilizó sobre nuestra izquierda (...) la infantería norteamericana, en lugar de avanzar; se retiró en desorden y, a pesar de los esfuerzos de su general y oficiales, dejó a la artillería sin apoyo, al abandonar el campo de batalla (... ) lamento profundamente decir que la mayor parte de esta fuerza no regresó al campo de batalla y muchos continuaron su estampida rumbo a Saltillo. El enemigo de inmediato puso a la delantera una batería sobre nuestra línea de fuego iniciando un certero fuego sobre nuestro centro y continuó su avance perpendicular a nuestro costado izquierdo para cruzar el arroyo seco con objeto de tomar nuestra retaguardia. Un gran cuerpo de lanceros formó una columna en la garganta de la montaña, la cual se adelantó a la infantería para descender sobre la Hacienda de Buena Vista cerca de la cual habían sido estacionados nuestros trenes de reservas y equipaje (...) La columna que había pasado nuestra línea izquierda y había avanzado cerca de 2 millas de nuestra retaguardia, fue detenida y empezó a replegarse (...) muchos fueron forzados a escapar por las montañas y el resto fue dispersado (...) Este fue el último gran esfuerzo del general Santa Anna. Sin embargo, el fuego entre la artillería enemiga y la nuestra continuó hasta en la noche.”



Por su parte, Santa Anna y sus generales informan: “No se puede negar que los norteamericanos combatieron brillantemente ni que su general maniobró con habilidad; pero, a pesar de sus esfuerzos, tenían perdida la batalla desde el momento en que nuestras tropas desbordaron la izquierda de sus líneas. Sin las faltas cometidas por nuestros generales, con la carencia de la dirección que se nota desde aquel momento crítico, la posición del ejército norteamericano era insostenible. Así, sin duda, la juzgó el general Taylor comenzando a preparar su retirada por el camino de Saltillo (...) si aquella retirada se hubiera verificado, enorgullecidas nuestras tropas habían cargado con mayor brío (...) por desgracia nada de esto sucedió. La columna de carros que inicio la retirada sin duda tuvo noticias de la presencia del general Juan José Miñón. No pudieron seguir adelante ni esperar tropas que la protegieran [...] no tuvo más remedio que retroceder y formar un reducto con los carros en la Hacienda de Buena Vista para aumentar la resistencia. La polvareda y el gran movimiento de aquella columna de carros que llegaban al trote, por el camino de Saltillo, hizo creer al principio que los americanos recibían refuerzos [...] el general Taylor estaba, pues, sin retirada, encerrado en una garganta cuyas salidas ocupaba el ejército mexicano. Pero el enemigo tenía víveres, mientras nosotros no contábamos siquiera con una ración por plaza. Ni aun los oficiales tenían con qué alimentarse. Por consiguiente no había esperanza de obligar a Taylor a rendirse por hambre. Era indispensable destruirlo con las armas. Así pues, la combinación de colocar la columna de caballería del general Miñón a retaguardia del enemigo, salió contraproducente. La máxima de al enemigo que huye, puente de plata, hubiera sido conveniente observarla esta vez.”



El ejército mexicano declarará la “victoria” y se retirará de regreso hacia San Luís Potosí, en cuya penosa marcha perecerán otros miles. Esta retirada será muy importante porque causará mucho desaliento entre las tropas nacionales.





Más de 3,400 hombres de Santa Anna resultarán muertos o heridos, mientras que Taylor sólo perderá 650. Otras cifras que se citan son: 594 muertos y 1,039 heridos mexicanos; 267 muertos y 456 heridos estadounidenses. Lo cierto es que regresará menos de la mitad de los hombres que salieron de San Luis. Esta trágica campaña de Santa Anna resultará quizás la más costosa en vidas de nuestra historia militar. Aunque las tropas norteamericanas detendrán su avance en el norte, otras invadirán al país por Veracruz y marcharán hasta apoderarse de la capital mexicana.


Roa Bárcena, (Recuerdos de la Invasión Norteamericana) refiere que: “En cuanto á Santa-Anna, los enemigos de su gobierno le preguntaban en aquellos días por que fue á atacar á Taylor sin los elementos necesarios para vencerle; por qué avanzó hasta las posiciones del enemigo cuando carecía aun de los víveres necesarios para sitiarle en ellas durante dos ó tres días. La respuesta de entonces es la de ahora y será la de siempre: Santa-Anna se hallaba en la terrible disyuntiva de llevar desde luego al combate á un ejército que no contaba con otros elementos que sus armas y decisión, ó verle desaparecer por efecto de la pobreza y de la deserción si le hacia aguardar mejores circunstancias para batirse.”

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.

martes, 26 de diciembre de 2017

Guerra Antisubversiva: La Navidad de 1975 en Tucumán

La Nochebuena del General Videla

En 1975, después del intento de copamiento del ERP al Batallón Arsenal de Monte Chingolo, el entonces comandante del Ejército voló a Tucumán para brindar con los soldados del Operativo Independencia. Su mensaje al país para “vencer el desorden y la inseguridad”

Por Marcelo Larraquy || Infobae
Periodista e historiador (UBA)



Todavía había cuerpos tirados en el Batallón de Arsenales 601 Domingo Viejobueno, y en sus calles adyacentes, cuando el comandante del Ejército, general Jorge Rafael Videla volaba hacia Tucumán para celebrar la Nochebuena de 1975 junto a los soldados del "Operativo Independencia"

Los títulos de los diarios, ese día, informaban: "Más de cien guerrilleros asaltaron un arsenal del Ejército en Monte Chingolo"; "La lucha más encarnizada se libró ante el portón de la unidad militar"; "Mueren más de 50 extremistas al atacar un batallón en M. Chingolo".

El ataque, al general Videla, no lo sorprendió.

Lo esperaba.

Había recibido la información el domingo 21 en una reunión de altos mandos, de boca del coronel Alfredo Valín, el jefe del Batallón de Inteligencia 601. Desde 1974 la inteligencia militar había "infiltrado" a un espía en las filas del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). El espía, Jesús Rainier, "El Oso", después transportar durante semanas las armas para una operación de la que no conocía su blanco, finalmente lo informó: "Monte Chingolo".

El ataque al Batallón sería el lunes 22 de diciembre. Su arsenal tenía 13 toneladas de armamentos.

Los altos mandos dispusieron refuerzos. Se movilizaron tanques, carriers, miles de efectivos en torno a la unidad.

Un militante del ERP que había instalado en los días previos una mesa de venta de pan dulce en las cercanías del Batallón alertó la novedad.

El ataque no se produjo.

Decepcionados, los altos mandos militares decidieron bajar el "alerta roja", disponer los francos correspondientes, restablecer la rutina, reducir la guardia, para inducir al ERP al ataque que había anunciado su espía. La violencia guerrillera convenía a las Fuerzas Armadas, impactaba a la sociedad, los acercaba al golpe de Estado.

El jefe del ERP, Roberto Santucho, recibió informes de que la operación había sido advertida por el enemigo. Había un infiltrado. La ordenó igual.



El ataque guerrillero se produjo en las últimas horas de la tarde del martes 23, mientras Videla compartía un vino de honor con los periodistas acreditados el edificio del Libertador.

La operación se inició cuando un camión de transporte de bebidas robado rompió el portón de la unidad, y le abrió el paso a tantos otros nueve vehículos. Un coronel apostado en una torre del tanque de agua del arsenal lo advirtió desde sus binoculares.

En forma simultánea, los guerrilleros tomaron puentes a lo largo del Camino General Belgrano, en el sur del conurbano bonaerense, también atacaron comisarías y el Regimiento 7° de Infantería de La Plata.

La respuesta militar fue terrestre y aérea, con helicópteros artillados, birreactores Aeromacci y aviones bombarderos livianos Camberra.

A las tres horas de combate, en las filas del ERP se escuchó la orden de retirada. Durante toda la madrugada del 24 de diciembre, iluminada por los helicópteros, la Infantería hizo rastrillajes por las villas y los bordes del Riachuelo, donde algunos se habían dispersado. La guerrilla tuvo entre 60 y 70 bajas. Algunos de ellos fueron fusilados luego de haberse rendido. En las villas se calculó que hubo 40 muertos. Las Fuerzas Armadas y de seguridad perdieron 10 hombres.

Videla sabía que sus sectores afines apoyarían la masacre posterior al intento de copamiento.

No erraba.

"Es posible decir que el saldo impresionante (…) del episodio de Monte Chingolo produjo en muchos un sentimiento de alivio: cien muertos son cien enemigos menos, y si fueron más, mejor, cualquiera haya sido la manera de su muerte", editorializaría la revista católica Criterio, al mes siguiente.

El 24 de diciembre al mediodía, cuando la violencia guerrillera ya estaba controlada, el general Videla voló a Tucumán.

Pensó que desde allí debía hablarles a los argentinos. El país estaba conmovido y entendería sus palabras. Ya no debía arengar a los soldados del Ejército ni hacer discursos para el Gobierno, como único destinatario.

Era hora de hablarle al país, y lo haría junto a los soldados que rastrillaban la espesura del monte tucumano en busca de los guerrilleros del ERP, que aspiraban a instalar una "zona liberada".

Sería el marco adecuado para dar a conocer su pensamiento en su mensaje de Nochebuena.

Apenas asumió la Comandancia, con un decreto de Isabel Perón en la madrugada del 28 de agosto, el general Videla, de 50 años, frío, pulcro, reglamentarista, sin condecoraciones, pero tampoco sin manchas en su legajo, sin haberse sumado nunca a complots o facciones internas, fue recibido con beneplácito por sectores civiles afines.

Se esperaba de él que fuese algo más que un jefe del Ejército.

La revista Cuestionario se preguntó, al mes siguiente de su designación, con la imagen serena de su rostro en tapa: "¿Cuál es el próximo paso de Videla?".

La revista Extra, del periodista Bernardo Neustadt, lo presentó, también en septiembre de 1975, como "uno de los más serios pensamientos que hoy se hospedan en el país".

El general Videla transmitía la imagen de un ejército que sólo quería orden y paz frente a una sociedad horrorizada por la violencia de la guerrilla, de la Triple A, de los que fueran.

Para ese orden, para esa paz, deberían morir los que debieran morir. Era el sacrificio. El general Videla lo explicó el 23 de octubre de 1975 en la XI Conferencia de Ejércitos Americanos, en Montevideo: "si es preciso, en la Argentina van a morir todas las personas necesarias para lograr la paz del país", diagnosticó.

Esa clase de discursos, que el gobierno de Isabel Perón avalaba con su silencio, luego se respaldarían con instrumentos jurídicos, decretos, directivas secretas.

*Con la creación del Consejo de Defensa –rubricado por la firma del gabinete de ministros y el presidente provisional Italo Luder, luego del ataque montonero al cuartel militar de Formosa del 5 de octubre-, las Fuerzas Armadas fueron autorizadas a intervenir en todo el país en la "lucha antisubversiva".


*El día 28 de octubre, una directiva secreta del Ejército (404/75) marcó las prioridades. Prioridad 1: Tucumán. Prioridad 2: Capital Federa – La Plata. Prioridad 3: Córdoba. Prioridad 4: Rosario/Santa Fe.

*Se modificó el Reglamento Militar, con la incorporación de LRD, "Lugar de Reunión de Detenidos". El "sospechoso" sería detenido en base a informes de inteligencias y trasladado al LRD para interrogatorios, sin posibilidad de defensa legal. LRD era el eufemismo de de "centros clandestinos".

Durante el gobierno de Isabel Perón, las Fuerzas Armadas y de seguridad crearían seis LRD.

Uno de ellos era "La Escuelita", en Famaillá, localidad de Tucumán donde el general Videla celebraría la Nochebuena. Dependía del Destacamento 142 de Inteligencia del Ejército, y reportaba información al comando del General Vilas.

Hasta ese momento, en diez meses de actuación del "Operativo Independencia", por allí habían pasado 1507 personas; 113 habían desaparecido.

El "exterminio físico del enemigo subversivo" era un discurso predominante en las fuerzas vivas de la provincia, identificadas con la acción militar.

En los hechos, el general Acdel Vilas, a cargo del "Operativo Independencia", era el poder fuerte en la provincia, por encima del gobernador peronista Amado Juri.

El comando táctico del general Vilas estaba asentado en la V Brigada de Infantería y además tenía a cargo tenía a cargo a la policía provincial, Federal y la Gendarmería.
El gobernador Juri había dado la bienvenida al  "Operativo Independencia" en la provincia en febrero de 1975.

"La intervención de las Fuerzas Armadas en la lucha contra la subversión apátrida ha encontrado el apoyo y la solidaridad del pueblo y el gobierno", había afirmado.

Pero el hecho de que el mismo Juri hubiera recibido  a los presos políticos tucumanos amnistiados en mayo de 1973, no lograba satisfacer el nivel de confianza que requería el ámbito castrense.

Durante 1975, guiados por el general Vilas, algunos diputados nacionales con cascos y chaquetas militares, se introdujeron en la pegajosa atmósfera del monte tucumano, con soldados que le abrían el paso a machetazos para que pudieran recorrer el bosque entre ramas hostiles; luego regresaban al llano saludando la labor de las Fuerzas Armadas y reclamando al pueblo que colaborara con "desinterés y alto sentido patriótico en la guerra contra la subversión".

El campeón del mundial de boxeo Carlos Monzón y otras figuras del deporte y el espectáculo viajaron al frente tucumano para saludar a los soldados conscriptos.

El Ejército quería dar a conocer la épica de su accionar para desterrar algunas "campañas de prensa" que desde el exterior desacreditaban al Operativo.

Las visitas se producían en un marco de violencia.



El 28 de agosto  de 1975 Montoneros había detonado una bomba a control remoto en el aeropuerto de Tucumán cuando despegaba un avión Hércules C-130 de la Gendarmería: provocó 6 muertos y 23 heridos.

Para contrarrestar la propaganda montonera de ese operativo, el General Vilas no dudó en presentar los triunfos militares a la prensa. En una oportunidad, luego de una emboscada a una columna de la Compañía del Monte del ERP en el arroyo San Gabriel, el Ejército mató a catorce guerrilleros. A dos periodistas que acompañaron el operativo militar, Vilas los invitó a regresar a la capital provincial junto a los cadáveres, en el camión Unimog del Ejército. Y lo hicieron.

La violencia no sólo estaba en el monte.

Estaba en las calles.

El 1° de diciembre de 1975, un año después que el ERP ametrallara al capitán Humberto Viola, y lo matara a él y también diera muerte a su hija de tres años, una camioneta con siete de guerrilleros del ERP explotó en el mismo lugar, sobre Ayacucho al 200. Lo firmó el comando "Dios, Patria o Muerte".

Videla sentía afinidad por Tucumán.

En esa provincia había servido como jefe de Estado Mayor de la V Brigada de Infantería desde fines de 1968, en momentos en que se sentían las consecuencias del cierre los ingenios azucareros. La desocupación obligó a miles de tucumanos a la migración interna. Incluso, cuando era coronel, en 1970, Videla llegó a gobernar la provincia por algunas semanas.

Cuando llegó al aeropuerto el 24 de diciembre de 1975 fue recibido por cientos de soldados del Operativo Independencia y recibió el saludo del arzobispo de Tucumán monseñor Blas Victorio Conrero. Ya no estaba el general Vilas en el mando  del Operativo Independencia. Seis días antes lo había reemplazado el general Antonio Bussi.

"General, usted no me ha dejado nada por hacer", anotaría Vilas con orgullo en su "Diario de Campaña", las palabras que le ofrendaría Bussi en el traspaso de mando.

Vilas dejaría el Operativo condecorado por el senado provincial.

A esas alturas, los pocos guerrilleros del ERP que se mantenían en el monte habían sido trasladados a Buenos Aires para participar del ataque al Arsenal de Monte Chingolo

El mensaje de Nochebuena del general Videla sería reflejado con sentido patriótico, sin desdeñar poesía, por la prensa política.

"El comandante general del Ejército Jorge Rafael Videla, pasó la Nochebuena en Tucumán, junto a sus soldados. Si es que hizo algún brindis, con seguridad fue con el jarrón de latón que impera en los vivaques desde los que se combate a la acción subversiva desplegada en el norte argentino", se publicó "La Opinión".

Desde la sede de la zona de operaciones del Ejército  en Famaillá, el general Videla habló a los argentinos (Extractos):

 "Mientras la Cristiandad festeja en Famaillá la llegada del niño Dios, El Ejército Argentino en operaciones, aquí en el corazón del monte tucumano, como en todo el ámbito del país, lucha armas en mano para lograr esa felicidad y esa paz que mi mensaje clama.

Lucha nuestro ejército, el ejército de la Nación, contra delincuentes apátridas que pretenden mediante el vil asesinato, quebrar al Estado y ocupar el poder para cambiar el sistema de vida nacional tan caro a los sentimientos profundamente cristianos de nuestro pueblo. Y lucha como lo hizo ayer en el batallón de Arsenales 601, con fuerza, con fe, con el coraje propio de nuestra estirpe, con la seguridad de que ese nuevo triunfo se extenderá a lo largo y lo ancho de la República allí donde la delincuencia subversiva pretenda hacer pie.

Frente a esta situación, es imprescindible que el pueblo argentino y sus Fuerzas Armadas tomen conciencia de la gravedad de las horas que vive la Patria.

Tenga presente el ejército y compréndalo así la Nación, que la delincuencia subversiva si bien se nutre de una falsa ideología, actúa favorecida por el amparo que le brinda una pasividad cómplice. (…)

Ante esta dura realidad que aceptamos con patriotismo y espíritu de servicio, miramos consternados a nuestro alrededor y observamos con pena, pero con la sana rabia del verdadero soldado, las incongruentes dificultades en las que se debate el país, sin avizorarse solución.

Frente a estas tinieblas la hora del despertar del pueblo argentino ha llegado. La paz no sólo se ruega, la felicidad no sólo se espera, sino que también se ganan. El Ejército argentino, en el justo derecho que le concede la cuota de sangre generosamente derramada por sus hijos héroes y mártires, reclama con angustia pero también con firmeza una inmediata toma de conciencia para definir posiciones. La inmoralidad y la corrupción deben ser adecuadamente sancionadas. La especulación política, económica e ideológica, deben dejar de ser medios utilizados por grupos de aventureros para lograr sus fines. El orden y la seguridad de los argentinos deben vencer el desorden y la inseguridad. (…).

El 14 de septiembre de 2017, casi 42 años después de aquel discurso de Nochebuena del general Videla, el Tribunal Oral Federal de Tucumán finalizó el juicio por el "Operativo Independencia" con la condena de policías y militares por delitos de lesa humanidad –secuestros, torturas, violaciones sexuales y homicidios-, contra 271 víctimas.


*Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro es "Primavera Sangrienta. Argentina 1970-1973. Un país a punto de explotar. Guerrilla, presos políticos y represión ilegal". Ed. Sudamericana.

domingo, 24 de diciembre de 2017

PGM: La tregua de Navidad en las trincheras

Tregua de Navidad: el día que el fútbol detuvo una batalla de la Primera Guerra Mundial

Ocurrió la noche del 24 de diciembre de 1914 en Ypres, Bélgica. El documento que registra el momento histórico

Por Fernando Taveira || Infobae
ftaveira@infobae.com




La Primera Guerra Mundial fue uno de los conflictos bélicos más sangrientos de la historia. Con un saldo de casi diez millones de muertos, más de 20 millones de heridos y cerca de 8 millones de desaparecidos, el combate es recordado por la cantidad de bajas que arrojó el episodio de principios del Siglo XX.

Sin embargo, en la noche del 24 de diciembre de 1914 sucedió algo inesperado. El planeta se detuvo por un instante y los bandos involucrados se dieron tregua de manera improvisada. Alemanes y británicos se unieron en un partido de fútbol sin precedentes. Fue una muestra que se dio en Ypres, Bélgica, donde el poder del deporte logró detener el fuego de las armas.

Según algunos historiadores que trabajaron para FIFA, el episodio surgió por iniciativa de los alemanes, quienes observaron unas luces que no formaban parte del paisaje habitual. Como las trincheras de ambos lados estaban divididas por escasos metros, los integrantes de las Potencias Centrales se acercaron cantando villancicos, un hecho que provocó la intriga de los Aliados, quienes salieron cautelosamente para acercarse a los extraños invasores.

La leyenda asegura que hubo un teniente llamado Zehmisch que ordenó a sus hombres decorar sus precarias instalaciones con árboles de Navidad y velas encendidas. Según lo afirmó uno de sus herederos, Zehmisch inició el armisticio con el tradicional saludo de Merry Christmas, al tiempo que la respuesta de Fröhliche Weihnachten causó la reacción esperada.



Aunque pareciera una confianza ingenua, la fé en sus semejantes prevaleció durante ese momento. En diarios personales de los protagonistas se observa el relato detallado de lo que sucedió aquella jornada: "Un inglés salió de su trinchera con las manos en alto, llevaba un sombrero lleno de cigarrillos y estaba desarmado. Ese día no hubo disparos. Fue un día histórico porque cuando conocí a su oficial organizamos un armisticio de 48 horas. Cientos de soldados de ambos bandos se reunieron e intercambiaron saludos y regalos".

Lo llamativo es que en ese contexto uno de los combatientes recibió una pelota de fútbol, que sirvió para unir a los alemanes con los ingleses con un partido improvisado. Fue la Navidad que marcó el cambio de la desolación por la esperanza, muertes por promesas y armas por deporte.

La historia dice que los alemanes se impusieron por 2 a 1, aunque el resultado representó lo menos importante de una noche en la que la paz fue la verdadera ganadora. Lamentablemente, tras esa distinguida Navidad, el conflicto bélico continuó durante los siguientes tres años, y el ruido de los cañones volvió a retumbar en el recuerdo de los más infelices.