Pilotos rebeldes en Uruguay
Estos pilotos fueron fotografiados luego de bombardear la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955; una operación realizada con el objetivo de matar al presidente Gral. Juan Perón, considerado un dictador fascista por una oposición políticamente perseguida dentro de un sistema política asfixiante enfocado en el culto a la personalidad. Estos pilotos operaron Gloster Meteor de la Fuerza Aérea y North American AT-6 Texans y Beechcraft AT-11 de la Aviación Naval Argentina para bombardear la Casa Rosada (casa de gobierno) frente a la Plaza de Mayo en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Habiendo sido alertado del ataque Perón se había movido a otro edificio pero no dando aviso a la población general. De todos modos, las bombas no fueron precisas y sólo produjeron un masacre en la población civil de aproximadamente 350 muertos.
Los pilotos luego siguieron camino hacia Uruguay y aterrizaron en Carrasco, pidiendo y siéndoles otorgado asilo político. Allí los encontró un fotógrafo de la revista Life. Este intento de golpe de Estado fue el último antes de la Revolución Libertadora, casi el mismo día en Septiembre de ese mismo año.
Con errores y todo, estos hombres enfrentaron a un régimen populista y fascista del único que habían sido instruidos, no a través de la acción diplomática ni política, sino a través de las armas.
jueves, 17 de junio de 2021
miércoles, 16 de junio de 2021
Revolución Libertadora: Eterno agradecimiento al pueblo uruguayo
Eterno agradecimiento
Uruguay: el pacto que salvó a los aviadores prófugos
Noventa aviadores militares argentinos esperaron en Uruguay la caída del general Juan Domingo Perón. La espera comenzó el 16 de junio de 1955, cuando tras los bombardeos a la Plaza de Mayo y la Casa Rosada 28 aviones aterrizaron en Montevideo y otros cuatro en Colonia. Aquí se revelan algunos detalles de la intimidad de ese tramo de historia argentina. En el ataque se estima que hubo 364 muertos y más de 800 heridos. Ayer, Clarín reveló documentos secretos sobre los personajes responsables de la tragedia.
Clarín
Mientras todavía giraban las últimas turbinas de los 32 aviones argentinos que habían participado del bombardeo de la Casa Rosada y la Plaza, el presidente Luis Batlle reunía al consejo de gobierno y resolvía otorgar asilo a los 90 oficiales que venían a bordo. Fue un pacto no escrito, pero sostenido en el enfrentamiento entre el gobierno uruguayo y el argentino, fundado en profundas diferencias económicas e ideológicas.
Ese enfrentamiento entre Batlle y Perón se manifiesta en las palabras de uno de los aviadores que llegó al Uruguay: el capitán de fragata (aviador) Néstor Noriega, quien era jefe de la Base Aeronaval de Punta Indio recordaría: "Una semana después me recibió el presidente Batlle Berres. Yo quería agradecerle todo lo que había hecho por nosotros. El presidente me recibe, me abraza, prácticamente se pone a llorar y me dice: 'vea, no se imagina lo que he rogado para que saliera bien esto y mataran al atorrante ese que nos tiene al Uruguay bajo el zapato'. Los uruguayos iban a vender carne a Holanda a 1,50 dólares. Entonces Perón agarraba y decía: 'A Holanda se la mandamos a 1,25'".
Los últimos aviones aterrizaron a las seis de la tarde. En Montevideo llegaron a la base aérea militar N° 1, junto al aeropuerto de Carrasco, donde se impuso un férreo control para evitar el ingreso de civiles, en particular, de periodistas y reporteros gráficos. De los 32 aviones que se refugiaron en suelo uruguayo, 28 aterrizaron directamente en la base aérea militar Nø1, y los otros cuatro en Colonia. El hecho de que en allí aterrizaran en un aeropuerto civil, permitió rastrear la identidad de los aviadores.
El primero en llegar, sobre las cuatro y media de la tarde, fue el 3B6 piloteado por el teniente de fragata Alfredo Eustaquio, con los tenientes de corbeta Hugo Albanel y Lagos Martínez, y el guardiamarina Miguel Ángel Londoni. Las radios uruguayas ya hacía 3 horas que contaban lo que ocurría en Buenos Aires.
Poco después llegó el 3A29, que venía únicamente con el piloto, el teniente de corbeta Máximo Rivero Kelly, ex número dos de la Armada durante el gobierno de Raúl Alfonsín. La tercera máquina llegó piloteada por el te niente de navío Eduardo Velarde, con el teniente de fragata Rafael Checachile como copiloto.
A las seis menos cuarto de la tarde, un Gloster Meteor sobrevoló Colonia pero siguió a Carmelo, a unos 10 kilómetros. Iba tripulado por el teniente de navío Armando David Yeannet, de 25 años. Se estrelló en el agua. El bullicio despertó la atención de los vecinos, que corrieron a la costa. Cuando vieron lo que ocurría, un lugareño no dudó en arrojarse vestido como estaba, para socorrer al aviador. Yeannet fue trasladado a un sanatorio, donde le practicaron las primeras curas, y puesto a disposición de los mandos militares locales.
Los que llegaron a Colonia fueron trasladados esa misma noche a Montevideo, y reunidos con sus colegas. Aunque se les había prohibido hablar, uno de los oficiales se aproximó a los periodistas, antes de subir al ómnibus que lo llevaría a Montevideo, abrió sus brazos, y dijo: "nos traicionaron". No agregó más nada.
El celo dispuesto por el gobierno uruguayo para controlar a los aviadores argentinos, parecía centrado en mantener en reserva sus identidades. Una vez reunidos en el grupo de artillería Nø 5, en la calle Burgues, se procedió a proporcionarle a todos ropas civiles de buena calidad, con variedad para tiempo seco y húmedo, documentos de identidad uruguayos, y hasta algunos pesos a quienes nada tenían, para que se ambientaran a sus primeros días en Uruguay. Luego se les otorgó libertad plena dentro del territorio uruguayo. En septiembre, cuando Perón fue derrocado, todos volvieron a Argentina.
A Uruguay llegaron ocho aparatos de dos turbinas Gloster Meteor, dos cuatrimotores Douglas DC4, cinco bombarderos bimotores C47, tres bimotores Beechcrafp AT11 de observación y entrenamiento, 11 monomotores AT6, y tres anfibios bimotores Catalina, uno de los cuales, el primero en llegar, había sido equipado con dos bombas que no había lanzado. Los asilados argentinos se incorporaron rápidamente a la vida de Montevideo, cuyos habitantes tenían posición mayoritaria tomada en contra del gobierno del presidente Juan Domingo Perón. La diáspora argentina antiperonista se había iniciado dos años antes. Los exiliados habían sobrevivido en Uruguay como podían. Un grupo de ellos reunió el dinero, y abrió una librería en 18 de Julio y Plaza de Cagancha, pleno centro de la ciudad, donde asistían a los que tenían más dificultades.
La influencia ideológica de los asilados y exiliados se hacía sentir en las habituales peñas que se realizaban en los bares y confiterías del centro de Montevideo, y en Pocitos. Alberto Methol Ferré, hoy docente de historia en Montevideo y Argentina, un intelectual de cuño católico, se había convertido en un ferviente peronista "desde el 17 de octubre de 1945", confesó a Clarín. Methol era habitual animador de las peñas que se realizaban en Montevideo, porque invariablemente era el único que defendía las ideas de Perón. "Era horrible" la hostilidad que sentía de sus compatriotas por defender esas ideas en 1955, confesó Methol.
Daniel Castagnin, hoy abogado jubilado, realizaba el servicio militar voluntario para la reserva cuando se sucedieron los episodios de 1955 en Argentina, y rápidamente tomó partido por los rebeldes. "Pero después que se fueron los asilados, y los exiliados antiperonistas, el Uruguay se pobló de exiliados y asilados peronistas, lo que me permitió conocer la otra cara de la moneda", contó a Clarín.
martes, 15 de junio de 2021
lunes, 14 de junio de 2021
Guerra de Secesión: El rol del espionaje en el conflicto (2/2)
Espionaje de la Guerra Civil Estadounidense
Parte I || Parte IIW&W
Allan Pinkerton, en el extremo izquierdo, frustró un complot para matar a Lincoln.
Lewis trató de actuar con calma, insistiendo en que era un amigo de Webster que llamaba para ver cómo le estaba yendo. Después de que el hijo del senador diera una identificación positiva a los dos Pinkerton, cuyos nombres ya eran conocidos por los confederados, Lewis trató de escapar la noche del 16 de marzo, después de haber llenado las rejas de las ventanas de la prisión. Desafortunadamente, Lewis fue recogido a 20 millas (32 km) de Richmond en la carretera de Fredericksburg. Fue devuelto a la cárcel y encadenado.
El 1 de abril, Scully y Lewis fueron declarados culpables de espionaje y condenados a la horca cuatro días después. Lewis tenía una última carta que jugar. La Confederación estaba tratando de ganarse el reconocimiento de Gran Bretaña y él y Scully todavía eran súbditos de la reina Victoria. Lewis entregó al capellán de la prisión una carta para el cónsul británico, pidiendo la protección de la Corona. Aunque el cónsul llegó y prometió ayudar, Scully estaba cerca del punto de ruptura. Disolviéndose en lágrimas, Scully admitió que le había escrito a Winder y, si le perdonaban, revelaría todo lo que sabía. Este curso de acción se confirmó cuando los guardias sacaron a Lewis de la celda para que Scully no fuera influenciada por él.
No mucho después, Lewis vio llegar un carruaje a la prisión y se horrorizó al ver que Webster y Lawton eran llevados cautivos. Scully los había traicionado. Con la esperanza de ser ejecutado a las 11.00 de la mañana del 4 de abril, le dijeron a Lewis que el presidente Davis había retrasado la ejecución durante dos semanas. Esto fue para permitir un juicio, con Scully y Lewis llamados como testigos contra Webster. Los confederados estaban furiosos porque se habían dejado engañar por Webster y querían una venganza rápida. Mientras Scully derramaba los frijoles, Lewis hizo todo lo posible por proteger a Webster. El juicio fue una conclusión inevitable. Webster, cada vez más frágil, fue condenado a muerte a toda prisa, no fuera que Webster muriera primero a causa de su enfermedad. Lawton fue condenado a un año de prisión como su cómplice, mientras que Scully y Pryce Lewis se salvaron de la horca como súbditos británicos.
Cuando Pinkerton se enteró del juicio por un periódico sureño, estaba fuera de sí por la angustia. El asunto llegó hasta Lincoln, quien escribió al presidente Davies señalando que los espías confederados no habían sido ejecutados en el norte. Con esto vino la amenaza obvia: si Webster era ejecutado, los espías del sur podían esperar el mismo trato. Las súplicas no fueron escuchadas y Webster recibió una ejecución pública. Sin un verdugo adecuado, se necesitaron dos intentos para colgarlo. En el primer intento, la soga estaba demasiado suelta y terminó alrededor de la cintura de Webster y en el segundo intento, estaba tan apretada que casi lo estrangula antes de que se soltara la trampilla.
La pérdida de Webster pareció marcar el comienzo del fin de Pinkerton como jefe del servicio secreto. Como general, McClellan fue muy criticado por ser demasiado cauteloso. Una de las principales razones dadas para esta precaución fueron los errores de Pinkerton al informar sobre el orden de batalla confederado, que constantemente exageraba en exceso. En marzo de 1862, McClellan avanzó con 85.000 soldados contra Richmond. Al encontrar resistencia en Yorktown, McClellan se detuvo rápidamente y se estableció para un asedio de un mes. Contra él no había más de 17.000 soldados, pero la inteligencia de Pinkerton era defectuosa. Durante el curso del asedio, los confederados recibieron refuerzos, lo que elevó su fuerza a 60.000 hombres. Al mismo tiempo, las fuerzas de McClellan crecieron a 112.000 efectivos, pero aún creía que los confederados tenían el doble de tropas que en el caso. Cuando McClellan finalmente se abrió paso y reanudó su avance sobre Richmond, el ejército confederado fue reforzado por el general "Stonewall" Jackson. Su fuerza real estaba en la región de 80.000 hombres: Pinkerton informó que eran 200.000 y McClellan decidió retirarse.
El 5 de noviembre, Lincoln reemplazó a McClellan y, al hacerlo, puso fin a la participación activa de Pinkerton en la guerra. La culpa del detective no fue la incapacidad de reunir información, sino su apreciación de la misma. Como Landrieux había escrito sobre su tiempo en Italia, el jefe de un servicio secreto militar tenía que ser un soldado porque un policía civil "no entendería casi nada". Pinkerton era una prueba viviente de ello. Había tenido éxito en el contraespionaje, que era sobre todo trabajo policial, pero se estaba de acuerdo en que Pinkerton era un fracaso abyecto con la inteligencia militar. Este fracaso también resultó, a la larga, muy malo para los negocios. Washington declinó cualquier responsabilidad por los gastos de Pinkerton, argumentando que era el empleado privado del general McClellan. Fue reemplazado por una Oficina del Servicio Secreto bajo Lafayette Baker (1826-1868), quien fue nombrado por el Secretario de Guerra Stanton.
Antes de esta asignación, como Webster, Lafayette Baker había estado trabajando como espía detrás de las líneas enemigas. Su modus operandi fue hacerse pasar por un fotógrafo itinerante, lo que hizo con aplomo, a pesar de que su cámara estaba rota y sin película. En sus viajes conoció a Jefferson Davies y entrevistó al general Beauregard. Finalmente, se sorprendió en Fredericksburg cuando una chispa inquisitiva se preguntó por qué era el único fotógrafo que nunca tenía fotografías con él. La plantilla estaba lista y Baker escapó de regreso a las líneas de la Unión.
Quizás el ejemplo más significativo de espionaje militar en la guerra se produjo durante el período previo a la batalla de Gettysburg (1-3 de julio de 1863), la batalla más grande jamás librada en suelo estadounidense. En resumen, el general confederado Robert E. Lee había invadido la Unión con el ejército de 75.000 efectivos del norte de Virginia. Mientras avanzaba a lo largo del valle de Shenandoah hacia Harrisburg, Pensilvania, Lee dependía de una pantalla de caballería para proteger su marcha. Bajo el mando del general J. E. B. Stuart, la caballería confederada salió a atacar, dejando a Lee y a todo el ejército ciego. Mientras Lee esperaba en vano noticias de Stuart, el comandante del I Cuerpo, el general James Longstreet, envió un espía para lograr lo que Stuart no había logrado.
Este espía fue identificado por Longstreet en sus memorias como un explorador llamado sólo como "Harrisson". No fue hasta la década de 1980 que finalmente se lo identificó como Henry Thomas Harrison (1832-1923), un nativo de Nashville, Tennessee. En 1861, Harrison se unió a la Milicia del Estado de Mississippi como soldado raso y, a menudo, fue empleado como explorador. En febrero de 1863 llegó a la notificación del Secretario de Guerra de la CSA, James Seddon, quien lo llevó a Richmond y lo contrató como espía. En marzo, Seddon envió a Harrison y a varios otros vestidos de civil al general Longstreet, recomendándole que los usara como exploradores. Para probarlos, Longstreet los envió en misiones, incluida la búsqueda de un pasaje a través de los pantanos en dirección a Norfolk. De los enviados, Harrison fue calificado como "un explorador activo, inteligente y emprendedor" y fue retenido al servicio de Longstreet.
Vale la pena señalar aquí que, aunque Longstreet se refiere cortésmente a Harrison como un "explorador", estaba vestido de civil, lo que lo convierte en un espía a los ojos de la ley. Como es tan común en la historia del espionaje, se desconfiaba de los espías y se pensaba que eran traidores dobles, que le daban al enemigo tanta información como recibían de ellos. Incluso Longstreet fue cauteloso al tratar con Harrison para que no lo traicionaran. Cuando envió a Harrison para que fuera a Washington y recabara toda la información de inteligencia posible, no respondió a la pregunta de Harrison sobre a dónde debía presentarse una vez cumplida la misión. En una versión de la conversación, Longstreet le dijo a Harrison que el cuartel general del I Cuerpo era lo suficientemente grande como para que cualquier hombre inteligente pudiera encontrarlo. En otra versión, dada por el jefe de personal de Longstreet, Gilbert Moxley Sorrel, el general dice: "Con el ejército; Estaré seguro de estar con él. '' Irónicamente, Sorrel notó que tal precaución era innecesaria ya que Harrison `` sabía prácticamente todo lo que estaba pasando ''.
Según Sorrel, las instrucciones de Harrison eran avanzar hacia las líneas enemigas y permanecer allí hasta finales de junio, trayendo tanta información como pudiera. Regresó la noche del 28 de junio y encontró la sede de Longstreet en Chambersburg, Pensilvania. "Sucio y desgastado por el viaje", había sido arrestado cuando intentaba cruzar las líneas de piquete confederadas y el guardia preboste lo llevó al campamento de Longstreet. Sorrel lo reconoció y lo interrogó de inmediato. El informe de Harrison era largo y, como probarían los hechos, completamente exacto. Explicó cómo el Ejército de la Unión del Potomac había abandonado Virginia y había comenzado a perseguir a Lee en gran número. Se habían identificado dos cuerpos federales a unas 50 millas (80 km) de distancia en Frederick y George Meade había sido puesto recientemente al mando del ejército, en lugar del general Hooker. Al reconocer la importancia del informe, Sorrel llevó a Harrison a Longstreet y lo despertó. Al escuchar la noticia, Longstreet no perdió tiempo en enviar a Harrison directamente al campamento del general Lee con uno de sus oficiales de estado mayor, el mayor John W. Fairfax.
Al llegar a la tienda de Lee, Fairfax entró y anunció que uno de los exploradores de Longstreet había llegado con información de que el ejército de la Unión había cruzado el Potomac y marchaba hacia el norte. Lee se había pasado el día preocupado por la falta de comunicación de Stuart y el informe de Fairfax parece haberlo sorprendido. `` ¿Qué piensas de Harrison? '' Preguntó Lee. `` General Lee '', respondió Fairfax, `` no pienso mucho en ningún explorador, pero el general Longstreet piensa mucho en Harrison ''. `` No sé qué hacer '', fue la respuesta contundente de Lee después de un momento de reflexión. No tengo noticias del general Stuart, el ojo del ejército. Puedes recuperar a Harrison ".
Más tarde esa noche, después de absorber el impacto de que estaba en grave peligro por una fuerza desconocida, Lee envió a buscar a Harrison. En lo que debió haber sido una larga entrevista, Lee escuchó pacientemente el informe completo de Harrison: cómo había dejado Longstreet en Culpeper y se había ido a la capital de Union, Washington, donde había escuchado chismes en las tabernas. Al oír que el ejército de la Unión había cruzado el Potomac en busca de Lee, Harrison recordó cómo partió hacia Frederick, mezclándose con los soldados durante el día y moviéndose a pie por la noche. En Frederick había identificado dos cuerpos de infantería y había oído hablar de un tercero cercano, que no había podido localizar. Al enterarse de que el ejército de Lee estaba en Chambersburg, encontró un caballo y se apresuró a regresar para revelar la posición del ejército de la Unión. En el camino, se enteró de que al menos otros dos cuerpos se encontraban en las cercanías y que el general Meade había tomado el control del ejército.
Sin otra opción que creerle a Harrison, Lee dio la orden de concentrarse en dirección a Gettysburg. Muchos aplauden a Harrison por salvar al ejército confederado de ser atacado por la retaguardia, pero irónicamente, al hacerlo, también lo llevó al desastre. En contra del consejo de Longstreet, después de encontrarse inesperadamente con elementos líderes del ejército federal en Gettysburg, Lee atacó a Meade durante tres días de lucha confusa y encarnizada. La batalla fue una gran derrota para la Confederación, perdiendo hombres y comandantes que no podía permitirse reemplazar. Al final, Lee se vio obligado a retroceder a través del Potomac.
Más tarde ese mismo año, Harrison obtuvo permiso para regresar a Richmond. Antes de dejar la sede, le dijo a Sorrel que aparecería en el escenario en el papel de Cassio, en Otelo de Shakespeare. Cuando Sorrel le preguntó a Harrison si era actor, el espía le explicó que no, pero que estaba haciendo la actuación para ganar una apuesta de 50 dólares. Sorrel vio la actuación - Cassio era inconfundiblemente Harrison - y notó que todo el elenco parecía bastante borracho. Aunque quizás solo sea una diversión inofensiva, Sorrel decidió investigar más de cerca las indulgencias de Harrison. Cuando descubrió que Harrison tenía fama de beber en exceso y jugar, Sorrel concluyó que no era seguro trabajar como espía. Harrison fue despedido del servicio de Longstreet en septiembre y enviado de regreso al Secretario de Guerra.
La Guerra Civil estadounidense fue notable por la cantidad de agentes femeninas en ambos lados. Ya hemos visto a Rose Greenhow, Kate Warne y Carrie Lawton. A estos hay que añadir "la belle rebelle" Belle Boyd (1844-1900), quien a los 17 años disparó a un soldado federal exuberante en la puerta de su casa cuando intentaba izar la bandera de la Unión sobre su casa de Virginia. Durante la campaña de Shenadoah Valley de 1862, Boyd corrió a través de un campo de batalla para entregar inteligencia vital a 'Stonewall' Jackson. Estaba tan impresionado con sus hazañas que nombró a Boyd capitán y ayudante de campo honorario en su estado mayor. Más tarde, Boyd viajó a Gran Bretaña, donde su autobiografía se convirtió en un éxito de ventas.
Sarah Emma Edmonds (1842-1898) se alistó en el ejército de la Unión con el nombre de Frank Thompson. Como voluntaria para una misión detrás de las líneas enemigas en Yorktown, Edmonds logró la entrada a los campamentos confederados cerca de Yorktown, Virginia, disfrazada de esclava afroamericana, después de comprar una peluca de "lana negra" y teñirse la piel con nitrato de plata.
Se le asignó trabajar en la construcción de las murallas confederadas frente a la posición de McClellan y observó cómo los troncos se pintaban de negro para que parecieran armas. Desafortunadamente, el trabajo pesado pasó factura al disfraz de Edmonds. Cuando empezó a sudar, el nitrato de plata empezó a desvanecerse. Cuenta la leyenda popular que un esclavo notó que la piel de Edmonds se estaba volviendo más pálida y señaló esto. Edmonds respondió con frialdad que siempre esperaba convertirse en blanca algún día, ya que su madre era una mujer blanca. Aparentemente, esta excusa fue aceptada. En el segundo día de su misión, Edmonds fue enviado al piquete confederado para reemplazar a un soldado muerto. Desde allí escapó a Union Lines.
Pauline Cushman (1833-1893) también merece una mención honorífica. Actriz de Nueva Orleans, Cushman siguió al ejército confederado "buscando a su hermano", pero en realidad espiando para el norte. Fue capturada y sentenciada a la horca, pero fue rescatada por las tropas de la Unión en el último momento. El presidente Lincoln la nombró mayor honoraria. También fue de gran utilidad la esclava liberada Mary Touvestre, que era ama de llaves de un ingeniero confederado en Norfolk, Virginia. Ella robó un conjunto de planos para el primer buque de guerra acorazado confederado y los llevó a salvo a Washington.
Pero de todas las agentes femeninas, incluida Greenhow, la elección del conocedor debe ser Elizabeth Van Lew (1818-1900). De una familia del norte asentada en Richmond, Van Lew no se aferró a la forma de vida sureña. Cuando su padre murió, usó su herencia para liberar a los esclavos de la familia, un acto que le valió una reputación entre la educada sociedad sureña como algo excéntrico.
Después de la llegada a Richmond de los soldados de la Unión hechos prisioneros en Bull Run, Van Lew obtuvo un pase del general Winder para visitarlos. Mientras les proporcionaba alimentos, medicinas y ropa, Van Lew comenzó a recopilar mensajes de los prisioneros, que había llevado de contrabando a sus hogares. Este simple acto de generosidad pronto se convirtió en una red de espionaje, conocida como Richmond Underground. Esta compuesta por una elaborada red de espías, mensajeros y rutas de escape para los presos que ayudó a escapar de la prisión. A modo de ejemplo, en 1864 Van Lew fue responsable de la fuga de 109 prisioneros, la mitad de los cuales se alojó en su casa mientras esperaba que la llevaran de contrabando al norte. Por supuesto, Winder no ignoraba del todo las actividades de Van Lew. Desde 1862 la tuvo bajo vigilancia, pero sin éxito. Van Lew, consciente de que la estaban observando, comenzó a actuar de manera muy extraña, confirmando las sospechas de que estaba desequilibrada, si no realmente loca.
La red de espías de Van Lew se centró en una de las ex esclavas de su familia, Mary Elizabeth Bowser. Al comienzo de la guerra, Van Lew obtuvo el empleo de Bowser como sirviente en la casa del presidente confederado. Como sirvienta afroamericana, los invitados del presidente la ignoraron y no sospecharon que Bowser estaba escuchando cuidadosamente sus conversaciones o leyendo documentos en el escritorio de Jefferson mientras realizaba sus tareas del hogar. Para recopilar informes de Bowser, Van Lew reclutó a un panadero local que hacía entregas a la "Casa Blanca" confederada. El panadero recogió los mensajes para Van Lew, quien los cifró y se los pasó a un anciano, otro ex esclavo, que los llevó al General Grant de la Unión, escondido en sus zapatos. Una vez más, debido a que el hombre era visto como un esclavo, pasó desapercibido bajo los auspicios de llevar flores.
En 1864, Winder hizo otro intento de atrapar a Van Lew con las manos en la masa. Ordenó que las tropas registraran su propiedad, que no encontraron nada, a pesar de que había prisioneros escondidos en una habitación secreta en el tercer piso. Después de la redada, Van Lew sufrió un espasmo de apoplejía en la oficina de Winder, declaró que no era un caballero y le obligó a disculparse. Unos pocos meses después, la guerra terminó y el general Grant hizo un especial hincapié en visitar a Van Lew, agradeciéndole la excelente información de inteligencia que había recibido de Richmond. Como era de esperar, los vecinos de Van Lew estaban menos que complacidos de conocer el alcance total de su traición. 'Crazy Bet' pasó los siguientes 35 años de su vida despreciada como una paria y una traidora.
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