viernes, 8 de junio de 2018

Relaciones internacionales: URSS y Argentina durante el gobierno alfonsinista

Las relaciones con la Unión Soviética

Historia de las RREE de Argentina




Antes de asumir el gobierno, el radicalismo planteó claramente el papel de los vínculos con la Unión Soviética en el marco de la política exterior. En una entrevista periodística, Dante Caputo sostuvo que no se ejercería "ningún tipo de discriminación ideológica" en las relaciones comerciales con los países del Este. Pero también afirmó que el gobierno de Alfonsín tendría como uno de sus objetivos diversificar las exportaciones "por razones de conveniencia nacional, ya que la presencia casi exclusiva de un solo comprador provoca de hecho relaciones de dependencia que no son convenientes (1)". Estas declaraciones de quien sería el canciller del gobierno de Alfonsín pueden interpretarse como una actitud de reacción contra el excesivo peso que tuvieron los vínculos comerciales con Moscú durante los años del Proceso.
    No obstante estas declaraciones de Caputo y la preferencia de las autoridades de Moscú por Italo Luder como candidato a la presidencia argentina (2), la llegada de Raúl Alfonsín a la Casa Rosada motivó elogiosos comentarios en la prensa soviética. Así, Tiempos Nuevos de Moscú subrayó que el programa de gobierno radical era "constructivo" y calificó el discurso de Alfonsín como "progresista y renovador". Por su parte, la derrota electoral del peronismo fue interpretada por el diario moscovita como una consecuencia de los "errores de cálculo" y de la "exhumación de viejos slogans (3)".
    A pesar de los citados elogios de la prensa soviética, durante la primera etapa del gobierno de Alfonsín las relaciones económicas con Moscú atravesaron un período de enfriamiento. Ello se debió a dos factores: a) la alta prioridad puesta por la administración radical en sus vínculos con las socialdemocracias europeas, que tuvo por contrapartida un enfriamiento de los nexos con el mundo socialista; y b) la propia crisis de la política interna soviética, sumida en la primera mitad de la década de los ’80 en una sucesión de enfermedades y muertes de sus máximos dirigentes -Leonid Brezhnev (1982), Yuri Andropov (1984) y Konstantin Chernenko (1985) (4).
    Pero la baja prioridad otorgada por la diplomacia radical a los lazos comerciales con Moscú y el mundo socialista no impidió que en esta etapa se registraran una serie de contactos, que culminaron con la firma de convenios entre representantes comerciales soviéticos y las provincias de Mendoza, Formosa, Chaco y Corrientes (5). Asimismo, durante los meses de octubre y noviembre de 1984, los gobernadores Felipe Llaver de Mendoza, Leopoldo Bravo de San Juan, José Vernet de Santa Fe, y Arturo Puricelli de Santa Cruz, respondiendo a una expresa invitación de Moscú, visitaron la URSS para discutir la posibilidad de nuevos acuerdos comerciales (6).

 Canciller Dante Caputo

    Un hecho que evidenció las dificultades existentes en el intercambio comercial bilateral fue, sin duda, la Octava Reunión de la Comisión Mixta de cooperación económica y comercial argentino-soviética, de principios de noviembre de 1984 en Buenos Aires, donde ambas partes definieron claramente sus intereses respecto del intercambio comercial bilateral. En este encuentro, los negociadores soviéticos intentaron presionar a sus pares argentinos, aprovechando la situación altamente competitiva del mercado mundial de granos, donde Estados Unidos y la Comunidad Europea subsidiaban sus exportaciones y las colocaban en el mercado soviético a precios de dumping. Advirtieron que la URSS se vería forzada a reducir sus compras de granos a menos que la Argentina aumentara sus adquisiciones de equipos y maquinarias. Pero también plantearon alternativas para salir del estancamiento en el intercambio comercial, desde el trueque (vinos por trolebuses, por ejemplo, que había sido aplicado por el gobierno de Mendoza), hasta propuestas de adaptación de las empresas argentinas a las necesidades del mercado soviético, especialmente en la industria liviana. También hubo propuestas energéticas, especialmente emprendimientos hidroeléctricos, portuarios, ventas de licencias y tecnología. No obstante, estas alternativas chocaron con la realidad de que la clase empresarial argentina prefería integrarse al mercado mundial capitalista antes que al socialista. Además, la capacidad de compra de equipos y maquinarias de origen soviético se veía altamente comprometida en ese momento por dos factores: la abultada deuda externa, que llevaba a la Argentina a privilegiar sus relaciones con Washington y los organismos internacionales de crédito; y la tendencia a la baja del precio de los granos, que reducía los beneficios exportables, tan necesarios para afrontar los servicios de la deuda.
    Por el Acta Final de esta Octava Reunión de la Comisión Mixta, firmada por el secretario de Comercio argentino, Ricardo Campero, y el viceministro de Comercio Exterior soviético, Alexei Manzhulo, ambas partes convinieron en prorrogar el Acuerdo de Suministro de Cereales y Soja argentino a la URSS, y el Convenio de Suministro de Maquinaria y Equipo de la URSS a la Argentina. Asimismo, formalizaron el otorgamiento de un sistema de crédito recíproco de 5 millones de dólares para la compra de bienes producidos por ambos países. Pero este acuerdo excluyó explícitamente los productos agropecuarios argentinos, que debían ser adquiridos por Moscú al contado en moneda de libre convertibilidad. Por esta razón, los negociadores soviéticos expresaron su preocupación por el déficit de la URSS en su intercambio comercial con la Argentina, y solicitaron un incremento sustancial en las importaciones de productos soviéticos, con el fin de reducir el desequilibrio en la balanza comercial bilateral (7).
    Otra dificultad presente en la agenda económica fue el viejo tema de las actividades de pesqueros soviéticos en la zona económica exclusiva argentina, que volvió a aparecer en el mes de septiembre de 1984 y motivó un pedido de informes por parte del diputado justicialista Luis Casale meses después, en marzo de 1985 (8).
    En contraposición a las dificultades existentes en el ámbito comercial de la agenda bilateral, se produjeron convergencias en el ámbito político. Un ejemplo fue el balance de la visita a la Argentina del secretario general de la Cancillería soviética, Yuri Fokin, a fines de julio de 1984. El objetivo de la misma fue de carácter exploratorio: el intercambio de opiniones acerca de los temas a ser tratados en la 39ª Asamblea General de la ONU y otros asuntos de interés común. En ese contexto, Fokin tocó la problemática de Malvinas, acusando a Gran Bretaña de adoptar una actitud colonialista en el diferendo, que el diplomático soviético encuadró en el marco de referencia Este-Oeste. Si bien Fokin consideraba la disputa entre Buenos Aires y Londres como secundaria en la lista de prioridades estratégicas soviéticas, las autoridades soviéticas estaban preocupadas por la instalación en el Atlántico Sur "de armas avanzadas" (...) porque estamos amenazados desde el Polo Norte y desde el Polo Sur (9)". Durante la presencia de Fokin en Buenos Aires, un artículo publicado en la prensa soviética acusó al gobierno de Estados Unidos de estar utilizando políticamente al FMI para ejercer presión política sobre la gestión de Alfonsín, y respaldó la actitud del gobierno radical de resistir la presión de Washington y los bancos acreedores (10).
    Asimismo, en septiembre de 1984, durante las sesiones de la 39ª Asamblea General de la ONU en la que el gobierno radical dio a conocer sus lineamientos de política exterior, tuvo lugar una entrevista entre el canciller Dante Caputo y su par soviético Andrei Gromyko. Esta entrevista constituyó el antecedente de un mecanismo de consultas bilaterales a nivel de cancilleres que fue establecido dos años más tarde (11).
    A principios de octubre de 1984 realizó una visita a Moscú un grupo de legisladores argentinos, encabezados por el presidente de la Comisión de las Relaciones Internacionales Interparlamentarias del Senado, el senador justicialista Julio Amoedo. Estos suscribieron con sus colegas soviéticos un comunicado conjunto que subrayaba la existencia de posiciones coincidentes entre la Argentina y la URSS en diversos temas, destacándose entre ellos el apoyo soviético a los reclamos de soberanía argentinos sobre las Malvinas (12).
    Las dificultades en el ámbito comercial volvieron a evidenciarse en octubre de 1985, en ocasión de la Novena Reunión de la Comisión Mixta que trató la renovación de los convenios comerciales entre ambos países, que habían sido firmados por el gobierno militar en 1981 y cuya vigencia finalizaba en diciembre. En dicha oportunidad, la delegación soviética criticó la lentitud y el incumplimiento por parte de la Argentina de algunas condiciones de compra, especialmente las referidas a las adquisiciones de máquinas y equipos. Los negociadores argentinos atribuyeron estas falencias a las restricciones presupuestarias y operativas derivadas de las medidas de estabilización económica. También se registraron quejas del lado argentino, cuya delegación expresó su preocupación por la decisión de Moscú de no cumplir con los volúmenes comprometidos de soja y carnes (13).
    No obstante, las gestiones en torno de un nuevo convenio comercial que reemplazara al firmado en 1981 continuaron. Desde la óptica argentina, el mercado soviético tenía una importancia crucial, en un contexto donde el éxito del Plan Austral y de las negociaciones por la deuda externa dependía en gran medida de mantener un volumen satisfactorio en las exportaciones. Finalmente, el 22 de enero de 1986, el canciller Caputo y el ministro de Comercio Exterior soviético, Boris Aristov, firmaron en forma preliminar en Buenos Aires un nuevo convenio para la venta de 4.500.000 toneladas de granos y frijol de soja a la URSS hasta 1990. Por su parte, la Argentina se comprometió a adquirir en ese lapso 500 millones de dólares en equipos industriales y manufacturas, valor que representaba un 100% más que el monto de compras concretado durante la vigencia del convenio comercial 1981-1985 (14).
    Por cierto, el gobierno radical pretendió resolver las dificultades existentes en materia de intercambio comercial a través de un camino de índole política, extendiendo a la URSS la "diplomacia personal" -hasta ese momento reservada a los escenarios europeo-occidental, norteamericano y latinoamericano-. Esta estrategia de la diplomacia argentina coincidió con el deseo de la administración de Mijail Gorbachov de apertura a otros países, con el fin de que los diplomáticos extranjeros descubrieran la "nueva" Unión Soviética, y las autoridades de Moscú pudieran intercambiar ideas y experiencias útiles, a fin de complementar los procesos de "glasnost" y "perestroika" en que estaba embarcado el secretario general del Partido Comunista de la URSS (15).
    Luego de la firma del acuerdo comercial con la URSS, el 26 de enero de 1986 el canciller Caputo viajó a Moscú para continuar las conversaciones en varios temas y preparar el terreno para la visita del presidente Alfonsín a la capital soviética en octubre. Caputo se entrevistó con varias figuras del Kremlin, entre ellos el canciller Edward Shevardnadze, el presidente del Soviet Supremo Andrei Gromyko, y el secretario general del PC, Mijail Gorbachov, con los cuales trató, entre otros temas, las propuestas de desarme formuladas por Gorbachov y Alfonsín en el llamado "Grupo de los Seis", la crisis centroamericana, y el problema de la deuda externa. Tanto las declaraciones de Caputo como de Shevardnaze enfatizaron las coincidencias alcanzadas, sobre todo en materia de desarme. El canciller argentino expresó que "el plan de desarme total para el año 2000 presentado por la URSS es, a nuestro juicio, la más importante iniciativa que en este tema se haya presentado hasta ahora (16)".
    Además, Caputo firmó el 29 de enero de 1986 varios convenios: Protocolo sobre Consultas; Acuerdo sobre los Suministros de Cereales y Soja; Acuerdo prorrogando el Convenio de Suministro de Maquinarias y Equipos de la URSS a la República Argentina por U$S 500 millones; Convenio sobre Cooperación Cultural y Científica, y Protocolo para preparar la recopilación de documentos diplomáticos sobre las relaciones entre la República Argentina y la URSS (Rusia) de 1885 a 1985. Asimismo, vale destacar el compromiso de participación soviética en la remodelación del puerto argentino de Bahía Blanca y en obras hidroeléctricas como el dique de Piedra del Aguila (17).
    Unos meses después, el 2 de julio de 1986, la Argentina firmó con la URSS un convenio pesquero, que concedía a las naves soviéticas, por su artículo 2º, acceso a la zona económica exclusiva del mar argentino, y por su artículo 3º, la posibilidad de que dichas naves recalaran en puertos argentinos. Un convenio semejante fue firmado con Bulgaria. Como era de esperarse, estos convenios provocaron consecuencias tanto político-estratégicas como económicas negativas para la Argentina. En cuanto a las primeras, se produjo la inmediata reacción del Reino Unido declarando la zona pesquera exclusiva de 200 millas alrededor de las Malvinas. Asimismo, el secretario de Estado norteamericano George Shultz emitió fuertes declaraciones, criticando los convenios de pesca y advirtiendo que "todo país debe ser cuidadoso en sus relaciones con la Unión Soviética", porque el objetivo principal de los rusos es político y su sistema de gobierno se contradice "con el sistema de valores que representa la democracia en la Argentina", palabras que constituyeron un llamado de atención al gobierno de Buenos Aires. La cuestión tuvo también una fuerte repercusión interna, desatando una intensa polémica entre el canciller Caputo, el ex canciller Oscar Camilión y el ex embajador en los Estados Unidos Arnaldo Musich. Provocó además el 13 de octubre un paro general de la CGT por 14 horas en contra de la firma de los convenios, y la crítica de las empresas pesqueras argentinas, que consideraban que mientras se restringían los permisos de captura a las firmas nacionales, éstos se concedían a las extranjeras (18).
    En octubre de 1986 tuvo lugar el viaje de Alfonsín a la URSS, acompañado por un grupo importante de empresarios argentinos. Los resultados de esta visita para la Argentina fueron escasos, debido tanto a las prioridades de los gobiernos argentino y soviético de ajustar sus respectivas economías (19), como a la decisión británica del 29 de octubre de 1986 de establecer una zona exclusiva de pesca en torno a las islas Malvinas como represalia por los acuerdos pesqueros firmados por la Argentina en julio de ese año con la URSS y Bulgaria (20).
    En el ámbito político, Alfonsín y Gorbachov emitieron un comunicado conjunto, expresando una serie de coincidencias en temas de la agenda regional y global: la mutua condena a toda intervención en Centroamérica y elogio a los esfuerzos pacificadores de Contadora; el reclamo de negociaciones directas para una solución al problema de las islas Malvinas y la exigencia de que el gobierno británico desmantelara la base militar asentada en el archipiélago (aunque no hubo referencia explícita al tema de la soberanía); el retiro de las tropas israelíes de los territorios ocupados, la creación de un estado palestino y la convocatoria a una conferencia internacional con participación de la OLP como medios para solucionar el conflicto de Medio Oriente; crítica al apartheid sudafricano; y las referencias de ambos gobiernos al rol positivo jugado por los países No Alineados (21).
    Pero, más allá de estas coincidencias, el presidente Alfonsín no logró en este viaje dos objetivos políticos muy importantes para su administración: obtener una explícita condena de Moscú respecto de las políticas opositoras de comunistas y trotskistas argentinos, y conseguir el apoyo soviético a la revindicación de la soberanía argentina en Malvinas. En el primer caso, las duras observaciones de Alfonsín respecto del Partido Comunista argentino fueron mal recibidas por las autoridades soviéticas, que sostuvieron que la URSS no podía respaldar ni oponerse a la posición de una fuerza política interna en otro país (22). En el segundo caso, el comunicado conjunto omitió directamente toda alusión al tema (23).
    En el plano económico, los logros del viaje de Alfonsín se limitaron a la promesa soviética de respetar el convenio de granos ya firmado -durante el primer semestre de 1986 los soviéticos no cumplieron con el compromiso asumido en enero, comprando poco más de 700.000 toneladas-. Durante la visita presidencial, la parte soviética confirmó órdenes de compra para 1987 por un total de 4 millones de toneladas de cereales, compensando sólo parcialmente su déficit de compras de 1986. Otro limitado logro fue la posibilidad que tuvieron los empresarios argentinos de tener un contacto directo con sus pares soviéticos, lo cual llevó a comenzar a negociar algunos proyectos binacionales que se habían pactado anteriormente (24).
    Para los soviéticos, el balance del viaje del presidente Alfonsín no fue mucho más positivo. Desde el punto de vista político-estratégico, tras la decepcionante cumbre de Reykjavik con Estados Unidos, la URSS encontró en el presidente argentino un interlocutor que, condicionado por delicados problemas políticos y económicos, sólo podía ofrecer un respaldo verbal en la mayoría de los temas de la agenda tanto regional como global (25). Desde el punto de vista económico, lo cierto era que mientras la Argentina había comprado 50% de los productos soviéticos según lo pactado desde el convenio de 1981, la URSS había adquirido menos de 10% de los montos pactados desde 1981 -4.500.000 toneladas de sorgo, maíz y 450.000 de forraje cerealero-. Puesto en términos de valores, las compras de granos soviéticas cayeron del récord histórico de 3485 millones de dólares en 1981 -cuando la Argentina aprovechó la oportunidad abierta por el embargo cerealero dispuesto por la administración Carter contra la URSS- a 1467 millones en 1985, y sólo 267,6 millones en 1986 (26).
    La limitación de los logros económicos argentinos y soviéticos se puso nuevamente de manifiesto a fines de septiembre-principios de octubre de 1987, durante la visita del canciller soviético Edward Shevardnadze a Buenos Aires, cuando ambas partes, disconformes con los resultados del patrón tradicional basado en ventas de granos argentinos y compras de productos manufacturados soviéticos, decidieron firmar una declaración conjunta, enfatizando la "conveniencia" de que la Argentina y la URSS promovieran "nuevas modalidades de colaboración, en particular a través de la cooperación industrial, la creación de empresas conjuntas y compañías mixtas", para lo cual "alentarán el intercambio de procesos industriales (27)".
    Asimismo, se registraron coincidencias en la necesidad de establecer un nuevo orden económico internacional. Respecto de este punto, el canciller soviético calificó la deuda externa como un "tumor maligno del mundo contemporáneo", y, de manera coincidente con el pensamiento de Alfonsín, sostuvo que la solución a este problema sólo puede encontrarse a través del "esfuerzo conjunto" de la comunidad internacional. Shevardnadze destacó las amplias coincidencias con el gobierno de Alfonsín respecto del problema del desarme -cuestión en la que no faltó una referencia crítica de Shevardnadze al proyecto de "guerra de las galaxias" del presidente Reagan (28)-.. Por cierto, Malvinas fue otro ítem de la agenda de conversaciones que pareció demostrar el alto nivel de convergencia ente Buenos Aires y Moscú en el ámbito político, al menos en lo que respecta al nivel discursivo. En esta cuestión, Shevardnadze destacó la necesidad de desmilitarizar el Atlántico Sur y sostuvo el apoyo soviético a la posición argentina respecto de Malvinas. Pero al mismo tiempo, y a fin de aventar eventuales temores de Londres y Washington respecto de los objetivos políticos de su visita, el canciller soviético sostuvo que su contacto con el gobierno argentino no buscaba "perjudicar a terceros países" y no podía ser interpretado como un nuevo intento de penetración soviética en la región, pues esta visión respondía a una "antigua mentalidad de la época de piedra (29)".
    Este nivel de convergencias políticas volvió a registrarse en ocasión de la visita a Buenos Aires del enviado personal de Mijail Gorbachov, Vladimir Lomeiko, quien se entrevistó con el presidente Raúl Alfonsín a principios de junio de 1988, en el marco de una gira informativa que incluyó también a México y Brasil. Ambas partes coincidieron en que la cumbre Reagan-Gorbachov de Washington de 1988 servía como símbolo de distensión. Sin embargo, Alfonsín entregó a Lomeiko una copia de la declaración del Grupo de los Seis en la que se señalaba que se esperaba de la cumbre entre las dos superpotencias "resultados más sustanciales en el campo de la limitación de armamento y desarme (30)".
    En septiembre de 1988, una delegación soviética presidida por el viceministro de Comercio Exterior, Yuri Chumakov, arribó a Buenos Aires. Como era de esperarse, el objetivo primordial del visitante fue flexibilizar los términos del convenio bilateral firmado en enero de 1986, y, por esta vía, incrementar las posibilidades de su implementación. Este encuentro sirvió de base para la Undécima Reunión de la Comisión Mixta realizada en Moscú, a fines de octubre, en la que los negociadores soviéticos se comprometieron a mantener sus compras conforme a los volúmenes establecidos en el convenio (4.500.000 toneladas de granos), pero condicionando los totales por tipo de producto a las necesidades internas del mercado soviético. Asimismo, la URSS aceptó incluir la posibilidad de que la Argentina reanudara sus ventas de carne (30.000 toneladas al año). A la vez, ambas partes firmaron un convenio intergubernamental sobre cooperación industrial, y los empresarios soviéticos comunicaron a la delegación argentina su intención de formar empresas conjuntas para la instalación de frigoríficos en la Argentina para el procesamiento de carnes destinadas al mercado de la URSS y de terceros países (31).
    Por su parte, el gobierno argentino adjudicó a través del decreto 835 a la empresa soviética Technostroyexport el dragado del canal de acceso, el antepuerto y la zona de maniobras del puerto de Bahía Blanca, a pesar de las objeciones internas a esta medida (32). Como contrapartida, las autoridades soviéticas aceptaron que los pagos por los trabajos de dragado de dicho puerto, 175 millones de dólares, y la construcción de la usina de Piedra del Aguila, 50 millones de dólares, fueran computados dentro de los 500 millones que la Argentina debía importar en un lapso de 5 años, según los acuerdos que estaban en ese momento vigentes (33).
    También en la citada reunión se ratificó en forma automática por otros dos años el convenio de pesca, lo que generó las críticas de la oposición justicialista y de empresarios argentinos vinculados al sector pesquero, que consideraban que este convenio permitía la depredación de la riqueza ictícola (34).
    Finalmente, y con posterioridad a la reunión, la Comisión Nacional de Energía Atómica de la Argentina (CNEA) firmó un contrato con la empresa soviética Techsnabexport para el enriquecimiento de uranio, destinado a la fabricación de radioisótopos en el centro atómico de Ezeiza. Si bien el monto de esta operación fue reducido (1.000.000 de dólares), el mismo tuvo un importante valor político por la dificultad para realizar ese enriquecimiento de uranio en países occidentales (35).
    Asimismo, en ese mismo mes de octubre tuvo lugar en la capital soviética la realización de la Primera Exposición de la Industria y la Producción Argentina, de la cual participaron cerca de un centenar de empresas medianas y pequeñas que, en su mayor parte, tomaban contacto por primera vez con el mercado soviético. En esta exposición, los representantes soviéticos confeccionaron una lista indicativa de los bienes y servicios del mercado argentino que les resultaban prioritarios: tecnología para la industria de la alimentación, textiles, indumentaria, calzado, confección de cueros, lanas, equipamiento médico y odontológico, máquinas y herramientas, tecnología para la producción de envases, informática y biotecnología (36).
    Como ya ocurriera antes, en la última fase de la administración radical varias provincias argentinas desarrollaron en forma independiente del gobierno nacional sus relaciones económicas con Moscú. En noviembre de 1988 el gobierno de la provincia de Buenos Aires dio a conocer un acuerdo para la construcción de una empresa mixta dedicada a la fabricación de insumos para construcciones y un programa de intercambio comercial quinquenal de 100 millones de dólares (37).

NOTAS



  1. Declaraciones de Dante Caputo, citadas en Mario Rapoport, "La posición internacional de la Argentina y las relaciones argentino-soviéticas", en Rubén M. Perina y Roberto Russell (editores), Argentina en el mundo (1973-1987), Buenos Aires, GEL, pp. 186-187.
  2. Los informes de la embajada soviética revelan que durante la campaña electoral de octubre de 1983 las preferencias de Moscú estaban del lado del candidato justicialista, Italo Luder. Esta inclinación se debió a la "nostalgia" de las autoridades del Kremlin por los acuerdos económicos firmados durante la etapa peronista de la década del ’70. Ver al respecto los trabajos de Hugo R. Perosa, Las relaciones argentino-soviéticas contemporáneas / 2, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1990, pp. 156-157, e Isidoro Gilbert, El oro de Moscú. La historia secreta de las relaciones argentino-soviéticas, Buenos Aires, Planeta, 1994, pp. 384-385.
  3. Mario Rapoport, "Las relaciones con la Unión Soviética: balance y perspectivas", en América Latina / Internacional, Vol. 2, Nº 5, julio-septiembre 1985, p. 94; ídem, "La posición internacional de la Argentina...", op. cit., p. 186; y H.R. Perosa, Las relaciones argentino-soviéticas contemporáneas / 2, op. cit., p. 158.
  4. H.R. Perosa, Las relaciones argentino-soviéticas contemporáneas / 2, op. cit., pp. 155-156.
  5. En el caso del convenio entre la URSS y el gobierno de Mendoza, la operación principal consistió, inicialmente, en el canje de 30 trolleybuses por 16 millones de litros de vino. Posteriormente, ambas partes decidieron que pagarían por los bienes recibidos en divisas de libre convertibilidad, pero utilizando líneas preferenciales de crédito; como resultado de esta renegociación de los términos de intercambio, el gobierno mendocino decidió incorporar equipos anti-granizo soviéticos por un valor de 1,7 millones de dólares. En el caso de las provincias de Formosa, Chaco y Corrientes, sus respectivos gobiernos convinieron la compra de 48 topadoras y 44 tractores pesados soviéticos para la construcción de caminos. Por su parte, los gobiernos provinciales de La Rioja, Salta, Misiones, Neuquén y Santiago del Estero encararon negociaciones en términos similares a los anteriormente citados para la compra de equipos y maquinarias soviéticas. Aldo Vacs, "El nuevo carácter de las relaciones argentino-soviéticas", en Augusto Varas (editor), América Latina y la Unión Soviética: una nueva relación, Buenos Aires, GEL, 1987, p. 129.
  6. Cronología relaciones internacionales de Argentina, marzo / diciembre de 1984, op. cit., p. 46. Ver también los artículos de M. Rapoport, "Las relaciones con la Unión Soviética: balance y...", op. cit., p. 96; M. Rapoport, "La posición internacional de la Argentina...", op. cit., p. 188, y A. Vacs, op. cit., p. 129.
  7. Sobre la Octava Reunión de la Comisión Mixta Argentino-Soviética ver Cronología relaciones internacionales de Argentina, marzo / diciembre de 1984, op. cit., p. 46; y los trabajos de A. Vacs, op. cit., p. 128; M. Rapoport, "Las relaciones con la Unión Soviética: balance y...", op. cit., pp. 96-97; M. Rapoport, "La posición internacional de la Argentina...", op. cit., pp. 188-189; H.R. Perosa, Las relaciones argentino-soviéticas contemporáneas / 2, op. cit., pp. 170-172, e I. Gilbert, op. cit., p. 386.
  8. De acuerdo con el pedido de informes solicitado por el diputado Casale, en septiembre de 1984 los buques de pabellón ruso "Volnvy Veter", "Mikhail Verbitsky", "Aukshtayitya", "Pavel Orlov", "Polyarnoye Siyaniye", "Volzhanin", "Kivash", "Lovozero"; el de bandera japonesa "Biyo Maru", y los de bandera burundí "Afala" y "Rotalia" habían realizado operaciones de pesca en la zona económica exclusiva argentina en el Atlántico Sur. Asimismo, los citados pesqueros de banderas rusa y burundí habían operado en la zona de exclusión de Malvinas. Proyecto de resolución del diputado Casale, en Congreso Nacional, Diario de sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación año 1984, Reunión 43ª, Tomo XI, Sesiones extraordinarias (del 3 de enero de 1985 al 20 de marzo de 1985), Buenos Aires, Imprenta del Congreso de la Nación, 1986, pp. 7066-7067.
  9. Declaraciones de Fokin, citadas en M. Rapoport, "La posición internacional de la Argentina...", op. cit., p. 190; "Opinión soviética sobre las Malvinas", La Nación, 27 de julio de 1984, p. 7; y "Habla un funcionario soviético. Los problemas del presente", Clarín, 30 de julio de 1984, pp. 22-23.
  10. A. Vacs, op. cit., p. 129.
  11. "Caputo y Gromyko", Clarín, 26 de septiembre de 1984, p. 7; y H.R. Perosa, Las relaciones argentino-soviéticas contemporáneas / 2, op. cit., p. 163.
  12. Informe sobre la visita a la URSS de la delegación del Congreso Nacional presidida por el senador Amoedo, en Congreso Nacional, Diario de sesiones de la Cámara de Senadores año 1984, Reunión 30ª, Diciembre 5 de 1984, Tomo IV: Sesiones extraordinarias (5 de diciembre de 1984 al 14 de marzo de 1985), Buenos Aires, Imprenta del Congreso de la Nación, 1986, pp. 2923-2294. Ver también A. Vacs, op. cit., p. 129.
  13. Por cierto, la decisión soviética de desechar la soja y carnes argentinas estaba vinculada a la posibilidad de adquirir productos similares del Mercado Común Europeo, abaratados gracias a los subsidios. Ver al respecto editorial "El perfil comercial", Clarín, 26 de enero de 1986, p. 12, y los trabajos de M. Rapoport, "La posición internacional de la Argentina...", op. cit., p. 190, y H.R. Perosa, Las relaciones argentino-soviéticas contemporáneas / 2, op. cit., pp. 172-174.
  14. "Venta de granos a la URSS", Clarín, 30 de enero de 1986, p. 3; y M. Rapoport, op. cit., p. 191.
  15. H.R. Perosa, Las relaciones argentino-soviéticas contemporáneas / 2, op. cit., pp. 175-176, e I. Gilbert, op. cit., p. 386.
  16. Discurso del señor ministro de Relaciones Exteriores, doctor Dante Caputo. Almuerzo ofrecido por el señor ministro de Relaciones Extranjeras de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, D. Eduard A. Shevardnadze, Moscú, enero 29 de 1986. Comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Buenos Aires, pp. 1 y 19; Discurso pronunciado por el ministro de Relaciones Exteriores de la URSS; señor Eduard A. Shevardnadze, en almuerzo ofrecido en honor del ministro de Relaciones Exteriores y Culto, doctor Dante Caputo, el día 29 de enero de 1986. Comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Buenos Aires, p. 1, citados en H.R. Perosa, Las relaciones argentino-soviéticas contemporáneas / 2, op. cit, pp. 177-178, y en Hugo R. Perosa, "Los viajes al máximo nivel: La diplomacia directa como factor de consolidación de las relaciones de Argentina y Brasil con la Unión Soviética", en Roberto Russell (editor), Nuevos rumbos en la relación Unión Soviética / América Latina, Buenos Aires, FLACSO / GEL, 1990, p. 253.
  17. "El canciller delineó la política exterior y firmó acuerdos en Moscú", Clarín, 30 de enero de 1986, pp. 2 y 3; "Venta de granos a la URSS", Clarín, 30 de enero de 1986, p. 3; y los trabajos de M. Rapoport, "La posición internacional de la Argentina...", op. cit., p. 192; H.R. Perosa, Las relaciones argentino-soviéticas contemporáneas / 2, op. cit., p. 179, y p. 193, nota 219; y M. Wilhelmy, "La política exterior argentina en 1986", op. cit., p. 30.
  18. Texto del convenio en M. Wilhelmy, "La política exterior argentina en 1986...", op. cit., p. 32; Mario Rapoport, "El viaje de Alfonsín a la Unión Soviética y el conflicto de las Malvinas", en América Latina /Internacional, Vol. 4, número 11, enero-marzo 1987, pp. 90-91; M. Rapoport, "La posición internacional de la Argentina...", op. cit., pp. 195-196; Augusto Varas, "América Latina-Unión Soviética: la dimensión política de la cooperación económica", en H. Muñoz (comp.), Las políticas exteriores de América Latina y el Caribe: continuidad en la crisis, op. cit., p. 554.
  19. Como comenta Hugo Perosa, tanto en el caso del viaje de Caputo a Moscú en enero de 1986 como en el del presidente Alfonsín en octubre se registró una llamativa falta de sincronía entre el alto nivel de coincidencias verbales alcanzado en el plano diplomático y las dificultades existentes en el ámbito económico de las relaciones bilaterales. En el primero, los gobiernos argentino y soviético expresaron sus coincidencias en las cuestiones del desarme, la coexistencia pacífica y la solución de los conflictos regionales. En el plano económico, en cambio, aparecieron divergencias de intereses entre la necesidad de las autoridades soviéticas de ajustar y reestructurar su comercio exterior y su economía (lo cual implicaba reducir las importaciones agropecuarias provenientes de la Argentina y, a la vez, aumentar sus exportaciones de productos manufacturados hacia ese país), y la triple decisión del gobierno de Alfonsín de dar prioridad a sus relaciones con los países capitalistas desarrollados del Occidente y los países latinoamericanos, ajustar la economía y cumplir con las obligaciones de la deuda externa (lo que implicaba no innovar en materia de balanza comercial). Por cierto, la URSS, como mercado de colocación de las exportaciones agropecuarias argentinas, era un importante proveedor de divisas con las que la Argentina pensaba cubrir los déficits generados por los vínculos con los países capitalistas desarrollados, los organismos internacionales de crédito y los bancos. Ver al respecto el artículo de H.R. Perosa, "Los viajes al máximo nivel: la diplomacia directa...", op. cit., p. 252. También editoriales "Un convenio que no se cumple", Somos, Nº 525, 15 de octubre de 1986, p. 7, que señala el problema de la caída de la demanda soviética de las exportaciones agropecuarias argentinas como consecuencia de los mejores precios de la CEE y de Estados Unidos; y "Las paradojas políticas", por Oscar Raúl Cardoso, Clarín, 20 de octubre de 1986, p. 6, que subraya la asimetría de magnitudes entre la capacidad de convocatoria externa del mandatario argentino y la asistencia económica concreta, condicionada especialmente por dos factores subrayados por el editorial: la virtual desaparición de las ventajas comparativas de la Argentina en granos y cereales como resultante de la producción más barata de la Comunidad Europea, y la necesidad del gobierno soviético de completar sus reformas económicas.
  20. M. Wilhelmy, "La política exterior argentina en 1986...", op. cit., p. 32; M. Rapoport, "El viaje de Alfonsín a la Unión Soviética y el conflicto de las Malvinas", op. cit., pp. 90-91; M. Rapoport, "La posición internacional de la Argentina...", op. cit., pp. 195-196, y A. Varas, "América Latina-Unión Soviética: la dimensión política de la cooperación económica", op. cit., p. 554.
  21. Análisis del contenido del comunicado conjunto emitido por los presidentes Alfonsín y Gorbachov en "Gorbachov viene a la Argentina", Clarín, 18 de octubre de 1986, p. 3, y los trabajos de M. Rapoport, "La posición internacional de la Argentina...", op. cit., pp. 194-195, y M. Rapoport, "El viaje de Alfonsín a la Unión Soviética...", op. cit., p. 90.
  22. La dureza de Alfonsín respecto del PC local se debió principalmente al temor presidencial por una radicalización de este partido, que lo llevara a actuar como apoyo logístico del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, la guerrilla chilena que enfrentaba al régimen dictatorial del general Augusto Pinochet. Sobre las relaciones entre el Partido Comunista Argentino (PCA) y el gobierno de Alfonsín y la negativa de Moscú a una declaración condenatoria del PC argentino ver "Nota de tapa. ¿A que fuimos a Rusia?", Somos, Nº 525, 15 de octubre de 1986, pp. 8 y 10, e "Interlocutor válido para Moscú y La Habana", por Carlos Fernández, Somos, Nº 526, 22 de octubre de 1986, pp. 10-11. También los trabajos de A. Varas, op. cit., p. 555, e I. Gilbert, op. cit., pp. 388-390 y 392-395.
  23. M. Rapoport, "El viaje de Alfonsín a la Unión Soviética...", op. cit., p. 90.
  24. "Ratificó la Unión Soviética la compra de granos a la Argentina", Clarín, 15 de octubre de 1986, pp. 2-3; " ‘No hay fechas determinadas para las operaciones". La flexibilidad", Clarín, 15 de octubre de 1986, p. 3; "Finalizó la visita de Alfonsín. La Argentina y la Unión Soviética diversificarán su relación económica", Clarín, 17 de octubre de 1986, pp. 12-13; y los artículos de M. Rapoport, "El viaje de Alfonsín a la Unión Soviética...", op. cit., p. 90, y M. Wilhelmy, "La política exterior argentina en 1986...", op. cit., p. 31.
  25. A. Varas, op. cit., pp. 553-555. Esta opinión de Varas contrasta con la de Rapoport, quien sostiene que el viaje de Alfonsín a la URSS fue muy positivo debido a las coincidencias políticas que se dieron en los puntos centrales de la política exterior de ambos países y a que las mismas reflejaban un afianzamiento de las relaciones de la URSS con América Latina, área tradicional de influencia norteamericana. M. Rapoport, "La posición internacional de la Argentina...", op. cit., pp. 194-195, y M. Rapoport, "El viaje de Alfonsín a la Unión Soviética...", op. cit., p. 90.
  26. A. Varas, op. cit., pp. 553-554, y R. Russell y G. Fernández, op. cit., p. 25, nota 22. Isidoro Gilbert aporta datos levemente diferentes, pero marcando idéntica tendencia en las exportaciones argentinas hacia el mercado soviético: record histórico en 1981, con un monto de 3485 millones de dólares; y caída en los años siguientes hasta alcanzar 1212 millones en 1985 y sólo 208 millones en 1986. Ver I. Gilbert, op. cit., p. 405, nota 10.
  27. "Mientras llega Gorbachov...", por H.S., Somos, Nº 576, 7 de octubre de 1987, pp. 14-15, y R. Russell y G. Fernández, op. cit., p. 25.
  28. Sobre el proyecto de "Guerra de las Galaxias" o Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI, en inglés) de la administración Reagan ver el editorial "Guerra de las Galaxias. El peligro de apretar el acelerador", Clarín, 20 de marzo de 1987, p. 17; y los trabajos de James A. Nathan y James K. Oliver, Efectos de la política exterior norteamericana en el orden mundial, Buenos Aires, GEL, pp. 416-420, y de John Spanier, La política exterior norteamericana a partir de la Segunda Guerra Mundial, Buenos Aires, GEL, 1991, pp. 330-333.
  29. Clarín, 3 de octubre de 1987, citado en M. Rapoport, "La posición internacional de la Argentina...", op. cit., p. 197, y en Mario Rapoport y Laura Zuvanic, "La visita de Shevardnadze a la Argentina y el Brasil", América Latina / Internacional, Vol. 4, Nº 14, octubre-diciembre 1987, pp. 150-151. Ver también el artículo de R. Russell y G. Fernández, op. cit., p. 24.
  30. "Alfonsín con un enviado de Gorbachov. La paz sea con vosotros", por Martín Granovsky, Página /12, 8 de junio de 1988, p. 5, y "Mensaje de ‘los seis’ a Gorbachov", Clarín, 8 de junio de 1988, p. 13.
  31. R. Russell, "Política exterior de Argentina en 1988...", op. cit., p. 24, y Julio Sevares, "Relaciones económicas entre la Argentina y la Unión Soviética. Situación actual y perspectivas", en Roberto Russell (editor), Nuevos rumbos en la relación Unión Soviética / América Latina, Buenos Aires, FLACSO / GEL, 1990, p. 197.
  32. La firma del contrato para el dragado del puerto de Bahía Blanca con representantes de la empresa soviética Technostroyexport fue anunciada en febrero de 1988 por el ministro de Obras y Servicios Públicos, Rodolfo Terragno. De acuerdo con dicho contrato, el monto de las obras era de 175 millones de dólares, financiado por la URSS a diez años. En cuanto a las objeciones internas, la operación contó con la resistencia de la Marina, que percibía con malos ojos la posibilidad de tener ingenieros comunistas trabajando en Bahía Blanca, base de la flota de guerra. Ver respecto de este tema "Soviéticos en Bahía Blanca", Página/12, 14 de febrero de 1988, p. 3, y los trabajos de R. Russell, "Política exterior de Argentina en 1988...", op. cit., p. 24, y J. Sevares, op. cit., p. 197.
  33. R. Russell, "Política exterior de Argentina en 1988...", op. cit., p. 24, y J. Sevares, op. cit., p. 197.
  34. Ver detalles del acuerdo pesquero y críticas al mismo en "Renuevan convenio pesquero con Moscú", Clarín, 31 de octubre de 1988, p. 27. Estas críticas, provenientes no sólo de industriales del sector pesquero sino también de la oposición justicialista e incluso del propio partido gobernante, fueron respondidas por el gobierno nacional, que sostuvo que el acuerdo permitió un volumen de exportaciones de 15 millones de dólares en 1987. Ambito Financiero, 17 de mayo de 1988; El Cronista Comercial, 26 de mayo de 1988; críticas del senador radical Hipólito Solari Yrigoyen en La Prensa, 12 de abril de 1988, cit. en R. Russell, "Política exterior de Argentina en 1988...", op. cit., p. 24, nota 12; respuestas a estas críticas en el informe de la Comisión Especial de la Cámara de Armadores de Pesqueros Congeladores de la Argentina (CAPECA), La Nación, 22 de noviembre de 1988, cit. en R. Russell, "Política exterior de la Argentina en 1988...", op. cit, p. 24, nota 12; y El Cronista Comercial, 22 de noviembre de 1988, cit. en J. Sevares, op. cit., p. 197.
  35. Ver al respecto "Contrato CNEA-URSS para enriquecimiento de uranio", Clarín, 28 de octubre de 1988, p. 20, y el trabajo de J. Sevares, op. cit., p. 197.
  36. R. Russell, "Política exterior de Argentina en 1988...", op. cit., pp. 24-25, y J. Sevares, op. cit., p. 198.
  37. J. Sevares, op. cit., p. 197.

jueves, 7 de junio de 2018

Guerra de Secesión: El rol de los caballos y la artillería de campaña

Guerra Civil de los Estados Unidos: Caballos y Artillería de Campaña

Por James R. Cotner || History Net



La artillería de campaña de la Guerra Civil fue diseñada para ser móvil. Cuando las tropas de la Unión o Confederadas marcharon por el país, las armas se movieron con ellos. Durante la batalla, las armas fueron movidas a las posiciones asignadas y luego fueron cambiadas de un lugar a otro, retraídas o enviadas hacia adelante según lo exigiera la fortuna. Las baterías de campo se fueron galopando para apoyar un avance o repeler un ataque. Cuando se retiraron, disputaron el campo a medida que avanzaban. El movimiento fue todo. Las armas podían cumplir su función esencial solo cuando podían moverse donde más se necesitaban.

En el momento de la Guerra Civil, tal movimiento requería animales de tiro: caballos, mulas o bueyes. Las mulas eran excelentes para tirar de cargas pesadas, pero no fueron utilizadas para sacar las armas y los cajones de la artillería de campaña. A ningún animal le gustaba estar bajo fuego. En la furia de la batalla, los caballos se asustarían y se alejarían y harían relucir sus cascos; pero las mulas llevaron sus protestas a los límites exteriores. Cuando se exponen al fuego, las mulas se venzan y patean y ruedan sobre el suelo, enredando los arneses y volviéndose imposibles de controlar.

Una excepción a la regla contra el uso de mulas fue su papel en la portación de pequeños obuses de montaña. Estas armas eran lo suficientemente ligeras como para romperse, y las partes componentes se llevaban en la espalda de los animales de carga. Habían sido desarrollados para su uso en un país montañoso y muy boscoso, con solo senderos o caminos miserables. Se necesitaban animales fuertes y seguros, y las mulas eran la elección obvia.

El peligro de usar mulas en la batalla se representa vívidamente en Confederate Brig. El informe del general John D. Imboden sobre su experiencia en el cómic en la Batalla de Port Republic en junio de 1862. En ese enfrentamiento, Imboden, un coronel en ese momento, comandaba una banda de caballería con una batería de obuses de montaña, llevados en mulas, en el ejército del mayor general Thomas 'Stonewall' Jackson. En Port Republic, Jackson ordenó a Imboden que pusiera su batería en un lugar protegido y que estuviera lista, tras la retirada del enemigo, para avanzar hasta un punto donde sus armas tuvieran un campo de tiro despejado. Imboden llevó a sus hombres y las mulas, llevando las armas y municiones, a un barranco poco profundo a unos 100 metros detrás de la batería de Virginia del capitán William Poague, que estaba muy ocupada.

A los pocos minutos, las granadas de artillería de la Unión cruzaban el barranco por encima de los hombres y las mulas. Imboden, en su relato de la acción, recordó: 'Las mulas se volvieron frenéticas. Patearon, se sumergieron y chillaron. Era imposible callarlos, y se necesitaron tres o cuatro hombres para evitar que una mula se separara. Cada mula tenía unas trescientas libras de peso sobre él, tan firmemente sujeta que la carga no podía ser desalojada por ninguna de sus alcaparras. Varios de ellos se tumbaron e intentaron quitarles la carga. Los hombres los retenían y eso sugería la idea de arrojarlos a todos al suelo y mantenerlos allí. El barranco nos protegió para que no estuviéramos en peligro por el disparo o el proyectil que pasó sobre nosotros.

El uso de mulas para llevar obuses de montaña fue una elección basada en su aptitud para la tarea, no debido a la escasez de caballos. El Manual de artillería de montaña, adoptado por el ejército de los EE. UU. En 1851, afirmaba que el obús de la montaña era 'generalmente transportado en mulas'. La superioridad de las mulas en el duro país compensaba su notoria oposición al fuego.

Los bueyes moviéndose lentamente obviamente no eran muy adecuados para transportar artillería de campaña, ya que a menudo se necesitaba un movimiento rápido. Los bueyes eran fuertes, su nombre es sinónimo de fuerza y ​​resistencia, pero eran demasiado lentos. Sin embargo, los bueyes fueron a veces puestos en servicio durante la Guerra Civil.



En noviembre de 1863, la fuerza del teniente general James Longstreet fue separada del ejército confederado de Tennessee bajo el mando del general Braxton Bragg, que entonces sitiaba Chattanooga. Las tropas de Longstreet se desplazaron hacia el norte a través del este de Tennessee para enfrentarse a la fuerza federal del mayor general Ambrose Burnside en Knoxville. Fue un viaje largo y duro para la artillería confederada. Cuando el ejército del sur se acercaba a Knoxville, los cajones confederados que transportaban munición para la artillería de campaña eran arrastrados por bueyes, una elección dictada por la escasez de caballos en la región.

Todo el movimiento de artillería de campo se hizo con limbers. Pistolas, cajones, forjas de baterías y vagones estaban todos sujetos a un ágil. Ninguno, en circunstancias normales, se movió de forma independiente. Un ágil era una caja de municiones montada en un eje entre dos ruedas, con un poste de proyección hacia adelante, al cual el equipo estaba enganchado. Debajo y en la parte trasera del águila había una pieza de hierro doblada llamada clavija. Al final del camino de armas o en la punta de un poste corto en el cajón había una pieza de hierro, perforada, llamada luneta. El rastro de la pistola fue levantado y el agujero en la luneta cayó sobre el pivote, haciendo que la pieza y el limber fueran una unidad de cuatro ruedas. La pieza estaba unida al limbo en un pivote, dando a la unidad un corto radio de giro.

La capacidad de un caballo saludable para tirar de una carga se vio afectada por una serie de factores. El principal de ellos era la naturaleza de la superficie sobre la cual se cargaba la carga. Un solo caballo podría tirar 3,000 libras de 20 a 23 millas por día sobre un camino pavimentado. El peso bajó a 1.900 libras sobre una carretera de macadamized, y bajó a 1.100 libras en terreno áspero. La capacidad de tirar se redujo aún más a la mitad si un caballo llevaba un jinete en su espalda. Finalmente, a medida que aumentó el número de caballos en un equipo, la capacidad de extracción de cada caballo se redujo aún más. Un caballo en un equipo de seis tenía solo siete novena parte de la capacidad de tiro que hubiera tenido en un equipo de dos. El objetivo era que la carga de cada caballo de la carga no debería ser más de 700 libras. Esto era menos de lo que un caballo saludable, incluso llevando un jinete y enganchado en un equipo de seis, podía tirar, pero proporcionaba un factor de seguridad que permitía la fatiga y las pérdidas.

Gibbon describió cuidadosamente lo que se quería, pero los caballos con estas cualidades no siempre estaban disponibles. Los caballos escaseaban y quedaban escasos en áreas de conflicto continuo. Tanto el Norte como el Sur pronto comenzaron a tomar caballos que pertenecían a simpatizantes del enemigo. Esto se hizo a menudo no por necesidad, sino simplemente para privar al enemigo de los caballos.



En abril de 1862, el Intendente General de la Unión, Montgomery C. Meigs, fue llamado para proporcionar una gran cantidad de caballos para que el Ejército Federal los usara en la Península de Virginia. Meigs le escribió al Secretario de Guerra Edwin M. Stanton, diciéndole que había caballos para los simpatizantes del sur en el Valle de Shenandoah y que buscaban la autoridad para apoderarse de los animales. La autoridad fue dada de inmediato, con la estipulación de que no se tomaría ningún caballo para el trabajo agrícola, incluso de un simpatizante enemigo. En su pedido, Meigs señaló: "Un caballo para el servicio militar es tanto un suministro militar como un barril de pólvora o una escopeta o un rifle".

Al comienzo de la guerra, los estados del norte tenían aproximadamente 3.4 millones de caballos, mientras que había 1.7 millones en los estados confederados. Los estados fronterizos de Missouri y Kentucky tenían 800,000 caballos adicionales. Además, había 100,000 mulas en el norte, 800,000 en los estados secesionistas y 200,000 en Kentucky y Missouri. La disparidad en la distribución de la población de mulas igualaba el número de animales de tiro disponibles para todos los propósitos. El sur proporcionó, involuntariamente, muchos caballos al norte. La mayoría de los combates se realizaron en suelo del sur, y las tropas del norte capturaron fácilmente los caballos locales. Mientras que los confederados tuvieron oportunidades de tomar caballos del norte durante la invasión de Pennsylvania por parte de Robert E. Lee y de las incursiones ocasionales en el territorio del norte, el número fue pequeño en comparación con los miles comandados por las tropas de la Unión, que ocuparon grandes áreas del sur durante varios años.

En mayo de 1863, la brigada federal del coronel John T. Wilder barrió el país al este y al norte de Murfreesboro, Tenn. Las tropas del norte habían estado en la zona durante meses, pero en cinco días la brigada tomó otros 196 caballos de la gente de la región. , a pesar de los intentos de esconder los caballos en bosques, barrancos y cuevas. Un caballo fue encontrado atado a un poste de la cama en el salón trasero de una dama.

El cuidado adecuado y adecuado de los caballos de artillería era esencial. Si se vieron debilitados por la negligencia, no podrían sobrevivir los rigores de una campaña activa. Los buenos comandantes estaban al tanto de esto y emitieron órdenes dirigidas a mejorar el cuidado de los animales.

El 1 de octubre de 1862, poco después de la campaña de Antietam, Robert E. Lee emitió la orden núm. 115, abordando la atención a todos los caballos del ejército y asignando responsabilidades a los oficiales específicos para el cuidado de los caballos en la reserva de artillería . Los culpables de negligencia de los caballos de batería deben ser castigados. Ningún caballo de artillería debía ser montado excepto por artilleros designados. El jefe de artillería estaba facultado para arrestar y llevar a juicio a cualquier hombre que usara un caballo que no fuera con servicio de batería.

El general de división Union William T. Sherman, cuando todavía era un comandante divisional, emitió una orden similar a los oficiales de artillería vinculados a su división. Después de delinear las muchas tareas que debían realizarse cuando una batería se detenía durante una marcha, Sherman indicó que "todas las oportunidades que se detengan durante una marcha deberían aprovecharse para cortar el pasto, el trigo o la avena y se debe tener un cuidado extraordinario. los caballos de los que todo depende ".

La alimentación, por supuesto, era una parte crítica de la atención de los caballos. La ración diaria prescrita para un caballo de artillería era 14 libras de heno y 12 libras de grano, generalmente avena, maíz o cebada. La cantidad de grano y heno que necesita una batería en particular depende de la cantidad de caballos que tenía la batería en ese momento. Varió casi día a día, pero siempre fue enorme. Los caballos de la batería tenían que ser alimentados todos los días, ya sea que la batería se moviera o no. Durante la Guerra Civil, una batería de artillería podría permanecer en el mismo lugar durante semanas y consumir miles de libras de heno y granos cada día.

Los caballos de artillería representaban solo un pequeño número de animales que debían ser alimentados por los militares. Además de los caballos con artillería, los caballos utilizados por la caballería y los caballos y mulas utilizados para jalar carretas de suministros y ambulancias, también había miles de caballos de silla que transportaban oficiales y mensajeros. El general de brigada Stewart Van Vliet, jefe de intendencia del Ejército del Potomac durante su campaña en la península de Virginia en 1862, informó que diariamente se necesitaban 800,000 libras de forraje y grano para alimentar a los caballos y las mulas. Como un vagón normalmente transportaba 1 tonelada, la asignación diaria de alimentos de los animales requería 400 vagonetas por día.

Las raciones prescritas no siempre estuvieron disponibles. Algunas veces, especialmente a medida que la guerra continuaba y las áreas fueron limpiadas por los ejércitos opuestos, se desarrolló una grave escasez de grano y heno. En otras ocasiones, había granos y heno disponibles, pero no podían entregarse a las baterías que los necesitaban. Los caballos de artillería del Cuerpo de la Unión V subsistían con una ración diaria de cinco libras de grano cuando el teniente general Ulysses S. Grant avanzó hacia el sur en mayo de 1864. Las raciones exiguas eran el resultado de una escasez de vagones, no de falta de grano. . Después de que los carros de artillería habían entregado heno y grano a las baterías, las unidades de infantería se apoderaron de ellos y los utilizaron como ambulancias improvisadas para transportar a los miles de heridos que regresaban de Wilderness y Spotsylvania.

El pasto estaba a veces disponible, pero la hierba verde y las plantas de campo no eran alimentos eficientes. Se necesitaron ochenta libras de pasto para igualar el valor nutricional de 26 libras de heno seco y grano, la ración diaria prescrita. Además, el pasto verde aumentó la probabilidad de que un caballo se pudriera. Sin embargo, los pastos se utilizaron, ya sea como un suplemento de la ración regular o como la principal fuente de nutrición durante períodos cortos, si el heno y el grano no estaban disponibles.

En enero de 1865, a los hombres en Kirkpatrick's Battery, que prestaron servicio en el ejército confederado del teniente general Jubal A., se les concedió 'permisos para el caballo'. Un verano caluroso y seco redujo en gran medida los cultivos en la zona. y había poca comida para los hombres y ninguna para los caballos. Para enfrentar esta crisis, a los artilleros cuyas casas estaban cercanas se les permitía regresar a casa si cada uno llevaba un caballo consigo. Se esperaba que el soldado furlou alimentara y cuidara al caballo; cuando llegaba la primavera, debía regresar a la batería con el caballo. Es cierto que este era un negocio arriesgado teniendo en cuenta la situación de la Confederación en enero. Aparentemente, valía la pena el riesgo de perder un veterano para salvar un caballo.

El agua para los caballos era un problema que exigía una solución adecuada todos los días. Mientras esté en el campamento, una batería descubrirá el arroyo o estanque más cercano y riega rutinariamente los caballos allí. En la marcha, el agua tenía que ser encontrada al final de cada día. Si el agua estaba a cierta distancia, como solía ser, el momento del riego era crítico. Las armas estaban inmóviles si los caballos estaban ausentes. Por lo general, solo la mitad de los caballos serían enviados al agua en cualquier momento. Esto significaba que en una emergencia se podía lograr algún movimiento, pero con solo la mitad de los caballos presentes, la batería estaba en clara desventaja.

En la Batalla de Stones River en diciembre de 1862, la Batería E de la 1ra Artillería de Ohio estaba estacionada a la derecha de la línea Union, de cara a los matorrales de cedro llenos de niebla de los cuales los confederados vendrían gritando al amanecer. Justo antes de que comenzara el ataque, la mitad de los caballos de la batería fueron llevados a una pequeña corriente a unas 500 yardas hacia atrás. En la debacle que siguió al ataque inicial, todas las pistolas de batería se perdieron. Algunos relatos de la batalla mencionan la ausencia de caballos y sugieren que fue un factor en la pérdida de las armas. La batería peleó valientemente donde estaba parada, lanzando disparos de cartuchos contra los rebeldes que avanzaban, hasta que toda la brigada de la Unión fue aplastada y enviada de regreso. Las tropas asignadas para soportar la batería lo abandonaron. Es difícil creer que el resultado hubiera sido diferente incluso si todos los caballos hubieran estado presentes.



Otro incidente donde el riego de los caballos de artillería provocó una demora y tal vez frustró un ataque ocurrió en Petersburg, Va., El 15 de junio de 1864. El general de brigada William F. 'Baldy' Smith y el XVIII cuerpo federal se presentaron ante la ciudad y luego defendieron por solo 2.200 hombres, muchos de los cuales eran milicias sin experiencia con poca o ninguna experiencia de combate. El supuesto asalto federal se demoró más de una hora cuando se descubrió que todos los caballos de artillería habían sido desenganchados y llevados al agua. El ataque no comenzó hasta las 7 p.m., cuando fue derrotado. Algunas cuentas culpan al fracaso de los caballos de artillería ausentes. Los refuerzos veteranos llegaron para reforzar la defensa justo cuando las líneas confederadas se rompieron. Algunos han especulado que sin el retraso, Petersburgo podría haber sido tomada nueve meses completos antes de que finalmente cayera.

A pesar del cuidado dado a los caballos de artillería, los animales aún perecieron a una velocidad asombrosa. Muchos murieron de enfermedades o fueron asesinados por agotamiento. Muchos más fueron asesinados junto con sus compañeros de la batería en la batalla.

Cuando una batería se desataba y tomaba su lugar en la fila, los caballos normalmente eran trasladados a un lugar protegido del fuego enemigo directo, detrás de un edificio o una colina, en un bosquecillo o en un barranco. Sin embargo, tales precauciones no siempre protegían a los animales del fuego hostil.

En el tercer día en Gettysburg en julio de 1863, muchos de los caballos de artillería de la Unión se colocaron en la ladera oriental de Cemetery Ridge, detrás y debajo de la cresta. En el gran bombardeo que precedió a Pickett's Charge, la posición se convirtió inadvertidamente en una trampa mortal. El general de brigada Henry J. Hunt, jefe de artillería de las fuerzas federales, informó que el fuego de las armas confederadas era alto. Pasó por encima de la cresta y explotó o cayó entre los caballos en la ladera oriental. Como Hunt informó, "Esto nos costó una gran cantidad de caballos y la explosión de una cantidad inusualmente grande de cajones y limbers." La artillería de la Unión perdió 881 caballos en Gettysburg. Todos esos animales no fueron asesinados en la ladera oriental de Cemetery Ridge, pero se puede suponer por los comentarios de Hunt que muchos lo fueron.

Los caballos sufrieron no solo por el fuego de artillería sino también por el fuego de la infantería que avanzaba. La captura de una pieza de artillería fue una gran hazaña, trayendo consigo el honor y el reconocimiento. Los regimientos confederados en el teatro occidental se les permitió colocar los cañones cruzados en sus banderas de batalla regimiento después de haber tomado un arma Federal.

Una táctica utilizada para atacar una batería era derribar a los caballos atados a ella. Si los caballos de la batería se mataban o se desactivaban, mover las armas de regreso a la seguridad era una tarea imposible. Pero los caballos podrían recibir mucho castigo. Fueron difíciles de derribar, y una vez abajo fueron difíciles de mantener, incluso con el impacto de las balas Minie de gran calibre.

En la estación de Ream en agosto de 1864, la 10ma Batería de Massachusetts luchó desde detrás de una barricada improvisada baja, con sus caballos completamente expuestos a solo unos metros detrás de las armas. La batería estaba luchando con cinco pistolas, y en poco tiempo los cinco equipos de seis caballos fueron atacados. En cuestión de minutos, solo dos de los 30 animales seguían en pie, y todos estos tenían heridas. A un caballo le dispararon siete veces antes de que cayera. Otros caballos fueron golpeados, cayeron y lucharon de nuevo, solo para ser golpeados de nuevo. El número promedio de heridas sufridas por cada caballo fue de cinco. Los confederados estaban disparando desde un campo de maíz a unos 300 metros de distancia.

Con mucho, el mayor número de caballos se perdió por enfermedad y agotamiento. Nuevamente refiriéndose a la 10ma Batería de Massachusetts, los informes revelan un triste rastro de caballos que mueren de enfermedades o que los matan a causa del agotamiento. Entre el 18 de octubre de 1862, cuando comenzó su servicio, y el 9 de abril de 1865, cuando Lee se rindió, la batería perdió un total de 157 caballos por causas distintas al combate. De estos, 112 murieron a causa de una enfermedad. La enfermedad más prevalente en la batería fue el muermo, que reclamó 45 caballos. El muermo, una enfermedad altamente contagiosa que afecta la piel, los conductos nasales y las vías respiratorias de caballos y mulas, también se denominó farcy o nasal gleet en los informes de tiempos de guerra.

Cuarenta y cinco de los caballos de la batería se perdieron debido a la fatiga cuando simplemente se agotaron y no pudieron trabajar, por lo que se les dio muerte. Las pérdidas por agotamiento pueden ser clave para eventos específicos. En junio de 1864, 13 caballos de batería se perdieron por agotamiento, lo que refleja el ritmo aplastante del avance de Grant después de abandonar el desierto. En los días posteriores a la caída de Richmond, cayeron 14 caballos como resultado de la dura persecución del ejército en retirada de Lee. Incluso cuando llegó la rendición, la persecución de la matanza continuó haciendo mella, con otros 22 caballos siendo asesinados por agotamiento entre el 10 de abril y el 15 de abril.



Los caballos fueron trabajados duro y largo, pero tenía que ser así. Una batería corriendo para ponerse al día con un enemigo en retirada o para obtener una posición de ventaja no tenía lugar para un tratamiento suave. Las apuestas eran altas, y los caballos pagaron el precio. La alternativa podría ser la derrota. Un hombre en una larga y ardiente marcha, empujado más allá de lo que su cuerpo podría soportar, podría abandonarlo temporalmente y ponerse al día con su compañía más tarde. Los caballos no tenían esa opción. Enganchados a los brazos, tiraban de ellos hasta que caían o, como sucedía en la mayoría de los casos, hasta que dañaban sus cuerpos más allá de la curación, y luego recibían disparos.

El barro o el polvo parecían plagar cada movimiento de tropas. De los dos, el barro era el mayor problema para la artillería. El polvo creaba una gran incomodidad, pero poco más. Mientras que un artillero podría tener dificultades para respirar e incesante comezón en el polvo sofocante, las pistolas y los cajones aún podrían moverse. El barro, por otro lado, a menudo hace que el movimiento sea imposible. Hundiéndose debajo de sus ejes en agujeros llenos de suciedad, pistolas y cajones se podían mover solo con un esfuerzo sobrehumano, los hombres empujando las ruedas y los caballos extra tirando de las huellas. A veces, las armas simplemente se abandonaban al barro.

Una batería se movió a la misma velocidad y cubrió la misma distancia que las tropas a las que estaba

miércoles, 6 de junio de 2018

SGM: El robo del radar de Bruneval

La audaz incursión de Bruneval para capturar la tecnología alemana de radar


Shahan Russell | War History Online




Una de las incursiones más importantes de la Segunda Guerra Mundial fue el ataque británico contra Bruneval en la Francia ocupada. Su objetivo era robar el radar alemán para ayudar a la fuerza aérea británica a atacar a Alemania en un período crítico en la guerra.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña regularmente bombardeó ciudades alemanas, pero era peligroso y costoso. Los sistemas alemanes de defensa aérea eran tan avanzados que los bombarderos británicos sólo podían atacar objetivos durante la noche. Por lo tanto, era necesario obtener un radar alemán, para permitir que aviones británicos volaran sin ser detectados por las defensas aéreas alemanas. Tampoco fue una tarea fácil y algunos científicos creyeron que no sería útil.


Bajo nivel oblicuo del radar de "Würzburg" cerca de Bruneval, Francia, tomada por el Ldr AE Hill el 5 de diciembre de 1941. Fotos como esta permitieron a una fuerza de asalto localizar, y apagar, los componentes vitales del radar en febrero de 1942 para su análisis en Gran Bretaña.

Aunque Hitler originalmente prohibió el bombardeo de ciudades británicas, las cosas cambiaron el 24 de agosto de 1940 cuando los bombarderos alemanes cometieron un error. Sólo tenían órdenes de golpear las bases de la Fuerza Aérea Real (RAF), pero algunos estiraron el recorrido y golpearon a Londres a su vez. Churchill tomó represalias ordenando un ataque contra Berlín, por lo que Hitler respondió con el Blitz - el bombardeo masivo sin precedentes de las ciudades británicas.

Al comienzo de la guerra, Alemania usó la radio navegación para guiar sus aviones sobre objetivos militares e industriales. En respuesta, Gran Bretaña comenzó a interferir y distorsionar esas señales - un período conocido como la Batalla de los Senales. En una época previa a la tecnología GPS, tal distorsión también hizo más difícil para los pilotos alemanes navegar por Gran Bretaña. Como resultado, la RAF tenía una mejor oportunidad de derribar aviones enemigos antes de que pudieran volar a través del canal. Esto no detuvo el Blitz, pero hizo más difícil para la Fuerza Aérea Alemana (la Luftwaffe) enfilar hacia objetivos específicos. Durante el bombardeo, los civiles fueron los blancos.

Con las ciudades alemanas ahora atacadas, el general Josef Kammhuber creó una línea de luces de búsqueda y defensas antiaéreas que se extienden desde Schleswig-Holstein en el norte de Alemania, hasta Liège, Bélgica. Estos fueron vinculados a una red de radar a lo largo de la costa occidental de Europa, que dijo a la Luftwaffe exactamente donde interceptar aviones británicos.


Josef Kammhuber. 

Tan pronto como la RAF estaba a mitad de camino a través del canal, los radares los detectaban. Una vez que volaban sobre la costa europea, los reflectores los iban seleccionando para las baterías antiaéreas en tierra. Finalmente, tuvieron que lidiar con los cazas de la Luftwaffe.

Al Dr. Reginald Víctor Jones, un físico con inteligencia militar, le fue ordenado romper la Línea Kammhuber. Estaba seguro de que el radar era la clave, pero no todos estaban de acuerdo. Frederick Lindemann, primer vizconde de Cherwell, fue el asesor científico y amigo de Churchill. Lindemann no creía que los alemanes tuvieran tecnología de radar sofisticada, así que ignoró las afirmaciones de Jones.

Aunque un científico respetado, Jones era de un fondo ordinario, mientras que Lindemann era un noble que tenía la oreja de Churchill. En un Reino Unido donde las jerarquías de clase importaban, Jones estaba literalmente superado. Pero a medida que aumentaban las bajas británicas y los bombarderos de la RAF sufrían grandes pérdidas, Churchill finalmente escuchó a Jones.

Jones creyó que los alemanes habían utilizado el radar tan temprano como desde 1940 cuando invadieron Francia y lo utilizaron para atacar a un destructor británico en el canal de la Mancha, pero tenía poca pruebas de ello. Hacia 1941, las cosas habían cambiado. La información de los prisioneros de guerra alemanes y el desciframiento de las comunicaciones secretas alemanas dieron al argumento de Jones un mayor peso.


Una ilustración de un alemán Freya Radber Limber de la Segunda Guerra Mundial.

Bletchley Park (que penetró las comunicaciones alemanas) dio la última pista y demostró que Jones estaba en lo cierto. Los alemanes seguían hablando de Heimdall, vigilante de los dioses nórdicos que podían ver de día y de noche. También hablaron de Freya - la diosa cuyas joyas Heimdall guardó. Jones creía que éstos eran códigos para un sistema de radar. Más mensajes decodificados revelaron la presencia de tal sistema justo en las afueras de Bruneval, un pueblo en el norte de Francia.

El 5 de diciembre de 1941, un Spitfire de la RAF tomó fotografías aéreas de reconocimiento de la zona, revelando un objeto extraño, un plato al lado de un acantilado. Jones creía que podía ser el radar que estaba buscando, pero necesitaba estudiarlo.


La 1ra división aerotransportada que practicaba para el ataque en Bruneval en febrero de 1942

Así que los británicos decidieron robarlo. Sin embargo, un ataque naval en un sitio tan defendido sería suicida, por lo que eligieron otra opción. La RAF había estado experimentando con un nuevo regimiento del paracaídas llamado el 1r Regimiento Aerotransportado. El uso de paracaidistas era nuevo, pero el almirante Lord Louis Mountbatten pensó que limitaría las bajas. También quería saber si el regimiento de paracaidistas era efectivo.

Las fotos aéreas y la información de los movimientos de resistencia en Francia permitieron que el regimiento entrenara en un terreno similar al de Bruneval. El plan pedía que cinco grupos saltaran en paracaídas hacia el área. Las unidades se llamaban Jellicoe, Hardy, Drake, Nelson y Rodney. Una unidad aseguraría la playa. Tres unidades asegurarían el sitio del radar y lo desmontarían, mientras que la quinta unidad se mantendría en reserva. Una vez que se apoderaron del radar, los paracaidistas se dirigirían a la playa y serían recogidos por la Marina Real.

La Operación Biting (también llamada la incursión de Bruneval) comenzó en la noche del 27 de febrero de 1942 cuando doce bombarderos despegaron de la BAM de la RAF en Thruxton bajo una luna llena. El enemigo los encontró frente a la costa de Francia, pero volaron alto y evitaron ser golpeados. Entonces los cinco grupos de cuarenta hombres hicieron su salto.


La Compañía C de la 1ª División Aerotransportada, 2do Batallón de Paracaidistas, entrando en el Puerto de Portsmouth después de la incursión de Bruneval

Todos los grupos, excepto el grupo llamado Rodney, llegaron a sus sitios de aterrizaje y el ataque comenzó. Desmontar el radar no fue fácil debido al fuerte fuego enemigo, por lo que el Sargento de Vuelo CWH Cox (el mecánico de radio encargado de desmantelarlo), simplemente arrancó lo que pudo, esperando que los científicos pudieran averiguarlo. Afortunadamente, el grupo de Rodney finalmente los alcanzó. Con los alemanes abrumados, los cuatro grupos llegaron a la playa al día siguiente a las 2:15 AM.

Pero había un problema. La unidad de Nelson había asegurado la playa, pero la marina no estaba allí. En el mar, el comandante FN Cook de la Royal Australian Navy se retrasó debido a dos submarinos alemanes. En lo alto de los acantilados, los refuerzos alemanes estaban disparando contra los hombres y más estaban en camino.

Justo antes de las 2:30 AM, la nave de Cook llegó finalmente para los paracaidistas británicos y comenzó a disparar en las posiciones alemanas. Sin embargo, ahora los hombres en la playa estaban atrapados entre el fuego enemigo desde arriba y el fuego amistoso desde fuera en el mar. Afortunadamente, los alemanes se retiraron debido a los bombardeos del barco británico.


La matriz de radar de Würzburg desde otro ángulo, mostrando el equipo de perfil.

Los paracaidistas recuperaron el radar a Gran Bretaña a un costo de dos muertos, dos dejados atrás, y otros seis desaparecidos. Los dos prisioneros de guerra alemanes capturados, uno de los cuales había operado el radar que los alemanes llamaban el sistema Würzburg.

En respuesta al ataque, Hitler ordenó que todas las instalaciones de radar fueran protegidas con alambre de púas, haciéndolas resaltar aún más desde el aire. También hizo más fácil para ellos ser vistas por los aviones desde el cielo y más fácil de atacar.

La incursión fue considerada como un gran éxito. Aumentó la moral británica y fue ampliamente reportado en los periódicos. El radar incautado también dio a los británicos valiosos conocimientos técnicos y permitió a los bombarderos británicos evitar las defensas aéreas alemanas y limitar sus pérdidas en los ataques aéreos sobre Europa.

El ataque también inspiró a los británicos a lanzar otras operaciones especiales durante la guerra. La incursión de Bruneval es poco recordada hoy pero era de gran importancia verdad a la historia de la Segunda Guerra Mundial.

Nota del administrador: Años más adelante, los israelíes realizarían operaciones similares en el Sinaí egipcio durante la Guerra de Desgaste robando radares soviéticos.

martes, 5 de junio de 2018

Guerra del Paraguay: La muerte del soldado Tránsito Argañaraz

Muerte en el Paraguay




Montonero de los llanos riojanos

Este tampoco llega a la noche.  ¡Angá!  ¡Pobrecito!   El soldado Tránsito Argañaraz, del “Batallón Rioja y Catamarca”, alcanzó a oír a través de un denso velo de torpor y fiebre.  Sentía que era todo entero un dolor y un diluirse entre el olor ácido del hospital de campaña.  Trató de entender el sentido de las palabras, pero la cabeza se le iba en un loco vuelo de tinieblas y deslumbres.  Optó, entonces, por seguir muriéndose.

Si hubiera podido en ese momento echar una ojeada sobre su vida agonizante, recordaría más o menos esto:

Había nacido en Ñoqueve, en la Costa Alta de la sierra de los Llanos, al lado de la sierra de Argañaraz.  Eran gente de alguna fortuna, y su padre se jactaba de ser pariente del general Quiroga; en una petaca de cuero repujada con asas retobadas, guardaba el viejo un fajo de papeles olorosos que demostraba que toda la sierra había sido de ellos: “de cuánta, sería, en tiempos del Rey” solía decir.  La vida le fue dulce y dura.  Trabajó en arreos a San Juan, arañó la tierra, tuvo días de alegría y días de aflicción.  Como todo el mundo.  Anduvo varias veces con las partidas llanistas cuando el alzamiento de Peñaloza contra el gobierno surgido en Pavón.  Galopó por cuatro provincias y supo del encontronazo a lanza y grito.  Tuvo suerte: nunca lo pillaron y cuando todo terminó volvió a su casa igual como saliera.

Se dispuso entonces a trabajar.  La guerra había terminado con el asesinato del General, y parecía que las correrías habían concluido para siempre.  Pasó un año.  Tenía echado el ojo a la menor de los Tello y no parecía disgustarle a ella.  Todo andaba bien, al parecer.  Mas cierto día, un arriero que venía del lado de las sierras de Córdoba les trajo la noticia de que el país estaba en guerra.  Siempre lo había estado, así que la nueva no alarmó a nadie en Ñoqueve.  Pero después se fueron agravando las novedades: que esta era una guerra muy brava, que de Buenos Aires estaban saliendo ejércitos enteros contra el Paraguay, que en todo el país se hacían levas de paisanos para mandarlos al frente.

La cosa ya no gustaba.  Pelear con los caudillos de siempre, bien estaba.  Ya se sabía que eso era una obligación en la vida de cada cual.  Pero que los reclutaran oficiales extraños, que les pusieran uniformes y los llevaran a un lejanísimo matadero por causas que no entendían…

Sin embargo era cierto.  Y el gobierno de La Rioja había recibido orden de integrar una cuota de mil cien hombres con destino al teatro de guerra paraguayo.  Si hubiera sido un riojano el gobernador, tal vez supiera hasta qué punto era absurda esa orden en una provincia asolada por la guerra civil, diezmada en su población, pasada de hambre y de miseria.  Pero sucedía que el gobernador era un porteño, segundo jefe del Regimiento 6 de Línea de guarnición en La Rioja, que, después de la muerte del Chacho, había sido elevado al cargo por sus compañeros de armas.  Era un joven de bellas prendas que tomó muy en serio su papel de civilizador: organizó retretas jueves y domingos, puso faroles en la plaza de La Rioja y, desde luego, proyectó una reforma judicial y administrativa.  Pero no conocía a sus gobernados e ignoraba sus inquietudes, sus esperanzas, el estilo heroico y acosado de sus pobres vidas.

Por eso, cuando recibió orden de juntar el número de hombres establecido desde Buenos Aires –“un fuerte y lindo batallón” como le escribía el ministro de Guerra y Marina de la Nación- mandó a los comandantes José María Linares y Ricardo Vera a reclutar paisanos hasta enterar el cupo humano, como fuera.

Claro que el gobernador sabía hasta qué punto los riojanos eran reacios a dejarse reclutar.  Por eso escribía al presidente de la República que “es tal el pánico que les inspira el contingente, que a la sola noticia de que iba a sacarse, se han ganado las sierras y no será chica hazaña si consigo que salgan”.

Los medios de que echaron mano para lograrlo, eran, por consiguiente, de la clase que relataba el comandante Nicolás Barros al propio gobernador, poco después: “En mi comisión a la sierra se han presentado cuarenta y tantos hombres.  De éstos, la mitad buenos y la otra presentados a bola.  Pero para infundirles confianza los he ido agregando a la División, fuera de once que tengo entramojados”.  A boleadora limpia y engrillados.  Así iban cazando esta mísera carne de cañón.

Cuando Tránsito supo lo del contingente, también ganó la sierra como todos los paisanos.  Sólo mujeres y viejos quedaban en los poblados.  Estuvo una semana en lo fragoso del monte, bebiendo agua de las pirhuas (1) y comiendo patay y charqui.  Desesperado al fin de hambre, sed y soledad, retornó a Ñoqueve, y allí lo pilló el piquete de enganche.  Lo juntaron con otros voluntarios y llevaron a todos a Santa Rita de Catuna, en la Costa Baja, donde sería el punto de reunión de todo el contingente.

Allí estaban, bajo el mando del comandante Vera, preguntándose cuál sería su suerte, cuando una mañana, a fines de junio, apareció el gaucho Aurelio Zalazar con unos pocos hombres y dando grandes alaridos, se echó sobre el destacamento que los custodiaba.  Los reclutados sacaron fuerzas de flaqueza y entre todos mataron al juez departamental y a dos o tres milicos.  Tránsito sintió de nuevo que el aire se podía respirar a pleno pecho y metió fierro con rabia.  Cuando terminaron, Zalazar los arengó.  Les dijo que el amigo Asensio Rivadera estaba en esos momentos libertando el contingente que el comandante Linares tenía concentrado en La Hedionda; que quería derrotar al gobernador para que nadie fuera reclutado en adelante y que los enemigos del despotismo tenían que seguirlo.  Pegó un grito ¡mueran los collarejos! y todo el contingente lo rodeó, vivándolo.

También Tránsito.  No le pareció decente volver ahora a su casa sin ayudar primero a los demás paisanos a huir del enganche.  Después de eso, cada uno regresaría a su pago.  Así que montó en el caballo que le dieron –un oscuro pico blanco, argel de la mano derecha, medio charcón (2) y sumido pero que se veía sin hiel para andarse-, ató a la cintura el sable de uno de los finados y cortó un garrote de algarrobo, hincándole en la punta media tijera asegurada con tientos.

A todo esto, sabedor del desastre, el gobernador salió de La Rioja para castigar a los sublevados y reunir de nuevo el contingente.  En Punta de los Llanos, ya de noche, se topó con una partida desconocida y ordenó atacar.  Resultó ser el comandante Linares, que venía de vencida, después de la disparada en La Hedionda.  Se reunieron ambas fuerzas, malhumoradas con el gratuito encontronazo, y se largaron hacia los llanos a perseguir a Zalazar, que a su vez se había unido ya con Rivadera.

A la montonera le constaba que en los llanos era invencible.  Conocían el terreno en sus vericuetos más escondidos, sabían que la gente habría de confundir con falsas noticias a los del gobierno, eran dueños de los pastos y las aguadas, señores de las sendas y las constelaciones…  Por eso no ofrecieron batalla al gobernador sino que prefirieron rodear toda la sierra de los Llanos, por el Sur, sobrepasando Chepes y orillando la Costa Alta hasta hacer el periplo completo y aparecer camino a La Rioja, dejando a sus perseguidores al otro lado del macizo: una ronda de burla con la masa árida de la sierra puesta en medio.  Cuando pasaron por Ñoqueve, en su veloz desfile hacia el Norte, Tránsito estuvo por quedarse.  Pensó en la niñita Tello y en la paz de la aldea.

Pero ya le gustaba la correría.  Quería vengarse de los que lo habían cazado como un malhechor, quería demostrarles que no era por miedo que se había escapado del piquete sino porque no le daba la gana de ir a una guerra que no le importaba.  Miró de reojo el pimiento a cuya sombra se levantaba su casa y castigó nomás el caballo.

Dos semanas después de la dispersión de Catuna, los montoneros llegaban a La Rioja.  Estaban derrengados.  A los caballos les temblaban las patas, después del bárbaro galope.

Era el 14 de julio a la oración.  Tras un breve conciliábulo, los caudillos decidieron entrar al otro día.  La plaza estaba desguarnecida, con su gobernador buscándolos por los llanos…  A la mañana siguiente tomarían la ciudad.  La noche se deslizó en guitarra y vino, demorando la exaltada sensación del saqueo próximo.

Pero el gobernador había advertido la intención que se traían los montoneros.  Al llegar a Olta se enteró del itinerario de Zalazar.  Atravesó entonces la sierra transversalmente para cortarle el paso a la altura de Atiles, mas cuando llegó, la horda ya había pasado hacia La Rioja.  Desesperadamente se puso a perseguirlos.  No los hubiera alcanzado con su caballada cansada después de tanta marcha; pero ocho leguas al sur de la ciudad, se apoderó de una gran tropilla que pastaba en un campo, y remontada la tropa pudo acelerar la persecución.  Al alba del día 15 llegó a la ciudad y entró sigilosamente, sin que los atacantes, situados en Pango, supieran de la maniobra.

Cuando Zalazar se enteró de que el gobernador ocupaba la ciudad con su tropa, se preparó para defenderse.  Sabía que sus enemigos eran soldados de línea, bien armados y disciplinados.  Sus fieles, munidos tan sólo de armas blancas y sin instrucción militar, no podían ofrecer gran lucha.  Toda la mañana estuvieron espiando.  A la hora de la siesta avanzaron los nacionales escopeteando nutridamente.  Luego formaron en cuadro y resistieron el ataque a caballo de los montoneros.  Durante media hora se luchó sin pausa.  Al cabo, Zalazar abandonó el campo, dejando veinte muertos y cantidad de prisioneros y bastimento.  Se corrió hasta los llanos y de allí pasó la raya de Córdoba donde fue vencido de nuevo; bajó entonces al sur de Chepes y subió otra vez por Tama hasta Patquía.  Perseguido por el comandante Vera, reducida su hueste a dos docenas de paisanos, llegó a Tasquín y allí fue hecho prisionero.  Lo fusilaron dos años más tarde, de sus dos principales secuaces, uno había muerto en singular combate y el otro, fusilado poco antes.

Tránsito fue de los prisioneros de Pango.  Un planazo en la cabeza lo había dejado fuera de combate en seguida de empezar.  Cuando salió de su aturdimiento, se encontró dentro de un corral de pirca con otros paisanos, algunos todavía a caballo.  Buen número de centinelas los apuntaban con sus armas desde el cerco.

Presumió que los iban a fusilar y pensó que tal vez eso fuera lo mejor.  La cabeza le dolía mucho.  Tenía la boca como llena de tierra.  Un rato estuvieron todos así.  Súbitamente apareció en el portón un militar con el uniforme cubierto de polvo, seguido de dos oficiales: era el gobernador.  Los hizo formar y les dirigió la palabra.  Les dijo que ellos eran culpables de la sublevación del contingente, que eran reos de traición a la Patria, que en esos momentos de peligro para la Nación habían soliviantado a la tropa que se destinaba a defender el honor nacional.  Pero –agregó- el Gobierno no los haría castigar como merecían y en cambio les daba la oportunidad de rehabilitarse luchando bajo los pliegues de nuestra gloriosa bandera azul y blanca.

Tránsito sentía que las palabras del gobernador iban penetrando irresistiblemente en su corazón simple y dolorido.  Nadie le había hablado nunca así.  “La bandera… el honor argentino ultrajado… los oscuros designios del bárbaro tirano López…”  No entendía mucho pero la gallardía del gobernador hablando solo y sin armas en el potrero, frente a ellos, hombres armados todavía casi todos, le llegaba al alma.  Quizá (pensó), merecía la pena servir por la causa de este hombre.  Morir aquí o en el Paraguay, lo mismo es.  Tal vez todas las causas son buenas.

Cuando el gobernador le preguntó su nombre y lo escribió en su libreta, Tránsito sintió que su destino estaba irrevocablemente sellado.  Pero esta vez ya no le importaba tanto.

Fueron a Olta, bajo el mando del gobernador.  Allí se concentraron cuatrocientos cincuenta hombres.  Los bautizaron “Cazadores de la Rioja”, los proveyeron de una bandera y los llevaron hacia el litoral.  Eran todos riojanos, salvo un oficial salteño y dos soldados.  En el Rosario los embarcaron en un vapor.  Viendo el enorme río ardiendo bajo el sol de enero, el buque con sus ruedas paleteando el agua barrosa, los muelles llenos de soldados, Tránsito se sintió atado a un hado cuyo sentido no alcanzaba a desentrañar, pero que estaba ya dispuesto a aceptar sin lucha.  El uniforme lo tornaba impersonal, minúsculo.  Era algo tan infinitamente pequeño, hasta tal punto se daba cuenta de lo insignificante que resultaba su vida frente a este sistema que disponía de él, que cuando (ya embarcándose) un sargento Agüero pegó unos gritos subversivos, Tránsito ni se mosqueó para apoyarlo.  Con indiferencia vio como desarmaban al rebelde y allí mismo lo fusilaban.

Los bajaron en Las Ensenaditas y empezó la instrucción militar.  Tránsito, que sólo conocía la vida libre y la voluntad desbocada, debió obedecer órdenes y aprender todo lo necesario para morir.  Se sentía solo y trasplantado, y muchas veces, deseó que los paraguayos lo mataran pronto.  Pero esto ocurrió mucho después.  Antes, debió descubrir que es difícil morir.  Descubrió también, cosas que no se había imaginado nunca en Ñoqueve.  Que la lluvia podía durar semanas enteras, y que cuando ocurre, el mundo, los hombres y las cosas se convierten en un limo pegajoso.  Que los riojanos también sudan como los demás seres humanos cuando se los saca de sus soles, y entonces, se sienten desgraciados y sucios.  Que el mate se puede tomar frío.  Que hay argentinos que hablan un incomprensible idioma indio o que barbarizan la lengua con extrañas tonadas, ¡tan distintas del natural modo riojano!  Descubrió una guerra de a pie, donde no se usa lanza ni se va al ataque a pecho desnudo, sino que se está uno pudriendo en las trincheras enlodadas días y días, hasta que alguien (no se sabe quién), da la orden de salir a morir.  Todas esas cosas descubrió, algunas importantes y otras no; y también, que vivir así puede redimirlo a uno de pecados ignorados y convertir un montonero alzado y rebelde, en un soldado de la Patria a quien los sargentos nombran con un poco de afecto.

Estuvo con su batallón en Paso de la Patria y tomó la batería de Itapirú; estuvo en Estero Bellaco, en Tuyutí, en Yataytí-Corá, en Boquerón y en Curupaytí.  En todos lados fueron cayendo sus compañeros.  Después de Humaitá estaban tan diezmados los riojanos que no alcanzaban a integrar un batallón y los juntaron entonces con los catamarqueños para formar el “Batallón Rioja y Catamarca”.  Pelearon en Loma Valentina y Angostura.  Fue aquí, terminando ya la guerra, cuando un obús paraguayo le destrozó medio cuerpo.

Allí estaba.  No volvería a La Rioja.  La vieja tierra no ampararía sus huesos.  Lo extrañaría la sierra de Argañaraz y el viejo pimiento de su casa.  Y los compañeros que todavía seguían galopando los llanos.  Y tal vez, también, la niña Tello.  No se pudriría bajo la arena calcinada de su pago, con los cardones velando su despojo como candelabros litúrgicos; se tornaría barro y fiebre bajo las palmeras extrañas.  Allí estaba.  Se moría oscuramente en un hospital de campaña del frente paraguayo, sin saber todavía por qué.

- Tránsito Argañaraz.  Este ya se cortó ¡Angá! ¡Pobrecito!

Referencias


(1) Pirhuas: cavidad en la piedra echa por los indígenas

(2) Charcón: chupado, magro, enjuto.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Luna, Félix – La última montonera – Biblioteca Boedo, Buenos Aires (1992).

www.revisionistas.com.ar

lunes, 4 de junio de 2018

SGM: Krasny Bor muestra el coraje y sacrificio de la División Azul



La muerte de la División Azul española

En 1943 voluntarios españoles del Eje detuvieron un avance soviético a un enorme coste

Robert Beckhusen || War History Online

En la gélida mañana del 10 de febrero de 1943, los 5.900 soldados de la 250ª División de Infantería «Azul» ─voluntarios españoles que luchaban por el Eje en el frente oriental de la Segunda Guerra Mundial─ estaban sentados en sus trincheras y búnkeres cuando les cayeron del cielo los proyectiles de alto explosivo disparados por cientos de piezas de artillería soviéticas. Para aquellos soldados, el mundo se convirtió en fuego.

Dos horas más tarde, tres divisiones de infantería soviéticas irrumpieron en las posiciones defensivas del Eje, marcando el comienzo de la batalla de Krasny Bor, una batalla oscura pero significativa cerca de Leningrado ─todavía asediado en aquel momento─ que culminó en una victoria del Eje a costa de la División Azul, que quedó prácticamente destruida.

Krasny Bor formaba parte de la gran ofensiva soviética Operación Estrella Polar, obra del general Georgy Zhukov tras el éxito dos semanas antes de la Operación Iska, que abrió un estrecho pasillo de tierra ─y pronto de tren─ hasta Leningrado, que llevó aprovisionamientos muy necesarios a la ciudad.

No obstante, la Operación Estrella Polar era mucho más ambiciosa y Zhukov ordenó abrir tres frentes soviéticos para hacer nada menos que atravesar los Estados Bálticos en otro ejemplo de «operaciones en profundidad» soviéticas y así atrapar y aniquilar al Grupo de Ejércitos Norte de Alemania en los bosques al sur de Leningrado. Un segundo objetivo era cortar el saliente cercano de Demyansk, protrusión en forma de pulgar muy metida en las líneas soviéticas.

Krasny Bor, algo más de 30 kilómetros al sureste del centro de la ciudad de Leningrado, era un punto estratégico próximo a la autovía que conectaba la sitiada Leningrado con Moscú. Aquí era donde se encontraba la División Azul cuando le cayó encima toda la artillería del 55º Ejército del General Vladimir Sviridov ─unos 38.000 soldados en conjunto─.


Sobre estas líneas, tropas de la División Azul en el frente oriental. Foto de Wikimedia. En la cabecera, acuarela de Krasny Bor pintada por Mario Trevino en 1989. Foto del Museo del Ejército de Tierra español

Las descripciones de la batalla, obra del historiador estadounidense especialista en el ejército soviético David M. Glantz, señalan que los soldados españoles ─armados con fusiles, ametralladoras y cócteles Molotov─ se vieron superados y pasados por la bayoneta tras rechazar múltiples ataques de la infantería y los carros de combate soviéticos.

Posiblemente las mayores pérdidas en la División Azul fueran durante la descarga inicial de artillería. Las tropas del Ejército Rojo ejecutaron a los heridos. Las tropas españolas que se dirigían en esquís hacia la línea del frente recibieron el ataque de medios aéreos soviéticos.

El primer día de la batalla llegó a conocerse como «Miércoles Negro» para los españoles. La batalla fue más sangrienta para los soviéticos, que pudieron haber sufrido unas 20.000 bajas después de penetrar cinco kilómetros en las líneas del Eje antes de que se detuviera la ofensiva. En Steven’s Balagan, sitio web dedicado a la historia militar española y portuguesa, se encuentra disponible un detallado resumen día por día y descripciones de las unidades específicas implicadas.

El 55° Ejército se quedó sin fuerzas y detuvo sus operaciones en este importante flanco de la Operación Estrella Polar, lo que supuso también un sangriento parón de las operaciones en otros sectores. No obstante, la derrota soviética no desbarató la estrategia de operaciones en profundidad, dado que el Ejército Rojo confió en ella para sus ofensivas posteriores. Si Krasny Bor y Estrella Polar se pueden considerar victorias del Eje, éstas fueron pírricas.

Tres cuartas partes de las tropas de la División Azul murieron, resultaron heridas o fueron echas prisioneras, lo que a todos los efectos puso fin a la división como una fuerza de combate, y los supervivientes pronto se retiraron a España desde Alemania. En enero de 1944, los soviéticos levantaron por completo el asedio de Leningrado gracias a una gran ofensiva de más de 800.000 soldados y 500 carros de combate.

Los lectores interesados ​​en el arte militar pueden apreciar que la acción de la División Azul en Krasny Bor fuera objeto de varios cuadros dignos de mención. En la cabecera de este artículo se incluye una acuarela de Mario Treviño que se encuentra en el Museo del Ejército de Tierra español de Toledo. Bajo estas líneas aparece la imagen de otra obra de Augusto Ferrer-Dalmau, pintor al óleo hiperrealista reconocido como quizás el mejor ilustrador militar de España.


La obra captura la terrorífica desesperación en los rostros de los soldados españoles ─uno de los cuales empuña un subfusil soviétivo PPSh-41capturado al enemigo─.

Varios factores contribuyeron al fracaso de Estrella Polar. Una de las razones fue que la División Azul opuso una gran resistencia, sin embargo, varias unidades soviéticas se encargaron de acabar con ella, incluida la 45ª División de Fusileros, que había aniquilado previamente a la 3ª División Panzer de las SS «Totenkopf» en 1941 ─incluso combatiendo para salir de un cerco durante aquellos angustiosos primeros meses de la invasión alemana─.

No ayudó a Sviridov que el Eje detectara la reunión de tropas soviéticas y se esperara una ofensiva. Las tropas del Eje reforzaron sus fortificaciones.

También tuvo mucho que ver el mal tiempo y los aprovisionamientos intermitentes, que retrasaron la ofensiva y concedieron a las fuerzas del Eje tiempo suficiente para abandonar el saliente de Demyansk. Esa rápida decisión proporcionó territorio para reforzar las principales líneas defensivas del Eje, lo que provocó entonces que Zhukov adelantara la operación ─a lo que contribuyó su carácter «inconexo», según la biografía de Zhukov del historiador Robert Forczyk─.

La desorganización supuso la condena de muchas operaciones en profundidad soviéticas, que se basaban en la aniquilación del enemigo a través de una serie de ataques apoyados mutuamente o «sucesivos», todos ellos conectados entre sí, y cada uno con objetivos limitados pero dirigidos hacia un objetivo mayor ─y ni una sola «batalla decisiva»─.

En muchos casos, el núcleo del fracaso de las ofensivas de la Unión Soviética se debió a la confusión en el nivel de Mando y la escasez de aprovisionamientos. Cuando la estrategia funcionaba, acababa con los ejércitos alemanes. Finalmente, en conjunto, ganaron la guerra.

Traducido por Jorge Tierno Rey, autor de El Blog de Tiro Táctico.