domingo, 23 de febrero de 2025

Peronismo: Cuando Eva Perón robó pistolas y ametralladoras a Ballester Molina

 

“Urgente y confidencial”: cómo obligaron a un empresario a venderle 5000 pistolas a la Fundación Eva Perón para crear una milicia obrera

La pistola Ballester Molina Cal.45 junto a un libro que habla de sus características

Una carta de puño y letra de Carlos Ballester Molina, a cargo de la empresa Hafdasa, cuenta cómo en 1951 lo conminaron a vender armamento a la Fundación de la esposa del presidente para proteger a Perón de posibles ataques


Germán Wille

El 28 de noviembre de 1951, a las 8.30 de la mañana, Carlos Ballester Molina hijo, presidente de la fábrica de armas Hafdasa, ingresó a un despacho del Ministerio de Hacienda donde había sido citado, de manera urgente, una hora antes. Allí fue recibido por un subsecretario de esa cartera de apellido Cicarelli que, sin demasiado preámbulo y de manera imperativa, le dijo: “Tengo la orden de la señora Eva Perón de adquirir a ustedes la provisión de 5000 pistolas y 2000 ametralladoras, entrega que deberá hacerse de inmediato y en la forma más confidencial”. La transmisión de esa orden, añadió entonces Cicarelli, provenía directamente del administrador de la Fundación Eva Perón (FEP), a la sazón el ministro de Hacienda del primer gobierno de Juan Domingo Perón, Ramón Cereijo.

El episodio está narrado en una carta que dejó escrita de puño y letra a su familia el propio Carlos Ballester Molina, fallecido en 1997, y a la que LA NACION tuvo acceso de forma exclusiva. En ella, el ingeniero y empresario cuenta, con lujo de detalles, cómo fue “obligado” a vender armas fabricadas por su empresa -las famosas pistolas semiautomáticas Ballester Molina- a la Fundación Eva Perón. Y como, además, hubo gente que le pidió “comisiones” durante la transacción.

Primeras líneas de la carta que Carlos Ballester Molina hijo dejó a sus familiares, escrita en una hoja con membrete
Primeras líneas de la carta que Carlos Ballester Molina hijo dejó a sus familiares, escrita en una hoja con membrete

Gentileza Ignacio Ballester Molina

Si bien la carta no lo dice, el armamento solicitado tenía como destino proteger a Perón de posibles ataques o tentativas para derrocarlo. De hecho, dos meses antes del encuentro en el Ministerio de Hacienda, el 28 de septiembre de 1951, el general Benjamín Menéndez había encabezado un conato de levantamiento contra el presidente. “A partir de ese intento revolucionario, salió la idea, no se sabe si por parte de Eva, que estaba muy enferma, o de alguien que la rodeaba, de que había que dar armas a la CGT a través de la Fundación para hacer una milicia para defender a Perón”, explica a este medio Roberto Azaretto, presidente de la Academia Argentina de Historia y miembro de la Comisión Directiva del Instituto de Historia Militar.

“Sufrí con todo esto durante toda mi vida”

“Obviamente las armas eran para armar la milicia de Perón”, asevera en el mismo sentido Ignacio Ballester Molina, de 51 años, abogado con una maestría en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas, hijo de Carlos y poseedor de la carta que su papá dejó a su familia para contar la verdad de lo que había pasado con la Fundación. “Las escribió para sus hermanos y para todos en general, porque lo acusaban de ‘peronista’, que él no lo era, por el tema de la FEP y de que él había armado la venta de armas. Incluso se peleó a muerte con uno de sus hermanos”, dice Ignacio, a quien su padre también le dejó documentos oficiales que certifican lo que él había escrito en su misiva.


Ignacio Ballester Molina recibió de manos de su padre la carta en la que este último explicaba cómo lo obligaron a vender armas a la Fundación Eva Perón
Gentileza Ignacio Ballester Molina

“Yo te voy a dar esto solo a vos, porque sabés guardar secretos. No se lo di ni se lo dije a nadie. Pero esto fue lo que pasó y yo sufrí mucho con todo esto durante toda mi vida. Hacé lo que quieras con esto”, le dijo Carlos a su hijo al entregarle la carta en sobre lacrado, apenas unos meses antes de su muerte. “Mi viejo en el momento en que lo llaman de la Fundación tenía 27 años. Se c... todo. Y mi abuelo (Carlos Ballester Molina padre, entonces dueño de Hafdasa) se había ido a Uruguay, porque se había peleado con Perón”, añade Ignacio.

Para poner la situación en contexto, vale decir que para el año 1951, la fábrica Hafdasa, ubicada en la calle Campichuelo 250, en el barrio porteño de Caballito, fabricaba, entre otro tipo de armas, las pistolas Ballester Molina que eran, desde 1938, las de uso oficial del Ejército Argentino y de una gran cantidad de fuerzas de seguridad del país.


Carlos Ballester Molina hijo junto a la pistola semiautomática Ballester Molina en el Museo de Armas de Buenos Aires

Gza. Ignacio Ballester Molina

Nacimiento y evolución de una empresa argentina

La historia de esta compañía había arrancado a principios de la década del ‘20, cuando dos inmigrantes mallorquíes que eran cuñados, Arturo Ballester Janer y Eugenio Molina abrieron en Buenos Aires una subsidiaria de la firma europea Hispano-Argentina para poder importar autos. Pero pronto, estos españoles no se contentaron con la mera importación y pensaron en crear una fábrica para hacer sus propios vehículos y motores. Así es como nace Hispano Argentina Fábrica de Automóviles Sociedad Anónima (Hafdasa) con su sede de una manzana en Caballito, donde se contaba con la máxima tecnología.

“Esta fábrica va con la historia de la época, en los años 30, de la sustitución de importaciones, que después enganchó con el peronismo. Imperaba la ideología de ‘hagamos las cosas nosotros por una cuestión de soberanía’”, explica Ignacio Ballester Molina y luego añade que, si bien Hafdasa fue creada por Arturo Ballester y Eugenio Molina, el gerente de la fábrica, desde el principio, fue Carlos Ballester Molina (padre), hijo de Arturo, padre de Carlos y el abuelo de Ignacio.


Una postal de la fábrica Hafdasa, ubicada en Campichuelo 250, en el barrio porteño de Caballito

Gentileza Ignacio Ballester Molina

Al comienzo, en la fábrica se producían motores diésel y a nafta, de diferentes potencias “íntegramente fabricados en Campichuelo”, asevera Ignacio. También hicieron camiones con motores diésel para el ejército y llegaron incluso a crear varios prototipos de autos, como el PBT, que no pudo desarrollarse más por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y los problemas para conseguir insumos.

Pero, más allá de la buena producción de motores y algunos vehículos que sostenía la firma, pronto pasaría a dedicarse a la fabricación de armas, rubro en el que se destacaría fuertemente. Primero, según cuenta Ignacio, se empezaron a confeccionar en la empresa los fusiles. “Bajo la licencia de Mauser, lo hacían en Hafdasa y lo proveían al ejército. Y les salían muy bien”, asegura el descendiente de los creadores de aquella empresa.


Carlos Ballester Molina padre prueba uno de los motores y chasis construidos en Hafdasa
Gentileza Ignacio Ballester Molina


Carlos Ballester Molina, uno de los creadores de la pistola argentina usada oficialmente por el Ejército Argentino, prueba un motor diesel también realizado en Hafdasa

AGN

Se crea la pistola Ballester Molina

Con este buen antecedente en su historial, para mediados de la década del ‘30, la Dirección General de Material del Ejército Argentino (DGME) encargó a Hafdasa la fabricación de armas portátiles. La idea era tener una pistola semiautomática calibre 45 que suplantara a la Colt M1911 1, el arma de puño que hasta entonces utilizaban las Fuerzas Armadas y la policía de la Argentina.

Así, con la base de los diseños de pistolas españolas de las marcas Llama y Star y con muchas similitudes a la mencionada Colt1911, nació la pistola Ballester Molina. En rigor, los primeros dos años, entre 1938 y 1940, el arma se llamó Ballester Rigaud, en homenaje al ingeniero francés Rorice Rigaud, que participó en el diseño de las pistolas. Pero pronto este profesional galo abandonó la fábrica (“maltrataba al personal”, asevera Ignacio) y el arma de puño pasó a tomar el nombre del dueño de la fábrica, con el que se harían célebres: pistolas Ballester Molina.


Carlos Ballester Molina (h.) habla a los operarios de Hafdasa

Gentileza Ignacio Ballester Molina


Juan Manuel Fangio visita Hafdasa y sonríe con los Ballester Molina, Carlos padre y Carlos hijo
Gentileza Ignacio Ballester Molina

Las armas tenían la característica de que podían intercambiar sus cargadores y cañones con las Colt que utilizaban hasta entonces los uniformados argentinos. La Ballester Molina tenía, entre otras de sus características, un rombo grabado en la base del cargador con las letras HA, correspondientes a Hispano Argentina.

El tema es que, luego de superar exigentes pruebas de calidad, entre 1938 y bien entrada la década del ‘50, la pistola Ballester Molina, se convirtió en el arma de puño oficial de varias fuerzas de seguridad del país. Entre ellas, el Ejército, la Policía Federal, la Policía Aduanera, la Gendarmería Nacional, la Armada Argentina.


El general Juan Domingo Perón bebe una copa con Arturo Ballester Janer (con canas, barba y bigote) y Carlos Ballester Molina padre (traje negro, de frente)
Gentileza Ignacio Ballester Molina

Ignacio Ballester Molina asevera que en Hafdasa había una “conexión genuina entre la patronal y los obreros: había 600 operarios industriales y nunca hubo un problema sindical”. Destaca, además, que cada parte de la pistola, “hasta el último tornillo” se realizaba en la Argentina.

El hijo y nieto de los que llevaron adelante aquella fábrica de armas cuenta una curiosidad más, que tiene que ver con la historia del peronismo, y también de la Argentina: “José Ignacio Rucci, con su bolsito que venía de Navarro, cayó a la fábrica a buscar laburo. Ahí empezó a hacer sus primeras armas, literal y metafóricamente, y empezó a hacerse conocido... se convirtió en el delegado gremial de la fábrica”.


El rombo con las letras HA, de Hafdasa, en la base del cargador de la Ballester Molina

Forgotten Weapons

Proteger a Perón

Fue a finales de noviembre de 1951 cuando Carlos Ballester Molina hijo recibió la invitación telefónica para asistir al Ministerio de Hacienda. Para aclarar los términos entre los dos empresarios con el mismo nombre. Carlos Ballester Molina padre, nacido en 1898, ingeniero industrial y pionero en el desarrollo de Hafdasa, se había ido unos años antes a vivir a Uruguay y había dejado a cargo de la compañía a su hijo Carlos, nacido en 1925 -tenía solo 27 años- y graduado de ingeniero aeronáutico en la provincia de Córdoba.

En ese entonces, el general Juan Domingo Perón estaba en las postrimerías de su primer mandato presidencial y ya había lanzado su candidatura para la reelección. En principio, hubo una gran movida para que Eva Perón, su esposa, fuera su compañera de fórmula -hubo un anuncio multitudinario en la 9 de julio en agosto de ese año-, pero finalmente, la misma Eva anunció la renuncia a su candidatura. Se encontraba gravemente enferma.


La actriz Eva Perón junto a su esposo y presidente de la Argentina, general Juan Domingo Perón
Getty Images


Primera plana de La Nación que reporta que fue sofocado un intento de golpe de estado contra Perón del 28 d septiembre de 1951, posiblemente el hecho que dio pie a la compra de armas por parte de la Fundación Eva Perón

Archivo Nacional de la Memoria

A su vez, grupos opositores al gobierno, en especial dentro de las Fuerzas Armadas, planificaban acciones para la caída del gobierno, como la de septiembre del ‘51, cuando el general Menéndez a la cabeza de varios uniformados intentó dar un golpe de estado.

Si bien el gobierno contaba con fuerte apoyo de buena parte de la población, había también distintos sectores dispuestos a terminar con él. Por ello fue que alguna persona relacionada a la Fundación Eva Perón (¿la misma Evita?) tuvo la idea de formar milicias obreras para proteger al líder. Y allí se produjo el “pedido” de armas a Hafdasa. Un pedido del que el propio Carlos Ballester Molina hijo dejó constancia a través de una carta, fechada en febrero de 1953, y varios documentos probatorios, que quedaron en posesión de su hijo Ignacio.


Eva Perón en un acto por el día de la minería; detrás suyo se encuentra Ramón Cereijo, ministro de Hacienda del primer gobierno de Juan Domingo Perón y administrador de la Fundación Eva Perón
Fundación Ceppa

Un pedido y una amenaza

En la misiva, Carlos Ballester Molina asegura que la primera reacción que tuvo ante la exigencia de Cicarelli de vender las pistolas y ametralladoras a la Fundación Eva Perón fue negarse: “Al recibir esta orden y ver los efectos que dichas armas podían producir, objeté”, escribió el ingeniero. Luego, el empresario le aseguró a su interlocutor que responder a esa solicitud era “completamente imposible” ya que no tenían en los almacenes los materiales necesarios para la producción de esas unidades.

Entonces, el ingeniero recibió una respuesta cargada de ironía por parte de Cicarelli, quien se mostró extrañado por la respuesta evasiva de Ballester Molina, pues él tenía “toda la documentación pertinente” a las declaraciones juradas al Ministerio de Industria donde se hacía mención de los aceros al cromo-níquel y demás herramientas que tenía la fábrica para le ejecución de eventuales trabajos. Esta intervención del hombre de Hacienda sería lo que hoy se llama “un carpetazo”.


Aviso de General Electric sobre su trabajo en el edificio de la Fundación Eva Perón, que tenía su sede donde hoy se encuentra la Facultad de Ingeniería, en Paseo Colón al 800. Revista de Arquitectura 1953

A continuación, el subsecretario de Hacienda soltó una frase que al empresario le sonó como una velada amenaza: “Claro que si ustedes no quieren colaborar, nosotros le agradecemos de igual forma”.

En otro párrafo de la carta, Ballester Molina señala que se dio cuenta que el hecho de no aceptar llevar a cabo la operación “traería por consecuencia la clausura del establecimiento, quedando todo el personal obrero, muchos de los cuales tenían 30 años de servicio, en la calle y sin trabajo”. De modo que él decidió “‘agachar la cabeza’, como en tantas ocasiones la fuerza lo impone y realizar el convenio”.

La inscripción con los datos básicos en la corredera de la pistola Ballester Molina, un arma de industria argentina
Forgotten Weapons

El permiso del ejército

Cicarelli le dijo al empresario que recibirían un 30 por ciento de anticipo por la adquisición, pero también le informó que Hadfasa tendría la “obligación de un ‘descuento’ del cinco por ciento que diera en forma de donación” a la Fundación.

Otro pedido del funcionario preocupó seriamente al joven empresario, y así lo escribió en su carta: “Me dijeron así mismo que debía entregarlas (las armas) sin autorización del ejército, cosa que me opuse terminantemente, haciéndole saber que antes prefería ir preso o que me cerraran la fábrica como él me había amenazado”.


Humberto Sosa Molina (segundo desde la izquierda) junto a Juan Domingo Perón y otros militares en el USS Huntington, en el año 1948
wikicommons

La autorización del ejército que solicitaba Ballester Molina llegó tiempo más tarde, a través de una carta firmada por el ministro de Defensa de la Nación, general José Humberto Sosa Molina. Allí podía leerse: “Este Ministerio acuerda el permiso para que esa firma provea a la Fundación Eva Perón las 5000 pistolas automáticas con firma Ballester Molina, calibre 45, que oportunamente fueron solicitadas”.

Esta carta estaba dirigida a Industria General Argentina (IGA), una distribuidora de Hafdasa, que el propio Carlos Ballester Molina utilizó para realizar esta operación. “Mi viejo tuvo que inventar una empresa, que era IGA, para terciarizar el asunto”, señala Ignacio. A cargo de esa firma, el ingeniero puso a Carlos Stehlin, a quien describió en su carta como “de nacionalidad americana y que poseía la medalla de la lealtad peronista”.


Documento con la firma del Ministro de Defensa, General Sosa Molina, en el que se autoriza, por parte del Ejército Argentino, la venta de armas a la Fundación Eva Perón
Gentileza Ignacio Ballester Molina


La pistola Ballester Molina cal.45 fue utilizada oficialmente por el Ejército Argentino entre 1938 y fines de la década del '50

Facebook / Albumes de armamento y munición

¿Perón lo sabía?

En este punto de la carta, vale preguntarse si el general Perón podía haberse mantenido al margen de esta operación, si en verdad se trató de un operativo hecho a sus espaldas. De acuerdo con el historiador Roberto Azaretto, todo esta adquisición de armas se realizó “sin que se entere Perón”. El historiador asevera: “Cuando él se entera, lo impide y ordena que esas armas vayan al ejército”.

Carolina Barry, que es doctora en Ciencias Políticas, Investigadora Principal del Conicet y que realizó exhaustivos trabajos enfocados en Eva Perón y la rama femenina del peronismo, en diálogo con LA NACION, dio su propia versión al respecto: “Es muy difícil que Perón no lo supiera. Muchas veces se hacía el tonto. Estas eran cosas de Eva, pero difícil que no lo supiera”. Por otra parte, la académica coincide con Azaretto en que las armas fueron secuestradas por el líder justicialista. Según lo que investigó ella, luego las destinaron al arsenal Esteban de Luca y finalmente las entregaron a Gendarmería.



Los que estudiaron el tema de la compra de armas por parte de la Fundación Eva Perón opinan que Perón no sabía lo que estaba ocurriendo o que sabía y se hizo el desentendido
Archivo General de la Nación


Roberto Azaretto, presidente de la Academia Argentina de Historia, cree que la compra de armas para la Fundación Eva Perón se hizo a espaldas del mandatario

Gza. Roberto Azaretto

La versión de Ignacio Ballester Molina es similar: “Perón, enterado de la operación por Rucci y por Carlos Ballester Molina, esperó a que se hiciera, las secuestró de la Fundación y se las dio al Ejército”. El hijo del empresario añade algo en que coincide con Azaretto y Barry: “Jamás un militar como Perón hubiera permitido armar civiles”.

En ese sentido, Azaretto dice: “Para entender a Perón hay que tener claro que era un hombre del ejército, lo demostró cuando retornó en el ‘73, lo primero que hizo fue ponerse el uniforme, en ningún momento admitía el tema de la milicia”.


Como todo militar, el general Perón estaba en contra de que el pueblo se arme, coinciden los historiadores

Universal History Archive - Universal Images Group Editorial

“Como buen militar, a Perón no le pareció adecuado el tema de armar al pueblo, ya que contradice cualquier principio militar, del ejército sobre todo”, asevera Barry, aunque añade: “Pero también, según los cables de la CIA, es interesante ver la cantidad de intentos de asesinato que hay en esos tiempos contra Perón. El de septiembre del ‘51 es solo uno. En esa lógica, no me extraña que la misma Eva pensara en las armas y que Perón se hiciera el desentendido... después reaccionó”.

“Nosotros, los de la CGT”

La carta del ingeniero Ballester Molina tampoco lo dice, pero los historiadores coinciden en que las armas exigidas por la Fundación Eva Perón serían para repartir a través de la CGT, que en ese momento estaba a cargo de José Espejo, un hombre muy vinculado a la esposa del presidente. “Eran la mano derecha uno de otro -asegura Barry-. Espejo era más leal a Eva que al mismo Perón, es él el que plantea la vicepresidencia de ella para el segundo mandato. La CGT es la principal entidad que le da recursos a la Fundación Eva Perón, y ella se presentaba casi como diciendo: ”Nosotros, los de la CGT".


El secretario general de la CGT, José Espejo (tercero desde la izquierda), tenía un vínculo muy fuerte con Eva Perón
Gentileza Fundación Ceppa

La investigadora de Conicet deja otro dato interesante en relación con las armas que tenían como destino la CGT: “Tuve la oportunidad de conversar con gente cercana de Eva Perón, como la hija de José Espejo y la hija de Atilio Renzi, que era el intendente de la residencia presidencial en el Palacio Unzué, y ellas tenían el mismo tipo de arma que les había regalado la Fundación. Ambos tenían borrado en la empuñadura una inscripción que habían limado”.

Según lo que cuenta Ignacio Ballester Molina, las armas con destino a la Fundación, tenían marcada una letra “F” en el guardamonte, que es la pieza de metal que protege al gatillo. “La ‘F’ por la fundación”, aclara". Y Barry acota otro dato respecto a las pistolas: “Ya muerta Eva, la Fundación le entrega a las diferentes dependencias, como directoras de los hogares de tránsito, un arma para defenderse. Si son estas mismas pistolas o son otras, no lo sé”.


Carolina Barry, investigadora principal del Conicet, realizó un exhaustivo trabajo sobre la relación entre Eva Perón y la CGT
Gza. Carolina Barry

Eva Perón, José Espejo y Juan Domingo Perón, cuando todo era sonrisas

Ig @lo.invento.peron

Lo cierto es que, luego de la muerte de Eva Perón, el 26 de julio de 1952, es el propio general Perón el que decide desprenderse de todos los hombres que habían estado cerca de ella. “Se los saca de encima”, dice Azaretto y añade: “A los pocos meses los hace renunciar. En el 17 de octubre posterior a la muerte de Evita, en el acto, hay una silbatina enorme contra Espejo que hace que esa misma noche renuncie a la secretaría general de la CGT. En pocos meses, no queda nadie de los que habían llegado a posiciones con el influjo de Evita”.

“Según la familia de Espejo, antes de morir, Eva le había pedido al dirigente que se exiliara porque la iba a pasar muy mal”, dice Barry, en el mismo sentido.


Documento donde IGA detalla los plazos de entrega de las pistolas Ballester Molina a la Fundación Eva Perón
Gentileza Ignacio Ballester Molina

El Príncipe de Holanda

La carta de Ballester Molina contradice también otra versión que existía entonces y subsistió en el tiempo que decía que, en realidad, el que había provisto las armas para las milicias obreras había sido el príncipe consorte Bernardo, de Holanda.

Esto se refleja en una escena de la película Eva Perón, de Juan Carlos De Sanzo, cuando la mujer del general -interpretada por Esther Goris-, sabiendo que no le queda mucho de vida, le dice a Espejo y a otros dirigentes: “Yo no sé qué va a ser de mí ahora, Dios dirá, pero por sobre todas las cosas quiero que nunca lo dejen solo a Perón (...) yo le compré al príncipe de Holanda 5000 pistolas automáticas y 1500 ametralladoras. Son para ustedes, muchachos, que sirvan para defender a Perón".

El príncipe consorte Bernardo de Holanda, marido de la reina Juliana, ayuda a Eva a ponerse su abrigo en una cena íntima en la residencia presidencial.

Gentileza Fundación Ceppa

Si bien se trata de un diálogo ficcionado escrito por el guionista José Pablo Feinmann, la relación entre el príncipe consorte Bernardo -abuelo del actual rey de Holanda- y las armas no era algo descabellado: “Mi pista venía por ese lado”, señala Barry y añade: “Él príncipe estuvo en la Argentina en abril de 1951, la condecoró a Eva con la Gran Cruz de la Orden de Orange-Nassau, parte de sus negocios era el tráfico de armas... pero no es fácil de comprobar en documentación”.

Azaretto, por su parte, niega esta posibilidad, y la considera una “leyenda”. “No es cierto que las armas las haya vendido el príncipe. Fue Ballester Molina. Bernardo visita por esa época la Argentina, acá lo agasajaron, lo llevaron a la Ciudad Infantil, lo que hacía el peronismo en esa época, pero en realidad él lo que concreta es la venta de material ferroviario muy importante”.

Fragmento del filme Eva Perón, de Juan Carlos Desanzo
Fragmento del filme Eva Perón, de Juan Carlos Desanzo

El historiador tiene una explicación para esta versión: “Usaban eso como nombre clave para la compra de armas, se decía Operación Príncipe de Holanda, de ahí viene la confusión de que las armas las vendía él”.

Tras la caída de Perón en septiembre de 1955, el gobierno que lo derrocó comenzó a investigar las acciones ilícitas o sospechosas de serlo realizadas por el gobierno peronista. Una de estas acusaciones puede leerse en la primera plana del diario Clarín, del 30 de septiembre de 1955, donde se informa: “Por orden del entonces ministro de Defensa, general Sosa Molina, se entregaron en 1952 a la Fundación Eva Perón 5000 pistolas calibre 45 Ballester Molina”. El que había informado a la comisión investigadora sobre esa entrega de armas, según el mismo periódico, era el exministro de Hacienda, Ramón Cereijo.


Carlos Ballester Molina hijo recibió el pedido de suministrar armas a la Fundación Eva Perón

Gentileza Ignacio Ballester Molina

Aquí no se hace mención al príncipe de Holanda pero, así como Barry, hay historiadores del peronismo, como Norberto Galasso, que sugieren que el noble neerlandés tuvo alguna participación en esta operación. Pero la carta de Ballester Molina no lo menciona en modo alguno.

El pedido de “comisiones”

Con respecto a las ametralladoras mencionadas en la carta de Ballester Molina, es menester aclarar que esas efectivamente nunca llegaron a la Fundación Eva Perón. De hecho, entre los documentos que tiene Ignacio Ballester Molina, hay uno, con fecha del 6 de agosto de 1952, que corresponde a la rescisión de contrato por la compra de esas armas de común acuerdo entre IGA y la FEP.

Además de la manera imperativa en que se exigen las armas y el pedido de aquel “descuento” de 5 por ciento en favor de la FEP, en la transacción hay otro detalle curioso que remarca Ballester Molina en su carta. Esto es un llamativo pedido de “comisiones” para dos personas.

Se lee en la carta: “He aquí que aparece un señor Henry Frank, sabedor de esta negociación, diciéndonos que era (indispensable) otorgarle a favor de él y de una señorita Raquel Rubin una bonificación del 2 y medio por ciento para él y del 5 por ciento para la segunda”. El empresario acota que si eso se suma al 5 por ciento de donativo exigido por Cicarelli llega todo al 12 y medio por ciento, lo que reducía la ganancia por cada pistola de 800 pesos a prácticamente 700 pesos.

Documento donde queda asentada la contribución a la señorita Raquel Rubin por su intervención en la compra de armas
Gentileza Ignacio Ballester Molina

Dos cartas dirigidas respectivamente a Rubin y a Frank por parte de IGA confirman el acuerdo por el pago de estas “comisiones” a ambos personajes, por sus supuestas tareas para contribuir en la operación de la compra de armas. Para Ignacio Ballester Molina, esto se trató, lisa y llanamente de un “pedido de coima”.

La entrega de las armas a la Fundación entra en una nebulosa. De acuerdo con uno de los documentos, el envío final de las pistolas estaba estipulado para el 31 de julio de 1952. Pero lo más seguro es que los tiempos se hayan dilatado o que, teniendo en cuenta la muerte de Evita y la caída en desgracia de sus allegados, las últimas entregas nunca se hayan producido.


La firma de Carlos Ballester Molina hijo en la carta que dejó para que sus familiares conocieran la verdad sobre la venta de armas a la Fundación Eva Perón

Gentileza Ignacio Ballester Molina

En la carta, Ballester Molina informa que el 1 de abril de 1952 se fue de viaje a los Estados Unidos, donde llegó en agosto, previa recorrida de latinoamérica. El empresario aclara en su carta: “En ese lapso de tiempo parece que unos componentes de IGA realizaron negocios con el gobierno, ejecutando con la Fundación negocios a los que me encontraba completamente ajeno”.

“Las armas se vendieron cuando mi viejo se fue a ese viaje”, asegura Ignacio, en consonancia con lo que escribió su padre en la carta. El hijo de Carlos Ballester Molina cierra este tema con un pensamiento paradójico: “A mi viejo y a mi abuelo jamás les importó hacer armas. Empezó por un encargue que les salió demasiado bien. El vector de su vida era ser un fabricante de vanguardia de autos y de aviones....emular a (Henry) Ford y a (Howard) Hughes”. Pero la historia se disparó hacia otro lado...


viernes, 21 de febrero de 2025

Argentina: La arquitectura francesa de la Estancia "La Porteña"

"Un castillo más centenario"




En 1883, cuando enviudo de su marido, Salvador Maria del Carril, Tiburcia Domínguez, ya con 70 años, se dispuso a gastar todo el dinero que su marido le retaceo durante toda su vida. Para ello contrato a un arquitecto francés y le encomendó la construcción de un castillo  en una de sus estancias , la elegida fue "La Porteña", en Lobos y a la vera de una laguna. Cuando la obra estuvo terminada, amueblada y decorada, ella lo habito y le dejo el casco original de la propiedad para el personal. En el majestuoso castillo Doña Tiburcia realizó fastuosas reuniones y fiestas congregando a lo mas importante de la sociedad porteña de entonces, y residió en el hasta su muerte ocurrida en 1898. Con los años y las consecuentes sucesiones familiares las 8 mil hectáreas de la estancia se fueron reduciendo, hoy el castillo solo cuenta con su parque de 350 hectáreas, pero conserva su imponencia y esplendor como cuando se lo inauguró.





Por : Adalberto Timo - MEMORIAS CURIOSAS ARGENTINAS

jueves, 20 de febrero de 2025

Patagonia: Un hueco donde convivieron chilenos y argentinos

Lago Blanco, Huemules, El Chalía y Balmaceda 1910/1920. Convivencia entre argentinos y chilenos

La voz de Chubut




Racho de troncos en el Alto Simpson

Los chilenos llegaron a la Región de Lago Blanco, Valle Huemules y El Chalía provenientes de los territorios argentinos de Neuquén, Río Negro y Norte de Chubut. Habían ingresado a la Argentina porque el gobierno chileno les había concedido sus tierras a grandes empresas ganaderas y a colonos de origen anglosajón. Carlos Von Flack se dedicaba a expulsar colonos de pocos recursos para apropiarse de sus tierras y luego venderlas a grandes terratenientes. Para ello se valía de sus conocidos en el gobierno de Chile. En 1918 llegó a promover un conflicto armado en Lago Buenos Aires (lado chileno) entre pobladores y carabineros de Chile.

Estos pobladores chilenos, expulsados de sus tierras se movilizaban en grupos y donde se establecían formaban pequeñas comunidades, ya que de ese modo se ayudaban mutuamente y mantenían sus costumbres y lazos familiares. Entre 1910 y 1920, colonos chilenos ocuparon la totalidad del Valle del Lago Blanco, transformándolo en una especie de colonia chilena.

Diversas circunstancias, como la exigencias desde 1914 del abono de un canon de pastaje, y la posterior entrega de tierras en arrendamiento desde principios de la década del 20, privilegiando a europeos, argentinos y norteamericanos, motivó que los chilenos radicados en Argentina se alejaran de la región para colonizar los valles cordilleranos de Chile a los que era imposible acceder desde la costa del Océano Pacífico. Es decir que el gobierno argentino instrumentó una política que negaba la entrega de tierras a chilenos en regiones lindantes con el límite fronterizo. Algunas de las regiones de Chile que se poblaron por dicha política son: Cuenca del Río Frías (vecina al valle argentino de Apeleg, Balmaceda, Chile Chico (en Lago Buenos Aires), el Backer, etc.

José Antolín Ormeño emigró a Argentina en 1.906. Allí residió en los territorios de Neuquén, Río Negro y Chubut. Entró al Alto Simpson en 1913 y por iniciativa propia a fines de 1916 trazó el plano del pueblo Balmaceda. Para 1919, al Valle del Alto Simpson lo habitaban 155 personas, de las cuales 125 eran chilenos repatriados de Argentina. Por su parte, un poco más al norte, el Bajo y el Alto Coyhaique, ya contaban con incipientes poblaciones.

Hasta ese momento, el comercio de lana, animales y cueros se realizaba en su totalidad con Argentina. Tanto era así, que en esa parte del territorio el dinero chileno no era utilizado ni aceptado por los propios chilenos. Durante el verano, los pobladores con mayor poder adquisitivo cruzaban la frontera para comercializar sus productos en Comodoro Rivadavia, en la Costa Atlántica. Los menos pudientes se conformaban con hacerlo con los mercachifles que llegaban procedentes del lado argentino. También en sus costumbres asimilaron la vestimenta y los modos del habla que imperaban en Argentina.

Si bien durante varias décadas la zona de Balmaceda dependió económicamente de Argentina, esa región chilena también hacía sentir su presencia al otro lado de la frontera. Gracias a su abrupta geografía y los frondosos bosques, resultaba el refugio ideal para los cuatreros y criminales que operaban en Argentina.

Durante varias décadas, las mujeres fueron un bien escaso en la mayor parte de la Patagonia. Esta particularidad, a la que se denominó “el mal de la Patagonia”, se acrecentaba en los territorios más alejados de la costa. El rincón comprendido por Lago Blanco, Valle Huemules y Balmaceda no resulté ajeno a él. Esa necesidad de presencia femenina fue medianamente salvada con la proliferación de prostíbulos. En el pueblo de Balmaceda se los toleraba como mal necesario. A ellos asistían hombres de los dos países. También, de vez en cuando, alquilaban alguna de las profesionales y la llevaban a Argentina a pasar una temporada en algún puesto alejado del casco de estancia. En el pueblo de Lago Blanco, eran vistan en las fiestas populares. En general sus clientes eran peones de campo que además eran los que convivían mayor tiempo con la soledad.

Con los años, casi la totalidad de ellas, pudieron abandonar la profesión y formar familia.

A diferencia de los argentinos (en realidad, en un principio inmigrantes europeos) que solo cruzaban la frontera para pasear o comerciar, los chilenos lo hacían para radicarse. En general representaron la imprescindible mano de obra que se ocupaba de los trabajos pesados de las estancias y algunos poblados. De este modo, con el paso de las décadas las poblaciones de uno y otro lado se fueron entremezclando, dando lugar al nacimiento de familias compuestas por integrantes de las dos naciones.

La paz y la armonía entre los dos pueblos vecinos solo se vio perturbada en 1978, cuando Argentina y Chile, comandados por regímenes dictatoriales, estuvieron cerca de entrar en guerra por el conflicto del Canal de Beagle, en el extremo sur del Continente Americano.

Por ese acontecimiento, el Paso Fronterizo del Hito 50 permaneció cerrado entre 1979 y 1985

Texto del libro: “El Viejo Oeste de la Patagonia”, de Alejandro Aguado

miércoles, 19 de febrero de 2025

Estrategia soviética en el Medio Oriente

Estrategia soviética en el Medio Oriente (1965–1973)





Entre 1965 y 1973, la estrategia soviética en el Medio Oriente estuvo influida principalmente por preocupaciones geopolíticas más amplias, especialmente su involucramiento en Vietnam. La prioridad de la Unión Soviética era mantener las rutas de suministro hacia Vietnam del Norte, ya que las rutas terrestres a través de China estaban comprometidas debido a las tensiones sino-soviéticas y la Revolución Cultural. El cierre del Canal de Suez después de la Guerra de los Seis Días obligó a los soviéticos a utilizar la ruta marítima por el Cabo de Buena Esperanza, lo que dificultó considerablemente sus operaciones logísticas. Reabrir el canal se convirtió en una prioridad estratégica que condicionó muchas de sus políticas en la región.

La Guerra de los Seis Días y la moderación soviética

La Guerra de los Seis Días de 1967 no fue provocada ni alentada por la Unión Soviética, ya que el conflicto interrumpía sus objetivos estratégicos. Aunque la URSS había estado equipando a Egipto y Siria, no estaba preparada para una guerra a gran escala. A medida que aumentaban las tensiones, los soviéticos intentaron prevenir el conflicto, advirtiendo a Egipto sobre las intenciones israelíes y aconsejando cautela. Sin embargo, sus esfuerzos fueron insuficientes, y la guerra estalló. Durante el conflicto, la URSS evitó un enfrentamiento directo con Estados Unidos y se abstuvo de reabastecer a las fuerzas árabes. Solo amenazó con intervenir directamente el 10 de junio, cuando temió que Israel avanzara sobre Damasco.

Apoyo Posterior y la Guerra de Desgaste

Tras la Guerra de los Seis Días, la URSS reabasteció rápidamente a Egipto y Siria, extendiendo también ayuda a Sudán, Irak y Yemen. En 1970, el número de asesores militares soviéticos en Egipto había alcanzado los 20,000, integrándose en todos los niveles de las fuerzas armadas egipcias. La Guerra de Desgaste (1969–1970) marcó una mayor implicación soviética, ya que operaron sistemas de defensa aérea egipcios y proporcionaron cazas MiG-21 pilotados por soviéticos. Aunque esto fortaleció las defensas de Egipto, las contramedidas israelíes y la tecnología proporcionada por Estados Unidos limitaron la efectividad soviética.

La crisis en Jordania y la muerte de Nasser

En septiembre de 1970, durante la guerra civil en Jordania, los soviéticos apoyaron una incursión siria en el país con el objetivo de debilitar al rey Hussein y provocar la intervención de Israel o Estados Unidos. Sin embargo, el esfuerzo fracasó cuando las fuerzas jordanas repelieron a los tanques sirios. Ese mismo mes, murió el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, y su sucesor, Anwar Sadat, comenzó a reducir la influencia soviética en Egipto. A pesar de los intentos de la URSS por mantener el control, incluida la firma de un Tratado de Amistad en 1971, Sadat purgó a los funcionarios pro-soviéticos y comenzó a acercarse a Occidente.

Cooperación limitada y la guerra de Yom Kippur

Para 1973, la influencia soviética en Egipto había disminuido considerablemente, aunque continuaban suministrando armas a Egipto, Siria e Irak. Sadat informó a Moscú sobre sus planes de atacar a Israel, y aunque los soviéticos apoyaron a regañadientes a Egipto para preservar su influencia regional, retuvieron armamento ofensivo avanzado. Durante la Guerra de Yom Kippur de octubre de 1973, la URSS buscó mantener la polarización regional, esperando manipular la agresión israelí o una respuesta excesiva de Estados Unidos a su favor. Aunque los esfuerzos soviéticos de reabastecimiento a Egipto y Siria fueron significativos, no lograron cambiar el curso de la guerra. Cuando las fuerzas israelíes amenazaron con destruir a las tropas egipcias, los soviéticos incrementaron su preparación para una posible intervención, pero la diplomacia finalmente evitó un enfrentamiento directo entre superpotencias.

Consecuencias y declive de la influencia

Los resultados de la guerra fueron mayormente negativos para la URSS. Estados Unidos restableció relaciones con Egipto, excluyendo a la Unión Soviética del proceso de paz entre Egipto e Israel. Los soviéticos reforzaron sus lazos con Siria y Libia, y esta última compró 20,000 millones de dólares en armas soviéticas entre 1974 y 1985. Sin embargo, la pérdida de influencia en Egipto marcó un importante revés para la estrategia soviética en el Medio Oriente.

Este período refleja los desafíos de la URSS para equilibrar sus ambiciones regionales con prioridades globales más amplias, así como las limitaciones de su influencia en un escenario de alianzas en constante cambio en el mundo árabe.

martes, 18 de febrero de 2025

Patagonia: Los "gigantes de tres metros" de Magallanes

Patagones, los «gigantes de tres metros de altura» que Magallanes encontró en el extremo sur de América

por Jorge Álvarez || La Brújula Verde




Patagones en una litografía de Alcide d'Orbigny (1829). Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons


El año 2022 se cumplió el quinto centenario de la Primera Vuelta al Mundo, aquella expedición marítima española que permitió circunnavegar el globo y abrir una ruta hacia las islas de las especias, alternativa a la que discurría por el sur de África, monopolio de Portugal. Fue una aventura con mayúsculas en la que el primer gran hallazgo tuvo lugar en el invierno de 1520, seis meses después de zarpar, y no fue geográfico sino antropológico: la flota fondeó en la bahía de San Julián, en territorio de la actual Argentina, donde los expedicionarios se encontraron con un pueblo indígena cuyos miembros eran de gran estatura y por ello les llamaron patagones.

Fernando de Magallanes, un marino portugués nacido en Sabrosa (Vila-Real) en 1480, empezó a navegar en las Armadas de la India (las flotas que organizaba la Corona lusa para mantener la denominada Carreira da India, una ruta por mar que conectaba Lisboa con Goa doblando el Cabo de Buena Esperanza) en 1505, llegando a conocer bien el sudeste asiático por haber permanecido allí ocho años.

En 1511 participó en la conquista de Malaca y regresó rico a su patria, sumándose a la expedición militar que el rey Manuel I envió dos años después contra Azamor, una ciudad del Reino de Fez que prestaba vasallaje a Portugal.


Fernando de Magallanes en un retrato atribuido a la escuela de Bronzino. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Tras la batalla, Magallanes fue acusado de aprovechar su estancia en Azamor para comerciar, algo que estaba prohibido, lo que le trajo problemas con las autoridades lusas al retornar a Lisboa. Recusado y sin trabajo, empezó a considerar la posibilidad de embarcarse de nuevo hacia las Molucas, desde donde un ex-compañero, Francisco Serrao, le había escrito instándole a unirse a él porque estaba al servicio del sultán de Ternat. Magallanes empleó aquel tiempo muerto en estudiar mapas y portulanos en compañía del cosmógrafo Rui Falero, quien apuntó la idea de que quizá las Molucas quedasen en la parte española del Tratado de Tordesillas y no en la portuguesa.

Ese archipiélago de la actual Indonesia era conocido como la Especiería porque allí se obtenían las preciadas especias, sustancias vegetales aromáticas que se empleaban ya desde la Antigüedad como condimentos en la cocina y enmascaradoras del sabor y olor desagradables que generaba su putrefacción en una época en la que la conservación en frío se limitaba al hielo y la nieve en sitios naturales. Por eso alcanzaban precios exorbitantes y algunas crecían exclusivamente en esas islas -a las que también se llamaba el Maluco genéricamente-, en concreto la nuez moscada y el clavo (éste también en Madagascar).

Por eso también los portugueses guardaban celosamente la ruta hacia allí, que seguía el litoral atlántico africano para doblar el cabo de Buena Esperanza y continuar por el océano Índico, considerándola un monopolio suyo cedido por el Papa en el reseñado Tratado de Tordesillas. Pero, si Falero tenía razón y los cartógrafos del pontífice habían errado al fijar la línea divisoria, ello significaba que el rey español Carlos I era el auténtico dueño de la Especiería. Así que convenció a Magallanes para plantearle un viaje al Maluco al que pronto sería todopoderoso emperador del Sacro Imperio.


Itinerario de Magallanes, terminado por Elcano, en lo que constituyó la primera vuelta al mundo. Crédito: Sémhur / Armando-Martin / Wikimedia Commons

Eso sí, el trayecto debía ser distinto, por otro itinerario, ya que el rey Manuel I nunca lo autorizaría por África. De hecho, le hicieron la oferta a él primero, pero la rechazó terminantemente porque ello implicaba dos problemas. El primero, entrar en conflicto con Carlos porque el subcontinente sudamericano, con la excepción del actual Brasil, era español. Y segundo, si se abría una nueva ruta eso conllevaba el riesgo de que la otra decayera y pusiera así el punto final al monopolio que tantos beneficios le traía a Portugal.

Descartado viajar por tierra, muy largo, peligroso y caro, la única opción que quedaba era seguir un rumbo completamente opuesto: atravesar el Atlántico, doblar el continente americano por su extremo meridional, cruzar el Mar del Sur (al que bautizarían Pacífico, descubierto por Vasco Núñez de Balboa en 1513) y alcanzar el archipiélago viniendo desde el otro lado. Todo ello deja patente, por cierto, que la esfericidad de la Tierra era algo plenamente aceptado entre gentes medianamente formadas; no en vano había sido demostrado ya por Eratóstenes en el siglo III a.C. y el viaje de Colón mismo se había basado en ello.

Magallanes y Falero pasaron a Castilla y en Sevilla recibieron el apoyo de Juan de Aranda, factor de la Casa de Contratación, a las que se sumó luego el de Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, en plena efervescencia descubridora. Así fue cómo en 1518 el rey aceptó la propuesta y les nombró almirantes de la expedición que habrían de organizar, concediéndoles una serie de privilegios que, entre otros, incluían ser gobernadores de las tierras que hallasen, una vigésima parte de las ganancias y el monopolio de la explotación por una década.


Jefe patagón en un grabado francés. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Una vez dispuesto todo, no sin múltiples obstáculos (entre ellos la total oposición de Portugal), los cinco barcos fletados dejaron la Península Ibérica el 20 de septiembre de 1519 rumbo a las islas Canarias, donde se reaprovisionaron para hacer la travesía atlántica. Ésta concluyó el 13 de diciembre arribando a lo que hoy es Río de Janeiro. No hubo mayores problemas, más allá de la siempre atemorizadora aparición del fuego de San Telmo en los mástiles (una descarga electroluminiscente causada por la ionización del aire) y el descontento de algunos oficiales con el secretismo de Magallanes.

Tras el descanso pertinente, reanudaron la navegación haciendo cabotaje por la costa hasta descubrir lo que pensaban que era el paso hacia el Mar del Sur; se internaron por él, pero finalmente desistieron después de dos semanas. En realidad se trataba del estuario del Río de la Plata, de modo que salieron otra vez al océano y siguieron bajando por la costa hasta llegar a la mencionada bahía de San Julián, que fue donde encontraron aquel pueblo de gente tan alta. Patagones, los llamaron, un nombre de etimología incierta que serviría para denominar a toda la región, la Patagonia.

Tradicionalmente se dice que fue motivado al considerarlos «patones», o sea, de grandes pies, por las enormes huellas que dejaban en el suelo, probablemente agrandadas por las pieles con que envolvían sus pies aquellos indígenas para protegerse del intenso frío. Sin embargo, es una explicación tardía que no apareció hasta su reseña por el cronista Francisco López de Gomara mucho después (Gómara no pisó nunca América, pero adquirió gran renombre por ser el biógrafo oficial de Hernán Cortés y su capellán personal).


María, una patagona que habitaba en Bahía Gregorio en el Estrecho de Magallanes, dibujada por Phillip Parker King. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Probablemente fuera más bien una referencia a Patagón, un gigante que aparece en una novela de caballerías titulada Primaleón, publicada en 1512 como continuación de Palmerín de Oliva. Era un libro atribuido al escritor castellano Francisco Vázquez y que había adquirido gran popularidad en esa época, por lo que parece probable que Magallanes lo hubiera leído. Al fin y al cabo, fue él quien les puso ese nombre a aquellos nativos, según dejó escrito el cronista del viaje, Antonio de Pigafetta, sin especificar la razón.

Pigafetta era de la misma edad que su capitán, pero nacido en Vicenza, una ciudad de la República de Venecia. Astrónomo y cartógrafo afamado, había llegado a España acompañando al nuncio apostólico en 1518, justo a tiempo de enrolarse en la expedición porque sabía que navegando en el Océano se observan cosas admirables, determiné de cerciorarme por mis propios ojos de la verdad de todo lo que se contaba, a fin de poder hacer a los demás la relación de mi viaje, tanto para entretenerlos como para serles útil y crearme, a la vez, un nombre que llegase a la posteridad.

Registrado con el nombre de Antonio de Lombardía, se convirtió en el cartógrafo personal y traductor de Magallanes, siendo destinado a su nao, la Trinidad. Fue él quien redactó un relato sobre el periplo, Relación del primer viaje alrededor del mundo, que publicaría a su regreso en 1522 (aunque el original no se conserva); curiosamente, no menciona ni una vez en toda la obra a Juan Sebastián Elcano, que sería el que a la postre se llevase la gloria por haber conseguido culminar aquella pionera circunnavegación global tras morir el portugués en la isla filipina de Mactán.


Detalle del mapa de Diego Gutiérrez en el que se aprecia la expresión Gigantum Regio en la Patagonia. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Pero eso sería bastante tiempo más tarde. De momento, la flota estaba fondeada en la bahía de San Julián y los hombres mantenían intercambios comerciales con los ya bautizados como patagones, nombre del que saldría la gracia para referirse a toda la región, la Patagonia, a la que en los primeros mapas se solía añadir el complemento Gigantum Regio («región de los gigantes»). El territorio se reparte hoy entre Argentina y Chile, extendiéndose desde el litoral atlántico al pacífico, pasando por la meseta desértica del este, el sur del río Colorado, la región de Aysén y el tramo austral de los Andes, e incluyendo hoy Tierra del Fuego, las islas Malvinas y los archipiélagos al sur de Chiloé.

Esa relación intercultural vino determinada por la llegada del invierno austral, que obligó a Magallanes a invernar allí. Es interesante reproducir en las palabras textuales de Pigafetta cómo se produjo el primer encuentro:

    Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. Estaba en la playa casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo y echándose arena sobre la cabeza. El comandante envió a tierra a uno de los marineros con orden de que hiciese las mismas demostraciones en señal de amistad y de paz: lo que fue tan bien comprendido que el gigante se dejó tranquilamente conducir a una pequeña isla a que había abordado el comandante. Yo también con varios otros me hallaba allí. Al vernos, manifestó mucha admiración, y levantando un dedo hacia lo alto, quería sin duda significarnos que pensaba que habíamos descendido del cielo.


El veneciano pasa entonces a describir la peculiaridad física del nativo:

    Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura. Era bien formado, con el rostro ancho y teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas en forma de corazón en las mejillas. Sus cabellos, que eran escasos, parecían blanqueados con algún polvo. Su vestido, o mejor, su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, según tuvimos ocasión de verlo después. Este animal tiene la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo y la cola de caballo, cuyo relincho imita. Este hombre tenía también una especie de calzado hecho de la misma piel. Llevaba en la mano izquierda un arco corto y macizo, cuya cuerda, un poco más gruesa que la de un laúd, había sido fabricada de una tripa del mismo animal; y en la otra mano, flechas de caña, cortas, en uno de cuyos extremos tenían plumas, como las que nosotros usamos, y en el otro, en lugar de hierro, la punta de una piedra de chispa, matizada de blanco y negro. De la misma especie de pedernal fabrican utensilios cortantes para trabajar la madera.



Un marinero ofrece pan a una pareja de patagones para su bebé. Grabado basado en una acuarela anónima de 1780. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Era costumbre entonces exagerar las narraciones y basta con leer el Libro de las maravillas de Marco Polo o las leyendas que contarían los españoles sobre ciudades de oro, pero escribiendo Pigafetta que la cabeza de los marineros apenas les llegaba a la cintura del patagón (en 1526 el clérigo Juan de Aréizaga, cronista de la expedición de Jofre García de Loaysa, concretaría atribuyéndoles trece palmos de altura, es decir, dos metros noventa), se entiende que surgieran todo tipo de fantasías sobre la talla media que tenían aquellas gentes. Ahora bien, no fue exclusiva suya. A lo largo de las décadas y siglos posteriores otros marinos pisarían la Patagonia y dejarían testimonios igual de desmesurados.

Por ejemplo, Francis Drake pasó por allí a bordo del Golden Hind, camino del Estrecho de Magallanes, durante su viaje de tres años alrededor del mundo (1577-1580), y el capellán de su barco, Francis Fletcher, bajó a tierra y conoció a los patagones, asegurando que medían unos siete pies y medio (casi dos metros y veintinueve centímetros), aunque su capitán pareció quedar decepcionado porque dejó escrito para la Historia que los salvajes no son tan grandes como dicen los españoles.

Diez años más tarde, Anthony Kivet, uno de los marineros del corsario Thomas Cavendish que por enfermedad había sido abandonado en la Patagonia, afirmó haber visto cadáveres de patagones de tres metros y setenta centímetros de altura. No había acabado el siglo y a estas insólitas descripciones se sumó el testimonio del piloto inglés William Adams, famoso por alcanzar Japón y convertirse en asesor del shogun (su historia fue novelada por el escritor James Clavell y ha dado lugar a un par de adaptaciones televisivas). Adams contó que el barco en el que viajaba tuvo un enfrentamiento con los nativos de Tierra del Fuego, de los que dio fe de que eran extraordinariamente altos, sin concretar más.



Caciques tehuelches en 1903. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Los británicos no parecían tener bastante con ir a remolque de los españoles en lo de dar la vuelta al mundo; también aspiraban a superarles en fantasía. Incluso en una fecha tan tardía como 1766 el comodoro John Byron (abuelo del famoso poeta homónimo), realizó una circunvalación de la tierra a bordo del HMS Dolphin que logró en menos de dos años y durante la cual dijo haber visto indígenas de ocho pies de altura (dos metros cuarenta), alcanzando los mayores hasta nueve pies (dos metros setenta y cuatro), aunque siete años más tarde, al publicar su relato, redujo la medida a seis pies y seis pulgadas, o sea, un metro noventa y ocho; al fin y al cabo, reconoció que no los habían medido.

También los navegantes holandeses quisieron aportar su granito de alarde creativo y, así, el comerciante de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales Sebald de Weert en 1598, el pirata Olivier van Noort en 1599 y el corsario Joris van Spilbergen en 1615 afirmaron que la Patagonia estaba habitada por gigantes. Ese último año, Willem Cornelisz Schouten y Jacob Le Maire, recibieron la misión de buscar otra ruta hacia la Especiería para lo cual pusieron proa al cabo de Hornos (descubrirían el Estrecho de Le Maire para pasar), declarando haber encontrado en Puerto Deseado una tumba con huesos de gigante (actualmente se cree que eran fósiles de algún animal prehistórico).

¿A qué se debía esa visión deformada que, encima, contrastaba con la teoría del conde de Buffon de que los animales y las plantas del Nuevo Mundo eran pequeños en comparación con sus homólogos europeos? Lo cierto es que incluso algunos estudios científicos craneométricos del siglo XX acreditaban que los habitantes de la Patagonia eran muy altos, en torno a dos metros de media, si bien dichos estudios no eran unánimes. Esa estatura quizá se vería incrementada por los aditamentos, tal como explicó Charles Darwin tras ver algunos durante la expedición del Beagle y que dejó escrito en su Viaje de un naturalista alrededor del mundo:

    Durante nuestra anterior visita (en enero) habíamos tenido una entrevista, en el cabo Gregory, con los famosos gigantes patagones, que nos recibieron con gran cordialidad. Sus grandes abrigos de piel de guanaco, sus largos cabellos flotantes, su aspecto general, los hacen parecer más altos de lo que realmente son. Por término medio vienen a tener seis pies, aunque algunos son más altos; los más pequeños son pocos; las mujeres son también muy altas. En suma, esta es la raza más corpulenta que he visto en mi vida.


Darwin concuerda con lo que había atestigüado el navegante francés Luois Antoine de Bouganville, que visitó la Patagonia mientras dirigía la primera circunvalación del mundo para su país entre 1766 y 1769. Más comedido que sus predecesores, dijo que ninguno de aquellos hombres medía menos de cinco pies y cinco a seis pulgadas, ni más de cinco pies nueve a diez pulgadas, lo que significa un máximo de un metro setenta y ocho; altos, sin duda, especialmente para la época (la talla media en la Francia de la segunda mitad del siglo XVIII era de uno sesenta y seis), pero dentro de lo razonable. Bouganville también aportó una novedad que, como vemos, confirmó Darwin: Lo que me parecía gigantesco de ellos era su enorme constitución, el tamaño de sus cabezas y el grosor de sus extremidades.

De hecho, Darwin había llegado a esas latitudes, a bordo del Beagle, en diciembre de 1832 y permaneció varios meses; dos años después de que lo hiciera el explorador y naturalista galo Alcide d’Orbigny, quien después de pasar ocho meses estudiando a los indígenas dejó escrito en su obra Voyage dans l’Amerique Méridionale que no me parecieron gigantes, sino sólo hombres hermosos. D’Orbigny documentó su experiencia con puelches y patagones, aunque a estos últimos se les conoce ahora como tehuelches (o aonikenk, en su lengua). Algunos incluyen a los selknam (u onas), pero vivían más al sur, en Tierra del Fuego, y además su lengua no coincide con lo registrado por Magallanes, por lo que se descarta que fueran los que él encontró.


Fotografía de tehuelches exhibidos en la Exposición Universal de San Luis (1904) por el Departamento de Antropología. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

En realidad, los tehuelches tampoco hablaban todos el mismo idioma porque eran un mosaico de tribus nómadas de cazadores-recolectores que carecían de unidad estructural al estar muy diseminadas en aiken o campamentos familiares (las tolderías, que decían los criollos) por tan vasto territorio. Sin embargo, sí la tenían cultural, plasmada en una religión chamánica y la práctica de la poligamia y la exogamia (a veces acordaban los matrimonios y a veces raptaban a las mujeres de otra tribu, lo que derivaba inevitablemente en guerra).

A menudo se los identifica erróneamente con los mapuches (araucanos para los españoles), algo debido a que a partir del comienzo del siglo XVIII se vieron muy influidos por ellos y adoptaron muchas de sus costumbres, tal cual les pasó a otros como los ranqueles de la Pampa, igual que antes habían recibido el influjo hispano (que introdujo el caballo en sus vidas, por ejemplo). La pregunta que más nos interesaba aquí, la de si son tan altos como para considerarlos gigantes, ya está contestada. No era de respuesta fácil porque el grupo más puro, que vive en la provincia argentina de Santa Cruz,y no llega a dos centenares de individuos, aunque sumándoles los pertenecientes a segunda y tercera generación, rondarían los diez mil seiscientos en 1904.

El número es escaso por dos razones. En primer lugar, en el siglo XIX fueron masivamente exterminados por las nuevas autoridades independientes en la conocida como Conquista del Desierto, que buscaba una expansión del país hacia aquellos territorios vírgenes, quedando apenas un puñado de supervivientes hoy. En segundo, ya habían experimentado un descenso demográfico -especialmente en la zona septentrional, más en contacto con los blancos- como consecuencia de su falta de defensas biológicas ante la llegada de virus desconocidos para ellos como los de la viruela, la gripe o el sarampión.

No obstante, los primeros en caer fueron dos hombres a quienes Magallanes engañó para subir a bordo de una de las naos, zarpando a continuación rumbo al Pacífico. El plan era llevarlos a la corte al término del viaje para mostrárselos al emperador Carlos V en calidad de curiosidad antropológica, tal cual había hecho Colón. Lamentablemente, ninguno llegó vivo a España: uno pudo escapar y el otro murió al negarse a comer (también hay que apuntar una baja española, un marinero envenenado por una flecha durante una escaramuza en la que se intentaba capturar mujeres para acompañar al solitario cautivo).

Fue el contrapunto de lo que semanas antes había sido el primer acto evangelizador de la actual Argentina: el bautizo de otro de aquellos indígenas al que, después de enseñarle a rezar en castellano –con voz muy recia detalla Pigafetta-, pusieron por nombre Juan.


Fuentes

Antonio Pigafetta, Primer viaje alrededor del mundo | Federico Lacroix, Historia de la Patagonia, Tierra del Fuego è Islas Malvinas | Irma Bernal y Mario Sánchez Proaño, Los tehuelche | José Miguel Martínez Carrión, La talla de los europeos, 1700.2000: ciclos, crecimiento y desigualdad | Carolyne Ryan, European Travel Writings and the Patagonian giants. How Patagonia got its name — among other things | C. A. Brebbia, Patagonia, a forgotten land. From Magellan to Perón | Jean-Paul Duviols, Trois ans chez les Patagons. Le récit de captivité d’Auguste Guinnard (1856-1859) | Wikipedia

domingo, 16 de febrero de 2025

Sarmiento y la Patagonia

Sarmiento y la Patagonia


La historiadora Luciana Sabina analiza la controversia que involucró a Domingo Sarmiento en torno a las tierras patagónicas y las pretensiones de Chile sobre ella..
Luciana Sabina || Memo




Exiliado en Chile, Sarmiento estuvo atento a la expedición colonizadora que el país envió a la región de Magallanes en 1843, fundando Fuerte Bulnes. Hacia 1848 aquella población se trasladó algunos kilómetros, tomando el nombre de Punta Arenas. La ocupación se basó en el principio jurídico res nullius (de nadie), aceptado universalmente en ese momento, según el cual cualquier nación podía apoderarse de espacios inhóspitos. Nos guste o no, todo el territorio patagónico era considerado espacio vacío, tierras en manos indígenas que nunca habían sido conquistadas por los españoles, y debido a esto no pertenecían ni al Río de la Plata, ni a Chile. Serían del primero que se estableciera.

Recién cinco años más tarde Rosas, a través de la Cancillería, presentó a Chile una protesta formal, alegando derechos argen­tinos sobre la zona. A raíz de esto, el 11 de marzo de 1849 Sarmiento publicó en su periódico La Crónica un primer ar­tículo al respecto, titulado "Cuestión Magallanes". Allí defen­dió la postura chilena. Siendo justo y objetivo señaló que desde 1585 nadie había establecido ocupación en la zona; que el acto de soberanía hecho por Chile fue reiteradamente men­cionado en la prensa y en los mensajes presidenciales; a pesar de lo cual el Restaurador no se manifestó. Rosas, guardando silencio durante años, había consentido el avance trasandino y reclamaba algo sin mostrar títulos o antecedentes de dominio. Además, agregó Sarmiento, se preocupaba por reclamar territorios al extranjero mientras que el corazón de la Argentina era tierra de malones y montoneras. Consecuentemente recomendó al Restaurador encargarse de poblar el Chaco, el Río Negro y las fronteras interprovinciales. En otras palabras, recordó al gobierno de Buenos Aires que no podía con lo que tenía y pretendía más, para también dejarlo en el rotundo abandono.

Por entonces Francia e Inglaterra -en pleno despliegue imperialista- veían en Hispanoamérica a un conjunto de na­ciones jóvenes padeciendo las vicisitudes propias de toda infan­cia, e intentaron establecerse en la zona. Los mapas británicos, galos, norteamericanos y alemanes de entonces muestran a la Patagonia como res nullius, con lo cual podrían haberla ocupa­do tranquilamente. Urgía establecerse en la zona, y era Chile el único país con cierta estabilidad política y en condi­ciones de hacerlo. La ocupación de la boca del estrecho resultó sorpresiva para los europeos y tuvo un efecto disuasivo. Toda la Patagonia podría haber corrido la misma suerte que Malvinas.




En respuesta a la publicación sarmientina, Rosas hizo fun­dar en Mendoza un diario: La Ilustración Argentina. Bajo la dirección de Bernardo de Irigoyen, quien fue el primero en referirse como "traidor" a Sarmiento. Aunque para los rosistas cualquiera que pensara diferente era "traidor a la Patria".

El Restaurador terminó elevando un pedido para extraditar al sanjuanino. Expresando que Chile no podía seguir albergán­dolo porque turbaba la paz entre ambas naciones, con lo cual había violado el derecho de asilo. Los trasandinos no dieron lugar al pedido, alegando que allí existía libertad de prensa.

Rosas jamás pudo demostrar que esa zona nos pertenecía porque efectivamente no nos pertenece. Pero el tema no terminó allí.

Tres décadas más tarde, durante la presidencia de Sarmiento, los chilenos sufrieron de cierta fiebre imperialista y reclamaron derechos de base risible sobre la Patagonia argentina. Para esto esgrimieron artículos en la prensa chilena de antaño, en los que don Domingo había derramado su tinta e ingenio. La situación era compleja para el sanjuanino: la Guerra del Paraguay aún no había concluido y los opositores -apro­vechando la coyuntura- buscaron despedazarlo. La palabra "traidor" volvió a lacerar al coloso cuyano.

Buscó entonces demostrar que jamás escribió a favor del do­minio chileno sobre nuestro suelo. Para eso encargó a Félix Frías -embajador en Chile- revisar cuidadosamente los artículos cuestionados. El viejo diplomático concluyó que efectivamente no existía ningún comentario referido a la Patagonia. En todos, Sarmiento refería a de los derechos chilenos sobre la zona específica del estrecho de Magallanes. A pesar de esto, muchos siguen considerándolo un traidor que quiso entregar el sur.

Bonne, M. Carte du Chili depuis le Sud du Perou. 1780.