jueves, 27 de abril de 2023

Guerra Antisubversiva: La masacre de los curas Palotinos

La matanza de los cinco curas Palotinos y 46 cadáveres en la morgue, la atroz “vendetta” de la dictadura

Montoneros había puesto la bomba en la Superintendencia de la Policía provocando 23 muertos y 110 heridos. Poco después, llegó la venganza de la dictadura. El 4 de julio de 1976 fueron asesinados los sacerdotes Leaden, Dufau y Kelly, y los seminaristas Barbeito Doval y Barletti de la iglesia San Patricio. Quién era el blanco principal del ataque y qué actividades realizaba
Por Ceferino Reato | Infobae


Un 4 de julio de 1976 cinco religiosos fueron baleados en la parroquia que habitaban en el barrio Belgrano, sobre la calle Estomba. De izquierda a derecha, Alfredo Leaden, Alfredo Kelly, Pedro Dufau y Emilio Barletti (Telam)

La masacre en el comedor policial endureció la represión ilegal de la dictadura y la primera reacción fue desplazar al flamante jefe de la Policía Federal, Arturo Corbetta, un general y abogado que quería luchar contra las guerrillas, pero “con el Código Penal en la mano”, como afirmó en su discurso de asunción, una semana antes del sangriento atentado.

Corbetta fue el último general “legalista” que ocupó una función relevante en el gobierno militar; en su lugar asumió el general Edmundo Ojeda. El cambio fue bien recibido por Montoneros porque, según ellos, revelaba la naturaleza fascista de la dictadura, que le impedía reprimirlos dentro de la ley, sin secuestros ni torturas y con tribunales que les permitieran la defensa.

“Cualquier tesis contraria es rápidamente derrotada, caso del general Corbetta, luego de nuestro rotundo golpe al centro de gravedad de la represión policial”, sostuvo el jefe del llamado Ejército Montonero, el “comandante” Horacio Mendizábal, Hernán, en relación al atentado que dejó veintitrés muertos y ciento diez heridos.

Para los montoneros, era una lucha entre buenos y malos, y, mientras más salvaje e inhumana fuera la represión, más motivos tendría el pueblo para darse cuenta que debían apoyar a quienes representaban lealmente sus intereses y aspiraciones, que eran, obviamente ellos. Cuanto peor, mejor.

Ya en la madrugada del domingo 4 de julio de 1976 un grupo de personas con cascos de acero bajó de un automóvil frente al Obelisco arrastrando a un joven; lo apoyaron contra una de las paredes de piedra blanca del monumento, formaron un pelotón de fusilamiento y lo agujerearon a balazos. Y se fueron, dejando allí el cadáver.

El punto culminante de la vendetta tras el atentado del comedor ocurrió en la zona más elegante del barrio de Belgrano, en la casa parroquial de la Iglesia de San Patricio, en la calle Estomba 1942 (Telam)

Según el Nunca Más, el informe de la Comisión sobre la Desaparición de Personas, entre el 3 y el 7 de julio ingresaron a la Morgue porteña 46 cadáveres, casi todos con el mismo diagnóstico: “Heridas de bala en cráneo, tórax, abdomen y pelvis; hemorragia interna”.

El punto culminante de la vendetta ocurrió en la zona más elegante del barrio de Belgrano, en la calle Estomba 1942, menos de dos días después de la voladura del comedor, cuando cinco religiosos fueron asesinados en la casa parroquial de la Iglesia de San Patricio. La “Masacre de San Patricio” fue la peor matanza sufrida por la Iglesia Católica en sus más de cuatrocientos años en territorio argentino.

El domingo 4 de julio a la madrugada cinco personas irrumpieron en la casa parroquial de los palotinos, hicieron arrodillar a tres curas y dos seminaristas en el living del primer piso, les ataron las manos, les vendaron los ojos y los acribillaron con veintiocho disparos en la cabeza y el tórax que partieron de cuatro pistolas Browning y una pistola ametralladora.

Antes de irse, pintaron en la puerta del living: “Por los camaradas dinamitados de Seguridad Federal. Viva la Patria”, y en la alfombra colorada del pasillo: “Estos zurdos murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes y son MSTM”, en alusión al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Además, arrancaron de una de las habitaciones un poster de Mafalda que, señalando la cachiporra de un policía, comentaba: “¿Ven? Éste es el palito de abollar ideologías”, y lo arrojaron sobre el cuerpo de Salvador Barbeito, uno de los seminaristas.

El principal blanco de “La Masacre de San Patricio” fue el otro seminarista: Emilio Barletti, de veintitrés años. Tanto fue así que los asesinos redujeron primero a los tres sacerdotes que encontraron en la casa parroquial: Alfredo Leaden, Alfredo Kelly y Pedro Dufau; los dos primeros ya estaban en pijamas, y el otro, Dufau, recién había vuelto de una fiesta de bodas. Y esperaron a Barletti, que llegó del cine junto a Barbeito a las dos y media de la madrugada. Ni siquiera pudo sacarse la bufanda con la que había salido a la calle aquella noche fría de invierno.

El general Arturo Corbetta saluda al general Albano Harguindeguy, ministro del interior de la dictadura. Fue el último general "legalista" que ocupó una función relevante en el gobierno militar; en su lugar asumió el general Edmundo Ojeda (Telam)

Los asesinos buscaron un castigo ejemplar; de allí, la matanza de cuanto cura o seminarista encontraron en la parroquia aquella madrugada de terror. Los dos seminaristas que también habían ido a ver El Veredicto, con Jean Gabin y Sofía Loren, pero decidieron a último momento ir a dormir con sus padres, se salvaron de una muerta segura.

Era uno de los últimos días de Barletti en esa parroquia, un poco por las quejas de los palotinos sobre su excesiva politización; otro poco porque se sentía más cómodo entre religiosos más comprometidos con la opción pastoral por los pobres, como los Hermanitos del Evangelio de Charles de Foucault, que vivían en comunidad en un conventillo de La Boca.

Eran “curas obreros”: alternaban el sacerdocio con el trabajo concreto en los barrios populares, algo que fascinaba a Barletti, un joven carismático, vástago de una familia pudiente de San Antonio de Areco que entró al seminario cuando le faltaban solo cinco materias para recibirse de abogado.

Barletti era inquieto: también formaba parte de Cristianos Para la Liberación (CPL), un grupo de curas y laicos de Montoneros encabezado por uno de sus dirigentes más lúcidos, el periodista Norberto Habegger, e integrado por, entre otros, Pablo Gazzarri, de la parroquia vecina Nuestra Señora del Carmen, de Villa Urquiza, y monseñor Joaquín Carregal.

En ese rol, Barletti facilitaba la parroquia para esconder folletos, documentos y revistas de Montoneros. También para realizar reuniones de los integrantes de CPL y de jóvenes con dirigentes de la guerrilla más o menos conocidos, como Juan Carlos Dante Gullo y Roberto Perdía.

Emilio Jauretche, ex oficial primero de Montoneros, sostuvo en la revista 3 puntos que, en mayo de 1976, atravesó “todo Buenos Aires trasladando en un rapiflet el mimeógrafo y un abultado paquete de originales de Evita Montonera hasta una parroquia palotina de la calle Estomba”, donde, según él, imprimían la revista partidaria.

Un grupo de tareas ingresó a la casa parroquial cuando los sacerdotes estaban por irse a dormir. Los seminaristas estaban recién llegados del cine (Telam)

“Tiempo después, el grupo de sacerdotes que me recibieron, conocidos hoy como víctimas de la intolerancia religiosa, sumaron sus nombres a la vasta nómina de mártires montoneros”, agregó. Jauretche ya había estado allí inmediatamente después del golpe de Estado para “trasladar algunos papeles” de la oficina de prensa del Partido Peronista Auténtico —una criatura de Montoneros— debido a que en esa iglesia “tenían el contacto con unos curas compañeros”, según su biógrafo, el periodista Guillermo Paileman.

Pero, el compromiso de Barletti con la guerrilla no finalizaba ahí ya que integraba la llamada Columna Sur de Montoneros, donde estaba a las órdenes de un ex sacerdote, el cordobés Elvio Alberione, el Gringo o el Mayor Esteban. Su campo de acción abarcaba las zonas de Esteban Echeverría, Lanús, Avellaneda y Quilmes.

—Sí, conocí a Emilio. Yo era el jefe de su columna —le confirmó Alberione al periodista y escritor Gabriel Seisdedos en su muy documentado libro El Honor de Dios, sobre la matanza de los palotinos.

En junio de 1976, el mes anterior a su muerte, Barletti —Alberto era su nombre de guerra— había sido promovido en esa columna de Unidad Básica Revolucionaria a Unidad Básica Combatiente, es decir que era considerado no solo un “cuadro” —un dirigente— político sino también militar.

El valioso testimonio de Seisdedos ilustra los enojos que puede causar un buen periodista: cuando este libro estaba siendo escrito, un sector de los palotinos seguía atribuyendo a esa revelación el principal obstáculo para que los cinco religiosos fueran beatificados por el papa Francisco.

No todos los palotinos pensaban así. “La verdad cuesta decirla, pero más cuesta ocultarla. Si ésa es la verdad, tenemos que conocerla”, le dijo el padre Thomas O´Donnell, superior de los palotinos en el país, cuando, en plena investigación, el periodista le confió que “Emilio estaba metido”.

En la Iglesia, el martirio —el asesinato a causa de la defensa o del ejercicio de la fe católica— es suficiente para que una persona ascienda a la categoría de beato, que es el paso previo a la santidad. En ese caso, ya no necesita de un milagro para la beatificación.

En 2005, cuando todavía era arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, Jorge Bergoglio, impulsó la beatificación de los cinco palotinos e incluso afirmó que había sido confesor de Alfie Kelly, el párroco de San Patricio.

Bergoglio impulsó la beatificación de los cinco palatinos en 2005 sin embargo, el expediente quedó trabado en el Vaticano por las revelaciones de un periodista (Telam)

De todos modos, el expediente de beatificación puede ser dividido y personalizado, con lo cual bien podrían ser beatificados las otras cuatro víctimas en el supuesto de que solo Emilio Barletti hubiera estado efectivamente involucrado en la guerrilla.

Pero, los palotinos quieren que sean los cinco juntos —me dijo Seisdedos. Por ese motivo, el expediente continuaba trabado en el Vaticano.

La matanza tensionó las relaciones de la cúpula eclesiástica con el gobierno militar; hubo quejas públicas y privadas de sus principales dirigentes, liderados por el cardenal Raúl Primatesta, y el nuncio, el italiano Pío Laghi. De todos modos, se esforzaron por no romper con el presidente Jorge Rafael Videla, a quien consideraban un “moderado”, como tantos otros, incluidos los dirigentes de la cúpula del Partido Comunista.

“Fue un acto de torpeza tremenda”, me dijo en prisión el ex dictador Videla en una de las entrevistas para mi libro Disposición Final. Y agregó: “Había dos seminaristas muy comprometidos con la subversión, que eran militantes montoneros, pero el problema podría haber sido evitado; derivó en una confrontación innecesaria con la Iglesia, que no nos lastimaba. Podríamos haberle pedido a la Iglesia que los sacaran del país, por ejemplo, a Venezuela, y lo hubiera hecho, si compresión les sobraba”.

“Nunca supimos quiénes fueron y por qué lo hicieron”, aseguró Videla. La dictadura culpó a “elementos subversivos”, según el comunicado del Comando de la Zona I, encabezado por el general Carlos Suárez Mason, que sostuvo que “el vandálico hecho demuestra que sus autores, además de no tener patria, tampoco tienen Dios”.

El comunicado del Ejército no convenció a nadie; en primer lugar, a la Iglesia, que siempre atribuyó la matanza a los sectores más duros de la represión ilegal; en especial, a Suárez Mason, quien se consideraba el dueño de la vida y de la muerte en su vasta zona de influencia, la ciudad de Buenos Aires en primer lugar.

Si bien la Iglesia sigue atribuyendo la matanza a Suárez Mason, con el tiempo y ante la ausencia de resultados en la Justicia, algunas sospechas también abarcaron a los marinos de la ESMA y a un grupo de policías federales vinculados al ministro del Interior, el general Albano Harguindeguy.

miércoles, 26 de abril de 2023

Revolución Libertadora: Lonardi, el héroe que dirigió la liberación

La intimidad de la Revolución Libertadora: el jefe que duró 50 días en el poder y la duda de Perón antes del exilio

El viaje a Córdoba en ómnibus del general Lonardi con 14 pesos en el bolsillo para empezar la “revolución”. El plan para dar el golpe. Las internas militares. La pregunta de Juan Domingo Perón antes de viajar a Paraguay. Los diálogos de los generales y la decisión de Pedro Aramburu de quedarse con el poder
Por Juan Bautista Tata Yofre  ||  Infobae




En Córdoba los generales Lagos, Lonardi y Videla Balaguer

A las 17 horas del 13 de septiembre de 1955, un desconocido ciudadano, herido por un cáncer que no podía detener (y del que no hablaba), con 14 pesos en su bolsillo y portando un maletín que contenía su viejo uniforme de general de la Nación, se subía al ómnibus que lo trasladaría a la provincia de Córdoba.

Poco antes de partir, el general retirado Eduardo Ernesto Lonardi había conversado con el coronel Eduardo Señorans y éste le había sugerido postergar unos días el movimiento “para poder coordinar las pocas unidades que podían sumarse en el litoral”. Lonardi respondió que no era posible y que ya habían sido dadas las órdenes para el 16. En la estación de Once recibió las últimas novedades que le ofreció el mayor Juan Francisco Guevara.

Todo estaba enmarcado en la incerteza: solo contaba con la determinación de la Marina y un grupo de oficiales que lo esperaban en Córdoba. Su yerno le ofreció dinero y Lonardi agradeció diciendo: “Catorce pesos me alcanzan para llegar a Córdoba. Allí, si la revolución fracasa no necesitaré dinero, y si triunfa no lo precisaré para mi regreso.”

Cuando se anunció la partida y el pasaje subía al transporte, Guevara le sugirió un santo y seña para poder sortear los retenes revolucionarios. La consiga era “Dios es justo”.

El jueves 14, Lonardi llegó a Córdoba. Con el paso de las horas, dentro de la mayor discreción, el futuro jefe de la revolución mantendría otras reuniones con oficiales de varias guarniciones y recibiría informes. Para todos tenía la misma instrucción: “Hay que proceder, para asegurar el éxito inicial, con la máxima brutalidad.”

Instrucciones de Lonardi al mayor Guevara

El viernes 15, Lonardi, después de almorzar, se trasladó a una casa en la localidad de Arguello, detrás de la Escuela de Artillería, a esperar la Hora O. Este día, cumplía 59 años. A la una de la madrugada en punto, Lonardi, Ossorio Arana, otros oficiales y algunos civiles detuvieron al director de la Escuela de Artillería, coronel Juan Bautista Turconi. A las tres de la madrugada el disparo de una bengala roja marcó el inicio del combate contra la Escuela de Infantería. Había comenzado el levantamiento castrense contra Perón.

El mediodía del mismo 16, aparecía en escena la poderosa Flota de Mar, sublevada en Puerto Madryn, la Escuela Naval y la Flota de Ríos en la que constituiría el almirante Isaac Rojas la comandancia de la Marina de Guerra en Operaciones. El sábado 17, comenzó el levantamiento del II Ejército en San Luís y al mismo tiempo se unían a Lonardi aviadores de la Fuerza Aérea con sus máquinas Avro Lincoln.

El domingo 18, Isaac Rojas trasladó su comando al crucero 17 de Octubre y ya había ordenado “el bloqueo de todos los puertos argentinos”, según el comunicado de la Marina de Guerra. El lunes 19 se bombardeó la destilería de Mar del Plata y luego se intimó al gobierno a rendirse bajo la amenaza de bombardear la destilería de La Plata y objetivos militares de la Capital Federal.

La respuesta del gobierno llegó a las 13, cuando el Ministro de Guerra leyó por radio un mensaje de Juan Domingo Perón al Ejército instando a una tregua para poner fin a las hostilidades: “El Ejército puede hacerse cargo de la situación, del orden, del gobierno, para buscar la pacificación de los argentinos antes que sea demasiado tarde, empleando para ello la forma más adecuada y ecuánime.” Acto seguido, el general Franklin Lucero constituyó una Junta Militar para entenderse con los rebeldes.

La nota de Perón era ambigua, confusa, y no estaba claro que constituía una renuncia (que debería haber sido presentada al Congreso de la Nación). Desde Córdoba, Lonardi le escribió a Lucero: “En nombre de los Jefes de las Fuerzas Armadas de la revolución triunfante comunico al Señor Ministro que es condición previa para aceptar (una) tregua la inmediata renuncia de su cargo del Señor Presidente de la Nación.” Perón, durante una reunión con la Junta Militar –llevada a cabo en la residencia de la avenida Libertador, a las 22 horas- había intentado reafirmar su autoridad. Negó que su nota fuera una renuncia y les dijo a los generales que ellos se ocuparan de lo militar porque “para las cuestiones políticas estoy yo, no se preocupen”. Horas más tarde, el general Ángel Manni le dijo por teléfono que se aceptaba su renuncia y le dio un consejo: “Ponga distancia cuanto antes”.

La Plaza de Mayo el 23 de septiembre de 1955

El 20 los diarios anunciaban que Perón había renunciado. El mismo día por la noche, Lonardi, urgido por la situación, decretó que asumía “el Gobierno Provisional de la República con las facultades establecidas en la Constitución vigente y con el título de Presidente Provisional de la Nación”. Entre su viaje a Córdoba y su asunción como Presidente Provisional de la Nación solo habían transcurrido siete días. Aquello que debía durar varios meses apenas se prolongó una semana. El gobierno de Perón se cayó cual castillo de arena al menor empellón.

Ahora, el ex Presidente de la Nación preparaba su largo viaje al exilio. Él pensaba que no duraría mucho su permanencia en el exterior pero lo cierto es que hubo de esperar casi dos décadas. No le creyó a Raúl Bustos Fierro cuando éste le dijo que el largo exilio sería “de imprevisible duración”.

Perón: -Largo, bueno, ¿cuánto de largo?

Bustos Fierro: -Largo de años mi General, muchos años, acaso para nosotros de toda la vida. Sólo Dios sabe si algún día veremos nuevamente la tierra natal.

El viernes 23, miles de argentinos salieron a las calles a vitorear a Lonardi y Rojas. El jefe de la revolución aterrizó en Aeroparque y junto con los generales Justo León Bengoa y Julio Lagos se desplazaron hasta la Plaza de Mayo, donde eran esperados por decenas de miles de ciudadanos. Durante el trayecto hacia la Casa de Gobierno, Lonardi le ofreció a Bengoa el cargo de Ministro de Ejército y le dijo: “Quiero que lo designe comandante en Jefe del Ejército al general Lagos aquí presente y jefe del Estado Mayor al general Pedro Eugenio Aramburu”.

El jefe triunfante ignoraba por cierto un intercambio de palabras de horas antes entre Bengoa y Aramburu. Resulta que Bengoa se había hecho cargo de la Policía Federal y, en calidad de tal, mandó buscar a un grupo de militares que habían fracasado en el noreste y se mantenían cercanos a Paso de los Libres durante los enfrentamientos castrenses. Uno de esos oficiales era Aramburu.

Entre otros, el general Bengoa, Rojas y el general Uranga el 23 de septiembre

Según relató Bengoa en la intimidad, el 23 a la madrugada, le comentó que iba a recibir a Lonardi en Aeroparque y le pidió que lo acompañara. “Yo no voy a ir”, le dijo Aramburu y agregó: “¿Quién es Lonardi? ¿Por qué está mandando y tomando medidas, quién le ha dicho que sea el Presidente de la República?”. Bengoa, sin alterarse, le comentó que no podía haber discusión al respecto porque “es el vencedor en este momento; a algunos les ha ido mal, como le ha ido a usted a pesar de que ha actuado, le tocó a Lonardi bailar con la más fea y ha tenido éxito. ¿Cómo no va a ir usted? Me parece que no es lo que corresponde.”

Aramburu le dijo: “Acá somos varios generales los que hemos actuado, además en todo caso cuando venga Lonardi nos juntamos en una mesa en la Casa de Gobierno y ahí entramos a discutir qué es lo que hay que hacer y cómo se arreglan las cosas y en última instancia quién se va a hacer cargo de esto.” Bengoa volvió a responderle, diciendo que el tema “está liquidado, acá hay una cabeza que las circunstancias han impuesto, por mérito propio incluso, de manera que yo creo que esto que usted plantea no corresponde”. Finalmente, Aramburu aceptó ir al Aeroparque y Bengoa lo lleva en su automóvil.

Al momento de asumir como Presidente Provisional, Lonardi leyó un discurso a la multitud volviendo a repetir la consigna de Justo José de Urquiza tras la batalla de Caseros (1852): “Ni vencedores ni vencidos”. Su primer decreto presidencial fue designar al contralmirante Isaac Francisco y Rojas como vicepresidente de la Nación.

Cuando el general Eduardo Lonardi se hizo cargo del poder la propia revolución que él había llevado a la victoria se instaló en la Casa Rosada corroída por el germen de las contradicciones que no la dejaría aposentarse en el poder. Si, el jefe revolucionario imaginaba noventa días de combates para derrocar a Juan Domingo Perón, él, apenas, se mantuvo cincuenta días en la Presidencia de la Nación. Las propias pasiones desatadas antes y después del 23 de septiembre lo tumbaron.

El ex dictador en Paraguay, el 5 de octubre de 1955, foto de la agencia UP. Del archivo personal de Juan Domingo Perón.

El mismo día que asumió, durante un almuerzo que se sirvió en el crucero ARA General Belgrano, la esposa de Lonardi escucho decir al general Pedro Eugenio Aramburu: “Ésta ha sido una revolución sin Jefe”.

Mercedes Villada Achával se lo comentó más tarde a su marido, mereciendo como toda respuesta que Aramburu se expresaba así porque no había podido vislumbrar “el éxito de un movimiento que él podía haber encabezado”. Para algunos de los nuevos funcionarios o colaboradores, Lonardi tendría que limitarse a tomar el poder y después se decidiría quién iba a encabezar el gobierno de facto. Esta concepción solo conducía a Montevideo 1053, el domicilio de Aramburu.

Tras las designaciones en el gabinete ministerial y de asesores presidenciales, el almirante Teodoro Hartung fue quien mejor expresó la profundidad de la división entre quienes declamaban “ni vencedores ni vencidos” y los que habían llegado para hacer una “revolución”. El Ministro de Marina anotó en su diario: “Tanto Mario Amadeo como los hermanos Villada Achával, el mismo Lonardi y los nazis infiltrados en el gobierno respiraron satisfechos cuando supieron que Perón estaba a salvo en Paraguay. Con esta operación empezaron las diferencias de criterio en la conducción política del gobierno. Pronto se vio claramente que los nacionalistas, no pensaban romper la estructura totalitaria creada por Perón, sino utilizarla cambiando las cabezas dirigentes, pero siguiendo la línea dictatorial impuesta.”

Tapa del diario La Razón cuando cayó el gobierno peronista.

La opinión del alto jefe naval fue escrita el 3 de octubre de 1955, el mismo día que Perón viajo a Paraguay. El 5 de octubre, mientras el canciller Mario Amadeo se ocupaba de los asuntos con el exterior, desconocía que ese mismo día, a las 11 de la mañana, avanzaban hacia el despacho presidencial del general Lonardi los dirigentes conservadores Rodolfo Corominas Segura, Adolfo A. Vicchi, Eduardo Augusto García y Vicente Solano Lima.

Cuenta Eduardo A. García, en su libro “Yo fui testigo”, que cuando entraban al despacho observó a Vicente Solano Lima que “se detenía en la puerta”. Entonces le preguntó:

-¿Qué le pasa? El Presidente espera…

-No sé para qué vengo a esta entrevista. Esto no durará ni dos meses, contesto Lima.

La Nación fue otro de los diarios que le dieron una amplia cobertura al movimiento revolucionario.

El 9 de noviembre era relevado el Ministro de Guerra, general Justo León Bengoa (lo reemplazo Arturo Osorio Arana); Juan Carlos Goyeneche (Secretario de Prensa) había sido detenido y la Junta Consultiva Nacional, más la Corte Suprema de Justicia de la Nación, condicionaban a Lonardi con sus renuncias.

A las 10 de la mañana del domingo 13, los ministros militares llegaron a la residencia de Olivos y Osorio Arana, su compañero en la Escuela de Artillería, le exigió su dimisión:

-Señor General: debo manifestarle, en nombre de las Fuerzas Armadas, que ha perdido su confianza y exigen su renuncia. Otorgan solo cinco minutos para presentarla.”

Lonardi se negó a presentar una carta de renuncia escrita.

Esa tarde asumía como presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu.



martes, 25 de abril de 2023

Imperio Mongol: Siberia

Siberia y el imperio mongol

Weapons and Warfare





La demanda de halcones y pieles de los "pueblos del bosque" llevó a los conquistadores mongoles al norte del Ártico.

Los pueblos de la estepa de Mongolia habían mantenido durante mucho tiempo relaciones íntimas con los pueblos de la taiga (bosque) de Siberia. Llamaron a aquellos en el bosque "Gente del bosque" (Oi-yin Irged), pero este término abarcaba una amplia gama de pueblos, muchos de los cuales eran poco diferentes de los mongoles de la estepa. Los BARGA (Barghu), al este del lago Baikal, eran como los mongoles excepto por tener renos. Otros, como el "Bosque" Uriyangkhai, vivían en chozas de corteza de abedul, detestaban las ovejas, se destacaban en trineos, esquí y pastoreo de renos, y trataban de tener lo menos posible que ver con los mongoles esteparios. Mientras que las tribus alrededor del LAGO BAIKAL eran de habla mongólica, las del oeste hablaban idiomas túrquico, samoyedo o kettic (paleo-siberiano).

En 1207, CHINGGIS KHAN (Genghis, 1206-1227) envió a su hijo mayor, JOCHI, a subyugar a las tribus del bosque desde Barga, al este del Baikal, hasta los Bashkirs (Bashkort), cerca de los Urales. Luego organizó a los siberianos en tres tümens, o 10.000 hogares. El jefe Qutuqa Beki de los OIRATS, que habitaba en el valle de Shishigt, se rindió y Chinggis lo nombró miriarca (comandante de un tümen) y le dio a su hija Checheyiken al hijo de Qutuqa. Los Yenisey Kyrgyz de Khakassia (ancestros de los Khakas modernos y de relación incierta con los kirguises del Kirguistán moderno) también se rindieron y fueron numerados como tümen. Chinggis entregó Telengit y Tölös a lo largo del río Irtysh (ancestros de la moderna nacionalidad Altay) a un antiguo compañero, Qorchi, del clan Baarin. Junto con los tres Ba'arin 1000 originales de Qorchi, esto convirtió a Qorchi en comandante de un tercer tümen siberiano. Otros pueblos, como los BARGA, Tumad, BURIATS y Khori en el este, los Keshtimi en el centro y los Bashkirs en el oeste, se organizaron en millares separados.

Como tributo, los gerifaltes y las pieles eran las principales cosas que los mongoles valoraban en Siberia, aunque los caballos kirguises también eran famosos. Dado que los gerifaltes anidaban solo cerca del Océano Ártico, los mongoles y sus afluentes realizaban expediciones regulares hasta las costas del norte de Siberia. Sin embargo, los khans mongoles no consideraban suficiente este tributo y regularmente exigían servicio laboral y muchachas del harén de los pueblos del bosque. Una rebelión de Tumad estalló en 1217, cuando Gengis Khan permitió a Qorchi apoderarse de 30 doncellas de Tumad. Densos bosques y estrechos caminos de montaña cubrían su territorio a lo largo del Angara, y los Tumad capturaron Qutuqa Beki y mataron a Boroghul, uno de los "cuatro corceles" de Chinggis Khan, antes de que Dörbei el Feroz del clan Dörbed los aplastara y liberara a Qutuqa Beki.

A pesar del frío, Chinggis Khan estableció una colonia exitosa de artesanos y agricultores chinos en Kem-Kemchik en la cuenca de Tuvan. Cuando el imperio se disolvió en 1260, Yenisey Kyrgyz y la colonia de Kem-Kemchik se convirtieron en objeto de disputa entre QUBILAI KHAN (1260-1294) de la DINASTÍA YUAN de los mongoles y sus enemigos. En 1262 ARIQ-BÖKE, aislado por el bloqueo de Qubilai, intentó utilizar la colonia de Kem-Kemchik como base. Después de la derrota de Ariq-Böke, Qubilai Khan envió a un funcionario chino, Liu Haoli, con un nuevo grupo de colonos para servir como juez de las áreas de la cuenca de Kirguistán y Tuvan en 1270. Sin embargo, a partir de 1275, QAIDU KHAN, otro rival, ocupó Siberia central. . En 1293, el general Qipchaq de Qubilai, TUTUGH, volvió a ocupar las tierras kirguisas, cortando una de las importantes bases de suministro de Qaidu. A partir de entonces, los Yuan controlaron Siberia central.

Siberia Occidental quedó bajo el este, o HORDA AZUL, de la HORDA DE ORO. Gobernada por los descendientes del hijo mayor de Jochi, Hordu, esta zona estaba aislada y era conservadora. En los pantanos del oeste de Siberia, se establecieron estaciones JAM (post) de trineos tirados por perros para facilitar la recaudación de tributos en pieles de sable, armiño, zorro negro y otras pieles. Con la desintegración de la entonces Horda de Oro islámica y de habla turca a finales del siglo XIV, se formó un kanato siberiano con su centro en Tyumen' (del mongol tümen, 10.000). La dinastía Taybughid no chinggisida (probablemente de origen KEREYID) compitió por gobernar con los descendientes de Shiban, el quinto hijo de Jochi, hasta que los cosacos rusos expulsaron al último khan shibanida, Kuchum, en 1582. Baarin tümen de Qorchi, hacia el sur, hacia las montañas Tianshan y asimilando nómadas de la Horda Azul, formó el núcleo del moderno kirguís de Kirguistán. Incluso hoy en día, el clan dominante de Kirguistán, los Taghai, lleva el nombre del hijo de Qorchi.

Lectura adicional: Allen Frank, The Siberian Chronicles and the Taybughid Biys of Sibi'r (Bloomington, Universidad de Indiana, 1994).

 

lunes, 24 de abril de 2023

SGM: Vlasov, el traidor

Es demasiado pronto para perdonar a Vlasov

Por Valeria Korchagina y Andrei Zolotov Jr. Redactor

MOSCÚ – Mencione el nombre de Vlasov a un ruso común y corriente y una palabra le vendrá a la mente: traidor.

Pregunte si la historia debería sonreírle al teniente general Andrei Vlasov, el comandante soviético que desertó a los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, y se prepararía el terreno para horas de acalorado debate. A varias generaciones de jóvenes estudiantes soviéticos se les enseñó a odiar a Vlasov como un traidor que le dio la espalda a la patria en un momento en que más se necesitaban defensores.

En estos días, la línea se vuelve borrosa a medida que aumenta la evidencia de que Vlasov puede haber cambiado de bando en un intento por dar a sus compatriotas una vida mejor que la que tenían bajo Stalin.

Pero aparentemente la historia no está lo suficientemente lejos en el pasado como para perdonar y olvidar al hombre cuya vida y acciones todavía se ven en gran medida a través de una nube de agendas políticas y encubrimientos históricos.

El máximo tribunal militar del país se negó el jueves a rehabilitar a Vlasov, quien fue condenado por traición al estado y ahorcado en 1946 luego de ser entregado por los Aliados un año antes.

La apelación de la condena original fue lanzada por el pequeño grupo monárquico Por la Fe y la Patria.

“Vlasov era un patriota que pasó mucho tiempo reevaluando su servicio en el Ejército Rojo y la esencia del régimen de Stalin antes de aceptar colaborar con los alemanes”, dijo uno de los líderes del grupo, el sacerdote ortodoxo suspendido Nikon Belavenets, citado en el diario La Gazeta.

Pero los jueces del Colegio Militar apoyaron menos los métodos de Vlasov para combatir la opresión en casa.

“La verdad es que aunque algunos argumentan que estaba luchando contra el régimen soviético y, por lo tanto, no debería ser visto como un traidor, al hacerlo también luchó contra el Estado y el pueblo. Y esto es traición”, dijo Nikolai Petukhov, presidente del Colegio Militar de la Corte Suprema y vicepresidente de la Corte Suprema.

Vlasov nació en 1900 en la región de Vladimir. Hijo de un rico campesino, fue reclutado por el Ejército Rojo en 1919 y se convirtió en oficial de carrera. Se unió al Partido Comunista en 1930.

Desde 1941 hasta su deserción al ejército alemán en julio de 1942, Vlasov fue un comandante clave en la defensa de Kiev y Moscú. No está claro si fue capturado, como dicen los libros de historia occidentales, o si se rindió, como dicen los libros soviéticos.

En cualquier caso, accedió a cooperar con la Alemania nazi.

Vlasov fue uno de los millones de rusos que terminaron en Alemania voluntariamente o como prisioneros de guerra durante la guerra. Se encontraron atrapados en una situación trágica: de repente estaban libres del totalitarismo de Stalin, pero los nazis los consideraban untermenschen.

Vlasov sostuvo que experimentó un profundo cambio de opinión que lo convirtió en un anticomunista dedicado durante los días previos a su partida con los alemanes. Esos días los pasó en el frente de Volkhov después de que él y sus tropas fueran rodeados por nazis.

Una vez en Berlín y rodeado de oficiales de las SS, Vlasov se presentó como un patriota ruso y se negó a vestir el uniforme alemán. Quería liderar una fuerza rusa armada en la Unión Soviética, aparentemente para iniciar una revuelta contra el régimen de Stalin y crear una Rusia independiente.

Si bien los líderes nazis utilizaron con entusiasmo a Vlasov como una herramienta clave en una guerra de propaganda, no se arriesgaron a formar una fuerza rusa armada hasta el final de la guerra. En el verano de 1943, Vlasov realizó una gira por el noroeste de Rusia ocupado y fue recibido con tanto entusiasmo que los nazis acortaron el viaje, lo enviaron de regreso a Berlín y lo pusieron bajo arresto domiciliario de facto.

En noviembre de 1944, los alemanes finalmente permitieron a Vlasov inaugurar su Comité para la Liberación de los Pueblos de Rusia, que proclamó entre sus objetivos “el derrocamiento de la tiranía de Stalin”, los derechos civiles, la propiedad privada y la “paz honorable con Alemania”.

Sin embargo, existen pruebas suficientes para indicar que las formaciones militares bajo el mando de Vlasov estaban involucradas en el entrenamiento de espías y saboteadores para los territorios controlados por el Ejército Rojo, dijo Petukhov del Colegio Militar en una entrevista telefónica.

Al encontrarse en la encrucijada de la historia, Vlasov pensó que podría convertirse en una tercera fuerza en la batalla de los gigantes totalitarios.

El ejército de Vlasov es visto por el ganador del Premio Nobel Alexander Solzhenitsyn y algunos historiadores como un episodio de la Guerra Civil de Rusia retirado en el tiempo por un cuarto de siglo.

“Estas personas que han sentido en su propia piel 24 años de felicidad comunista sabían ya en 1941 lo que nadie más en el mundo sabía aún: que en todo el planeta y en toda la historia nunca ha habido un régimen más malvado, sanguinario y en al mismo tiempo astuto y astuto que el bolchevismo”, escribió Solzhenitsyn en “El archipiélago Gulag”.

Las memorias de los seguidores de Vlasov, conocidos como Vlasovites, sugieren que el general estaba convencido de que si tenía un ejército completo, los generales soviéticos se unirían a él y el régimen comunista caería.

“Terminaré la guerra por teléfono con [el mariscal Georgy] Zhukov”, dijo Vlasov en varias ocasiones. Zhukov fue uno de los principales comandantes soviéticos.

Pero incluso en las últimas semanas de la guerra, cuando el ejército soviético ya estaba en la frontera alemana, solo estaban armadas dos divisiones incompletas dirigidas por Vlasov. Uno de ellos ayudó a liberar Praga cuando se produjo un levantamiento popular en la ciudad en mayo de 1945. Pero los vlasovitas se marcharon para dar paso al ejército soviético.

“Al analizar los acontecimientos que rodearon la liberación de Praga en mayo de 1945, cuando las fuerzas de Vlasov se volvieron contra los alemanes, descubrimos que el cambio no fue motivado por órdenes, sino por decisión de soldados ordinarios”, dijo Petukhov.

Los jueces, sin embargo, decidieron el jueves eliminar un punto del veredicto original: el cargo por el cual Vlasov fue declarado culpable de agitación y propaganda antisoviética. Este cargo se utilizó con frecuencia durante las represiones estalinistas. Según las leyes actuales, el cargo se elimina automáticamente de todas las condenas realizadas durante los 80 años de gobierno soviético.

La audiencia del jueves también abordó los casos de 11 de los subordinados de Vlasov en su Ejército de Liberación de Rusia. A todos se les negó la rehabilitación.

 Weapons and Warfare (c)

domingo, 23 de abril de 2023

Roma: Julio César invade Bretaña y Germania

César invade Gran Bretaña y Alemania

Weapons and Warfare


El número aproximado de barcos [800] en la flota que llevó al ejército romano invasor a Britania en el 54 a. De estos, 28 eran buques de guerra dedicados y la mayoría del resto eran transportes de tropas. Utilizaron para el transporte de tropas tanto buques de guerra estándar como buques mercantes, probablemente más mercantes (cuando no se menciona) que buques de guerra, lo que habría sido menos efectivo y más inusual. Pero definitivamente hay muchos ejemplos de ambos.

En lugar de los barcos, César hizo construir un puente. Con un notable esfuerzo se completó en diez días. Caesar da una larga descripción técnica de su edificio que ha generado una controversia prolongada sobre su construcción detallada. Su ubicación es igualmente incierta, pero lo más probable es que se encuentre al otro lado del Rin medio, entre Andernach y Neuwied, justo al norte de Coblenza. El puente fue una impresionante hazaña de ingeniería. En esta zona, el Rin tiene un promedio de 1.300 pies de ancho y unos 20 pies de profundidad.

En el 58 a. C., dos tribus germánicas, los usípetes y los tencteri, atacados por los suevos e incapaces de resistir la presión, comenzaron una migración hacia el oeste. Probablemente en enero del 55, después de tres años de vagar, cruzaron el bajo Rin y entraron en territorio de los menapios que tenían asentamientos a ambos lados del río. A la llegada de los alemanes, evacuaron sus asentamientos en la orilla este y guarnecieron la orilla derecha para protegerse contra un cruce alemán. Al carecer de barcos, los alemanes iniciaron negociaciones con los Menapii, pero terminaron en fracaso. Fingiendo retirarse del río, los alemanes engañaron a los Menapii, quienes relajaron la guardia. Un ataque nocturno de la caballería alemana mató a los guardias de la orilla derecha y los alemanes se apoderaron de los barcos de los galos. Una vez al otro lado se hicieron con el control de parte de las tierras de los Menapii,

César estaba en la Galia Cisalpina cuando se enteró del cruce alemán. Partió hacia Transalpina antes de lo habitual para evitar que se desarrollara una situación más grave. Después de unirse a su ejército, se enteró de que la llegada de los alemanes había tenido más repercusiones. Como habían hecho antes los Sequani, varias de las tribus galas invitaron a los germanos a servir como mercenarios en las guerras intertribales. Alentados por estas invitaciones, los alemanes se habían mudado al territorio de los eburones y condrusi, que vivían en el área entre el Mosa (Maas alemán) y el Rin y eran clientes romanos.

En respuesta, César convocó una reunión de líderes galos. Aquí probablemente se refiere a los de las tribus galas centrales, para reunir apoyo y recordarles dónde estaban sus lealtades. También les reclutó caballería tanto por razones militares como como rehenes para asegurar el buen comportamiento. Después de hacer arreglos para asegurar su suministro de grano, partió en dirección a Coblenza para enfrentarse a los alemanes. Cuando estaba a pocos días de marcha de ellos, le enviaron emisarios y le pidieron tierras para asentarse, ya fueran las que ya tenían o alguna otra zona designada por los romanos, y además se ofrecieron como aliados. César rechazó su solicitud de asentamiento, ya que habría alterado sus relaciones con los galos y la estabilidad que había logrado, pero les ofreció tierras al otro lado del Rin en el territorio de los Ubii alemanes.

Los enviados pidieron tres días para considerar la oferta de César. Pidieron que durante los tres días César no moviera su campamento más cerca de su posición. César se negó. Afirma que la razón de esta negativa fue el hecho de que había recibido información de que habían enviado una gran fuerza de caballería a través del Mosa para saquear y buscar comida en las tierras de los Ambivareti y que la demora era simplemente una excusa para posponer la lucha. hasta el regreso de esta fuerza.

César avanzó ahora contra ellos y cuando estaba a unas once millas de su campamento, sus enviados reaparecieron una vez más pidiéndole que no siguiera adelante. Al fallar en esta solicitud, le pidieron que ordenara a su caballería que no los atacara y que les permitiera enviar una embajada a los Ubii. Dijeron que si los Ubii aceptaban, estarían de acuerdo con los términos de César. Pidieron otros tres días para lograr esto. César afirma que, a pesar de sus dudas, acordó no ir más allá de otras cuatro millas en busca de agua, y ordenó a los alemanes que se reunieran donde se detuvo con todas sus fuerzas y tomaría una decisión sobre su solicitud. Luego envió un mensaje a su comandante de caballería para que no lanzara un asalto y si lo atacaban esperara hasta que César llegara con la infantería.

La mayoría de la caballería alemana todavía estaba ausente cuando aparecieron los 5.000 soldados de caballería auxiliares romanos. A pesar de las probabilidades, los 800 jinetes alemanes cargaron y desordenaron a la caballería auxiliar. Cuando la caballería romana se volvió para resistir, los germanos desmontaron como era su costumbre, apuñalaron a los caballos y sacaron a sus jinetes hasta que finalmente derrotaron a los romanos, matando a setenta y cuatro de ellos. Los demás dieron media vuelta en huida precipitada hasta que dieron con la columna de César. La disparidad en los números hace que esta ruta sea sorprendente y parezca sospechosa. César ya había mencionado el hecho de que ciertas tribus galas sin nombre habían ofrecido invitaciones a los germanos y es posible que hayan huido deliberadamente para no enemistarse con los germanos.

La batalla de la caballería convenció a César de que la acción inmediata era inevitable. La derrota de la caballería sería vista como una derrota y persuadiría a los galos que estaban descontentos con la presencia romana de que las fuerzas de César eran vulnerables. Al día siguiente, una delegación de destacados alemanes apareció para disculparse por la acción, que bien podría no haber sido planeada. César, que esta vez no estaba preocupado por violar la santidad de los enviados, los detuvo. Ahora marchó contra los alemanes sin líder con toda su fuerza, colocando la caballería en la retaguardia porque no estaba seguro de su moral y lealtad. Desplegó su ejército en una clásica triple columna de marcha para estar listo para un ataque repentino. Marchando al doble, completó rápidamente las siete millas hasta el campamento alemán y los sorprendió. La repentina aparición de César y su ejército confundió a los alemanes que no estaban preparados. Los romanos irrumpieron en el campamento. Los germanos que tenían armas resistieron un poco, peleando entre sus bagajes y carros; pero los demás, incluso las mujeres y los niños, huyeron. César envió su caballería en su persecución. Durante el vuelo, la moral alemana se derrumbó por completo. Abandonaron sus armas y los estandartes salieron corriendo del campamento en un intento de cruzar el río para ponerse a salvo. César dice que huyeron a la confluencia del Mosa y el Rin: es decir, al delta Rin-Mosa en los Países Bajos. Pero dependiendo de la geografía de la campaña, algunos sitúan la batalla cerca de la confluencia del Mosela y el Rin, cerca de Coblenza. Es preferible la primera alternativa. Está respaldado por el texto y por una descripción no del todo precisa del curso del Mosa anteriormente en el texto. El vuelo fue un desastre; cuando los alemanes llegaron al Rin, un gran número había muerto y muchos más se habían ahogado en el río.

César afirma que tuvo pocas bajas y ninguna fatal. Él da el número de tribus combinadas como 430.000 y una fuente posterior, su biógrafo Plutarco, afirma que 400.000 de ellos perecieron. Estas cifras dan una pausa, especialmente la cifra de Plutarco para los muertos. Esto parece un número imposiblemente grande dado que la persecución y la matanza se extendieron a una distancia significativa y que algunos de los muertos se ahogaron en el Rin. Ninguna cifra puede considerarse ni remotamente exacta. Es difícil creer que ambas tribus estuvieran tan devastadas como lo insinúa César. Ciertamente, todavía eran capaces de causar más problemas a los romanos en las últimas décadas del siglo.

Los enemigos de César criticaron duramente su conducta en esta campaña por la mala fe que había mostrado con los emisarios alemanes. El Senado votó una comisión de investigación, pero es dudoso que alguna vez se haya enviado. César había hecho el año anterior que una de sus razones para ir a la guerra contra los vénetos fuera la detención de funcionarios romanos que en realidad no eran enviados. Aunque hace un intento de exculparse sugiriendo que el ataque de la caballería fue intencional, no oculta los hechos básicos de la situación. Sus enemigos políticos pueden haber visto este incidente como un arma para usar contra él, pero es dudoso, dada la actitud romana hacia los bárbaros del norte, que este acto fuera políticamente dañino.

César ahora decidió cruzar el Rin. Pensó que una manifestación en la orilla derecha del río podría actuar como elemento disuasorio de nuevos intentos alemanes de cruzar a la Galia. Además, si cruzaba el río, sería el primer general romano en hacerlo y esto podría silenciar aún más cualquier crítica a sus acciones contra los germanos y aumentar su prestigio. También quería perseguir a la caballería alemana, que había estado ausente en el momento de su victoria sobre los Usipetes y Tencteri. Habían cruzado el Mosa en busca de comida y botín y luego se habían retirado por el Rin al territorio de los Sugambri, cuyas tierras se encontraban entre los ríos Lahn y Ruhr, e hicieron una alianza con ellos. Al enterarse de esto, César envió mensajeros a Sugambri para exigir el regreso de los fugitivos. Rechazaron su pedido, afirmando que el poder romano terminó en la orilla izquierda del Rin y que lo que hicieron no era asunto de César. Su victoria no había impresionado a muchas de las tribus germánicas: solo los Ubii enviaron una delegación y concluyeron un tratado de amistad con Roma. Tenían buenas razones para hacerlo. Ellos, como los Usipetes y Tencteri, estaban bajo la presión de los suevos, y César proporcionó una posible solución a ese problema. Ofrecieron barcos para transportar a su ejército a través del Rin. César rechazó esta oferta. Estaba preocupado por la seguridad del cruce. El Ubii puede haber parecido ansioso por su ayuda, pero ¿cómo podría estar seguro de ellos? Añade que tal cruce no sería coherente con su propia dignidad ni con la del pueblo romano. Seguramente, la dignidad era un importante concepto político y social romano que significaba el respeto que otros individuos o comunidades otorgaban a una persona o grupo. Es difícil entender lo que significa en este contexto. Quizás de mayor importancia fue el uso de las habilidades de ingeniería romanas para impresionar a los alemanes. En lugar de los barcos, César hizo construir un puente. Con un notable esfuerzo se completó en diez días. Caesar da una larga descripción técnica de su edificio que ha generado una controversia prolongada sobre su construcción detallada. Su ubicación es igualmente incierta, pero lo más probable es que se encuentre al otro lado del Rin medio, entre Andernach y Neuwied, justo al norte de Coblenza. El puente fue una impresionante hazaña de ingeniería. En esta zona, el Rin tiene un promedio de 1.300 pies de ancho y unos 20 pies de profundidad. Es difícil entender lo que significa en este contexto. 

Durante la construcción, varias tribus germanas se acercaron a César en busca de paz y alianza. Recibió favorablemente sus solicitudes, pidiéndoles que entregaran a los rehenes como prenda de buena fe. No está claro si estos rehenes alguna vez fueron entregados, pero más tarde César pudo reclutar mercenarios alemanes, por lo que su acción debe haber tenido algún efecto. Dejando una guardia en el puente, los romanos marcharon hacia el territorio de los Sugambri, quienes ya habían huido una vez que se enteraron de la construcción del puente. Como habían hecho algunos de los galos, buscaron refugio en los bosques llevándose consigo todas sus propiedades. César permaneció unos días en el territorio de Sugambri devastándolo y luego se trasladó a las tierras de Ubii. Allí hizo una promesa explícita a la tribu de que los ayudaría contra los suevos. Mientras tanto, se enteró por los exploradores ubios de que los suevos habían reunido a todos sus hombres capaces de portar armas en medio de su territorio y que librarían una batalla decisiva allí con los romanos. El lugar era demasiado remoto para una expedición, por lo que César volvió a cruzar el Rin y destruyó el puente detrás de él.

Aunque César afirma que había logrado sus objetivos de intimidar a los alemanes, castigar a los Sugambri y ayudar a los Ubii, es difícil ver la expedición alemana como un éxito. Los pocos días dedicados a destruir la propiedad de los Sugambri y las inciertas promesas alemanas de paz y amistad valieron poco. El Sugambri lo había eludido durante su estadía de dieciocho días al otro lado del Rin. No se enfrentó a los suevos, que eran el principal problema romano en el oeste de Alemania, y es difícil saber cuán seria fue su promesa de apoyo a los ubios. También César exagera la importancia del Rin como línea divisoria entre la Galia y los germanos. Las tribus germánicas de los Eburones y Atuatuci ya estaban asentadas al este de los Nervios. No fue esta campaña al este del Rin lo que fue significativa, sino la serie de victorias de César en la Galia lo que marcó la diferencia. Es probable que si César no hubiera hecho campaña, los germanos habrían aumentado su migración a la Galia y ocupado gran parte de ella.

A pesar de que ya era tarde en la temporada de campaña, probablemente a fines de julio, César hizo los preparativos para su expedición a Britania. En este punto de su narración afirma que el motivo de la expedición fue que los galos habían recibido ayuda de sus parientes al otro lado del Canal. El biógrafo Suetonio menciona otra razón: la lujuria de César por las perlas. Esto es difícilmente persuasivo. Aunque César menciona otros recursos naturales, guarda silencio sobre las perlas, y algunos escritores romanos posteriores consideraron que las perlas británicas eran pequeñas, descoloridas y oscuras. Escribiendo dentro de una generación de la muerte de César, el geógrafo Estrabón menciona que la isla producía esclavos, pieles, oro, plata y estaño, pero en la generación de César se sabía mucho menos sobre los productos de la minería británica. Cicerón menciona que había oído que no había oro ni plata en Britania. César indica que había estaño y hierro pero nada dice de los metales preciosos. Hubo un comercio sustancial con las tribus en la costa noroeste hasta el sur del Loira. Pero esto no era una preocupación romana. César afirma que los mercaderes que comerciaban con los britanos solo conocían la parte de Britania frente a la Galia y fueron de poca ayuda. Bien puede ser que temieran los efectos de una invasión en sus rutas y clientes establecidos, pero eso no indica que temieran ser reemplazados por romanos e italianos. Una invasión alteraría sus relaciones establecidas y haría inseguro el movimiento. Estas fueron razones suficientes para ser reacios a proporcionar información a los romanos.

La afirmación de César de que los británicos brindaron apoyo a las tribus galas en su lucha contra los romanos puede ser cierta, pero exagerada. Él registra que el sureste de Gran Bretaña estaba habitado por belgas, que habían invadido el área y luego la habían colonizado. Las monedas y otras evidencias arqueológicas apuntan a sucesivas migraciones de belgas que comenzaron aproximadamente un siglo antes de la llegada de César a la isla. Ciertamente había vínculos entre las tribus belgas de Gran Bretaña y las del continente. En su discusión sobre los belgas continentales, César menciona que, según la memoria viva, Diviciacus, el rey de Suession, también había gobernado Gran Bretaña, presumiblemente en el sureste belga. En el 57, después de la derrota de los belgas, los jefes de los belovacos que habían persuadido a su pueblo para que luchara huyeron a Gran Bretaña. En el 55, en vísperas de su primer desembarco en Britania, César envió a Comio, a quien había hecho rey de los atrebates, a Gran Bretaña como enviado porque poseía una gran influencia allí, presumiblemente entre los atrebates asentados en Gran Bretaña. A pesar de estos lazos, César no proporciona evidencia de un apoyo británico sustancial a sus enemigos en la Galia.

La razón más importante de la invasión se encuentra en la posición política de César en Roma. Si originalmente había planeado la invasión para el 56, su intento de vincularla con la seguridad de la Galia, que ahora afirmaba que estaba pacificada, proporcionaría una razón más para extender su mando. Su prestigio se vería reforzado por ser el primer romano en cruzar el canal con un ejército. La invasión británica tiene su contrapartida en su travesía del Rin. Ambas eran formas de justificar el mando de César y realzar su posición. Estas acciones parecen dirigidas menos a los alemanes y británicos y más a sus enemigos políticos en Roma. La búsqueda de riquezas era ciertamente un motivo, pero subordinado.

El primer desembarco en Gran Bretaña en el 55 fue poco más que un reconocimiento en vigor. César llevó sus legiones al Paso de Calais en el territorio de los Morini que, ahora intimidados por la concentración de fuerzas, se rindieron. El ejército que reunió para esta campaña era ciertamente demasiado pequeño para lograr algo más que preparar el camino para una expedición más grande. Consistía en la Séptima Legión y su favorita, la Décima, ligeramente equipada para ahorrar espacio, y una fuerza de caballería navegando en un convoy separado desde un puerto diferente. Debió esperar que lo encontrarían tribus británicas con las que ya había estado en contacto diplomático antes de zarpar y que se someterían formalmente. César no menciona el puerto del que zarpó en el 55 pero al año siguiente zarpó de Portus Itius,

Cuando César partió, la caballería aún no se había embarcado y un cambio de tiempo impidió que se uniera a él. Cuando zarpó el 26 de agosto, César había elegido el puerto natural de Dover para su desembarco, pero los escarpados acantilados cubiertos de defensores hicieron imposible desembarcar allí. Navegó hacia el norte a lo largo de la costa, probablemente aterrizando entre Walmer y Deal. Los británicos habían seguido el ritmo de sus barcos mientras zarpaban de Dover y estaban listos para oponerse a su desembarco. A pesar de tener que desembarcar en el agua debido a la pendiente de la playa, las tropas se abrieron paso hacia la costa y derrotaron a los británicos, pero la persecución fue imposible sin la caballería. En este encuentro inicial los romanos tuvieron su primera experiencia de lucha con carros.

Una tormenta cuatro días después dañó gravemente los barcos de César. Esto condujo a la reanudación de los combates con los británicos, que fueron derrotados una vez más. Estos éxitos tuvieron algún efecto. Varias tribus se sometieron y, como castigo por su negativa inicial a rendirse, César duplicó el número de rehenes que exigía y ordenó a las tribus que los transportaran a la Galia. Dado lo avanzado de la estación -se acercaba el equinoccio de otoño-, César volvió a la Galia. La expedición casi había terminado en un desastre debido al clima. La fuerza era demasiado pequeña para lograr algo significativo, no se había prestado suficiente atención al clima en el Canal y se había dedicado muy poco tiempo a prepararse para el cruce. A pesar de sus deficiencias, la expedición británica produjo los resultados políticos que César podría haber deseado:

sábado, 22 de abril de 2023

Guerra franco-prusiana: La frontera en 1870 (2/2)

La frontera de 1870

Parte I || Parte II
W&W






Moltke había encargado al Tercer Ejército alemán, comandado por el príncipe heredero de Prusia Friedrich Wilhelm, la invasión de Alsacia. Consistió no solo en tropas prusianas sino también en los contingentes de los estados del sur de Alemania. Aunque Moltke estaba impaciente por que avanzara antes, había descendido a la frontera francesa el 4 de agosto. Directamente en su camino estaba la pequeña ciudad de Wissembourg en el río Lauter, adonde había llegado la noche anterior una división de infantería francesa de 6.000 hombres comandada por el general Abel Douay. El superior inmediato de Douay, el general Ducrot, había desdeñado las advertencias de las autoridades civiles de la ciudad sobre una fuerte acumulación de fuerzas alemanas al norte de Wissembourg, y descartó la amenaza como un "puro engaño". El cuartel general imperial envió una advertencia de un ataque inminente a principios del día 4,

La sorpresa fue completa cuando las tropas bávaras irrumpieron a través de los prados que bordean el Lauter hacia las murallas de la ciudad, y las descargas de proyectiles comenzaron a caer sobre las posiciones francesas. Los hombres de Douay lucharon duro esa mañana, pero se vieron obligados a retirarse cuando un número abrumador de tropas prusianas cruzó el Lauter hacia el sur y los flanqueó. Douay fue destripado por un proyectil, un batallón de sus hombres en la ciudad no recibió a tiempo la orden de retirada y se vio obligado a rendirse, mientras que unos pocos cientos de hombres que se refugiaban en el sólido Château Geissberg del siglo XVIII en una colina que dominaba Wissembourg fueron repelidos. repetidos ataques alemanes hasta que se vieron obligados a capitular alrededor de las 2 pm Su resistencia permitió que la mayor parte de la división escapara, menos unas 2.000 bajas, casi la mitad de ellas prisioneras. habían infligido 1, 551 bajas en los atacantes alemanes. No había tropas francesas lo suficientemente cerca para apoyar a Douay. Todo lo que Ducrot y MacMahon pudieron hacer fue observar el humo que se elevaba desde Wissembourg desde el mirador del Col du Pigeonnier, a kilómetros de distancia. La noticia corrió por otras columnas francesas mientras trabajaban bajo el calor: 'Tenías que haber estado allí para entender el efecto de esta noticia. Entonces, las cosas habían empezado mal.

La dispersión del 1 Cuerpo en el momento de la invasión alemana reflejó la situación estratégica general de las fuerzas francesas en Alsacia. Aunque MacMahon rápidamente reunió a sus divisiones y tomó posición en la cresta dominante de Frœschwiller, protegiendo un paso a través de los Vosgos y en el flanco de cualquier avance alemán hacia Estrasburgo, estaba lejos de cualquier apoyo. Al igual que otras unidades francesas, el 7º Cuerpo, con su cuartel general en Belfort, en el extremo sur de Alsacia, se había visto afectado por problemas de suministro tras la movilización y aún estaba incompleto. El emperador había insistido en que una de sus divisiones permaneciera en Lyon para mantener el orden en ese lugar conflictivo republicano, mientras otra de sus brigadas regresaba de Roma. El comandante del 7 Cuerpo, Félix Douay (hermano de Abel), se les había hecho creer, por los movimientos de señuelo de las tropas alemanas en la otra orilla del Rin, que la principal amenaza para Alsacia vendría del este, en lugar del norte, donde realmente se materializó. El 5 de agosto, Napoleón puso tardíamente a MacMahon al mando de todas las fuerzas en Alsacia. El mariscal tenía la reputación de ser uno de los soldados más distinguidos de Francia, con un historial de valentía en Argelia, Crimea e Italia. La división más cercana del 7 Cuerpo fue llevada rápidamente a él por ferrocarril, pero llegó esa noche sin su artillería. MacMahon también recibió autoridad sobre el 5 Cuerpo al norte alrededor de Bitche y le ordenó que se uniera a él; pero, al igual que otros comandantes franceses, el general de Failly del 5º Cuerpo estaba obsesionado con la idea de que la verdadera amenaza estaba en su frente y solo envió una división a MacMahon con retraso. Llegaría demasiado tarde.

Ni MacMahon ni su oponente, el Príncipe Heredero, tenían la intención de librar una batalla el 6 de agosto, pero una vez que la vanguardia alemana hizo contacto con los franceses a lo largo de las orillas del pequeño río Sauer, comenzó la lucha y tomó impulso propio, absorbiendo cada vez más unidades alemanas cuyos comandantes se negaron a aceptar un rechazo. En el ala izquierda francesa, en los bosques y claros al norte de Frœschwiller, los hombres de Ducrot hicieron retroceder el avance de un cuerpo bávaro. En el centro, en el pueblo de Wœrth y el bosque de pinos abierto llamado Niederwald al sur, el V Cuerpo prusiano no pudo avanzar mucho a pesar de la clara superioridad de la artillería alemana que golpeó a los franceses desde las colinas al este de Sauer. . Después de una mañana de lucha furiosa pero inconclusa, hubo una pausa antes de que se abriera la fase decisiva. El XI Cuerpo prusiano cruzó el Sauer al sur de la posición francesa, donde las laderas de la cresta de Frœschwiller eran menos empinadas, y comenzó a rodar por la línea francesa demasiado extendida mientras el V Cuerpo reanudaba su asalto, abriéndose paso a golpes hacia el centro francés. MacMahon había aceptado la batalla con 48.000 hombres, confiando en la fuerza de su posición y el temple de sus tropas. Estos incluían zuavos y turcos del Ejército de África, que confirmaron ampliamente su reputación como la mejor infantería del ejército francés, pero se enfrentaban a más de 80.000 alemanes. MacMahon, lanzando sucesivamente caballería, artillería e infantería, lanzó contraataques desesperados pero inconexos que no lograron detener la marea alemana por mucho tiempo. y comenzó a rodar por la línea francesa sobrecargada mientras el V Cuerpo reanudaba su asalto, abriéndose paso a golpes hacia el centro francés. MacMahon había aceptado la batalla con 48.000 hombres, confiando en la fuerza de su posición y el temple de sus tropas. Estos incluían zuavos y turcos del Ejército de África, que confirmaron ampliamente su reputación como la mejor infantería del ejército francés, pero se enfrentaban a más de 80.000 alemanes. MacMahon, lanzando sucesivamente caballería, artillería e infantería, lanzó contraataques desesperados pero inconexos que no lograron detener la marea alemana por mucho tiempo. y comenzó a rodar por la línea francesa sobrecargada mientras el V Cuerpo reanudaba su asalto, abriéndose paso a golpes hacia el centro francés. MacMahon había aceptado la batalla con 48.000 hombres, confiando en la fuerza de su posición y el temple de sus tropas. Estos incluían zuavos y turcos del Ejército de África, que confirmaron ampliamente su reputación como la mejor infantería del ejército francés, pero se enfrentaban a más de 80.000 alemanes. MacMahon, lanzando sucesivamente caballería, artillería e infantería, lanzó contraataques desesperados pero inconexos que no lograron detener la marea alemana por mucho tiempo. quienes confirmaron con creces su reputación como la mejor infantería del ejército francés, pero se enfrentaban a más de 80.000 alemanes. MacMahon, lanzando sucesivamente caballería, artillería e infantería, lanzó contraataques desesperados pero inconexos que no lograron detener la marea alemana por mucho tiempo. quienes confirmaron con creces su reputación como la mejor infantería del ejército francés, pero se enfrentaban a más de 80.000 alemanes. MacMahon, lanzando sucesivamente caballería, artillería e infantería, lanzó contraataques desesperados pero inconexos que no lograron detener la marea alemana por mucho tiempo.

Los contraataques de la caballería pesada francesa se hicieron legendarios en la memoria francesa de la guerra. Los coraceros, con sus cascos y petos de acero, se habían utilizado poco en las guerras del Segundo Imperio y habían conservado una visión de sí mismos como el brazo de choque ganador de batallas de élite. Rechazaron como herética cualquier idea de que en la guerra moderna la caballería se empleara mejor para recopilar información, hostigar las comunicaciones del enemigo y evitar que su caballería observara su propia infantería. Sin embargo, en Frœschwiller se les pidió que no derrotaran a un enemigo debilitado, su papel tradicional en el campo de batalla, sino que retuvieran a los enjambres de infantería alemana que se aproximaban armados con rifles de retrocarga. Sus órdenes requerían que cargaran no sobre llanuras abiertas sino por laderas empinadas cortadas por setos, enredaderas y hoppoles que soportaban enrejados de alambre, suelo totalmente inadecuado para la caballería. Hubo dos acciones distintas de caballería, una de la brigada de Michel hacia Morsbronn en el extremo sur del campo de batalla alrededor de las 13:15, la otra de la división de Bonnemains en el centro, bajando las laderas hacia las afueras de Wœrth alrededor de las 15:30 horas. ante una tormenta de artillería y fuego de armas pequeñas, su coraje no pudo hacer más que interrumpir el avance alemán. Cuando el general Duhesme, enfermo terminal, protestó, le dijeron que el sacrificio de sus hombres era necesario para salvar el derecho del ejército, y solo pudo exclamar: "¡Mis pobres coraceros!" El resultado no se parecía en nada al tipo de guerra para la que se habían entrenado estos soldados de caballería.

Fue allí donde tuvo lugar una gran carnicería. Aquellos desdichados jinetes, amontonados, confinados en un camino entre riberas, fueron fusilados a quemarropa por la infantería apostada en los jardines que dan al camino. No había combate, ni enemigo a un sable de los coraceros: era un desfiladero barrido por proyectiles. El camino estaba tan estorbado con los cadáveres de caballos y hombres que esa noche, después de la batalla, los prusianos se vieron obligados a desistir de su intento de marchar por ese camino con sus prisioneros.

A media tarde, los franceses se habían visto obligados a retroceder en una línea irregular que cubría el pueblo de Frœschwiller, objetivo de todos los cañones alemanes dentro del alcance. Los prusianos estaban ganando terreno; su artillería rastrillaba nuestra posición; Frœschwiller estaba en llamas', escribió el Mayor David del 45º Regimiento, registrando sus vanos intentos de detener un torrente de fugitivos: 'La batalla estaba perdida, tanto era evidente, y ya una masa de tropas había abandonado el campo de batalla... La orden de retirarse se le dio.' A las 5 de la tarde, los franceses habían desaparecido hacia Niederbronn y el desfiladero de la montaña a lo largo de un camino forestal lleno de muertos y moribundos, dejando todos los edificios alrededor repletos de heridos que fueron atendidos por un puñado de médicos. Durante los siguientes tres días, los cirujanos realizaron operaciones desde el amanecer hasta el atardecer. Uno de ellos recordaba que 'Algunos de los heridos se arrastraron hasta nosotros para adelantar su turno. Uno de ellos gritó: “La gente hace cola aquí. ¡Es como en el teatro!”. Y la risa se apoderó de todos aquellos desesperados. Los hombres se reirán, incluso en el Infierno.

Frœschwiller había sido una batalla más grande y sangrienta que Spicheren. Los alemanes habían comprado la victoria a un costo de 10.642 bajas, mientras que las pérdidas francesas se aproximaron a las 21.000, incluidos 9.200 prisioneros y 4.188 hombres que llegaron a Estrasburgo, que los alemanes pronto sitiaron. Mientras tanto, los campesinos de las aldeas en ruinas en el campo de batalla se vieron obligados a trabajar duro durante días cavando fosas funerarias en un clima que se había vuelto terriblemente frío y húmedo.

Las dobles derrotas del 6 de agosto produjeron un "verdadero pánico", un "desorden indescriptible", cuando se conocieron en el cuartel general imperial al día siguiente. Aproximadamente una cuarta parte del ejército había estado directamente involucrada en las derrotas, pero el efecto psicológico en el alto mando francés magnificó su impacto. En el transcurso de la semana siguiente, el emperador enfermo cambió de opinión repetidamente sobre qué estrategia adoptar. Su primer pensamiento fue que todo el ejército debería retroceder y concentrarse en el campamento de Châlons, aunque eso significaba renunciar a gran parte del este de Francia sin más competencia. Otras opciones solo se consideraron fugazmente; por ejemplo, retrocediendo hacia el suroeste para permanecer en el flanco del avance alemán, o concentrándose hacia el sur contra el Tercer Ejército del Príncipe Heredero cuando salía a Lorena a través de los pasos de los Vosgos en busca de MacMahon. El hecho de que durante dos o tres días después de sus victorias, los alemanes perdieron en gran medida el contacto con el ejército francés y estaban a oscuras con respecto a sus movimientos habría favorecido tal movimiento. Pero Napoleón sólo pensó en bloquear el camino directo a París. Brevemente, el 10 de agosto, se decidió hacer una parada en un brazo del río Nied, a 15 kilómetros al este de Metz, con los cuatro cuerpos inmediatamente disponibles, el 4º de Ladmirault, el 3º de Bazaine, el 2º de Frossard y la Guardia Imperial. Sin embargo, rápidamente se consideró que la posición era insegura, y al día siguiente el ejército retrocedió a Metz «por esa especie de atracción pasiva que ejercen las fortalezas sobre los comandantes indecisos». El hecho de que durante dos o tres días después de sus victorias, los alemanes perdieron en gran medida el contacto con el ejército francés y estaban a oscuras con respecto a sus movimientos habría favorecido tal movimiento. Pero Napoleón sólo pensó en bloquear el camino directo a París. 

La indecisión del alto mando se transmitió a la tropa, que no entendía por qué se alejaba de la frontera y del enemigo. Las marchas estaban mal organizadas, y los hombres tenían que pararse en filas completamente cargados durante horas y horas mientras esperaban su turno para unirse a una columna. La aparición de soldados de caballería alemanes con demasiada frecuencia hizo que los generales franceses supusieran erróneamente que la infantería enemiga debía estar muy cerca y provocó marchas nocturnas innecesarias en una semana de mal tiempo. Al llegar al campamento, escribió un teniente del 4º Cuerpo, 'los hombres, empapados hasta los huesos, incapaces de armar sus miserables pequeñas tiendas de campaña en un suelo que se había convertido en nada más que un mar de lodo, ni encender fuego para preparar la cena, incapaces incluso de comer su ración de pan que se había convertido en pulpa en sus morrales, sus rostros demacrados y sus ropas sucias, parecía a punto de caer de agotamiento'. Las cosas fueron peores para los hombres del derrotado 1 y 2 Cuerpo, muchos de los cuales habían perdido todo su equipo después de la batalla. Cada vez más, los soldados recurrieron a la mendicidad y al saqueo. Mientras tanto, la caballería proporcionó muy poca información y parecía esperar ser protegida por la infantería y no al revés. El alto mando lo mantuvo a sotavento de las columnas que marchaban en lugar de entre ellas y el enemigo.

Al asumir el mando, Napoleón había esperado cosechar los laureles de la victoria, pero ahora cargaba con el oprobio de las derrotas que supuso una enorme conmoción para la opinión francesa. La emperatriz recordó la Legislatura, que se reunió el 9 de agosto en medio de numerosas manifestaciones de partidarios de la oposición republicana, que exigían mayor poder parlamentario y la destitución del incompetente emperador a París. Dentro de la Cámara, Ollivier, el blanco del desprecio público, fue barrido del poder por un voto de censura. La moción fue propuesta por la derecha bonapartista, los mismos hombres que habían clamado más fuerte por la guerra y que aprovecharon su oportunidad para expulsar al despreciado ministerio liberal. Eugénie reemplazó a Ollivier con el Conde de Palikao, un viejo general de caballería que había encabezado la expedición francesa a China en 1860. El nuevo ministerio tomó una serie de medidas para reunir más hombres y dinero para luchar en la guerra y preparar a París para el estado de sitio: medidas que habrían parecido impensables tres semanas antes. El gabinete no quería que Napoleón regresara a París, lo que sería una admisión de derrota, pero vio la necesidad de apaciguar el sentimiento popular mediante el nombramiento de un nuevo comandante en jefe y jefe de personal, ya que se culpó tanto a Le Bœuf como a Ollivier. por el desastroso comienzo de la guerra.

También en el ejército, la falta de control estratégico de Napoleón hizo que él y Frossard fueran culpados de la derrota. En París y entre las tropas, el mariscal Achille Bazaine era el favorito popular porque había ascendido de rango y se sabía que había perdido el favor de la corte después de su mando del ejército en México. Desde el 5 de agosto, Bazaine tenía nominalmente autoridad sobre Frossard y Ladmirault, así como sobre su propio cuerpo, pero parecía reacio a ejercerla porque Napoleón y Le Boeuf habían seguido dándoles órdenes directas independientemente del nuevo arreglo. A instancias de la emperatriz, el 12 de agosto Napoleón accedió a regañadientes y nombró comandante en jefe a Bazaine, mientras que Le Boeuf, devastado, renunció como jefe de personal. "Ambos estamos despedidos", le dijo Napoleón. Ese día la caballería alemana entró en Nancy, la ciudad principal de Lorena,

La derrota había minado la autoridad y el prestigio del emperador, dado paso a un nuevo gabinete y comandante en jefe, y también había profundizado el aislamiento diplomático de Francia.