Para los Estados Unidos, el número "1776" es icónico y evoca recuerdos de revolución, desafío y libertad.
Para los británicos, sin embargo, 1776 es solo otro año en la historia de un Imperio que no podría durar.
Si bien esto podría ser una sorpresa para los estadounidenses al otro lado del charco, la Revolución Americana fue solo una de las innumerables revueltas que tuvieron lugar durante la larga vida del pueblo británico.
En las escuelas británicas, la Revolución Francesa a menudo tiene mayor prioridad, así como otros conflictos centrados en Europa que cambiaron los mapas en ese momento. De hecho, la Revolución Americana se conoce generalmente como la Guerra de Independencia de los Estados Unidos y suele ser una nota a pie de página en la mayoría de los libros de texto escolares.
Cuando se mencionó como tema en Reddit, muchos del Reino Unido (o estadounidenses con amigos, educación o familiares británicos) estallaron la burbuja de Estados Unidos.
"Para ser justos, Gran Bretaña que pierde UNA de sus miles de colonias probablemente se ve ensombrecida por el conflicto que estaban teniendo con los franceses", escribió un usuario.
Otros señalaron que la Primera Guerra Mundial fue un tema mucho más desarrollado en términos de cobertura de libros de texto.
"Siento que estudié el pie de trinchera durante tres años", comentó un Redditor sobre su conocimiento de la "Gran Guerra".
Como alguien que pasó gran parte de su educación secundaria en el Reino Unido (viví allí desde 2001 hasta 2003), puedo dar fe de esto. Durante la búsqueda para obtener el Certificado General de Educación Secundaria (GSCE), hubo un gran enfoque en la Primera Guerra Mundial, a menudo hasta el punto de que los viajes de campo a los campos de batalla franceses y belgas eran una ocasión anual.
De hecho, cada vez que se mencionaba mi nacionalismo en relación con las Guerras Mundiales, la queja habitual es que Estados Unidos llegó "tarde al partido" en dos ocasiones.
Curiosamente, la Guerra de 1812 es una especie de nota a pie de página en la historia británica y estadounidense, a pesar de ser increíblemente importante para el futuro de ambas naciones en ese momento, así como para Canadá.
En 1945, casi al término de la Segunda Guerra Mundial, japoneses y estadounidenses se enfrentaron en una isla de pequeño tamaño pero gran valor estratégico
Marines estadounidenses erigiendo su bandera en Iwo Jima. (Dominio público)
Iwo Jima apenas es un punto en el mapa del Pacífico, para muchos imposible de apreciar sin lupa, que la guerra acabó convirtiendo en un cementerio gigante y colocando en la historia de los episodios contemporáneos más sangrientos. Su nombre, en español “Isla del Azufre”, parecía más destinado a perpetuarse en la mitología que en el censo de las grandes batallas. Pero Isla del Azufre no es un nombre simbólico. Responde a la única riqueza que el paraje alberga entre sus rocas volcánicas y al olor sulfuroso que emana de las grietas que dibujan su paisaje.
Un paisaje de orografía accidentada, gris, anodino, con playas poco atractivas salpicadas de guijarros y un único monte. Se trata del Suribachi, una colina escarpada que en sus orígenes fue cráter de volcán y que sobresale por encima de los otros cerros gracias a sus 167 metros de altura. Ahora, como ya ocurría en 1944, cuando los estados mayores empeñados en la Segunda Guerra Mundial clavaron sus miradas en ella, Iwo Jima está casi despoblada.
Entonces, apenas mil habitantes, dedicados casi exclusivamente a extraer y procesar el azufre, se repartían entre las cuatro míseras aldeas a que se reducía el urbanismo de la isla: un territorio de 21 kilómetros cuadrados.
Un día asomaron las siluetas de varios buques, de un color ceniciento muy similar al de la propia isla
Iwo Jima pertenece al archipiélago Ogasawara, en las llamadas islas Volcánicas, y el principal problema de sus habitantes era, más aún que el olvido y la lejanía de Tokio –a alrededor de 1.200 km–, la escasez de agua. No hay ríos, ni arroyos, ni lagos ni fuentes. Solo la lluvia proporciona el bien más necesario en aquellos riscos de sequías pertinaces y sed eterna.
En los primeros años de la década de los cuarenta, los habitantes de Iwo Jima bastante tenían con afrontar las dificultades que aquel ambiente cerrado, por no decir carcelario, les ofrecía para sobrevivir. No había distracciones, y el trabajo no contemplaba tiempo ni para hacerse ilusiones. Rumores lejanos y desvaídos mantenían viva la noticia, difundida a medias por la radio, de que el país estaba involucrado en una guerra feroz formando parte del Eje con Alemania e Italia frente a otro grupo de países aliados.
Pero más allá de la preocupación en las familias por la movilización de sus jóvenes, que eran recogidos por barcos de reclutamiento de la Armada cada cierto tiempo, entre los habitantes de Iwo Jima ni se conocía lo que estaba ocurriendo ni puede decirse que les importase gran cosa. Hasta que un día de finales de 1944 asomaron por el horizonte las siluetas de varios buques, de un color ceniciento muy similar al de la propia isla, y tras las siluetas, que se agrandaban en la aproximación, aparecieron las bocas de estremecedores cañones gigantes como nunca habían sido vistos ni en Iwo Jima ni en sus alrededores.
Bombardero B-29 en vuelo. (Dominio público)
Unas horas más tarde, los barcos imperiales habían echado sus anclas en las proximidades de las playas. Grandes barcazas comenzaron a descargar soldados armados que chapoteaban en el agua camino de una costa donde se les recibió con curiosidad e inquietud a partes iguales. En realidad, nadie acudió a darles la bienvenida ni a preguntarles qué se les ofrecía. Tampoco los soldados parecían dispuestos a entablar conversación con los nativos. Más bien lo contrario. Formaron disciplinadamente columnas y, sin tiempo casi para que sus mandos estudiasen los mapas que llevaban en bandolera, comenzaron a desplegarse hacia el sur, la parte más deshabitada.
El objeto de deseo
Los habitantes de Iwo Jima siguieron trabajando en el refinado del azufre con la laboriosidad de todos los días y sin osar meterse en lo que estaban haciendo los militares recién llegados. Aunque quien más quien menos empezaba a temerse lo peor, nadie se atrevía a aventurar pronósticos sobre su suerte. Una suerte que estaba echada desde el momento en que los norteamericanos, que acababan de conquistar el archipiélago de las Marianas, se habían fijado en aquel punto apenas perceptible y de nombre olvidadizo que emergía en el océano.
Debía ser el centro fundamental de apoyo intermedio para sus bombarderos, los temibles B-29, en misiones de ataque contra objetivos en territorio nipón. Los cazas encargados de escoltarlos, los Mustang, apenas tenían autonomía para 3.000 km, y como entre las Marianas y Japón el vuelo de ida y regreso ascendía a más de 5.000, no podían brindarles protección. Además, como los servicios de inteligencia militar habían desvelado, los japoneses acababan de instalar muy en secreto en Iwo Jima un moderno sistema de radar .
Era capaz de detectar la proximidad de los B-29 y comunicarlo a sus centros de operaciones, donde disponían así de tiempo para recibirlos con sus defensas aéreas bien engrasadas. La decisión norteamericana de conquistar la isla, neutralizarla como centro de la estrategia defensiva nipona y convertirla en una base de apoyo para su propia aviación fue tomada también con el mayor de los secretos.
Sin embargo, bien por el chivatazo de algún espía o, más probablemente, por pura intuición –habida cuenta de la necesidad que los norteamericanos tenían de conseguir una base entre las Marianas y Japón–, el alto mando japonés se anticipó a tomar previsiones para defender la isla. A pesar de que sus fuerzas ya estaban muy mermadas, en pocas semanas la armada nipona desembarcó en Iwo Jima más de 20.000 soldados, 14.000 de tierra y 7.000 marinos. Al frente fue colocado uno de los generales más jóvenes y prestigiosos: Kuribayashi Tadamichi.
Este tenía por delante dos retos tan urgentes como imperiosos. Uno, establecer un sistema logístico naval y aéreo (que se garantizó con la construcción de dos aeródromos) capaz de atender las necesidades de tan voluminosa guarnición. Otro, anticipar una estrategia capaz de frenar la ofensiva norteamericana. Para ello decidió renunciar a algunas tácticas tradicionales y aprovechar las características del terreno adoptándolo para la defensa.
Millares de soldados guiados por zapadores comenzaron a horadar las rocas
Una vez garantizados los avituallamientos, lo primero fue quitarse de en medio preocupaciones secundarias y ojos innecesarios. Un amanecer, pelotones de soldados rodearon las aldeas, hicieron levantarse apresuradamente a los pobladores y, sin explicaciones ni margen de tiempo para que recogiesen sus enseres, los condujeron a dos barcos que aguardaban a una prudente distancia.
Fueron trasladados a otras islas, donde se les abría una nueva vida hacia el más incierto de los futuros. Luego, millares de soldados guiados por zapadores comenzaron a horadar las rocas. Abrieron cuevas protegidas por trincheras disimuladas entre los recovecos del paisaje.
Levantar un búnker
En cuestión de semanas, los militares japoneses convirtieron la isla en un verdadero búnker. Trabajaban contra el reloj, conscientes de que el ataque norteamericano sería inminente. Una red de túneles entrelazados comunicaba cerca de 400 fortines y nidos de artillería, con un esquema global ideado para facilitar repliegues y huidas de encerronas enemigas. La red se convirtió en la garantía de que los norteamericanos no conseguirían hacerse con el control de la isla fácilmente. Todo estaba listo para que Iwo Jima se perpetuase como un ejemplo digno de estudio en los manuales de estrategia defensiva.
El general Kuribayashi Tadamichi dirigió la defensa de Iwo Jima. (Dominio público)
La esperada batalla, bautizada por los norteamericanos como “Aislamiento”, comenzó el 16 de febrero de 1945. Desde algunas unidades que se habían aproximado a la costa se empezó a bombardear el sudoeste de la isla. Kuribayashi sabía perfectamente que en el mar no podía hacer nada para frenar la invasión. La flota japonesa ya estaba destrozada después de tantos reveses como había sufrido en otras batallas del Pacífico. No podía acudir en su auxilio ni siquiera con unas posibilidades defensivas mínimas.
Toda su perspectiva de éxito se reducía a la resistencia en tierra que pudiesen ofrecer. Los japoneses esperaron al desembarco, que no se iniciaría hasta tres días más tarde. A primera hora del día 19 llegaron a la playa las primeras barcazas de una fuerza anfibia. Estaba integrada por varios millares de marines, bien pertrechados para invadir el territorio en cuestión de horas.
El ataque americano
El desembarco estuvo cubierto en todo momento por un fuego artillero intenso procedente de los barcos de la flota. Las tropas norteamericanas desplegadas, bajo el mando del general Holland Smith, se aproximaban a los 100.000 hombres.
Bombardeo previo a la invasión de la isla en una imagen tomada el 17 de febrero de 1945.(Dominio público)
Contaban con centenares de barcos en la retaguardia, entre ellos portaaviones, submarinos y acorazados, dotados de todo tipo de armamento pesado. Los japoneses, por su parte, disponían de abundante armamento ligero –fusiles y ametralladoras– y algunas piezas de artillería de corto alcance.
Para los norteamericanos fue una sorpresa la facilidad con que pudieron desembarcar. Ni un solo disparo japonés había perturbado el avance de las barcazas hasta la costa. La primera contrariedad con que se enfrentaron surgió de la propia naturaleza: al intentar rebasar los terraplenes naturales que, a manera de rampas, se elevaban desde el mar, la arena volcánica se hundía bajo los pies de los soldados y les arrastraba con equipamiento de nuevo hacia la playa. Fue una pelea dramática contra el terreno para la que no estaban ni avisados ni preparados.
Los japoneses se movían con agilidad por el suelo horadado y surgían de los rincones más inesperados
Los japoneses, entre tanto, aguardaban en sus escondites el momento de repeler la invasión. Abrieron fuego mediada la mañana. Acodados en sus fortificaciones, dispararon a mansalva contra un conglomerado de hombres desconcertados, oficiales perdidos en un laberinto orográfico que desconocían y toneladas de material bélico desperdigado en medio del caos. Con sus ráfagas, lanzadas desde diferentes ángulos, lograron una verdadera masacre en las filas enemigas. El número de víctimas de aquella primera jornada, alrededor de 2.500, se convertiría en uno de los mayores desastres humanos registrados por las fuerzas armadas norteamericanas en un solo día.
En medio de la catástrofe con que se había iniciado el asalto a la isla, las tropas norteamericanas aún sufrirían otras contrariedades. Cada vez que conseguían alcanzar alguna posición defensiva tropezaban con nuevos focos de resistencia. Los soldados japoneses se movían con agilidad por el suelo horadado y aparecían, listos para presentar batalla, en los rincones más inesperados.
Los pilotos kamikazes, mientras tanto, lograron acercarse a los barcos de la flota norteamericana (que se habían aproximado de forma temeraria a la costa para apoyar el desembarco) y sabotearon varias unidades. Consiguieron hundir el portaaviones Bismarck Sea e inutilizaron el Saratoga.
Vehículos de combate inutilizados en Iwo Jima por los obuses, los morteros y la arena volcánica. (Dominio público)
Pero todo empezaba a revelarse como insuficiente ante la supremacía enemiga. Las bajas niponas comenzaron también a contarse por millares, y la pérdida de control sobre la isla se anticipaba inevitable. La resistencia que habían asumido no decayó en ningún momento, a pesar de que todo empezaba a flaquearles, incluidas las reservas de agua.
Cae el Suribachi
El día 22, en plena refriega, llovió, y aquellas gotas se convirtieron para su estado de ánimo en una ayuda enviada por el emperador a través del cielo en tan difíciles circunstancias. La batalla quedó sentenciada el 23, cuando los marines lograron acceder a la cumbre del Suribachi, la cota de mayor valor estratégico de la isla. Seis militares, el sargento Mike Strank, el cabo Harlon Block, los soldados Franklin Sousley, Ira Hayes y Rene Gagnon y el médico John Bradley, improvisaron una bandera sujetando con cuerdas la tela a un mástil hecho con tubos.
Con gran esfuerzo, venciendo la resistencia del viento, consiguieron izarla en una escena que se convertiría de inmediato, a lo largo y ancho del planeta, en un símbolo de la guerra. Unas horas antes habían llegado a la asediada Iwo Jima los primeros periodistas norteamericanos, dispuestos a contarle al mundo lo que estaba ocurriendo, y la escena fue captada por el fotógrafo Joe Rosenthal, de la agencia Associated Press. La instantánea, reproducida desde entonces millones de veces, acabó valiéndole el premio Pulitzer.
Sin embargo, la bandera de las barras y estrellas, saludada con euforia desde los barcos de la flota donde se seguían las operaciones con prismáticos, no supuso el final de la batalla. Aún se prolongaría varias semanas. Los japoneses resistieron hasta que prácticamente se quedaron sin efectivos. Su estrategia estaba bien concebida y su moral permanecía alta, pero los norteamericanos eran muy superiores en hombres y en medios. Los últimos días del enfrentamiento recordaron las trifulcas entre el gato y el perro.
Marines de la 5.ª división en Iwo Jima. (Dominio público)
Los norteamericanos avanzaban palmo a palmo por la escarpada superficie de la isla y los pocos japoneses que quedaban en pie, moviéndose con agilidad felina por los túneles, jugaban con el factor sorpresa una vez tras otra, sin que la propia vida pareciera preocuparles. El 26 de marzo, tras un mes largo de combates sin tregua, el general Kuribayashi tenía plena conciencia de que la derrota era inminente. Kuribayashi, de familia samurái, cumplió el rito ancestral de su condición y se suicidó mediante el seppuku, o harakiri.
Tendría que haber sido el final de todo, pero ni siquiera su muerte apresuró la rendición. Muchos soldados siguieron luchando, ya sin coordinación ni apenas mando, durante varias semanas.
La batalla de Iwo Jima marcó una inflexión definitiva en el rumbo de la guerra y, a juicio de algunos historiadores, la resistencia de los japoneses fue el principal argumento para quienes meses después defendieron en Washington el bombardeo nuclear de Hiroshima y Nagasaki. Murieron más de 18.000 japoneses y el resto quedaron heridos o fueron hechos prisioneros.
Las filas norteamericanas, después del duro golpe del primer día, siguieron sufriendo bajas, pero en menor cantidad que las de sus enemigos. Su balance oficial de muertos fue de 6.821. En total, alrededor de 25.000 vidas, el saldo más sangriento de la guerra del Pacífico. Iwo Jima, que tardó mucho tiempo en ser devuelta a Japón y que hasta hace poco estuvo cerrada a los visitantes, cambió entonces su condición de tierra de azufre olvidada por la de un gigantesco cementerio que la humanidad recuerda con consternación.x
A fines de diciembre de 1810, el mariscal Jacques Macdonald había estabilizado la situación en el norte de España y nuevamente pudo apoyar los intentos de Louis-Gabriel Suchet de capturar Tortosa. Por lo tanto, Suchet se movió para comenzar el asedio el 16 de diciembre, y por una vez los españoles no pudieron defender bien una fortaleza fuerte. De hecho, el 2 de enero de 1811 el lugar estaba completamente en manos francesas.
Este éxito inmediatamente liberó a Macdonald para llevar a cabo el asedio de Lérida, mientras que Napoleón ordenó a Suchet tomar Tarragona, transfiriendo arbitrariamente la mitad del cuerpo de Macdonald al mando de Suchet. Ante esto, Macdonald se retiró rápidamente a Barcelona y dejó a Suchet.
El 9 de abril de 1811, los franceses se sorprendieron al escuchar que la fortaleza de Figueras había vuelto a caer en manos españolas, amenazando una vez más la ruta de suministro desde Francia. Los insurgentes españoles locales habían trabajado con algunos patriotas dentro de la fortaleza para obtener copias de las llaves de las puertas y sorprendieron a la guarnición antes de que se pudiera intentar cualquier resistencia.
Macdonald le envió la noticia a Suchet, pidiéndole que abandonara todos los pensamientos de asediar Tarragona y, en cambio, marchara hacia el norte con todo su ejército. Suchet señaló acertadamente que le tomaría un mes marchar hacia el norte, y sugirió que Macdonald debería buscar ayuda de Francia, dado que la frontera francesa se encontraba a solo 20 millas de Figueras. Luego, Suchet comenzó su marcha a Tarragona el 28 de abril, creyendo que esta operación atraería al sur español en un intento de aliviar el lugar.
Napoleón reunió rápidamente a una fuerza de 14,000 hombres en Perpignan, mientras que el general Baraguay d'Hilliers, al mando en Gerona, logró reunir otros 6,000 hombres. Entre ellos, esta fuerza de 20,000 hombres buscaría recuperar Figueras, una tarea que se hizo mucho más fácil cuando el general español Campoverde reaccionó exactamente como Suchet había predicho y movió su fuerza de 4,000 hombres por mar para ayudar a salvar Tarragona. Abandonó a los 2.000 hombres de la guarnición de Figueras a su suerte y el mariscal Macdonald luego se mudó al norte para tomar el mando personal del asedio de Figueras.
Suchet comenzó el asedio de Tarragona el 7 de mayo y tres días después, el general Campoverde llegó por mar y reforzó a los defensores con sus 4.000 soldados. Los franceses se vieron obligados a trabajar muy cerca de la costa, lo que hizo que sus trabajos fueran vulnerables al fuego de los barcos británicos y españoles. Para remediar esto, las primeras baterías construidas se enfrentaron al mar y sus armas obligaron a los buques de guerra a alejarse. Los franceses ahora concentraron sus esfuerzos en capturar Fort Olivo, un reducto separado que protege la ciudad baja. Esto fue asaltado con éxito el 29.
Otros dos batallones de tropas españolas llegaron por mar desde Valencia, pero el general Campoverde navegó para buscar más apoyo, dejando al general Juan Contreras al mando. Para el 17 de junio, los franceses habían capturado todas las defensas externas de Tarragona y el asedio estaba llegando a un punto crítico; Contreras, a pesar de tener 11,000 hombres, simplemente no interrumpió a los sitiadores franceses. El 21, la ciudad baja fue asaltada con éxito, lo que significa que el mando del puerto también recayó en los franceses. Las cosas ahora parecían sombrías para Contreras, particularmente con Campoverde acusándolo de cobardía desde una distancia segura.
El 26 de junio, sin embargo, las cosas mejoraron para el comandante español. Llegaron varios buques de tropa con unos cientos de tropas españolas a bordo; mejor aún, también llegaron unas 1.200 tropas británicas1 comandadas por el coronel John Skerrett, enviadas por el general Graham a Cádiz para ayudar a la defensa. Skerrett aterrizó esa tarde y examinó las defensas con los españoles; se acordó por unanimidad que Tarragona ya no era sostenible. Como Graham había ordenado específicamente que las tropas británicas no desembarcaran a menos que Skerrett pudiera garantizar que pudieran volver a embarcarse de manera segura, decidió abandonar el intento con razón y navegó con la intención de aterrizar más a lo largo de la costa y unirse posteriormente con la fuerza de Campoverde. Pero esta fue una visión deprimente para los defensores españoles y sin duda dañó su moral ya frágil. De hecho, el mismo día en que la ruptura de las baterías abrió fuego en las paredes, se formó una brecha viable por la tarde y se asaltó rápidamente. En media hora todas las defensas habían cedido y la infantería francesa invadió la ciudad. Siguió una terrible orgía de violaciones y asesinatos, y se estima que más de 4.000 españoles perdieron la vida esa noche, más de la mitad de ellos civiles. Al menos 2.000 de los regulares españoles que defendían la ciudad habían muerto durante el asedio y ahora fueron capturados unos 8.000 más.
La captura de Tarragona le valió a Suchet la batuta de su mariscal; había destruido el ejército español de Cataluña y obstaculizado severamente las operaciones navales británicas a lo largo de la costa. Por el contrario, Campoverde pronto fue reemplazado por el general Lacy, que llevó a los pocos hombres restantes a las colinas para reagruparse.
Suchet marchó hacia el norte a Barcelona, asegurándose de que sus líneas de comunicación fueran seguras. Al descubrir que Macdonald estaba progresando bien con su asedio en Figueras, centró su atención en capturar la fortaleza sagrada de la montaña de Montserrat, que cayó el 25 de julio. El daño a la moral española demostró ser más importante que la retención física de esta fortaleza monástica. El 19 de agosto, Figueras fue finalmente sometido a la sumisión después de un asedio de cuatro meses, reabriendo así las rutas de suministro francesas. Napoleón estaba encantado con la noticia, pero inmediatamente le recordó a Suchet que aún no había capturado Valencia.
Las fuerzas españolas bajo el mando del general Lacy continuaron haciendo incursiones, incluso en Francia, e intentaron interrumpir las comunicaciones francesas con incursiones depredadoras por tierra y mar. Estas operaciones restauraron algo la moral destrozada de la guerrilla española y la llama de la insurrección, tan apagada, continuó parpadeando y ocasionalmente estalló, dando a los españoles algo de esperanza. Macdonald fue llamado a Francia, otro mariscal de Francia que encontró que el este de España estaba demasiado lejos.
A pesar de sus fuertes dudas, el mariscal Suchet volvió a marchar al sur hacia Valencia con una fuerza de unos 22,000 hombres. El general Joaquín Blake, al mando de unos 30,000 hombres, tuvo la tarea de oponerse a él, pero simplemente le permitió marchar allí sin resistencia. La fuerza de Suchet llegó a Murviedro el 23 de septiembre y, tras fracasar notablemente en un intento tonto de asaltar la fortaleza de Saguntum mediante una escalada directa, el ejército francés se sentó ante ella y esperó pacientemente la llegada de la artillería de asedio, abriendo fuego el 17 de octubre. . Suchet intentó un segundo asalto costoso sin éxito y miró nerviosamente por encima del hombro las insurrecciones que estallaron en su retaguardia. Sin embargo, en este punto, el general Blake decidió que debía avanzar para proteger a Saguntum; Habiendo reunido no menos de 40,000 hombres, atacó a Suchet el 25 de octubre y fue golpeado por sus problemas, perdiendo más de 5,000 hombres. La guarnición de Saguntum, reconociendo que ahora no había esperanza, se rindió al día siguiente. Blake simplemente había dado esperanza a las tropas de Suchet, cuando en realidad no tenían ninguna.
Suchet ahora continuó su marcha hacia Valencia. Al llegar a la orilla norte del río Guadalquivir, encontró a Blake frente a él nuevamente, acampado en la orilla sur con unos 30,000 hombres. Con solo 15,000 hombres con él, Suchet formó un campamento aquí y esperó refuerzos, con los cuales podría avanzar para perseguir el asedio de Valencia.
Napoleón, que subestimó gravemente al ejército británico bajo Wellington, pero al mismo tiempo reconoció la importancia de capturar Valencia, ordenó al ejército del rey José que complementara más las operaciones de Suchet. El ejército del mariscal Marmont, frente a Wellington, también se debilitó cuando Napoleón le ordenó enviar a Suchet a 12,000 hombres. Estos desarrollos tendrían un efecto muy significativo en las operaciones de Wellington unos meses después, a principios de 1812.
Los refuerzos prometidos llegaron con Suchet a fines de diciembre e inmediatamente avanzó para perseguir el asedio de Valencia el 26, completando con éxito la inversión de la ciudad esa noche. Para el 1 de enero se había comenzado a trabajar en la preparación de baterías de asedio, que estaban armadas y listas para proceder antes del 4.
Blake trasladó sus tropas de su campamento fortificado en las colinas a la ciudad, pero las perspectivas de una defensa exitosa parecían ser muy pobres. Ya había una grave escasez de alimentos y la moral de las tropas españolas era tan baja que desertaron en masa. Suchet aumentó significativamente su incomodidad al bombardear la ciudad con proyectiles hasta que la moral de los defensores finalmente se derrumbó. Blake se vio obligado a aceptar rendirse el 9 de enero, con alrededor de 16,000 soldados españoles bajando las armas.
La fortaleza casi inexpugnable de Penissicola, guarnecida por unos 1.000 veteranos españoles, ahora estaba sitiada, y las armas de asedio comenzaron un fuerte bombardeo el 28 de enero. A pesar de estar bien abastecido con comida y tiendas por la marina británica, y sus tropas proclamando su determinación de luchar, el general García Navarro, el comandante de la fortaleza, parece haber perdido toda esperanza después de la caída de Valencia. Una carta que describía sus temores fue capturada por los franceses y solía ejercer una enorme presión sobre un hombre que obviamente no podía hacer frente; Cuando se envió una citación contundente el 2 de febrero, el comandante se rindió sin demora. Casi toda la costa este de España estaba ahora en manos francesas.
Un desconocido héroe español luchó junto a Washington y le ayudó a ganar la guerra de la independencia de los Estados Unidos
Bernardo de Gálvez estaba en Pensacola, Florida, cuando los independentistas enfrentaron a las tropas británicas. Su papel fundamental en la historia de la potencia norteamericana
Por Julio Lagos || Infobae
El monumento a Bernardo de Gálvez en Pensacola, Florida(@Hudson_Miller15)
Hace pocos días Estados Unidos expulsó a 21 jóvenes sauditas, vinculados a un atentado terrorista ocurrido en la base naval de Pensacola. Luego de acomodar sus gafas de lentes redondos, el fiscal general William Barr hizo el anuncio: “Han sido dados de baja de los programas de capacitación de la base militar. Aunque no estaban acusados de participar en el ataque terrorista del mes pasado en el que murieron tres personas, se descubrió que habían accedido a material de propaganda yihadista”.
El breve discurso del fiscal Barr fue el disparador de esta crónica.
Porque si bien uno asocia la palabra Pensacola con aquella marca de atún enlatado que fue muy popular hace algunos años, surge de inmediato la imagen de las hermosísimas playas de esa ciudad del norte del estado de Florida, en los Estados Unidos.
En Pensacola, a unos 1.000 kilómetros de Miami, el turista encuentra precios bastante más bajos, arenas blancas, aguas transparentes y una riquísima variedad de pescados y mariscos. Y una sorpresa: en el cruce de la avenida Palafox y la calle Wright, hay una monumental estatua de bronce, sobre un alto pedestal de piedra, que homenajea al español Bernardo de Gálvez.
¿Bernardo de Gálvez? ¿Un español, en Pensacola? ¿Y por qué merece semejante reconocimiento?
Porque sin él, George Washington no habría ganado la guerra de la independencia de los Estados Unidos.
Ese país en el que la máxima distinción nacional es ser considerado Ciudadano Honorario de Estados Unidos. Una especialísima consagración oficial se le ha otorgado solamente a siete extranjeros, a lo largo del tiempo. Entre ellos, Winston Churchill y la Madre Teresa de Calcuta.
Y Bernardo de Gálvez, el español reconocido como Ciudadano Honorario de los Estados Unidos en 2014, nombramiento ratificado por la Cámara de Representantes y el Senado estadounidenses y firmado por el entonces presidente Barack Obama.
Bernardo de Galvez, héroe español de la independencia de los Estados Unidos. El cuadro de Carlos Monserrate posa en el Capitolio
El motivo por el que los Estados Unidos considera al español Bernardo de Gálvez un héroe norteamericano hay que buscarlo en la historia.
Si alguien me pregunta para quién escribo, mi respuesta es invariable: para los más de 500 millones de hispanohablantes que hay en el mundo. Por supuesto, una meta tan ambiciosa no debe tomarse literalmente. Simplemente, simboliza la proyección universal de nuestro idioma. Lectores, oyentes, televidentes con los que me puedo comunicar. De ellos, casi sesenta millones viven en Estados Unidos.
Esa presencia en USA de nuestra cultura -el habla, la gastronomía, la música, el periodismo- no es un fenómeno contemporáneo. Ni puede ser caracterizado sólo a través de una dolorosa terminología, plagada de “camión”, “coyotes”, “indocumentados”, “papeles”, “muro” o “frontera”. La historia empezó hace mucho.
Entre 1535 y 1821 existió lo que se llamó el Virreinato de Nueva España. Estaba formado -además de México, Cuba, Guatemala, República Dominicana, El Salvador, Puerto Rico, Honduras, Nicaragua y Filipinas- por los actuales estados norteamericanos de California, Nevada, Colorado, Utah, Nuevo Mexico, Arizona, Texas, Oregon, Washington, Florida y algunas regiones de Idaho, Montana, Wyoming, Kansas, Oklahoma y Luisiana.
Toda esa enorme región de lo que hoy es Estados Unidos era parte del Virreinato de Nueva España. Y lo fue a lo largo de 286 años.
Recordemos que el Virreinato del Río de la Plata fue creado recién en 1776, como un desprendimiento del Virreinato del Perú. Apenas se extendió por 35 años, hasta la capitulación de Francisco Javier de Elío en Montevideo, en 1811.
¿Y Pensacola?
Pensacola fue fundada en 1559 por un español llamado Tristán de Luna y Arellano, que la bautizó Villa de Santa María. Duró poco: un huracán la destruyo, dos años después. Más tarde, en 1698 fue reconstruída por otro español, Andrés de Arriola.
Hasta que llegó la sangrienta batalla de Pensacola, que terminó el 10 de mayo de 1781, cuando los ingleses se rindieron ante las tropas españolas comandadas por Bernardo de Gálvez. La reconstrucción de ese combate está registrada en las pinturas del catalán Augusto Ferrer-Dalmau y las ilustraciones del norteamericano H. Charles Mc Barron.
Una de las maravillosas playas de Pensacola, en Florida (Instagram: @visitpensacola)
Por su parte, el periodista español Francisco Reyero, autor del libro Y Bernardo de Gálvez entró en Washington nos permite entender el significado histórico de la batalla de Pensacola:
“Gálvez era el gobernador de la Luisiana en 1777, cuando se desata la Guerra de Independencia. Si Gálvez no hubiese sido gobernador, George Washington no habría ganado la Guerra de la Independencia. Literalmente es así”.
España y Francia tenían intereses comunes contra el imperio británico y decidieron actuar contra el inglés. La Armada británica era muy poderosa y el Imperio iba creciendo en detrimento del español. Decidieron ayudarlos, en el caso de España, primero de un modo receloso. Bernardo de Gálvez, incluso contra la opinión de los españoles, se decide a apoyar a los norteamericanos: les envía mantas, blinda el Misisipi, les da respaldo militar, entra en varias plazas estratégicas.
En los últimos años ha crecido el interés en este singular héroe nacido en España. Es así que Guillermo Fesser, creador junto a Juan Luis Cano del inolvidable programa de radio “Gomaespuma”, también lo rescata en su último libro: Conoce a Bernardo de Gálvez:
“Hasta hace nada, yo no tenía ni idea de que el idioma y la cultura de los que hablamos español hubieran estado tan presentes en la creación de Estados Unidos. Por eso, al escuchar por vez primera las hazañas de Bernardo de Gálvez, un malagueño que fue gobernador del territorio de Luisiana durante la guerra de independencia de las trece colonias británicas, me quedé muy sorprendido”.
Fesser, que desde algunos años vive en Rhinebeck, cerca de Nueva York, agrega:
“El personaje que me ha dado pie para iniciar esta aventura es Bernardo de Gálvez, nacido el 23 de julio de 1746 en Macharaviaya, un pueblecito de la provincia de Málaga. Como en el siglo XVIII Europa entera estaba metida en guerras, cuando Bernardo creció eligió la carrera que tenía más salida y se hizo soldado. Pronto destacaría por su valentía en el ejército y el rey Carlos III lo nombró capitán y lo mandó a patrullar los dominios españoles de América del Norte. Cuando le ascendieron a gobernador de Luisiana, se puso del lado de los patriotas norteamericanos. Desde Nueva Orleans, les mandó por el río Misisipí barcos cargados de uniformes, municiones, comida, mantas y medicinas. Derrotó con sus tropas a los británicos en tres batallas (Baton Rouge, Natchez y Mobile) y, con una hazaña histórica que le valió el lema ‘Yo solo’, reconquistó la Florida”.
La frase “Yo solo” a la que se refiere Fesser es auténtica y revela el extraordinario coraje de Gálvez. Cuando estaba a punto de lanzarse al ataque definitivo contra los ingleses atrincherados en Pensacola, el capitán Calvo de Irazábal, comandante de su propia flota se negó a que los buques entrasen a la bahía, por temor al fuego de las baterías británicas.
Entonces Bernardo de Gálvez se subió al pequeño bergantín “Galveztown” y dijo: “El que tenga honor y valor que me siga. Yo solo”. Y bajo el fuego enemigo abrió el paso, como único tripulante de la nave. Ante ese gesto, todos los demás le siguieron y tomaron Pensacola.
Cuadro de la Batalla de Pensacola con Bernardo de Gálvez comandando el asalto final. La pintura fue hecha por Augusto Ferrer-Dalmau y descansa en el Museo del Ejército de Toledo
El 4 de julio de 1776 nació un nuevo país. En ese momento, pocos advirtieron que en la marcha triunfal Washington ordenó que a su derecha cabalgara el español Bernardo de Gálvez. Y a la hora de asumir su cargo como primer presidente de los Estados Unidos, fue saludado por las salvas de honor que disparó el bergantín Galveztown, amarrado en la bahía de Nueva York.
Esta es la historia.
Pero falta algo más.
Como hemos visto, Bernardo de Gálvez era “marachatungo”. Había nacido en un pueblo llamado Macharaviaya, que está a 28 kilómetros de Málaga. Es muy pequeño, tiene una superficie de poco más de 7 kilómetros cuadrados, cabe 15 veces en Pensacola. Y su población apenas llega a los quinientos habitantes.
Comparte el encanto de cientos de localidades andaluzas: angostas calles empedradas, casas blancas, viejas iglesias. Y las clásicas fiestas lugareñas, como San Bernardo, en agosto. O la veneración a la Virgen del Rosario, en septiembre.
Pero la fiesta principal, en Macharaviaya se celebra el 4 de julio, el Día de la Independencia de los Estados Unidos.
Cada año, el pequeño pueblo de la sierra malagueña evoca a su hijo dilecto, aquel soldado que hace más de tres siglos y a 7.000 kilómetros de distancia, forjó la independencia de los Estados Unidos. Y como en una paradójica versión opuesta a “Bienvenido Mr. Marshall” de Berlanga, los escasos vecinos de Marachaviaya se disfrazan de soldados, unos como españoles, otros como ingleses. Empuñan arcabuces y mosquetes de utilería, emplazan cañones de madera y transforman las empinadas cuestas solariegas en un teatral campo de batalla.
Sólo el auténtico redoble de los tambores y el estruendo de la pirotecnia hacen cierta la fantasía del combate.
Al final, celebran en torno a una mesa grande, en la que no faltan los tesoros gastronómicos de esa tierra andaluza: los aguacates y los camarones.
Justamente, la mejor prueba de la hermandad entre la aldea malagueña y aquella playa de Florida, es que en Pensacola -traducción mediante- el festejo es idéntico, con el consagrado sabor de sus avocados y shrimps.
Para mayor coincidencia, recientemente una bodega malagueña ha comenzado a exportar vinos a Pensacola. La marca es Gálvez Legacy, y las variedades son moscatel de la Denominación de Origen “Málaga” y el tinto de la Denominación de Origen “Sierras de Málaga”. Así que el brindis está asegurado, en uno y otro lado.
Por las dudas, voy avisando: si a fines de junio no me encuentran, lo más probable es que esté de viaje.
La Cámara y el Senado de Virginia votaron el martes para aprobar proyectos de ley que permitirían a las ciudades decidir si las estatuas confederadas deberían ser eliminadas. Steve Helber / AP
Las localidades de Virginia están más cerca de tener el poder de eliminar unas 220 estatuas y monumentos confederados en espacios públicos.
Los demócratas, que tomaron el control de la Cámara de Representantes y el Senado en noviembre, aprobaron dos proyectos de ley similares sobre votos cercanos a la línea del partido el martes. Los proyectos de ley generalmente permiten a las ciudades "remover, reubicar, contextualizar, cubrir o alterar" monumentos en espacios públicos.
La versión de la Cámara dice que las localidades deben ofrecer el monumento a museos, sociedades históricas, gobiernos o campos de batalla militares durante 30 días antes de ser removidos.
La versión del Senado hace lo mismo, pero también tiene disposiciones más estrictas: una revisión histórica, un período de comentarios públicos y un requisito de que el órgano rector de la localidad debe tener al menos un voto de dos tercios para autorizar el cambio.
Las diferencias entre los dos aún deberán resolverse.
Pero el gobernador demócrata Ralph Northam, dijo a principios de este año que apoya la idea. Él dice que los monumentos "cuentan una versión particular de la historia que no incluye a todos" y "a esa versión de la historia se le ha dado prominencia y autoridad durante demasiado tiempo".
La ley estatal ha prohibido cualquier modificación a los monumentos. Pero ciudades como Charlottesville, Alexandria, Portsmouth y Norfolk han indicado que quieren eliminar estatuas, según The Associated Press.
Jay Jones, un delegado demócrata negro de Norfolk, dijo en un discurso el lunes que su distrito quiere abrumadoramente que se retire una estatua de "Johnny Reb" de una plaza del centro.
"Cada vez que paso, que es todos los días para llegar a mi oficina de abogados, mi corazón se rompe un poco", dijo.
Los legisladores republicanos han rechazado los llamados para permitir que las estatuas controvertidas caigan. Dicen que eso borra la historia y el fervor podría extenderse a otros conflictos controvertidos, como la Guerra de Vietnam.
El martes en el piso de la Cámara, la demócrata Sally Hudson de Charlottesville dijo que su ciudad ha sido acusada de borrar la historia.
"Estamos tratando de decirlo finalmente", dijo, señalando que la estatua de Robert E. Lee fue dedicada en 1924, en medio del sentimiento de Jim Crow. "No honra ninguna batalla o momento que tuvo lugar donde vivimos.
"(Envió) un mensaje claro a nuestros residentes negros que tuvieron la audacia de organizarse para la igualdad", dijo Hudson.
"No creo que esto termine bien", dijo el republicano Del. Charles Poindexter.
Poindexter, del condado de Franklin, Virginia, dijo que debería someterse a votación de la gente de la ciudad, no de los organismos representativos.
La estatua de Charlottesville estaba en el centro de una violenta manifestación de supremacistas blancos en 2017, en protesta por el intento de la ciudad de sacarla de un parque del centro.
El evento se convirtió en caos y un supremacista blanco estrelló su automóvil contra una multitud, matando a una mujer e hiriendo a docenas más.
Charlottesville ha estado luchando contra la expulsión en los tribunales. Un juez evitó que la ciudad incluso cubriera la estatua de Lee con lonas durante el litigio.
El portavoz de la ciudad de Charlottesville, Brian Wheeler, dijo a la AP en un correo electrónico que Charlottesville comenzará el proceso de remoción si Northam firma la ley.