Los otros disparos
La fotografía estalló en las trincheras, donde millones de soldados documentaron su rutina, camaradería y brutal experiencia en sus álbumes privados de guerra
El País
Instantánea de la Tregua de Navidad de 1914, entre los soldados alemanes y británicos en Ploegsteert (Bélgica). En el frente de Ploegsteert, en Bélgica, los soldados de ambos bandos detuvieron el combate, fumaron juntos y se sacaron fotos. Ésta es una de las instantáneas que los soldados tomaron durante la mítica Tregua de Navidad de 1914, una prueba irrefutable de que realmente se celebró. Los suvenirs fotográficos llegaron a la prensa internacional, y los Gobiernos comprendieron rápidamente que debían ejercer un control más férreo sobre las cámaras de la tropa.
IMPERIAL WAR MUSEUM (Q11745)
Prendieron velas, entonaron canciones y los soldados alemanes invitaron a los británicos de las trincheras enemigas a acercarse. El combate se detuvo un día. En tierra de nadie, los adversarios intercambiaron felicitaciones y tabaco, se sacaron fotos. Esas imágenes, ni heroicas ni triunfalistas, descubrieron el lado más descorazonador y noble del conflicto: los rostros de esos jóvenes que pasaban un buen rato juntos y que, sin embargo, estaban ahí para matarse. Aquellas instantáneas fueron la prueba irrefutable de que la mítica tregua de la Nochebuena de 1914 realmente se celebró. Los Gobiernos no pudieron negarlo y comprendieron rápidamente que el control sobre las cámaras de la tropa debía ser aún más férreo. “Esos suvenires personales acabaron en las páginas de la prensa internacional y el Gobierno decidió estrechar la censura”, dice Hilary Roberts, conservadora jefe de fotografía en el Imperial War Museum de Londres.
Aquel fue un gran momento en la historia de la fotografía de guerra, pero ni mucho menos el único en el conflicto de 1914. La revolución técnica en la captación de imágenes no había hecho más que empezar y las nuevas herramientas fueron empleadas para la inteligencia militar, pero también provocaron una incontrolable y fascinante explosión popular, con millones de soldados armados con objetivos, dispuestos a capturar su experiencia íntima de la Gran Guerra. Los millones de imágenes que dejaron tras de sí conforman una historia tan diversa, personal y compleja como la guerra misma, un relato que todavía hoy se sigue revelando e investigando. Por ejemplo, en el Art Gallery de Ontario, donde en 2004 recibieron el legado de un coleccionista que prefiere mantenerse en el anonimato y que donó 495 álbumes de soldados británicos, franceses, alemanes, estadounidenses, rusos, polacos, checos y australianos. En total, más de 52.000 fotos que aún se están catalogando, algunas de las cuales serán expuestas en la muestra The Great War: The persuasive power of photography, que se celebrará este verano en la National Gallery de Canadá. “La mezcla es increíble, con fotos de bases militares, cabarés, aviones o retratos turísticos de soldados paseando entre ruinas en sus días libres”, apunta Sophie Hackett, desde el Art Gallery de Ontario.
Anuncio comercial de la cámara Kodak Vest Pocket Camera
El enfoque que cada país dio a las regulaciones fotográficas a las que estaban sujetos los soldados varió enormemente, pero lo que se mantuvo como una constante en ambos bandos fue la presencia de cámaras entre los combatientes. Lo cierto es que la mecanización de la guerra en aquel brutal conflicto pasa no sólo por las ametralladoras, sino también por los casi dos millones de cámaras de bolsillo que Kodak había vendido en 1918. La Vest Pocket Camera, pronto conocida como “la cámara de los soldados”, fue el modelo que el astuto George Eastman lanzó al mercado y cuyas ventas se multiplicaron por cinco en tres años. De tamaño reducido y con un estuche ajustable al cinturón, la variante Autograph permitía escribir directamente en el negativo y se anunciaba como el “mejor regalo de partida” que un soldado podía recibir, una herramienta que les permitiría aliviar el tedio de la rutina y, en el futuro, “tener el libro más interesante de todos: su álbum Kodak”. Otros modelos de la competencia como la Ansco Vest Pocket Camera animaban a los soldados a mantener “la puerta de la memoria abierta”, y la Ensignette se publicitaba como “fuerte, fácil de cargar y útil en cualquier circunstancia”.
Los soldados de ambos frentes se lanzaron con entusiasmo a la fotografía, como prueban los millones de instantáneas que capturaron, mandaron a casa, y en muchos casos guardaron en álbumes. En esas páginas se encuentra la incómoda yuxtaposición entre la confraternización de la tropa, y la destrucción y muerte en las trincheras. “Los álbumes reunían fotos de distinta procedencia, no sólo las que ellos habían sacado, sino también otras que compraban o les regalaban”, explica Roberts, coautora junto a Mark Holborn del libro fotográfico sobre el conflicto elaborado con los fondos del museo, The Great War. A Photographic Narrative (Random House). El Imperial War Museum, creado en 1917 para homenajear el esfuerzo de guerra cuando el conflicto aún se libraba, hizo un llamamiento a los aliados para que mandaran imágenes sin importar su calidad. Llegó un aluvión que no ha cesado desde entonces e incluye en la actualidad fotos desde 1850 hasta las tomadas hace apenas 24 horas en Afganistán, según Roberts. “El documento gráfico de los soldados se planteaba como una experiencia personal, ellos no pretendían crear un informe sistemático, sino registrar la gente y los sitios que conocieron”, apunta.
La experiencia bélica, entonces y ahora, incluye también el horror y la brutalidad convertidos en rutina: crudas fotos posando con enemigos muertos. En las imágenes de la I Guerra Mundial de ejecuciones de espías o de cadáveres rodeados de soldados sonrientes en las trincheras enemigas se encuentra un claro antecedente de las instantáneas de la soldado Lynndie England en la prisión iraquí de Abu Ghraib en 2004. Todas ellas entran en la categoría de las llamadas “fotos trofeo”, tan viejas como la presencia de cámaras en el frente. En la Gran Guerra gozaron de una increíble popularidad, convirtiéndose en algo parecido a lo que en el ciberespacio se conoce como un fenómeno viral. "La idea de sacar fotos para degradar y humillar al enemigo no es nueva", apunta Janina Struk, autora de Private pictures: Soldier’s Inside View of War (I. B. Tauris, 2010). “La búsqueda de una visión desde dentro de la guerra no es un fenómeno de la cultura de la realidad del siglo XXI. Pero la cruda brutalidad de la guerra, tan frecuentemente descrita en las fotos captadas por soldados, rara vez ha cruzado el umbral y ha entrado en la conciencia pública”.
Desde el arranque de la Gran Guerra, las autoridades británicas no tuvieron dudas sobre el potencial peligro que implicaban tantos obturadores sueltos. Bajo amenaza de arresto, no se permitía sacar fotos, ni mandar copias a casa ni, por supuesto, carretes. Pero las cámaras estaban ahí y los soldados también; y en casa, la prensa —sujeta a un estricto control gubernamental gracias al Official Press Bureau que fundó Churchill— esperaba ansiosa imágenes del frente. En 1915 arrancaron los concursos de fotografía amateur de guerra en el Daily Mirror, dispuesto a pagar mil libras de entonces por la mejor foto que mandara un soldado; su nombre no se haría público y el periódico correría con los gastos de revelado.
La controvertida propuesta no pretendía ensalzar el arte fotográfico sino obtener las mejores fotos posibles, y pronto fue copiada por la competencia. “Nuestro esquema es simple y directo. Queremos fotos sobre el tema de la guerra y las queremos todos los días”, explicaba el Daily Sketch en sus páginas. Esta carrera por hacerse con las fotos de los protagonistas del combate no se detuvo ni siquiera con la llegada al frente de los dos fotógrafos oficiales, Ernest Brooks y John Warwick Brooke. Miles de instantáneas inundaron las redacciones. “La prohibición de sacar fotos fue ignorada, porque esas imágenes eran el vínculo entre el frente y el hogar y mantenían la moral alta”, dice Struk.
En Alemania, por el contrario, se animó desde el principio tanto a soldados como a civiles a que documentaran gráficamente el conflicto. “Había un sentimiento eufórico y entusiasta por parte de los combatientes y de sus familias. Todos coleccionaban fotos porque querían conservar recuerdos de ese momento que pensaban que sería único y triunfal”, explica el doctor Bodo von Dewitz, coleccionista y experto en el legado fotográfico de esta guerra. “No había censura y hasta 1916 los alemanes tenían una actitud casi naíf respecto de la fotografía. Había un elemento turístico en torno al nuevo hobby y eso se mantuvo, porque muchos soldados apenas habían viajado y en sus diarios e instantáneas resuena ese eco entusiasta. Los británicos, sin embargo, tenían muy presente el valor propagandístico desde el principio, y eran conscientes de que podían ser una fuente para el espionaje enemigo”.
Von Dewitz comenzó su increíble colección en los años setenta rebuscando en mercadillos y escribió su tesis sobre el tema. Cuenta que cerca de doscientas instituciones oficiales en Alemania tienen estas instantáneas en sus fondos, muchas de ellas desde poco después de que terminara la guerra. Y fue en esos años inmediatamente posteriores cuando las imágenes adquirieron un nuevo significado. “En la década de los años veinte, tanto la derecha como la izquierda echaron mano de las fotos sacadas por los soldados para explicar por qué se perdió la guerra”, dice el especialista. Los nazis difundían las imágenes heroicas; la izquierda mostraba las atrocidades y la destrucción.
Foto postal de la ejecución del patriota italiano Cesare Battisti el 16 de junio de 1916 en Trento. / COLECCIÓN DR. BODO VON DEWITZ
En el frente alemán, la mayoría de las instantáneas se hicieron en placas de cristal y había una gran infraestructura en el mismo frente para poder imprimirlas, hacer postales y mandarlas a casa. Los cuartos oscuros estaban mucho más controlados en el bando aliado, y así, el uso del que se montó en el buque Queen Elizabeth, por ejemplo, estaba circunscrito a las fotos oficiales. De las clásicas fotos posadas se pasó a las trincheras, al enfrentamiento cara a cara con la muerte. En ellas encuentra Von Dewitz un tono voyerista muy acorde con los valores victorianos que marcaban la moral de la época. También una funesta premonición de las imágenes de cuerpos apilados que llegarían con la Segunda Guerra Mundial. Cuando ese conflicto estalló ya estaban en el mercado las cámaras de 35 milímetros y las revistas ilustradas. La fotografía había avanzado y también la forma en que se contaban las historias a través de ella.
Aunque fue en la guerra de los bóers la primera vez que los soldados llevaron cámaras al frente, la Gran Guerra fue “la primera gran guerra fotográfica”, como apunta Janina Struk. La conservadora del Museum of Fine Arts de Houston, Anne Wilkes Tucker, que rescató varios álbumes para la enorme muestra War/Photograhy el año pasado, añade que aquel fue el primer conflicto con una dimensión global. “En aquella guerra había soldados profesionales, se hizo una cobertura extensa del conflicto. Las imágenes llegaban con celeridad a los medios. Las fotos no tardaban tres semanas como ocurrió con las de James Fenton en Crimea”. Las instantáneas además muestran la vida normal de los soldados, no la de los oficiales como era costumbre en el siglo XIX, cuando los cuerpos y cadáveres eran retirados antes de retratar el campo de batalla. La experiencia real de lo que es una guerra iba colándose en las imágenes de quienes la combatían. “Aquella fue la primera guerra de medios de comunicación de masas, y aunque la técnica era rudimentaria, en ese momento quedaron establecidos los principios y las dificultades a los que los fotógrafos de guerra han hecho frente desde entonces”, añade Hilary Roberts.
Por encima de las diferencias entre un paisaje y otro, entre un tiempo y el siguiente, Janina Struk señala en su libro los temas recurrentes a los que apuntan las cámaras de los soldados, las narrativas extremadamente personales que construyen en sus álbumes, que, como los familiares, no están pensados para el escrutinio público. En el transcurso de su investigación, un tío suyo rescató su álbum de la I Guerra del fondo de un armario, y esas fotos le cortaron el aliento. Más allá de la imagen idealizada de la guerra que a menudo nos llega, en las instantáneas de los soldados se encuentra una cara cruda, real, insólita y humana de una guerra. Concluye Struk que si fueran vistas, podrían poner en tela de juicio la visión autorizada y aceptada que se tiene de las guerras.
El soldado fotógrafo. Esta imagen de un soldado posando con una cámara montada en un trípode fue sacada entre 1914-15 por un fotógrafo anónimo, y se imprimió como una postal. Los soldados de ambos bandos de la Primera Guerra Mundial se lanzaron con entusiasmo a sacar fotos, que en muchos casos podían revelar, imprimir e incluso comercializar en el mismo frente, y luego mandarlas a casa. El uso de los cuartos oscuros en las trincheras estaba más restringido entre los británicos, cuyo gobierno desde el principio quiso mantener un férreo control de las imágenes de guerra. Con frecuencia los combatientes creaban sus propios álbumes con postales de instantáneas sacadas por otros soldados.
Foto trofeo. Las llamadas “fotos trofeo” sacadas para humillar y degradar al enemigo, son tan viejas como la presencia de cámaras en el frente. En la Primera Guerra Mundial tuvieron gran difusión, convirtiéndose en un fenómeno viral. Esta foto postal fue sacada en el frente del este, entre 1915 y 1916, y muestra a un grupo de soldados alemanes cargando los cadáveres de combatientes franceses y británicos, una funesta premonición de las imágenes de pilas de cuerpos que vendrían con la Segunda Guerra Mundial, como apunta el coleccionista y especialista en fotografía de guerra, Dr. Bodo von Dewitz
Posado en la trinchera. En esta foto postal cuyo autor es anónimo, un grupo de soldados alemanes posan en una trinchera de la Gran Guerra en 1915. El gobierno alemán animó tanto a soldados como a civiles a que documentaran gráficamente el conflicto, y así lo hicieron usando mayormente cámaras de placas de cristal. Pensaban que el conflicto sería un momento triunfal y victorioso. Tras las exitosas campañas de 1870, imperaba un espíritu eufórico al comienzo de la guerra, pero en 1916 comprendieron que la fotografía podía dar información valiosa al enemigo, y trataron de ejercer un mayor control sobre las imágenes.
Turismo entre ruinas. Foto postal anónima, fechada el 24 de mayo de 1918, de un soldado alemán frente a un molino destruido en el frente del oeste. El elemento turístico, inherente a la fotografía popular, fue una constante también en la Gran Guerra. Para muchos soldados de ambos bandos el conflicto supuso su primer viaje al extranjero, y en sus días libres no renunciaban a visitar y sacarse fotos, aunque fuera frente a paisajes ruinosos.
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