sábado, 16 de mayo de 2020

Encuentro Perón-Pinochet de 1974

Secretos y consecuencias de la entrevista de Perón y Pinochet en la Base Aérea de Morón 

Sucedió el 16 de mayo de 1974, meses después del golpe militar que derrocó a Salvador Allende en Chile, y duró dos horas. Allí, el dictador chileno le expresó su preocupación por los asilados que habían escapado a nuestro país y estaban cerca de la frontera. Años después, se supo qué sorprendente conclusión sacó el trasandino de aquel encuentro

Por Juan Bautista "Tata" Yofre || Infobae


Perón y Pinochet pasan revista a las tropas en la Base Aérea de Morón

Para tratar el encuentro de Juan Domingo Perón con el general Augusto Pinochet Ugarte lo primero que se debe hacer es preguntarse en qué condiciones llegaron los dos a la entrevista de Morón. ¿En qué tiempo estaban parados y qué circunstancias los rodeaban?

El doctor Pedro Ramón Cossio, en su libro ‘Perón, testimonios médicos y vivencias’ relata que “el general Perón en diversas ocasiones, estando yo en el cuarto (se refiere a cuando lo atendía en la residencia de Gaspar Campos 1065) que él creía – y esto lo siguió pensando hasta su muerte—que en Ezeiza lo habían querido matar grupos guerrilleros o terroristas, para luego iniciar, en medio de la conmoción, una revolución socialista”.

Cossio tiempo más tarde, me dijo: “Yo creo que él llegó con el convencimiento y tuvo la prueba de que en Ezeiza grupos de izquierda lo quería matar, para a partir de ahí empezar una revolución socialista. Y él todo el tiempo vivió con esa idea y murió convencido que en Ezeiza algún grupo de izquierda lo quería matar”. Su amigo el dirigente conservador Vicente Solano Lima sostuvo lo mismo.

Al opinar sobre el derrocamiento del presidente chileno Salvador Allende, el martes 11 de septiembre de 1973, en la intimidad de su residencia, Juan Domingo Perón le dijo al joven médico Pedro Ramón Cossio (h), que “con lo que ha pasado en Chile desde ese lado estamos protegidos”. El testimonio es coincidente con las declaraciones de Perón a “Il Giornalle D’Italia” (septiembre de 1973). En la oportunidad, Perón destacó que la caída de Salvador Allende había cerrado “la única válvula de escape para la guerrilla argentina” y aseguró estar menos preocupado por el problema “de lo que la mayoría de los argentinos creen.” También afirmó al mismo medio italiano “los responsables de los acontecimientos en Chile fueron los guerrilleros y no los militares.” En las mismas horas, en puerta de su casa en Gaspar Campos, tras conversar con los médicos Jorge Taiana y el cardiólogo Pedro Cossio, preguntado sobre el suicidio del mandatario chileno, Perón le dijo al periodismo: “eso es emplear otro recurso cuando no queda otra puerta para salir, su actitud es la actitud de un hombre que tiene vergüenza de las circunstancias…hay hombres que no pueden resistir eso”.

En las horas posteriores al golpe, Patricio Alwyn, presidente de la Democracia Cristiana de Chile, dijo: “Nosotros tenemos el convencimiento de que la llamada vía chilena de construcción del socialismo que empujó y enarboló como bandera la Unidad Popular, y exhibió mucho en el extranjero, estaba rotundamente fracasada y eso lo sabían los militantes de la Unidad Popular y lo sabía Allende. Y por eso ellos se aprestaban a través de la organización de milicias armadas- muy fuertemente equipadas que constituían un verdadero ejército paralelo- para dar un autogolpe y asumir por la violencia la totalidad del poder. En esas circunstancias pensamos que la acción de las Fuerzas Armadas simplemente se anticipó a ese riesgo para salvar al país de una guerra civil o en una tiranía comunista.” Unos años más tarde diría todo lo contrario.

Su jefe político Eduardo Frei Montalva fue coherente con lo que pensaba y vivió. Cuando Allende le pidió unas declaraciones para tranquilizar a la sociedad chilena tras la victoria electoral de la Unidad Popular del 4 de septiembre de 1970 con el 36 % del electorado, Frei le dijo: “No puedo hacerlo, porque tú sabes que no soy marxista y, además, porque creo que pese a tus buenas intenciones las acciones de (tus) partidarios llevarán a Chile antes de dos años a una dictadura totalitaria”, según le contó al embajador argentino Javier Teodoro Gallac y que éste lo volcó en el cable “Secreto” Nº 612/616, del 30 de septiembre de 1970.

Lucía Hiriart de Pinochet, su esposo, Juan Perón y María Estela Martínez de Perón.

Y en una carta a Mariano Rumor (presidente de la Internacional Socialdemócrata) reconoció que Allende “estaba absolutamente decidido a instaurar en el país una dictadura totalitaria y se estaban dando los pasos progresivos para llegar a esta situación, de tal manera que ya en el año 1973 no cabía duda de que estábamos viviendo un régimen absolutamente anormal y que eran pocos los pasos que quedaban por dar para instaurar en plenitud en Chile una dictadura totalitaria”.

Primer saludo de Juan Perón a Pinochet al llegar a la Base Aérea de Morón

La Junta Militar chilena hizo llegar una carta formal al gobierno argentino expresando el deseo de continuar manteniendo relaciones abiertas en el camino de los acuerdos permanente de ambos gobiernos. El gobierno del presidente interino Raúl Alberto Lastiri reconoció a las nuevas autoridades trasandinas el 19 de septiembre.

La campaña presidencial del 23 de septiembre de 1973 que llevó al poder a Perón por tercera vez sólo registraba algunos detalles menores que apenas animaban al comentario, como la picardía de Perón al cerrar la contienda con un mensaje a la población que fue difundido por el Canal 9 de televisión de Buenos Aires. Frente a los sucesos de Chile, el líder justicialista manifestó la necesidad de “poner las barbas en remojo”. Obligado por una ansiosa opinión política de propios y ajenos a expresarse sobre el golpe militar en el país trasandino, Perón optó por la cautela.

El 62,7 por ciento del electorado votó por la fórmula Perón-Perón, un trece por ciento más que en la elección de Cámpora, en tanto el radicalismo obtenía 2.905.719 votos. Si la población respiraba aliviada por la finalización de la campaña electoral y particularmente confiaba en la figura de Perón como el líder político del momento para comenzar a transitar una época de calma, pronto volvió a resultar sorprendida por la violencia que parecía no acabar nunca.

Dos días más tarde un comando de FAR y Montoneros (que se decían peronistas) asesinó a balazos al jefe de la CGT, José Ignacio Rucci. Fue, en primera instancia la respuesta brutal por el papel preponderante que había tenido Rucci en la caída de Cámpora el 13 de julio; asimismo lo acusaban de haber tenido un papel especial en los incidentes de Ezeiza. Tras el crimen de José Ignacio Rucci, el jefe del peronismo convocó a hombres que se habían replegado después de los hechos de Ezeiza —el coronel (RE) Jorge Osinde, entre otros—y les encargó nuevamente la tarea de contener la marea subversiva y por último descerrajó la depuración.

Así lo relató el semanario Primera Plana: “El viernes 28 de septiembre de 1973, en Olivos, Perón habló con la claridad que caracterizaba a todas sus últimas intervenciones. Según ha trascendido, ante los miembros del Consejo Superior del justicialismo sostuvo que el Movimiento era objeto de una “agresión externa”. No hizo ninguna alusión a la CIA u otros organismos del ‘imperialismo yanqui’: arremetió sin más ni más contra el marxismo…y declaró la guerra a los “simuladores”, de quienes afirmo que les iba a ‘arrancar la camiseta peronista’ para que no quedaran dudas ‘del juego en el que estaban empeñados…..frente a un gobierno popular –señalo—no les queda otro camino que la infiltración”. ‘En adelante seremos todos combatientes’”, señaló Perón. Y culminó uno de sus párrafos con: “Yo soy peronista por tanto, no soy marxista”.

Unos días más tarde llegaría la respuesta orgánica: El “Documento Reservado” estableciendo “Drásticas instrucciones a los dirigentes del Movimiento para que excluyan todo atisbo de heterodoxia marxista”, informó La Opinión del 2 de octubre en su portada. La introducción del Documento no daba para análisis alternativos: “El asesinato de nuestro compañero José Ignacio Rucci y la forma alevosa de su realización marca el punto más alto de una escalada de agresiones al Movimiento Nacional Peronista, que han venido cumpliendo los grupos marxistas terroristas y subversivos en forma sistemática y que importa una verdadera guerra desencadenada contra nuestra organización y contra nuestros dirigentes”.

Esta “guerra” según el documento se manifestaba a través de campañas de “desprestigio”; “infiltración de esos grupos marxistas en los cuadros del Movimiento”; “amenazas, atentados y agresiones” contra los cuadros del partido y la población en general. La parte introductoria termina considerando que “el estado de guerra que se nos impone no puede ser eludido, y nos obliga no solamente a asumir nuestra defensa, sino también atacar al enemigo en todos los frentes y con la mayor decisión”. Frente a tales órdenes Ricardo Otero, Ministro de Trabajo, atinó a comentar: “los que quieren la patria socialista que se escapen”.

Primer saludo de Juan Perón a Pinochet al llegar a la Base Aérea de Morón.

Juan Perón asumió el 12 de octubre de 1973 e intentó iniciar una etapa de orden dentro de su Movimiento y el país. Entre otros actos expulsó a los integrantes del bloque de diputados ligados con Montoneros (febrero de 1974); cundo el ERP atacó un importante cuartel del Ejército, el Presidente se puso el uniforme y luego habló de “exterminar” a la guerrilla; el 1º de de Mayo de 1974 reivindico a la ortodoxia y echo a Montoneros de la Plaza de Mayo tras ser personalmente agraviado.

El Ejército Argentino había seguido atentamente los acontecimientos del derrocamiento de Salvador Allende. Unos días después del golpe, la Jefatura de Inteligencia elevaba al Comandante General, general de división Jorge Raúl Carcagno, una primera evaluación de la situación chilena, especialmente en lo referente a su “marco externo”.

Redactado con un estilo formal y una sintaxis dura, el documento “Marco Externo-Ámbito Regional” explicaba que “el golpe de estado de las FFAA mantiene la expectativa general acerca de la evolución del gobierno chileno. Las reacciones producidas en diversas naciones son muy variadas. (...) “a. Brasil. La tendencia general es de apoyo al golpe y de condenación al gobierno depuesto. Las FFAA brasileñas justifican el movimiento. El gobierno de Brasil ofrece la posibilidad de apoyo económico y técnico para la reconstrucción chilena. b. Paraguay. En general, es unánime la opinión pública y del gobierno, en apoyo a la revolución militar que habría puesto fin a un proceso político considerado negativo. Las publicaciones de Asunción adjudican a la Argentina una actitud poco efectiva contra la extrema izquierda. c. Perú. Hubo una gran difusión de los acontecimientos. Se considera que el derrocamiento del gobierno de Allende puede motivar complicaciones a Perú en el orden interno y externo. En cuanto al ámbito exterior se espera conocer el apoyo que Chile pueda recibir de EEUU, lo que podría colocar a este país en una situación opuesta a Perú”. Sobre Cuba se indicaba que “las relaciones están rotas” y que la Junta Militar había denunciado “la injerencia cubana en Chile" y llevado el problema ante las Naciones Unidas”.

Bajo el subtítulo “probable evolución”, la Inteligencia Militar argentina estimaba que:

“Chile dejaría de constituir un foco de irradiación del comunismo en América. Sin embargo, la persecución desatada contra los comunistas chilenos y de otras nacionalidades permite prever la afluencia de dirigentes marxistas hacia otros países, especialmente a los vecinos”.

Los militares argentinos advertían que podía desatarse “una verdadera puja por atraer a Chile hacia las áreas de influencia de los distintos estados hegemónicos”, tanto en los planos económico como ideológico: “En tal sentido, incidirá la decisión de Brasil al reconocer en forma inmediata al gobierno surgido del golpe de estado”.

“EEUU ha de presionar a la Junta Militar con el objetivo de retomar la explotación cuprífera, o bien condicionar la citada explotación y la posible comercialización de este material de gran valor estratégico. Es probable que se incremente la acción interna de la oposición a Nixon a fin de que limite o restrinja la ayuda a Chile mientras persista la represión. Se estima que EEUU, por otra parte no va a suministrar ayuda en forma incondicional, previamente exigirá seguridad para sus inversiones. En estas tratativas, la renegociación de la deuda externa chilena ha de jugar un papel preponderante”.

El tercer punto trataba las “incidencias” del golpe en el país “por su proximidad geográfica, Argentina puede recibir el mayor contingente de comunistas desplazados de Chile. Además, por la misma razón pueden constituirse en nuestro territorio bases operativas para actuar contra el gobierno militar chileno. A pesar del control de fronteras que se efectúa, la gran extensión limítrofe facilitará dichas acciones... Por todo ello, es de esperar el acercamiento de la Junta Militar hacia nuestro país, siempre que una política más agresiva de Brasil no logre volcar enteramente hacia su órbita al país transandino”.

Después de casi 20 meses de gobierno en Chile, el 14 de mayo de 1974, el general Augusto Pinochet Ugarte realizó su primera visita de Estado a Paraguay. Si viajó a saludar al general Alfredo Stroessner para buscar una señal de reconocimiento, en realidad la primera salida debió ser hecha a Brasilia y no a Asunción. El golpe del 11 de septiembre de 1973 contó mucho más con la colaboración del régimen militar brasileño que de cualquier otro país de Latinoamérica.

Los que vivieron en Santiago de Chile los días finales del gobierno de Salvador Allende saben bien que el embajador brasileño Antonio Cándido da Cámara Canto fue considerado el “5º miembro de la Junta Militar” por su cercanía al nuevo gobierno. De todas maneras, durante su estadía en Asunción, Pinochet declaró a su colega paraguayo General Honoris Causa del Ejército de Chile.

Una vez terminada su visita a Asunción, Augusto Pinochet emprendió viaje a Chile, pero antes tocó suelo argentino -el 16 de mayo- en la Base Aérea de Morón, sede de la VII Brigada, cuyo comandante era el comodoro Jesús Orlando Capellini.

Augusto Pinochet

Capellini tuvo el extraño privilegio de ser actor y testigo de cuatro momentos históricos de la Argentina y el peronismo. Uno, siendo Jefe de la Región Aérea Centro con base en Ezeiza cuando llegó Juan Domingo Perón el 17 de noviembre de 1972; dos cuando ejercía la jefatura de la VII Brigada Aérea con base en Morón, el 20 de junio de 1973; tres en abril de 1974 en Morón, cuando Perón recibió al General Augusto Pinochet Ugarte y cuatro, en noviembre de 1974, cuando descendieron en Morón los restos mortales de María Eva Duarte de Perón para seguir rumbo en otro avión al Aeroparque Metropolitano.

Muchos años más tarde, Capellini me recordó que se le avisó pocas horas antes del arribo del mandatario chileno y tuvo que acondicionar, en horas, el lugar del encuentro.

La cumbre se realizó en la biblioteca de la base que se terminó de pintar la noche anterior. Como estaba muy desprovista de adornos, Capellini trajo de su casa una alfombra y unos adornos del Congo que había adquirido en 1961, cuando volaba para una misión de Naciones Unidas.

La cita mereció largos cabildeos y gestiones paralelas. Una de ellas la cumplió el asesor de Pinochet, el civil Alvaro Puga un mes antes, ocasión en que se vio con Perón. Hablaron y convinieron en términos generales una agenda abierta. Cuestiones de seguridad, temas comunes y del proceso del Canal del Beagle que se estaba desarrollando en La Haya y que debía ser resuelta por una comisión de juristas “Ad hoc”, elegida por ambos países según el “Acta de Salta” de julio de 1971, firmada por los presidentes Alejandro Agustín Lanusse y Salvador Allende. Preguntado Puga si recordaba los términos de la conversación que mantuvo con Perón, sólo me dijo (en 1984) que cuando se habló del Canal del Beagle el presidente argentino comentó que esa cuestión no podía dividir a Chile y la Argentina y, a manera de chiste, le dijo: “En todo caso la jugamos a las chapitas”. Al encuentro de Puga le siguió el viaje a Chile del jefe de Inteligencia del Ejército, general Carlos Dalla Tea, quien antes de viajar mantuvo una prolongada conversación con Perón, según la revista argentina Mercado del 30 de abril de 1974.

Algunos tramos de ese encuentro se encuentran en Perón, de Carlos A. Fernández Pardo y Leopoldo Frenkel, y en las propias Memorias del general Augusto Pinochet. En la intimidad, Perón se sentía “cubierto” por el gobierno de la Junta Militar, porque Chile no era ya un santuario para el terrorismo argentino. Sus 5.000 kilómetros y sus pasos fronterizos estaban medianamente bien protegidos de ambos lados. De todas maneras, Pinochet contó que expresó su preocupación por la instalación de numerosos asilados chilenos cerca de la frontera, lo que obligaba a sus fuerzas de seguridad a mantenerse en estado de alerta.

Juan Domingo Perón en 1974

Perón se comprometió a trasladarlos a zonas más alejadas y para tranquilizarlo le dijo “Perón tarda, pero cumple”. Debe recordarse que ya para aquella época -febrero de 1974- se había realizado bajo la dirección del comisario Alberto “Tubo” Villar la primera reunión de coordinación de las fuerzas de seguridad del Cono Sur y que sorpresivamente fue grabada por un infiltrado de Montoneros. También se trató el tema de la Antártida y cuestiones de complementación económica. Luego de casi dos horas, Pinochet continuó rumbo a Santiago.

Tras la cumbre, David Popper, el embajador americano en Chile, el viernes 17 de mayo de 1974, envió el cable Nº 02716 a Washington comentando el interés chileno por contactarse con los “líderes del Cono Sur” y considerar “la formación de un bloque antimarxista”. Le dice al Departamento de Estado que “conocen y hemos informado de los lazos de la Inteligencia policial y de seguridad entre Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, etcétera. para combatir al terrorismo izquierdista y la preocupación del canciller chileno Huerta por la presencia de terroristas chilenos en la frontera argentina.”

Por último, hay una versión dentro de la madeja que envolvió al asesinato de Carlos Prats, ex jefe del Ejército en tiempos de Allende, y que aquí en la Argentina investigó la jueza María Servini de Cubría y que en Chile dilucidó años más tarde el juez Alejandro Solís. En los testimonios ante el juez, Ramón Huidobro, ex embajador de Allende en Buenos Aires, y amigo de Prats, relato que el ex general le contó que al llegar a Chile Pinochet comentó que la entrevista había sido un fracaso porque Perón le recordó que las FF.AA. no eran propiedad de los comandantes y que le iba a ser difícil ayudarlo dada la mala imagen del gobierno de la Junta por la cruel represión. Prats sería asesinado en septiembre de 1974 por un comando que respondía al jefe de la DINA (Manuel Contreras) y a su superior Augusto Pinochet.

La cumbre provocó numerosas declaraciones de repudio de parte de los sectores democráticos progresistas y no progresistas, hasta algunas manifestaciones de la JP. La Legislatura de Buenos Aires trató una declaración de protesta que mereció que su titular, el justicialista Miguel Unamuno (más tarde Ministro de Trabajo de Isabel Perón) fuera reconvenido por el propio presidente de la Nación: “Mire Unamuno, yo soy el presidente de la Nación y tengo dos misiones fundamentales, encargarme del Gobierno del país y de las Relaciones Exteriores. Ustedes, que son concejales, tienen otras tres misiones. ¿Sabe cuáles son? Alumbrado, barrido y limpieza... Che, Unamuno, no jodan más con Pinochet”.

Al año siguiente, en abril, en el mismo lugar, Augusto Pinochet e María Estela “Isabel” Martínez de Perón mantendrían otro encuentro.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Imperialismo: Las conquistas francesas en África (1855-1893)

Campañas francesas en el norte de África 1855 - 93

W&W





Los franceses en África occidental. Las incursiones francesas siguieron los caminos de los ríos Senegal y Níger, aliviando en gran medida los problemas de transporte y logística.

Desde su base en St. Louis, el gobernador Faidherbe movió sus fuerzas gradualmente hacia el interior, aprovechando el río Senegal para el transporte y el acceso al interior. La primera acción ocurrió en 1855, cuando las tropas al mando de los franceses empujaron lejos el Senegal y establecieron un fuerte en Medine; Faidherbe aseguró los tramos más bajos del Senegal con una serie de fuertes. El empuje francés hacia el interior levantó las sospechas del gobernante Tokolor al - Hajj Umar, quien proclamó una yihad antieuropea. Un plan para la conquista del valle del Níger se revivió en 1876. En 1878 una fuerza francesa destruyó el fuerte Tokolor en Saboucire. Su objetivo era el río Níger, al que transportaban botes desmantelados mientras planeaban un enlace ferroviario. Construyeron un fuerte en Kita en 1880. Después de reprimir las rebeliones, el avance continuó en 1886 con la captura de varios centros Tokolor. La etapa final fue la toma de Tombuctú en 1893.

África occidental

Tanto Francia como Gran Bretaña estaban interesadas en África occidental por razones que ciertamente tenían más que ver con las rivalidades europeas y el orgullo nacional que con el comercio. En el siglo XVII, los franceses establecieron un puesto comercial llamado San Luis en la desembocadura del río Senegal. San Luis se convirtió en un importante puerto de esclavos, pero en la década de 1820 la trata de esclavos había sido prohibida y los empresarios tenían que buscar otros bienes comerciales. Esto pronto los puso en conflicto con el interior del Imperio Tukolor, que controlaba el río Senegal hasta la curva del Níger.

En 1852, el gobierno francés autorizó un viaje hacia el interior, cuyo objetivo era controlar el comercio interior con exclusión de los intermediarios bereberes y africanos. El comandante de San Luis, el general Louis Faidherbe (1818-1889), se quedó con una mano casi libre. En 1854, comenzó a establecer fuertes a lo largo del río Senegal, que podrían ser aprovisionados en barco y podrían controlar y proteger el transporte marítimo. La ofensiva francesa coincidió con una gran yihad en el Imperio Tukolor bajo el liderazgo de al-Hajj Umar (1797-1864). El principal enemigo de la jihad eran los animistas, pero una agenda religiosa pronto se mezcló con la lucha contra los franceses también.

Puestos de avanzada franceses

Para 1855, los franceses habían establecido un fuerte en Medine, por encima del punto navegable más alto del río Senegal, en las profundidades del territorio de Tukolor. En abril de 1857, Umar puso a Medine bajo asedio. Cuando la noticia de este acto llegó al gobernador Faidherbe, se dispuso a relevar el lugar en una expedición que es un modelo de guerra fluvial en este período. Faidherbe metió a 500 hombres en dos barcos de vapor armados. Las embarcaciones navegaron río arriba hasta que aterrizaron, con lo que aligeró los barcos de vapor al desembarcar a las tropas y los hizo marchar por tierra para reunirse con los barcos fuera de Medine. Una combinación de una carga de infantería y el cañón de los barcos de vapor expulsó a las fuerzas de Tukolor de la fortaleza. Este era un patrón común. Un barco de vapor con su calado poco profundo podría penetrar río arriba, llevando tropas y suministros. Sobre todo, los barcos de vapor podían transportar fácilmente cañones e incluso ametralladoras antiguas que hubieran sido imposibles de transportar por tierra.

Quizás los franceses en África occidental hicieron mucho uso de los barcos fluviales porque los oficiales de la Armada francesa estaban muy involucrados en el movimiento colonial. Durante el Segundo Imperio, fueron los oficiales navales franceses los que enredaron a Francia en Indochina. En la Tercera República, fue sobre todo la armada la que promovió la expansión en África, a menudo ignorando a sus superiores civiles.

Un segundo empuje francés en África occidental comenzó en 1876, cuando el coronel de marina Louis-Alexandre Briere de l’lsle (1827-1896) se convirtió en gobernador de Senegal. Su plan para establecer un imperio francés de África Occidental se basaba en la capacidad de trasladar rápidamente hombres y material a lugares problemáticos, un plan que utilizaba tanto el transporte fluvial como el ferrocarril.

En las décadas de 1870 y 1880, tanto los británicos como los franceses presionaron para controlar el río Níger, los administradores de cada país temían que el otro aprovechara el declive del Imperio Tukolor. En el caso, fueron los franceses quienes primero lograron abrir el río Níger. Las tropas francesas tomaron la fortaleza de Murgula en el Níger. Luego llevaron un cañonero por tierra en pedazos, lo volvieron a montar y lo lanzaron al río. En 1891, los franceses agregaron armas de asedio de 95 mm (3-7 pulgadas) a su armamento. Estas armas pudieron disparar proyectiles con la nueva melinita altamente explosiva. Esta última innovación podría devastar las ciudades de África occidental.




La última etapa de la conquista francesa de Sudán occidental fue la captura de Tombuctú en 1893. La ciudad había declinado bruscamente desde su edad de oro, pero seguía siendo un obstáculo formidable. En el evento, la toma de la ciudad fue una carrera entre las fuerzas navales y marinas. Un coronel marino, Etienne Bonnier, procedió contra la ciudad con dos columnas. No dispuesto a compartir su gloria, ordenó a los dos cañoneras con la expedición, Mage y Níger, que permanecieran en el fondeadero de Mopti en el Níger. Pero el teniente Boiteux, que comandaba las naves, también estaba ansioso por la gloria. Boiteux ignoró sus órdenes y navegó río arriba a Tombuctú. Las primeras tropas en la ciudad, el 16 de diciembre de 1893, fueron un destacamento de 19 marineros, que fueron recibidos como libertadores. Las columnas del ejército, corriendo río arriba en una flota de canoas, llegaron a la ciudad más tarde.

La lucha por África

La competencia británica y francesa por el valle del río Níger condujo a una serie de disputas territoriales amargas. A mediados de la década de 1880, las dos naciones decidieron una negociación pacífica para dividir África Occidental entre ellas. Pero las otras potencias europeas protestaron. El resultado fue la Conferencia de África Occidental de Berlín de 1884-85, que repartió gran parte de África entre las potencias imperiales depredadoras. Sin embargo, un punto importante en la conferencia fue que una nación no podía reclamar territorios del interior sin una prueba de ocupación efectiva del interior. El efecto fue hacer cañoneras en los ríos, y las fuerzas navales en general, más esenciales que nunca.

Las fuerzas navales occidentales se dedicaron a la guerra en la mayor parte de África, incluso en ausencia de agua. La razón era simple: las armadas contenían un gran número de artilleros expertos, ya que un buque de guerra era una batería flotante a gran escala. Las armadas también fueron más rápidas en adoptar ametralladoras que los ejércitos, porque las armas eran pesadas y difíciles de transportar por tierra, además del hecho de que los barcos proporcionaban una plataforma fija desde la cual disparar. Por lo tanto, las armadas a menudo proporcionaban brigadas especiales para unirse a los avances del ejército en el interior de África. Por ejemplo, los marineros formaron un cuerpo de cohetes en la Segunda Guerra Ashanti (1873-74) y ametralladoras tripuladas en Sudán en la década de 1880. Los marineros y sus grandes cañones de barcos también contribuyeron en gran medida a la victoria contra los bóers en 1899-1902. Gracias a la cañonera a vapor, fue posible lograr avances extraordinarios en los ríos de África, viajando a regiones hasta ahora consideradas impenetrables.

La región del Congo era particularmente inaccesible, gracias a una mezcla letal de pantanos, selvas tropicales y enfermedades. El explorador galés Henry Stanley (1841-1904) fue enviado allí a fines de la década de 1870 para negociar tratados y establecer una serie de puestos militares para el rey belga, Leopoldo II. En la Conferencia de Berlín de 1884-85, las potencias europeas le otorgaron a Leopold un enorme estado independiente, si podía conquistarlo. Los administradores reales lo establecieron controlando el complejo sistema fluvial del Congo, creando una gran flota de barcos de vapor fluviales por el simple recurso de transportar botes por tierra. Stanley lanzó el primer barco de vapor en el Congo en 1881; se había llevado por tierra unos 400 km (250 millas) en pequeñas piezas numeradas individualmente. Una vez reensamblado, una lancha cañonera podría continuar río arriba 1450km (900 millas), hasta Stanley Falls, más allá de la cual el Congo era navegable por otros 800km (500 millas). El Estado Libre de Congo de Leopold desarrolló una flota fluvial muy costosa, utilizando el 90 por ciento del capital invertido en el territorio en el período de 1887 a 1896.

El dominio de los ríos permitió a las fuerzas controladas belgas mover tropas rápidamente. Esta movilidad fue decisiva en las llamadas Guerras Árabes de la década de 1890, una serie muy sangrienta de enfrentamientos entre el Estado Libre del Congo y los traficantes de esclavos Swahili. Resultó fácil para la flota fluvial del Estado Libre llegar a las principales ciudades árabes de Nyangwe y Kasongo.

Se pueden presentar más ejemplos, especialmente de las décadas de 1880 y 1890, cuando se desarrolló una nueva clase de cañonera blindada de calado superficial. Los cruceros ligeros y las lanchas cañoneras de la Armada alemana permitieron establecer el control alemán en Camerún y Tanganica. En la década de 1890, cuando las fuerzas británicas penetraron en la región del Delta del Níger (sur de Nigeria), los buques de guerra bombardearon aldeas y proporcionaron el transporte necesario. La invasión francesa de Dahomey en 1892 fue asistida en gran medida por el cañonero Topaz, que navegó por el río Oueme paralelo al avance del ejército. Incluso Portugal, en su conquista de Mozambique durante la década de 1890, hizo un uso significativo de los botes a lo largo de los ríos Incomati y Zambezi.

lunes, 11 de mayo de 2020

SGM: El fin del peor conflicto

La guerra más terrible de la era moderna 

Hoy se cumplen 75 del fin de la Segunda Guerra Mundial

Por Mariano Caucino || Infobae


Una foto histórica: la firma de la rendición, el 7 de mayo de 1945

La crisis del COVID-19 ha obligado al presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, a cancelar el acto de conmemoración del 75 aniversario del Día de la Victoria, previsto para hoy. Sin embargo, su enorme significación debe ser recordada.

En la noche del 8 al 9 de mayo de 1945, las autoridades de la Alemania nazi firmaron la rendición incondicional ante el mariscal Georgy Zhukov (se celebra el 9 de mayo por la diferencia de husos horarios con Moscú) poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial en el continente europeo. Las tropas alemanas se habían rendido dos días antes en Reims, Francia, ante el comandante supremo de los aliados, el general Dwight Eisenhower. Adolfo Hitler se había suicidado en su búnker una semana antes.

El liderazgo ruso suele recordar que pocas veces se distingue que más de diecisiete millones de soldados del Ejército Rojo perdieron su vida en la lucha contra el Tercer Reich mientras que unos cuatrocientos mil norteamericanos murieron en la Segunda Guerra Mundial. Sumando a las víctimas civiles, la cifra total de muertos de la “Gran Guerra Patriótica” en la Unión Soviética superó los 26 millones de fallecidos, un trece por ciento de su población.

Las conmemoraciones por el Día de la Victoria suelen ser leídas por los observadores de la política rusa como una expresión de la situación política del liderazgo ruso. En 1965, el Politburó encabezado por Leonid Brezhnev inició una tradición de realizar desfiles monumentales en la Plaza Roja como expresión de las glorias del Ejército Rojo y estableció el Día de la Victoria. En el tramo final de la Unión Soviética, en la segunda mitad de los años 80, los desfiles fueron minimizados y celebraciones de menor envergadura tuvieron lugar. En 2005, al conmemorarse sesenta años de la derrota alemana, el presidente Putin sostuvo que se trataba de un triunfo “del bien sobre el mal y de la libertad sobre la tiranía” y que el Día de la Victoria era la fecha “más querida, más emocional y más inclusiva en nuestro país (...) en la que el mundo fue salvado”. Acompañaron aquel día al líder ruso importantes Jefes de Estado y de Gobierno como el presidente George Bush (h.), el presidente de China Hu Jintao, el galo Jacques Chirac, el primer ministro indio Manmohan Singh, el canciller alemán Gerhard Schroeder, el premier japonés Junichiro Koizumi, el primer ministro italiano Silvio Berlusconi y el secretario general de las Naciones Unidas Kofi Annan.

Al final de la guerra le siguieron grandes alteraciones en el escenario geopolítico global. Ya en febrero de aquel año 1945, en la cumbre de Yalta, en la península de Crimea, los tres grandes -el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, el primer ministro británico Winston Churchill y el secretario general de la URSS Joseph Stalin- habían acordado la división de Alemania y, en los hechos, una distribución del mundo en dos zonas de influencia. La configuración mundial quedaría vertebrada en dos bloques, uno liderado por los Estados Unidos y sus aliados, y otro por la Unión Soviética.

En el frente del Pacífico, la Segunda Guerra Mundial culminaría tres meses más tarde, cuando el presidente Harry Truman tomó la medida más dramática de su gobierno al ordenar el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki para provocar la rendición definitiva del Imperio del Japón. Atrás habían quedado seis años de la guerra más terrible de la era moderna, un genocido que exterminó a la mitad de la población judía del mundo entero y un total de casi 80 millones de muertos.

domingo, 10 de mayo de 2020

SGM: El desesperado "gobierno de Flensburg" de Karl Dönitz

A 75 años de la rendición nazi: el inesperado intento final del jefe de la Marina alemana por armar un gobierno sin Adolf Hitler

Tras el suicido del dictador, la captura de Berlín por parte del Ejército Rojo y las caídas de Múnich y Hamburgo en manos de las tropas angloestadounidenses. la suerte estaba echada. Pero Karl Dönitz continuó gobernando durante tres semanas más lo que quedaba del Tercer Reich

Por Germán Padinger
Infobae
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El almirante Karl Dönitz, el inesperado Führer alemán tras el suicidio de Hitler y la captura de Berlín por parte del Ejército Rojo

Para el 8 de mayo de 1945 el Ejército Rojo ya controlaba a la mitad de Europa, desde los países del Báltico en el norte, pasando por Polonia, Hungría y Rumania en el sur. Después de expulsar a las tropas alemanas de estos territorios, su vanguardia había penetrado en el Tercer Reich, capturado Berlín y Viena, y se había encontrado con los aliados angloestadounidenses en el río Elba.

La fuerza expedicionaria aliada comandada por Dwight Eisenhower, en cambio, ya había expulsado a los nazis de Francia, Holanda y Bélgica, casi toda Italia, y sus unidades de avanzada habían tomado el sur de Alemania, incluyendo Múnich, y gran parte del norte.

Adolf Hitler, el dictador que había arrastrado al mundo al abismo con la invasión de Polonia el 1 de septiembre de 1939, se había suicidado una semana antes, el 30 de abril, acorralado en su búnker en Berlín, poco antes de que los soviéticos capturaran la capital del Reich de los 1000 años.

Durante casi seis años los habitantes de Europa, Asia Menor y el Norte de África vivieron entre toques de queda y la constante presencia de militares en las calles; navegando el racionamiento de alimentos, siempre coqueteando con la hambruna; sufriendo estrictos controles de movimiento y de expresión; y, claro, bajo la amenaza constante de morir bajo un bombardeo aéreo o en medio de un apocalíptico combate entre tanques en las calles de sus mismos pueblos y ciudades.

Desde la invasión de Polonia hasta la rendición incondicional que puso fin al conflicto el 9 de mayo de 1945, Europa se asomó al abismo y casi arrastra a todo mundo a la hecatombe.

En el Pacífico, desde Manchuria, en el norte de China, hasta Australia, el estado de guerra, esta pandemia de plomo que envolvió al mundo duró incluso algunos meses más hasta la rendición total del Imperio de Japón el 2 de septiembre de 1945, acelerada por los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki y las inminentes invasiones estadounidenses y soviéticas de las islas japonesas.


El dictador Adolf Hitler junto a su futura esposa Eva Braun en 1940

Pero aunque el 30 de abril de 1945 Hitler estuviera muerto y Berlín fuera ocupada por el Ejército Rojo el 2 de mayo, a la Segunda Guerra Mundial en Europa aún le quedaría una semana de vida en la que lo que restaba de la Alemania Nazi se reorganizó, designó a un sucesor para el Führer y comenzó las negociaciones formales para la rendición incondicional, en lo que llegaría a verse como una coda casi en tono de comedia a la destrucción de los años anteriores.

El hombre que ocupó el puesto de Hitler no fue un nazi veterano del “Putsch” de Múnich de 1923 ni un fanático arribista. El cargo recayó en cambio en el Almirante Karl Dönitz, mientras que Lutz Graf Schwerin von Krosigk fue el encargado de formar un gobierno, a la manera de un primer ministro.

El ascenso inesperado

Dönitz, nacido en 1891, era una figura conocida para los líderes aliados, ya que durante los últimos años de la guerra fue el comandante en jefe de la Marina de Guerra Alemana, la Kriegsmarine, y un férreo impulsor de la fuerza submarina, el azote del Reino Unido durante el conflicto. Mientras que von Krosigk, un colaborador temprano y cercano del nazismo, aunque de bajo perfil, se había desempeñado como ministro de Finanzas del Reich.

Pero ambos eran completamente desconocidos para el gran público, alejados de las primeras planas y de la puja política. Y ninguno estaba entre los sucesores esperables para el dictador.

¿Cómo llegó Dönitz, un veterano submarinista de la Primera Guerra Mundial y militar de carrera al mando de la Marina, la fuerza más reacia a la expansión de la influencia nazi, a convertirse en el nuevo, aunque fugaz, Führer?



Dönitz observa la llegada del submarino U-94 al puerto francés de St. Nazaire, en 1941 (Bundesarchiv)

Durante la mayor parte de la guerra el sucesor natural y por decreto de Hitler fue Hermann Göring, un nazi de la primera hora que acompañaba al dictador austríaco desde los primeros días del movimiento en Múnich, y que durante el conflicto comandó a la Fuerza Aérea, la Luftwaffe, la más cercana a los ideales políticos del dictador.

Por supuesto, otros jerarcas nazis disputaban su poder y ansiaban también la sucesión. El ministro de propaganda, Joseph Goebbels, cercano a Hitler hasta el final, fue un gran contendiente aunque su falta de experiencia militar y carisma le jugaron en contra. Finalmente, Goebbels se suicidaría el 2 de mayo (junto a su esposa y matando a sus seis hijos en el proceso), siguiendo los pasos líder y dejando en claro que no tenía chances reales.

Heinrich Himmler, el comandante de las temidas Schutzstaffel (SS), organización paramilitar que se convertiría en el brazo armado del nazismo y principal ejecutora del Holocausto, fue el otro gran candidato para la sucesión.

De hecho, Hitler se contentó en numerosas ocasiones con mantener a Göring y Himmler cerca de él, pero al mismo tiempo enfrentados para fomentar su competencia.

Pero esta extrema competencia, y las conductas cada vez más erráticas del Führer sobre el final de la guerra, finalmente dinamitaron sus carreras.

Göring fue el primero en caer. Luego de que Hitler anunciara sus intenciones de permanecer en Berlín, rechazando la evacuación, y pelear hasta la muerte, a pesar de que la caída de la capital ante el avance soviético era inminente, el comandante de la Luftwaffe interpretó que había llegado el momento de la sucesión y le envió un telegrama el 22 de abril de 1945 solicitando permiso para asumir el control de Alemania. En efecto, le había pedido al genocida su renuncia al poder.


El Mariscal del Reich Hermann Göring (centro), comandante de la Luftwaffe, fue el sucesor natural de Hitler durante casi toda la guerra (Bundesarchiv)

Hitler lo tomó como un acto de traición, le quitó a Göring todos sus cargos y ordenó su arresto, que el comandante de la Luftwaffe logró evadir entregándose luego a las tropas estadounidenses.

Himmler se convirtió en el sucesor natural, pero la responsabilidad duró poco. El comandante de las SS decidió entablar contactos secretos con las fuerzas británicas y estadounidenses, en calidad de futuro líder de Alemania. Como otros nazis nublados por la ideología, Himmler ponía las esperanzas para la salvación del régimen en poder convencer a Estados Unidos y al Reino Unido de frenar los combates, unirse al ejército alemán y marchar juntos a enfrentarse al verdadero enemigo común: el comunismo soviético.

Pero esto resultó ser un delirio más de los acostumbrados a Himmler, cultor del neopaganismo. El comando supremo aliado estaba comprometido en su alianza con la URSS y la necesidad de lograr una rendición total de Alemania, aún cuando muchos, con la victoria a la vista, ya se preparaban para la confrontación entre Oeste y Este que sería luego llamada Guerra Fría. Los británicos y estadounidenses rechazaron los intentos del jefe de las SS y la BBC publicó sus comunicados secretos.

Hitler se enfureció y ordenó también su arresto, pero el elusivo nazi se escondería hasta el final de la guerra. Himmler acabaría suicidándose poco después de ser capturado por las tropas británicas.

En palabras de la historiadora suizoalemana Marlis Steinert, experta en la historia del Nacionalsocialismo, “el Führer mismo fue el responsable de demoler su propio sistema dictatorial”. “Lo que quedó se parecía a un régimen autoritario salido de los últimos años de la República de Weimar, excepto que había un sólo partido", explicó la investigadora del Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra en su artículo “La decisión aliada de arrestar al gobierno de Dönitz".

Viendo traidores en todos los rincones del reich, y con las bombas soviéticas sacudiendo a diario su búnker berlinés, Hitler decidió buscar a un sucesor lejos del partido nazi y el alto mando de las fuerzas alemanas (Oberkommando der Wehrmacht), a los que acusaba de haberlo abandonado.


Heinrich Himmler, líder de las temidas SS y uno de los principales arquitectos del Holocausto, era otro de los sucesores esperados

Dönitz, el eficaz almirante de carrera, que mostraba distancia con la política pero se mantenía leal al nazismo y al Führer, especialmente tras el intento de asesinato de Hitler el 20 de julio de 1944, se convirtió en la elección más segura a los ojos del dictador.

El 30 de abril, antes de tomar su Walther PPK para dispararse en la cabeza, Hitler lo nombró presidente del Reich y comandante de las Fuerzas Armadas, es decir el nuevo Führer, y le encargó el gabinete de gobierno a Goebbels. En vida el dictador había ocupado ambos cargos, pero por alguna razón insistió en retornar a las formas del sistema parlamentario de la República de Weimar, que en 1933 había desmantelado, y dividió el poder entre un jefe de Estado y un jefe de Gobierno.

Al día siguiente, Dönitz se enteró de la noticia y tomó el cargo, pero el suicidio de Goebbels dejó la jefatura de gobierno vacante, que el almirante ofreció a von Krosigk.

El gobierno de Flensburg

La nueva administración fijó su sede en Flensburg, una ciudad en el extremo norte de Alemania, cerca de las principales bases de la Marina, que aún no había sido capturada por los aliados ni por los soviéticos, y donde Dönitz creyó que su gabinete estaría seguro.

Contrario a lo que podría suponerse, considerando la urgencia de la situación, el gobierno de Flensburg, como se lo llegó a conocer, no se apresuró a solicitar la rendición apenas conformado. Por el contrario, Dönitz se tomó el trabajo de elegir y nombrar a todos sus nuevos ministros, incluyendo carteras tan poco esenciales para el esfuerzo bélico como Agricultura y Servicios Postales.

Con reuniones diarias de gabinete y una escolta armada que le seguía, Dönitz se tomó el cargo muy en serio e intentó convencer a los aliados de que un gobierno alemán tecnocrático (aunque algunos generales lo llamaban “Klein-Hitler”, o pequeño Hitler) era necesario para transitar la posguerra.


El Ministro de Propaganda Joseph Goebbels fue leal a Hitler hasta el final, pero nunca llegaría a convertirse serio en candidato a Jefe de Estado (AP)

También se conformó un nuevo Alto Mando para las Fuerzas Armadas con el de intentar organizar a las fuerzas restantes y coordinar una defensa coherente. Es decir, continuar la guerra.

Dönitz también intentó negociar una paz separada entre las potencias aliadas en Occidente y mantener la guerra contra los soviéticos, quizás dentro de una nueva alianza con Londres y Washington, como había pretendido Himmler. Cuando esto se hizo imposible, adoptó la estrategia de ganar tiempo para permitir que la mayor cantidad de civiles y soldados pudieran ser evacuados de los territorios que quedarían bajo ocupación soviética hasta aquellos que estarían, o ya estaban, bajo control del Reino Unido, Francia y Estados Unidos.

A finales de 1944, los alemanes habían capturado durante la Ofensiva de las Ardenas los planes detallados sobre la partición de su propio país pretendida por los aliados en la posguerra, por lo que lo movimientos hacia el oeste ya estaban en marcha.

La necesidad de la evacuación no se basaba sólo en consideraciones ideológicas, es decir en el rechazo total al comunismo soviético y la identificación con ciertos valores de Europa Occidental. Los líderes nazis sabían que los soviéticos, y en especial rusos, bielorrusos y ucranianos, buscarían venganza por las numerosas atrocidades que las tropas alemanes habían cometido durante su invasión de la URSS en 1941, y que esa venganza sería sufrida principalmente por lo civiles.

Así, Dönitz reforzó la Operación Hannibal, la evacuación de civiles y soldados a través del Mar Báltico que estaba en marcha desde enero, y el 3 de mayo envió una delegación a reunirse con los aliados occidentales en Lüneburg, recién capturada por los británicos. Les ofreció la rendición parcial (excluyendo a la URSS), y ésta fue rechazada.


Tropas alemanas empantanadas en algún punto de Rusia durante la Segunda Guerra Mundial

Ese mismo día, sin embargo, las tropas alemanas que aún resistían en Italia se rindieron por su cuenta, y lo mismo hicieron las unidades en Bavaria el 4 de mayo. La rendiciones fueron aceptadas porque se trataba de unidades militares, no del gobierno.

Envalentonado, el gobierno de Flensburg solicitó una segunda reunión con el Comando Central de la Fuerza Expedicionaria Aliada (SHAEF), que tenía su cuartel general en Reims, Francia.

Dönitz envió al almirante Hans-Georg von Friedeburg, nuevo jefe de la Marina, y al general Alfred Jodl a negociar, nuevamente, una rendición parcial que excluyera a la URSS. A esta altura ya no había esperanzas entre los nazis de obtener estos términos, pero la nueva orden era dilatar los diálogos todo lo posible para permitir que la Operación Hannibal fuera completada.

Pero Eisenhower, el comandante supremo de la SHAEF, no sólo rechazó esta iniciativa, también amenazó con impedir el ingreso adicional de civiles y soldados a la zona controlada por los aliados occidentales, el objetivo de Hannibal, si no se aceptaba la rendición total e incondicional, un compromiso que los líderes del Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Soviética habían acordado en la conferencia de Yalta.

Finalmente, la rendición

Dönitz finalmente comprendió que la situación había llegado a su final, y el 7 de mayo ordenó a Jodl la firma del documento de rendición total de Alemania en todos los frentes, como pretendían los aliados y la URSS. Entraría en vigor el 8 de mayo, pero los soviéticos consideraron a la firma nula, por ocurrir sin su presencia y sólo ante el comando de la SHAEF en Reims, y exigieron firmar un documento similar el 8 de mayo en Karlshorst, Berlín. Allí el encargado de rubricar el instrumento fue el general Wilhelm Keitel, del lado alemán, y el mariscal Gyorgy Zhukov, del bando soviético.

Finalmente el 9 de mayo, con ambos documentos firmados, Dönitz dio la orden de rendición a todas las fuerzas alemanas.


El general Alfred Jodl, comandante del Alto Mando de las Fuerzas Armadas de Alemania, firma la rendición incondicional el 7 de mayo de 1945 en Reims, Francia


Un día después el general Wilhelm Keitel firma un documento similar en Berlín

Los días siguientes fueron de enorme caos y de crecientes divisiones entre los aliados victoriosos. El almirante había logrado proyectar una imagen de gobierno sólido, el único capaz de mantener la disciplina de las tropas desmovilizadas y proveer alimentos y carbón a la población civil que empezaba a brotar de las ruinas de las ciudades.

Hasta el mismo primer ministro británico, Winston Churchill, apoyaba esta idea, temeroso de que la hambruna provocara agitación y violencia en el país derrotado, y confiando en la voluntad afirmada por Dönitz de ejecutar a rajatabla todas las disposiciones de las potencias victoriosas para con Alemania.

Pero muchos en su gobierno estaban más preocupados por los efectos políicos de dar apoyo a un gobierno de jerarcas nazis, aunque no fueran los más importantes del régimen, y había una serie de acusaciones por crímenes de guerra que pronto caerían sobre Dönitz.

Para los soviéticos, la popularidad que había logrado el almirante en Occidente era incomprensible y desde el inicio del proceso manifestaron su negativa a aceptar la legitimidad de cualquier gobierno surgido del nazismo. Incluso insistieron en que la firma de la rendición debía hacerse con el Alto Mando Militar alemán, y no con un gobierno designado por Hitler. La rúbrica de Dönitz no podía figurar en los instrumentos, y así fue.

Había otras razones. Poco después de la derrota alemana Moscú organizó la llegada a su zona de ocupación en Alemania de Wilhelm Pieck y Walter Ulbricht, alemanes comunistas que habían pasado la Segunda Guerra Mundial exiliados en la URSS y que tendrían la misión de conformar un nuevo gobierno de inspiración soviética en el país, lo que llegaría a ser la República Democrática.


Dönitz al momento de ser arrestado por las fuerzas británicas, el 23 de mayo de 1945. Su "gobierno de Flensburg" había durado apenas 23 días

Estados Unidos, por su parte, intentó mantener el equilibrio entre las dos posturas y priorizar la salud de la alianza con los soviéticos. Luego de que una comisión de asesores políticos enviados a Flensburg concluyera que el gobierno de Dönitz no ofrecía ninguna ventaja real y aparentaba más de lo que era, Eisenhower acordó con el Mariscal Georgy Zhukov URSS que éste sería disuelto.

Y así, aunque el gobierno de Flensburg continuó operativo, administrando la rendición y los asuntos del país durante 23 días, el 23 de mayo las fuerzas británicas arrestaron a sus miembros.

Dönitz permaneció como prisionero de guerra hasta el inicio de su proceso durante los juicios de Núremberg, cuando los jerarcas nazis fueron finalmente juzgados por sus atrocidades.

El almirante, sin embargo, no fue acusado de participar del Holocausto ni de la matanza indiscriminada de civiles durante el conflicto. Pero sí fue procesado por violaciones al Derecho Internacional Humanitario, es decir crímenes de guerra, por ordenar el desarrollo de acciones submarinas irrestrictas (durante la cual muchos buques de carga desarmados o pertenecientes a países neutrales fueron hundidos sin previo aviso).

También fue acusado de beneficiarse del trabajo esclavo de 12.000 prisioneros de guerra destinados en astilleros alemanes, y de la “Orden Laconia”, por la cual instruía a los buques alemanes a no rescatar a los tripulantes sobrevivientes del hundimiento de una nave enemiga, debido a la amenaza de ser ellos mismo blancos de ataques. Por todo esto Dönitz fue condenado a 10 años de prisión, una de las sentencias más polémicas de Núremberg, y liberado en 1956.

Estimar las muertes producidas por la Segunda Guerra Mundial, un conflicto cuyas consecuencias en todos los órdenes seguimos sintiendo en la actualidad, sigue siendo una cuestión difícil y controversial. Las proyecciones de los años de posguerra se ubican entre 50 y 60 millones de personas, en su mayoría civiles. Aunque en la actualidad se cree que el número podría estar más cerca de los 80 millones, si se contabilizan muertes provocadas por las hambrunas y enfermedades que provocó el conflicto.

Entre estos figuran cerca de seis millones de judíos y cinco millones de miembros de otras minorías asesinados por los nazis en una compleja red de ghettos, campos de concentración y campos de exterminio, parte de la Solución Final que habían planeado los nazis en sus vorágine asesina.


El documento firmado en Reims el 7 de mayo de 1945

A continuación, el instrumento de rendición firmado por la Alemania Nazi el 7 de mayo en Reims y el 8 de mayo en Berlín:

ACTA DE RENDICIÓN MILITAR
1. Nosotros los que firmamos, actuando con autorización del Alto Mando Alemán, por este documento rendimos incondicionalmente todas las fuerzas de tierra, mar y aire al Comandante Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas y simultáneamente al Alto Mando Soviético que en esta fecha están bajo control alemán.
2. El Alto Mando Alemán inmediatamente ordenará el cese operaciones activas a las 23:01 Hora Europea Central del 8 de Mayo a todas las autoridades militares, navales y aéreas y a permanecer en las posiciones ocupadas en ese momento. Ningún avión ni barco deberán ser barrenados, ni cualquier daño hecho a su casco, maquinaria o equipo. [El texto firmado en Berlín incluye todo tipo de armamento]
3. El Alto Mando Alemán inmediatamente transmitirá las órdenes a los comandantes correspondientes, y se asegurará que se cumplan las órdenes posteriores dictadas por el Comandante Supremo, Fuerza Expedicionaria Aliada y por el Alto Mando Soviético.
4. Este instrumento de rendición se hace sin prejuicio de otro, y será reemplazado por cualquier otro instrumento de rendición impuesto por, o a nombre de, las Naciones Unidas y aplicables a Alemania y a las fuerzas armadas alemanas en su conjunto.
5. En el caso de que el Alto Mando Alemán o cualquiera de sus fuerzas bajo su control fallaran en actuar de acuerdo con esta Acta de Rendición, el Comandante Supremo, las Fuerzas Expedicionarias Aliadas y el Alto Mando Soviético tomaran acciones punitivas o cualquier acción que consideren apropiadas.
[El texto firmado en Berlín aclara que las versiones del instrumento en inglés y ruso son oficiales, no así la traducción al alemán]
Firmado en Reims el 7 de Mayo de 1945
Alfred Jodl, en nombre del Alto Mando Alemán
En presencia de:
Walter Bedell Smith, en nombre del Supremo Comandante de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas
Ivan Susloparov, en nombre del Alto Mando Soviético,
Testigo:
François Sevez, en nombre del Ejército Francés
Firmado en Berlín el 8 de mayor de 1945
Wilhelm Keitel, Hans-Jürgen Stumpff yHans-Georg von Friedeburg, en nombre del Alto Mando Alemán
En presencia de:
Arthur William Tedder, en nombre del Supremo Comandante de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas
Gyorgy Zhukov, en nombre del Alto Mando Soviético
Testigos:
Carl Spaatz, en nombre de la Fuerza Aérea de Estados Unidos
Jean de Lattre de Tassigny, en nombre del Ejército Francés

sábado, 9 de mayo de 2020

GCE: Catalunya investiga tumbas comunes de catalanes en el desembarco en Mallorca

La Generalitat busca ADN de familiares de milicianos enterrados en fosas de Mallorca

La Vanguardia


Centenares de soldados catalanes desaparecieron tras los combates con las tropas franquistas en el “desembarco de Mallorca”, en agosto de 1936 


Preparando el asalto de Mallorca. El capitán Bayo, al mando de la fuerza republicana, acompañado de las autoridades de Mahón al desembarcar del buque hospital "Marques de Comillas" (Fons Brangulí)


La Generalitat busca a familiares vivos de los centenares de milicianos catalanes desaparecidos tras los combates con las tropas franquistas en el “desembarco de Mallorca”, en agosto de 1936, para cotejar su ADN con el de los restos que se hallen en las fosas comunes de la Guerra Civil excavadas en la isla.

Según ha informado el Departamento de Justicia en un comunicado, el proyecto es fruto de un convenio que firmaron en septiembre de 2018 la Generalitat y el Govern de las Islas Baleares para colaborar en la búsqueda de personas desaparecidas durante la Guerra Civil y el franquismo.

Recuperar Mallorca
El objetivo es localizar en las fosas comunes a las víctimas del desembarco, en el que participaron 8.000 milicianos

El objetivo del proyecto es localizar en las fosas comunes a las víctimas del desembarco, una expedición republicana que Catalunya impulsó en 1936 para tratar de recuperar la isla de Mallorca, que estaba en manos de las tropas franquistas, y de la que formaban parte 8.000 milicianos catalanes.

La expedición se zanjó con la derrota de las tropas republicanas, que acabaron retirándose dejando tras de sí centenares de muertos, la mayoría de ellos milicianos catalanes que fueron enterrados en una fosa común de Sa Coma, en Sant Llorenç de Cardassar, en otras diseminadas por el levante de la isla o lanzados al mar.

En 1936
La expedición se zanjó con la derrota de las tropas republicanas, que acabaron retirándose dejando

La Dirección General de Memoria Histórica de la Generalitat está tratando de localizar a familiares de esos milicianos para pedirles muestras de ADN, por lo que se ha puesto en contacto con los municipios de donde procedían los desaparecidos que han podido ser documentados.

Por el momento, son 192 las víctimas desaparecidas tras el “desembarco de Mallorca” cuya identidad y datos biográficos se conocen, gracias a la lista confeccionada por los historiadores Jordi Oliva y Gonzalo Berger, que han llevado a cabo trabajos de investigación sobre la contienda.
Datos

Son 192 las víctimas desaparecidas tras el “desembarco de Mallorca” cuya identidad y biografía se conocen

El objetivo del proyecto es incorporar muestras de ADN de los parientes vivos de los milicianos desaparecidos al programa de identificación genética y poder cruzarlas con las de los restos mortales que se hallen en las fosas comunes excavadas.

Si los familiares aceptan someterse a pruebas de ADN, deberán inscribirse en el censo de personas desaparecidas de la Generalitat y, posteriormente, el Hospital Vall d’Hebron los citará para extraerles una muestra.

Si los familiares aceptan someterse a pruebas, deberán inscribirse en el censo de personas desaparecidas

Por su parte, el Gobierno balear está trabajando sobre la viabilidad de excavar las fosas, que podrían encontrarse en precario estado por las actuaciones urbanísticas, los saqueos o los temporales, y será la Generalitat la que se encargue de identificar los restos mortales que se localicen.

En declaraciones a la prensa, la consellera de Justicia ha hecho un llamamiento a los familiares de las víctimas del “desembarco de Mallorca” para que se acojan al programa de identificación genética de la Generalitat.