lunes, 20 de enero de 2025

Chile: Los fusilamientos de la guardia de Allende

 

Pinochet: "A estos huevones me los fusilan a todos"

Miembros de la custodia de Allende fueron de los primeros fusilados por la represión que marcó los 17 años de dictadura.

La Nueva Tribuna

Junta militar de Pinochet

Javier M. González | @jgonzalezok |
Gabriela Máximo | @gab2301


Poco después del mediodía del 11 de septiembre de 1973, el Palacio presidencial de La Moneda ardía en llamas bajo el bombardeo aéreo de los militares golpistas, cuando un grupo de hombres abandonó el edificio y se rindió. Eran los integrantes del GAP -Grupo de Amigos del Presidente, encargados de la seguridad personal de Salvador Allende-, agentes de la Policía de Investigaciones (PDI) y algunos asesores que acompañaban al presidente chileno en las horas finales del ataque al Palacio. Los hombres fueron llevados al Regimiento Tacna, brutalmente torturados y dos días después enviados en camiones al campo militar de Peldehue, donde fueron sumariamente ejecutados. Simultáneamente, por todo Chile los militares llevaban a cabo una cacería implacable a los seguidores del gobierno socialista depuesto. Allende estaba muerto y centenares de sus partidarios morirían en los próximos días. El régimen militar que se instauraba en Chile por 17 años estaría marcado por la brutalidad y por la práctica de ejecuciones sumarias, teniendo a los GAP entre sus primeras víctimas.

El país estaba bajo estado de sitio. Millares de chilenos eran llevados a campos de prisioneros improvisados. Eran tantos que once estadios de fútbol fueron convertidos en prisión y centros de tortura. El bando número 1 de los militares decía que cualquier “acto de sabotaje” sería castigado “en la forma más drástica en el lugar mismo de los hechos”. Los comandantes y jefes de zona estaban autorizados a realizar consejos de guerra y aplicar la Ley de Fuga para justificar las ejecuciones.

Las embajadas extranjeras estaban llenas de perseguidos que intentaban obtener asilo político y escapar a la prisión y la muerte. Miles buscaron protección de diversos organismos internacionales y otros optaron por abandonar el país clandestinamente.

Cinco horas después del inicio del golpe, la Junta Militar emitió el bando número 10. Contenía los nombres de 92 integrantes del gobierno depuesto de la Unidad Popular que deberían presentarse al Ministerio de Defensa antes de las cuatro de la tarde. Luis Maira era uno de ellos. Durante 12 días, el ex coordinador del grupo parlamentario de la UP, entonces con 33 años, se escondió en Santiago, cambiando de dirección cada 24 horas, hasta conseguir asilo en la embajada de México. Allí estuvo por nueve meses con otros 200 chilenos, hasta conseguir partir al exilio.

Cincuenta años después Maira recordó, en declaraciones al diario chileno “La Tercera”, que decidió dejar el país al escuchar el duro pronunciamiento del comandante de la Fuerza Aérea, Gustavo Leigh, por cadena nacional. “Dijo que habían detenido a muchos extremistas, pero que se habían dado cuenta de que las listas no tenían las debidas prioridades, por lo que habían seleccionado a 13 personas, a los dirigentes principales a los que calificó de marxistas antipatriotas. [Deberían] detenerlos para interrogarlos, apremiarlos y castigarlos”, recordó Maira. “Me di cuenta de que ya no tendría muchas posibilidades de sobrevivir”, añadió.

El miedo imperaba en el país. Desde las primeras horas del nuevo régimen, los chilenos tenían noticias de torturas y muertos

El miedo imperaba en el país. Desde las primeras horas del nuevo régimen, los chilenos tenían noticias de torturas y muertos. Y también de delación de ciudadanos, que denunciaban a vecinos, colegas de trabajo, adversarios, que acababan detenidos y muchas veces muertos. Las universidades y los medios de comunicación fueron intervenidos. Se declaró la disolución de todas las organizaciones de trabajadores, campesinas, estudiantiles, culturales, gremiales y deportivas.

Por decreto, los registros electorales fueron quemados, por el motivo obvio de que estaba suspendida la democracia representativa por el voto. La represión era indiscriminada. Parte de la historia de este período está documentada en el impresionante Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en Santiago, fundado en el 2010 para que no sea olvidada (MMDH - Museo de la Memoria y los Derechos Humanos).

Con la vuelta de la democracia, en marzo de 1990, fue creada la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, conocida como Comisión Rettig -por el nombre de su presidente, el jurista Raúl Rettig-, para investigar los crímenes cometidos por la dictadura contra los derechos humanos. Más tarde, otro grupo, la Comisión Valech -por el obispo Sergio Valech- dio continuidad a dicho trabajo.

En los 17 años de dictadura hubo 3.216 personas muertas: 2.129 ejecutadas, 1.087 desaparecidas

Según los informes Rettig (1991) y Valech (2003), ambos actualizados con el tiempo, en los 17 años de dictadura hubo 3.216 personas muertas: 2.129 ejecutadas, 1.087 desaparecidas. El 68,57 % de las detenciones reconocidas por la Comisión Valech ocurrieron entre el 11 de septiembre y el 31 de diciembre de 1973. El número de personas que sufrieron prisión política y/o torturas, fue de casi 40.000. A pesar de la concentración de víctimas en los primeros meses, la práctica de la prisión, tortura y ejecución contra los opositores fue mantenida durante muchos años.

La ejecución de los miembros de seguridad del presidente Allende el día 13 de septiembre de 1973 fue típica de lo que ocurriría en los años siguientes. El episodio fue reconstruido en detalle por Jorge Escalante, en el reportaje “Yo maté a los prisioneros de La Moneda”, publicado en 2002 en el diario “La Nación”. Uno de los periodistas chilenos que más investigó sobre el aparato represivo, Escalante consiguió entrevistar a uno de los militares que participó en la ejecución de los GAP, que relató lo ocurrido.

Después de que llegaron al regimiento Tacna, a poco más de un kilómetro del Palacio de la Moneda, los hombres fueron mantenidos boca abajo, tendidos en el suelo. Durante dos días fueron torturados. El general Pinochet en persona fue hasta el lugar. Uno de los presos, Pablo Zepeda Camilliere, consiguió escapar pues lo trasladaron por error al Estadio Chile. Zepeda, cuenta el periodista, asistió al siguiente diálogo entre Pinochet y el comandante del regimiento, Joaquín Ramirez Pineda.

Pinochet estuvo en el regimiento Tacna observando cómo torturaban a los GAP

Pinochet le pregunta quiénes son los prisioneros. “Estos son los escoltas de Allende, mi general, son los GAP y otros asesores”. Pinochet es directo en la respuesta: “A estos huevones me los fusilan a todos”. El relato coincide con lo que Escalante oyó del coronel Fernando Reveco Valenzuela. Según el coronel “Pinochet estuvo en el regimiento Tacna observando cómo torturaban a los GAP”.

El número de ejecutados en este episodio es incierto, pero de acuerdo con relatos de algunos militares fueron 27 los guardaespaldas, asesores y agentes presos después de rendirse en La Moneda. Todos menos Zepeda fueron llevados en un camión, atados de pies y manos, hasta el campo militar de Peldehue, en las afueras de Santiago. Al llegar al destino se les desataron los pies para que dieran los últimos pasos de su vida. Uno a uno, fueron ejecutados a tiros de ametralladora y lanzados directamente en un pozo seco y profundo, con las manos atadas.

Logo de la DINA.

Los militares volvieron al mismo pozo en 1978 para llevar a cabo otra operación. En aquel año fueron encontrados los cuerpos de 15 campesinos que habían sido presos por una patrulla de carabineros el 8 de octubre de 1973, en la comunidad rural de Isla de Maipo, sin que nunca más aparecieran. Sus restos mortales estaban dentro de unos hornos abandonados de una mina de cal de Lonquén. Era la primera prueba concreta de lo que todos en el país sabían, pero que los militares negaban descaradamente: que el gobierno ejecutaba opositores y que había detenidos-desaparecidos. Fue un doloroso descubrimiento para los familiares de decenas de desaparecidos: sus seres queridos, muy probablemente estaban también muertos.

Para los militares, el momento era de alerta. La aparición de nuevas víctimas de ejecuciones dejaría al régimen vulnerable a las presiones internas y de la comunidad internacional. La orden era hacer desaparecer todos los restos mortales escondidos clandestinamente en Chile. Fue así que, en diciembre de 1978, un vehículo militar se estacionó junto al pozo de Peldehue. Los soldados desenterraron lo que encontraron de los cuerpos de los GAP y otros asesores de Allende ejecutados cinco años antes. En sacos, fueron embarcados en helicópteros Puma y lanzados al mar, bien lejos de la costa en el Océano Pacífico. El procedimiento macabro se repitió en otras tumbas clandestinas por todo el país.

En marzo de 2001, once años después de la redemocratización, fueron realizadas nuevas pesquisas en el pozo de Peldehue por orden judicial. Los peritos encontraron quinientas piezas óseas, lo que permitió identificar a algunos de los ejecutados: tres miembros del GAP, un ingeniero, un sociólogo y un médico psiquiatra.

Manuel Contreras

Al comienzo de la dictadura, la violación sistemática de los derechos humanos fue ejecutada por medio de órganos estatales que ya existían: Fuerzas Armadas, Carabineros y Policía de Investigaciones. Pero pronto otras estructuras fueron creadas especialmente para este fin. En 1974 surgió la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), a cuyo comando estuvo el coronel Manuel Contreras, que respondía directamente a Pinochet. Todos los días Contreras iba a buscar al dictador a su casa y le acompañaba en coche hasta su despacho, momento en el que le informaba detalladamente de sus operaciones. Conocida por su brutalidad, la DINA persiguió de forma implacable a los izquierdistas que estaban en la clandestinidad. Un año después surgió el Comando Conjunto, una organización clandestina que dependía de la Fuerza Aérea y que actuó durante dos años.

En 1977 la DINA fue sustituida por la Central Nacional de Informaciones (CNI), que actuó hasta 1990. La disolución se produjo por presión de los EE.UU., cuando se constató que agentes del órgano estaban involucrados en el asesinato en Washington del excanciller chileno Orlando Letelier. El atentado ocurrió en septiembre de 1976 y en él murió también la americana Ronni Moffitt. Uno de los implicados en el asesinato fue el ciudadano estadunidense Michael Townley, reclutado como agente de la DINA. Townley fue también el asesino del general Carlos Prats, ministro de Defensa de Allende, que murió junto a su mujer en un atentado con bomba en Buenos Aires, en septiembre de 1974.

El rastro de sangre de la Caravana de la Muerte

Uno de los casos más emblemáticos de la barbarie de la dictadura fue conocido como La Caravana de la Muerte, en 1973. Pocos días después del golpe, Pinochet ordenó una operación de caza y eliminación de los partidarios de Allende en todas las regiones del país. El mando de la misión le fue entregado al general Sergio Arellano Stark, que debería revisar los procesos judiciales iniciados inmediatamente después del golpe contra partidarios de la Unidad Popular, y exigir el máximo castigo. El día 30 de septiembre, la comitiva partió al sur de Chile a bordo de un helicóptero militar Puma y recorrió la zona de Puerto Montt. Enseguida partió hacia el norte, entre Arica y La Serena. En cada ciudad en donde se posaba, el Puma de Arellano Stark dejaba un rastro de sangre. La misión concluyó el 22 de octubre. En menos de un mes, La Caravana de la Muerte ejecutó al menos a 72 personas.

En menos de un mes, La Caravana de la Muerte ejecutó al menos a 72 personas

La dinámica de esta operación fue revelada magistralmente por la periodista chilena Patricia Verdugo en su célebre libro Los Zarpazos del Puma, que años más tarde se convirtió en uno de los expedientes acusatorios más importantes sobre los crímenes cometidos por el general Augusto Pinochet y sus cómplices. Una de las muchas paradas de La Caravana de la Muerte fue en la ciudad de La Serena, según relata Patricia Verdugo:

“El helicóptero Puma llegó a La Serena el martes 16 de octubre de 1973, alrededor de las once de la mañana. El comandante del regimiento motorizado de Arica, teniente coronel Ariosto Lapostol Orrego, recibió al general Sergio Arellano en el aeropuerto local y fue notificado de la calidad extraordinaria que ostentaba: Delegado del Comandante en Jefe del Ejército y la Junta Militar de Gobierno (…) Dos jeeps militares con boinas negras se estacionaron frente al recinto carcelario como a las 13 horas y aumentó ostensiblemente la guardia militar frente a la puerta. Quince prisioneros fueron sacados rumbo al regimiento poco antes de las 14 horas. Su salida quedó registrada en el folio número 35 del Libro de Detenidos 1973. Y, como a las 16 horas, se escucharon fuertes y repetidas descargas de metralletas”. Los ejecutados eran todos jóvenes socialistas.

En 2015, el general en la reserva Joaquín Lagos Osorio, comandante militar de la región de Antofagasta en aquella época, haría un tenebroso relato a la fiscalía, aunque con una pequeña discrepancia en el número de presos: “La Comitiva del General Arellano había sacado del lugar de detención a 14 detenidos que estaban en proceso, los había llevado a la quebrada del ‘Way’ y los habían muerto a todos con ráfagas de metralletas y fusiles de repetición; después habían trasladados los cadáveres a la morgue del Hospital de Antofagasta y como ésta era pequeña y no cabían todos los cuerpos, la mayoría estaba afuera. Los cuerpos estaban despedazados, con más o menos 40 tiros cada uno y en estos momentos así permanecían al sol y a la vista de todos cuantos pasaban por ahí. Ordené que armaran sus cuerpos, los médicos militares y del hospital, y avisaran a los familiares y les hicieran entrega de los cuerpos, en la forma más digna y rápida posible”.

En aquel momento el general Arellano y su comitiva ya volaban a bordo del Puma en dirección a Copiapó, donde ejecutaron a otros 14 presos.

En junio de 2023, la Corte Suprema condenó a cuatro militares retirados por la muerte de 12 opositores en la ciudad de Valdivia, dentro de la operación de La Caravana de la Muerte. Entre ellos estuvo el general retirado Santiago Sinclair, de 92 años, que fue brazo derecho de Pinochet en la represión política. A pesar de la edad, cumplirá la pena en la cárcel. El general Arellano murió en 2016, con 94 años, sin pagar por sus crímenes. Llegó a ser condenado en 2008 a seis años de prisión, pero no cumplió su pena por sufrir de Alzheimer.

La periodista Patricia Verdugo vivió su propio drama familiar durante la dictadura. En 1976 su padre fue secuestrado y días después su cuerpo apareció flotando en el río Mapocho, que corta Santiago. El constructor civil Sergio Verdugo Herrera era jefe del Departamento de Abastecimientos de la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales e investigaba un caso de corrupción en la empresa estatal. Para su desgracia, el caso involucraba a militares del nuevo régimen.

Verdugo es también autora de Quemados Vivos, sobre otro caso de gran repercusión. En 1986, cuatro años antes del fin de la dictadura, los chilenos osaban salir a las calles contra el régimen militar. En julio de aquel año, una protesta fue violentamente reprimida por agentes del Ejército en la comuna de Estación Central. Los militares actuaron de forma especialmente cruel contra dos jóvenes: la psicóloga Carmen Gloria Quintana y el fotógrafo Rodrigo Rojas de Negri, que fueron golpeados y tuvieron gran parte de su cuerpo quemado con el combustible que les arrojaron los propios carabineros. Rojas murió y Quintana sobrevivió con graves secuelas.

Un año antes, en marzo de 1985, otro episodio terrible conmovió al país: el Caso de los Degollados. Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino, militantes del entonces proscrito Partido Comunista, fueron secuestrados cuando andaban en diferentes lugares de la capital. Forzados a entrar en vehículos y llevados a un cuartel, fueron torturados y degollados. Sus cuerpos aparecieron cerca del aeropuerto internacional de Santiago.

Otra operación macabra ocurrió en junio de 1987, esta vez contra doce militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Nueve hombres y tres mujeres fueron asesinados por agentes de la Central Nacional de Informaciones con el objetivo de aniquilar la organización, que un año antes había realizado la fracasada tentativa de asesinato contra el general Augusto Pinochet. Se conoció como Operación Albania. Veinte años después, la Justicia condenó a cadena perpetua al ex director de la CNI, Hugo Salas Wenzel, por su participación en el crimen.

Tres meses después, la CNI detuvo a Manuel Sepúlveda Sánchez, Gonzalo Fuenzalida Navarrete, Julio Muños Otárola, Julián Peña Maltés y Alejandro Pinochet Arenas. Fueron acusados del secuestro de un coronel del Ejército. Llevados al cuartel Borgoño -el recinto operativo más importante de la CNI- fueron torturados y recibieron una inyección letal. Los cuerpos fueron amarrados con rieles de ferrocarril y un helicóptero del Ejército los arrojó al mar. Fueron considerados los últimos detenidos-desaparecidos de la dictadura. Pero no serían las últimas víctimas. El 27 de octubre de 1988, los dos máximos dirigentes del FPMR, los comandantes José Miguel y Tamara, fueron detenidos, torturados y sus cuerpos fueron arrojados al río Tinguiririca.

Pinochet

Como señaló Carlos Huneeus en su libro El Régimen de Pinochet, la dictadura “conservó el carácter de un Estado policial a lo largo de sus 17 años de vida, con un estricto control de la población y una sistemática persecución de las organizaciones opositoras”. Fue un gobierno que tuvo como característica adicional estar fuertemente centralizado en Pinochet, al punto de que éste se jactaba de que “no se movía una hoja en Chile” sin que él lo supiera.

Seis meses después del golpe, el periodista brasileño Eric Nepomuceno escribió un largo artículo sobre su encuentro secreto con integrantes de la resistencia chilena, publicado en la mítica revista argentina Crítica, que dirigía entonces Eduardo Galeano. Nepomuceno observó: “De todo lo que los militares hicieron por Chile después de septiembre, acaso su obra más perfecta sea la represión, el terror impuesto y grabado en la gente, ese extraño olor a miedo y muerte que hay en cada sitio”.

El cineasta Patricio Guzmán, que filmó el documental La Batalla de Chile -un raro registro audiovisual de los años de Allende-, tiene una visión semejante 50 años después: “El Golpe de Estado fue tan poderoso, tan devastador; el hecho de que hayan matado tres comités centrales del PC, dos del PS, el MIR fue exterminado, una cantera de jóvenes maravillosos, todos muertos y torturados en las condiciones más terribles, eso creó una sensación de ‘no te muevas, porque si no eres tú es tu hijo al que lo van a tomar preso’. Creo que ese trauma fue desproporcionado y feroz. No hay cosa peor que el terror”, dijo en declaraciones al diario chileno “The Clinic”.

OPERACIÓN CÓNDOR
Las dictaduras del Cono Sur llevaron a cabo una brutal represión que no conoció fronteras y que llevó a la coordinación de los servicios de seguridad de Chile, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia, que permitieron la detención, tortura, asesinato y desaparición de numerosos adversarios. El libro Los años del Cóndor, del periodista norteamericano John Dinges, sostiene que la primera reunión de fuerzas de seguridad y policiales que darían lugar al plan tuvo lugar en Buenos Aires a comienzos de 1974. Es decir, el plan comenzó a gestarse cuando en Argentina todavía no se había producido el golpe militar del 76. El nacimiento oficial del Cóndor se produjo a finales de noviembre de 1975, tras una reunión de representantes de las dictaduras de la región, que durante casi una semana debatieron los detalles en la Academia de Guerra, en Santiago.  

En base a documentos norteamericanos desclasificados, Dinges sostiene que el presidente argentino Juan Domingo Perón, que fallecería poco después, estaba preocupado con los informes de inteligencia sobre la existencia de la Junta Coordinadora Revolucionaria, integrada por Montoneros, MIR y Tupamaros, entre otros, y de una reunión cerca de Mendoza. Después de esa reunión en Argentina, que puede considerarse como anterior al Cóndor, hubo unas 120 víctimas que cayeron como resultado de esta inicial coordinación represiva. 

La coordinación comenzó cuando Chile invitó a agentes de inteligencia de los países vecinos, en particular de Brasil, Uruguay y Argentina, para llevar a cabo interrogatorios de los prisioneros que eran buscados en sus países.

En entrevista con el diario argentino “Clarín”, Dinges aseguró: “Perón aprobó medidas contra ellos, a quienes definía como extremistas marxistas”. Después del golpe del 76, Argentina fue el país más activo: el número de crímenes de Cóndor cometidos en dicho país fue de 469 detenidos, la mayoría desaparecidos, más 143 víctimas de nacionalidad argentina detenidos en otros países. Uruguay le sigue, con 294 víctimas de nacionalidad uruguaya, la gran mayoría detenidos en Argentina. Chile fue anfitrión de las dos primeras reuniones de la alianza Cóndor, pero en número de víctimas está en menor rango: 107 chilenos, la mayoría detenidos en Argentina y 52 crímenes cometidos contra extranjeros en Chile. Pero el Cóndor no solo actuó en los países vecinos, se documentaron operaciones en Europa, Estados Unidos (asesinato de Letelier) y en México.

Dinges sostiene que la CIA no participó ni en la creación ni en la ejecución de los operativos. Pero Estados Unidos fue cómplice, ya que conocía en detalle las operaciones y no actuó para evitar los crímenes.  

sábado, 18 de enero de 2025

Conquista del desierto: El triste final del cacique argentino Orkeke

El triste final del cacique Orkeke y el vergonzoso trato de sus restos

La voz del Chubut




Orkeke, en una foto tomada en su estadía en Buenos Aires, en 1883. A pesar de su impronta pacífica fue secuestrado y exhibido como un trofeo por los porteños

19 de julio de 1883. Aquella noche, como tantas otras de cruda Patagonia, el viento soplaba con fuerza y el frio helaba la piel, pero nada de eso impedía que los Tehuelches, liderados por Orkeke, bailaran una de sus danzas típicas. Al son de un tambor de cuero de guanaco y de un instrumento de viento elaborado con el fémur del mismo animal, los Ahoniken celebraban una prolífera jornada de caza. El viejo líder, que por su avanzada edad, ya no participaba de los bailes como otros años sino que prefería observarlos de pie junto a su toldo, sonreía y los alentaba. Orkeke, el cacique amigo de Buenos Aires, célebre por su generosidad y hospitalidad con los blancos, jamás pudo imaginarse lo que iba a suceder esa gélida noche. A unos 5 kilómetros de allí, en la joven localidad de Puerto Deseado, un grupo de soldados al mando del Coronel Lino Roa había partido hacia sus tolderías con la orden de detenerlo a él y a todos los miembros de su pequeña comunidad. Cuando la partida militar llegó a destino, de nada valieron los ruegos de Orkeke, ya nada podía hacerse. La orden de detención provenía del mismísimo Presidente de la Nación, Julio Argentino Roca.

Resignado, el viejo caudillo del sur se entregó sin resistirse. Él y otros 52 Tehuelches (17 hombres y 35 mujeres y niños) fueron despojados de todos sus bienes y trasladados a punta de bayoneta hasta Puerto Deseado. Luego, sin que mediara ninguna explicación, fueron embarcados rumbo a Buenos Aires en el Buque de Guerra “Villarino”, el mismo que tres años antes había transportado desde Inglaterra a Buenos Aires los restos del General José de San Martín. El Coronel Lorenzo Vintter, Gobernador de la Patagonia, informó ese mismo día al Gobierno Nacional.

A Vintter, sin embargo, no le resultaría fácil el trayecto hacia el norte. En Puerto Madryn, su primera escala hacia Buenos Aires, debió vérselas con un grupo de mujeres galesas que, enteradas de la detención de Orkeke, se dirigieron al Puerto para pedir su liberación. Ellas no olvidaban la ayuda desinteresada que el Cacique sureño había dado a los galeses cuando en 1865 se instalaron en las tierras fértiles de Chubut con el objetivo de fundar una colonia agrícola. Pero el ruego de las mujeres por Orkeke no dio resultado y Vintter siguió adelante con su plan de secuestro. El episodio, sin embargo, permanecería en su memoria como “uno de los más difíciles de su vida”, como escribiría años después al dejar testimonio de sus proezas militares.

En su informe, el propio Villegas, califica a los Tehuelches como “gente de índole mansa y dulce que por una fatalidad para ellos se encontraron presionados por (el Cacique Mapuche) Sayhueque, en el combate de Apeleg. Lo cierto es que Orkeke no participó de Apeleg, pese a lo cual fue detenido junto a toda su comunidad. Cuando las autoridades nacionales advirtieron el error era tarde: el Cacique ya estaba embarcado con destino a Buenos Aires, en un viaje largo, incómodo y sufrido para un grupo de personas que jamás habían subido a un buque y la única inmensidad que conocían era la extensa y árida llanura patagónica.

Algunos periódicos porteños, como la Prensa, repudiaron el traslado compulsivo de los indígenas patagónicos, acusando a los mandos menores por el secuestro, pero liberando de toda responsabilidad al Gobierno de Roca. En un artículo titulado “La Civilización Barbarizada”, publicado el 28 de julio el mismo día del arribo del Villarino al puerto, La Prensa señalaba que: “la prisión de esta tribu mansa y su remisión a Buenos Aires es el resultado de malas interpretaciones dadas a las órdenes del Ministerio. El Coronel Wintter y particularmente el Comandante Roa, han entendido mal las cosas, pues han aprisionado a una Tribu mansa. Podemos asegurar que el Gobierno ha recibido con disgusto la noticia de lo que ha pasado, lamentando el hecho. Falta ahora que ese disgusto se traduzca en algo practico que respalde la inequidad cometida con gentes infelices, que jamás han molestado a nadie y sí más bien beneficiado a los cristianos que han vivido entre ellos”.

El Tour de la Vergüenza

A esta altura puede decirse que, en vista a las circunstancias que rodearon este lamentable episodio, Orkeke y su gente tuvieron suerte. Conmocionados por el apresamiento de los indígenas en Puerto Deseado, los exploradores Moyano y Lista se dirigieron a Buenos Aires e intercedieron ante el Presidente Roca para solicitarle que revisara la decisión de encarcelar a Orkeke y su gente porque se trataba de una injusticia. Roca aceptó y comisionó al propio Lista para que, una vez arribado el Villarino al Puerto, comunicara al Líder Patagónico que no habían sido traídos a la Capital como prisioneros sino como amigos, que se los trataría bien y amistosamente, se los agasajaría con regalos, se les darían ropas y que pronto recuperarían todos sus bienes y regresarían a la Patagonia.

Al escuchar estas palabras, el júbilo se apoderó del rostro de los hasta ese momento abatidos Tehuelches. A orillas del Riachuelo el Cacique Orkeke cantó su alegría con voz grave y agradeció a los espíritus del bien por la posibilidad que le daban a él y a su gente de regresar a la tierra amada.

Pero Orkeke nunca pudo cumplir su sueño de volver. Los múltiples homenajes que le ofreció el Gobierno para reparar el error cometido, terminaron convirtiéndose en un destierro cruel y trágico para el Cacique. Fueron 44 días de agasajos, regalos y paseos, en los cuales los pobres Tehuelches fueron los protagonistas estelares de un show patético montado por el Gobierno y celebrado por la sociedad y por los medios de comunicación, todo rodeado en una atmósfera festiva, peyorativa y hasta burlona hacia los “seres inferiores” que habían sido traídos por equivocación a Buenos Aires.

Se trató, por cierto, de uno de los capítulos más vergonzosos y menos conocidos de la historia Argentina.

Desde el Villarino fueron trasladados en tren expreso hacia el Regimiento Primero de Caballería, en Retiro, donde fueron alojados. Como le habían prometido, los recibieron con ponchos, botas, mantas, víveres y diferentes vicio de entretenimiento. Unos días después, el 4 de agosto, comenzó el tour. Acompañado por Lista, el diplomático escudero y el Comandante Hort, Orkeke realizó un paseo en carruaje por el Barrio de Palermo. Más tarde fue recibido por Roca en su despacho. Durante la conversación que mantuvieron, el Presidente le preguntó si deseaba volver a la Patagonia. Orkeke respondió que sí entonces, Roca, le aseguró que muy pronto sería enviado de regreso con toda su gente, que le devolverían todos sus caballos y hasta recibiría regalos. Finalmente, el Presidente lo despidió obsequiándole 500 pesos. Luego Lista lo llevo a recorrer tiendas y mercerías, donde el Cacique compró ropas y otros objetos que luego regalaría a sus amigos que lo esperaban en Retiro. Orkeke se sentía satisfecho.

El 7 de agosto fue invitado al teatro de la alegría a ver la Obra Mefistoles. En esa oportunidad no fue solo sino acompañado por su esposa Add y 20 de los Tehuelches más representativos de su comunidad. Esa noche el público abarrotó la sala, más interesado en conocer a los famosos visitantes que por disfrutar la propuesta artística.

La gira de Orkeke continuó el 10 de agosto, cuando fue agasajado con un banquete en el Café París, con comensales del más alto nivel social. El 14 de agosto fue invitado por la Empresa Skating-Rink a una presentación de patín en la que su esposa Add fue la encargada de distribuir los regalos de un sorteo a beneficio.

Orkeke disfrutaba mucho de la generosidad de sus “amigos cristianos”, pero al mismo tiempo esperaba con ansiedad su retorno a la Patagonia, que tantas veces le habían prometido. Lamentablemente su sueño nunca se concretaría: el 3 de setiembre cayó enfermo preso de una aguda pulmonía, y fue internado en el Hospital Militar de Buenos Aires. Su esposa Add y su hijita de 10 años lo acompañaron durante los 9 días que duró su agonía. A esta altura de los acontecimientos, sus amigos porteños ya se habían olvidado de él. Moyano se preparaba para ser ungido Primer Gobernador del Territorio de Santa Cruz; Lista organizaba una nueva exploración en las tierras del sur; y el Presidente Roca encaraba la etapa final de su campaña militar.

Orkeke murió el 12 de setiembre, a las 10 de la mañana, olvidado en una fría habitación de hospital. Solo lo acompañaban su esposa, su hija, y tres integrantes de la comunidad, entre ellos Cochengan, quien luego sería proclamado su sucesor en el Cacicazgo. Por una orden oficial los médicos se hicieron cargo del cadáver para disecarlo con fines científicos. Una crónica de La Nación, del 20 de setiembre, describe los sucesos con dramática sencillez: “después de haber sido descarnado en el Hospital Militar, colocaron le los di versos fragmentos del cuerpo en un gran tacho de agua y cal, para hacer desaparecer la pequeña cantidad de carne que había quedado adherida a los huesos. Terminada que sea la disección del cuerpo del Cacique, se procederá a armar el esqueleto. Ha llamado la atención de los encargados en disecar el cuerpo de Orkeke la enormidad del cráneo y el espesor del hueso frontal. Las canillas y los brazos son de dimensiones poco comunes. El esqueleto de Orkeke será conservado por ahora en el Hospital Militar”.

En lugar de volver a la Patagonia sus restos permanecieron durante muchísimos años en el sótano del museo de Ciencias Naturales de La Plata junto al de otros Caciques. Recién en 2007, 124 años después de su muerte, los restos de Orkeke regresaron a su tierra y fueron enterrados en la Localidad de José de San Martín, Provincia de Chubut.

Párrafos extraídos del Libro “Argentina Indígena” – Andrés Bonatti y Javier Valdez

viernes, 17 de enero de 2025

Patagonia: El pueblo abandonado de Cajón de Ginebra Grande

El pueblo fantasma




Es increíble, original ¡fantástico! la cantidad de localidades con nombres llamativos que existen en nuestro país. El primero que me asiste es “Venado Tuerto”, en Santa Fe, fácil de suponer el porqué. Es simpático “Salsipuedes”, en Córdoba, pero me parece que el que lleva la delantera es “Cajón de Ginebra Grande” … ¡sí, sí aunque no lo crea! Doy las razones porque, sinceramente, hasta que por curiosidad casualmente encontré la histria, ni idea tenía de su existencia.
“Cajón de Ginebra Grande” es una localidad  del departamento Paso de Indios, Provincia del Chubut. Se encuentra sobre la Ruta Nacional 25 a unos 7 km al oeste, de su casi homónima “Cajón de Ginebra Chico”. El paisaje se distingue por el  cordón montañoso y un  manantial  del departamento “Languiñeo”.



Según la historia, entre los años 1880 y 1890, eran comunes los viajes entre los valles 16 de Octubre y el inferior del río Chubut. En uno de esos trayectos, con carros cargados para las viviendas que se estaban levantando en el valle de los Andes, cayó un cajón de ginebra. Con los años, si algo ocurría cerca de allí, se decía que había pasado más acá o más allá del “cajón de ginebra”. Un tiempo después ocurrió otro hecho similar: otro cajón de ginebra, más grande, fue a dar al suelo. Así los parajes pasaron a denominarse, el primero, “Cajón de Ginebra Chico”, y el otro “Cajón de Ginebra Grande”. 



La abundante colonia galesa de la región llamaba a la zona “Bocs Gin”, que traducido a nuestro idioma es “Ginebra triste”. En enero de 1897, “Francisco Pietrobelli”, en su recorrido por el territorio del Chubut pasó por este lugar. 11 años después, en 1908, se estableció en la localidad un Almacén de Ramos Generales llamado "Los Mellizos" y, 14 años más tarde, se inauguró la Escuela Nacional N° 64, a la que llegaron asistir unos 20 alumnos de la zona.
Con el paso del tiempo, “Cajón de Ginebra Grande” se fue despoblando y actualmente está casi totalmente deshabitado. Se mantienen las calles y algunas construcciones abandonadas. Es lo que habitualmente llamamos un pueblo fantasma.


miércoles, 15 de enero de 2025

Espionaje: El incidente de Venlo

El incidente de Venlo



En la oscura y tensa Europa de 1939, las sombras de la guerra ya se cernían con fuerza. Espías, traiciones y secretos cruzaban fronteras en la penumbra, y en ese mundo incierto, la inteligencia británica buscaba desesperadamente formas de debilitar al régimen nazi. Fue entonces cuando dos experimentados agentes del MI6, Sigismund Payne Best y Richard Henry Stevens, recibieron una noticia intrigante. En la frontera entre Alemania y los Países Bajos, un oficial alemán disidente buscaba negociar la paz con Inglaterra y derrocar a Hitler. La reunión estaba concertada para el 9 de noviembre de ese mismo año en la ciudad fronteriza de Venlo, una localidad holandesa que parecía el lugar perfecto para una operación tan delicada.





Sin embargo, no sabían que estaban caminando directo hacia una trampa letal. La inteligencia nazi había orquestado cada detalle con precisión meticulosa, y Heinrich Himmler, el implacable jefe de la Gestapo, había autorizado la operación con el fin de capturar a estos agentes británicos y conseguir información valiosa. En aquel momento, Best y Stevens eran figuras clave de la inteligencia aliada en Europa, portadores de secretos que podrían comprometer estrategias y nombres cruciales.

Al llegar a Venlo, los británicos esperaban encontrar a oficiales alemanes descontentos que los llevarían a una conversación confidencial, pero en cambio, el destino les deparaba una emboscada. La trampa se desató en un instante: hombres armados de la Gestapo los rodearon y, antes de que pudieran reaccionar, fueron tomados prisioneros. A punta de pistola y en medio de un caos calculado, Best y Stevens fueron obligados a subir a un vehículo que rápidamente cruzó la frontera hacia Alemania. Allí, comenzaron los interrogatorios.

A principios de septiembre de 1939, se organizó una reunión entre Fischer y el agente británico del SIS, el capitán Sigismund Payne Best. Best era un oficial de inteligencia experimentado que trabajaba bajo la cobertura de un hombre de negocios que residía en La Haya con su esposa holandesa.

En las reuniones posteriores participó el mayor Richard Henry Stevens, un agente de inteligencia con menos experiencia que trabajaba de forma encubierta para el SIS británico como oficial de control de pasaportes en La Haya. Para ayudar a Best y Stevens a atravesar las zonas movilizadas holandesas cerca de la frontera con Alemania, el jefe de la inteligencia militar holandesa, el general Johan van Oorschot, reclutó a un joven oficial del ejército holandés, el teniente Dirk Klop. Van Oorschot permitió que Klop asistiera a reuniones encubiertas, pero no pudo participar debido a la neutralidad de su país.


Teniente Dirk Klop

En las primeras reuniones, Fischer llevó a participantes que se hacían pasar por oficiales alemanes que apoyaban un complot contra Hitler y que estaban interesados ​​en establecer condiciones de paz con los Aliados si Hitler era depuesto. Cuando se supo que Fischer había conseguido concertar reuniones con los agentes británicos, el Sturmbannführer Walter Schellenberg, de la sección de inteligencia exterior del Sicherheitsdienst, empezó a asistir a las reuniones. Schellenberg, que se hacía pasar por un "Hauptmann Schämmel", era en aquel momento un agente de confianza de Heinrich Himmler y mantenía estrechos contactos con Reinhard Heydrich durante la operación de Venlo.

En la última reunión entre los agentes británicos del SIS y los oficiales alemanes del SD, celebrada el 8 de noviembre, Schellenberg prometió llevar a un general a la reunión del día siguiente. Sin embargo, los alemanes pusieron fin abruptamente a las conversaciones con el secuestro de Best y Stevens.



Richard H. Stevens (abajo) y Sigismund P. Best (arriba), en 1939


Los nazis encontraron en sus documentos y notas una mina de información sobre las redes de espionaje aliadas y sus operaciones. Las secuelas del incidente de Venlo se sintieron de inmediato: la inteligencia alemana logró debilitar y desbaratar varias células de espionaje británicas en el continente. Pero la Gestapo no se conformó solo con el conocimiento ganado. Al día siguiente, la maquinaria de propaganda nazi se puso en marcha, urgiendo al pueblo alemán y al mundo a creer que la captura de estos agentes confirmaba una conspiración británica para asesinar a Hitler. Fue un recurso perfecto para sembrar desconfianza y presentar al régimen nazi como la víctima de una red global de traición y sabotaje.



Walter Schellenberg

Sin embargo, el verdadero objetivo era mucho más grande y ambicioso: el incidente de Venlo fue uno de los puntos que Alemania utilizó como excusa para justificar la invasión de los Países Bajos en mayo de 1940. Los nazis argumentaron que la neutralidad de los Países Bajos era una fachada, mientras que el gobierno de Londres urdía complots en suelo holandés para asesinar al Führer. Fue una excusa conveniente, aunque absurda, que Hitler utilizó para justificar el avance militar en una Europa que ya comenzaba a ceder a la ferocidad de sus tanques.

Best y Stevens pasaron el resto de la guerra en cautiverio, su misión convertida en un símbolo de la brutalidad de los métodos nazis y un recordatorio de los peligros de operar en un continente plagado de traición y engaños. El incidente de Venlo se convirtió en una de las historias más amargas del espionaje británico en la Segunda Guerra Mundial, una advertencia de que, en un mundo en guerra, incluso los mejores pueden ser presa de la trampa más calculada.


Reconstrucción del incidente en 1948