jueves, 5 de junio de 2014

Terrorismo: Un simpatizante García Márquez entrevista al criminal Firmenich

El día que Gabo entrevistó a Firmenich
PERFIL publica completa, por primera vez en español, la charla que Gabriel García Márquez y el dirigente montonero mantuvieron en 1977 a bordo de un avión. Las intenciones políticas y la juventud del líder guerrillero impactaron al escritor.

Por Gabriel García Márquez - Perfil


Hechos y personajes. El líder montonero daba la impresión, según Gabo, de “ser un hombre de guerra”. Signos de una época convulsionada que precedió al encuentro: Clarín y el crimen de Aramburu; Cámpora y Perón. | Foto: Cedoc

Lo primero que impacta es su corpulencia de cemento armado. Lo segundo, su increíble juventud: 28 años. Ojos vivaces e intensos, risotada fácil que se abre sobre dientes marmóreos y raleados, patillas de pelo áspero, rojo y frondoso, y bigotes tan cuidados que podrían, lo más bien, ser postizos. De todos modos, tanto por el físico como por el comportamiento, basta con verlo una sola vez para entender por qué es tan difícil desacovacharlo: parece un enorme gato.

“Hola”, dice dándome la mano. “Soy Mario Firmenich”. Que es como decir: el secretario general del Movimiento Montonero, el hombre más rastreado de las fuerzas represoras de la Argentina y uno de los más perseguidos del mundo por los periodistas. Y, sin embargo, su porte es tan natural que hasta podría parecer, también, mampostería. Es por eso que comienzo la entrevista tratando de pincharlo, de irritarlo.

“La junta militar presidida por el general Jorge Videla hace ya un año que está en el poder”, le digo. “Mi impresión personal es que este lapso de tiempo le bastó para exterminar a la resistencia armada. Ahora ustedes los montoneros no tienen nada que hacer, al menos en el terreno militar. Están despachados”.

Mario Firmenich no pierde la compostura. Su respuesta es seca e inmediata. “Desde octubre de 1975, cuando todavía Isabelita Perón estaba en el gobierno, ya sabíamos que en un año habría golpe. No hicimos nada para impedirlo porque, en definitiva, también el golpe formaba parte de la lucha interna del movimiento peronista. Pero hicimos nuestros cálculos, cálculos de guerra, y nos preparamos para sufrir, en el primer año, un número de bajas humanas no inferiores a 1.500 unidades. Nuestra cuenta era ésta: si lográbamos no superar este nivel de pérdidas, podíamos tener la seguridad de que, tarde o temprano, venceríamos. ¿Y qué pasó? Pasó que nuestras bajas fueron inferiores a lo previsto. En cambio, la dictadura perdió aliento, ya no tiene salida, mientras nosotros gozamos de un gran prestigio entre las masas y somos en Argentina la opción política más segura para el futuro inmediato”.

Es una respuesta arrogante, precisa y elocuente. Y, sin embargo, no termina de convencerme. Tengo la impresión de que subyazca un optimismo calculado. Se lo digo: “Soy optimista y me gusta la gente optimista, pero de las personas que son demasiado optimistas desconfío. ¿Por qué no pensar, por ejemplo, que también los militares hayan calculado con anticipación sus propias bajas? Son presupuestos que nadie conoce.

Probablemente, también ellos piensen que ganaron, ¿por qué no?”. Firmenich admite esta posibilidad, pero rebate muy rápidamente: “Los militares, cierto, deben haber calculado que entre marzo y diciembre de 1976 podrían aniquilar cualquier fuerza organizada que les fuese adversa, y poder dedicarse luego, en 1977, a cazar los últimos desechos dispersos. Más que cálculos concretos eran también hipótesis políticas: quizá ni siquiera ellos lo creyeron de veras. Aunque si lo creyeron, peor para ellos; porque esto significa que no conocen la dialéctica de un treinteno peronista”.

A pesar de tanta ostentación de lucidez política, todavía no logro escapar de la impresión de estar hablando, sobre todo, con un hombre de guerra. Y, de hecho, Mario Firmenich tuvo en su vida poco tiempo para dedicarse a otra cosa que no fuese la guerra desde que nació, en 1948, en Buenos Aires. Es hijo de un agrimensor que se graduó en Ingeniería a edad adulta: típico producto de la clase media asalariada argentina. En 1955, cuando la caída de Perón, Mario Firmenich tenía apenas 7 años, pero nunca olvidó la impresión que le causó ver pasar un camión cargado de obreros armados sólo con palos para defenderse contra el golpe militar. Hasta aquel momento Argentina había tenido, en menos de 22 años, 14 presidentes de la República, y ninguno había terminado su mandato.

El general Aramburu, el hombre que había echado a Perón de la presidencia, estuvo en el poder por cuatro años. Después se retiró a vida privada, y se encerró en un departamentito del octavo piso del número 1053 de la calle Montevideo, Buenos Aires, manteniéndose aparentemente lejos de cualquier actividad política. El 29 de mayo de 1970, dos jovencitos vestidos con uniforme militar lo levantaron de su casa, a las nueve de la mañana, con el pretexto de asegurar mejor su protección. Aramburu fue conducido hacia una vieja granja de la periferia de Buenos Aires, juzgado, condenado y fusilado.

Alguien debía haberles dicho a los autores de aquella ejecución capital que si hubiesen enterrado el cadáver bajo 50 kilos de cal viva, no hubiesen quedado siquiera los huesos. En cambio, sucedió justo lo contrario: el cuerpo se conservó intacto y de allí a poco tiempo afloró a la superficie y fue descubierto.

El movimiento peronista que se atribuyó la ejecución de Aramburu era en aquel tiempo casi desconocido; llevaba un nombre que pegó, Montonero. Mario Firmenich, que entonces tenía 22 años, había formado parte del comando que llevó a cabo la operación Aramburu. Pero no había entrado en la casa de Aramburu. Se había quedado en la vereda de enfrente, vestido de mariscal de policía, para vigilar que nadie viniese a mover el camioncito con el cual había proyectado transportar al general, y que no habían podido estacionar bien. Antes de aquella empresa había participado en otras 17 operaciones, pero su nombre no lo conocía nadie. El movimiento estaba por entonces compuesto sólo por diez personas, y Mario Firmenich estaba tercero en el orden jerárquico. Es por esto que digo que tanto su formación como su experiencia han sido sobre todo guerreras; pero cuando le hago observar que, a mi entender, lo que falta en Montoneros es la capacidad de operar decisiones políticas y que en la cabeza no tienen otra cosa que el aspecto militar del problema, Firmenich reacciona con mucha vivacidad. Yo insisto y le repito que, siempre según mi entender, la solución militar es la extrema, estrechísima alternativa que les queda a los montoneros. “Pero no, no es cierto, es todo lo contrario”, me replica él de inmediato: “Uno de los rasgos característicos de nuestra guerra revolucionaria es que no fue el ‘foco’ guerrillero el que generó el movimiento de masas: es el movimiento de masas el que precedió a la guerrilla, y de un buen cuarto de siglo. El movimiento de masas en Argentina comenzó en 1945 y el movimiento armado recién en 1970”.

En síntesis, su idea es que el movimiento de masas del peronismo avanza empujado por la dinámica misma de la propia conciencia y algunas veces precede incluso a la vanguardia política, cuando no hasta la suplanta. Dice que este movimiento tiene por objetivo la búsqueda de la justicia social, de la independencia económica y de la soberanía política de la Argentina. Es antiimperialista y antioligárquico, y dado que por 25 años pudo accionar sin la vanguardia política, este mismo hecho lo ha transformado también en antiburocrático, consecuencia de la traición de sus burócratas. “Hemos llegado a la lucha armada sólo cuando se agotaron y perdieron sentido todas las otras posibilidades de lucha política”, dice. “A cierto punto no tuvo más sentido el voto, no tuvo más sentido la creación de coaliciones electorales en compañía de candidatos no peronistas, no tuvieron más sentido ni el voto en blanco, ni el proyecto de golpe de Estado populista y ni siquiera los tres sucesivos y todos prematuros intentos de guerrilla rural. No tuvo ya sentido siquiera el regreso pacífico de Perón. Lo que quiero decir: el proceso no comenzó con los montoneros; los montoneros fueron su inevitable conclusión. Pero incluso la decisión de darse a la lucha armada ha sido, en sí, una política de masas”.

De toda la conversación que tuvimos, el tema que quizá más lo fascinó fue el de las modalidades absolutamente originales que tiene la guerra en la ciudad. Firmenich está persuadido de que el no poder disponer de zonas liberadas, en lugar de obstaculizar, facilita al revolucionario la guía política de las masas. Es decir, mientras el ejército está obligado a permanecer encerrado en sus cuarteles, los montoneros están por todos lados, y navegan en las masas como peces en el agua. El de los montoneros es un ejército que tiene sus propias fuerzas en el territorio enemigo; un ejército que se desarma cada noche cuando sus militantes van a casa a dormir, pero que sigue estando intacto y vigía incluso cuando sus soldados duermen.

Sin que él se dé cuenta, el análisis político-militar de Firmenich asume de a poco tonos líricos. Y yo trato de empujarlo por este camino: le pregunto, de una, si no piensa que tantos años de durezas, de peligros y de luchas hayan terminado por deshumanizarlo. El no se deja atrapar; responde: “Nadie se deshumaniza en una lucha humanista”. Sí, es una bella frase de un político; quizá hasta sea una frase verdadera, pero antes que nada es una frase que tiene un sonido literario. Y sin embargo, a Mario Firmenich, que terminó regularmente la escuela secundaria y que cursó por un par de años la facultad de Ingeniería, la literatura no le gusta. Nunca leyó una novela. Lee sólo libros políticos y casi nunca llega al final. Busca sólo en el índice las cosas que más le interesan, y va derecho.

Naturalmente, me mueve a suponer que este modo suyo de leer se debe a la vida tumultuosa que lleva. Pero él sostiene que no. Una cosa es vivir escondido, dice; otra es vivir en la clandestinidad. Firmenich está en la clandestinidad, y esto quiere decir que sus enemigos no saben cómo encontrarlo, pero él igual conduce su rutina doméstica, recibe visitas de amigos íntimos, asiste a ciertas fiestas muy privadas e incluso dedica ciertas horas del día a mirar televisión. El único verdadero problema es andar por la calle: Firmenich puede hacerlo sólo al precio de severísimas medidas de seguridad. Y así, lo que más le disgusta es no poder ir al cine. En los últimos siete años vio apenas tres películas.

Es natural imaginarse que un hombre que no sale de casa si no es para cumplir acciones de guerra haya estado muchas veces al borde la muerte. El, en cambio, tiene la impresión de haber corrido peligro sólo una vez, y por un operativo que, considerado a distancia de tiempo, en el fondo ni siquiera valía tanto la pena. Fue en diciembre de 1970: él y un compañero disfrazado de camarero trataron de desarmar a un policía que estaba de guardia nada menos que en el portón de la residencia presidencial de Olivos. Le quitaron la metralla, pero no antes de que el policía lograse disparar y herir a Mario Firmenich en un dedo: “Fue un milagro”, cuenta él, con mucho buen humor, “porque aquel dedo impidió que la bala me diera en el corazón”.

De un pincelazo, como por error, me cuenta que uno de los placeres más grandes de su vida es jugar con sus hijos. La noticia no me sorprende. La novedad más sorprendente que, en efecto, encontré en los militantes montoneros es que incluso cuando van por el mundo en misiones difíciles se llevan a los hijos. En sus refugios clandestinos los he visto cambiar pañales, dar el biberón a los niños, mecerlos entre los brazos y, mientras tanto, participar en una reunión política. “Es natural”, comenta Firmenich, riéndose con gusto: “Terminaron los tiempos en que se pensaba que fuese justo prohibirnos tener hijos”. Y agrega que si treinta años atrás los vietnamitas hubiesen pensado de ese modo, no habrían tenido a nadie más para ganar la guerra. “Los hijos son nuestra retaguardia”, dice.

El tema de los hijos lo trae otra vez a la situación de la Argentina: el país tiene el índice de desarrollo demográfico más bajo del continente. Es un país casi desierto, que debería duplicar su población si quiere lograr consolidar su propia independencia y enfrentarse al futuro. “Una familia tipo, en Argentina, hoy tiene tres hijos”, dice Firmenich, “es necesario que en el futuro tenga cinco. Dos para mantener en el mismo nivel el índice demográfico; tres para duplicarlo”. Pero sus consideraciones no son sólo de orden técnico: por experiencia de militante sabe que quien tiene hijos milita de otra manera en comparación con quien no los tiene. Entre otras cosas, porque está más atento a sí mismo y a su propia conservación.

No parece interesarle demasiado la pregunta que le hago, y que en estos tiempos es ritual en conversaciones de este tipo: ¿Qué espera que haga (Jimmy) Carter respecto de América Latina? Se limita a responder (creo que sin equivocarse) que “la libertad no puede venir de afuera”. En cambio, se vuelve todo radiante cuando le pregunto si se arriesga a hacer un pronóstico sobre el futuro inmediato de su país. “Por supuesto”, dice. “Este año terminará la ofensiva de la dictadura y, finalmente, se presentarán las condiciones favorables para nuestra contraofensiva final.

Y, al mismo tiempo, se verá que la única alternativa concreta a la dictadura es el movimiento peronista y montonero, que llevará a la creación del partido montonero.

Luego se pasará a la constitución de un frente de liberación nacional con objetivos antidictatoriales, antioligárquicos, antiimperialistas”. Firmenich está convencido de que la burguesía nacional, gravemente golpeada en sus intereses por las multinacionales, descapitalizada por las empresas del Estado, entrará también ella a formar parte de la coalición. Piensa que en el frente de la coalición confluirán incluso los partidos radical, intransigente y comunista, que aceptarán una transición al socialismo sobre la base de un programa aceptable para todos: expropiación de los monopolios extranjeros y expropiación de los monopolios nacionales. En definitiva, se encontrarán todos de acuerdo sobre un programa que respetará la propiedad privada de la pequeña empresa y de la cooperativa, pero que tendrá como objetivo la disolución tanto de las
grandes empresas extranjeras como de la industria monopólica de Estado. Firmenich está tan convencido de esto que atribuye la derrota de los intentos revolucionarios de los años 60, en América Latina, al error de no haber entendido el rol que tienen las burguesías nacionales como empuje decisivo hacia la síntesis entre lo militar y lo político. “La revolución argentina”, concluye con un gran suspiro, “será la revolución de América Latina”.

Quizá tenga razón, pero no quiero darle la satisfacción de cerrar el coloquio con un tono tan triunfalista. Y entonces le arrojo una provocación algo dura de digerir para alguien nacido en el Río de la Plata: “Antes del Che Guevara, los argentinos no se sentían latinoamericanos. Ahora, en cambio, creen ser ellos los únicos latinoamericanos”. El prorrumpe con una espléndida risotada que desarticula completamente su inmensa cautela de gato. A punto de cerrarse la puerta a mis espaldas, trato de precisar un último particular: “¿Desde dónde fechamos esta entrevista?”. Y él, haciéndome un cordial gesto de saludo, me responde: “Desde donde te parezca”. Que es como decir: desde ningún lugar. Más tarde, en el auto, mientras me voy, repasando mentalmente aquella conversación de casi dos horas, de un trazo me doy cuenta de cuál es la verdad: Mario Firmenich es el hombre más extraño que haya encontrado en mi vida.

Copyright L’Espresso,
Italia, 17 de abril de 1977.
Traducción: Matías Marini.

miércoles, 4 de junio de 2014

El Ejército Nazi siguió protegiendo Alemania después de 1945


Un Ejército nazi clandestino
Un historiador descubre que 2.000 oficiales crearon un grupo de defensa tras la guerra
KLAUS WIEGREFE - ABC

El canciller Konrad Adenauer, el segundo por la derecha, pasa revista a una compañía en 1956. / FRANCE PRESSE

Alemania acaba de descubrir un sorprendente capítulo inédito de su historia reciente. Después de la II Guerra Mundial, antiguos oficiales de la Wehrmacht, las fuerzas armadas de la Alemania nazi, y de la Waffen-SS, el brazo armado de la SS, formaron un ejército secreto para proteger el país de un supuesto ataque de la Unión Soviética. Un proyecto, descubierto casualmente ahora, que podría haber provocado un gran escándalo en aquella época. Durante casi seis décadas, los documentos que demuestran su existencia han permanecido ocultos en los archivos del Servicio de Inteligencia de Alemania (BND).

Alrededor de 2.000 veteranos nazis decidieron formar un ejército en 1949 a espaldas del Gobierno federal y los Aliados. El objetivo de los oficiales era defender a la naciente República Federal de Alemania de la agresión del Este en las primeras etapas de la guerra fría y, en el frente nacional, desplegarse contra los comunistas en caso de una guerra civil.

El coronel Schnez montó el ejército de espaldas al Gobierno, pero cuando el canciller Adenauer lo supo, lo consintió
El canciller alemán Konrad Adenauer no se enteró de la existencia de una conspiración en la sombra hasta 1951, pero no tomó medidas claras contra esta organización ilegal. De acuerdo con la documentación encontrada, en caso de una movilización, el ejército contaría con 40.000 soldados. El principal organizador era Albert Schnez, que había servido como coronel en la II Guerra Mundial. A finales de los años cincuenta formó parte del entorno del ministro de Defensa Strauss y posteriormente fue jefe del Estado Mayor bajo el mandato de Willy Brandt.

Las declaraciones de Schnez citadas en los documentos sugieren que el proyecto de creación de un ejército clandestino también fue apoyado por Hans Speidel —se convertiría en el comandante supremo de la OTAN del Ejército Aliado en Europa Central en 1957— y por Adolf Heusinger, primer inspector general del Bundeswehr (Ejército federal).

El historiador Agilolf Kesselring encontró los documentos —que pertenecían a la Organización Gehlen, el anterior Servicio de Inteligencia— mientras investigaba para el BND. Kesselring tiene especial interés por la propia historia militar de su familia. Su abuelo fue mariscal de campo durante la II Guerra Mundial y comandante en el Tercer Reich, con Schnez como subordinado. En su estudio, Kesselring disculpa con frecuencia a Schnez. Nada menciona sobre sus vínculos con la extrema derecha y describe sus labores de espionaje a supuestos izquierdistas como “controles de seguridad”.

El proyecto comenzó durante la posguerra en Suabia, una región que rodea Stuttgart, donde Schnez comercializaba madera, textiles y artículos para el hogar al tiempo que organizaba veladas para veteranos de la 25ª División de Infantería, donde él había servido. Pero sus debates siempre giraban alrededor de la misma pregunta: ¿qué debemos hacer si los rusos y sus aliados de Europa del Este nos invaden?

Para dar respuesta a esa amenaza potencial, Schnez pensó en fundar un ejército. Y aunque no respetó las ordenanzas de los Aliados —las organizaciones militares o "de tipo militar" estaban prohibidas—, rápidamente se convirtió en algo muy popular. Su ejército empezó a tomar forma en 1950. La red de Schnez recaudó donaciones de empresarios y de antiguos oficiales de ideas afines, contactó con grupos de veteranos de otras divisiones y acordó con empresas de transporte la entrega de vehículos.

El mariscal Albert Schnez en 1968. / BUNDESARCHIV

Anton Grasser, antiguo general de Infantería, se ocupó del armamento. Comenzó su carrera en el Ministerio del Interior supervisando la coordinación de la policía alemana. Quería utilizar sus activos para equipar a las tropas en caso de conflicto. No hay ninguna señal de que el entonces ministro del Interior, Robert Lehr, estuviera informado de estos planes.

Schnez quería crear un ejército con unidades formadas por antiguos oficiales pertenecientes a cuerpos de élite de la Wehrmacht, que podrían desplegarse con rapidez en caso de un ataque. De acuerdo con los documentos desclasificados, la lista incluía empresarios, representantes de ventas, un comerciante, un abogado penalista, un instructor técnico e incluso un alcalde. Es de suponer que todos ellos eran anticomunistas y, en algunos casos, estaban motivados por un deseo de aventura. Un ejemplo: el teniente general retirado Hermann Hölter "no se sentía feliz trabajando solo en una oficina".

Quedaba por determinar dónde podrían reubicarse en caso de emergencia. Schnez negoció con algunas poblaciones suizas, que mostraron "su desconfianza". Más tarde planificó un posible traslado a España que utilizaría como base para combatir del lado de los estadounidenses.

En su búsqueda de financiación, Schnez solicitó la ayuda de los servicios secretos de Alemania Occidental en el verano de 1951. Durante una reunión celebrada el 24 de julio de 1951, Schnez ofreció los servicios de su ejército en la sombra a Gehlen —jefe del servicio de inteligencia— para "uso militar" o "simplemente como una fuerza potencial", ya fuera en un Gobierno alemán en el exilio o de los aliados occidentales.

Una anotación en los documentos de la Organización Gehlen afirma que Gehlen y Schnez "habían mantenido durante mucho tiempo relaciones de carácter amistoso". El escrito también indica que los servicios secretos ya conocían la existencia de un ejército clandestino.

Es probable que el entusiasmo de Gehlen por la oferta de Schnez hubiera sido mayor si se hubiera producido un año antes, cuando estallaba la guerra de Corea. En aquel momento, Bonn y Washington habían considerado la posibilidad de, "en caso de que se produjera una catástrofe, reunir a los miembros de las antiguas divisiones alemanas de élite, armarlos y luego asignarlos a las fuerzas aliadas".

Un año después, la situación había cambiado, y Adenauer había desestimado esa idea. En cambio, presionó para que Alemania Occidental se integrase profundamente en Occidente e impulsó asimismo el establecimiento del Bundeswehr. El grupo ilegal de Schnez poseía la capacidad de poner en peligro esa política, ya que, si su existencia era de dominio público, podría haber desatado un escándalo internacional. Aun así, Adenauer decidió no tomar medidas contra la organización de Schnez.

El grupo proyectó asentarse en España después de que no encontrara demasiada receptividad en Suiza

El personal de Gehlen contactaba frecuentemente con Schnez. Además, ambos llegaron a un acuerdo para compartir datos secretos procedentes del servicio de inteligencia. Schnez se jactaba de tener una unidad de inteligencia "particularmente bien organizada". A partir de ese momento, la Organización Gehlen se convirtió en el destinatario de informes sobre antiguos soldados alemanes que presuntamente se habían comportado de forma "indigna" como prisioneros de guerra de los rusos, insinuando que habían desertado para apoyar a la Unión Soviética. En otros casos informaba de "personas sospechosas de ser comunistas en Stuttgart".

Con todo, Schnez nunca consiguió beneficiarse del dinero que recibía. Gehlen solo le entregaba pequeñas cantidades que se agotaron en el otoño de 1953. Dos años después, los primeros 101 voluntarios se alistaron en el Bundeswehr. Así pues, con el rearme de Alemania Occidental, el ejército de Schnez resultó innecesario.

Schnez falleció en 2007 sin haber revelado públicamente ninguna información acerca de los acontecimientos. Lo único que se conoce es gracias a los documentos en los archivos clasificados del BND bajo el título engañoso de "Seguros". Alguien tenía la esperanza de que nunca nadie encontrara un motivo para interesarse por ellos.

© Der Spiegel, 2014

Traducción de Virginia Solans

martes, 3 de junio de 2014

PGM: La fotografía como diario de guerra

Los otros disparos
La fotografía estalló en las trincheras, donde millones de soldados documentaron su rutina, camaradería y brutal experiencia en sus álbumes privados de guerra
El País




Instantánea de la Tregua de Navidad de 1914, entre los soldados alemanes y británicos en Ploegsteert (Bélgica)En el frente de Ploegsteert, en Bélgica, los soldados de ambos bandos detuvieron el combate, fumaron juntos y se sacaron fotos. Ésta es una de las instantáneas que los soldados tomaron durante la mítica Tregua de Navidad de 1914, una prueba irrefutable de que realmente se celebró. Los suvenirs fotográficos llegaron a la prensa internacional, y los Gobiernos comprendieron rápidamente que debían ejercer un control más férreo sobre las cámaras de la tropa.

 IMPERIAL WAR MUSEUM (Q11745)

Prendieron velas, entonaron canciones y los soldados alemanes invitaron a los británicos de las trincheras enemigas a acercarse. El combate se detuvo un día. En tierra de nadie, los adversarios intercambiaron felicitaciones y tabaco, se sacaron fotos. Esas imágenes, ni heroicas ni triunfalistas, descubrieron el lado más descorazonador y noble del conflicto: los rostros de esos jóvenes que pasaban un buen rato juntos y que, sin embargo, estaban ahí para matarse. Aquellas instantáneas fueron la prueba irrefutable de que la mítica tregua de la Nochebuena de 1914 realmente se celebró. Los Gobiernos no pudieron negarlo y comprendieron rápidamente que el control sobre las cámaras de la tropa debía ser aún más férreo. “Esos suvenires personales acabaron en las páginas de la prensa internacional y el Gobierno decidió estrechar la censura”, dice Hilary Roberts, conservadora jefe de fotografía en el Imperial War Museum de Londres.

Aquel fue un gran momento en la historia de la fotografía de guerra, pero ni mucho menos el único en el conflicto de 1914. La revolución técnica en la captación de imágenes no había hecho más que empezar y las nuevas herramientas fueron empleadas para la inteligencia militar, pero también provocaron una incontrolable y fascinante explosión popular, con millones de soldados armados con objetivos, dispuestos a capturar su experiencia íntima de la Gran Guerra. Los millones de imágenes que dejaron tras de sí conforman una historia tan diversa, personal y compleja como la guerra misma, un relato que todavía hoy se sigue revelando e investigando. Por ejemplo, en el Art Gallery de Ontario, donde en 2004 recibieron el legado de un coleccionista que prefiere mantenerse en el anonimato y que donó 495 álbumes de soldados británicos, franceses, alemanes, estadounidenses, rusos, polacos, checos y australianos. En total, más de 52.000 fotos que aún se están catalogando, algunas de las cuales serán expuestas en la muestra The Great War: The persuasive power of photography, que se celebrará este verano en la National Gallery de Canadá. “La mezcla es increíble, con fotos de bases militares, cabarés, aviones o retratos turísticos de soldados paseando entre ruinas en sus días libres”, apunta Sophie Hackett, desde el Art Gallery de Ontario.


Anuncio comercial de la cámara Kodak Vest Pocket Camera

El enfoque que cada país dio a las regulaciones fotográficas a las que estaban sujetos los soldados varió enormemente, pero lo que se mantuvo como una constante en ambos bandos fue la presencia de cámaras entre los combatientes. Lo cierto es que la mecanización de la guerra en aquel brutal conflicto pasa no sólo por las ametralladoras, sino también por los casi dos millones de cámaras de bolsillo que Kodak había vendido en 1918. La Vest Pocket Camera, pronto conocida como “la cámara de los soldados”, fue el modelo que el astuto George Eastman lanzó al mercado  y cuyas ventas se multiplicaron por cinco en tres años. De tamaño reducido y con un estuche ajustable al cinturón, la variante Autograph permitía escribir directamente en el negativo y se anunciaba como el “mejor regalo de partida” que un soldado podía recibir, una herramienta que les permitiría aliviar el tedio de la rutina y, en el futuro, “tener el libro más interesante de todos: su álbum Kodak”. Otros modelos de la competencia como la Ansco Vest Pocket Camera animaban a los soldados a mantener “la puerta de la memoria abierta”, y la Ensignette se publicitaba como “fuerte, fácil de cargar y útil en cualquier circunstancia”.

Los soldados de ambos frentes se lanzaron con entusiasmo a la fotografía, como prueban los millones de instantáneas que capturaron, mandaron a casa, y en muchos casos guardaron en álbumes. En esas páginas se encuentra la incómoda yuxtaposición entre la confraternización de la tropa, y la destrucción y muerte en las trincheras. “Los álbumes reunían fotos de distinta procedencia, no sólo las que ellos habían sacado, sino también otras que compraban o les regalaban”, explica Roberts, coautora junto a Mark Holborn del libro fotográfico sobre el conflicto elaborado con los fondos del museo, The Great War. A Photographic Narrative (Random House). El Imperial War Museum, creado en 1917 para homenajear el esfuerzo de guerra cuando el conflicto aún se libraba, hizo un llamamiento a los aliados para que mandaran imágenes sin importar su calidad. Llegó un aluvión que no ha cesado desde entonces e incluye en la actualidad fotos desde 1850 hasta las tomadas hace apenas 24 horas en Afganistán, según Roberts. “El documento gráfico de los soldados se planteaba como una experiencia personal, ellos no pretendían crear un informe sistemático, sino registrar la gente y los sitios que conocieron”, apunta.

La experiencia bélica, entonces y ahora, incluye también el horror y la brutalidad convertidos en rutina: crudas fotos posando con enemigos muertos. En las imágenes de la I Guerra Mundial de ejecuciones de espías o de cadáveres rodeados de soldados sonrientes en las trincheras enemigas se encuentra un claro antecedente de las instantáneas de la soldado Lynndie England en la prisión iraquí de Abu Ghraib en 2004. Todas ellas entran en la categoría de las llamadas “fotos trofeo”, tan viejas como la presencia de cámaras en el frente. En la Gran Guerra gozaron de una increíble popularidad, convirtiéndose en algo parecido a lo que en el ciberespacio se conoce como un fenómeno viral. "La idea de sacar fotos para degradar y humillar al enemigo no es nueva", apunta Janina Struk, autora de Private pictures: Soldier’s Inside View of War (I. B. Tauris, 2010). “La búsqueda de una visión desde dentro de la guerra no es un fenómeno de la cultura de la realidad del siglo XXI. Pero la cruda brutalidad de la guerra, tan frecuentemente descrita en las fotos captadas por soldados, rara vez ha cruzado el umbral y ha entrado en la conciencia pública”.

Desde el arranque de la Gran Guerra, las autoridades británicas no tuvieron dudas sobre el potencial peligro que implicaban tantos obturadores sueltos. Bajo amenaza de arresto, no se permitía sacar fotos, ni mandar copias a casa ni, por supuesto, carretes. Pero las cámaras estaban ahí y los soldados también; y en casa, la prensa —sujeta a un estricto control gubernamental gracias al Official Press Bureau que fundó Churchill— esperaba ansiosa imágenes del frente. En 1915 arrancaron los concursos de fotografía amateur de guerra en el Daily Mirror, dispuesto a pagar mil libras de entonces por la mejor foto que mandara un soldado; su nombre no se haría público y el periódico correría con los gastos de revelado.

La controvertida propuesta no pretendía ensalzar el arte fotográfico sino obtener las mejores fotos posibles, y pronto fue copiada por la competencia. “Nuestro esquema es simple y directo. Queremos fotos sobre el tema de la guerra y las queremos todos los días”, explicaba el Daily Sketch en sus páginas. Esta carrera por hacerse con las fotos de los protagonistas del combate no se detuvo ni siquiera con la llegada al frente de los dos fotógrafos oficiales, Ernest Brooks y John Warwick Brooke. Miles de instantáneas inundaron las redacciones. “La prohibición de sacar fotos fue ignorada, porque esas imágenes eran el vínculo entre el frente y el hogar y mantenían la moral alta”, dice Struk.

En Alemania, por el contrario, se animó desde el principio tanto a soldados como a civiles a que documentaran gráficamente el conflicto. “Había un sentimiento eufórico y entusiasta por parte de los combatientes y de sus familias. Todos coleccionaban fotos porque querían conservar recuerdos de ese momento que pensaban que sería único y triunfal”, explica el doctor Bodo von Dewitz, coleccionista y experto en el legado fotográfico de esta guerra. “No había censura y hasta 1916 los alemanes tenían una actitud casi naíf respecto de la fotografía. Había un elemento turístico en torno al nuevo hobby y eso se mantuvo, porque muchos soldados apenas habían viajado y en sus diarios e instantáneas resuena ese eco entusiasta. Los británicos, sin embargo, tenían muy presente el valor propagandístico desde el principio, y eran conscientes de que podían ser una fuente para el espionaje enemigo”.

Von Dewitz comenzó su increíble colección en los años setenta rebuscando en mercadillos y escribió su tesis sobre el tema. Cuenta que cerca de doscientas instituciones oficiales en Alemania tienen estas instantáneas en sus fondos, muchas de ellas desde poco después de que terminara la guerra. Y fue en esos años inmediatamente posteriores cuando las imágenes adquirieron un nuevo significado. “En la década de los años veinte, tanto la derecha como la izquierda echaron mano de las fotos sacadas por los soldados para explicar por qué se perdió la guerra”, dice el especialista. Los nazis difundían las imágenes heroicas; la izquierda mostraba las atrocidades y la destrucción.


Foto postal de la ejecución del patriota italiano Cesare Battisti el 16 de junio de 1916 en Trento. / COLECCIÓN DR. BODO VON DEWITZ

En el frente alemán, la mayoría de las instantáneas se hicieron en placas de cristal y había una gran infraestructura en el mismo frente para poder imprimirlas, hacer postales y mandarlas a casa. Los cuartos oscuros estaban mucho más controlados en el bando aliado, y así, el uso del que se montó en el buque Queen Elizabeth, por ejemplo, estaba circunscrito a las fotos oficiales. De las clásicas fotos posadas se pasó a las trincheras, al enfrentamiento cara a cara con la muerte. En ellas encuentra Von Dewitz un tono voyerista muy acorde con los valores victorianos que marcaban la moral de la época. También una funesta premonición de las imágenes de cuerpos apilados que llegarían con la Segunda Guerra Mundial. Cuando ese conflicto estalló ya estaban en el mercado las cámaras de 35 milímetros y las revistas ilustradas. La fotografía había avanzado y también la forma en que se contaban las historias a través de ella.

Aunque fue en la guerra de los bóers la primera vez que los soldados llevaron cámaras al frente, la Gran Guerra fue “la primera gran guerra fotográfica”, como apunta Janina Struk. La conservadora del Museum of Fine Arts de Houston, Anne Wilkes Tucker, que rescató varios álbumes para la enorme muestra War/Photograhy el año pasado, añade que aquel fue el primer conflicto con una dimensión global. “En aquella guerra había soldados profesionales, se hizo una cobertura extensa del conflicto. Las imágenes llegaban con celeridad a los medios. Las fotos no tardaban tres semanas como ocurrió con las de James Fenton en Crimea”. Las instantáneas además muestran la vida normal de los soldados, no la de los oficiales como era costumbre en el siglo XIX, cuando los cuerpos y cadáveres eran retirados antes de retratar el campo de batalla. La experiencia real de lo que es una guerra iba colándose en las imágenes de quienes la combatían. “Aquella fue la primera guerra de medios de comunicación de masas, y aunque la técnica era rudimentaria, en ese momento quedaron establecidos los principios y las dificultades a los que los fotógrafos de guerra han hecho frente desde entonces”, añade Hilary Roberts.

Por encima de las diferencias entre un paisaje y otro, entre un tiempo y el siguiente, Janina Struk señala en su libro los temas recurrentes a los que apuntan las cámaras de los soldados, las narrativas extremadamente personales que construyen en sus álbumes, que, como los familiares, no están pensados para el escrutinio público. En el transcurso de su investigación, un tío suyo rescató su álbum de la I Guerra del fondo de un armario, y esas fotos le cortaron el aliento. Más allá de la imagen idealizada de la guerra que a menudo nos llega, en las instantáneas de los soldados se encuentra una cara cruda, real, insólita y humana de una guerra. Concluye Struk que si fueran vistas, podrían poner en tela de juicio la visión autorizada y aceptada que se tiene de las guerras.

El soldado fotógrafo. Esta imagen de un soldado posando con una cámara montada en un trípode fue sacada entre 1914-15 por un fotógrafo anónimo, y se imprimió como una postal. Los soldados de ambos bandos de la Primera Guerra Mundial se lanzaron con entusiasmo a sacar fotos, que en muchos casos podían revelar, imprimir e incluso comercializar en el mismo frente, y luego mandarlas a casa. El uso de los cuartos oscuros en las trincheras estaba más restringido entre los británicos, cuyo gobierno desde el principio quiso mantener un férreo control de las imágenes de guerra. Con frecuencia los combatientes creaban sus propios álbumes con postales de instantáneas sacadas por otros soldados.


Foto trofeo. Las llamadas “fotos trofeo” sacadas para humillar y degradar al enemigo, son tan viejas como la presencia de cámaras en el frente. En la Primera Guerra Mundial tuvieron gran difusión, convirtiéndose en un fenómeno viral. Esta foto postal fue sacada en el frente del este, entre 1915 y 1916, y muestra a un grupo de soldados alemanes cargando los cadáveres de combatientes franceses y británicos, una funesta premonición de las imágenes de pilas de cuerpos que vendrían con la Segunda Guerra Mundial, como apunta el coleccionista y especialista en fotografía de guerra, Dr. Bodo von Dewitz

Posado en la trinchera. En esta foto postal cuyo autor es anónimo, un grupo de soldados alemanes posan en una trinchera de la Gran Guerra en 1915. El gobierno alemán animó tanto a soldados como a civiles a que documentaran gráficamente el conflicto, y así lo hicieron usando mayormente cámaras de placas de cristal. Pensaban que el conflicto sería un momento triunfal y victorioso. Tras las exitosas campañas de 1870, imperaba un espíritu eufórico al comienzo de la guerra, pero en 1916 comprendieron que la fotografía podía dar información valiosa al enemigo, y trataron de ejercer un mayor control sobre las imágenes.



Turismo entre ruinas. Foto postal anónima, fechada el 24 de mayo de 1918, de un soldado alemán frente a un molino destruido en el frente del oeste. El elemento turístico, inherente a la fotografía popular, fue una constante también en la Gran Guerra. Para muchos soldados de ambos bandos el conflicto supuso su primer viaje al extranjero, y en sus días libres no renunciaban a visitar y sacarse fotos, aunque fuera frente a paisajes ruinosos.


lunes, 2 de junio de 2014

PGM: Lawrence y la traición a los árabes

Un levantamiento desierto que comenzó en la esperanza, pero estaba condenada a terminar en la traición

Robert Fisk - The Independent
 Robert Fisk en el momento en que los árabes, confiando en la buena fe británica, giró sobre sus gobernantes turcos



La rebelión árabe es todo acerca de la traición árabe. La voladura de los trenes turcos, la captura de Aqaba, los cargos de camellos y de la masacre en el camino a Damasco, y la mythistory de Lawrence de Arabia son la versión Cinemascope de la Primera Guerra Mundial en el desierto. Mejor ver Peter O'Toole en la película.

Lo mejor es comenzar nuestra historia con la correspondencia enviada a 1.915 Sharif Hussain - el líder religioso de La Meca y Medina, cuya familia Hachemita habían custodiado la tierra santa islámica desde el siglo 10 - por el ministro británico en El Cairo, Sir Henry McMahon.

Hussain propuso a levantarse con sus tribus contra los turcos otomanos en Arabia y McMahon se dirigió a sus aspirantes a ser el aliado árabe en los siguientes términos: "A la excelente y bien nacido -Sayed, el descendiente de Sharif, la Corona de la Orgullosa, Scion del árbol y rama de la Quraishita Tronco de Mohamed, él del Exaltado Presencia y de la Posición Lofty... Su Excelencia el Sharif Hussain, Señor de los Muchos, emir de la Meca, el Bendito, la estrella polar de los fieles y el centro de atracción de todos los creyentes devotos, que su bendición descienda sobre las personas en su multiplicidad".

Lo que demuestra que los británicos realmente no entienden los árabes. Pero los árabes entendieron los británicos. "Nuestro objetivo, O respetado ministro, "Hussain maliciosamente respondió," es garantizar que las condiciones que son esenciales para nuestro futuro deberán ir sujetos en una base de la realidad, y no en frases y títulos muy decorados."

Las "condiciones" eran los del llamado Protocolo de Damasco, que el hijo Faisal Hussain - con razón sospechada de los británicos, y bajo presión para unirse a la "jihad" Otomana contra los aliados - acordó que debía incluir la independencia después de la guerra de todos los países árabes dentro de un área rodeada por el sur de Turquía, la frontera persa (iraní), el Océano Índico, el Mar Rojo y el Mediterráneo; en otras palabras, el Oriente Medio árabe, incluyendo el Golfo y todas esas naciones lo que hoy iba a ser llamados Palestina, Líbano, Siria, Jordania e Irak.

El truco, por supuesto, era que mientras que los británicos - que se enfrentan con los nuevos campos de la muerte del Frente Occidental y el posterior desastre en Gallipoli - podría prometer casi cualquier cosa para conseguir que los árabes entraran en la lateral, también harían promesas a los demás. Pero más tarde se repartieron los mandatos con los franceses - en secreto - para Palestina, Transjordania, Irak, Siria y Líbano, mientras que prometedor - en público - el apoyo británico a una "patria" judía en Palestina.



Las promesas son para cumplirlas. Pero los británicos habían prometido todo para todos. Tras esta locura se construyó la rebelión árabe, cuyos guerreros - en última instancia, al mando del hijo favorito Sharifian de Lawrence, Faisal - lucharon con mucho coraje y muchas bolsas de oro británico para destruir el ejército turco. El único problema real fue lo de la "independencia" árabe.

Sin embargo, la revuelta árabe que comenzó en el Hiyaz, en junio de 1916 tienen un fundamento religioso. Los hombres de Faisal - desertores y los que regresaban, resultantes auxiliares temporales de las tribus, que reclutan con dinero británico - tendrían que luchar su camino a través de 1.000 millas de territorio otomano turco para llegar a Damasco y Alepo. Los intentos de apoderarse de Medina fallaron, pero cuando los árabes, con el propio entusiasmo del muchacho de los oficiales británicos que incluían Lawrence, se volvieron hacia el único enlace ferroviario a Damasco y el norte en 1917, la leyenda y la historia se unieron. Distribuido a lo largo de cientos de kilómetros, los militares turcos - como los americanos en Irak 90 años después - no podía asegurar sus comunicaciones. Por lo tanto los árabes ataron a los turcos a sus guarniciones con la voladura de sus locomotoras de vapor fuera de la vía y matando a los soldados - y, a veces a los civiles - que viajaban en los vagones detrás de ellos.


Uno de los artífices de la revuelta : Sir Henry McMahon, ministro británico en El Cairo uno de los artífices de la revuelta : Sir Henry McMahon, el ministro británico en El Cairo (Getty Images)

Una vez que el acuerdo Sykes-Picot para compartir el Oriente Medio entre Gran Bretaña y Francia se revelaron - por cortesía de los revolucionarios rusos - Faisal y Lawrence se dieron cuenta de que la única esperanza de la "independencia" que creían que los árabes se merecía y que había sido prometido los laicos en una despiadada asalto a través de los desiertos del norte con la esperanza de capturar Damasco. Esto se llevó a cabo - con valentía, la brutalidad y algunos crímenes de guerra (en la que Lawrence estaba comprometida personalmente) en el camino, para que coincida con la crueldad de igualdad de los turcos. Los ejércitos británicos y de la Commonwealth rompieron su camino hasta la costa mediterránea al mando del general Allenby, mientras que los árabes corrieron hacia el norte en el interior.

Lawrence comprendió la duplicidad en el que se vio involucrado. En una nota que envió a su cuartel general en El Cairo, escribió que esperaba ser asesinado en el camino a Damasco, porque "les estamos pidiendo [a los árabes] luchar por nosotros en una mentira, y yo no puedo soportarlo". Y efectivamente, no bien Faisal llegó en Damasco los británicos no cumplieron con su promesa de independencia. A medida que sus propios combatientes árabes, junto con la resistencia siria a la dominación otomana, se virtieron en la ciudad, Allenby se reunió Faisal en el Victoria Hotel. Faisal y Lawrence ahora considerados Sykes- Picot como letra muerta, anticuado por la enorme velocidad del avance árabe. No es así, dijo Allenby: Francia sería la "potencia protectora" en Siria. Y el territorio de Faisal no incluiría ni Palestina ni el Líbano. No le había dicho Lawrence a Faisal que los franceses iban a ser el poder "protector"? "No, señor", respondió Lawrence. "No sé nada al respecto." ¿O no?



Así, la gran traición se hizo manifiesto. Cuando los hombres de Faisal elevaron el estándar Sharifian sobre Beirut, fue derribado. Humillado como una molestia en la conferencia de paz de Versalles, Faisal regresó a Damasco, donde su gobierno fue derrocado y su pequeño ejército, incluyendo veteranos de la rebelión, fue aniquilado por las tropas francesas en el 1920 en la Batalla del Paso de Maysalun, los jinetes árabes cargaron contra los tanques franceses - tanto como los polacos lo hicieron a cobrar los Panzers alemanes 19 años después.

Como premio de consolación, a Faisal se le dio Mesopotamia (Iraq), su hermano Abdullah otorgó el cajón de arena artificial de Jordania. Hussain, el "norte y guía de los fieles", fue arrojado por accidente de Arabia por la Casa de Saud (posteriores los productores de petróleo y Osama bin Laden). Tanto Irak y Siria cayeron a miembros del partido Baath nacionalistas, Jordania podría sobrevivir bajo las Hashemites, mientras que Palestina se convirtió en un desastre infernal, 750.000 de sus árabes expulsados ​​de sus hogares para dar paso a la "patria" judía que Gran Bretaña había prometido. Líbano sufrió una guerra civil de 15 años.

Lawrence le escribiría a Winston Churchill en 1921: "Los árabes son como una página que he entregado, y las secuelas son cosas podridas." Esto en cuanto a la rebelión árabe.

domingo, 1 de junio de 2014

Guerra Antisubversiva: La farsa de la CONADEP

La CONADEP: un organismo infame que ahora se pretende imitar 
Por Nicolás Márquez - La Prensa Popular



Si los “opositores” no tienen una idea más novedosa ni original que pretender recrear una “Conadep de la corrupción” para juzgar al kirchnerismo, mejor que se queden en sus casas. En efecto, así como el demagogo Raúl Alfonsín creó una comisión en 1984 para elevar un informe sobre los llamados “crímenes de la dictadura”, los papanatas que hacen la parodia de opositores al kirchnerismo quieren hacer lo mismo, pero a los fines de juzgar la mega-corrupción kirchnerista obrante entre el año 2003 a la fecha. Esta última apetencia no tendría nada de malo en sus propósitos, de no ser por el hecho de que la CONADEP, a diferencias de lo que se cree y de lo que se divulga de manera hegemónica, no fue un organismo modelo sino un verdadero contubernio absolutamente arbitrario e irregular que jamás debería ser reivindicado ni emulado. Asimismo, cabe agregar que para combatir a la corrupción, lo que se necesita no son organismos burocráticos conformado por amigotes del poder de turno, sino jueces imparciales que apliquen la ley sin mayores obstáculos: punto.

¿Qué fue la CONADEP?                    

Ni bien Raúl Alfonsín asumió el poder que le entregó el Presidente Reynaldo Bignone en diciembre de 1983, a efectos de comenzar a construir la mentira oficial y preparar un sainete vengativo con juicios a los militares que gobernaron el país (junto a los radicales), el 15 de diciembre de 1983 -a tan solo días de asumir-  Alfonsín emitió el Decreto 187/83 con el que se creó la CO.NA.DE.P (Comisión Nacional para la Desaparición de Personas), cuya finalidad sería investigar los hechos sucedidos durante la reciente guerra civil acontecida en la década anterior.

La Comisión estaba integrada por diez personas designadas en el Decreto y otras seis nombradas por el Congreso Nacional. Por el carácter y función que este organismo debía desempeñar, era de esperar que la misma fuera integrada por personalidades notables, neutrales, de espíritu humanista y desprovista de ideologismos. Sin embargo, la CO.NA.DE.P fue presidida por Ernesto Sábato, quien había estado afiliado al Partido Comunista (partido que en ejercicio del poder asesinó a más de cien millones de personas en solo siete décadas en todo el mundo). Vale decir: para “investigar” violaciones a los DDHH ocurridos en una guerra en la que de un lado estaban las FFAA. y del otro el comunismo armado (Montoneros y ERP), el presidente de esta comisión “imparcial” había estado enrolado en las filas ideológicas del segundo bando.

Si bien es cierto que Sábato fue un izquierdista de fuste, también sabemos que como militante nunca mantuvo muchos escrúpulos, pues durante el gobierno cívico-militar del Proceso de Reorganización Nacional, disfrutó de un distendido almuerzo con el entonces Presidente de la República Jorge Rafael Videla, en mayo de 1.976. Al salir del afable banquete, la prensa le preguntó a Sábato cual era su impresión sobre Videla y contestó: “El Gral. Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del Presidente. Hablamos de la cultura en general, de temas espirituales, culturales, históricos… hubo un altísimo grado de comprensión y respeto mutuo, y en ningún momento incurrimos en el pecado de caer en banalidades; cada uno de nosotros vertió sin vacilaciones su concepción personal de los temas abordados”[1]. Lo que no aclaró a la prensa el por entonces “videlista” Sábato, es que dentro del cordial almuerzo le sugirió al general Videla que “el país necesitaba un baño de sangre para purificarse. El presidente Videla, pese a estar en plena represión, le aclaró que los militares no estaban para hacer la guerra sino para evitarla y no para derramar sangre sino para intentar contenerla”[2].

Dos años después, en 1.978, Sábato ratificó su opinión “pro-proceso” diciendo a la revista alemana GEO: “La inmensa mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las Fuerzas Armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos. Desgraciadamente ocurrió que el desorden general, el crimen y el desastre eran tan grandes que los nuevos mandatarios no alcanzaban ya a superarlos con los medios de un estado de derecho…los extremistas de izquierda habían llevado a cabo los más infames secuestros y los crímenes monstruosos más repugnantes” y haciendo un balance de la gestión en curso de Videla, remató: “Sin duda alguna, en los últimos meses, muchas cosas han mejorado en nuestro país; las bandas terroristas han sido puestas en gran parte bajo control. La democracia tiene que aprender su lección de la historia y debe saber que con los viejos métodos liberales heredados de tiempos menos problemáticos, no se pueden dominar los delirios del presente”[3]

Pero el servilismo de Ernesto no se limitó al abierto elogio para con los llamados “genocidas del proceso”, sino que su pasión por adular “golpes de estado” viene de larga data. En efecto, ya en los años de la “Revolución Libertadora” de 1.955, el perseverante golpista explayó: “En toda revolución hay vencidos. En esta los vencidos son la tiranía, la corrupción, la degradación del hombre, el servilismo. Son vencidos los delincuentes, los demagogos, los torturadores. Personalmente creo que los torturadores deberían ser sometidos a la pena de muerte”[4]. Seguidamente, su militancia “golpista” tiene lugar en la “Revolución Argentina”, llevada adelante por el Gral. Juan Carlos Onganía contra el Presidente radical Arturo Illia en 1.966, en donde Sábato apoyando el “golpe”  manifestó nuevamente su desprecio por la democracia: “Llegó el momento de barrer con prejuicios y valores apócrifos, que no responden a la realidad. Debemos tener el coraje para comprender (y decir) que han acabado, que se habían acabado instituciones en las que nadie creía seriamente. ¿Vos crees en la Cámara de Diputados? ¿Conocés a mucha gente que crea en esa clase de farsas?. Por eso la gente común de la calle ha sentido un profundo sentimiento de liberación. Se trata de que estamos hartos de mistificaciones, hartos de politiquería de comité, combinaciones astutas para ganar tal o cual elección. Ojalá la serenidad, la discreción, la fuerza sin alardes, la firmeza sin prepotencia que ha manifestado Onganía en sus primeros actos sea lo que prevalezca y que podamos al fin levantar una gran nacion, sin hipócrita acatamiento a viejos mitos políticos. Como se comprende, es mucho más lindo y viste más hablar de democracia vulnerada y otras falacias del mismo calibre. Yo prefiero equivocarme haciendo o intentando hacer algo más grande, que ser una persona correcta y honorable, contribuyendo a que nos hundamos todos en la podredumbre”[5].

Pero volviendo al Proceso, todos sabemos quiénes son los primeros en huir cuando el barco se hunde.   Sábato, tras haber almorzado y elogiado a Videla, respaldado el Mundial ‘78, y apoyado la guerra de Malvinas en 1.982, luego del llamado a elecciones efectuado por el Presidente Reynaldo Bignone previsto para octubre de 1.983, el 27 de mayo (cinco meses antes de las elecciones) se despegaba del gobierno y con admirable facilidad para el “zigzag” afirmaba: “Toda dictadura implica la violación de esos derechos sagrados. Cualquiera sean los fines invocados, no hay  persecuciones benéficas y persecuciones perversas: todas las persecuciones son innobles. No queda más camino que el de la democracia”[6].

Luego, en su cómodo rol de Presidente de la Conadep alfonsinista, Sábato se vio acompañado por personajes también de nula imparcialidad, como la dirigente Graciela Fernández Meijide, comprometida ideológicamente con la izquierda y familiarmente con la guerrilla, puesto que tuvo la desgracia de perder un hijo durante la guerra desatada por su vástago en calidad de montonero. Cuenta el guerrillero Miguel Angel Lico (uno de los pocos que conservan lealtad y reivindicación a su Jefe Mario Firmenich), que él conoció perfectamente bien a Pablo Fernández Meijide cuando militaban en la U.E.S, y agrega “Fue uno de los mejores cuadros que Montoneros tuvo en este país. Te hablo de tipos que tenían mi edad y parecía que tenían 30 años por su formación y capacidad. Pablo era montonero, aunque la señora Fernández Meijide reniega permanentemente del origen de su hijo. Lo peor que puede hacer un padre es anular su memoria”[7].

Otra integrante de la Conadep fue la conductora televisiva Magdalena Ruiz Guiñazú (progresista-caviar proveniente de una familia “paqueta” e hija de un relevante dirigente nacional-socialista). En este punto, cabe mencionar la notable capacidad de adaptación de Magdalena a las diferentes coyunturas, puesto que trabajó en carácter de periodista en canales estatales durante todo el Proceso (que hoy tanto abomina), sin cuestionar una sola coma a las presuntas “violaciones a los derechos humanos” de las que luego tanto presumió preocuparse. Asimismo, cabe destacar que no tuvo en ese lapso un rol menor, sino que fue nada más y nada menos que Vice Gerente del Depto. de Noticias de Canal 11 (que era del Estado) y fue recién en julio de 1.980 (más de cuatro años de gestión de Videla) cuando Magdalena Ruiz Guiñazú, junto a otra exponente de la prensa complaciente de entonces, Mónica Cahen D’anvers (quien durante los años del “exterminio a los jóvenes idealistas” conducía en canal 13 el ciclo “Mónica Presenta”, el noticiero de mayor índice de audiencia del país)[8] se reunieron con el General Arguindeguy, a la sazón Ministro del Interior, para hacerle reclamos (no por el supuesto “genocidio”), sino “por la censura que deben soportar los programas de radio y televisión”[9]

¿Y en qué consistía la “censura” que denunciaba Magdalena?: pues durante el lapso en el que los “Derechos Humanos” eran presuntamente conculcados, a Magdalena parecían importarle poco, ya que si bien trabajó ganando jugosos honorarios durante el gobierno de facto, la tardía abanderada de los derechos humanos se encargó de dar a conocer su rol de “víctima del genocidio” afirmando que durante aquellos años “poco a poco fueron sacándome las notas importantes o políticas y dejándome solo la lotería o los accidentes”[10]. En efecto, tal como lo confiesa Magdalena, parece que su problema con “la dictadura” obedecía a una mera cuestión vedettística al opacarse su protagonismo y figuración en la pantalla televisiva procesista.

Como si estos exponentes no bastasen como para desprestigiar (tanto  por ideologismo como por hipocresía manifiesta) al staff de la Conadep, se mencionó también a un extranjero, el Rabino Marshall Meyer de EE.UU. (quien asombrosamente fuera condecorado por el gobierno de Alfonsín con la “Orden del Libertador”) a pesar de que con anterioridad había sido expulsado de su comunidad religiosa entre otros cargos, por corrupción de menores. En efecto, Marshall Meyer fue enjuiciado por el periódico La Voz Judía –Nº 21,  noviembre de 1.983-  siendo “desautorizado moral y públicamente a ejercer el ministerio rabínico por su conducta amoral”.

El 15 de octubre de 1.971 en causa Nº 26.176 instruida en el Juzgado en lo Correccional letra I de la Capital Federal, se dicta Sentencia (posteriormente confirmada por la Excma. Cámara del mismo Fuero el 11 de agosto de 1.972) donde en su parte resolutiva el Magistrado expresa: “Aunque cueste creerlo – por su investidura, su cultura públicamente reconocida, su labor religiosa y educacional- el rabino M. Meyer ha sido eje de este lamentable proceso. Con su obrar ha mancillado los honores de su cargo religioso. Llegó a tal punto que hizo conmover la escala de valores de algún joven [...] Este proceso se debe a que M. Meyer había promovido la corrupción de menores de edad, ya sea proponiendo requerimientos sexuales, especialmente durante un campamento juvenil realizado en enero y febrero de 1969 en Río Ceballos (Córdoba). El fallo judicial motivó la intervención del Consejo Rabínico, quién con la firma del gran rabino Dr. David Kahana, aconsejó la separación de Meyer del medio donde actuaba”[11].  Meyer también fue expulsado “por un tribunal plenario, integrado por los presidentes de: DAIA (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas), AMIA (asociación Mutual Israelita Argentina) y OSA (Organización Sionista Argentina) por “corrupción moral de sus alumnos y homosexual”[12].

¿Y quien fue el “cráneo” que influyó en la selección del no muy destacado staff de la Conadep?, precisamente el inefable marxista Carlos Nino, quien reconoció: “Yo jugué un rol activo en la definición de los miembros de la CONADEP. Yo trabajaba con José Ignacio López, un periodista católico que fue el vocero de Alfonsín en la formación de la CONADEP”. Además de los personajes antedichos, la Comisión fue integrada por: “Gregorio Klimovsky, un marxista epistemólogo de profesión (…) Hilario Fernández Long, ex rector de la UBA, que tenía un hijo desaparecido (lo que también constituía un condicionamiento a su parcialidad); los juristas Ricardo Colombres, propuesto por el presidente de la Corte Genaro Carrió y Enrique Rabossi, miembro del grupo de filósofos que asesoraban a Alfonsín. La componían también el pastor protestante Enrique Gattinoni, del Movimiento Ecuménico por los Derechos del Hombre y el Obispo de Neuquén Jaime de Nevares (pro marxista)”,[13] este último, además, había trabado sentida amistad con el sacerdote criminal Puigjané, oscuro elemento que un día de enero de 1980 colgó la sotana y decidió matar soldados atacando el Regimiento de la Tablada.

Vale aclarar que no todos los miembros de la CO.NA.DE.P eran personajes desconfiables, pues también la integró el eximio médico-cirujano Dr. René Favaloro, hombre íntegro y desideologizado, quien a poco de andar no vaciló en renunciar alegando que la Comisión padecía “falta de ética y de objetividad”.

El libro Nunca Más

El trabajo de la CO.NA.DE.P, se plasmó con la edición del best seller (pagado por los contribuyentes) titulado “Nunca Más”, con el que se explicó la versión oficial de los hechos ocurridos durante la guerra civil. Desde entonces, el libro de marras (más nombrado que efectivamente leído), es abrazado a modo de dogma infalible y el slogan “Nunca Más” es insistentemente repetido en cuanto acto o arenga televisiva se refiera al tema.

Justamente, el mentado libro comienza con unas líneas en las que se lamenta que las Fuerzas Armadas no hayan actuado en igual forma en que se desempeñaron en Italia o Alemania contra el terrorismo, lo cual es un parangón improcedente. Ni las Brigadas Rojas Italianas ni el terrorismo alemán contaban con más de un puñado de decenas de miembros; tampoco tenían la capacidad operativa como para atacar guarniciones militares o tomar localidades o Provincias como en nuestro caso. Basta con mencionar que “La banda alemana llamada Baader – Meinhof nunca contó con más de medio centenar de combatientes” y las “Brigadas Rojas apenas si alcanzaba a las trescientas personas”[14]. Además, en esta extravagante comparación se omite, por ejemplo, que cuando en Italia las Brigadas Rojas asesinaron a Aldo Moro, de inmediato el Parlamento modificó las leyes punitivas. Se derogaron las medidas del Código Penal que fueran introducidas de favor en 1.972 y sobrevino una Ley Penal de emergencia a la vez que en el Código de Procedimientos Penal se aplicaron cambios bajo la dirección de los jueces, que fueron quienes marcaron la política criminológica que se presentaba como más eficaz para combatir al terrorismo introduciendo entre otras reformas normas que aliviaban la situación de terroristas arrepentidos. Absolutamente todo lo contrario fue lo que ocurrió aquí, dado que antes de marzo de 1976 el peronismo provocó un furibundo desmantelamiento jurídico y un estado total de indefensión legal, material y político (caritativa amnistía mediante a los terroristas en los tiempos de Héctor Cámpora).

Uno de los propósitos que se intentaron plasmar en el texto, fue precisamente el de exculpar (además de a los terroristas) a la dirigencia política por los asesinatos de la AAA y por las casi mil desapariciones acaecidas antes del cambio de mando en marzo de 1.976. Para tal fin, el libro incurre en minimizaciones o justificaciones absurdas tales como afirmar que los episodios anteriores al “golpe” formaron parte “de un ensayo llevado adelante en el Operativo Independencia en Tucumán”, o que eran “algunos antecedentes previos al golpe de estado del 24 de marzo de 1976” o una mera “Prueba piloto”, tales los insólitos conceptos afirmados por los asalariados de Alfonsín para proteger a la partidocracia.

Otro despropósito en el que incurre el Nunca Más es el de intentar demostrar la existencia de una metodología diabólica digitada desde los altos mandos de las FF.AA. Este último objetivo, además de no ser logrado, es un desborde de sus propias funciones, ya que el mismo Decreto que creó la CO.NA.DE.P dice: “La Comisión no podrá emitir juicio sobre hechos y circunstancias que constituyen materia exclusiva del Poder Judicial“. Pero quizás la más grave injusticia en que incurre el informe es analizar los hechos a partir del 24 de marzo de 1.976, cuando va de suyo que el informe debió haberse extendido muchísimo tiempo atrás.

En cuanto al humor de la sociedad de la época (que apoyó el “golpe” y vivió mucho más distendida y segura que durante el des-gobierno peronista), la pluma de Sábato vuelve a mentir en el Nunca Más afirmando: “En cuanto a la sociedad, iba arraigándose la idea de la desprotección, el oscuro temor de que cualquiera, por inocente que fuese, pudiese caer en aquella infinita caza de brujas”. En rigor de verdad, guste o no, el apoyo del hombre común era mayoritario, aunque no todos los ciudadanos podían darse el lujo de almorzar con Videla y solicitarle un “baño de sangre”, prerrogativa que sí tenía (y de la cual hizo uso) Sábato por entonces.

Con lenguaje no exento de recursos impresionables o sensibleros, el libro da por sentado que las “víctimas” eran todas inocentes y en el prólogo, el ex golpista Sábato dispara: “todo era posible: desde gente que propiciaba una revolución social hasta adolescentes sensibles que iban a villas miseria para ayudar a sus moradores.¨Todos caían en la redada: dirigentes sindicales que luchaban por una simple mejora de salario, muchachos que habían sido miembros de un centro estudiantil, periodistas que no eran adictos a la dictadura, psicólogos y sociólogos por pertenecer a profesiones sospechosas, jóvenes pacifistas, monjas y sacerdotes que habían llevado la enseñanza de Cristo a barriadas miserables. Y amigos de cualquiera de ellos, y amigos de esos amigos…todos, en su mayoría, inocentes de terrorismo, o siquiera de pertenecer  a los cuadros combatientes de la guerrilla” y  glorificando a los terroristas agrega: “porque estos presentaban batalla y morían en el enfrentamiento o se suicidaban antes de entregarse, y pocos llegaban vivos a manos de los represores”.

En primer término, vale aclarar que los miembros de la CO.NA.DE.P (conforme lo especifica el Decreto que la creó), no tenían por función averiguar la culpabilidad o inocencia de los caídos, sino indagar por las aparentes violaciones a los Derechos Humanos cometidas durante la guerra contra el terrorismo. En segundo lugar, la inocencia o culpabilidad de los caídos era una situación de hecho que la CO.NA.DE.P nunca investigó (ni le correspondía), por lo tanto la ignoraba total y absolutamente. ¿Con qué elementos de juicio emiten tamaña afirmación entonces?. Con ninguno. ¿No hubiese sido más propio de una comisión neutral mantenerse equidistante de estas valoraciones infundadas?. Téngase en cuenta que la CO.NA.DE.P sólo recogió datos de familiares y amigos de los desaparecidos y en estos parcializados relatos basó la totalidad de su obra. Asimismo, el fragmento del prólogo transcripto más arriba que manifiesta que los desaparecidos eran cándidos jovenzuelos, se contradice con lo afirmado por el propio Sábato el 18 de febrero de 1.981 al diario El País de Madrid: “qué duda cabe: el terrorismo (argentino) cometió crímenes abominables, incluyendo los perpetrados por la Triple A, que jamás fueron castigados. De los miles de desaparecidos, muchos fueron culpables de viles atentados”[15]

Los ¨Juicios¨ alfonsinistas

¿Cuál fue el objetivo del trabajo CO.NA.DE.P? Todo indica que obrar de antesala de un fallo condenatorio a los jefes de las FF.AA en el pendiente juicio que ya estaba decretado y virtualmente sentenciado en forma inconstitucional por el Poder Ejecutivo Nacional.

En efecto, dos días antes de dictar el Decreto que ordenó crearla, Alfonsín emitió otro (el 158/83) que puso en marcha ante la Justicia Civil el proceso (cuando debió aplicarse la Justicia Militar) contra la Junta de Comandantes por los hechos ocurridos durante la guerra revolucionaria. Pese a que el Nunca Más, jurídicamente no prueba absolutamente nada, fue la base sobre la que se fundamentó la parodia del juicio que terminaría con la condena (decretada virtualmente por el P.E.N) de cinco ex comandantes de las FFAA.

El ya citado Decreto 158/83, en flagrante violación a los más elementales principios jurídicos de Occidente, no dispone que se investigue la presunta comisión de delitos, sino que directamente supone su existencia, asumiendo Alfonsín facultades judiciales inadmisibles.

En efecto, el Decreto dice taxativamente en sus considerandos “Que la Junta Militar usurpó el gobierno de la Nación el 24 de marzo de 1976”. A esta afirmación le faltó agregar que la “usurpación” se efectuó conjuntamente con la U.C.R a la cabeza, el resto de los partidos y el respaldo de todos los sectores sociales. Seguidamente, el Decreto agrega que “los mandos orgánicos de las fuerzas armadas que se encontraban en funciones a esa fecha concibieron e instrumentaron un plan de operaciones contra la actividad subversiva y terrorista, basado en métodos y procedimientos manifiestamente ilegales”. Si fue legal o no, es materia que debe definir la Justicia y no Alfonsín en su Decreto inconstitucional. Además cabe preguntarse si antes del citado 24 de marzo se respetó la legalidad. Si no es así, ¿por qué los delitos cometidos con anterioridad han sido exculpados?. Luego, el Decreto incurre en la malicia de no decir que quienes “concibieron e instrumentaron un plan de operaciones contra la actividad subversiva y terrorista” no fueron las FF.AA. sino el régimen peronista (consentido por la U.C.R) entre 1.974 y 1.975, a lo que cabe agregar que antes del 24 de marzo de 1976 los desaparecidos ya eran 908 y los crímenes de la AAA ascendían a 500.

Siguiendo con esta flagrante afrenta a la verdad histórica y a  la Constitución Nacional, Alfonsín (siempre usurpando facultades judiciales) decretó que “entre los años 1976 y 1979 aproximadamente, miles de personas fueron privadas ilegalmente de su libertad, torturadas y muertas“. Cabe agregar que además de entrometerse en sentencias que sólo puede dictaminar la Justicia, como vemos, Alfonsín prosigue (a través del Decreto) la mentira diciendo que dicha acción nace en marzo 1.976, a efectos de salvar el pellejo a sus colegas de la partidocracia.

Luego, esta argucia político-ideológica disfrazada de Decreto “humanista” persiste juzgando ilegalmente al sentenciar que “en el curso de las operaciones desarrolladas por el personal militar y de las fuerzas de seguridad se cometieron atentados contra la propiedad de las víctimas, contra su dignidad y libertad sexual y contra el derecho de los padres de mantener consigo a sus hijos menores”. Y con respecto a la legislación dictaminada durante el gobierno provisional para combatir al terrorismo, el Decreto afirma que “son insanablemente nulas las normas de facto.” O sea, Alfonsín deshecha la normativa antiterrorista por provenir de un gobierno de facto (siempre integrado por numerosos radicales que durante la Presidencia de Videla comandaron 310 Intendencias, además de Embajadas y Gobernaciones), aunque sin embargo, durante su gestión, Alfonsín se valió absolutamente de toda la legislación emitida durante los casi ocho años de gobierno provisional y sólo descartó en el Decreto en cuestión aquella que contemplaba operaciones antiterroristas, argumentando su invalidez por su origen. Esta fundamentación resulta indefendible, ya que por ejemplo, hasta el artículo 14 bis de la Constitución Nacional es de facto (colocado en 1.957 por la Revolución Libertadora), y a nadie se le ocurriría derogarlo (mucho menos Alfonsín, dado el contenido populista de esa cláusula). Con esto queremos decir que Alfonsín, de la legislación de facto sólo le quitó validez a la antiterrorista y no al resto; por ende, su argumentación no peca por absurda, sino por abiertamente maliciosa.

Pero el cúmulo de irregularidades no cesaba allí y entre los dislates más famosos, el  Decreto determinó “Que para el enjuiciamiento de esos delitos es aconsejable adoptar el procedimiento de juicio sumario en tiempo de paz”, lo cual es una felonía, puesto que en todo caso, la legislación aplicable es la prevista para tiempos de guerra, ya que incluso al mismo Tribunal que luego por Decreto presidió el Juez león Arslanián no le quedó más remedio que sentenciar: “cabe determinar que sí hubo una guerra”; de modo que la legislación en tiempos de paz es ilegal e inaplicable al caso de marras. Esta disquisición resulta clave, puesto que en lugar de juzgar los hechos a la luz de los procedimientos y formas previstos para tiempos de guerra (es decir, bajo la contemplación de los códigos de Justicia Militar) se aplicó la normativa destinada a regir en tiempos de paz (la Justicia Civil) y a modo de ejemplo, tengamos en cuenta que el hecho de ¨tomar un prisionero de guerra¨ (perfectamente consentido en la Justicia Militar) es tipificado en la Civil como “privación ilegítima de la libertad”.

Seguidamente, se incurrió en otro atentado inconstitucional al aplicar leyes ex post facto (después del hecho del proceso) ya que el Decreto reza: “se prevé enviar inmediatamente al Congreso un proyecto de ley agregando al procedimiento militar un recurso de apelación amplio ante la justicia civil” y tal como se desprende del mismo, se ordenó expresamente qué es lo que debía disciplinadamente legislar el Congreso posteriormente. Siendo que los Poderes son Independientes, el Ejecutivo no puede decretar ni dictaminar, ni siquiera insinuar qué es lo que se debe o no hacer en el Parlamento. Obviamente, el obediente Congreso legisló de inmediato y sancionó las leyes 23.040 y 23.049, lo que una vez más pone de manifiesto el espíritu de teatralización en cierne, conformada por arreglos previos entre los poderes que conformaron un verdadero contubernio habilidosamente disfrazado de “ceremonia cívica”. Estas leyes, en evidente afrenta a la Constitución Nacional, se aplicaron ex post facto, violando el artículo 18 de nuestra Carta Magna, que reza: “Ningún habitante puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso”

Luego de los considerandos de contenido ilegal que acabamos de ver, pasemos a recordar que Alfonsín inconstitucionalmente decretó: “Art.1: Sométase a juicio sumario ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas a los integrantes de la Junta Militar que usurpó el gobierno de la Nación el 24 de marzo de 1976 y a los integrantes de las dos juntas militares subsiguientes”. El Presidente jamás puede ordenar que se someta a juicio a ningún ciudadano, pues ello es facultad exclusiva del Poder Judicial; así el artículo vuelve a poner de manifiesto la intromisión del Poder Ejecutivo, no sólo en asuntos del Poder Judicial, sino también del Legislativo al que seguidamente le ordenara en el Art.3: “La sentencia del tribunal militar será apelable ante la Cámara Federal en los términos de las modificaciones al Código de Justicia Militar una vez sancionadas por el H. Congreso de la Nación el proyecto remitido en el día de la fecha.”¿Y cómo sabe Alfonsín si el Legislativo lo va aprobar o no? ¿No es acaso el Legislativo un poder separado e independiente del Ejecutivo? ¿Cómo sabe Alfonsín cuáles serán los alcances de la eventual votación parlamentaria?. En efecto, todo estaba inconstitucionalmente planeado, parodiado y calculado.

Seguidamente y a efectos de hacerse pasar por “neutral”, el Presidente/desertor emitió otro Decreto (157/83) en el que incluía en acusaciones similares a siete dirigentes de la subversión:  Mario Eduardo Firmenich, Fernando Vaca Narvaja, Ricardo Armando Obregón Cano, Rodolfo Gabriel Galimberti, Roberto Cirilo Perdía, Héctor Pedro Pardo y Enrique Gorriarán Merlo. Curiosamente todos ellos se encontraban viviendo  fuera del país y con nulas posibilidades de ser detenidos (de un lado se acusaba a miles de militares y por el otro a siete terroristas).

En los considerandos mismos de este último Decreto se advierte la absoluta parcialidad ideológica y la manipulación de la historia, ya que allí se emiten declaraciones respecto a los terroristas (que atentaron contra la democracia cometiendo más de 6000 atentados entre mayo del 73´y marzo del 76´) totalmente condescendientes y hasta por momentos de cierta justificación al pronunciar que “la actividad de esas personas y sus seguidores, reclutados muchas veces entre una juventud ávida de justicia y carente de la vivencia de los medios que el sistema democrático brinda para lograrla” (esta afirmación es falsa, puesto que el terrorismo es anterior al gobierno de facto de 1.976) y luego, al referirse al estado de violencia que se vivía, se afirma “que la instauración de un estado de cosas como el descripto derivó asimismo, en la obstrucción de la acción gubernativa de las autoridades democráticamente elegidas, y sirvió de pretexto para la alteración del orden constitucional por un sector de las Fuerzas Armadas que, aliado con representantes de grupos de poder económico y financiero usurpó el gobierno” (faltó agregar que entre los “aliados” de los “usurpadores” se destacaba la UCR, el Partido de Raúl Alfonsín).

El Decreto mendaz, seguidamente dice (sin pruebas ni sentencia) que el actuar represivo del gobierno de facto no se limitó al combate antiterrorista sino que se extendió “a sectores de la población ajenos a aquella actividad”, y con descaro infrecuente arremete alegando que dicha represión a los terroristas “vino a funcionar como obstáculo para el enjuiciamiento, dentro de los marcos legales” y que la situación “no dejó margen para la investigación de los hechos delictivos con arreglo a la ley”.

Resulta sumamente curioso que Alfonsín se queje de que los terroristas no tenían “marcos legales” para su defensa, puesto que cuando los hubo (entre 1.971 y 1.973), él mismo, en su calidad de abogado defensor de terroristas del E.R.P que secuestraron y asesinaron a Oberdan Sallustro (causa 305) presentaba en sus escritos argumentos para la defensa que se basaban en “cuestionamiento de la competencia de la Cámara Federal en lo Penal de la Nación, destinada exclusivamente a la represión de los delitos políticos del régimen de turno”, aclarándose que este, “es el pensamiento común de los defensores sobre el particular” (Fs.124)[16].  Nótese que por entonces Alfonsín cuestionó su legitimidad, y luego dijo que la guerrilla debía combatirse dentro de un “marco jurídico”; y como vemos, cuando hubo tal “marco”, lo deslegitimó y combatió. Además, vale recordar que la dificultad señalada consistente en “no dejar margen para la investigación de los hechos delictivos con arreglo a la ley” es culpa exclusiva de dirigentes políticos irresponsables como Alfonsín y sus amigos de la U.C.R, que derogaron  la ley represiva, anularon la Cámara Federal Penal, y amnistiaron a los terroristas procesados o condenados conforme a derecho en mayo de 1.973.

Cabe destacar que esta acción política dirigida al revanchismo violentando y desatendiendo la mismísima Constitución Nacional no se constituyó en un mero descuido leguleyo, sino que obedecía a una calculada estrategia ilegal inspirada por Alfonsín y su principal asesor en la materia, el pensador gramsciano Carlos Salvador Nino, quien sostenía antijurídicamente que “Alguna forma de justicia retroactiva por violaciones masivas a los derechos humanos brinda un sustento más sólido a los valores democráticos”[17]. Lo que equivale a decir que a efectos de brindar sustento a la sacrosanta Democracia, a la vigencia de los Derechos Humanos y a los principios constitucionales, había justamente que violar y desatender por completo dichos derechos.


La Composición del Tribunal y la Fiscalía

Siguiendo con el kilométrico rosario de atropellos legales, Alfonsín armó –inconstitucionalmente- una Cámara Federal de Apelaciones ad hoc conformada por amigos, que juzgó y condenó a los ex Comandantes. Esta cofradía tuvo el carácter de una “comisión especial” (prohibida por el artículo 18 de la Constitución Nacional), que sacó a los imputados de los jueces naturales en una insólita maniobra pseudo-jurídica. El ya citado Nino (personaje clave en esta farsa), a modo de justificación ante la alevosía en cuanto al trato de amistad y familiaridad existente entre el gobierno y la “comisión especial” que teatralizaba de Tribunal independiente, afirmó: “los jueces en los tribunales claves eran amigos cercanos de la administración” pero se disculpa alegando que de todos modos “los dos tribunales (La Corte y la Cámara Federal) mantuvieron un alto grado de independencia”.[18] ¿Qué significa “alto grado de independencia”?.  Se es independiente o no se es independiente. El caso es que los miembros de esta comisión especial inconstitucional, lejos de ser independientes, constituían un contubernio de asalariados subordinados del régimen que, luego del “juicio”, el grueso de ellos obtuvieron diversos premios y recompensas por parte del gobierno central (tal como luego lo veremos). Como caricaturesca nota de color de la farsa en cuestión, vale aclarar que los siete miembros del Tribunal habían sido antes funcionarios judiciales del mismísimo Proceso de Reorganización Nacional, sin que estos jamás obraran de oficio ante la eventualidad de alguna presunta violación a los Derechos Humanos.

En cuanto al Fiscal del juicio, el encargado de ocupar ese papel fue el Dr. Julio Strassera, quien entusiastamente colaboró histriónicamente con la mentada “comisión especial” que “juzgaba” a los Comandantes. Con respecto a este último, vale también destacar que fue nombrado por Videla como Fiscal Federal el 23 de abril de 1.976 “a cargo de la Fiscalía en lo Criminal y Correccional Nº 3 con asiento en la ciudad de Buenos Aires”[19]. Técnicamente, son los fiscales y no los jueces los que reciben las denuncias y luego las elevan a juicio, pero no se conoce que Strassera haya efectuado denuncias por desapariciones o violaciones a los DD.HH. durante el gobierno de facto. Es más, para advertir la flexible moral del mencionado personaje, cabe destacar que cuando obraba de Fiscal durante el “genocidio”, llevó adelante dictámenes judiciales avalando a la Junta de Gobierno Provisional, reafirmando y reconociendo expresamente el rango de legitimidad constitucional de la misma, y rechazando pedidos de habeas corpus de detenidos, tal como se puede advertir por ejemplo en el caso del ex Gobernador de Santa Cruz Jorge Cepernic, en la causa ¨Cepernic Jorge C/ Estado Nacional¨, en la que Strassera dictaminó que debido al “carácter constitucional de las Actas Institucionales[…] necesariamente ha de coincidirse en que la privación de la libertad impuesta al beneficiario de este recurso encuentra su legitimidad en la misma Constitución Nacional –indudablemente reformada por el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional y el Acta” y que esta última “constituye una norma de idéntica jerarquía que la contenida en el art.23 de aquella, en cuanto faculta al Poder Ejecutivo Nacional para arrestar personas a su exclusiva disposición, en tanto las circunstancias excepcionales por las que atraviesa el país así lo aconsejen”. Como Strassera sostenía que el Estatuto del Proceso de Reorganización era equiparable a la Constitución Nacional misma, agregaba que “impugnar la Resolución n° 2 de la Junta Militar resulta inadmisible, pues ello equivale a afirmar que la Constitución es inconstitucional”. En cuanto a la detención de Cepernic, Strassera la avala totalmente y agrega que “encontrándose Jorge Cepernic legítimamente detenido, opino que corresponde tanto el rechazo de la presente acción de habeas corpus, como la excesiva petición a que me he referido en el párrafo precedente”[20].

Como frutilla del postre de la parodia descripta, vale agregar que varios de los títeres que participaron del culebrón jurídico (o antijurídico) en cuestión, fueron premiados por el gobierno de Alfonsín, y así Strassera fue compensado y galardonado con una cómoda estada como Embajador especial en Europa. En cuanto a los jueces del Tribunal, “D´Alesio fue nombrado procurador general del tesoro, Gil Lavedra Subsecretario del Interior, Ledesma abogado del Banco Central, y Arslanián beneficiado por el Banco Hipotecario Nacional”[21].

Para no ser injustos, no podemos dejar de mencionar al adjunto de Strassera, el Dr. Luis Moreno Ocampo, por entonces joven abogado, quien tras ganar fama televisiva, se le abrieron las puertas al mundo de la farándula y posteriormente pudo darse el gusto de conducir por TV un programa que competía a la hora de la tarde con los “magazines” chimenteros. El programa conducido por Moreno Ocampo, en rigor de verdad era un abominable “talk show” llamado “Forum” en el cual el “jurisconsulto” parodiaba de juez o amigable componedor, y dirimía contiendas de lo más desopilantes (tal el caso de dos travestis que al “divorciarse” se disputaban la tenencia de un loro, o el conflicto suscitado por unos ciudadanos que se hallaban profusamente molestos y agraviados porque sus vecinos colindantes emanaban por las noches sonoras flatulencias que impedían el buen dormir). Seguidamente, Moreno Ocampo pega un nuevo salto, y muta de la “TV Basura” a “Fiscal del Universo”, desempeñándose como tal en la Corte Internacional de Justicia. Cabe aclarar que también colaboraron con la fiscalía en el “juicio”, el Dr. Aníbal Ibarra, ex Secretario General de la Federación Juvenil Comunista y futuro Jefe de Gobierno (postulado primero en carácter de “delarruista” y reelecto después en carácter de “kirchnerista”), devenido en 2.006 en muerto político al ser destituido mediante Juicio Político por ser considerado inútil y responsable por la “Tragedia de Cromagnon” (donde murieron 192 jóvenes). ¿Y quién fue el abogado defensor de Ibarra durante el Juicio Político que lo destronó?, el inefable Julio Strassera. Dios los cría y el Diablo los amontona.

Durante el juicio, las declaraciones testimoniales presentadas por la parte acusadora, aparecieron teñidas en su mayoría de un interés marcadamente ideológico, en donde “Los testigos eran traídos desde Europa con todo pago, para declarar contra los acusados”[22]. En este contexto, el Tribunal (es decir, la comisión especial inconstitucional) se negó repetidas veces a inquirir, conforme lo solicitó la defensa, acerca de los antecedentes y actuación política de los testigos en los movimientos subversivos. Con esta negativa, se mancilló otro derecho más, que constituye el principio de ampliación de la prueba en detrimento del derecho de defensa en juicio.

El proceso judicial fue llevado a cabo a toda velocidad, en medio de una formidable campaña publicitaria y sin la más mínima sorpresa para nadie en cuanto a la decisión que la comisión especial (que remedaba de Tribunal imparcial) tomara el 9 de diciembre de 1.985. Como corolario, el juicio fue rubricado con el jubiloso abrazo (posado para la T.V y la foto) del ex Fiscal procesista Strassera con su adjunto Moreno Ocampo.

Estas y otras manipulaciones dolosas y/o culposas contaron con otras atrocidades tales como: no existió un proceso legal; la Cámara importó ser una “comisión especial” (prohibida por el artículo 18 CN); se sacó a los procesados de los jueces naturales designados por ley antes del hecho de la causa (prohibido también por el citado artículo); se impuso además una pena inexistente en el Código Penal y, bajo el amparo de leyes aplicadas “ex post facto”, se sufrió el yugo de un Tribunal enrolado en parcialidad manifiesta. El diario La Prensa informaba: “El Presidente asumió funciones judiciales y habría violado el Artículo 95 de la Constitución Nacional” (10-5-88). Del mismo modo, el destacado jurisconsulto Alberto Rodríguez Várela afirmaba que se “violó el derecho de defensa y la garantía del Juez natural, así como el principio de irretroactividad de la Ley Penal y  el  precepto que exige que todo proceso se funde en Ley anterior a los hechos de la causa” y agregó que se “dejó cesantes a todos los jueces federales y nombró a otros que homologaron el designio de condena del Decreto 158/83. El gobierno armó y puso en marcha un mecanismo que tiende a destruir a las Instituciones Armadas”[23].

Pero este galimatías antijurídico al servicio de la vindicta no es de extrañar, puesto que, cuando Alfonsín fue abogado de la guerrillera del E.R.P Silvia Inés Urdampilleta (por el secuestro de Sallustro), dentro de los argumentos esgrimidos alegó el “estado de guerra” y conforme fundamentó su defensa, “los subversivos no son delincuentes sino combatientes, integrantes de un Ejército Revolucionario del Pueblo, alzado en armas en rebelión abierta, en operaciones, en síntesis fue una guerra”[24].  Pero la imputación que cupo a Raúl Alfonsín no se agotaba en que haya obrado como defensor de esta célula criminal (ello en definitiva no es más que el ejercicio inmoral de la profesión pero ejercicio legal al fin), sino como integrante presunto de la banda, pues se presentó una denuncia ante el Congreso Nacional con el respaldo de diversos diputados en la que el entonces Presidente Alfonsín fue sindicado nada más y nada menos que como actor “en la negociación por la liberación de Oberdan Sallustro como un verdadero hombre del ERP. Esto tiene que salir a la luz de cualquier modo e impedir de inmediato que siga usurpando un poder que obtuvo con engaño. Nos referimos a un episodio tal vez prescripto para el derecho criminal, pero no se ha extinguido ni en lo moral ni en lo político. De todos modos la denuncia-petición ha sido dirigida al Presidente de la Cámara de Diputados de la nación y será entonces el Diputado Moreau quien deba darle curso y trámite correspondiente”[25]. Pero resulta que Moreau (según lo confirma el montonero Miguel Bonasso en su libro “Diario de un Clandestino”), por intermedio de Alfonsín trabajó en los años ‘70 con Montoneros en el diario Noticias (financiado con fondos obtenidos por secuestros extorsivos). Y qué pudo haber hecho Moreau ante esta denuncia: ¿darle curso o archivarla?. Saque conclusiones el lector.

Las vinculaciones de Alfonsín con la guerrilla no se reducirían a simpatías ideológicas o a vínculos profesionales, sino también familiares, puesto que “había tenido que recurrir años antes a su amistad con el Ministro del Interior de Videla, general Albano Aryuindeguy, compañero suyo del Liceo Militar General San Martín, para salvar la vida de su propia hija, miembro del ERP, capturada por los militares”[26]. El favor fue concedido y se facilitó el exilio de su hija, lo que según autorizadas voces, ocasionó que Arguindeguy nunca fuera molestado durante el revanchismo alfonsinista en este juicio arbitrario que estamos comentando.

En definitiva, ha sido tan evidente esta ruin operación político-revanchista con vestimenta jurídica, que hasta reconocidos montoneros tuvieron que admitir que el juicio era una pantomima innecesaria, tal como lo manifestó la guerrillera Alicia Pierini, quien criteriosamente manifestó: “cuestioné que se viera enmarcado dentro del ámbito penal lo que había sido una lucha política, con crímenes de guerra, pero lucha política. Cuando se hace el juicio a las juntas en el 85, yo cuestioné que esto jurídicamente no tendría destino, que sería un hecho político con formato jurídico. Porque en derecho penal hay autores, coautores, cómplices, encubridores. Si seguíamos aplicando el derecho, acá no quedaba nadie en pie o por lo menos medio país iba a tener que sentarse en el banco de los acusados”[27].

En síntesis, la parodia antijurídica se apoyó en cuatro aristas dantescas:

1) Este asalto fue llevado a cabo por el gobierno nacional en manos de la U.C.R, el partido que precisamente con mayor ahínco impulsó el “golpe” y obtuvo récord de funcionarios durante el gobierno de Videla.

2) Se juntaron y reunieron testimonios a efectos de elevarlos para enjuiciar a los Comandantes, cuyas compilaciones fueran elaboradas por la CO.NA.DE.P presidida por Ernesto Sábato, ex golpista y compañero de almuerzos de Videla.

3) Con el Decreto inconstitucional de Alfonsín, se utilizaron estos testimonios para forjar la “acusación” del Fiscal Julio Strassera, ex Fiscal y Juez del Proceso nombrado por Videla

4) El Tribunal (o sea, la comisión especial inconstitucional) que en cumplimiento del decreto de Alfonsín condenó a los Comandantes, estaba conformado por siete jueces (los Dres. Edwin Torlasco, Andrés Dálessio, Guillermo Ledesma, Jorge Valerga Araoz, Jorge Ricardo, Gil Lavedra y el conspicuo León Arslanián) que tenían un risueño denominador común: fueron unánimemente relevantes funcionarios judiciales del gobierno de Videla.

En verdad, la parodia montada por el Alfonsín y sus nuevos amigos fue tan tragicómica, que no faltó algún ocurrente que (mitad en serio, mitad en broma) dijera que el juicio (impulsado por los videlistas de ayer) se había constituido en una disputa interna de “procesistas contra procesistas”.

La Conadep del Siglo XXI

¿Con estas arbitrariedades e ilegitimidades pretende la “oposición” enjuiciar a la delincuencia kirchnerista?. ¿No se le ocurre proponer algo más transparente y elevado que abrevar en oscuras comisiones integradas por arribistas y personajes más cuestionados todavía?. ¿Será posible que a la “oposición” nunca se le caiga una idea y que cuando al fin se le cae una, resulta ser una propuesta consistente en emular a una desdichada cofradía burocrática compuesta por comunistas, tránsfugas y oportunistas que obraron de manera irregular y totalmente funcional a la guerrilla castrista de los años 70´?.

Señores de la “oposición”, a la corrupción se la combate reinstaurando el Estado de derecho, todo lo demás es show. En efecto, o vayan por le recuperación de las instituciones seriamente o vayan por un casting en “Bailando por un Sueño”, pero ambas cosas al mismo tiempo son irreconciliables…

NOTAS:

[1] (In Memoriam- T III)

[2] Citado en Responsabilidad Compartida – García Montaño -254, Memorias tras los dientes del perro, Helvio Botana H B

[3] Crítica de las ideas políticas argentinas Juan José SebreliSudamericana Buenos Aires, 2002

[4] Silencio de Mudos – Leandro Viotto pág. 30

[5] Años de Terror y Pólvora, Guillermo Rojas, pág. 162

[6] el 27, de mayo 1983, diario La Nación – Guillermo Rojas 30.000 Desaparecidos, Mito, Dogma o Realidad – pág 296

[7] Viviana Gorbato. Montoneros Soldados de  Perón. Soldados de Duhalde? – Página 79

[8] Vigo Leguizamón -Amar al enemigo, pág 324

[9] Responsabilidad Compartida-García Montaño 240

[10] Responsabilidad Compartida -García Montaño 241

[11] La Otra Campana del Nunca Más (Miguel Etchecolatz

[12] Los Increíbles Radicales-M. H. Laprida, 249

[13] Guillermo Rojas 30.000 Desaparecidos, Mito, Dogma o Realidad? 331

[14] Carlos Manuel Acuna Por Amor al Odio Tomo II, pag 114

[15] Responsabilidad Compartida – García Montaño 257

[16] Cabildo -La Subversión Está en el Poder –-2Epoca, Año X, N 93, 08/10/1985

[17] Guillermo Rojas – 30.000 desaparecidos, mito dogma o realidad. 323 – Juicio al Mal Absoluto.

[18] Guillermo Rojas. 30.000 Desparecidos Mito Dogma o Realidead, 327

[19] “Strassera” – Dr. Ricardo Curuchet –Revista Cabildo 2006

[20] Despacho n° 39.986 – Fiscalía 19 de marzo de 1979.- Julio C. Strassera Fiscal Federal) (Dictamen Dr. Julio. Strassera en el Habeas Corpus a favor de Jorge Cepernic – Juzgado Federal N° 2 Secretaria  N° 5 de la Capital Federal/ Autos  “Cepernic Jorge C/ Eestado Nacional” – Juzgado Constencioso Aadministrativo Federal N° 1, Secretaría N° 1.

[21] La Prensa, 2/3/1989 Gabril Tabeada – Los Increíbles Radicales – M.H. Laprida, 116.

[22] Curiosidades-Cosme Beccar Varela-1991

[23] La Prensa 10-5-1988- citado en Los Increíbles Radicales M. H. Laprida

[24] Diario La Prensa, ejemplar 4/9/85

[25] LA PRENSA 6/7/89 –Los Increibles Radicales – M. H. Laprida pág. 83

[26] Guillermo Rojas, 30.000 Desaparecidos, Mito, Dogma o Realidad, 271

[27] Viviana Gorbato. Montoneros. Soldados de Menem. Soldados de Duhalde?- Página 122