viernes, 17 de agosto de 2018

Un San Martín desconocido



EL SAN MARTÍN QUE NO CONOCEMOS


Su comida preferida era el asado, que casi siempre comía con un sólo cubierto: el cuchillo. Era muy hábil en comer así. Solía morder un pedazo de carne, y como los paisanos, cortaba el sobrante con un cuchillo afilado. ¡Había quienes se maravillaban que no se cortara la nariz!
No le gustaba el mate. Pero era un apasionado del café. Y como era muy "pillo", conocedor intimo del alma del soldado, para no "desairar" a sus muchachos, tomaba café con mate y bombilla.
Conocía mucho de vinos. Y podía reconocer su origen con sólo saborearlo.
Era muy buen jugador de ajedrez, y realmente era muy difícil ganarle.
Se remendaba su propia ropa. Era habitual verlo sentado con aguja e hilo, cosiendo sus botones flojos o remendando un desgarro de su capote, el cual, abundaba de ellos.
Usaba sus botas hasta casi dejarlas inservibles. Más de un vez las mandaba a algún zapatero remendón, para que les hagan taco y suela nuevos.
Era muy buen pintor de marinas. Él mismo decía que si no se hubiera dedicado a la milicia, bien podría haberse ganado la vida pintando cuadros.
Era muy buen guitarrista, habiendo estudiado en España con uno de los mejores maestros de su época.
Hablaba inglés, francés, italiano, y obviamente español, con un pronunciado acento andaluz.
Tenía la costumbre de aparecerse por el rancho, y pedirle al cocinero que le diera de probar la comida que luego comería la tropa. Quería saber si era buena la comida de sus muchachos.
Luego de comer, dormía una siesta corta, de no más de una hora, para luego levantarse y volver al trabajo.
En Campaña, era el último en acostarse, después de cerciorarse que todos los puestos de guardia estuviesen cubiertos, y el resto de la tropa descansando. Y para cuando empezaba a clarear el sol en el horizonte, hacía rato que el General contemplaba el alba.

Una anécdota de San Martín en Francia. Vivía con su hija y su yerno en Grand Bourg y sufría de cataratas en un ojo. Su hija le escondía los diarios que llegaban de América porque sabía que leerlos le agravaba su enfermedad. Entonces el General agarraba aguja e hilo y se ponía a remendar sus uniformes hasta que Merceditas se rendía y le devolvía los diarios.

Guerra antisubversiva: El monseñor que entregó a su sobrino terrorista

La terrible historia de Juan Domingo, el sobrino que monseñor Antonio Plaza entregó a la policía de Ramón Camps 


Jesús María Plaza, hermano del desaparecido, relata su viaje clandestino a la Argentina en 1979 para preguntarle a su tío arzobispo por qué lo había entregado y a exigirle que le dijera dónde estaba el cadáver para poder darle “cristiana sepultura”. Esta es la trágica historia

Por Eduardo Anguita (terrorista de PRT y ERP y condenado por la justicia, indemnizado por el régimen kirchnerista)
Por Daniel Cecchini
Infobae



Monseñor Antonio Plaza y su sobrino desaparecido, Juan Domingo Plaza, Bocha para su familia


-¿Qué hacés vos acá?


Monseñor Antonio Plaza, arzobispo de La Plata y capellán de la Policía Bonaerense que comandaba el general Ramón Camps, se quedó como de piedra en la puerta de su despacho privado de la Curia platense.


Eran las seis menos cuarto de la mañana y ese 2 de julio de 1979 no esperaba encontrar a nadie ahí. Nunca entraba nadie ahí sin su permiso, pero ahora estaba viendo a un fantasma. Al principio –y eso le dio terror – confundió al joven que lo esperaba con su sobrino Bocha, pero sabía que era imposible.

Sabía muy bien que Bocha ya no estaba en ninguna parte, por lo menos del lado de los vivos. Tardó unos segundos en darse cuenta de que no era Bocha sino Tito, el tercero de sus sobrinos, quien lo había esperado entre las sombras de la habitación. Pero si Tito estaba exiliado en México desde hacía tres años, pensó y se repuso, y entonces disparó:


-¿Qué hacés vos acá?

Jesús María Plaza, Tito –hijo de otro Jesús María, hermano de monseñor –, hacía casi una hora que lo esperaba en la oscuridad del despacho. Había llegado el día anterior a la Argentina sin avisarle a nadie y con un objetivo preciso: preguntarle a su tío, el arzobispo, que había hecho con su hermano mayor Juan Domingo, Bocha.

Había entrado al edificio de la Curia platense por donde muy pocos sabían que se podía entrar sin que nadie se diera cuenta: el portón del garaje de la calle 53, frente a la Catedral, que nunca estaba cerrado con llave.

Eran las cinco de la mañana cuando lo abrió, atravesó el garaje, se metió en un pasillo que él y sus hermanos conocían desde que eran chicos y subió por la puerta que daba al despacho, en el área privada del edificio curial.

Había esperado sentado en una de las esquinas del inmenso escritorio precedido por una imagen de Santa Teresa de Jesús –de la cual era devoto su tío- que antecedía como una barrera infranqueable al sillón episcopal de terciopelo violeta. Desde la pared de enfrente, un Cristo de bronce que sufría en una cruz de madera, parecía vigilarlo.
  Uniformado como un zurdo, Jesús María Plaza durante la entrevista con Infobae, recuerda cuando le pidió a su tío Monseñor Plaza, que les entregara el cadáver de su hermano para darle “cristiana sepultura”

Tito estaba nervioso y tuvo más de una vez el impulso de irse por dónde había venido, como un fantasma, sin hacerle al cura la pregunta que le roía el alma desde hacía casi tres años. Monseñor Plaza lo miraba pálido, con el cuerpo rígido, cuando su sobrino tragó saliva y se la disparó:

-¿Qué hiciste con el Bocha?

Monseñor tardó una eternidad en responder:

-Tu hermano está muerto.

-¿Cómo que está muerto? ¿Quién lo mató?

-A tu hermano lo mataron los Montoneros.

-No seas ridículo, ¿quién te dijo eso?

-Me lo dijo mi amigo, el general Camps.

Tito sintió ganas de pegarle. Desde que Bocha había sido secuestrado pocas horas después de ver a su tío en la Curia, Plaza se había negado sistemáticamente a recibir a la madre, su cuñada.

Cuando la mujer, desesperada, iba a preguntarle por Bocha, el arzobispo mandaba a alguno de sus colaboradores a atajarla con un mensaje: que estaba vivo, que rezara por él.

-La hiciste rezar a mamá todos estos años diciéndole que mi hermano estaba vivo, que iba a volver. Y vos sabías que estaba muerto… – explotó Tito.

El arzobispo lo miró en silencio. Su sobrino supo que no iba a contestarle.

–Queremos el cadáver. Mamá quiere darle cristiana sepultura….– insistió.

Otra vez silencio.

-¡Sos un hijo de puta! La hiciste rezar a mamá todos estos años…

El arzobispo le dio la espalda y, entonces, sin mirarlo, finalmente habló:

-Ándate, salí de acá ya. A ver si te pasa lo mismo que le pasó a tu hermano.

En un primer momento, a Tito se le ocurrió que, con esa frase, su tío quería protegerlo. Vivió apenas un instante de ingenuidad infantil hasta que se dio cuenta de que el arzobispo, su tío, el hermano de su padre, lo estaba amenazando.

El secuestro del Bocha Plaza

Casi 40 años después de esa conversación, Jesús María Plaza la repite para Infobae en un bar del centro platense. Abogado, docente de Historia de las ideas en la Universidad Nacional de La Plata, ex director de Derechos Humanos de la Municipalidad local, Tito es un hombre elegante, de pelo y barba blancos, cuyo hablar firme y pausado se quiebra por momentos cuando revive la historia de la desaparición de su hermano Bocha, el segundo de los cuatro hijos de esa rama de los Plaza y tres años mayor que él.

Juan Domingo Plaza tenía 30 años cuando fue a ver a su tío, el arzobispo, al edificio de la curia, el 16 de septiembre de 1976, a las 10 de la mañana. Había militado en Montoneros pero, por diferencias con el creciente militarismo de la organización, se había alejado para integrar la Alianza de la Juventud Peronista.
  Monseñor Antonio Plaza

Seis meses después del golpe se sentía amenazado y acorralado. La Plata era un coto de caza para la represión ilegal y su única alternativa era salir del país, como lo había hecho su hermano Tito con rumbo a México un mes antes. Santiago, el mayor de todos, y María del Carmen, la única hermana mujer, también estaban en el exterior. Solo Luis, el menor de los varones, se quedaría en la Argentina para cuidar a su madre, que había enviudado menos de un año antes.

Bocha necesitaba un pasaporte para irse y quien podía conseguírselo era su poderoso tío. Nunca se había llevado bien con el cura, pero era de la familia, y la familia está para ayudarse. La visita de Juan Domingo Plaza a la Curia fue confirmada por su novia, Perlita, a Tito.
 
El justiciero Ramón Camps


Monseñor Plaza jamás reveló lo que conversó con su sobrino la media hora que estuvo en la Curia y Bocha no está para contarlo. Salió del edificio a las diez y media. Fue secuestrado poco después en el bar y pizzería "Don Vicente", en la esquina de 7 y 34 de La Plata, por un grupo armado de hombres sin uniforme que lo subieron a la fuerza a un Fiat 125 color celeste junto a otra persona, Mardoño Rafael Díaz Martínez, de 57 años, que fue liberado 15 días después.


Hubo un solo testigo del secuestro, Eduardo Landaburu, que años después declararía: "Entré a hablar por teléfono al bar ubicado en 7 y 33, en el bar estaba la policía, lo vi al chico –por Bocha- y también a un señor mayor que después supe era Mardoño Díaz Martínez, de Catamarca. Los tenían a ambos contra la pared con las manos detrás del cuerpo. Traté de buscar la mirada de Bocha para ofrecerle ayuda. Pero él bajó la vista como si no me conociera. Salí del bar atontado, caminé unos pasos y recién ahí me di cuenta de que ese muchacho me había salvado la vida", relató.


Diversos testimonios ubican a Juan Domingo Plaza en el Centro Clandestino de Detención transitorio de las calles 1 y 60, en dependencias de la Policía Bonaerense de Ramón Camps, de la que el arzobispo Antonio Plaza era capellán.


El tío y los sobrinos


Jesús María Plaza (padre) era el más cercano a Antonio en la familia con siete hijos que habían conformado Santiago Plaza, inmigrante español que llegó a la Argentina huyendo se la tercera guerra carlista, y Flora, otra española que había cruzado el Atlántico en busca de un futuro mejor.


Se radicaron en Mar del Plata, donde todos los hijos estudiaron en el Colegio Peralta Ramos, de los Maristas. Cuando terminaron los estudios secundarios, tres de los hermanos entraron al seminario para hacerse curas. Uno de ellos era Antonio, que terminó arzobispo en La Plata; el mayor, Santiago, un auténtico cura de pueblo en Bragado; y el tercero fue Jesús María, que dejó los hábitos cuando conoció a la que sería su mujer, con quien tuvo cuatro hijos: Santiago (Coco), Juan Domingo (Bocha), Jesús María (Tito) y Luis.
  Bocha y Tito en su primera comunión.

En La Plata, Jesús María (padre) se transformó en un estrecho colaborador de su hermano. Entre otras cosas, en el aspecto financiero, donde monseñor había pisado fuerte para hacer caja, primero en el Banco Río, con Pérez Companc como socio; luego en el Banco Popular de La Plata, liderado por su testaferro, el abogado Ernesto Rodríguez Rossi, y asociado con Juan Graiver; y finalmente en el Banco Comercial de La Plata, con un hijo de Juan Graiver que pocos años después se haría famoso: David, a quien todos llamaban Dudi.

La estrecha colaboración laboral no se reproducía, sin embargo, en la relación familiar. Monseñor visitaba poco la casa de su hermano, no más de una vez por mes. A principios de los '60 la familia solía encontrarse los fines de semana en una quinta sobre el camino General Belgrano, de la localidad de City Bell, en las afueras de La Plata.

-Para nosotros, los chicos, era la quinta de la familia, pero con los años supe que no era nuestra sino de la Curia, aunque el cura la usara como propia. Ahí lo veíamos un poco más seguido, pero su relación con nosotros era distante – le dice Tito a Infobae.

  Jesús Plaza padre y Monseñor en casamiento de Tito

Monseñor tenía la costumbre de saludar a sus sobrinos con un cachetazo seco, de los que dolían, y pretendía también que le mostraran respeto besándole el anillo episcopal. Cuando los chicos llegaron a la adolescencia dejó de tener suerte con eso. Bocha lo enfrentaba o lo ignoraba, según el día, mientras que Tito trataba de no cruzárselo para no tener que negarse directamente a besar el anillo.

-Yo me negaba a decirle monseñor y Bocha trataba de ignorarlo al principio y después empezó a enfrentarlo abiertamente. Con los años, a la frialdad de la relación se sumaron las posiciones políticas. Nosotros estábamos en las antípodas – dice Tito.


Jesús María (padre) les reprochaba a sus hijos esa actitud. Dependía económicamente de su hermano y no quería que los pibes trajeran problemas.


-Papá, que era un tipo cariñoso con nosotros, en eso era la contratara del cura, llegó a discutir muy fuerte con Bocha; yo era un poco más conciliador. El problema más grave de esa época fue cuando Bocha y yo le rompimos a piedrazas desde la calle los vitraux del edificio de la Curia y supo que habíamos sido nosotros – recuerda para Infobae.

El arzobispo llamó a la policía para que descubriera a los culpables. Al comisario no le costó mucho identificarlos pero no quería decirle a Plaza quiénes eran. "Si le lo digo, usted se va a enojar mucho, monseñor", le dijo pocas horas después del "atentado". Plaza insistió y finalmente el policía dio el brazo a torcer: "Fueron sus sobrinos", reveló. Monseñor fulminó con la mirada a su hermano, que estaba con él en el despacho, y Jesús María (padre) salió disparado de la Curia a buscar a los culpables.

Una íntima convicción


Cuando Tito Plaza salió de la Curia por donde había entrado esa mañana del 2 de julio de 1979 ya sentía en sus espaldas el peso de la amenaza de su tío:


-Andate, salí de acá ya. A ver si te pasa lo mismo que le pasó a tu hermano.

Caminó abrumado y agitado, mirando a cada rato hacia atrás, hasta la terminal de ómnibus y se subió al primero que salió para Buenos Aires. Al día siguiente se embarcó en Ezeiza para volver a México. No volvería hasta que la dictadura dejara paso a la democracia.

Estaba todavía en México cuando el gobernador radical de la Provincia de Buenos Aires, Alejandro Armendariz, desplazó –por orden directa del presidente Raúl Alfonsín– al arzobispo Plaza de la capellanía de la Bonaerense. Apenas lo supo, le escribió una carta a Armendariz.

-Lo felicitaba por haberlo echado –dice-, y también le prometía que apenas volviera al país le iniciaría juicio al cura por la desaparición de mi hermano.

Jesús María Plaza: “Yo tengo la íntima convicción de que el cura es culpable”

Tito Plaza regresó a la Argentina y cumplió esa promesa.

Ahora, sentado frente a una taza de café en un bar platense, vuelve a revivir toda la historia para los cronistas de Infobae.

-Pasado todo este tiempo, ¿sigue convencido de que monseñor Plaza fue responsable de la desaparición de su hermano? –pregunta uno de los cronistas.

-Soy abogado y, de la misma manera que los jueces a veces definen un fallo por su íntima convicción, yo tengo la íntima convicción de que el cura es culpable – responde.

A lo largo de toda la conversación, se ha referido a su tío como "Plaza" o "el cura", si alguna vez ha dicho "monseñor", la palabra estuvo cargada de ironía y desprecio.

jueves, 16 de agosto de 2018

Prehistoria: Las sandalias en las cuevas

¿Por qué algunas cuevas están llenas de zapatos?


Stephen E. Nash /  Sapiens



He pasado una buena parte de mi vida recorriendo el sudoeste de EE. UU., Y he pateado rocas afiladas y cactus espinosos a medida que anduve por extensas extensiones arenosas y cálidas del desierto. Mis botas de montaña suelen proporcionar la protección adecuada, pero he sufrido una gran cantidad de cortes, quemaduras y pinchazos. Entonces, a menudo me pregunto: ¿Qué hicieron las personas para proteger sus pies hace 1,000 años? Y eso plantea otra pregunta: ¿Los antiguos necesitaban calzado, o sus pies eran tan duros y curtidos que podían ir descalzos la mayor parte del tiempo?

Las respuestas están en cuevas. A diferencia de las herramientas de piedra y las piezas de cerámica, el calzado hecho de materiales perecederos, como cuero, pieles y fibras vegetales, no está bien conservado en los sitios arqueológicos al aire libre. Pero las cuevas perpetuamente secas (las que están naturalmente aisladas de las fuentes de agua subterránea y las precipitaciones, y tienen poco exceso de humedad) hacen un trabajo extraordinario protegiendo los materiales perecederos, y el suroeste tiene algunas cuevas secas excelentes. Mi favorito es la Cueva de Tularosa, cerca de la pequeña ciudad de Aragón, en el centro-oeste de Nuevo México, no muy lejos de donde realizo investigaciones arqueológicas hoy.
Cuando los arqueólogos Paul Sidney Martin y John Beach Rinaldo del Field Museum de Chicago excavaron la cueva de Tularosa en 1950, fue la primera cueva de este tipo excavada profesionalmente en la región. Y resultó ser uno de los más productivos: recuperaron una asombrosa variedad de objetos. Además del conjunto estándar de tiestos de alfarería, figurillas, implementos agrícolas y otras herramientas de piedra y hueso, recuperaron 33,000 mazorcas de maíz (incluidas algunas con los granos aún unidos). También encontraron 1,700 piezas de hilo de algodón, exquisitos fragmentos de cestas de junco y nudos, redes y cuerdas de fibra de yuca. Y recuperaron más de 200 sandalias y mocasines, brindándonos una visión detallada del calzado Ancestral Puebloan en esa región, desde alrededor de 300 d. C. hasta 1200 d.

Zapatos antiguos. Numerosas sandalias se encontraban entre los muchos objetos depositados por los Pueblo Ancestrales en la Cueva de Tularosa (que se muestra aquí) en lo que hoy es Nuevo México.


Numerosas sandalias se encontraban entre los muchos objetos depositados por los Pueblo Ancestrales en la Cueva de Tularosa (que se muestra aquí) en lo que hoy es Nuevo México. Stephen E. Nash

Cuando miro las sandalias de la Cueva de Tularosa, no veo mucha protección para el pie, especialmente los dedos de los pies. (Solo la idea de un diente de cactus en un dedo del pie me hace temblar ante mi teclado.) Pero ofrecen algo de protección para las plantas de los pies, con patrones interesantes tejidos en la base de la sandalia. Lo que más me impresiona, sin embargo, es que eran adorados pares de zapatos: las sandalias a menudo se gastan en los talones. No tengo idea de cuánto tardaron los talones en descomponerse, pero está claro que las sandalias se habían estado desgastando por un tiempo prolongado; los agujeros suelen ser bastante grandes, de modo que todo el talón debe sobresalir del fondo.

Por extraño que parezca a primera vista, Tularosa Cave no es, de hecho, tan inusual en lo que respecta a la gran cantidad de sandalias y mocasines bien conservados que se encuentran allí. Las cuevas secas en el oeste de Estados Unidos están desproporcionadamente llenas de calzado y contienen muchas menos prendas de vestir. Ceremonial Cave, cerca de El Paso, Texas, produjo 1,200 sandalias; una cueva cerca del embalse Navajo en el norte de Nuevo México contenía 1,000; el complejo de cuevas Promontory cerca del Gran Lago Salado en Utah tiene numerosos mocasines para niños.


Diseños únicos a veces se tejen en la base de sandalias antiguas. Laurie Webster / The Field Museum

¿Por qué las cuevas contienen tantos zapatos? Se podría argumentar que se debe a que las sandalias estaban hechas de yuca y otras plantas fibrosas que se conservan en cuevas secas, mientras que las prendas estaban hechas de algodón y cuero, que no se conservan tan bien. Aunque la preservación diferencial puede tener un impacto en lo que encontramos, no puede ser toda la historia, ya que encontramos mocasines, que fueron hechos de piel. Con base en la evidencia, los arqueólogos piensan que la ropa probablemente no se depositó en las cuevas.

Le pregunté a Octavius ​​Seowtewa, presidente del Equipo Asesor de Recursos Culturales de Zuni, sobre la abundancia y prevalencia de las sandalias en las cuevas. Desde su perspectiva, las cuevas ofrecen un punto de conexión entre este mundo y el inframundo. Las sandalias son el punto de conexión individual de una persona con la tierra. Por lo tanto, tiene sentido descartar sandalias en cuevas.

Dicho esto, se han encontrado otros materiales perecederos en estas cuevas, como arcos y flechas de juguete, herramientas para huesos, cadáveres de pavos y más. Solo podemos especular acerca de por qué estos materiales se dejaron allí; Seowtewa dice que sus antepasados ​​dejaron estos materiales "como evidencia de nuestra existencia hace mucho tiempo". Algunos artículos pueden haber sido depositados ritualmente, otros pueden haber sido colocados en cuevas por razones más mundanas. Las cuevas no son lugares agradables para vivir, por lo que me parece más probable que los materiales queden en ellas por razones especiales, no como una cuestión de la vida cotidiana. Creo que la cantidad desproporcionada de calzado que se encuentra en las cuevas nos dice algo acerca de lo que estas personas valoraron.

Los zapatos antiguos no solo protegían los pies, sino que a veces actuaban como dispositivos de señalización. Y dado el nivel de inversión en su fabricación, las sandalias y los mocasines también pueden haber servido como marcadores de estilo y símbolos de estatus, igual que el calzado en la actualidad. ¿De qué otra manera podemos explicar el mercado actual de zapatillas de deporte de $ 350 y bombas de $ 1,000? Sin duda, no mejoró el rendimiento o la función.

Sin embargo, las diferencias estilísticas pueden tener corolarios funcionales útiles. ¿Alguna vez has ido de excursión y visto la huella de un excursionista que vino antes que tú? Con toda probabilidad, notó una impresión de arranque que puede ser única para un fabricante, pero no para el usuario. En la antigüedad, es posible que haya podido utilizar una huella para identificar al usuario específico. Una de las muchas cosas sorprendentes sobre sandalias antiguas es que a menudo tenían diseños únicos en sus plantas. ¡Sirvieron como tarjetas de identificación!

Estas sandalias antiguas bien conservadas provienen de la cueva de Tularosa. Para tener una idea de su tamaño, el centro tiene unos 24 centímetros de largo. ID No. A93643 / The Field Museum

Piensa en lo que eso significaba: estás viviendo en un área que tiene una densidad de población relativamente baja; probablemente conozcas a casi todos en tu región. Un día, sales a buscar, cazar o disfrutar de una caminata. Ves un estampado de sandalias con un diseño particular que reconoces como el de un amigo: la has visto hacer ese patrón muchas veces a lo largo de los años. Como sabe cómo leer los signos y las pistas (por ejemplo, ramas dobladas o rotas, marcadores de senderos, etc.) en el entorno, puede tomar una decisión informada sobre el tiempo que ha pasado su amigo. "Fue de esa manera ayer, probablemente para recoger las nueces de piñón que ahora están madurando", piensas. "Voy a echarle una mano". ¿Qué tan genial es eso?

Recientemente, caminé siete millas alrededor de Denver en calles pavimentadas. Hacía un calor brutal, así que usé sandalias con suela de goma sin calcetines. Resultó que saltar los calcetines fue un error, porque los callos de uno de mis talones se rompieron y sangraron. Estuve cojeando unos días después, usando calcetines para rehidratar y sanar a los insensibles. Es vergonzoso admitir que soy tan listo.

Mi pregunta sigue siendo: ¿qué hicieron las personas para proteger sus pies mientras vivían cerca de la cueva de Tularosa hace 1.000 años? La respuesta no es mucho. Sus pies eran más duros que los nuestros (y probablemente más destrozados como resultado). Pero como con todas las cosas humanas, la respuesta es más complicada de lo que parece a primera vista. Los zapatos no son solo artículos funcionales, son icónicos.

Entonces, la próxima vez que se ponga los zapatos, tómese un tiempo para recordar que están haciendo un trabajo mucho más importante que proteger sus pies y transportarlo de una tarea a otra. Te mantienen conectado con la Madre Tierra y actúan como símbolos de tu identidad.

miércoles, 15 de agosto de 2018

Roma: Las sequías y la probabilidad de ser asesinado como Emperador

¿Por qué los emperadores romanos morían asesinados?


La posible razón por la que el 20% de los máximos mandatarios de este antiguo imperio fueron liquidados
La Vanguardia



Batalla de la antigua Roma (Nastasic / Getty Images)



La antigua Roma era un lugar peligroso para un emperador. Y es que durante los más de 500 años que duró, cerca de un 20% de sus 82 máximos mandatarios fueron asesinados mientras estaban en el poder. Un estudio de la Universidad de Brock en Ontario, Canadá, considera que la falta de lluvias podría estar detrás de muchas de estas muertes.

Según el investigador principal de la investigación, el profesor de Economía Cornelius Christian, en las épocas en las que escaseaban las precipitaciones las tropas del ejército estaban hambrientas, ya que los cultivos de los agricultores locales dependían de la lluvia. “Esto potencialmente les habría llevado al límite de amotinarse”, ha comentado el docente a la revista Live Science, que se ha hecho eco del estudio.

El estudio analizó la cantidad de lluvias primaverales de los últimos 2.500 años

El motín de los militares, a su vez, habría repercutido en el apoyo al emperador, lo que lo habría hecho más propenso a ser aniquilado. Para llegar a esta conclusión, Christian se fijó en los datos climáticos de un estudio publicado por la revista Science en 2011. Una investigación que analizaba los anillos de árboles fosilizados de un área comprendida entre Francia y Alemania, donde un día las tropas romanas permanecieron estacionadas.

Esto les permitió calcular cuánto había llovido (en milímetros) cada primavera durante los últimos 2.500 años en ese lugar. Luego, cruzó los datos obtenidos con los motines militares y asesinatos de emperadores de la antigua Roma. “Era realmente solo una cuestión de unir estas diferentes piezas de información”, ha explicado el investigador.

De este modo conectó los números a través de una fórmula y llegó a la siguiente conclusión: “Una menor cantidad de lluvia significa que hay más probabilidades de que se produzcan asesinatos, porque la menor cantidad de lluvia significa que hay menos comida”.

“Una menor cantidad de lluvia significa que hay más probabilidades de que se produzcan asesinatos” Cornelius Christian Investigador principal del estudio

Por ejemplo, el emperador Vitelio fue asesinado en el 69 d.C., un año durante el cual llovió poco en la frontera romana. Aunque fue un emperador “aclamado por sus tropas”, expone Christian, “desafortunadamente, aquel año hubieron bajas precipitaciones, y quedó completamente estupefacto. Sus tropas se sublevaron y finalmente fue asesinado en Roma”.

No obstante, otros muchos factores pudieron conducir al asesinato de los emperadores, como el de Cómodo, que fue liquidado en 192 d.C. porque, en parte, los militares se cansaron de que actuara por encima de la ley, incluidos los gladiadores que le hicieron perder intencionadamente en el Coliseo.

“No estamos tratando de afirmar que la lluvia es la única explicación para todas estas cosas. Es solo una de las muchas variables de forzamiento potencial que pueden causar que esto suceda”, razona el profesor de la universidad canadiense responsable de este estudio, que forma parte del conjunto de investigaciones que analizan cómo el clima afectó a las sociedades antiguas.


El estudio admite que otros factores pudieron llevar también al asesinato de los emperadores

martes, 14 de agosto de 2018

SGM: La neutral Irlanda dejaba mensajes para evitar ataques aéreos

Un incendio forestal dejó al descubierto un mensaje de la Segunda Guerra Mundial oculto durante más de 70 años 

Ocurrió en Bray Head, en la costa oriental de Irlanda

Infobae


Los incendios forestales de los últimos días en un área costera de Irlanda vinieron con una sorpresa: dejaron al descubierto un mensaje abandonado desde la Segunda Guerra Mundial.


En las fotos difundidas por la Fuerza Aérea Irlandesa, puede verse como en un campo donde la vegetación quedó arrasada por el fuego ahora puede leerse desde el aire "Eire" (la denominación oficial de Irlanda en el antiguo idioma irlandés).

El incendio forestal en Bray Head demandó más de 150 mil litros de agua para apagarse.



Bray Head, la zona del incendio


Irlanda, que se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra Mundial, escribió con piedras blancas sobre el terreno unos 80 de estos mensajes que podían leer desde el aire los bombarderos alemanes y aliados que sobrevolaban su territorio. El objetivo, desde ya, era evitar ser bombardeada.

 
La palabra “Eire” (Irlanda) emergió con claridad después de más de 70 años oculta


El gobierno de Éamon de Valera declaró la neutralidad de Irlanda en el conflicto en septiembre de 1939


La mayoría de estos mensajes se destruyeron después del fin de la Guerra pero en Bray Head, en la costa oriental del país al sur de Dublin, quedó tapado por el follaje.


Los fuertes calores causaron un gran incendio que necesitó más de 150 mil litros de agua para apagarse. Recién entonces, más de 70 años después, quedó al descubierto el mensaje y fascinó a los historiadores.


El mensaje intentaba evitar los bombardeos sobre un territorio neutral


"La Guardia Aérea ayudó a apagar el incendio y luego un helicóptero de la policía descubrió el mensaje emergiendo del pasado", contó una vocero de la Garda, la policía irlandesa.

lunes, 13 de agosto de 2018

Guerra de la Independencia: Sipe Sipe (1811)

Batalla de Sipe-Sipe (1811)




 

Batalla de Sipe-Sipe, 13 de Agosto de 1811

La Batalla de Sipe-Sipe, denominada también Batalla de Hamiraya, ocurrida el 13 de agosto de 1811, puede ser entendida en su verdadera dimensión si se analizan los sucesos anteriores que tienen como punto de partida la derrota de las tropas patriotas en el Desaguadero (zona limítrofe con la actual República del Perú), en la Batalla de Huaqui el 20 de junio de 1811. En esta batalla se enfrentaron las tropas realistas, provenientes del Virreinato del Perú, al mando de Goyeneche, con las tropas patriotas conformadas por el primer Ejército auxiliador de las provincias del Río de la Plata dirigidas por Balcarce. Pese a la importante participación de Francisco del Rivero y de las tropas cochabambinas, la derrota fue inevitable, temiendo a partir de ese momento la invasión a Cochabamba por Goyeneche que ya había dado muestras de extrema crueldad en la represión del movimiento de La Paz del 16 de julio de 1809.

Pese a estas circunstancias adversas, el 18 de julio Rivero envía una carta a Goyeneche donde le conmina a retirarse a los limites del Virreinato de Lima, porque de lo contrario a medida en que se aproxime con su Ejército a estas provincias, serán victimas sangrientas del furor de los pueblos, le advierte que saldrán a oponerse a su Ejército tantos combatientes, cuantos pueden haber en los pueblos.

El Cabildo pide desesperadamente ayuda en armas y hombres para hacer frente a las tropas peruanas que sin duda ingresarán a Cochabamba por todos los antecedentes de la participación de la provincia rebelde en los sucesos revolucionarios. Por otra parte, Rivero emite, el 26 de julio de 1811, una ardorosa proclama a la provincia de Cochabamba.

La preocupación de Rivero por la participación de una mayor cantidad de gente en este enfrentamiento que decidía la suerte de la provincia de Cochabamba se evidencia en el documento enviado por Rivero al partido de Mizque (documento cuya copia entregara el alcalde de Cercado, Edwin Castellanos, el 15 de agosto al Honorable Concejo Municipal), en el que Rivero refleja la preocupación de esos angustiosos días.

Los temores de Cochabamba se hacen realidad, Goyeneche dispone la invasión a Cochabamba, y el 2 de agosto de 1811 envía al Gobernador Intendente de Cochabamba y al Cabildo un oficio en el que les manifiesta que “por la obstinación de algunos pocos hombres sin juicio ni criterio, ni amor a sus semejantes, no me queda otro arbitrio que remitir la cuestión a la suerte de las armas”.

El 6 de agosto, la junta gubernativa de Cochabamba, preocupada por la declaración de guerra a la provincia realizada por Goyeneche había enviado un oficio a La Plata para que luego lo pasaran a Potosí, en el que planteaban la estrategia de defensa: Cochabamba tiene 6.000 hombres situados en la zona de Arque, 4.500 en Tapacarí fuera de otros 1.000 que guarnecen la entrada de Hayopaya. Saben que Goyeneche levantó su campo de Oruro a Paria el 4 de agosto y que ha determinado el 6 de agosto adelantar su marcha hacia Cochabamba por lo que solicitan que las tropas auxiliares de Buenos Aires, puedan actuar por la retaguardia, para que uniformadas las operaciones con oportunidad puedan tener asegurada la victoria, por el valor y entusiasmo de los cochabambinos.

Rápida victoria de los realistas


El Ejército Real, al mando de Goyeneche, partió de Oruro con destino a Cochabamba el 4 de agosto, tomaron el camino de Paria y Altos de Tapacarí por caminos quebrados con desfiladeros, luego tomaron las alturas que dividen Sipe Sipe de la Quebrada de Tapacarí a fin de eludir el paso angosto llamado Ruina que sabían que estaba fortificado por los insurgentes. A las tres y media de la tarde se encontraban frente al pueblo de Sipe Sipe. Allí vieron a los insurgentes apostados ventajosamente en un largo cerro o loma que domina todo el llano de Sipe Sipe. En la Batalla de Sipe-Sipe el 13 de agosto, participaron en el Ejército cochabambino, más de 40 mil hombres, ocho piezas de artillería, trescientos fusiles, los demás armados con lanzas, garrotes. Comandados por Francisco del Rivero y Eustaquio Días Vélez. La Batalla de Sipe-Sipe fue descrita por Mendizábal (cartógrafo oficial del Ejército Real) planteando que como el enemigo era tan numeroso en caballería, les pareció conveniente formar los batallones en cuadro para evitar alguna carga súbita. Como la situación era crítica y era peligroso pasar allí la noche, decidieron atacar inmediatamente, actuando cada batallón por distinto rumbo para tomarlos por los flancos, este movimiento desconcertó tanto a los enemigos que abandonaron su posición ventajosa sin disparar. Pasaron los patriotas a ocupar otra altura al otro lado del río, pero el Ejército Real repitió la maniobra de atacar por la espalda y los costados. No esperaban este choque por lo que se dispersaron las tropas insurgentes abandonando su artillería en el campo de batalla, por lo que la victoria del Ejército Real fue rápida. El 15 de agosto de 1811, ocurrió el restablecimiento de las Autoridades Realistas en Cochabamba. El 16 de agosto, el Cabildo de Cochabamba envió un oficio a la Junta Gubernativa del Río de La Plata, que reflejaba el sentimiento que invadía a los cochabambinos después de la derrota de Sipe-Sipe.

Fuente


De Mamán, Itala – Bicentenario de la Batalla de Hamiraya – Cochabamba (2011)

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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domingo, 12 de agosto de 2018

Intervención franco-británica: La guerra del Paraná

Guerra del Paraná




Patricios de Vuelta de Obligado en El Tonelero


Luego del combate de la Vuelta de Obligado, las fuerzas aliadas que allí desembarcaron con el designio de internarse, habían sido arrolladas en los meses de diciembre y de enero por las del coronel Thorne, que comandaba la línea de observación sobre la costa. El 2 de febrero de 1846 los aliados desembarcaron 300 soldados protegidos por la artillería de sus buques fondeados en la costa. Thorne desplegó contra ellos una fuerte guerrilla, y después de un fuerte tiroteo se les fue encima con dos compañías de artillería y 50 lanceros, obligándolos a reembarcarse.(1) El mismo día enfrentó a Obligado un convoy de más de 50 barcos mercantes, armados y cargados por los interventores y por el gobierno y negociantes de Montevideo, y para seguir aguas arriba con el auxilio de los buques de guerra.

El general Mansilla colocó convenientemente su artillería volante en la costa de San Nicolás del Rosario, San Lorenzo y Tonelero, y se vino a dirigir personalmente la resistencia al pasaje del convoy de los que especulaban con la guerra y al favor de los avances de la intervención. El 9 de enero llegaron los barcos del convoy a la altura del puerto de Acevedo. Mansilla enfiló contra ellos sus cañones. Cuatro buques británicos y franceses fondearon a su frente respondiéndole con su artillería de grueso calibre. Así protegieron el paso del convoy, el cual se alejó de la costa y hacia una isla interpuesta frente a la posición de Mansilla. En la imposibilidad de hostilizarlo al través de las islas que se levantaban entre ambas costas a esa altura del Paraná, Mansilla fue siguiendo por tierra el convoy para verificarlo donde se pusiese a tiro.

En los barrancos de la costa comprendida entre el convento de San Lorenzo y la punta del Quebracho, Mansilla había colocado ocho cañones ocultos bajo montones de maleza, 250 carabineros y 100 infantes en los barrancos de la costa comprendida entre el convento de San Lorenzo y la punta del Quebracho.

A mediodía del 16 de enero aparecieron el vapor Gorgon, la corbeta Expeditive, los bergantines Dolphin, King y dos goletas armadas en la Colonia, los cuales montaban 37 cañones de grueso calibre y acompañaban 52 barcos mercantes. Al enfrentar a San Lorenzo, la Expeditive y el Gorgon hicieron tres disparos a bala y metralla sobre la costa para descubrir la fuerza de Mansilla. Los soldados argentinos permanecieron ocultos en su puesto, según la orden recibida. Cuando todo el convoy se encontraba en la angostura del río que se pronuncia en San Lorenzo arriba, Mansilla mandó romper el fuego de sus baterías dirigidas por los capitanes José Serezo, Santiago Maurice y Alvaro de Alzogaray. El ataque fue certero; los buques mercantes rumbeaban desmantelados hacia dos arroyos próximos, aumentando con el choque de los unos con los otros las averías que les hacían los cañones de tierra.

A las cuatro de la tarde el combate continuaba recio todavía, y el convoy no compensaba lo andado con sus grandes averías. Favorecido por el viento de popa y tras los buques que vomitaban sin cesar un fuego mortífero, se aproximó al Quebracho. Aquí reconcentró sus fuerzas Mansilla y batalló hasta la caída de la tarde, cuando desmontados sus cañones y neutralizados sus fuegos de fusil por el cañón enemigo, el convoy pudo salvar la punta del Quebracho, con grandes averías en los buques de guerra, pérdidas de consideración en las manufacturas y 50 hombres fuera de combate. El contralmirante Inglefield, en su parte oficial al almirantazgo británico dice que “los vapores ingleses y franceses sostuvieron el fuego por más de tres horas y media; y apenas un solo buque del convoy salió sin recibir un balazo”.

La pérdida de los argentinos fue esta vez insignificante, y Mansilla pudo decir con propiedad que habíale tocado el honor de defender el pabellón de su patria en el mismo paraje de San Lorenzo que regó con su sangre San Martín al conducir la primera carga de sus después famosos Granaderos a Caballo.(2)

Como se ve, los aliados no continuaban impunemente su conquista en las aguas interiores argentinas. Verdad es que Mansilla, cumpliendo órdenes terminantes del gobierno, recorría incesantemente la extensa costa que defendía, haciendo tronar sus pocos cañones allí donde aquéllos a tiro se presentaban. Así fue como los burló en sus tentativas de desembarque después de Obligado y San Lorenzo. El 10 de febrero, en seguida de fracasar en una de esas tentativas, los buques de guerra ingleses Alecto y Gordon bombardearon durante tres horas el campo del Tonelero con balas a la Paixhans 64. La artillería e infantería de los argentinos mandados por el mayor Manuel Virto les respondió con denuedo, y no consiguieron más que matar algunos milicianos, incendiar dos armones y destrozar los ranchos y árboles que había. (3) Pocos días después renovaron las hostilidades sin mayor éxito. El 2 de abril llegó el Philomel frente al Quebracho. El teniente coronel Thorne les asestó sus cañones, mas como el Philomel huyese aguas abajo, ató tres piezas de a 8 a la cincha de sus caballos y corrió por la costa a darle alcance; lo que no pudo verificar porque el buque francés iba a toda vela y corriente. El día 6 la misma batería de Thorne sostuvo otro combate con el buque de guerra inglés Alecto, que pasó por el Quebracho remolcando tres goletas. Los ingleses tuvieron algunos muertos y su buque salió bastante descalabrado.

El 19, después de otro combate, Mansilla consiguió represar el pailebot Federal, tomado por los aliados en Obligado. Al dar cuenta al gobierno de este suceso, remitiendo la bandera inglesa conquistada, y bajo la relación, todo el equipaje de cámara del ex comandante del preciado pailebot Carlos G. Fegen, Mansilla agregaba en su nota: “Los anglofranceses verán la diferencia que existe entre el saqueo de los equipajes de los valientes de Obligado que hicieron los hombres que se llaman civilizadores, y la conducta de los federales que defienden su patria y respetan hasta los despojos de sus enemigos”. El día 21 le cupo todavía a Thorne sostener otro combate de dos horas con el buque inglés Lizard, el cual acribilló a balazos, volteándole el pabellón que flameaba al tope mayor y dejándole casi inservible para nuevas operaciones. “El enemigo, dice el teniente Tylden, que mandaba el Lizard, en su parte al capitán Hotham, volteó nuestra pieza del castillo de proa; y su terrible fuego de metralla y fusilería, cribando al buque de proa a popa me obligó a ordenar a oficiales y tripulación que bajasen…. El Lizard recibió treinta y cinco balas de cañón y metralla, La lista de los muertos y heridos van al margen….”(4)

Simultáneamente con estos combates en la costa norte, los barcos bloqueadores de la costa sur forzaron el puerto de la Ensenada en la madrugada del 21 de abril y organizaron una columna de desembarco, la cual fue rechazada por las baterías de esa costa al mando del general Prudencio de Rozas. Entonces los aliados penetraron en la bahía a sangre y fuego; se apoderaron de lo mejor que encontraron a bordo de los buques neutrales allí surtos, e incendiaron varios de estos buques con la carga que contenían. Cuatro días después un guardiamarina inglés encargado de practicar un reconocimiento, penetró en el puerto cercano de la Atalaya en un bote con un cañón chico a proa y 15 hombres armados, y sostuvo un tiroteo con la partida que guarnecía el punto. Como varase al querer retirarse, levantó bandera de parlamento y fue recibido en tierra por el jefe argentino, quien mandó un bote con ocho hombres a traer la tripulación inglesa. Esta hizo fuego que le fue contestado, y en la confusión quedó muerto el oficial.(5)

En presencia del incendio y violencias que perpetraron los aliados en la Ensenada, el gobierno argentino expidió un decreto de represalias, en el que “constituyéndose en el deber de poner a salvo esta sociedad, no menos que las propiedades neutrales y argentinas de tales incendios y depredaciones” proscriptas por la civilización; y sin perjuicio de adoptar para lo futuro otras medidas en caso de que se repitan iguales escandalosas agresiones por las fuerzas navales de Inglaterra y Francia, establecía que los comandantes, oficiales o individuos de las tripulaciones de los buques o embarcaciones de guerra de dichas dos potencias, que fueron aprehendidos en cualesquiera de los puertos y ríos de la Provincia, bien para sacar violentamente los buques nacionales o extranjeros, bien para incendiarlos o saquearlos, serían castigados como incendiarios con la pena prescripta para éstos en las leyes generales.(6)

La intervención bélica no resolvía, pues, la situación a favor de los aliados, por mucho que la Gran Bretaña y la Francia confiasen en sus poderosos elementos militares, en los recursos de su diplomacia y en la propaganda y los esfuerzos de los emigrados unitarios y el gobierno de Montevideo. El gobierno argentino permanecía firme defendiendo el suelo y los derechos de la Confederación; y la intervención ya no tenía medida de rigor que emplear contra él para reducirlo. No quedaba más que duplicar o triplicar las fuerzas navales de ambas potencias, y bombardear y ocupar Buenos Aires. Esto último había sido materia de consulta a Londres y París; y si los almirantes Lainé e Inglefield no lo habían llevado a cabo era porque no se resignaban a presentar en seguida la prueba de una impotencia muy parecida a la derrota, cuando en su orgullo inconmensurable no cabía la magnitud de sus hazañas en Malta, en Acre, en Mojador, en San Juan de Ulloa. Ya no se engañaban acerca de esto; y la misma opinión se había generalizado entre los oficiales ingleses y franceses, a tal punto que varios de éstos no ocultaban sus temores de que sufriese un desastre la expedición mercantil que debía bajar el Paraná protegida por las escuadras de las potencias interventoras. “Rosas está levantando baterías a lo largo de las barrancas entre nosotros y Obligado”, escribía el teniente Robins, de la fragata Firebrand surta en la bajada de Santa Fe; “si no hay una poderosa división abajo con fuerzas de tierra para sacar los hombres de la barranca, ellos echarán a pique algunos de los buques del convoy y probablemente harán gran daño a los de guerra. Nos hemos internado muy pronto río arriba. Hemos tomado una posición que no podemos sostener sin muchas posiciones fortificadas. Si la Provincia de Buenos Aires es atacada, el ataque debe ser hecho en Obligado. El país es abierto y propio para reorganizar tropas…” “El San Martín -escribía el teniente Marelly- surto en la bajada de Santa Fe a la espera del convoy que debía salir de Corrientes, después de esta campaña no podrá hacer mayores servicios sin muy costosas reparaciones. Nosotros nos preocupamos mucho de las baterías que Rosas levanta contra nosotros en San Lorenzo…”. (7)

La exactitud de estas observaciones se reveló muy luego. Los buques que habían pasado para Corrientes cargaron juntamente con otros, por cuenta de comerciantes de allí y de Montevideo y aun del gobierno de esta plaza y de los ministros interventores, y se dieron a la vela para bajar el Paraná protegidos por las escuadras combinadas. El 9 de mayo fondearon en una ensenada como a dos leguas de las posiciones que tomó Mansilla en el Quebracho. El 28, Mansilla se corrió por la costa con dos obuses, y les asestó algunas balas obligándolos a retirarse aguas arriba, en medio de la confusión consiguiente a esta operación, cuyo objeto principal era templar los bríos de los soldados noveles que la ejecutaron. El 4 de junio, favorecido por el viento norte, enfrentó la posición del Quebracho todo el convoy de los aliados, compuesto de 95 barcos mercantes y de 12 de guerra a saber: vapores Firebrand, Gorgon, Alecto, Lizard, Harpy, Gazendi y Fulton; bergantines goletas Dolphin y Procida; bergantines San Martín y Fanny, y corbeta Coquette, los cuales montaban 85 cañones de calibre 24 hasta 80, con más una batería de tres cohetines a la Congreve que habían colocado la noche anterior en un islote hacia la izquierda de aquella posición.

La línea de Mansilla se apoyaba en 17 cañones, 600 soldados de infantería y 150 carabineros, así colocados: a la derecha una batería y piquetes del batallón de San Nicolás y Patricios de Buenos Aires al mando del mayor Virto; en el centro dos baterías y dos compañías de infantería al mando del coronel Thorne; a la izquierda otra batería y el resto del regimiento Santa Coloma, al mando de este jefe; en la reserva 200 infantes, dos escuadrones de lanceros de Santa Fe y la escolta del general. En tales circunstancias, Mansilla les recordó a sus soldados el deber de defender los derechos de la patria, ya cumplido en Obligado, Acevedo y San Lorenzo. Y tomando la bandera nacional y al grito de “¡Viva la soberana independencia argentina!” mandó que por sus cañones tronase la voz de la patria, cuando ya las escuadras aliadas habían enfilado contra él su poderosa artillería para que por retaguardia pasasen los barcos del convoy. El fuego sostenido de los argentinos hizo vacilar a los aliados y llevó el estrago a los barcos mercantes, algunos de los cuales vararon por ponerse a salvo, o se despedazaron al chocar entre sí en las angosturas del río por huir pronto. A la 1 p.m., después de dos horas de combate, el convoy no podía todavía salvar los fuegos de las baterías de Thorne.

El Firebrand, Gazendi, Gorgon, Harpy y Alecto retrocedieron para cubrir la línea de barcos más comprometidos. Pero, viendo, después de una hora más de encarnizado combate, que ello era infructuoso y que todos corrían gran riesgo, incendiaron allí los que pudieron y bajaron el río precipitadamente con los restantes. Este combate fue una derrota de trascendencia para los aliados; pues no sólo sufrieron pérdidas más considerables que en Obligado, sin inferirlas de su parte a los argentinos, sino que se convencieron de que no podían navegar impunemente por la fuerza las aguas interiores de la Confederación. Contaron cerca de 60 hombres fuera de combate y perdieron una barca, tres goletas y un pailebot cargados con mercaderías valor de cien mil duros, parte de las cuales salvó Mansilla consiguiendo apagar el fuego del pailebot. De los argentinos sólo cayeron Thorne, herido en la espalda por un casco de metralla y algunos soldados. “El fuego fue sostenido con gran determinación, –dice el teniente Proctor en su parte al capitán Hotham- fuimos perseguidos por artillería volante y por considerable número de tropas que cubrían las márgenes haciéndonos un vivo fuego de fusilería. El Harpy está bastante destruido; tiene muchos balazos en el casco, chimeneas y cofas” El mismo capitán Hotham, en su parte al almirante Inglefield datado a 30 de mayo de a bordo del Gorgon, acompañando la lista de muertos y heridos ingleses y franceses en el Quebracho, declara que “los buques han sufrido muchos”. (8)

El convoy de los aliados era esperado con vivísimo interés por los negociantes de Montevideo, quienes se prometían pingües ganancias dada la escasez que se sentía en esa plaza de muchos de los productos de Corrientes y de Paraguay. Las pérdidas y averías sufridas en el Quebracho aumentaron visiblemente el descontento de los principales comerciantes en cuyas manos estaba hasta cierto punto la suerte del gobierno de Montevideo, y quienes, como accionistas de la compañía compradora de los derechos de aduana bajo la garantía de los ministros Ouseley y Deffaudis, habían ya protestado del nuevo contrato hecho por el ministro Vásquez hasta el año 1848. (9) A fin de cubrir en lo posible esas pérdidas impusieron una fuerte suba en los precios; y el gobierno les ofreció prontas ganancias que facilitaría Rivera, como se va a ver.

Rivera se había puesto en campaña y sus primeras operaciones habían sido tan felices como rápidas. Con poco más de 400 hombres, entre los que se encontraban buenos oficiales como el coronel Mundelle, el cual le fue recomendado por el ministro Ouseley y, auxiliado por una flotilla anglofrancesa al mando de Garibaldi, Rivera se plantó en la Colonia, pasó al Carmelo y lo fortificó después de batir fuerzas del comandante Caballero. Sobre la marcha entró en las Víboras a sangre y fuego, apoderándose de todo cuanto encontró. A pesar de las disposiciones del coronel Montoro, se dirigió a Mercedes, se apoderó de esta ciudad el 14 de junio y derrotó a Montoro tomándole 400 prisioneros, 2.000 caballos y mucho armamento.

Estas operaciones fueron acompañadas de depredaciones, en las cuales estaban interesados los comerciantes de Montevideo y principalmente los ministros interventores de Gran Bretaña y Francia, quienes entraban en los negocios de cueros, ganados y frutos del país, que Rivera les enviaba, y daban en cambio recursos y dineros para proseguir una guerra devastadora.

Es necesario verlo así escrito por los mismos hombres del gobierno de Montevideo para que no quede duda del rol que desempeñaba en su impotencia la intervención anglofrancesa en el Plata. El 5 de junio de 1846 le escribía el ministro Magariños a Rivera: “..he hablado con los ministros (interventores) sobre el armamento que se harán cargo de pagarlo, tomando para su reembolso ganado del que usted tiene y les servirá a las estaciones marítimas. También nos darán estos días 20 quintales de pólvora, y ya pusieron en batería dos de los cañones tomados en Obligado; los otros fueron fueron a Londres como trofeos” “Sale don Agustín Almeida -le escribe el mismo Magariños a Rivera el 24 de junio- para que asociado con la persona que usted elija en ésa, se haga cargo de conducir lo que quieran mandar a ésta de lo tomado al enemigo, y según los contratos que fuese conveniente hacer, porque eso ha parecido más arreglado y expeditivo para ir en armonía…”.

El medio de que los interesados vayan en armonía lo da el ministro de Hacienda Bejar, escribiéndole a Rivera en esa misma fecha: “Anteriormente he dicho a usted que la compra del armamento estaba arreglada con los ministros interventores, los cuales me habían dicho del modo de arreglar ese negocio….. Ultimamente han dicho que tomarán ganado para cobrarse su importe….. Para el mejor desempeño en la remisión de cueros, ganado y demás frutos tomados en el territorio que ocupaba el enemigo, el gobierno ha nombrado un comisionado, que lo es don Agustín Almeida, quien procederá en unión de otro que usted nombre. De este modo nos ha parecido que será más conveniente, y que más pronto vendrán a disposición del gobierno esos recursos”. Ratificándole las seguridades de Bejar, le escribe todavía Magariños a Rivera en 5 de julio: “Ayer se acordó avisar a usted que para cubrir el contrato de armamento, se debe entregar su valor en cueros y ganado a orden de los ministros y almirantes”. Con fecha 11 de junio el ministro Bejar le acusa recibo a Rivera de una remesa de cueros, pero le encarece nuevas remesas, “porque usted sabe bien nuestro estado y la necesidad de evitar inconvenientes que puedan presentarse en este asunto”.

Es claro que esto último se refería a las exigencias de los ministros interventores, como que las remesas de cueros y frutos no debían de ser muy abundantes. Es que aunque Rivera hiciese enormes acopios, todo era poco para entretener su sistema de dilapidaciones. Asediado por los que iban al olor de sus larguezas; explotado por los que medraban al favor del desbarajuste que lo caracterizaba, siempre estaba urgido de dinero, que nada reservaba para sí. A fines de agosto ya le pedía más dinero al ministro de Hacienda, y éste al remitírselo no podía menos que pedirle el informe sobre cueros “con los documentos que puedan ilustrar el particular”. Así entretenían la intervención y la guerra los ministros interventores de Gran Bretaña y Francia, cuando el repentino arribo del comisario británico Thomas S. Hood comenzó a imprimirle nuevo giro a la cuestión del Río de la Plata.


Referencias


(1) Véase El Comercio del Plata del 10 de febrero.

(2) Véase este parte del almirante Inglefield que transcribió La Gaceta Mercantil del 8 de enero de 1847, del Morning Herald del 12 de setiembre de 1846. Parte del general Mansilla y carta del capitán Alzogaray en La Gaceta Mercantil del 9 de febrero de 1846. El Nacional y El Comercio del Plata de Montevideo, al referirse al combate de San Lorenzo, silenciaban las averías y pérdidas que sufrió el convoy; pero es lo cierto que muchos de los barcos mercantes quedaron inútiles, y que el Dolphin y Expeditive no pudieron después continuar sus servicios sino a costa de serias refacciones.

(3) Parte del teniente Austen del Alecto al capitán Hotham, transcripto en La Gaceta Mercantil; idem de Virto a Mansilla.

(4) Este parte se publicó en el Morning Herald de Londres del 12 de setiembre de 1846. Véase los partes de Mansilla, Thorne y Santa Coloma, relativos a estos cuatro combates, en la Gaceta Mercantil del 14 de mayo de 1846. Véase también las cartas de los marinos ingleses y franceses, tomadas con la correspondencia de pailebot Federal, y en las que éstos sienten la necesidad de aumentar sus fuerzas marítimas contra la Confederación, y descubren todos los descalabros y pérdidas que sufrió en San Lorenzo la expedición mercantil de los aliados.

(5) Véase la Gaceta Mercantil del 2 de mayo de 1846. La muerte del guardiamarina Wardlaw dio tema a El Comercio del Plata para un romance heroico, en el que los soldados argentinos aparecían como asesinando a ese oficial poco menos que a mansalva.

(6) Decreto de 1º de mayo de 1846.

(7) Correspondencia tomada a los aliados juntamente con el pailebot Federal. Véase la Gaceta Mercantil del 2 de mayo de 1846.

(8) Estos partes los transcribió La Gazeta Mercantil del 8 de enero de 1847, del Morning Herald de Londres de 12 de setiembre de 1846. Parte oficial de Mansilla en la Gaceta Mercantil del 12 de junio de 1846. Véase El Comercio del Plata del 3 y 4 de junio de 1846 y lo que al respecto dice Bustamante (equivocando el combate de San Lorenzo con el de Quebracho) en su libro los Errores de la Intervención, página 114.

(9) Esta protesta se insertó en El Nacional de Montevideo de 17 de enero de 1846.



Fuente



Saldías, Adolfo – Rozas y el Brasil – Ed. Americana – Buenos Aires (1945)

Turone, Oscar A. – Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

sábado, 11 de agosto de 2018

Argentina: Combate de la Quebrada de Miranda

Combate de la Quebrada de Miranda







Cuesta de Miranda - Pcia. de La Rioja


Denominada como Quebrada o Cuesta de Miranda, este accidente geográfico se encuentra a 35 kilómetros de la ciudad de Chilecito, dentro de la provincia de La Rioja. Allí tuvo lugar, en junio de 1867, la batalla de la Quebrada de Miranda, episodio en el que triunfaron las montoneras federales por sobre las fuerzas militares mitristas.

No se trató de una batalla más, dado que este acontecimiento significó, antes que nada, el resurgimiento inesperado de los federales del noroeste luego de la estrepitosa derrota que sufrieron en abril de ese mismo año en la batalla de Pozo de Vargas. Las pérdidas ocasionadas por la más sangrienta lucha civil argentina habían sido totales: de 4.000 federales armados, “cuando amaneció el día siguiente me hallaba rodeado de 180 hombres, unos sin armas, otros con armas inutilizadas, y ya toda tentativa de ataque por mi parte se hizo imposible, absolutamente imposible”, dirá en un documento el caudillo y coronel Felipe Varela.

Las montoneras dispersas se reagruparon como pudieron y enseguida asediaron nuevamente a las fuerzas militares, es decir, los portavoces más obstinados del liberalismo inglés proveniente del puerto de Buenos Aires. Desde luego, los montoneros jamás volverán a presentar combate en el número extraordinario de 4 mil hombres. Ahora, las luchas serían intermitentes y con menor cantidad de tropas. Estas últimas características rodearon, de alguna manera, la batalla que describimos.


Desarrollo de la contienda

Chilecito estaba controlado por las fuerzas “nacionales” del coronel José María Linares, a quien se le pidió que controle y siguiera de cerca a las montoneras que aparecían por doquier. En la zona, Linares tenía una guarnición de 300 soldados; más tarde, y provenientes del departamento de Arauco, se le sumarán doscientas tropas más que se hallaban bajo el mando del coronel Nicolás Barros.

Ambos jefes mitristas habían hecho un mal cálculo de la situación. Pensaban que el teniente coronel Martiniano Charras había exterminado a las fuerzas de Felipe Varela en la localidad de Las Bateas, cuyos restos pensaban encontrar cerca de Chilecito, pero grande fue la sorpresa cuando tanto Linares como Barros tuvieron en frente al ejército federal completo y dispuesto al enfrentamiento inminente.

Las acciones se desencadenaron el día 16 de junio de 1867, en la Quebrada de Miranda. Al frente de la montonera, que era superior en número al enemigo, estaba Felipe Varela, y lo secundaban, entre otros, el coronel Severo Chumbita y el capitán Ambrosio Chumbita. La infantería del comandante Barros, no pudiendo frenar la rabiosa embestida de los gauchos montoneros, emprendió rápidamente la huida, actitud que imitaron las fuerzas de caballería del coronel Linares.

Felipe Varela decide no darles tregua ordenando la inmediata persecución de las tropas unitarias. Jefes y tropas escapan con desesperación mientras que los soldados atrapados son rápidamente ejecutados. En dicha persecución logran dar con un ayudante de Linares, don Santiago Sierra, al cual degollarán días más tarde. Entre tanto, los montoneros federales, viéndose amos y señores de la situación, persisten en la búsqueda de los soldados mitristas. El coronel José María Linares había permanecido varios días escondido entre la vegetación de la Quebrada de Miranda, hasta que una partida federal lo captura y lo lleva prisionero.

Muy mala fama se había hecho este Linares por aquellas zonas, donde los lugareños lo tenían como uno de los más perversos matadores de montoneros. Las fuerzas del Quijote de los Andes organizaron un consejo de guerra contra el coronel Linares que lo condenó a ser pasado por las armas. En el proceso, el reo confesó con frialdad sus horripilantes crímenes. Su ejecución se llevó a cabo en la plaza principal de Famatina, el 24 de junio de 1867.

Un ex integrante de las tropas de Linares y, como él, enemigo acérrimo de las montoneras federales, don Vicente Almandoz Almonacid, expresó en su momento que “de este modo terminó el hombre que sirviendo a la causa de los principios, era odiado por las chusmas, porque siempre había sido el azote de los montoneros en estos departamentos”.

Tras este importante triunfo, los gauchos federales volvían a afianzar su poder en el noroeste argentino, al tiempo que cuidaban que los paisanos no vayan como carne de cañón a los frentes paraguayos y que el nuevo orden liberal no se imponga en las comarcas y provincias del interior. Luego de las acciones, Felipe Varela se dirigió a Chilecito en donde el montonero de nacionalidad chilena, Estanislao Medina, lo esperaba con los brazos abiertos. Ante estas novedades, un impaciente y desconcertado Bartolomé Mitre, como presidente de la nación, decide organizar una embestida más planificada y con mayor grado de dureza y represión sobre las montoneras criollas. Otra etapa comenzaría desde entonces.


Fuente


De Paoli, Pedro y Mercado, Manuel G. “Proceso a los Montoneros y Guerra del Paraguay”, Eudeba, 1973.

Luna, Félix. “Felipe Varela. Grandes Protagonistas de la Historia Argentina”, Editorial Planeta, Octubre de 2000.

Portal www.revisionistas.com.ar

Turone, Gabriel O. – El triunfo federal de la Quebrada de Miranda – Buenos Aires (2009).