lunes, 17 de marzo de 2014

Pensando en las razones de una Hispanoamérica partida

¿Por qué perdimos?


Mapa de México (Nueva España) en 1794, que se exhibe en el Salón Principal de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Con la incorporación de Luisiana (1764-1803) llegó a alcanzar los 7 millones de Km2, el más extenso territorio del continente, pero la fragmentación de Hispanoamérica tras la independencia provocó la pérdida de la mayor parte del territorio mexicano ante el empuje arrollador de Estados Unidos.
Artículo del jesuita español Baltasar Pérez Argos originalmente titulado “Un luminoso ejemplo de filosofía de la historia aplicado a Hispanoamérica. José Vasconcelos: ¿Por qué perdimos?”, publicado en el sitio web Fundación Speiro.
(NOTA: Hispanoamérica Unida no es un sitio web confesional y no se identifica necesariamente con la postura ideológica o religiosa del autor de este artículo. El objetivo que guía la publicación de diversos materiales en nuestra web es poner de manifiesto y reivindicar la unidad de nuestra América de habla española)
El gran pensador mexicano José Vasconcelos, una de las más altas y señeras figuras de la filosofía hispanoamericana de nuestro tiempo, en un artículo, que bien puede considerarse su testamento espiritual –fue lo último que escribió y publicó- nos dejó un luminoso ejemplo de filosofía de la historia, aplicado a Hispanoamérica. Se pregunta ya desde el título, ¿Por qué perdimos?, y concreta el problema de la siguiente manera:
“¿Cuáles son las causas de que, a principios del siglo XIX, todavía México haya sido el primer país de Hispanoamérica y actualmente los Estados Unidos lo tienen aventajado en forma tan gigantesca?”.
Pregunta las causas, quiere hacer filosofía, filosofía de la historia, de una historia, que hoy precisamente, al conmemorarse el V centenario del descubrimiento y evangelización de América, se ha hecho actualidad. El problema de un modo o de otro se ha planteado, y se le han dado soluciones, soluciones muy peregrinas. Escuchemos la que, con su capacidad y reconocida competencia, nos ofrece el ilustre mexicano José Vasconcelos en este artículo memorable.
Empieza el gran pensador dando por asentado el hecho de que España, en el momento de la independencia, deja a México situado tanto en lo cultural como en lo económico, a una altura inconmensurable con respecto a sus vecinos del Norte, los Estados Unidos, apenas unos ranchos dispersos por el gran continente. Así se expresa Vasconcelos:
“En primer lugar hace falta convencer a los no letrados de que, en efecto, México fue la primera nación del Nuevo Mundo durante todo el siglo XVIII; en la misma época en que los Estados Unidos eran un modesto grupo de colonias sin importancia, ya no digo cultural, ni siquiera comercial”.
Afirmación clara y contundente “para convencer a los no letrados” y a otros “ignorantes” de la historia: “México fue la primera nación del Nuevo Mundo durante todo el siglo XVIII”. La primera nación: ¿En qué consistió su primacía? Nos lo va a comprobar con un testimonio, no precisamente de un español –no sería ni hábil ni eficaz- sino de una personalidad neutral, alemán por más señas, de la categoría científica de un Alejandro Humboldt. Humboldt, en efecto, como todos sabemos, fue por decirlo así el primer periodista científico. Recorre detenidamente todo el continente americano, desde las tierras del norte hasta el Virreinato del Perú, y recoge en más de 30 volúmenes sus experiencias, lo que vio, lo que vivió y observó en tan largo recorrido. De un mérito extraordinario, nosotros, los españoles de hoy, deberíamos conocer mejor lo que escribió para la Historia, aquel periodista. Oigamos a Vasconcelos lo que nos resume en brevísima pincelada:
“Para darse cuenta de lo que México era, basta con recordar el libro de Humboldt,El Ensayo Político sobre la Nueva España. Teníamos entonces mejores carreteras que las norteamericanas; nuestro territorio llegaba por el Norte hasta Alaska y por el Sur hasta Honduras. Nuestro país era centro comercial del mundo. Nuestra marina, aun la construida en astilleros mexicanos, imponía respeto a la americana y estuvo ayudando a contener los asaltos de los bucaneros, que pretendían apoderarse por la fuerza de nuestros puestos. Constituimos en aquel tiempo una de las rutas comerciales más frecuentadas del mundo, por virtud del tráfico de los galeotes de Manila, que estuvieron comunicando el Asia con Europa, durante más de dos siglos. El último viaje de esta empresa de navegación coincidió con la ocupación de Acapulco por los insurgentes de Morelos.
“Desde el punto de vista financiero fue aquella una época en que nuestra moneda era patrón mundial. El valor de la moneda, al fin y al cabo, lo determina el valor del metal que la respalda, ya sea plata u oro. Pero a la vez, para garantizar la posesión de la plata y el oro, hacen falta las escuadras y los ejércitos. Por eso es que la moneda sigue al Imperio. En nuestros buenos tiempos la garantía metálica de nuestra moneda –única sólida- estaba en las Casas de Moneda, que abundaban por el país y todas se hallaban protegidas por el Ejército Colonial y por la Marina española. Actualmente tenemos que garantizar nuestro peso con divisas extranjeras, que son un giro contra depósitos metálicos, que se encuentran en los Estados Unidos, custodiados por el Ejército norteamericano”.
Dibujo de la Ciudad de Veracruz y San Juan de Ulúa en 1615. Se le llamaba Ciudad de Tablas debido a que las casas eran de madera con techos de palma.
Dibujo de la Ciudad de Veracruz y San Juan de Ulúa en 1615 (autor desconocido). Se le llamaba Ciudad de Tablas debido a que las casas eran de madera con techos de palma.
La descripción de la riqueza material, en que vive México, hecha por Alejandro Humboldt y resumida brevísimamente por Vasconcelos, no puede ser más elocuente. En el libro de Humboldt además se encuentran datos sorprendentes de alto nivel cultural y científico de toda la América española. Recordemos este gran elogio: “Ninguna ciudad del Nuevo Continente, sin exceptuar las de los Estados Unidos del norte, presentan establecimientos científicos tan grandiosos y sólidos como la capital de México. Me bastaría citar la Escuela de Minas, dirigida por el sabio Elhuyar, el Jardín Botánico y la Academia de Nobles Artes, fundada por personas particulares con la protección del ministro Gálvez. El Rey dotó a esta última de una espaciosa casa y de una colección de modelos de yeso, de obras maestras de la antigüedad clásica, como el Apolo de Belvedere o el grupo de Lacoonte, valuada en cerca de 800.000 reales” (Nueva España, I, 112; II, 46). De su estancia en Venezuela–para no quedarnos sólo en México- nos refiere la sorpresa que le causó encontrar en la población del interior, Calabozo, una máquina eléctrica de grandes discos, electróforos, electrómetros, baterías, un material casi tan completo como el que poseen nuestros físicos en Europa, construidos por el señor Carlos del Pozo. Y en Lima, a una distancia inmensa de Europa, le mostraron las últimas novedades en química, en matemáticas y en fisiología” (Nueva España, I, 290).
Vasconcelos también hace referencia en su artículo al nivel cultural y científico, que alcanzó México bajo la dominación española, y que se consolidó al llegar a su independencia. Su afirmación concisa es muy de notar, más en este tiempo, en que sólo mirar al África descolonizada produce escalofríos. La afirmación es breve, pero sorprendente:
“Culturalmente también es de sobra conocido que en nuestro país había más bibliotecas, más universidades, más imprentas, que en las trece colonias británicas de la orilla del Atlántico”.
Más bibliotecas, más universidades e imprentas que en las trece colonias británicas de la orilla del Atlántico. Con la famosa Universidad de San Marcos de Lima, nada menos que 19 ciudades de Hispanoamérica gozaron de otras tantas o más universidades repartidas por aquellos vastos territorios de México y de Perú. ¿Cuántas universidades se han levantado después con más medios y más facilidades sin duda en África y en Asia por otros pueblos colonizadores? No se puede negar sólo con este dato, que la obra cultural de España en América, aun prescindiendo de su aspecto evangelizador, fue enorme. Con razón León XIII, al celebrarse el IV Centenario del descubrimiento, escribió: “La obra de España en América fue el hecho, de por sí, más grande y maravilloso entre los hechos humanos”. “Entre los hechos humanos” porque en cuanto a la evangelización, no hay ni que hablar. La evangelización esto sí que fue maravilloso. Un verdadero milagro de la divina Providencia. No hay más que ver que ahora con tanta “teología de la liberación”, con tanta “inculturación”, no saben qué hacer para seguir los pasos de aquellos evangelizadores y al menos contener la descristianización creciente de aquel inmenso continente católico. El Obispo de Cuernavaca, el famoso Méndez Arceo, me decía en su Palacio episcopal, sede que fue de Hernán Cortés: “Mire, padre, la fe que España nos dejó en México; a pesar de siglo y medio de persecución sistemática contra la Iglesia católica. Mire la fe tan arraigada que tiene este pueblo”. Textual.
Pues bien, ante este panorama de extraordinaria prosperidad se pregunta Vasconcelos y con toda razón: ¿Por qué perdimos? ¿Por qué nos encontramos ahora, siglo y medio después de nuestra independencia, en esta situación, tan contraria de la que partimos? Ellos, los americanos del norte, entonces un “modesto grupo de colonias”; y nosotros, los mexicanos, financiera y culturalmente muy por encima de ellos. México “la primera nación del nuevo mundo durante todo el siglo XVIII”. ¿Y ahora? ¿Qué ha ocurrido? La pregunta se impone y no puede ser más interesante, desde el punto de vista de la filosofía de la historia. Hoy, con ocasión del V Centenario se ha suscitado de nuevo el problema y con más virulencia que nunca por una poderosa razón: por la situación de injusticia social y de miseria, que vive hoy Hispanoamérica, tan floreciente entonces y tan domeñada hoy por el vecino del norte. ¿Dónde está la causa o las causas de esta pérdida? He aquí lo que plantea y a lo que noblemente quiere responder Vasconcelos en este artículo, que desgraciadamente dejó sin concluir. Lo que dice no tiene desperdicio. Veámoslo.
***
El artículo de Vasconcelos, cuyas partes principales transcribimos, apareció en la revistaLatinoamérica, en su número 116, de septiembre de 1958. Sólo se publicó la primera parte, no la segunda que prometía ser la más interesante. ¿Por qué sólo la primera parte? La revista se editaba en México D.F. desde su fundación. Pero a fines de 1958 se trasladó a La Habana, con la esperanza de que en la Cuba de Fidel Castro mejoraría su situación económica y tendría mayor tirada que en México, donde por la falta de libertad de imprenta a las que estaban sometidas las editoriales católicas al tener el gobierno mexicano en su mano el monopolio y el control del papel, la revista llevaba una vida lánguida. Urgía salir de Caribdis, pro se encontraron con Escila. Efectivamente, se empezó a publicar en la Habana, pero pronto se frustraron las esperanzas. La revista dejó de salir y el artículo de Vasconcelos quedó truncado a la mitad. Además el gran pensador mexicano moría poco después en México D.F. su querida patria en abril de 1959. Tuve el honor y la satisfacción de asistir a su sepelio y contemplar la alta estima que hacía de él el pueblo mexicano con marcado carácter católico y patriótico.
A la pregunta, que encabeza su artículo, ¿Por qué perdimos? responde Vasconcelos, indagando sus causas, causas de orden político, de orden geográfico, de orden social y religioso, que evidentemente pudieron influir e influyeron en esa pérdida.
Real Casa de la Moneda de México, obra del arquitecto Juan Peinado, contruida en el siglo XVIII. Hoy es el Museo Nacional de las Culturas.
Real Casa de la Moneda de México, obra del arquitecto Juan Peinado, contruida en el siglo XVIII. Hoy es el Museo Nacional de las Culturas.
Causas políticas
Vasconcelos fundamenta su análisis político en esta tesis: la guerra de la independencia fue para los Estados Unidos  la razón y el comienzo de la unión de las colonias y la participación de las mismas en el proceso ascendente de la Madre Patria, Inglaterra, y su influjo en el mundo; mientras que para nosotros, los hispanos, la guerra de la independencia fue causa de la disgregación nacional y de la participación de nuestros pueblos en la derrota y declive del imperio español. Oigamos a Vasconcelos:
“Para analizar las causas de orden político habría que trasladarse a la guerra de la independencia, que fue para los Estados Unidos comienzo de unión de las colonias y participación de ellas en el ascenso que tuvo en el mundo la Madre Patria, Inglaterra.
Para nosotros la independencia fue disgregación nacional y participación en la derrota de España; cuyo imperio, al perder la Marina, se quedó sin medios de protegernos de la codicia extranjera; nos dejó entregados a nuestros propios recursos y obligados a transar con el enemigo exterior, que era Inglaterra”.
Sobre el principio de que la guerra de la independencia fue causa de la disgregación nacional, Vasconcelos apunta a una razón más profunda que lo explica, “la codicia extranjera”; codicia extranjera que tiene un origen y una cabeza, que con habilidad va a dirigir toda la trama, Inglaterra. No duda en calificar a este conjunto de “el enemigo exterior”.
La afirmación que nos va a hacer ahora Vasconcelos es para tomar muy buena nota de ella, tanto los hispanos de aquí, como los hispanos de allí:
“Pronto los ingleses, después de fomentar nuestra guerra de Independencia, se apoderaron de la dirección de todos los negocios de los pueblos hispanoamericanos, a través de la Banca Internacional y de la Marina Comercial inglesas”.
He aquí el virus, el virus que explica los síntomas de la continua convulsión social que padecen los pueblos hispanoamericanos desde su independencia, a saber el virus del capitalismo liberal manchesteriano. La dirección de los negocios, la Banca Internacional, la Marina Comercial inglesa en manos de los ingleses, no de los nativos. Qué clarividencia la de Vasconcelos. Le resulta este análisis tan evidente, que más adelante insiste sobre lo mismo en un párrafo genial, que hay que leer con todo cuidado. Dice así:
“Por entonces las naciones americanas, surgidas antes de tiempo, fatalmente cayeron en la dispersión. Y peor aún: se dejaron dominar por la propaganda, que las llevaba a renegar de su antigua Metrópoli para aceptar sumisas la penetración anglosajona en lo económico y también en lo espiritual, mediante un liberalismo, que nos distraía con la lucha religiosa, mientras acaparaba la dirección y el usufructo de los recursos nacionales”.
¿Lo peor? Lo peor según Vasconcelos, haberse “dejado dominar las naciones de Hispanoamérica por la propaganda, que las llevaba a renegar de su antigua Metrópoli para aceptar sumisas la penetración anglosajona en lo económico y también en lo espiritual”. Esto es hacer filosofía de la historia, aplicada al caso concreto de Hispanoamérica. El origen del mal aquí está, se les ha querido arrancar de sus raíces, materiales y espirituales.
En el arte de “la propaganda” y en particular de la “leyenda negra” no cabe duda de que “el enemigo, ese enemigo extranjero” ha sido y sigue siendo maestro. Se ha podido comprobar ahora en tantos escritos, reuniones y conferencias que han tenido lugar con ocasión del V Centenario, tanto es así que, intuyéndolo desde su alta jerarquía de Vicario de Cristo, el mismo Sumo Pontífice Juan Pablo II quiso adelantarse y empeñó su altísima autoridad espiritual en deshacer esa propaganda y esa leyenda negra agradeciendo a España públicamente ante todos los obispos y todos los pueblos del continente americano, su ingente obra de evangelización y de cultura en Hispanoamérica,
Era acertada la estrategia. Renegando de la Madre Patria, la antigua Metrópoli, y aceptando sumisas la penetración anglosajona, se dejaba “abierto el camino –nos dice Vasconcelos- a una fácil y profunda penetración del enemigo exterior” en las naciones americanas, surgidas antes de tiempo. De esto se libró el Brasil: de “esto”, que Vasconcelos califica con palabra fuerte “premarxismo del odio interno”. Muy fuerte y expresiva palabra. Dice así:
“Tan sólo Brasil logró escapar a este premarxismo del odio interno y en vez de pelear con su Metrópoli a la hora de la angustia común, al contrario, le abrió sus puertas y aplazó su independencia hasta poder realizarla por medio de Tratados y Convenciones favorables al interés común… Pero entre nosotros, la penetración extraña había sido profunda, como no tardó en demostrarlo el éxito que obtuvo Poinsett atrayendo hacia sí y a su programa imperialista, toda una generación de gente capaz, que insensiblemente fue derivando hacia la cooperación con los planes anglosajones de destruir todo lo hispánico en beneficio de la nueva situación, que prometía crear hombres libres y acabó convirtiéndonos en factorías, ya que ni siquiera como antes, en las colonias”.
Patio principal de la Academia de San Carlos, fundada en 1781. Fue la primera escuela de arte en el continente y Desde su creación ha sido el centro medular de la creación artística en América, particularmente durante los siglos XVIII y XIX, al constituirse como el semillero de grandes talentos en el mundo del arte.
Patio principal de la Academia de San Carlos, fundada en 1781. Fue la primera escuela de arte en América y desde su creación ha sido el centro medular de la creación artística en el continente, particularmente durante los siglos XVIII y XIX, al constituirse como el semillero de grandes talentos en el mundo del arte.
Penetración extraña y profunda, la penetración anglosajona; que se concreta en el “éxito que obtiene el Programa Imperialista de Poinsett”. Programa que propone nada menos que “la cooperación con los planes anglosajones de destruir todo lo hispánico en beneficio de la nueva situación”. ¿Cuál es esa nueva situación? No se expresa pero claramente se deduce: el imperialismo anglosajón, que de una manera o de otra, aún perdura. Todo esto, aliñado con la añagaza de siempre, la promesa de libertad, de “crear hombres libres”. Como si la libertad fundamental no fuera un “don preciosísimo, innato al hombre”; que recibimos de Dios; que no hay que crear, sino potenciar regulándolo y sometiéndolo a la ley natural, como tan profundamente nos explica León XIII en su enclíticaLibertas.
Vasconcelos resume y concluye así el análisis de las causas políticas, que han influido tan decididamente en la pérdida del alto nivel cultural y material que poseía México en el momento de su independencia, y en el “desfase histórico”,  que ahora vive con relación al gran vecino del Norte. Dice así Vasconcelos, con una agudeza que sorprende por su acierto:
“Inglaterra se apoderó de nuestro comercio de nuestra minería; y todas las pequeñas naciones sueltas se dejaron llevar  a la patriotería,  que engendra el culto del Caudillaje. Aquello tenía que conducir al fracaso. Una a una, nuestras naciones fueron cayendo en la sumisión; que primero se impuso con rudeza y ahora se ejercita dentro de las formas  de la más exquisita cortesía, en la Panamericana de Washington”.
Por último se consuela Vasconcelos al ver que su análisis de las causas políticas, por las que los pueblos hispanoamericanos “perdieron” su grandeza, lo intuyó también Bolívar, “aquel genio”; lo que constituye un germen de esperanza, o como él dice con más exactitud, “las bases para que alguna vez conquistemos de verdad la autonomía”. Hispanoamérica no tiene otro camino para la recuperación de su identidad. Oigamos una vez más a Vasconcelos:
“Bolívar, que era un verdadero genio, se dio cuenta de todo esto. Por eso murió decepcionado, pero reconociendo lo inevitable y aconsejando que se pusieran las bases para que alguna vez conquistásemos de verdad la autonomía”.
Causas orográficas
Poco espacio le queda en su artículo para el análisis de las causas orográficas, como él las llama. Sin embargo, en tan poco espacio es mucho lo que dice. Empieza por asentar el valor de lo que con orgullo denomina “nuestra raza mestiza”, no es otra que la que allí sembró España, llevada de su instinto cristiano y evangelizador; instinto nada racista. Un auténtico cristiano no puede serlo. Esto supuesto, es evidente, dice Vasconcelos que “entre lo que fuimos y lo que somos hay un abismo”; no ya entre lo que tuvimos y lo que tenemos. El problema que analizamos es más hondo, toca al ser,  no sólo al tener. Pues bien, presentado así el problema, se le han buscado también soluciones. Nos dice Vasconcelos:
“Se ha adoptado la explicación más fácil, porque es la de la prueba más difícil. Se ha atribuido a nuestra raza mestiza el origen del fracaso. Por eso en los países del norte se evitó el mestizaje”.
Nada de eso, responde Vasconcelos. Ni el mestizaje se evitó en los países del Norte por esa razón de evitar el fracaso sino por razones de tipo racista; ni el mestizaje fue origen del fracaso, ni mucho menos. El mestizaje, en efecto, ha sido siempre fecundo en la historia, como s fácil comprobar:
“Los pensadores de hoy que han logrado investigar a fondo el problema racial, se inclinan más bien a hacerlo a un lado, puesto que el mestizaje ha sido fecundo en la historia. Grecia es el primer caso de mezcla de sangres nórdicas con razas orientales y España misma, la de la Reconquista, era una mezcla fecunda de las mejores razas europeas con semitas y africanos”.
No, “nuestra raza mestiza”. Todo lo contrario. Hay otras causas: “El panorama moderno de la sociología nos revela causas más profundas que las étnicas”. Entre esas causas, la orografía: “Serranías y montañas nunca han sido morada ni base de un pueblo importante, mucho menos de un Imperio. La montaña es enemiga del hombre”. Así nos lo explica Vasconcelos:
“Quien quiera que contemple el Mapa Mundi habrá de darse cuenta de que aquellas regiones  manchadas de oscuro, que representan serranías y montañas, nunca han sido morada ni base de un pueblo importante, mucho menos de un Imperio. La montaña es enemiga del hombre. La civilización se desarrolla en las llanuras, a orillas de los ríos y sobre los puertos de mar. Atenas tenía cerca el Epiro, Roma estaba próxima al mar y lo mismo puede decirse de Londres y de París, de Nueva York y Buenos Aires. Egipto no se desarrolla sino hasta que se acerca a la delta del Nilo para ver que lo superan los fenicios, que se atrevieron a lanzar flotas al mar”.
Pues bien, hemos de reconocer que “a nosotros nos faltó –prosigue Vasconcelos- un gran centro marítimo; nuestras provincias, repartidas en nudos montañosos, se mantuvieron alejadas del mundo por el desierto y la lejanía, influyendo aún en nuestro temperamento, que se ha vuelto reservado y particularista”. Hay que reconocer esta realidad. Pero, ¿esta realidad, esta cause orográfica, la montaña enemiga del hombre influyó en nuestra decadencia? Nos sorprende Vasconcelos con su respuesta, con lo que deja la puerta abierta, por contraste, a una reflexión más profunda. En efecto, ante la premisa que ha planteado, sorprende la conclusión que saca. Dice así:
“Sin embargo las montañas no nos impidieron ser nación mundial, cuando formábamos parte del poderío de España. Ahora nuestro futuro depende de que llegue a bombearse hacia el altiplano el agua del mar, previamente purificada para usos agrícolas”.
Extraña conclusión, repito. Si la montaña es enemiga del hombre, si la civilización de desarrolla en la llanuras, ¿por qué con España no? ¿Por qué “las montañas no nos impidieron ser nación mundial, cuando formábamos parte del poderío de España”? ¿Estará la explicación en una reflexión más profunda, que se esconde en las últimas palabras, que a continuación escribe Vasconcelos y con las que pone punto final a su artículo? Dicen así:
“Pero esto no modifica la defensa que hace de nuestra raza, en alguna ocasión memorable para mí”
Retrato de Carlos del científico e historiador novohispano  Sigüenza y Góngora (1689), por autor desconocido (Biblioteca Nacional de Madrid). Contemporéno de Newton y Leibniz, fue un astrónomo y literato e introdujo el métido experimental en Nueva España.
Retrato de Carlos Sigüenza y Góngora (1689), por autor desconocido (Biblioteca Nacional de Madrid). Nacido en Ciudad de México en 1645, este científico, historiador y literato fue contemporáneo de Newton y Leibniz e introdujo el método experimental en Nueva España.
“Nuestra raza mestiza”. Aquí está en definitiva la explicación, en “nuestra raza”, la “raza mestiza” que en ocasión para él memorable defendió. Esa “nuestra raza” la lleva en el corazón y en ella encuentra el secreto de la grandeza de su patria.
La raza mestiza, la raza que allí sembró España. Esa raza mestiza –nótese bien- estaba impregnada de catolicismo, en un grado verdaderamente admirable y hoy hasta incomprensible. El mestizaje fue exactamente lo contrario del racismo; tiene su origen y su explicación en la visión católica del hombre. Aquí está –nos dice Vasconcelos- la raíz profunda de donde brotó la grandeza de los pueblos de Hispanoamérica: “nuestra raza”. Quitada, arrancada esta raíz, lo más contrario al racismo, es lógico, es obligado, que el árbol, por frondoso que sea, se seque.
Detengámonos aquí. Desde esta óptica, sólo desde esta óptica se puede valorarlo que suponía para Vasconcelos el hecho de que los pueblos hispanoamericanos se dejaron dominar por una propaganda que les llevaba a renegar de su antigua  Metrópoli para aceptar sumisos la penetración anglosajona en lo económico y en lo espiritual; y “cooperar con los planes anglosajones de destrucción de todo lo hispánico en beneficio de la nueva situación”. Era arrancar la raíz misma que dio origen a “nuestra raza”, cuya defensa hizo, en ocasión memorable para él, y seguía haciéndola.
Causas sociales y religiosas
Lástima que se interrumpiera aquí definitivamente la publicación del artículo y nos privara de sus reflexiones sobre las causas sociales y religiosas, sin duda las más interesantes y decisivas.
Decía Donoso que detrás o en el fondo de todo acontecimiento político hay un acontecimiento religioso y desde luego social. Esto nos da esperanza, , porque de lo que nos acaba de decir Vasconcelos sobre las causas políticas que más han influido en la decadencia y desfase histórico de Hispanoamérica, podemos con fundamento deducir algo de lo que nos hubiera dicho sobre las causas sociales y religiosas de esa decadencia.  Las causas políticas derivan  y se apoyan en las causas sociales y religiosas.
Cuando Vasconcelos nos dice que la causa política más decisiva fue “la penetración anglosajona en lo económico y en lo espiritual,  mediante un liberalismo que, por un lado, nos distraía con la lucha religiosa, mientras, por otro, acaparaba la dirección y el usufructo de los recursos nacionales”; clarísimamente nos está diciendo que la causa social y religiosa, no podía ser otra que el capitalismo en lo social y el liberalismo en lo religioso.
Más adelante insiste en señalar como causa política de esa pérdida, la aceptación del “Programa Imperialista que empujó al pueblo hacia la cooperación  con los planes anglosajones y la destrucción de todo lo hispano en beneficio de la nueva situación” con la promesa de “crear hombres libres”; con lo que nos está señalando  también clarísimamente cuáles son las causas sociales y religiosas, el capitalismo –fomentado y dirigido desde el vecino del Norte- y el liberalismo, concentrado en una persecución religiosa larvada y camuflada, bajo la etiqueta de “destruir todo lo hispánico en beneficio de la nueva situación” y “renegar de la antigua Metrópoli”.
“Destruir todo lo hispánico”, ¿qué puede significar esto? Si por algo se caracteriza “lo hispánico”, a fuer de católico, es precisamente por esto, por ser todo lo contrario del capitalismo (en el sentido peyorativo de la palabra) y del liberalismo. Y la razón es clara. Elliberalismo tiene su origen en J.J. Rousseau; y desde luego Rousseau es su modelo más conocido e influyente. Y el capitalismo moderno tiene su origen en la concepción calvinista de la salvación. Nada más lejos, ambas cosas, de la concepción católica de la economía y de la política y, por consiguiente, de lo “hispánico”. Destruir lo hispánico a beneficio de la nueva situación es simplemente destruir lo católico. Ahora se comprende el profundo significado social y religioso de esa frase incorporada al programa imperialista de Poinsett.
Liberalismo y capitalismo moderno o capitalismo liberal: he aquí las causas, he aquí el enemigo. No busquemos más. Agradezcamos al gran pensador mexicano su gallardía y sinceridad al enfrentarse tan abiertamente al problema y llamar a cada cosa por su nombre. ¿Le haremos caso? ¿Le harán caso los pueblos hispanos? Una garantía valiosísima de acierto en este análisis de Vasconcelos es su coincidencia total, verdaderamente notable, por caminos “a  posteriori”, con la doctrina social y política de la Iglesia; la que los Sumos Pontífices no dejan de enseñarnos por caminos “a priori” una y otra vez y el Vaticano II recoge en la Constitución Gauduim et spes sobre la Iglesia en el mundo de hoy.
Terminemos con la palabra esperanzada de Vasconcelos, al mismo tiempo consigna y canto a lo que debió ser y no fue la independencia de Hispanoamérica:
“Bolívar, que era un verdadero genio, se dio cuenta de todo esto; por eso murió decepcionado, pero reconociendo lo inevitable y aconsejando que se pusieran las bases para que alguna vez conquistásemos de verdad la autonomía”.

Hispanoamérica Unida

domingo, 16 de marzo de 2014

La iglesia produjo los primeros Montoneros

El Papa admite la influencia de la Iglesia en la formación de Montoneros
¿Se viene una autocrítica de la Iglesia argentina?

Por Ceferino Reato (*)


El Papa realizó una particular autocrítica sobre el rol de la Iglesia sobre los jóvenes en los '70. | Foto: AFP.

“San José era radical, San José era radical,
y la Virgen socialista, y la virgen socialista,
y tuvieron un hijito, montonero y peronista”.
Canto en los actos de Montoneros en los '70.



El papa Francisco hizo una contribución formidable para comprender cómo fue que tantos jóvenes bien intencionados, altruistas, tomaron la dramática decisión de incorporarse a la guerrilla en los '60 y '70; es decir, estuvieron dispuestos a morir pero también a matar a otras personas, a otros argentinos, por razones políticas.

“Nosotros en América Latina hemos tenido experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía, y que en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó. Al menos, en el caso de Argentina, podemos decir ¡Cuántos muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía terminaron en la guerrilla de los años '70!", dijo Francisco.

Jorge Mario Bergoglio atribuyó la conversión de tantos jóvenes católicos en guerrilleros a errores de conducción de la propia Iglesia Católica al señalar que hay que “saber manejar la utopía, o sea saber conducir” a los jóvenes.

Las palabras del Papa argentino fueron pronunciadas en un ámbito muy propicio: ante la Comisión Pontifica para América Latina, que está formada por un grupo de cardenales de la región.

El mensaje podría dar lugar a la autocrítica que la Iglesia Católica viene eludiendo sobre su responsabilidad en el surgimiento de la violencia guerrillera de los '70, que debería completarse con la autocrítica del respaldo que otros sectores eclesiásticos, conservadores e integristas, brindaron a la dictadura del general Jorge Rafael Videla y a la represión ilegal.

En mi último libro, ¡Viva la sangre!, dediqué un capítulo y medio a la influencia de sectores de la Iglesia en la formación de Montoneros, la guerrilla de origen peronista. Este libro está ambientado en Córdoba, un lugar clave para comprender la gran tragedia nacional de los setenta.

Entre otras cosas, Córdoba nos permite comprender de dónde surgieron los montoneros, uno de los dos grandes grupos guerrilleros de los '70. Mi conclusión fue que todos los primeros montoneros cordobeses habían sido, primero, militantes católicos. En otras palabras: Montoneros nació en las sacristías y en los colegios, las universidades, las residencias estudiantiles, los campamentos juveniles y las misiones de ayuda social organizadas por la Iglesia. Y eso ocurrió en todo el país.

Ésa fue la influencia de los sectores progresistas de la Iglesia. La responsabilidad de los sectores conservadores es más conocida y aparece con claridad en mi libro anterior, Disposición Final.

En conclusión, la Iglesia estuvo en los dos lados del mostrador de la violencia política. Uno de los signos de nuestra tragedia es que muchos militares y guerrilleros mataron creyendo que de esa manera cumplían con las enseñanzas de Cristo.

Una de las hipótesis de ¡Viva la sangre! es que la demora del Episcopado en realizar una profunda y generosa autocrítica sobre aquellos años sangrientos es el veto recíproco entre los sectores conservadores y progresistas de la Iglesia. Cuando los progresistas impulsan una mirada reflexiva sobre el apoyo a la dictadura, los conservadores les recuerdan la formación en las sacristías de tantos guerrilleros.

Se verá si la llegada al papado de Bergoglio, que es un crítico de las sistemáticas violaciones a los derechos humanos de la dictadura, servirá para clausurar esos vetos recíprocos.

(*) Editor ejecutivo de la revista Fortuna.

Perfil

sábado, 15 de marzo de 2014

Conquista del desierto: El rol de los caballos

Animales en la Conquista del Desierto


Caballos criollos

El indio se hizo dueño y señor de las pampas, gracias al caballo. El hombre blanco, por lo tanto, debía contar con la cooperación del corcel criollo para poder conquistar esa inmensidad “donde la vista se pierde sin tener donde posar”.

La preponderancia del caballo como medio de comunicación y transporte, así como del empleo de la caballería como principal arma de combate en la lucha de frontera, se explica perfectamente si nos atenemos a las características geográficas del escenario, las condiciones económicas del medio ambiente y el carácter de sus habitantes. No podemos olvidar que la zona por la cual luchaba el hombre blanco era un extenso territorio cubierto de praderas donde habían proliferado los caballos y vacas en estado salvaje, creando así una “industria” de la cual tomaban parte indios y criollos. El gaucho, como el indio de las pampas, era “hombre de a caballo”. Familiarizado con su uso se hizo magnífico jinete desde su infancia. El gaucho era por idiosincrasia un guerrero de caballería, su natural instinto y la aptitud de jinete adquirida en sus faenas rurales hacían de él un centauro que el ejército sabía aprovechar.

El miliciano “arrancado de su rancho”, como el soldado de línea era de ese pueblo que había hecho del caballo su complemento para todo aquello que fuera transporte, trabajo y hasta distracción. Sin él se encontraba perdido. Es como un ave sin alas. Apenas se afirma sobre el recado vuelve a recuperar su perdida prestancia y ese algo especial de su personalidad de magnífico jinete.

Una frase ha quedado en la historia como expresión del sentir gaucho ante la falta de su caballo. Es la que, lejos de su lar nativo, resume toda la desgracia del caudillo: “El Chacho” Peñaloza: “¡En Chile…. y a pie!

Esos hombres que siguieron a San Martín, Las Heras, Lavalle, Güemes, Rauch o Rosas, lo hicieron de a caballo y se sintieron consubstanciados con los regimientos que esos hombres dirigían con la maestría de consumados jinetes. La historia registra como los regimientos de caballería se remontaban hasta con redomones recién sacados de los corrales. Es que el gaucho-soldado era además de buen jinete un domador en potencia. Martín Fierro cantaría:

Yo llevé un moro de número,
sobresaliente el matucho!
Con él gané en Ayacucho
más plata que agua bendita.
Siempre el gaucho necesita
un pingo pa fiarle un pucho.


Y haría resaltar su regreso al hogar, a pie… sin la más preciada compañía del gaucho, como lo diría una copla popular:

Mi mujer y mi caballo
se han ido a Salta.
Mi mujer puede quedarse,
mi caballo me hace falta.


Así como el indio de las pampas se convirtió en el más tenaz de los guerreros y el mayor peligro para las poblaciones civilizadas de América, debido al auxilio que para sus correrías le facilitaba el veloz y resistente caballo pampa, así las fuerzas nacionales debieron recurrir a tan eficaz medio, que les permitiría llegar hasta las propias madrigueras del salvaje, a dar el golpe y volver a su guarnición, “malón blanco” que transitaría por las mismas huellas dejadas por el indio en sus “rastrilladas”, cicatriz enorme de la pampa que mostraba el lugar donde se produjera la herida profunda que malones sucesivos habían efectuado en el corazón de esa pródiga campiña bonaerense, al llevarse miles y miles de reses para los aduares pampas o los mercados chilenos.

Muchos escritores han dedicado brillantes páginas al caballo criollo y al caballo pampa del indio, verdadera joya que sabía correr en cualquier terreno y hasta boleado.

No puede dejarse de recordar que en la lucha contra el indio, fue una de las preocupaciones principales de todos aquellos que debieron contar con sus ejércitos para combatirlos, el tener a mano buenas caballadas, no solamente para llegar hasta las distantes tolderías o perseguirlos, sino para el momento de la pelea, que debía realizarse en caballos entrenados para las rápidas maniobras del combate.

Roca le informaba a Alsina en 1875: “…y contraerse a resolver este solo problema, sin lo cual nada se puede intentar: el medio de tener en todo tiempo buenos caballos”. (1)

En los distintos acontecimientos que se desarrollaron en torno a la línea de fortines, el caballo ha constituido el principal factor de muchas victorias o derrotas.

En los últimos tiempos, cuando las distancias a recorrer eran contadas por leguas, hasta el infante debió ser provisto de caballo, para poder sortear el difícil obstáculo de llanuras, lomadas, montañas, ríos y arroyos. Cuando era atacado, desmontaba y formaba en cuadro, haciendo valer la potencia de fuego de sus fusiles. Por eso el bravo milico supo escuchar esta:

Plegaria del caballo de armas


“No. No hundas las rodajas de tus espuelas, en mis ijares sudorosos. ¿No sientes, acaso, mis tirones pidiéndote más rienda? Quiero llegar al enemigo antes que la punta del acero de tu brava lanza.

Afírmate altanero en la silla, prepara el brazo y deja las riendas que yo no he de volver.

Mis ollares olfatean la muerte; pero soy criollo y voy al choque desafiante con el heroico escuadrón, tengo alas en los cascos, que nunca el enemigo vio de atrás y escucha, valiente soldado expedicionario mi relincho cual grito bronco y guerrero de mi raza.

Nada detiene mi ímpetu. Los caídos por la lanza traicionera que apenas hiere pero desangra, sí empañan sus pupilas con lágrimas ¡Interprétalas soldado! Como desesperación, tristeza, pena, al no haber llegado al encontronazo brutal, al crujir de huesos y dientes, a la lanza rota y al nervudo brazo rojo en sangre y al jinete que cae sobre el jinete y al grito y al insulto y al toque de carga repetido, como al mejor homenaje a ti, mi amo, a mis hermanos moribundos, que también mueren por la Patria”. (2)

En cuanto a la mula, se la proveyó en cantidades, supliendo al caballo en el transporte de los elementos necesarios para la vida de frontera. Siendo Roca comandante de las de Córdoba le informa al ministro Alsina que dispone de 500 mulas para enviarle a la frontera bonaerense, lo que da un alto índice de su utilización, pues se entiende que ese número era el sobrante de sus arrias.

En la zona montañosa de Neuquén su uso se hizo más regular, por la fácil adaptabilidad de este équido al terreno montuoso.

En un telegrama del coronel Racedo a Roca el 13 de enero de 1879 le dice entre otras cosas: “Con 600 mulas más, mi División estará pronta para la gran expedición”.

El perro fue el fiel amigo, compañero, guardián y “proveedor” en los momentos de soledad, vigilia y hambre que el soldado debía aguantar durante su permanencia en esos fortines. Durante la noche, su fino olfato y oído eran una eficaz ayuda para detectar a los invasores.

Remigio Lupo recuerda que en su paso por la línea de fortines tendida por Alsina encontró en un mísero fortín a dos soldados:

“…Por qué tienen ustedes aquí esta cantidad de perros? –les pregunté al ver una jauría de perros flacos que por allí andaban- Ellos nos conservan la vida, señor. Hay veces que nos faltan las raciones, y entonces comemos los animales que estos nos ayudan a cazar. Desgraciadamente esta escena de dolor la he visto repetida en muchos de los demás fortines…”

Las fotografías de los fortines los muestran en gran cantidad, y de que también acompañaban a su amo hasta en los ataques lo demuestra el perro que encontró, entre el bosque de caldenes de Malal, al cacique Pincén, que se había ocultado ante el ataque de las tropas de Villegas. (3)

Referencias


(1) Olascoaga, Cnl Manuel José – Estudio topográfico de la Pampa y Río Negro – Revista del Suboficial – Buenos Aires (1930).
(2) Com. 6 Destacamento de Montaña – Boletín Histórico – Junín de los Andes (1960).
(3 Schoo Lastra, Dionisio – El indio del desierto – Revista del Suboficial, Vol. 88, 1937.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Raone, Juan Mario – Fortines del desierto – Revista del Suboficial Nº 143.

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

jueves, 13 de marzo de 2014

SGM: El ARA hacia Malvinas

22 DE ENERO DE 1940 UNIDADES DE LA ARMADA ARGENTINA
PONEN PROA A MALVINAS




En el año 1940 se estaba desarrollando la Segunda Guerra Mundial, por entonces la Argentina había adoptado una actitud de neutralidad, sin embargo a fines de 1939 el estuario del Plata había sido escenario del combate entre tres buques ingleses y el acorazado de bolsillo alemán Admiral Graf Spee, en lo que se conoció como la batalla del Rio de la Plata.
Quizás valga la pena recordar que ese buque llevaba el nombre de un Almirante alemán, que luego de derrotar a la Flota inglesa en aguas chilenas en la batalla de Coronel, se había destacado con una División Naval con la intención de destruir la estación radiotelégráfica y otras facilidades militares y logísticas de las islas Malvinas y, en lo posible, de adueñarse de los depósitos de carbón existentes, mineral necesario para alimentar las calderas de sus buques.
Así fue que el 8 de diciembre del año 1914 en horas de la tarde donde se produjo un combate naval en proximidades de Puerto Argentino (Stanley) de resultas del cual fueron hundidos los cruceros alemanes Leipzig, Nuremberg, Scharmhost, Gneiseau y dos buques carboneros de apoyo , por buques ingleses al mando del Vicealmirante Sir Frederick D. Sturtee. Se trataba de los cruceros Kent, Glasgow, Conwall, Inflexible, Invincible y Carnarvon. En la batalla muere el Comandante alemán Almirante Conde Ferdinan Johannes Maria Hubert Graf Von Spee y sus dos únicos hijos varones junto, a mil ochocientos catorce tripulantes, la cantidad de buques empeñados da una idea de la magnitud del combate, sin contar que la cantidad de bajas alemanas fue casi similar a la de la población isleña.
En diciembre de 1939 luego de la batalla del Rio de la Plata los tres buques ingleses participantes, cruceros Exeter, Ajax y Achilles se dirigieron a Malvinas a fin de desembarcar heridos y someterse a variadas reparaciones.
Así fue que, las aguas argentinas, en el inicio de ambos conflictos Mundiales fueron escenario de grandes combates navales, protagonizados por beligerantes de ambos bandos, lo cual desde ya afectaba la actitud neutral de nuestro País, a la vez que refleja la importancia estratégica del archipiélago Malvinas en el Control de las aguas del Atlántico Sur, sea por su posición geográfica como por sus facilidades logísticas.
En ese sentido quién era Presidente de la Nación en 1940, Dr. Ramón Castillo, ordena al Ministro de Marina, Almirante León Scasso, la realización de vuelos de Patrullado Marítimo con el fin de realizar tareas de Control del Mar en aguas jurisdiccionales argentinas. .
Así fue que se formó una División Naval de buques de superficie que apoyaría un vuelo de tres aviones navales, que se destacarían de Bahía Uruguay a Malvinas. Este hecho ocurrió el 22 de enero de 1940, cuando tres aviones Consolidated P2Y-3 A, al mando del entonces Teniente de Navío Dn. Salustiano Mediavilla despegaron de Bahía Uruguay, en cercanías de Puerto Deseado a fin de cumplir con la misión ordenada por el Poder Ejecutivo Nacional.
En este punto del relato creemos que vale la pena mencionar que estos aviones eran “hidros” es decir sólo operaban desde superficies acuáticas, eran de gran alcance y modernos para la época, llevaban incorporados a la Armada Argentina poco más de un lustro. El sólo hecho de operar desde Bahía Uruguay prepuso un esfuerzo logístico para montar las necesarias facilidades para asegurar el éxito con que culminó la tarea.



El rastreador A.R.A. Bouchard y los torpederos A.R.A. Cervantes, A.R.A Garay, A.R.A. Mendoza y A.R.A. La Rioja sirvieron de apoyo al vuelo en su derrota hacía Malvinas, sin duda una muestra de la capacidad naval de la época en apoyo de la política exterior de la Nación.
La actividad fue ordenada con un alto grado de reserva, de resultas de lo cual las fuentes bibliográficas de consulta no aportan mucha información de esta actividad, que constituye un jalón más en los esfuerzos argentinos en mostrar al Mundo el ejercicio soberano, de nuestro País en las islas Malvinas.
Los aviones se destacaron de la Base Naval de Puerto Belgrano a la Estación Aeronaval Auxiliar Bahía Uruguay, constituida para este cometido el 19 de enero de 1940. En la madrugada del 22 de enero se destacaron a Malvinas, para lo cual contaron con apoyo en su navegación y meteorólogico de los buques mencionados. Se recaló en las islas Malvinas, en el extremo noroeste en el archipiélago de las Sebaldes, el cual fue reconocido realizándose además ejercitaciones con los buques que sirvieron de apoyo durante el traslado.
En el regreso se decidió no acuatizar en Bahía Uruguay y se continuó vuelo a la Base Aeronaval Puerto Belgrano, donde los tres hidroaviones acuatizaron luego de ocho horas de vuelo, sin contratiempo alguno. Esta misión sirvió para ponderar la capacidad operativa de la Armada Argentina de por entonces en tareas de Control del Mar, ante la eventualidad de una escalada del conflicto Mundial en nuestras costas.
El Conflicto de 1982 puso de manifiesto que una de las menores distancias a Malvinas eran desde Puerto Deseado, cosa que nuestros mayores nos había enseñado en este vuelo memorable y poco conocido.
Entre 1940 y 1982 la Armada Argentina realizó otras actividades con Medios aéreos en la zona de Malvinas, principalmente con aviones Albatros y Neptune, lo cual demuestra que nuestras islas eran un escenario de operación posible y donde se fue sumando experiencia que fue materializada en el momento del Conflicto. Así nuestras islas estuvieron presentes en los Planes Navales durante muchas décadas como una posibilidad cierta de operación futura.
Esta actividad del año 1940 sin duda es poco conocida y si bien fue realizada por la Armada Argentina no fue otra cosa que la materialización de la política exterior de la Nación, rol fundamental en el quehacer naval desde la existencia misma de esta Institución que, como otras tantas expresiones del Estado argentino contribuye a preservar los Intereses Marítimos y Fluviales de la Patria.
A poco más de siete décadas de este hecho recordamos el esfuerzo y profesionalismo de estos hombres de mar, que con Medios y tecnología muy diferentes a los de hoy, realizaron una tarea que los puso al límite de su capacidad, venciendo todos los obstáculos que se le presentaron en el camino. Hoy la tecnología ha cambiado y las cosas parecen ser más fáciles, pero sin la vocación de servicio de entonces que iluminaba a los hombres de nuestra Armada, y hoy a sus hombres y mujeres por igual, no sería posible ni trascendente su diario quehacer en pos de preservar los supremos intereses de la Nación argentina
Rafael Luis SGUEGLIA
Presidente
INSTITUTO AERONAVAL



Extraído del Facebook de Oscar Hector Filippi

miércoles, 12 de marzo de 2014

PGM: Insignias, galones y uniformes de la Armada Imperial Alemana

Armada Imperial Alemana 1914-1918 


Arriba: Insignias y Galones de la Marina Alemana de 1914-1918. 



Abajo: Oficiales alemanes de la I Guerra Mundial desfilando

martes, 11 de marzo de 2014

La vida de Vasili Záitsev


Vasili Záitsev: “Mataba a cuatro o cinco alemanes todos los días”
Se publican en España las famosas y polémicas memorias del francotirador de Stalingrado que inspiró ‘Enemigo a las puertas’
Jacinto Antón - El País


Jude Law, como Záitsev en la película Enemigo a las puertas.
“Usa cada bala a conciencia, Vasili”, le decía de niño su padre cuando cazaban lobos en la taiga. A fe que lo hizo en Stalingrado, con otra clase de lobos, estos humanos, pero también grises. “Mataba a cuatro o cinco alemanes todos los días”, escribió. Las tremendas memorias del francotirador Vasili Zátsiev (1915-1991), Héroe de la Unión Soviética, uno de los más famosos en su difícil y atroz oficio, recién publicadas ahora en España por Crítica, nos adentran en la contienda particular que ese tipo de soldados libró durante la II Guerra Mundial, una historia de oscuridad y violencia. Nos llevan al corazón más frío y letal de la batalla –donde se mira agazapado a los ojos del que matas- y nos permiten asomarnos a la personalidad y las tácticas de unos combatientes tan admirados como temidos y denostados, y que siempre han provocado una morbosa fascinación: la mística del francotirador.

Las memorias de Vasili Grigórievich Záitsev se centran en la actividad del francotirador en Stalingrado, donde su cuenta particular ascendió a 242 militares alemanes, incluidos 11 francotiradores (abatir a los tiradores del otro bando era una de las prioridades de estos combatientes). Las vicisitudes del certero Záitsev fueron la base de la película Enemigo a las puertas, de Jean Jacques Annaud. Parte de lo que cuenta el francotirador, incluido el largo y épico duelo con el experto tirador alemán enviado a cazarlo que es el núcleo del filme, es muy controvertido y está considerado por historiadores como Antony Beevor pura invención. Eso no impide que las memorias sean una interesantísima descripción de la salvaje, brutal lucha en Stalingrado y que se lean con el corazón en un puño.
Vassili Záitsev, en Stalingrado.


En un pasaje, Záitsev impide a su equipo de tres parejas de francotiradores disparar contra unos oficiales que creyéndose seguros están lavándose junto a una trinchera. “Esos tipos solo son tenientes”, les señala. “Si malgastamos balas con la pescadilla los peces gordos nunca asomarán la cabeza”. Al día siguiente vuelven a la zona de baños. Declinan disparar contra un soldado que se asoma. Y entonces aparecen los que esperaban: un coronel acompañado por un francotirador con un precioso fusil de caza, un mayor con la Cruz de Caballero con Hojas de Roble y otro coronel fumando en una larga y aristocrática boquilla. “Nuestros disparos silbaron. Apuntamos a la cabeza, como exige el manual, y los cuatro nazis cayeron al suelo expirando el último aliento”. En otra ocasión, dispara contra otro oficial que lleva la Cruz de Hierro en el pecho. “Apreté el gatillo y la bala atravesó la medalla del alemán, que salió despedido hacia atrás con los brazos abiertos”.
Záitsev inicia sus memorias explicando su infancia. Su abuelo pertenecía a una larga estirpe de cazadores de los Urales y le regaló su primera escopeta. Al salir a cazar se embadurnaba con aceite de tejón para camuflarse bajo el olor de animal. Matando lobos aprende a rastrear y acechar, lo que le serviría “para luchar contra esos otros depredadores bípedos que llegaron a invadir nuestra patria”. El futuro francotirador no era ningún iletrado. Ingresó en una escuela técnica de construcción, estudió contabilidad y fue inspector de seguros. En 1937 lo llamaron a filas e ingresó como marinero en la flota del Pacífico –siempre lució con orgullo bajo el uniforme la camiseta de franjas blanquiazules, latelniashka-. Deseoso de acción, solicitó el ingreso en una compañía de fusileros y fue a parar a Stalingrado. Llegó como suboficial el 21 de septiembre de 1942: fue como aterrizar en el infierno; en su diario anota que en el aire flotaba el hedor a carne abrasada.
En su primer combate, el bajo y robusto Záitsev de cara ancha –desde luego no se parecía a Jude Law-, llega al cuerpo a cuerpo y, perdidas las bayonetas y las pistolas, mata a su primer alemán estrangulándolo. Es la guerra en toda su crudeza: “Finalmente dejó de forcejear y noté un olor nauseabundo, en el momento de morir se había defecado encima”.
En la defensa de las posiciones en la famosa fábrica Octubre Rojo, Záitsev vive momentos angustiosos, es la Ratenkrieg, la “guerra de ratas”, en los sótanos y alcantarillas de la ciudad en ruinas. A finales de octubre un coronel observa como abate con tres disparos de su rifle estándar de infantería a sendos servidores de una ametralladora. “Consíganle un fusil de francotirador”, ordena –le dan un Moisin Nagant 91/30- y le dice: “Ya lleva tres, siga la cuenta a partir de aquí”. Así empieza su carrera. Le coge gusto: “Me agradaba ser francotirador y gozar de la licencia para elegir a mi presa, a cada disparo es como si pudiera oír la bala atravesando el cráneo del enemigo”. Dispara a larga distancia, 550 metros, y más. La mira telescópica revela detalles del blanco. “Sabes si se ha afeitado, puedes ver la expresión de su rostro, canturrea. Y mientras tu hombre se frota la frente o inclina la cabeza para ponerse bien el casco, buscas el mejor punto para que la bala haga impacto; no tiene ni la menor idea de que le quedan solo unos segundos de vida”. No hay ninguna duda, ni remordimiento. “Era fácil colocar el retículo entre sus ojos. Apreté el gatillo, convulsionó unos segundos y luego se quedó inmóvil”.

En el relato de Záitsev, los soviéticos son invariablemente nobles y heroicos y los alemanes crueles: ejecutan a los heridos con lanzallamas o arrojándolos a los perros. El francotirador ve a los nazis como “serpientes”, que se retuercen mientras las aprieta en su puño.
Las memorias están trufadas de consejos para los francotiradores –nuestro hombre se convirtió en instructor-. Un manantial o una fuente son buenos lugares para matar enemigos. Hay que cambiar de posición tras el disparo para impedir que te localicen. El tirador no necesita más de dos segundos para apuntar y disparar, pero los preparativos requieren horas y hasta días de observación y camuflaje. Hay que hacerse invisible. La paciencia lo es todo. Los francotiradores –que en contra del estereotipo no luchan solos, sino en parejas o incluso en grupo- usan señuelos y maniquíes para cazar a los rivales.
El grandioso duelo que aparece en Enemigo a las puertas ocupa todo un capítulo del libro. El autor explica que un soldado alemán prisionero les reveló que el alto mando, preocupado ante el creciente número de bajas, había enviado “a un tal mayor Konings” (Koenig en otras versiones), “director de la escuela de francotiradores de la Wehrmacht en las afueras de Berlín”, con el propósito exclusivo de abatir “al gran conejo ruso” (Zátsiev significa conejo).
El “superfrancotirador” alemán (Ed Harris en la película) y el ruso juegan una partida mortal. Zátsiev lo caza al final con un par de artimañas. Luego lo saca a rastras de su escondite, agarra su fusil y su documentación y se los entrega al comandante de su división. La supuesta mira de ese supuesto (y fracasado) as alemán se exhibe en el museo de las fuerzas armadas de Moscú.
“Nunca hubo un francotirador alemán llamado mayor Konings”, me recalca Beevor, que trató ampliamente el tema en su canónico Stalingrado. Ni en fuentes oficiales alemanas ni rusas. “Investigué todos los informes de francotiradores en Stalingrado que existen en los archivos del Ministerio de Defensa en Podolsk (TsAMO) y por tanto puedo decir con toda seguridad que el épico ‘duelo de francotiradores’ entre los ases alemán y ruso nunca ocurrió. Si hubiera tenido lugar habría sido reportado en su momento dado que era exactamente la historia que querían en Moscú para propaganda. Definitivamente, fue inventada después de la batalla”.
Beevor recuerda que Annaud lo invitó a ver su película “con la vana esperanza de que no fuera demasiado crítico; yo le había advertido claramente antes de cual era mi posición. Él había comprado los derechos del libro de William Craig, del mismo título que el filme, y Craig había creído en la historia propagandística del largo duelo con el francotirador y las pretensiones fantasiosas de Tania Chernova (Racher Weisz en la película) de que ella también había sido francotiradora y la amante de Zátsiev. Pobre viejo Zátsiev, reescribieron su vida convirtiéndola en leyenda, fue completamente manipulado por los oficiales de la GlavPURKKA, el brazo político del Ejército Rojo, y cayó en la depresión después de la guerra, dándose a la bebida”.
En realidad, señala el historiador, las hazañas de Zátsiev fueron muy exageradas y él ni siquiera fue el mejor francotirador soviético en Stalingrado; lo fue el sargento Anatoli Chejov (impropio apellido para alguien dado a tan violenta ocupación), otro “estajanovista de la guerra urbana”, al que el gran Vasili Grossman entrevistó e incluso acompañó en una misión en Mamaiev Kurgan, una de las zonas calientes de la batalla, para observar cómo actuaba. A diferencia de Zátsiev –a quien también conoció Grossman-, Chejov, que usaba una especie de silenciador, no miraba a las caras sino a los uniformes. Su primer día mató a nueve alemanes, el segundo a 17, en ocho días, a 40. En total eliminó en Stalingrado a 256 enemigos. En 1943, en Kursk, perdió ambas piernas. Ni él ni Zátziev fueron los mejores francotiradores rusos: Iván Sidorenko ostenta el récord con 500 muertos y le siguen otros cinco que pasan de los 400. Una mujer francotiradora, la comandante Lyudmila Pavlichenko, contabilizó 309. Tras la guerra se reconvirtió en historiadora.
Grossman no dejó noticia de ningún duelo épico, pero sí de un breve combate singular entre Zátsiev y un francotirador alemán, que duró… 15 minutos. El episodio, opina Beevor, fue el que probablemente se hinchó hasta convertirse en la saga épica de un prolongado duelo entre Zátsiev y el ilocalizable comandante Konings que pretendía hallar al ruso y matarlo.
Al final de sus memorias, Zátsiev explica las heridas que sufrió en las postrimerías de la batalla de Stalingrado. Perdió la vista a causa de la metralla de un proyectil de un lanzacohetes alemán Newerberfer y sufrió un viacrucis hasta recuperarla. No se le dejó volver al frente para evitar que cayera un valioso icono patriótico y se dedicó a formar francotiradores. Sus textos sobre la materia aún se estudian en las escuelas militares rusas. Al acabar la guerra, con el rango de capitán, fue desmovilizado y trabajó en una factoría textil en Kiev sin dejar nunca de recordar sus días de combate. Murió solo diez días antes de la disolución de la URSS y sus restos reposan en la colina Mamaiev, su coto de caza, desde donde el fantasma del viejo tirador quizá sigue acechando presas entre las desvanecidas ruinas de la antigua Stalingrado.

lunes, 10 de marzo de 2014

Médicos y heridos en el combate de San Lorenzo


Médicos y heridos del combate de San Lorenzo
La popularidad en tiempos de los próceres
Por Daniel Balmaceda  | Para LA NACIÓN

 

Foto: Ilustración: Isabel Aquino
La asistencia a los heridos del combate de San Lorenzo (al amanecer del 3 de febrero de 1813) estuvo a cargo del sacerdote Julián Navarro -párroco de Rosario-, asistido por los voluntariosos franciscanos del convento de San Carlos. Por la noche arribó el cirujano de San Nicolás, José Ribes, valenciano de 65 años, confinado en la hacienda de Juana Benegas por considerárselo sospechoso de mantener trato con los realistas. Luego sería indultado.

Por su parte, el gobernador de Santa Fe, Antonio Luis Beruti (sí, el compañero de French), convocó al cirujano santafecino Manuel Rodríguez y Sarmiento. La noche del 3 golpearon la puerta de su casa y le comunicaron  que debía viajar de urgencia a curar heridos. Se buscó el medio más veloz que lo transportara. Sin dudas, nada había más rápido que buenos caballos que galoparan con ritmo y firmeza. Sin embargo, el médico era muy obeso. Demasiado, incluso, para la resistencia equina, ya que pesaba como un Rodríguez más un Sarmiento. Por lo tanto, marchó -o marcharon- en carretilla, que era un carro con capacidad para dos personas (o una de grandes dimensiones) arrastrada por un caballo, que cubriría el trayecto con buenos promedios, siempre y cuando se realizaran varios cambios de cabalgadura.

Para completar el cuadro de médicos que permitió salvar 10 de las 20 vidas que estaban en peligro, debemos mencionar a dos bonaerenses: el padre betlemita Bernardo de Copacabana (curaba en San Telmo) y Francisco Cosme Argerich, quien salió disparado con dos criados el día 5, cuando se recibió la noticia en Buenos Aires. Gracias a la investigación que realizó Francisco Cignoli -uno de los grandes historiadores de la labor médica en campos de batalla- podemos saber que el gobierno rentó un transporte para el doctor. Cuenta Cignoli que Argerich hizo el viaje "en un coche alquilado a doña María, viuda de Belmonte, a razón de ocho pesos diarios". Como partió el 5 de febrero y regresó el 6 de marzo, debería haber cobrado 240 pesos. Sin embargo, "la dueña del vehículo al gestionar después el pago de la cuenta respectiva, 'teniendo en cuenta que fue para un objeto tan digno', se conformó con que se le mandara abonar veinte pesos por semana", aclara Cignoli.

El malherido de mayor rango fue el capitán Justo Bermúdez. Tenía dos lesiones graves, una física y otra moral. Además del balazo en la rodilla que obligó a que Argerich le amputara la pierna, estaba dolido por su impericia al mando de la columna que debía complementar el ataque de San Martín. Recordemos que mientras el comandante avanzó derecho al enemigo, Bermúdez debía dar un rodeo para encerrarlos. Pero tardó demasiado y comprometió la victoria.

Tal vez, y esto es una suposición personal, entró en un estado de melancolía por la amputación. Lo concreto es que 11 días después del combate todos dormían en el improvisado hospital dispuesto en el comedor del convento y Bermúdez -casado con María Dominga Rosas y padre de una recién nacida- se aflojó el torniquete a propósito. Murió desangrado.