Tragedia en la Antártida: caída en una grieta, un hombre que esperaba ser rescatado y un cuerpo desaparecido
En
 febrero de 1972 ocurrió un trágico accidente en el continente blanco, 
cuando un Snocat que trasladaba a una patrulla a la Base Sobral cayó en 
una profunda grieta. Uno de los ocupantes del rodado falleció y el otro,
 a punto de morir congelado, se había encomendado a Dios, pero pudo ser 
rescatado. Una historia de coraje y entrega de los que se aventuraban a 
vivir un año en duras condiciones
  La
 patrulla de diez hombres que partieron de la Base Belgrano a la Sobral,
 por entonces ya desactivada (Fotografía gentileza Carlos Fontana)
La
 patrulla de diez hombres que partieron de la Base Belgrano a la Sobral,
 por entonces ya desactivada (Fotografía gentileza Carlos Fontana)Dentro de la grieta, a unos sesenta metros de helada profundidad, el sargento ayudante mecánico Bladimiro Lezchik estaba consciente. Tenía una fractura expuesta en el hombro izquierdo y sangraba de una profunda herida en el cuero cabelludo.
El
 vehículo que manejaba, un Snocat, había caído en una traicionera 
abertura de hielo que la nieve disimulaba. Su compañero, el sargento 
ayudante Oscar Kurzmann, 35 años, yacía fuera del vehículo destruido. Estaba muerto.
Permaneció
 varias horas en la oscuridad total. Mientras pedía auxilio, pensaba en 
su familia, en sus hijos. En un momento se resignó y se encomendó a Dios.
Cuando
 uno de sus compañeros bajó con cuerdas para rescatarlo, se estaba 
congelando, se encontraba al límite de sus fuerzas y lo dominaba ese 
sueño del que es imposible despertar.
 Bladimiro
 Lezchik era descendiente de ucranianos. Había nacido en Formosa y su 
sueño era conocer la Antártida (Fotografía gentileza familia Lezchik)
Bladimiro
 Lezchik era descendiente de ucranianos. Había nacido en Formosa y su 
sueño era conocer la Antártida (Fotografía gentileza familia Lezchik)Era
 su primera misión en la Antártida, a donde siempre había soñado con ir,
 que aprendió a conocerla a través de los relatos del general Jorge Leal y que cuando la pisó quedaría enganchado para siempre. Decía que era como un imán, un amor, al que siempre se quiere volver.
Bladimiro
 (sí, con b larga, así lo anotaron) era un formoseño nacido en Colonia 
El Zapallito y su infancia la vivió en El Colorado, una ciudad del 
sureste provincial, a orillas del río Bermejo. Allí se había establecido
 su papá, un ucraniano que en su país se ganaba la vida como sastre, que
 viajaba en carretones haciendo ropa y que en los duros meses de 
invierno en los que no se podía salir, hacía teatro.
 El
 sargento ayudante Oscar Kurzmann. Tenía experiencia antártica. 
Fotografía publicada en la Revista del Suboficial n° 588, año 1984.
El
 sargento ayudante Oscar Kurzmann. Tenía experiencia antártica. 
Fotografía publicada en la Revista del Suboficial n° 588, año 1984.Con
 un grupo de amigos vino a la Argentina y cuando quiso regresar había 
estallado una guerra civil entre Rusia y Polonia. Sabía que si volvía 
sería enrolado y se quedó. El apellido original familiar es una 
seguidilla interminable de consonantes, y el empleado del registro civil
 lo escribió como lo escuchó y así quedó.
En Formosa hay una colonia importante de ucranianos. Los Lezchik se dedicaron al campo y Bladimiro, hasta que entró en la primaria, solo hablaba el idioma paterno.
 Al finalizarla, como en la zona no existía la escuela secundaria, lo 
mandaron a que se formase en la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral.
 El primero de la izquierda. Lezchik junto a dos compañeros, con un Snocat de fondo (Fotografía gentileza familia Lezchik)
El primero de la izquierda. Lezchik junto a dos compañeros, con un Snocat de fondo (Fotografía gentileza familia Lezchik)En 1961 se casó con Lidia Martyniuk,
 también de padres ucranianos. Los presentó una prima a fines de 1957 
cuando volvían a El Colorado en esos interminables viajes en tren al 
Chaco y luego en colectivo hasta el pueblo de los que durante el año 
estudiaban en Buenos Aires.
Cuando
 en 1970 compraron un terreno y construyeron una casa en Rosario, lo 
hicieron con un crédito. Pagar las cuotas era cada vez más difícil, y la
 solución que vio Bladimiro fue la de ofrecerse a participar en una misión en la Antártida, por el importante plus que se cobraba.
El sueño de Lezchik
 era ir al continente blanco, pero no había tenido la suerte de ser 
convocado, a pesar de las veces que se había anotado. Hasta que resultó 
seleccionado.
 Camino a la Sobral, por el kilómetro 60, llevando combustible en los trineos (Fotografía gentileza Carlos Fontana)
Camino a la Sobral, por el kilómetro 60, llevando combustible en los trineos (Fotografía gentileza Carlos Fontana)Primero los enviaron al sur para aclimatarse al frío y a la nieve. Su esposa Lidia, que había trabajado hasta que se casó, se quedó sola con dos hijos Elbio, de 9 años y Noemí de 5, en un barrio donde en su cuadra solo había una casa y el resto eran baldíos. Antes de irse Lezchik, que tenía facilidad para arreglar lo que fuera, incorporó pasadores extras en las puertas y ventanas.
El
 18 de enero de 1972 los 34 hombres, entre militares y civiles, llegaron
 a la Antártida. Para algunos era su primer viaje y otros ya tenían 
experiencia.
La primera tarea fue titánica. Trasladar la carga que traía el Rompehielos San Martín unos cinco kilómetros cuesta arriba hasta la Base Belgrano.
 Trampa mortal. La grieta donde cayó el Snocat "Chaco", con los dos hombres (Fotografía gentileza Carlos Fontana)
Trampa mortal. La grieta donde cayó el Snocat "Chaco", con los dos hombres (Fotografía gentileza Carlos Fontana)El 8 de febrero, después del almuerzo, salió en su primera misión. Integró una patrulla de diez hombres, comandados por Carlos Fontana, un teniente primero que había quedado prendado de la Antártida luego de leer Cuatro años en las Orcadas del Sur, de José Manuel Moneta. Cumplió 30 años en el continente blanco.
La
 patrulla partió de la Base General Belgrano hacia la Alférez Sobral, 
una base científica inactiva, ubicada a los 410 kilómetros al sur. 
Debían actualizar la ruta y abastecerla con víveres y combustible, 
porque el plan a futuro era el de reactivarla. Desactivada en octubre de
 1968, la Sobral actualmente está sepultada en el hielo.
Había que hacer el viaje cuanto antes, porque se acercaba la noche polar. Fontana consideró que la orden no tenía sentido, porque la nieve y el hielo estaban blandos y los peligros aumentaban.
Iban
 en cuatro Snocat, el “Córdoba”, “Chaco”, “Venado Tuerto” y “Santiago 
del Estero”. Cada uno de ellos arrastraba tres trineos. Lezchik conducía el “Chaco” y lo acompañaba el sargento ayudante Oscar Kurzmann, quien ya en 1964 había integrado la dotación de la Base Esperanza.
 El
 operativo para rescatar a Lezchik y recuperar el cuerpo de Kurzmann se 
puso en práctica de inmediato (Fotografía gentileza Carlos Fontana).
El
 operativo para rescatar a Lezchik y recuperar el cuerpo de Kurzmann se 
puso en práctica de inmediato (Fotografía gentileza Carlos Fontana).En los mapas que llevaba el grupo, estaban marcadas las zonas de grietas, reunidas en un tramo de unos 60 kilómetros. Circulaban en segunda y pinchando el terreno para ubicar posibles aberturas.
A las 23:40, en el kilómetro 72, el “Santiago del Estero” dio la voz de alarma: el “Chaco” había desaparecido en una grieta.
Solo se veía un agujero oscuro, del que se desprendía lo que Fontana describe como “humo de mar”, con un fuerte olor acre. Ante los llamados a los gritos, solo respondió Lezchik. Pedía que lo sacasen. Enseguida, se preparó la operación de rescate.
Lezchik,
 quien había logrado salir del Snocat, vio que su compañero estaba sobre
 un balcón de la grieta, muerto. Sentía cómo la sangre le corría por el 
rostro y cómo su cuerpo se enfriaba. A medida que pasaba el tiempo, 
conocía el inexorable destino.
En la superficie, sus compañeros se habían organizado a contrarreloj. El sargento Domínguez
 se ofreció a bajar, porque era el que menos pesaba. Cruzaron tablas 
sobre el inmenso boquete, lo ataron a varias cuerdas de nylon y lo 
descendieron, pero cuando la cuerda llegó a su límite, escucharon sus 
gritos de que no llegaba al lugar. Debieron añadir dos tramos más.
El Snocat estaba destruido, a unos sesenta metros de profundidad. Domínguez constató que Kurzmann había fallecido. Entonces se ocupó de Lezchik.
 Kilómetro
 72. Antes de regresar a la Base Belgrano, dejaron una cruz en el lugar 
donde quedó el cuerpo de Kurzmann. (Fotografía gentileza Carlos Fontana)
Kilómetro
 72. Antes de regresar a la Base Belgrano, dejaron una cruz en el lugar 
donde quedó el cuerpo de Kurzmann. (Fotografía gentileza Carlos Fontana)Ató a ese hombre corpulento de 1,92, quien le pasó su brazo sano por el cuello. Trabajosamente, los subieron.
Una vez en la superficie se le aplicó morfina,
 se le inmovilizó el hombro y le dieron treinta puntos de sutura, sin 
anestesia, en el cuero cabelludo. Estaba con hipotermia y se le hicieron
 las maniobras para estabilizarlo. Debían llevarlo a la base porque su vida corría peligro y se estaban quedando sin morfina.
Mientras era asistido, el teniente Juan Carlos Videla y Leonardo Guzmán
 (con 14 invernadas en la Antártida en su haber) bajaron para rescatar 
el cuerpo del compañero muerto. Vieron que tenía la cabeza aplastada. La
 cubrieron con la capucha de su campera.
Cuando estaban izando el cuerpo, la cuerda se cortó y el cuerpo cayó al vacío.
 Con una temperatura de 20 grados bajo cero, los hombres exhaustos y un 
herido de consideración el jefe, si bien en un momento pensó en dividir 
la patrulla, ordenó regresar a la base.
Se improvisó una cruz de madera,
 se colocaron jalones para señalizar el lugar y nueve hombres 
acongojados partieron. Regresaron al lugar el 25 de febrero, cuando el 
tiempo así lo permitió. Fueron en tres Snocat y en uno llevaban un féretro de madera construido por el sargento ayudante Aragón y por el sargento Domínguez. Para hacerlo, tomaron como medida la altura del jefe de la base.
Al llegar al lugar, vieron que la cruz de madera estaba en pie pero que la grieta se había cerrado.
 Abrieron otros agujeros y se bajó un farol que, por la diferencia de 
temperatura, estalló. Sabían que nada podía hacer y regresaron.
En noviembre de 1972 un tambor de combustible lleno de hielo con una cruz de metal, asegurada con cables de acero, sirvió como monolito en homenaje al compañero muerto.
Para la patrulla, fue un hecho premonitorio. Días atrás Kurzmann había confesado a Fontana que
 el día que muriese, deseaba descansar en la Antártida. Ya había estado 
en otras temporadas en las bases Esperanza y Matienzo y se notaba su 
vocación por estar allí.
Lidia Lezchik
 se enteró del accidente porque la policía se acercó a su casa con un 
mensaje de la Dirección del Antártico. El desafío fue entonces hablar 
por teléfono con su marido.
Antes de partir, Lezchik había pedido, infructuosamente, una línea telefónica en un barrio en la que brillaban por su ausencia.
 Las comunicaciones entre el continente y la Antártida eran complicadas de establecer (Fotografía gentileza familia Lezchik)
Las comunicaciones entre el continente y la Antártida eran complicadas de establecer (Fotografía gentileza familia Lezchik)Su hijo Elbio
 recuerda que había dos formas para hablar con su papá. Una, ir al 
comando en Rosario, donde se hacía un enlace con la Base Belgrano y la 
otra era una llamada telefónica. Como la familia no tenía teléfono, iban
 a la casa de una vecina, a unas cuadras, o bien usaban la cabina 
telefónica de la terminal de ómnibus. El procedimiento siempre era el 
mismo: había días y horas prestablecidas para hacerlo, se pedía la 
llamada y había que esperar. A veces una eternidad.
Fruto
 de la solidaridad, los integrantes de la base contaban con los 
servicios del radioaficionado LU2AO, que cedía una hora todos los 
domingos para que pudiesen comunicarse con sus familias.
Recién una semana después del accidente, la mujer pudo hablar con su marido. No eran transmisiones limpias, había mucho ruido que provocaba que las voces se distorsionasen. “Es como cuando uno intenta hablar debajo del agua”, explicó. Además, debían cerrar una pregunta o una frase con un “cambio”.
Enseguida surgieron las dudas en la mujer. ¿Y si no era su esposo quien le hablaba?
 ¿Si era un compañero que se hacía pasar por él porque estaba más grave 
de lo que le habían dicho? Esas preguntas se las hacía siempre de 
regreso a casa luego de cada comunicación. Era invierno y la mujer y sus
 dos hijos dormían juntos en la cama matrimonial para sentirse menos 
solos.
En esas charlas, siempre ocurría lo mismo: no bien Elbio escuchaba la voz de su padre, la emoción lo ganaba, no podía hablar y se cruzaba a la plaza de enfrente a calmarse.
Lezchik debió permanecer en la Antártida porque los hielos se cerraron y la vía por mar se cortaba. Operado por el doctor Bianco, allí se curó el hombro luego de cuatro meses de convalecencia. Sus compañeros decían que era un “polaco” fuerte y duro. También lo apodaron “ruso” y “alemán”.
El
 regreso fue en una navegación agitada en el rompehielos hasta Ushuaia, 
donde abordaron un Hércules. Toda la familia lo fue a esperar a El 
Palomar. La incógnita de su esposa era con qué persona se encontraría. Esa noche la expectativa fue eterna porque fue el último en descender de la máquina. “¿No lo vieron a Lezchik?”, preguntaba a cada uno de los que bajaba. “Si, si…”, era la respuesta. Pero nada más.
A Lidia se le partió el alma ver a María Teresa, la esposa de Oscar Kurzmann, sola, esperando el bolso con las pertenencias de su infortunado marido, entre ellas libros de Arthur Schopenhauer escritos en alemán.
Fue el último en aparecer.
 La familia, aliviada a ver que podía moverse por sus propios medios, 
corrió por la pista hasta el pie de la escalerilla hacia ese hombre 
grandote irreconocible porque se había dejado la barba. No hubo 
palabras, sino besos y abrazos. Se sorprendió al ver a sus hijos más 
altos.
 Lezchik junto a un Snocat, el vehículo usado para desplazarse en la Antártida (Fotografía gentileza familia Lezchik)
Lezchik junto a un Snocat, el vehículo usado para desplazarse en la Antártida (Fotografía gentileza familia Lezchik)Siguieron
 horas interminables de charlas, donde contó sus vivencias. Se tomaron 
un mes de vacaciones y al regreso fue el turno de hacerse los estudios. 
Le había quedado un pequeño hueso del hombro un poco más levantado.
Sufría de intensos dolores de cabeza y debió someterse a un tratamiento psicológico por sus pesadillas recurrentes en las que soñaba que caía en la grieta.
Pasó a realizar tareas pasivas en la fábrica militar de Rosario y en 1974 lo jubilaron por invalidez.
 Le recomendaron que se dedicase a algo que no tuviera que ver con su 
profesión. Así fue como se hizo taxista en Rosario. La llegada de Vanesa lo había convertido padre por tercera vez.
Según lo recuerda su hijo, era una persona silenciosa, un tanto retraída, con una vida interior muy fuerte.
También era pastor evangélico
 y con su esposa se transformaron en los referentes del templo 
“Santuario de fe”, en Provincias Unidas al 2000, cerca de la salida de 
Rosario hacia Funes, donde asisten cerca de cinco mil fieles. Ambos 
habían sido criados en esa religión.
Era
 muy detallista en todo lo que emprendía y él mismo arreglaba el auto 
cuando se descomponía. Le gustaba cocinar y había heredado del ejército 
dotes de organizador. Ese hábito lo convirtió en un referente de las grandes campañas del evangelismo.
El
 sábado 30 de abril de 2005 se dirigía en su Peugeot 405 junto a otros 
pastores a un encuentro en la ciudad de Buenos Aires. En el kilómetro 
268 de la autopista Rosario-Buenos Aires, a la altura de Arroyo Seco, 
había mucha niebla y humo, y debieron detenerse al final de una larga 
fila encabezada por un automóvil que frenó porque no quiso continuar en 
esas condiciones. Quedaron detrás de un camión y otro, cargado de soja, 
no frenó a tiempo. Lezchik, al volante, murió instantáneamente junto a otro. Un tercero, Norberto Carlini, salvó su vida.
Tenía 58 años.
Carlos Fontana
 guardó silencio y luego de cincuenta años decidió contar lo que había 
ocurrido aquel febrero de 1972. El 21 de septiembre del año pasado se 
organizó un acto, en el que se le entregó a los sobrinos de Kurzmann su legajo.
 Monolito
 que señala el lugar del trágico accidente en el que perdió la vida 
Oscar Kurzmann. (Fotografía gentileza Carlos Fontana)
Monolito
 que señala el lugar del trágico accidente en el que perdió la vida 
Oscar Kurzmann. (Fotografía gentileza Carlos Fontana)Noemí Lezchik contó a Infobae que a su papá se le nublaban los ojos de pena
 al rememorar al compañero muerto, y fue un recuerdo que lo acompañó 
toda su vida. Ella dice que tuvo dos muertes, una cuando tuvo el 
accidente, en el que volvió a nacer al ser rescatado y luego en la 
autopista donde, ya lejos de los hielos antárticos que tanto lo 
apasionaban, dejaba su vida ese hijo de ucranianos que había aprendido 
el español en la escuela y que todo lo que emprendía en la vida lo hacía
 con la misma pasión con la que vivió.
Fuentes: Entrevistas a Lidia Martyniuk, Elbio Lezchik, Noemí Lezchik y Carlos Fontana.