lunes, 17 de marzo de 2025

Biografía: Nicolás Mihanovich

Empresario Nicolás Mihanovich

Argentina en la Memoria


otografía que retrata al empresario croata-argentino Nicolás Mihanovich (1846-1929), quien fuera el empresario naviero más importante de la Argentina, dominando el mercado en el Río de la Plata entre las décadas de 1880 y 1920. En octubre de 1900, la revista Caras y Caretas decía sobre el retratado: "El señor Mihanovich, que vino a estas playas sin otro capital que su actividad y su inteligencia, es un caso elocuente que puede presentarse a nuestras generaciones nuevas para animarlas a la acción".



Mihanovich nació el 21 de enero de 1846 en el pueblo de Doli, entonces parte del Reino de Dalmacia dentro del Imperio Austríaco, en el seno de una familia de marineros. A temprana edad comenzó a navegar por los mares Mediterráneo y Negro. Luego extendió sus viajes al Océano Atlántico, y en 1864, a los veinte años de edad, llegó al Río de la Plata, desembarcando en Montevideo como tripulante de la embarcación británica “City of Sydney”. En un primer momento se instaló en el Alto Paraná (Paraguay) y se dedicó al transporte fluvial, trasladando a las tropas del Ejército Aliado que participaban en la guerra de la Triple Alianza.




Para 1868 había reunido el suficiente capital y había emprendido el viaje para regresar a su pueblo natal, pero al parar en una hostería de Buenos Aires, administrada también por un croata, fue convencido de quedarse en la ciudad. En Buenos Aires conoció y comenzó a trabajar para la empresa de un genovés llamado Juan Bautista Lavarello, quien también se dedicaba al transporte fluvial. En esos tiempos el Río de la Plata tenía una ribera de muy poca profundidad, y debido a ello las embarcaciones tenían que anclarse a más de 300 metros de la costa, y las tripulaciones y cargas tenían que ser acercadas a la ciudad en botes o en carros tirados por animales. De tal forma, Mihanovich y Lavarello consiguieron un acuerdo con el gobierno nacional y comenzaron a encargarse del traslado de los pasajeros en ese corto recorrido, en el momento de las oleadas de inmigrantes europeos que llegaban al país.



Lavarello había vendido su barco y comprado un remolcador y seis embarcaciones menores, para comenzar a trabajar en el trasbordo de pasajeros y cargas de los buques de ultramar que fondeban en Buenos Aires pero al poco tiempo de comenzar con el negocio de traslado de pasajeros, fallece el 23 de mayo de 1869 debido a un accidente en el río cerca de las costas del Uruguay. Debido a esto, la viuda de Lavarello, la también genovesa Catalina Balestra, queda viuda con cuatro niños y con la compañía de su marido a cargo.



Balestra acude a Mihanovich para que se hiciera cargo del negocio y acuerdan una sociedad. En julio de 1872, al poco tiempo de esto, Mihanovich y Balestra contraen matrimonio, y con los años tendrían juntos seis hijos propios, sumados a los cuatro que ella ya tenía con Lavarello. Hacia 1875, Mihanovich había comprado la empresa Matti y Piera (quedandose con sus tres remolcadores: el Kate, el Jenny y el Buenos Aires), había comprado otro remolcador, el Feliz Esperanza y un nuevo vapor, el Rivadavia. Además para ese entonces se había quedado con el negocio de trasbordo de pasajeros a Buenos Aires, ya que le ofrecía a las autoridades estatales un precio más bajo por cada pasajeros transportado, a lo que sus competidores no pudieron reaccionar. También en esos años, Mihanovich trajo a la Argentina a dos de sus hermanos: Bartolomé de catorce años y Miguel de doce años.



Con estos nuevas embarcaciones, Mihanovich reunió una pequeña flota. Para progresar, no obstante, necesitaba capital, por lo que asoció a otros dos croatas, Gerónimo Zuanich y Octavio Cosulich, para crear la Nicolás Mihanovich y Cía., empresa de la que poseía el 50% de las acciones. Instalaron las oficinas en un estudio alquilado en Cangallo y 25 de Mayo, y Elías Lavarello, su hijastro, fue designado contador de la naviera. Con esos aportes, la empresa se planteó nuevos desafíos y, coincidiendo con la campaña de Roca al Desierto, adquirió el primer vapor de importancia, el Toro, de 600 toneladas, para iniciar un tráfico costero. Con el Toro la empresa transportaba pertrechos, víveres y elementos varios, en principio hasta Bahía Blanca, alcanzando luego Carmen de Patagones, Viedma y Rawson. Para esos años, Mihanovich se había convertido en una de las personas más ricas de la Argentina y también era el hombre fuerte de la colectividad austrohúngara en el país, fundando en 1878 la Sociedad Yugoslava de Socorros Mutuos.




El primer servicio de pasajeros brindado por La Mihanovich con un pequeño vapor, entre Buenos Aires y el Uruguay (a Colonia y Carmelo), comenzó a funcionar con regularidad en 1887. En esos años gobernaba el país Miguel Juárez Celman y para el año 1889, una gran crisis sacudiría la economía argentina y sus empresas. En la debacle, numerosas empresas medianas debieron desprenderse de sus activos para evitar la quiebra o cubrir sus obligaciones. Mihanovich, cuya posición seguía siendo sólida, al ejercer, entre otras actividades, el monopolio del control sanitario de inmigrantes, adquirió una importante cantidad de embarcaciones por mucho menos que su valor real.




A la par de sus principales competidores, las mensajerías del francés Saturnino Ribes y Domingo Giuliani, Mihanovich encargó nuevas embarcaciones al astillero escocés A. J. Inglis, que botó con nombres significativos: Austria y Dalmacia. Y en pocos años, gracias a su astucia, logró desembarazarse de sus rivales. La pulseada con Ribes se jugó, básicamente, en aguas del Paraná, donde navegaban lujosos vapores fluviales. El negocio del transporte de pasajeros -así como el de cargas de productos del Norte y el Noreste (azúcar, yerba, algodón, tanino) consistía en coordinar el transporte fluvial hasta Buenos Aires con el ferroviario, hasta el ingenio, el quebrachal o la plantación. Una de las empresas pioneras fue la británica Platense Flotilla Co., de los armadores “Paddy” Henderson y William Denny, que sucumbió en poco tiempo y permitió a Mihanovich comprar a precio de remate una verdadera armada conformada por 118 barcos en arrendamiento, de los cuales 37 eran vapores a rueda y 22, vapores a hélice.



La Platense había terminado en la bancarrota luego de competir con la empresa de Ribes de las formas más desleales. En 1910, La Nación comentaría aquella extraña situación, que se producía:



Después de algunas ventas y transacciones de las empresas fluviales, siempre tendientes a cerrarles el paso a los rivales, en 1896 Mihanovich entró en escena y adquirió a muy bajo costo La Platense Flotilla y el astillero Denny. Con una inversión de solo 92.000 libras dio un primer paso para ingresar en el trasporte fluvial, tarea que completó dos años después, cuando adquirió por 40.000 libras la flota de Giuliani. De ese modo, puso bajo bandera argentina toda la flota y ofreció a los tripulantes extranjeros continuar su labor en la nueva empresa, a la que convirtió en una sociedad colectiva. Los hermanos Elías, Luis y Juan Lavarello, y el resto de hijos e hijastros varones, se incorporaron en diversas funciones ejecutivas y de conducción. Para poner fin a una guerra inconveniente, Nicolás Mihanovich llegó a un entendimiento con Saturnino Ribes dividiendo los negocios: en adelante, él se reservaba el río Paraná, y las Mensajerías Fluviales del Plata tendrían la exclusividad sobre el Uruguay.



Un golpe de suerte sellaría entonces, y definitivamente, el futuro del croata. Poco después del “pacto”, Ribes falleció y sus herederos, en 1900, decidieron salir del negocio y vender la empresa. Mihanovich incorporó lo que constituía “una flota impresionante, de estupendos barcos de pasajeros”, de última generación. Aprovechando las disputas entre herederos, apuró la compra en 450.000 libras, la mitad de lo que la había valuado en vida su dueño. Completó la operación adquiriendo una serie de pequeñas empresas y unidades sueltas, y en poco tiempo se convirtió en el armador más poderoso de la Argentina, con el plus de ejercer, prácticamente, el monopolio del transporte fluvial.



Poco antes, había convertido su empresa en la Sociedad Anónima de Navegación Nicolás Mihanovich, a la que transfirió todo los bienes, equipos e inmuebles. Nicolás era presidente del nuevo consorcio; Elías Lavarello, su vicepresidente y el directorio se completaba con cuatro vocales: Juan y Luis Lavarello y Pedro y Nicolás Mihanovich (h). Carlos Lavarello asumió como jefe de los talleres de reparación, que eran tres: Riachuelo, Salto y Carmelo.



La primera década del nuevo siglo, en efecto, fue testigo de un impresionante desarrollo de la empresa, con la construcción de nuevos barcos en astilleros británicos, compras locales e internacionales. En un plano institucional y legal, el proceso fue acompañado por una nueva legislación que reservaba el cabotaje a los barcos de bandera nacional y, en 1905, a la fundación del Centro de Cabotaje Nacional que, con las sucesivas presidencias de don Nicolás y su hermano Miguel se convertiría en el Centro de Cabotaje y Marítimo Argentino. En 1910, con la decidida actuación del diputado Adolfo Saldías, se sancionó la ley de cabotaje 7049, que constituyó un hito de tenor proteccionista.



Al sancionarse la ley de cabotaje, el tráfico en el mar Argentino se incrementó y la empresa, dando especial importancia a ese sector, adquirió el carguero Centenario. En esas aguas existía una animada competencia: estaban los barcos de su hermano Miguel (que había constituido la empresa naviera "Sud América S.A."), los de la armadora alemana Hamburg Sud que representaba Antonio Delfino, la propia Armada Nacional (que recorría la costa con el Guardia Nacional, el Chaco y el Pampa) y La Anónima de José Menéndez Menéndez.



En 1908, la empresa ordenó la construcción de dos nuevos vapores de pasajeros, el Guarany y el Lambaré, con el objeto de mantener un servicio a Asunción incluso en épocas de bajante, y se consolidó el tramo “de la Costa Sud” con diversos barcos y cargueros (Sarmiento, Avellaneda, Pellegrini, Rawson), reforzando, además, el servicio de apoyo para la construcción de ferrocarriles en la Patagonia. En 1907 estableció un servicio de embarcaciones que remontaban el Río Paraná, llevando a visitantes a conocer las Cataratas del Iguazú. Dando comienzo con el turismo hacia esa zona del país. En 1909, la flota reunía 256 barcos y sumaba cerca de 70.000 toneladas.




Nicolás Mihanovich tenía iniciativas de otra índole. En 1905 mandó construir, por ejemplo, el Palace Hotel, levantado en Cangallo (actual Presidente Perón) y Leandro Alem. Era una lujosa y refinada residencia, con confitería en la terraza y salones plagados de mármoles y bronces, que alojaría nada menos que a la infanta Isabel de Borbón durante los festejos del Centenario. Los ingresos provenían de múltiples inversiones: intervino en la explotación del quebracho, en la producción y la exportación de cueros; participó en la fundación del frigorífico La Blanca; impulsó negocios con los ingenios azucareros salteños. También apoyó las nuevas colonias de inmigrantes, como la de los suizos, que fundaron Colonia Dalmacia en Formosa, en tierras de su hijo Pedro. En el campo social, continuó su gestión en la Mutual Austrohúngara y colaboró activamente con el recientemente fundado Patronato de la Infancia. Además fue director del Banco de Italia y del Río de la Plata, desde 1902 a 1915.





En 1909, la empresa se amplió bajo el nombre de “Sociedad Argentina de Navegación Mihanovich” para poder conseguir financiamiento de capitales extranjeros. Esta fue una compañía anglo-argentina con directorio en Londres y Buenos Aires, ambos presididos por Nicolás.



Por su trayectoria, el emperador austrohúngaro Francisco José I lo nombró cónsul honorario en 1899, al cual se sumó en 1913 el título de barón con derecho sucesorio. La Gran Guerra dejó a Mihanovich en una posición incómoda, debido a que su empresa jurídicamente era parte inglesa y a que él servía como diplomático de un país en guerra con el Reino Unido. Para empeorar la situación, habían muerto dos de sus hijos menores (Adolfo y Aquiles) por enfermedad y accidente, y también su esposa, Catalina; y dos hombres del equipo íntimo, Elías Lavarello y su hijo Bartolo, dejaron la empresa para instalarse en Génova, involucrados también en el negocio naviero.



En los dos primeros años de la contienda, por primera vez la empresa arrojó resultados negativos que motivaron serias disminuciones en los sueldos de los tripulantes, clausura de talleres y, a la vez, brindaron una oportunidad, ya que los países en conflicto pagaban por las embarcaciones precios muy superiores al valor real. Ambas cuestiones combinadas permitieron la recuperación financiera y, en 1916, el definitivo traspaso de la empresa a los capitales ingleses. The Argentine Navigation Company (Nicolás Mihanovich) Limited tenía, a fines de 1915, cerca de 5.000 empleados, muchos de ellos de origen dálmata, y una flota de 324 unidades, con 45 vapores de pasajeros y 27 vapores de carga, 70 remolcadores, lanchas, pontones y chatas, además de dos grúas flotantes y los talleres de reparación.



A la vez, Mihanovich extendía su imperio a los más diversos rubros, con participación accionaria en Campos y Quebrachales de Puerto Sastre, Grandes Molinos Porteños, Introductora de Productos Austrohúngaros, Banco de Italia y Río de la Plata, la Positiva, Frigorífico La Blanca y la Compañía de Seguros Riesgo y Vida, entre las más destacadas. En 1916, Mihanovich se retiró de la presidencia de ambos directorios de su empresa naviera, y a mediados de 1917 los Mihanovich y los Lavarello se desprendieron definitivamente de sus acciones, por un valor de 1.450.000 libras, siendo vendidas al argentino Alberto Dodero y al magnate británico Owen Phillips. La empresa fue, en adelante, enteramente inglesa, aunque durante años siguió llamándose The Argentine Navigation Company (Nicolás Mihanovich) Limited.



Una vez retirado, se distinguió también como filántropo. En su patria, modernizó su ciudad natal de Doli dotándola de servicios sanitarios, y de otras mejores edilicias, creando con su hermano Miguel allí una fundación. Mihanovich participó en todo tipo de obras sociales, formando parte del directorio del Patronato de la Infancia, de la Liga Argentina de la Tuberculosis, así como del centro naval, de la Sociedad de Educación Industrial y en el Edificio Otto Wulf, en el cual invirtió dinero. En 1925, participó de la colecta de la Unión Católica Popular Argentina, que llevó adelante una colecta para construir viviendas obreras. Resultado de ello es el Barrio Mihanovich, que se encuentra en Parque Avellaneda.



En 1925 financió la construcción del Edificio Mihanovich ubicado en el barrio de Retiro. Fue encargado a la compañía de dos compatriotas suyos, los Hermanos Bencich, la construcción de la torre que diseñaron los arquitectos Héctor Calvo, Arnoldo Jacobs y Rafael Giménez. Uno de sus últimos emprendimientos fue la financiación para la construcción del Edificio Bencich en el barrio de Retiro, cuyo arquitecto fue el reconocido Eduardo Le Monnier, que fuera terminado en 1929 pero que Nicolás no pudo llegar a verlo finalizado. Nicolás Mihanovich falleció en Buenos Aires, el 24 de junio de 1929, a los 83 años de edad.





domingo, 16 de marzo de 2025

Patagonia: La matanza de aonikenks por araucanos

Engaño araucano, derrota y matanza de los Tehuelches

Voz del Chubut




Camaruco o Nguillatún, ceremonia mapuche presidida por la cacique Lucerinta Cañumil, en Las Bayas, Río Negro. Foto: Ana María Llamazares, 1981.

La posibilidad de extender el dominio del territorio, llevado adelante por esta parcialidad de la cultura araucana al cruzar la cordillera, al principio estableciéndose en los valles comprendidos entre los Ríos Colorado y Negro, en el actual territorio de Neuquén, y más adelante instalándose ya en Salinas Grandes. Invasión que produce enfrentamientos por las tradicionales zonas de caza y comercio. Impondrá rasgos de esta cultura a los Tehuelches septentrionales modificándolos para siempre. A pesar de la resistencia Tehuelche logran los Mapuches imponerse.

Los Tehuelches meridionales, del otro lado del Río Chubut, son vencidos definitivamente en las batalles de Tellien, Languiñeo y Pietrochofel. La batalla de Languiñeo tiene una gran importancia histórica porque no solamente pierden éstos Tehuelches el territorio de caza que ocupaban históricamente sino que señala también el comienzo de la fusión de las dos razas nativas en esa zona de Chubut. Como resultado de esas derrotas se produce la mestización y fusión de las etnias, fruto de la unión entre los vencedores Mapuches o Manzaneros y las cautivas Tehuelches.

Esta batalla ocurre en las postrimerías del siglo XVIII, los testimonios que se conocen fueron orales. En Languiñeo tenía sus tolderías los Caciques Chaeye Chacayo y Plan Chicon. Estos Tehuelches meridionales eran pacíficos, pero debieron combatir en defensa de sus áreas de caza continuamente, debido a las ambiciones de sus belicosos vecinos manzaneros que comenzaban a apropiarse de sus territorios.

Estos grupos Tehuelches esporádicamente vencían a los Mapuches o manzaneros, lograban repeler sus ataques por el conocimiento que tenían del terreno. La zona de Languiñeo, habitada por estas tribus, se encontraba en un paraje rodeado de serranías cavernosas, lo cual hacía del lugar un espacio apto para atacar por sorpresa a sus habitantes. Pronto esto se transformó en un objetivo de guerra para los manzaneros al mando del Cacique Chocorí (padre de Valentín Sayhueque). Hacia allí mandó emisarios para avisar que se trasladarían con el propósito de comerciar pacíficamente. Pero este cacique ya tenía planeado caer sobre los Tehuelches, antes había pedido ayuda al Cacique Churepan de Chile, con este jefe vendrían los capitanejos Jacinto Agüero y Pancho Mero aumentando su poder de lanzas, contaban además, con arma todavía poco utilizada para la guerra por los Tehuelches, las boleadoras y las bolas arrojadizas. Los Tehuelches esperaron, desprevenidos y confiados, se dejaron rodear por los bravos guerreros manzaneros. Cuando comenzó el ataque y se desató la batalla ya era tarde, los Tehuelches se batieron heroicamente durante tres días a pesar de las pocas posibilidad de salir vencedores. Luego de esos fatídicos tres días, la Pampa de Languiñeo quedó cubierta de cadáveres, y los vencedores, por derecho del triunfo, se apoderaron de mujeres y niños.

Cuenta que el único que trata de salvarse fue Plan Chicon, que huyó a caballo pero a 3 o 4 leguas del lugar, precisamente en el Pasaje llamado Colan Conhué, los manzaneros que lo perseguían logran bolearle el caballo dándole muerte inmediatamente.

Según algunas crónicas, fueron los Tehuelches quienes llamaron a esa pampa Languiñeo, que en su idioma quiere decir: “lugar de los muertos”. Pero algunos historiadores piensan que es un nombre en lengua mapudungun, más que Tehuelche.

El terreno parecía un cementerio descubierto, sembrado de huesos humanos, éste teatro de batalla permaneció como lugar de dolor en la memoria Tehuelche. Nadie quedó para vivir allí, valle inhóspito y frio. Contaban los descendientes vencidos, que se alguien se aventuraba por esos parajes en las noches de luna se veían brillar los huesos, y se escuchaban los gritos de dolor.

Otra batalla, a la que antes hacíamos referencia y que Sarasola llamara Pietrochofel, y de la que por primera vez hiciera referencia Federico Escalada, es Shotel Káike, hoy conocido como Piedra Shotel. En ese momento las huestes Pehuenches estaban dirigidas por el Cacique Paillacan, allí se libró un sangriento combate cuerpo a cuerpo con los Tehuelches. En la batalla Guetchanoche, hijo mayor de una familia Chehuache – Kénk, es tomado prisionero junto a sus hermanos y su madre. Entre los familiares cautivos estaban sus cuatro hermanas. Trasladados luego todos hasta las tolderías de Paillacán cerca del Limay, dos de sus hermanas son tomadas como esposas por el Cacique. Esta costumbre y tradición hacia que el trato de los prisioneros fuera de mucho más respeto a partir de allí. De ellas el Cacique tuvo hijos: Foyel es uno de ellos. A su vez Guetchanoche es el Bisabuelo de doña Agustina Quilchaman de Makel, informante de Martinetti y Escalado. Una de estas mujeres: Aunakar, fue capturada junto a su pequeño hijo por los indios cordilleranos a quienes solían llamar Huilliches; sobrevivió cautiva pero el niño fue salvajemente asesinado. Según las crónicas habrían pasado 40 años y el viejo Paillacan soñaba con recuperarla.

Fragmentos del libro “Gobernador Costa – Historias del Valle de Genoa”, de Ernesto Manggiori

sábado, 15 de marzo de 2025

Biografía: General Lucio Victorio Mansilla

La novelesca y extravagante vida de Lucio V. Mansilla, el gran dandy porteño que brilló con su pluma

Militar, escritor, periodista, miembro de la alta sociedad. Viajó por el mundo, retó a duelo a un hombre porque se burló de su estrafalario sombrero, y sintió devoción por Sarmiento. En 1870 visitó las tierras aborígenes, experiencia que luego inmortalizó en su libro "Una excursión a los indios ranqueles"


Por Luciana Sabina || Infobae





El duelo de Lucio V. Mansilla con Pantaleón Gómez

Las lágrimas de Lucio Victorio Mansilla en su cara fueron lo último que Pantaleón Gómez sintió antes de morir. Militar devenido en periodista, Gómez dirigía entonces "El Nacional" y el Colegio de Escribanos.

Veterano de la Guerra del Paraguay, de vasta experiencia política, fue gobernador del Chaco con sólo 45 años. Su trágico fin comenzó a escribirse en febrero de 1880, cuando el periódico que comandaba criticó un sombrero del general Mansilla.

Ciego de indignación, don Lucio lo retó a duelo.

No exageró: para Mansilla, la elegancia y el porte eran tan importantes como el aire que respiraba…

Aristóbulo del Valle lo retrató muy bien: "Cuando va por la calle, sonríe delante de todos los espejos. Si se mirara con el ceño adusto, mandaría los padrinos a su propia imagen reflejada en el vidrio…".

Pantaleón Gómez no fue el autor de la sátira, pero mientras los padrinos de ambos intentaban evitar el duelo, comenzó a discutir con Mansilla través de la prensa. Y así, con cientos de lectores como testigos, se agredieron mutuamente durante días.

Gómez llegó a escribirle: "Es usted un desgraciado a quien no queda ni el miserable derecho de insultar a la gente decente. Ni sus iguales lo abonan".

Como respuesta última recibió: "Ya verá si hay quien me abone".

Se citaron en Palermo, armados, a las once de la mañana del 7 de febrero. El duelo fue a pistola y a diez pasos de distancia. Luego de dos intentos -en los que ninguno acertó-, Gómez descargó su arma contra el piso, diciendo: "Yo no mato a un hombre de ta…".

No terminó la palabra "talento": se desplomó atravesado por la bala del general.

Murió en el mismo campo del honor, bajo las caricias arrepentidas de su verdugo. El sepelio fue impresionante. Ciento cincuenta carruajes marcharon detrás de la carroza fúnebre.

Domingo Faustino Sarmiento emocionó a la muchedumbre: "¡Muerto!… Pantaleón Gómez, el simpático, el fervoroso, el leal, el verídico, el arrogante joven. ¡Muerto! (…) Desde esa sepultura cavada casi en el umbral de la vida, este amigo joven que debió dejarme a mí aquí y seguir su camino, os dirige un consejo: 'No derrochéis la vida, no arrojéis al aire a puñados los sentimientos de honor, de patriotismo, de inteligencia. Tan nobles dotes os fueron dadas no para florecer al primer rayo de sol y morir en seguida, sino para dar frutos sazonados'. Los restos de Pantaleón Gómez quedan aquí. En nuestros corazones, la memoria de su hidalguía. Pero en la superficie de la tierra, en esta patria que todos debemos enriquecer, Pantaleón Gómez no deja obra acabada a causa de darse prisa, sin motivo suficiente, a mostrar que sabía morir".

Lucio V. Mansilla se radicó en Francia y viajó por Europa, África y Asia

Luego del terrible incidente, Mansilla no fue citado por la justicia. Viajó a Europa con su familia. Se radicó en Francia donde se convirtió en figura habitual de los bulevares parisinos. Naturalmente elegante. Su charla, amena y fácil, lo distinguió pronto entre todos.

Sin embargo, no era feliz. Quedó claro que el campo de batalla, el parlamento, el periodismo, donde actuó con brillantez y eficacia, fueron accidentes más o menos importantes… pero no permanentes en su vida.

De lo único que no pudo alejarse del todo fue de Buenos Aires, a dónde volvió cada tanto, acaso porque nació en esa provincia el 23 de diciembre de 1831.  Era el día de Santa Victoria, y de ahí Victorio, su segundo nombre. Hijo de notorio militar Lucio Norberto Mansilla y de Agustina Rosas, hermana menor de Juan Manuel, los lujos y el rango social signaron su infancia.

Poco antes de cumplir los 18, su padre lo envió en misión comercial. Periplo que lo llevó no sólo a Europa: también a los exotismos de África y Asia.

Luego de la caída del Rosas en la batalla de Caseros, Mansilla se erigió en uno de sus más fieros críticos.

Entre 1864 y 1868 se batió en la Guerra de la Triple Alianza. Allí fue militar, pero también periodista. para escribir sus crónicas desde el frente para el diario La Tribuna, usó varios seudónimos: Falstaff, Tourlourou, Orión. Bajo su mando quedó Domingo Fidel Sarmiento (Dominguito), hijo del indómito sanjuanino.

Domingo Fidel Sarmientol, Dominguito: Mansilla lo protegió durante la guerra de la Triple Alianza

Mansilla lo protegió cuanto pudo. Hasta darle dinero para que pudiera mantener a su madre, Benita Pastoriza, mientras Domingo Faustino estaba en los Estados Unidos, y en franca pelea con su familia por la relación con su amante Aurelia Vélez, la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield.

En una de las cartas de Dominguito a su madre desde el campo de batalla, desnudó el espíritu generoso de su superior: "Mansilla, pasado el primer momento de la carga, me ordenó que me retirara, y yo, no habiendo querido obedecerle, como era natural. Entonces me dijo: 'He prometido no exponerlo a usted sino en caso indispensable. Volvamos al batallón y piense que se lo he prometido a su mamá'. Te cuento esto para que veas como hay quien cuide por ti".

Pero, lamentablemente, el muchacho murió en la batalla de Curupaytí, a mediados de septiembre de 1866.

"Vi a Sarmiento muerto -narró el general José Ignacio Garmendia en sus recuerdos sobre la guerra sobre el final de Dominguito-, conducido en una manta por cuatro soldados heridos: aquella faz lívida, lleno de lodo, tenía el aspecto brutal de la muerte. No brillaba ya esplendorosa la noble inteligencia que en vida bañó su frente tan noble; apreté su mano helada, y siguió su marcha ese convoy fúnebre que tenía por séquito el dolor y la agonía (… ) Ayala, Calvete, Victorica, Mansilla (… ) y qué sé yo cuántos más, todos heridos, chorreando sangre se retiraban en silencio (… ) Era interminable aquella procesión de harapos sangrientos, entre los que iba Darragueira sin cabeza; de moribundos, de héroes inquebrantables, de armones destrozados, de piezas sin artilleros, de caballos sin atajes (… )."

Muchos años más tarde, don Lucio homenajeó a su lugarteniente, procurando cuidar de su madre como había intentado cuidarlo a él. Sarmiento odiaba tanto a Benita Pastoriza, que la había eliminado de su testamento. Al morir el sanjuanino, Mansilla consiguió para ella una pensión del Congreso nacional que le correspondía por ser su viuda.

Sarmiento expresó su dolor innumerables veces. En una carta a su amiga Mary Mann, escribió: "La muerte de Dominguito tan malogrado, ha traído a mi espíritu un incurable descontento. ¡Qué cadena de desencantos! Habría vivido en él; mientras que ahora no sé adónde arrojar este pedazo de vida que me queda, no sé qué hacer con ella".


En 1870, sus visitas a las tierras aborígenes, en su intento de firmar un tratado de paz con ellos -frustrado por las autoridades nacionales- lo llevó a escribir su famoso libro “Una excursión a los indios ranqueles”

Cuando regresó del frente, Lucio V. Mansilla propuso a Sarmiento como presidente. Y junto a Aurelia Vélez trabajaron juntos para lograrlo. Cuando el padre del aula asumió la primera magistratura, él se  acercó para pedirle un lugar en el nuevo gobierno. No logró lo que quería, pero fue designado Coronel y Comandante de Fronteras en Río IV, Córdoba.

En 1870,  sus visitas a las tierras aborígenes, en su intento de firmar un tratado de paz con ellos -frustrado por las autoridades nacionales- lo llevó a escribir su famoso libro "Una excursión a los indios ranqueles".

El militar y escritor buscó durante toda su vida la perfección: "Si eres franco por carácter, procura ser reservado por estudio", escribió. Excelente consejo, ¡que él jamás puso en práctica!

Era impulsivo, inconstante, versátil: por algo sus amigos le dieron escaso espacio en el gobierno.

Otra manía: horror a perros y ratones. No hay gran hombre que no tiemble ante nimiedades.

Alto, esbelto, impecable en la juventud y no menos en la madurez, cierto día le regalaron un largo sobretodo-levitón claro y una galera sedosa color crema. Estaba encantado. Lo primero que dijo fue: "Me voy a la calle Florida. Quiero que el mundo admire mi elegancia…".

Pasó sus últimos años en Europa, postrado. Ningún narcótico logró calmar sus dolores. Pero mientras su cuerpo se derrumbaba, la lucidez siguió intacta.

Ansiaba volver a Argentina. Pero no sucedió. Murió el 8 de octubre de 1913, en París.

Un cronista porteño escribió: "La calle Florida hoy empieza hoy a envejecer".

Acaso nada más cierto.

viernes, 14 de marzo de 2025

Conquista del desierto: Las discusiones entre Alsina y Roca

Julio Argentino Roca: su rivalidad con Alsina, sus críticas a la guerra contra el indio y su plan al que nadie prestaba atención

Hacía tiempo que el futuro presidente tenía en mente lo que debía hacerse para terminar con la cuestión indígena, pero no era escuchado. La sorpresiva muerte del ministro de Guerra Adolfo Alsina cambió los planes y, de buenas a primeras, quedó al frente de una campaña sangrienta que pasaría a la historia como la Conquista del Desierto

Por Adrián Pignatelli || Infobae






Roca era comandante de la frontera sur en Córdoba cuando ya tenía en claro cuál era la solución para la conquista de las tierras dominadas por el indígena

El viaje de la provincia de San Juan a la ciudad de Buenos Aires fue, para Julio A. Roca, 35 años, comandante de la frontera sur en la provincia de Córdoba, un verdadero martirio. Lo que comenzó como un simple malestar, se transformó en una fiebre tifoidea contraída en alguna de las postas donde se consumía agua de dudosísima calidad. Durante toda la travesía, estuvo atacado por fuertes descomposturas, terribles jaquecas, fiebre alta y desmayos. Ante sus acompañantes minimizó el cuadro pero en su fuero íntimo creyó que no la contaría, y que seguiría los pasos del que iba a reemplazar, el reciente finado Adolfo Alsina, ministro de Guerra.

Con Adolfo Alsina no se llevaban mal pero tampoco bien. Nacido en Buenos Aires el 4 de enero de 1829, Alsina era nieto de Manuel Vicente Maza -asesinado en 1839 cuando pedía clemencia por su hijo involucrado en un complot contra Rosas- y su padre era el político Valentín Alsina, quien lo influenció en la causa de la defensa de la autonomía de la provincia de Buenos Aires. Durante el gobierno de Rosas, su familia se exilió en Montevideo. Con Rosas ya derrocado, Alsina inició su carrera política en las luchas que Buenos Aires sostuvo contra la Confederación.

Peleó en las batallas de Cepeda y de Pavón. Luego, una vez reincorporada Buenos Aires a la Confederación en 1862, fue electo diputado nacional, y como tal se opuso a la federalización de Buenos Aires, motivo por el cual creó el Partido Autonomista, y entre 1866 y 1868 ejerció la gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Era de gran predicamento entre las clases más bajas y también entre los intelectuales y los estudiantes, y era común que entrase y saliera de su domicilio escondido por la cantidad de gente que siempre lo esperaba.


Adolfo Alsina, figura clave del autonomismo, era el ministro de guerra e ideólogo de la famosa zanja con la que pretendía frenar los malones indígenas

El joven Roca estaba en la vereda de enfrente de la estrategia puramente defensiva que el experimentado político aplicaba contra el indígena y los malones. Y el militar estallaba de indignación cuando le mencionaban la famosa zanja, de unos 370 kilómetros de extensión, con la que el gobierno esperaba frenar las invasiones indígenas y que éstos, en sus incursiones, sorteaban sin problemas. “Esa zanja es un disparate”, repetía Roca.

Alsina creía que con el establecimiento de una línea de fortines bien equipados y defendidos y conectados entre sí por el telégrafo, más la zanja en cuestión, era más que suficiente para tener a raya a los malones indígenas.

Roca tenía un plan más agresivo, que era el de desalojar a los naturales del territorio al norte de los ríos Negro y Neuquén, adelantar la frontera, y asegurar los pasos de Choele Choel, Chichinal y Confluencia.


Roca tomaba como modelo a la campaña que en 1833 había desplegado Juan Manuel de Rosas
(Cuadro Museo Saavedra)

Sentía que predicaba en el desierto porque tenía su propio plan con el que, aseguraba que terminaría con los malones, recuperaría miles de hectáreas en una campaña de un año. Y asunto concluido.

Félix Luna, en su novela basada en hechos reales “Soy Roca” le hizo contar cómo se le había ocurrido su idea. Una noche de invierno de 1873 en el Hotel de France, de Río Cuarto, cuando veía cómo la cocinera estiraba la masa con un palote para amasar tallarines. Así, de pronto, se imaginó su campaña: un rodillo al que haría rodar por el territorio dominado por el indio. Al que primero expuso su plan fue al propio Alsina quien, tirando su cabeza hacia atrás, largó una estruendosa carcajada.

Calfucurá, indio chileno que nunca fue deportado a su lugar de origne. Fue uno de los que enfrentó a las fuerzas de Roca

Roca sabía que el asunto era demasiado serio y que se necesitaba un cambio de timón para solucionarlo. A fines de 1875 un malón había asolado Tandil y al año siguiente los caciques Namuncurá, Renquecurá, Catriel, Coliqueo y Pincén tuvieron a maltraer a los poblados del centro y oeste de la provincia de Buenos Aires.

El militar intentó un manotazo de ahogado para ser escuchado. En 1876 hizo pública por los diarios su idea de guerra ofensiva, que era casi como una copia de la campaña que había implementado Juan Manuel de Rosas en 1833 y que tantos réditos le había dado. Y de paso criticó algunas medidas de Alsina, como su famosa zanja. Aseguró que necesitaba un año para preparar la campaña y otro para llevarla a la práctica. Esto es, en dos años terminaría con el problema del indio. Pero nadie le prestó atención.

El presidente Nicolás Avellaneda, su coprovinciano, apoyó a su ministro, quien caminaba con pies de plomo porque no quería meter la pata y que ningún error le impidiese llegar, en lo que sería su tercer intento, a la presidencia de la nación.


La zanja en plena construcción. Aún se cavaba cuando Alsina falleció. Roca ordenó suspender las obras

Porque el que se quema con leche cuando ve una vaca llora: quiso ser presidente en 1868 pero la alianza de Mitre con Sarmiento lo obligó a conformarse con ser el vice del sanjuanino, quien para colmo lo ninguneó durante toda la gestión. Luego intentó serlo en 1874, pero a último momento retiró su candidatura, asumiendo la cartera de Guerra y Marina luego de arreglar con Avellaneda la fundación del Partido Autonomista Nacional cuando se unió el partido Autonomista del primero con el Nacional del segundo.

Ahora no cometería más errores, más aún cuando el presidente Avellaneda había pactado con los belicosos mitristas, a quienes les había prometido la provincia de Buenos Aires y dejar el camino libre a la primera magistratura a Alsina. Todo cerraba.

La historia cambiaría los últimos días de diciembre de 1877. Alsina, quien desde octubre estaba recorriendo el interior bonaerense, coordinando algunas acciones militares y transitando la línea de fortines, en Carhué se sintió enfermo y volvió a la ciudad de Buenos Aires.

Ministro Roca

Luego de ser atendido por los médicos su salud pareció mejorar pero el 29 de diciembre falleció, luego de una agonía en la que daba órdenes militares y llamaba al presidente Avellaneda. Roca se enteró por un telegrama que le enviaron a San Juan.

La famosa Campaña al Desierto reflejada en el lienzo por Juan Manuel Blanes (La Revista de Río Negro)

El 4 de enero de 1878, el día en que Alsina hubiera cumplido 49 años, Roca fue nombrado ministro de Guerra. Un poco desde su casa y otro desde su despacho, porque demoró en recuperarse, puso manos a la obra. Luego de suspender las obras de la zanja, echó mano a la ley 215 sancionada durante la gestión de Sarmiento que estipulaba que la frontera con el indio debían ser los ríos Río Negro y Neuquén.

Obtuvo del congreso $1.600.000 que necesitaba y que el Estado recuperaría luego de que se vendiesen las tierras que hasta entonces ocupadas por el indígena.

Entre los principales caciques a derrotar -muchos de ellos hacía rato que estaban en franca retirada- estaban los ranqueles Manuel Baigorrita, Ramón Cabral y Epumer Rosas. Los araucanos Marcelo Nahuel y Tracaleu, los tehuelches Sayhueque y Juan Selpú y el célebre Namuncurá, el de la dinastía de los piedra, que terminaría rindiéndose en 1884. “Si ellos son de piedra, yo soy Roca”, advirtió el ministro.

Consiguió entusiasmar a Estanislao Zeballos, un abogado rosarino de 24 años quien, en tiempo récord, escribió el libro “La conquista de quince mil leguas. Estudio sobre la traslación de la frontera sud de la República al río Negro”, donde exponía antecedentes históricos y argumentos contundentes sobre la necesidad de dominar miles de hectáreas improductivas. La obra fue un verdadero éxito cuando salió en septiembre de 1878 y debió imprimirse una segunda edición. Zeballos, quien decidió no cobrar por su trabajo, lo dedicó “a los jefes y oficiales del Ejército Expedicionario”.

Hasta las operaciones militares de 1878 y 1879, la presencia del ejército en territorio dominado por el indígena eran los fortines. (Archivo General de la Nación)

La convalecencia para recuperarse de la fiebre tifoidea le llevaría a Roca unos tres meses. Al llegar se instaló en una casa que compró en la calle Suipacha, entre Corrientes y Lavalle, de una ciudad de la que había decidido que no se iría nunca más.

Roca movilizó al ejército, cuyos soldados iban armados con los modernos fusiles Remington que podían realizar seis disparos por minuto. Enfrente los indígenas iban a la pelea muñidos de una lanza tacuara, de unos cuatro metros de largo, que en su punta tenía asida una tijera de esquilar. También llevaban dos o tres boleadoras y cuchillo. Cabalgaban, en medio de una gritería infernal, como “demonios en las tinieblas”.

Roca pretendió formar una fuerza numerosa pero dividida en pequeños cuerpos que se moviera rápido. En total serían 23 expediciones, cada una de ellas de 300 hombres. En tiempo récord, se logró movilizar a 6.000 soldados, 800 indios amigos, y se reunieron 7.000 caballos y ganado vacuno para alimentación. En el medio de la campaña cuando se terminaron las vacas, lo que se consumió fue carne de yegua. No solo iban soldados, sino también un grupo de curas para evangelizar a los indígenas. También se incorporó a científicos extranjeros que estaban en el país desde la época de Sarmiento y cubrió la expedición el retratista Antonio Pozzo, que dejó un valioso testimonio fotográfico.

Entre los caciques que cedieron guerreros para el ejército se cuentan al borogano Coliqueo, al pampa Catriel y a los tehuelches Juan Sacamata y Manuel Quilchamal. La expedición tuvo cinco divisiones operativas y como lo había hecho Rosas, en esta operación también se dispuso de columnas que salieron de distintos puntos.

La meta que Roca se impuso y que mantuvo en secreto era que el 25 de mayo de 1879 debía celebrarlo en Choele Choel. En Buenos Aires tomó el tren a Azul y de ahí se dirigió a Carhué, de donde partió el 29 de abril. Se transportaba en una berlina, que le resultaba más cómoda para trabajar con los mapas, documentos y libros. Cuando el 14 de mayo cruzó el río Colorado, homenajeó a su antecesor y bautizó el lugar como Paso Alsina, en el actual partido de Patagones. Tal como lo había planeado, el 24 de mayo de 1879 llegó a Choele Choel. A las 6 de la mañana del 25, se tocó diana, se izó la bandera, hubo banda militar y misa.

Trágico fin

La campaña dejó un saldo de por lo menos 1400 indígenas muertos, producto de combates en campo abierto o de ataques sorpresivos a tolderías. Hombres y mujeres fueron separados para evitar la descendencia. Miles de mujeres y niños fueron condenados a una vida de semi esclavitud como servicio doméstico de familias porteñas. Los chicos también eran apartados para siempre de sus madres, en medio de escenas desgarradoras, y su destino era decidido por la Sociedad de Beneficencia.

Los guerreros prisioneros fueron empleados como mano de obra barata en estancias, en trabajos agrícolas en el oeste, en yerbatales y en algodonales en el noreste, en obrajes madereros o en ingenios azucareros en el norte. Otros fueron enrolados en las filas del Ejército y la Marina. Los que el gobierno consideraba más peligrosos, fueron confinados a la isla Martín García donde rompían piedras para el empedrado de la ciudad de Buenos Aires. Muchos murieron por la mala alimentación y las enfermedades. Los caciques sobrevivientes no tuvieron más remedio que someterse y pudieron vivir tranquilos en parcelas asignadas por el gobierno.

Se recuperaron centenares de cautivos y el Estado tomó posesión de 500 mil kilómetros cuadrados de territorio, mucho del cual fue repartido entre políticos, hacendados y militares.

Las operaciones continuarían algunos años más. Los caciques Namuncurá y Baigorrita, aunque debilitados, aún no habían sido derrotados. Los malones, que se habían convertido en una pesadilla durante los gobiernos de Mitre y Sarmiento, terminaron. Pero a esa altura Roca, a los 35 años, preparaba su siguiente empresa: la de ser presidente.


miércoles, 12 de marzo de 2025

Crisis de los 1820: El fusilamiento de Dorrego

Los últimos minutos de vida de Manuel Dorrego antes de su fusilamiento y las cartas de despedida que le dedicó a su esposa e hijas

Fue una muerte incomprensible, de la que Lavalle enseguida se arrepentiría. Los detalles de la ejecución del gobernador de Buenos Aires, que había sido depuesto 12 días antes, la exhumación de sus restos un año después y la utilización política que Juan Manuel de Rosas le dio a sus funerales en la ciudad de Buenos Aires


Por Adrián Pignatelli || Infobae




Manuel Dorrego, gobernador de Buenos Aires que fue depuesto por Juan Lavalle el 1° de diciembre de 1828. Doce días más tarde, sería fusilado

Su adversario en la política pero gran amigo de la vida no se animó a acompañarlo en los últimos momentos, tal como el condenado se lo había pedido. “No tendré valor para presenciar la muerte de un amigo”, dijo el tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid, de quien el condenado era padrino de su hija Bárbara. Sí accedió a darle su chaqueta, ya que Manuel Dorrego le había encomendado que le hiciera llegar la suya a su esposa Angela Baudrix porque, en minutos, estaría muerto.

Manuel Críspulo Bernabé do Rego nació el 11 de junio de 1787 en Buenos Aires. Estudió en el Colegio de San Carlos y luego jurisprudencia en Chile, donde participó en 1810 de la revolución. Incorporado al Ejército del Norte, las dos heridas en el combate de Sipe-Sipe le valieron el ascenso a teniente coronel.

Volvió a demostrar su arrojo en las batallas de Tucumán y Salta, al mando de Belgrano, quien lo ascendió a coronel. Era tan valeroso como indisciplinado e irreverente, lo que le valió varios arrestos. Debido a su temperamento, el creador de la bandera lo marginó de la campaña que finalizaría con las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. Belgrano llegó a decir que con Dorrego a su lado, no hubiese sido derrotado en estos combates.


Juan Lavalle tenía, como antiguo granadero, un pasado militar glorioso, y se destacó en combates en la liberación de América

Cuando San Martín se hizo cargo del Ejército del Norte, también fue sancionado por burlarse en público de Belgrano. Volvería a las armas para pelear contra Artigas.

Su oposición al Director Pueyrredón le valió un destierro, que debía ser en Santo Domingo, pero que las contingencias lo llevaron a Estados Unidos, donde vio el funcionamiento del federalismo. Cuando regresó, el país era un caos y la anarquía del año 20 de pronto lo sorprendió como gobernador interino. Con Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia en el poder, debió alejarse nuevamente. En 1827, luego de haber caído el gobierno, el Partido Federal lo nombró gobernador en agosto. Había recibido el apoyo de las provincias para continuar la guerra con Brasil y llegar a una paz aceptable. Presionado por los ganaderos y por la diplomacia inglesa y obstaculizado su propio gobierno por la burocracia que aún respondía a Rivadavia, debió rubricar la paz con Brasil, por la que aceptaba la independencia de la Banda Oriental. El coronel, de pensamiento auténticamente federal, de fuerte predicamento entre los gauchos y los más humildes, debió enfrentar el descontento de las tropas al sentirse traicionadas por el acuerdo de paz. Y comenzó la conspiración.

Que Juan Galo de Lavalle intentaba derrocarlo, fue una de las tantas advertencias que desechó. Pero lo cierto era que la revolución era un secreto que todos conocían. El antiguo granadero no estaba solo, sino que viejos compañeros de armas, como Soler, Alvear, Paz y otros también tramaban. Lavalle era un militar de 31 años recién cumplidos que había alcanzado su prestigio en los campos de batalla, primero con la campaña libertadora y luego en la guerra contra el Brasil. En buena ley se había ganado el apodo de “el león de Río Bamba”.


Angela Baudrix, la viuda de Dorrego. Luego de la muerte de su marido, debió trabajar como costurera para sobrevivir

Ante el avance de las tropas de Lavalle, que no quería saber nada con parlamentar, el 1° de diciembre de 1828 Dorrego debió dejar la ciudad y se dirigió a la estancia de Rosas. Una elección exprés de unitarios realizada a la una de la tarde en la capilla de San Roque ungió a Lavalle gobernador por 79 contra dos, uno por Carlos de Alvear y el otro para Vicente López.

En su huida al sur de la provincia, descartó el consejo de Rosas que fuera para Santa Fe, dominios del caudillo Estanislao López. Decidió lo peor: enfrentar a las tropas de Lavalle en Navarro, con 2000 hombres y cuatro piezas de artillería, sumados unos doscientos indios pampas, que tenían sus tolderías en los dominios de Rosas. Este se quejaría más tarde: “Yo se muy bien que Dorrego es un loco”.

El fin

El 9 de diciembre fue rápidamente derrotado y en su huida, fue arrestado en Salto por una partida al mando de Federico Rauch y llevado a Navarro, donde acampaba Lavalle. Antes de despedirse de su hermano Luis, a quien permitieron que continuase viaje, se lamentó: “Luis, estoy perdido”. Su primer impulso fue escribirle a Guillermo Brown, interinamente a cargo del gobierno a quien le pidió garantías para dejar el país. Solo el almirante y José Miguel Díaz Vélez intercedieron por él.


Salvador María del Carril fue uno de los instigadores para que Lavalle matase a Dorrego

El general golpista era presionado por los hombres de levita de Buenos Aires. El 12 por la noche recibió una misiva de Juan Cruz Varela: “Este pueblo espera todo de usted, y usted debe darlo todo (…) Cartas como estas se rompen…” Del Carril le enviaría cinco. En una afirmaba que “este país se fatiga 18 años hace, en revoluciones, sin que una sola haya producido un escarmiento (…) habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza a la hidra…”.

Dorrego había llegado a las 13 horas del 13 de diciembre escoltado por cincuenta hombres del Regimiento de Húsares y quedó detenido en la estancia El Talar, al norte de Navarro, propiedad de Juan de Almeyra. El general golpista, alojado en el casco del establecimiento, se negó a recibirlo, mientras el detenido esperaba expectante en el carruaje.

Tamaña sorpresa le produjo a su edecán, Juan Estanislao Elías, cuando su jefe le ordenó comunicarle a Dorrego que, en el término de una hora, sería fusilado por traición.


Momentos previos al fusilamiento. Se ve a Gregorio Araoz de La Madrid asistiendo a su amigo, a pesar de haber estado en bandos opuestos

Dorrego no lo podía creer. “¡Santo Dios!”, exclamó mientras se golpeaba la frente. “A un desertor al frente del enemigo, a un enemigo, a un bandido, se le da más término y no se lo condena sin permitirle su defensa. ¿Dónde estamos? ¿Quién ha dado esa facultad a un general sublevado? Hágase de mi lo que se quiera, pero cuidado con las consecuencias”, le dijo a Lamadrid.

Dorrego pidió hablar con Lavalle. Este se negó. “General, por qué no lo oye un momento aunque lo fusile después”, intercedió La Madrid. “¡No lo quiero!”, gritó.

Lavalle no pensaba por sí mismo ni tampoco en las consecuencias. En una reunión la noche previa al estallido del golpe, lo convencieron de que el gobernador debía morir. Julián Seguro Agüero, Salvador María del Carril, los hermanos Florencio y Juan Cruz Varela, Ignacio Alvarez Thomas, José Miguel Díaz Vélez, Valentín Alsina encabezaban la lista de conspiradores. También Rosas estaba en la lista de individuos a matar, pero Lavalle se negó.


Fue acompañado por el padre Juan José Castañer, cura párroco de Navarro

Dorrego pidió un cura, lápiz y papel. Le escribió a su esposa: “Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir. Ignoro por qué; más la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida: educa a esas amables criaturas. Sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado Manuel Dorrego”.

En 1811, cuando contaba 16 años, Angela Baudrix había conocido a Manuel Dorrego, de 28. Se casaron en 1815, aún con la oposición de los padres de ella. Tendrían dos hijas: Isabel, nacida en 1816, y Angelita, en 1821. Luego, fue el turno de sus hijas. “Mi querida Angelita: te acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre”; “Mi querida Isabel: te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre”.

Otra carta fue para Estanislao López, y le pidió que perdonase a sus victimarios, y que su muerte no fuera causa de más derramamiento de sangre.


Una de las desgarradoras cartas que el condenado escribió a su esposa e hijas. (Archivo General de la Nación)

Se confesó con el cura Juan José Castañer, párroco de Navarro, quien además era su primo. Cuando dijo estar listo para morir, se le indicó que subiese al carruaje, porque el sitio del fusilamiento estaba a unos quinientos metros, pero prefirió caminar.

Al llegar al lugar, vio a la tropa del 5º de línea formada y saludó cálidamente a su jefe el capitán Páez. Luego se arrodilló para recibir la última bendición del cura. Cuando se incorporó, le pidió al jefe del pelotón que transmitiese sus saludos a los otros oficiales.

Se le vendó los ojos con un pañuelo amarillo. En la tarde de ese 13 de diciembre de 1828 una descarga terminó con su vida. Su cuerpo permaneció algunas horas en el lugar donde cayó, hasta que el cura lo sepultó, sin féretro, cerca de la capilla, exactamente a cinco varas y media de la puerta principal, con una diferencia de dos tercios en que daba hacia su parte lateral izquierda. Una cruz de ñandubay señalaba la sepultura.

Exhumación

Al mediodía del 14 de diciembre de 1829 exhumaron sus restos, operación supervisada por el médico Cosme Francisco Argerich y por el camarista Miguel Villegas, que representó al gobierno y otros funcionarios. El cura que lo había enterrado les dio la ubicación exacta de la sepultura.

Lo primero con lo que se encontraron fue con sus botas y sus pantalones de paño oscuro. En su cuello tenía un pañuelo de seda negro y estaba el paño amarillo con el que le habían vendado los ojos.

La cabeza, destrozada, posiblemente con un fuerte culatazo de fusil, estaba casi separada del cuerpo. Vieron que la mandíbula inferior tenía todos los dientes y eran evidentes algunas viejas heridas. Su cuerpo tenía una chaqueta de lana escocesa. Sus manos estaban cerradas y se veía una herida de bala en el lado izquierdo del pecho.

Se sacaron los restos de la fosa y se lo limpió. Se lo sumergió durante algunas horas en un líquido que le quitó las impurezas a los huesos, los que una vez secados, fueron embebidos en aceite de trementina y colocados en una urna.

Su esposa había quedado en la indigencia, y le negaron una y otra vez la pensión que le correspondía por su esposo. Debió ganarse la vida cosiendo uniformes en la ropería de Simón Pereyra, cobrando una miseria. Debería esperar 17 años para que Rosas autorizase el reconocimiento. Dicen que el pedido había sido cajoneado por Encarnación Ezcurra, la esposa de Rosas, ya que consideraba a Dorrego un federal cismático, y no apostólico.

Lavalle asumió toda la responsabilidad. “Participo al Gobierno Delegado que el coronel don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La Historia, señor ministro, juzgará imparcialmente si el señor Dorrego ha debido o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público. Quiera el pueblo de Buenos Aires persuadirse que la muerte del coronel Dorrego es el mayor sacrificio que puedo hacer en su obsequio. Saludo al señor ministro con toda consideración, Juan Lavalle”.

La noticia cayó de la peor manera en Buenos Aires, que se enteró del desenlace al día siguiente. Juan Manuel Beruti escribió en sus Memorias Curiosas que “mientras gobernó, no hizo mal a ninguno; no entró al gobierno por revolución sino por la junta de la provincia que lo nombró”.

El cónsul norteamericano escribió que “es difícil describir el pavor y profunda tristeza que esta noticia ha infundido en la ciudad”.

Lavalle intentó justificarse cuando dijo que “sacrifiqué a Dorrego con la intención más sana”. Sin embargo, en sus memorias Félix Frías recordó que Lavalle “comenzó a sentirse atormentado por esta decisión. Con los años la carga no haría más que incrementarse de una manera insoportable”. Del Carril le aconsejó mentir y labrar un acta falsa.

La situación política fue capitalizada por Rosas, que comenzó su rápido camino al poder desde la campaña bonaerense. Lavalle terminaría retirándose.

Hasta el fin de sus días, Lavalle recordó el 13 de diciembre. Siempre planeó que, cuando regresase a la ciudad de Buenos Aires, le pediría perdón a la viuda e hijas de Dorrego. Pero la muerte lo sorprendería el 9 de octubre de 1841.

Homenajes

El domingo 20 de diciembre de 1829, un año y una semana después de haber sido fusilado, entró a la ciudad la urna con sus restos. Cuando la carroza estuvo a la altura del pueblo de Flores, el centenar de ciudadanos que había ido a su encuentro, desengancharon los caballos y condujeron el carruaje a pulso hasta la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Piedad. Un grupo de curas se había adelantado cuatro cuadras a recibir la carroza, en medio de la gente que se agolpaba en las calles y que muchos pujaban por entrar al templo colmadísimo, donde se ofició una misa.


Los funerales de Dorrego, ordenados por Juan Manuel de Rosas, quien había asumido doce días antes como gobernador, fueron imponentes. Toda la ciudad lo homenajeó

Toda la ciudad le rindió homenaje. Los soldados con brazaletes negros, las banderas con crespones, las campanas de las iglesias desde el mediodía de ese día hasta las 8 de la noche del siguiente no dejaron de tocar a muerto y hasta los postes de la vereda los cubrieron con ramos de olivo.

En un cortejo encabezado por el gobernador, quien había asumido el 8 de diciembre de ese año, y detrás sus funcionarios -todos de luto- acompañaron los despojos a una capilla, donde se volvió a rezar. Cañonazos cada media hora, altares alusivos, guardias de honor. Todo refería al desgraciado que había sido fusilado en San Lorenzo de Navarro.

Al día siguiente, más misas y procesiones. Nuevamente la iglesia, ceremonias, cañonazos, otros recuerdos y alabanzas. A las seis de la tarde todos fueron al cementerio, al que llegaron dos horas después. Dicen que el gobernador estaba conmovido. Cuando éste dejó caer una guirnalda sobre la fosa, todo concluyó.

Su hija Isabel nunca se casó, y desde el día del fusilamiento de su padre, siempre vistió de luto.

En 1868 Mariano Miró inauguró su mansión, en la manzana comprendida entre Avenida Córdoba, Viamonte, Libertad y Talcahuano. Once años más tarde, justo enfrente se instaló el monumento a Juan Lavalle. Para la esposa de Miró fue como una burla atroz: ella era Felisa Dorrego, sobrina del fusilado. Desde ese momento hasta el día de su muerte, puertas y ventanas que daban al monumento permanecieron siempre cerradas.

En el Museo Histórico Nacional se conservan el anillo y los tiradores que dejó a sus hijas, reproducciones hechas en la época de sus últimas cartas, retratos, la mesa en la que Lavalle escribió la carta donde comunicaba su muerte, su sable y la litografía de la nota sobre el funeral, de la imprenta Bacle. Casi todos sus objetos están en la exposición permanente Tiempo de Provincias, menos el sable y sus tiradores que están en la Reserva Patrimonial.

El 27 de diciembre de 1936 se inauguró un monumento en el sitio donde la tradición señalaba que allí había sido fusilado con sus ojos tapados por un pañuelo amarillo y vistiendo una chaqueta prestada de su compadre, quien no se animó a verlo morir.


martes, 11 de marzo de 2025

Guerra antisubversiva: Navidad sangrienta en Monte Chingolo

Navidad sangrienta. El conmovedor relato de un soldado que resistió el ataque guerrillero del ERP en Monte Chingolo

Eduardo Luis Chavanne estaba cumpliendo con el Servicio Militar Obligatorio cuando el Batallón Depósito de Arsenales “Domingo Viejobueno” fue invadido por el Ejército Revolucionario del Pueblo



LA NACION || Mariano Chaluleu

Eduardo Luis Chavanne tenía 21 años cuando se convirtió en protagonista involuntario de uno de los pasajes más dramáticos de la historia argentina. Ocurrió hace 48 años, el 23 de diciembre de 1975. Sin embargo, los recuerdos aún lo incomodan: “En esta época del año, cuando se acerca la Navidad, me pongo para la mierda”, precisa.

Solo le faltaba un mes para cumplir con su Servicio Militar Obligatorio. Había atravesado los tres meses de “instrucción” en La Calera, Córdoba, donde hizo el curso de paracaidista. Pero desde abril de 1975 estaba destinado en el Batallón Depósito de Arsenales “Domingo Viejobueno”, en el cuartel del Ejército, en Monte Chingolo. Era parte de la Compañía de Seguridad y participaba de las guardias en los 9 puestos de vigilancia que tenía el predio.

No padeció la conscripción, tenía vocación de servicio, se había formado como Bombero Voluntario. Pero estaba listo para regresar a su hogar, en Quilmes, donde se crio, junto a sus padres y sus tres hermanos.

A continuación, el testimonio de un soldado que resistió el ataque del Ejército Revolucionario del Pueblo. Sus memorias reflejan todo lo que vio, lo que escuchó y lo que sintió un joven que fue herido en combate y fue obligado a matar.



Eduardo Luis Chavanne con la ropa de soldado ||
Gentileza Eduardo Luis Chavanne

-¿Qué recuerda del combate del 23 de diciembre de 1975?

-Todo. Eran más o menos las 18, yo estaba de guardia y el Cabo González me había liberado 10 minutos temprano. Entonces agarré mi fusil y me fui caminando. Justo cuando pasaba frente a la comandancia, lo vi al sargento Saravia, que estaba empuñando su pistola, y me dijo: “Vamos que ya se metieron estas mierdas”. Entonces me di vuelta y vi que entra un camión de gaseosas junto a varios coches, que iban para un lado y para el otro. Yo tenía el fusil en la mano, entonces lo agarré fuerte y lo seguí a Saravia. Nos metimos en la cantina, donde estaban muy asustados el cantinero y la señora. Ya se escuchaban los ruidos del combate.

El colectivo que usaron los atacantes del ERP || Télam Agencia de noticias

Adentro estábamos nosotros 4 más 3 soldados. Saravia me repetía ‘tranquilo, tranquilo, tranquilo, tranquilo, tranquilo...’. Ahí es cuando a uno le aflora la mente y se da cuenta de que todo lo que nos habían enseñado era para algo. Rompí el vidrio de una ventanita y empecé a apuntar. Tenía 125 municiones. No era mucho, si se considera que el fusil, en modo automático, puede acabarlas en poco tiempo.

Al tercer tiro que doy yo, escucho que una bala me pasa al lado de la cabeza. No me lastimó, pero me rozó la oreja y me desestabilizó. Me senté en el piso, lloriqueé un poco y pensé ‘¿Qué carajo hago acá?’. Pero volví a recomponerme.

Por la ventana veía a los terroristas. Se movían entre los árboles. Algunos estaban de ropa militar, otros con camisa a cuadros y vaquero.

Saravia nos volvió a arengar: ‘¡vamos, muchachos, vamos!’, gritaba. Bueno, me recuperé y volví a apuntar. En un momento gritan que había que ponerse el pañuelo blanco en el cuello, para diferenciarnos de ellos. Pero ahí ellos hacen lo mismo para generar confusión...

En un momento frenó el fuego. Los guerrilleros nos gritaron a los soldados conscriptos: ‘Ríndanse que con ustedes no es’. Y yo pensé: ‘Hijo de puta... ¿que me rinda? Si viniste a matarme’. Me daba bronca porque pedían que nos rindiéramos, mientras que yo sabía que tenían la orden de matar a todos, bajar la bandera argentina y subir la bandera del ERP. Se iban a llevar 20 toneladas de armas para Tucumán. Ellos, que eran los ‘jóvenes idealistas’, no fueron a hablarnos con la palabra, o con un libro. Seguimos disparando.

Pero justo nos tiraron una granada que se metió entre la cantina y la guardia, muy cerca de donde estaba. Voló a la mierda todo, las paredes y varios cajones de madera llenos de botellas de vidrio de Coca Cola. Algunos cajones cayeron encima mío y me quebré la pierna.

Pero el combate seguía. A esa altura ya habían pasado como 3 horas y pico de tiroteo. Justo en ese momento llegó la ayuda, se empezaron a oír a un grupo de hombres cantar. Eran los del regimiento de La Tablada, que venían por la avenida Pasco.

Eduardo Luis Chavanne, con su fusil asignado, a sus 21 años, cuando realizaba el servicio militarGentileza Eduardo Luis Chavanne

-¿Estaba en condiciones de seguir peleando?

-No, ya no. En un momento, los guerrilleros empezaron a replegarse. Pero el combate continuó, porque los pibes fueron a buscarlos. Cuando se liberó el área de la cantina, un sargento primero de La Tablada nos dijo que saliéramos. Pensó que éramos subversivos, pero Saravia se identificó y rápidamente nos dieron asistencia. Yo tenía la pierna quebrada pero no me daba cuenta. Hasta que intenté moverme: no podía caminar. Me llevaron a la comandancia. Después a algunos nos subieron a un helicóptero que nos trasladó al hospital aeronáutico. Allá me hicieron las primeras curaciones.

Ataque guerrillero al Batallón de Arsenales de Monte Chingolo || Télam Agencia de noticias

-¿Pudo comunicarse con su familia?

-No, para nada. Al otro día, mi viejo fue al regimiento a preguntar por mí. El 23 se había ido a dormir sin saber lo que había pasado. El guardia lo vio y cruzó los brazos de un lado para el otro, le hizo la seña de que yo no estaba ahí. Y mi papá se volvió a mi casa pensando que me habían matado. Recién unas horas después le informaron que yo estaba en el hospital.

-¿Cuánto tiempo permaneció internado?

-Un mes, porque estaba enyesado hasta la rodilla. Cuando me dieron el alta en el hospital, fui al batallón a que me dieran la baja. Vieron que estaba rengueando y me dieron un bastón. Luego me fui.

-¿Mató durante el enfrentamiento?

-Sí, maté. No me gusta hablar de eso... Pero si me lo preguntás, sí. Sí, maté. Uno no está preparado para eso. Ni para morir ni para matar. Pero no iba a dejar que me mataran. Llega un momento en el que uno prioriza su vida.

Un baño de sangre

Para el Ejército Revolucionario del Pueblo, la derrota en Monte Chingolo constituyó un golpe letal. Perdió a muchos combatientes: 62 guerrilleros murieron y 30 resultaron heridos. Mientras que en el Ejército y las fuerzas de seguridad tuvieron siete bajas: 2 oficiales, 1 suboficial, 1 marinero y 3 soldados conscriptos (Roberto Caballero, Manuel Benito Rúffolo y Raúl Fernando Sessa).

Hay un dato insoslayable: el ataque guerrillero ocurrió durante un gobierno constitucional. La presidente, elegida en las urnas, era María Estela Martínez de Perón. Recién tres meses después llegó el golpe militar. Y unos meses más adelante, en julio de 1976, Mario Roberto Santucho y el número dos de la organización, Benito Urteaga, fueron muertos en un enfrentamiento en Villa Martelli. El cuerpo de Santucho nunca fue localizado.



Frente de la unidad “Domingo Viejobueno” luego del ataque
Télam Agencia de noticias

-A lo largo de los años, distintas versiones señalaron que el Ejército estaba al tanto de los planes de ataque, y que esperó a los guerrilleros para abatirlos en el cuartel. ¿Cree que es cierto eso?

-Nosotros, los soldados, no sabíamos nada. Y creo que los suboficiales y los oficiales de menor rango, tampoco. La mitad de la compañía de seguridad estaba de franco. Si hubiésemos tenido indicios, ¿los hubiesen dejado ir? Es mentira que el Ejército estuviera preparado. Y es mentira que hubiese soldados del Ejército esperando, camuflados, detrás de las plantas. Lo único que había de diferente en el regimiento ese día fue que habían cavado una zanja detrás de las torres de transmisiones. Fuera de eso, el día había sido normal, como cualquiera. Todo lo que se dijo es mentira.

-¿Qué más se dijo?

-Que había gente de otros batallones esperando adentro, a modo de refuerzo, como si estuviéramos listos para lo que iba a pasar. Mentira. Y también desmiento que el coronel Eduardo Abud estuviera esperando arriba de una torre tanque con una ametralladora. Abud estaba lejos del lugar en el que entraron con el camión y los autos. Son mentiras que inventaron esos impresentables para quedar como víctimas, cuando fueron ellos los que fueron allí a matarnos, dicho sea de paso, en un gobierno constitucional y democrático.

-¿Cómo siguió su vida después de aquel día?

-Cuando me empezó a caer la ficha, hubo días en los que empezaba a sentir el tableteo de la ametralladora en la cabeza y me ponía en posición para tirar. Tenía pesadillas, estrés postraumático. Mi vida era mala. Yo estaba mal, estaba agresivo, decaído, pensaba mucho en Jorge Bufalari, una persona tan dulce, y en cómo lo habían herido... Por suerte no murió. Y me peleé con la chica con la que estaba saliendo, porque pensé que ella no merecía verme así.

Desde hace 34 años, Eduardo vive en Santa Clara del Mar, donde regenta una pyme de distribución de herramientas para ferreterías

-¿Se vio, en los años siguientes, con los otros conscriptos con los que compartió en ese batallón?

-No tanto. Hubo muchos que quedaron mal... Había uno que vivía en Mar del Plata y al que quise visitar, que se ponía mal si me veía, por los recuerdos que le traía hablar de eso. Un día su mamá me pidió que no lo visitara más. Y por supuesto que respeté ese pedido.

-¿Pudo cicatrizar la herida emocional?

-El tiempo curó algo, pero cada vez que se acerca la Navidad me angustio un poco.

-¿Hay algo que pueda ayudar a que usted y los otros soldados puedan convivir mejor con este recuerdo?

-Sí, con algunos conscriptos pedimos que nos permitan entrar al lugar en el que estaba el regimiento. Hoy el predio forma parte de un polo industrial. Muchas veces contactamos al polo, la última fue hace dos meses. Pedimos que nos dejen poner una garita en una esquina, a modo de homenaje, o una placa. Pero no lo conseguimos.