miércoles, 6 de abril de 2016

Guerra Antisubversiva: La diplomacia oculta



La diplomacia secreta de la dictadura
En los primeros meses tras el golpe, Cancillería emitió 64 cables. Hasta ahora desconocidos, muestran al terrorismo de Estado en acción. Galería de imágenes.


Por Rodrigo Lloret - Perfil



Tienen la marca de las violaciones a los derechos humanos. Demuestran el apoyo de los diplomáticos civiles al plan de represión militar. Y durante muchas décadas fueron secretos, hasta ahora. A cuarenta años del sangriento golpe militar de 1976, PERFIL revela en exclusiva los documentos que fueron recientemente desclasificados donde se reflejan los primeros pasos dados por la dictadura en el escenario internacional.

Se trata de 64 cables emitidos por los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina en los primeros tres meses posteriores al golpe del 24 de marzo de 1976. En su mayoría están archivados bajo la carátula de “secretos” y revelan las mayores preocupaciones de la dictadura en esos primeros momentos: cómo frenar los pedidos de asilo que se multiplicaban en las embajadas extranjeras, cómo articular esfuerzos con las dictaduras sudamericanas contra “marxistas”, y cómo explicar en el mundo lo que denominaron una “guerra” contra “subversivos”.

La desclasificación se produjo luego de que el gobierno de Cristina Kirchner firmara un acuerdo con el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) para la creación de la Comisión de Relevamiento para la Recuperación de la Memoria Histórica en la Cancillería argentina. La liberación de archivos comenzó en 2009 y la última etapa se produjo recientemente.

Inicios del Plan Cóndor

El 2 de abril de 1976, se emitió un cable “secreto” fechado en la embajada argentina en Santiago de Chile. Fue titulado “Repercusión local situación política argentina”, y allí se informa sobre el sentimiento de los “círculos políticos” chilenos tras el golpe de Argentina. Se aseguraba que había una “total unanimidad en destacar imperiosa necesidad de que las Fuerzas Armadas procedieran a ocupar evidente vacío de poder”, a la vez que se anunciaba que había en el “ejército y mandos superiores” trasandinos una “total identificación y actitud de solidaridad”.

También se aseguraba que existía “admiración” por la “mesura con que se actuó, entendiéndola como dirigida a evitar los graves problemas internacionales que padece Chile”, en referencia a las críticas que tenía la dictadura de Augusto Pinochet en relación con las violaciones a los derechos humanos en el escenario internacional.

Es interesante observar en este cable que los militares chilenos se mostraban “un poco desencantados” con la relación entre la Junta argentina y el Partido Comunista porque se esperaba “una línea más coincidente con la del gobierno chileno”, lo que “aliviaría el actual rol de únicos objetivos de ataque del comunismo internacional”.

El 24 de abril otro cable “secreto” fue emitido desde la embajada argentina de Montevideo. Allí se revelan los primeros movimientos de la dictadura para establecer contactos con militares de la región. El documento fue preparado días antes de la visita de Pinochet a Uruguay y anunciaba el objetivo de las Fuerzas Armadas del Cono Sur de “tomar iniciativa conjunta en campaña antimarxista que planease orquestarse a nivel latinoamericano”.

En lo que podría ser uno de los primeros indicios del Plan Cóndor, el documento advertía sobre la necesidad de “asegurarse adopción de medidas colectivas de resguardo a seguridad interna a país del área”, para lo que proponía realizar un “permanente intercambio informativo, esencialmente centrado en materias vinculadas a la seguridad, orden económico, jurídico y político”. El cable cierra asegurando que las Fuerzas Armadas uruguayas y chilenas estarían de acuerdo en “concentrar esfuerzos de naciones de un mismo signo ideológico a fin de lograr mayores beneficios”.

Guardias en las embajadas

Pero el mayor problema que enfrentó la dictadura argentina en esos primeros meses fue el relacionado con las denuncias de exiliados y refugiados de países limítrofes que estaban residiendo en el país al momento de producido el golpe. Hasta el 24 de marzo de 1976, Argentina era una democracia rodeada de dictaduras y aquí habían encontrado refugio muchos exiliados de la región, principalmente uruguayos y chilenos. Las primeras denuncias sobre la persecución a estos refugiados llegaron en abril de 1976 cuando el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) emitió un mensaje desde su sede en Ginebra: la oficina de las Naciones Unidas estimó en 16 mil los casos de refugiados que podrían correr peligro en la Argentina.

La Consejería Legal de la Cancillería respondió a Acnur con un memorándum interno emitido el 14 de abril de 1976. El documento fue titulado “Información sobre asilo” y allí se informaba que “la concesión del asilo diplomático es resuelta por la Cancillería” y se recordaba que “la persona a la cual se le ha concedido asilo territorial no puede ser entregada a las autoridades de otro Estado sino por la vía de extradición”, para lo que remarcaba “la dificultad de determinar el límite entre el delito común y el delito político.

Como la situación de los refugiados de carácter político iba en aumento, la Dirección General de Política Exterior emitió un nuevo memorándum el 23 de abril de 1976 donde se anuncia que “las variables circunstancias por las que ha atravesado el país han hecho que últimamente ciudadanos argentinos y extranjeros buscaran ‘refugio’ en representaciones extranjeras”.

Para no sufrir una condena internacional, los diplomáticos de la dictadura recomendaron en ese cable “reservado” que se intentara evitar que los pedidos de asilo se transformaran en “incidentes” y advertía que “la mejor forma de procurarlo sería logrando soluciones oficiosas”, pero aclaraba, “no oficiales” para que no quedaran registros en las representaciones extranjeras involucradas. Por último, los civiles de la Cancillería directamente recomendaban “reforzar las guardias en las embajadas y oficinas extranjeras a fin de dificultar nuevos casos de asilo” y exigían “estricta reserva en todo lo que tenga vinculación con estos asuntos”.


Campaña antiargentina

El plan sistemático de represión había evitado que se produjeran protestas en Argentina, pero la dictadura fue desafiada en el extranjero. Un cable fechado en el consulado argentino de San Francisco, Estados Unidos, el 12 de abril de 1976 anuncia la primera alarma por “un grupo de 15 personas que desfilaban portando carteles críticos” de la Junta. Se mencionaba que se trataba de exiliados argentinos que protestaban contra “el nuevo gobierno”.

Como las críticas se repetían, la Cancillería produjo un protocolo para sus propios funcionarios. La circular telegráfica fechada el 28 de mayo de 1976 anunciaba a los diplomáticos que “en caso que en conversaciones con periodistas o personalidades se suscite cuestión relativa a Derechos Humanos en la República” se debería tener en cuenta “las siguientes pautas: Gobierno Junta Militar ha ratificado su decisión de respetar Derechos Humanos tal como lo expresó Presidente Videla en su discurso del 30 de marzo”.

La circular también pedía a los diplomáticos argentinos que recordaran que Argentina se encontraba “enfrentando una lucha abierta contra el terrorismo y la subversión con el objeto de cumplir su función primordial de salvaguardar estilo de vida democrático y la seguridad y bienes nacionales y extranjeros”. Y también se recomendaba a los funcionarios de la dictadura remarcar que “grupos subversivos habían incrementado sus esfuerzos a fin de lograr sus objetivos incluso confundiendo opinión pública internacional para deteriorar imagen externa”.

El cable cierra pidiendo a los diplomáticos que recuerden a las autoridades de “gobiernos responsables que no se hagan eco de esa campaña de propaganda internacional realizada precisamente por sectores que no manifestaron repudio por asesinatos cometidos por bandas terroristas subversivas”.

Ocultamiento, justificación e impunidad para justificar las violaciones a los derechos humanos. Así operó la diplomacia de la represión: un cuerpo de funcionarios civiles que trabajaron para la más sangrienta dictadura



martes, 5 de abril de 2016

Argentina: El fascismo peronista en propaganda

“Permiso para pensar”: el documental que destruye el mito de Perón.





Impresionante material fílmico que con impactantes imágenes desnuda el horror, la represión y el culto a la personalidad de la dictadura de Juan Perón. Se sugiere mirarlo completo:

 

lunes, 4 de abril de 2016

Independencia: San Martin arriba a Chile

"Mis amigos me han abandonado"
El 25 de marzo se cumple otro aniversario de la proclama que San Martín dirigió al pueblo chileno en uno de los momentos más dramáticos de la guerra independentista.

Los Andes


"Mis amigos me han abandonado" Juan Marcelo Calabria - Asociación Cultural Sanmartiniana “Mi Tebaida”
Después de la batalla de Chacabuco ocurrida el 12 de febrero de 1817, José de San Martín creyó haber afianzado la independencia de Chile definitivamente, y así lo confirmaba en el parte de la acción que envió al Superior Gobierno de la Provincias Unidas del Río de la Plata, en cuyo último párrafo expresaba: "Al Ejército de Los Andes queda para siempre la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos la cordillera más elevada del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile".

Estas arrogantes palabras dan idea sin duda del orgullo que sentía el Libertador en aquellos momentos de victoria; sin embargo la realidad determinaba que el resto de los ejércitos realistas se refugiaba en el sur para hacerse fuertes en la Plaza de Talcahuano y desde allí resistir la avanzada patriota. A partir de ese momento la guerra de la Independencia allende los Andes se estancaba en una meseta en la que realistas y americanos disputarían palmo a palmo el territorio chileno.

A principio de 1818 y luego de un año de acciones infructuosas, San Martín y la Logia Lautaro de Santiago decidieron que la división del sur, comandada por O'Higgins se replegara hacia la capital a fin de reunir las fuerzas y dar una batalla decisiva contra el enemigo.

La retirada de Concepción comenzó en enero con el fin de concentrar las tropas en el campamento instalado al sur de Valparaíso.

Entre tanto en la capital, a fin de retemplar los ánimos y dar un nuevo impulso a la guerra independentista, el Libertador José Francisco de San Martín, unido a las autoridades de Chile, proclamaba solemnemente el 12 de febrero de 1818 la Independencia de aquel país.

El 19 de marzo con las tropas patriotas ya reunidas y ante la amenaza del ejército de Osorio, San Martín ordenó que el ejército unido acelerara su marcha con el fin de cortar el avance de su adversario, sin lograrlo por las dificultades que presentaba el terreno cortado por barrancas y pantanos, irregularidades topográficas que le dan el nombre de Cancha Rayada; por dos veces la caballería patriota al mando de Antonio González Balcarce trató de romper las filas enemigas sin conseguirlo.

Así las cosas en la noche de ese día 19 uno de los más intrépidos oficiales realistas, el general Ordóñez decidió cargar contra el ejército sanmartiniano logrando una pronta victoria en lo que se conoce, para las huestes patriotas, como el desastre de Cancha Rayada.

La derrota produjo la dispersión del ejército unido y gran parte de las tropas y pertrechos se perdieron, incluso el mismo O'Higgins que había participado en la acción, fue gravemente herido y su caballo muerto en batalla.

Al llegar la noticia a Santiago, la confusión hizo presa del pueblo chileno y muchos que habían apoyado la causa independentista huyeron prontamente a Mendoza.

Mientras la incertidumbre crecía y se desconocía el paradero de O'Higgins y San Martín, en Santiago, Tomás Guido junto a los patriotas chilenos, tomaban los recaudos necesarios para resistir la avanzada realista que se suponía se concretaría en breve sobre la capital chilena.

Así estaban las cosas cuando se conoció la noticia de que el General Las Heras había salvado una de las divisiones patriotas y escapaba del enemigo al frente de 3.500 hombres dirigiéndose hacia San Fernando. Allí se encontró con San Martín que le encomendó reorganizar las tropas en tanto él seguía camino hacia Santiago.

Al llegar a la capital Guido se adelantó para recibirlo y allí, acongojado por la derrota, San Martín dijo a su querido lancero: "Mis amigos me han abandonado, correspondiendo así a mis afanes". A lo que Guido respondió: "No General, rechace usted con su genial coraje todo pensamiento que lo apesadumbre. Sé bien lo que ha pasado y si algunos hay que sobrecogidos después de la sorpresa le han vuelto la espalda, muy pronto estarán a su lado. A Ud. se le aguarda en Santiago como su anhelado salvador".

En efecto el 25 de marzo, San Martín ingresaba a Santiago y, ante la mirada expectante de los chilenos, exclamó: "El ejército de la patria se sostiene con gloria al frente del enemigo? los tiranos no han avanzado un punto de su atrincheramiento? la Patria existe y triunfará y yo empeño mi palabra de honor de dar un día de gloria a la América del Sur".

Y el día de gloria llegaría pronto. Tan sólo 11 días después el Ejército de los Andes, junto a las divisiones de Chile, daba la gran victoria de Maipú que aseguró no sólo la independencia de Chile sino que abría la puerta para la expedición Libertadora hacia el Perú y animaba los esfuerzos de los ejércitos bolivarianos.

Simón Bolívar se encontraba en Angostura cuando, al conocer la victoria lograda por el Ejército de los Andes en los llanos de Maipú, exclamó: "El día de la América ha llegado", San Martín había dado ese día como muchos otros que lo consagrarían como uno de los hombres más grandes de América cumpliendo con su palabra empeñada aquel 25 de marzo de 1818.

sábado, 2 de abril de 2016

Análisis estadounidense del 2 de Abril



Problemas domésticos llevado a la invasión de Argentina; Análisis de noticias
Por EDWARD SCHUMACHER, especial para el New York Times
Publicado: 7 Abril 1982
New York Times

BUENOS AIRES, Abril 6- Hace tres semanas, un equipo de demolición civil de unos 40 argentinos desembarcó en la isla británica de Georgia del Sur para desmantelar una estación ballenera abandonada e izó la bandera argentina. El viernes, miles de soldados argentinos invadieron la colonia británica de las Islas Malvinas, Georgia del Sur incluidos. Hoy en día se están cavando en la mitad de la Armada británica cuece al vapor hacia las islas.

¿Por qué los argentinos lo hicieron? Las razones específicas no están claras, pero que subyace en la toma de las islas británicas son un nacionalismo ferviente, un sentido de la frustración de fracaso nacional en los últimos años y un Gobierno con su espalda contra la pared en el país.

'' Una convergencia de los acontecimientos hizo que la invasión mirada sensible en los ojos locales '', dijo un diplomático aquí. Ángel Robledo, un líder de la oposición peronista del partido, dijo: '' Con tantas cosas malas en el país, esto es, finalmente, una buena cosa. Retomando las islas tiene un tono moral y espiritual para el pueblo argentino ''.

La Argentina, con un tercio del tamaño de los Estados Unidos y con sólo 28 millones de personas, es rico en recursos. Antes de la Segunda Guerra Mundial su desarrollo económico estaba a la par con la de Canadá, pero durante los últimos 40 años se ha Argentina hundía en el caos. Los militares tomaron el poder en un golpe de estado hace seis años, decidido a romper el patrón, pero son capturados este año en una de las peores recesiones de la historia argentina y la inflación es de aproximadamente 150 por ciento al año.

El General Leopoldo F. Galtieri asumió la presidencia en un golpe de estado en diciembre, pero su Gobierno ha estado a la defensiva y, el 30 de marzo, se enfrentó a las protestas laborales violentos. La policía mató a dos manifestantes e hirió a cinco.

La planificación de la invasión comenzó dos semanas antes de las protestas, según diplomáticos, poco después de que el equipo de demolición, que había estado bajo un contrato a una empresa escocesa, recibió la orden de Georgia del Sur por científicos de la estación de British Antarctic Survey.

Pero, de acuerdo con los diplomáticos, mientras que el conjunto de tropas y equipo y el movimiento de los buques estaban en marcha, nadie pensó que Argentina sería realmente aprovechar las Malvinas.

Los diplomáticos dicen que fue la demanda británica que el equipo de demolición dejar Georgia del Sur que fue el catalizador de la operación militar. líderes de la oposición de la Argentina comparten el deseo de control sobre las Islas Malvinas. El viernes, decenas de miles de argentinos celebraron la convulsión en frente del palacio presidencial, e incluso el Partido Comunista felicitó al Gobierno.

Los argentinos son fervientemente nacionalista. Para la mayor parte de los últimos 40 años, el país ha tenido enormes barreras para mantener fuera las importaciones y el capital extranjero. Un punto de vista común, especialmente en el Partido Peronista, es que las corporaciones multinacionales han conspirado para mantener a Argentina una potencia de segundo orden y proveedor de carne único y trigo, sus principales productos de exportación.

Los colores nacionales de cielo corriente azul y blanco de los espejos retrovisores de muchos coches privados. El año pasado, un jugador de rugby de Irlanda del Norte fue encarcelado durante varias semanas para la destrucción de una bandera argentina en una broma. Tres personas fueron detenidas recientemente por no defender el himno nacional.

La propiedad británica de las Falklands, que los argentinos llaman las Islas Malvinas, ha sido una espina en particular. Los libros de agentes aduaneros se refieren a las islas como las Islas Malvinas. Un libro de viajes Inglés tiene el nombre Malvinas pegado sobre el original.

Argentina y Gran Bretaña habían estado negociando durante 17 años sobre las islas. Las islas han adquirido un nuevo valor a causa de la pesca y la posibilidad de petróleo en alta mar, pero los argentinos decir la economía no es la cuestión principal. '' El objetivo final era levantar la bandera de la isla '', dijo un diplomático.

La última ronda de negociaciones fue en febrero en Nueva York, y los funcionarios regresó quejándose de lo que vieron como la falta de seriedad británica.

El ex canciller Oscar Camilión, quien hasta diciembre fue el negociador con los británicos, dijo de sus encuentros con Lord Carrington: '' Tengo la idea de que yo no tenía su atención al 100 por ciento. Ahora creo que se debe entender que somos serios ''

viernes, 1 de abril de 2016

SGM: Cómo murió Rommel

Cómo murió realmente Rommel
Por la Condesa de Waldeck
Historias de la Segunda Guerra Mundial


EL GENERAL Erwin Rommel tenía cuarenta y nueve años cuando alcanzó fama universal como jefe de la Séptima División Panzer durante la arrolladora embestida de los alemanes a través de Francia en mayo de 1940. Dos años más tarde, cuando el “Afrika Korps”, que mandaba, avanzó hasta menos de 100 kilómetros de Alejandría, su nombre era popular en todos los rincones del mundo. Aquel año Hitler lo hizo mariscal de campo, y una encuesta pública de la opinión inglesa lo proclamó el general más hábil de la guerra.
Cuando los “tommies” del Octavo Ejército Británico, que luchó contra él en África hablaban de “hacer un Rommel”, querían decir hacer algo estupendamente. Su astucia y su genio improvisador le valieron el apodo de “la zorra del desierto”. En cierta ocasión, viéndose gravemente amenazado por el avance de los ingleses, consiguió ahuyentarlos amedrentados haciéndoles creer que disponía de fuerzas superiores. Sabedor de que la Real Fuerza Aérea fotografiaba a diario las líneas alemanas, ordenó que todos los vehículos disponibles circulasen sin parar uno tras otro durante dos noches consecutivas por la zona circundante del desierto. Las fotografías aéreas y la propaganda alemana llevaron a los ingleses a exagerar las fuerzas de Rommel y se retiraron.
En otra ocasión estaba dando órdenes de atacar cuando le dijeron que solamente había disponibles seis tanques. “¡Entonces ataque con arena!”, tronó Rommel. Momentos después hasta el último vehículo del cuerpo estaba corriendo en círculo dentro de un espacio de pocos kilómetros. Entre el inmenso torbellino de arena y polvo que se levantó, los seis tanques dispararon a ciegas sobre el enemigo. Creyéndose atacados por toda una división de “panzers”, los ingleses huyeron.
Rommel poseía una cualidad que pudiera llamarse atractivo militar. Estaba en su manera garbosa de ladearse la gorra; estaba en su fina astucia de campesino. Para los soldados, que le veían sacar el cuerpo fuera de la torrecilla del tanque en el frente de combate, era el dios de las batallas. “Quédese junto a mí —dijo en cierta ocasión a uno de sus oficiales cuando ambos estaban bajo el fuego enemigo— A mí nunca me pasa nada”. Pero algo le pasó, por fin.
¿Cuáles fueron las circunstancias por tanto tiempo encubiertas de su misteriosa muerte? Según la versión oficial alemana murió a consecuencia de heridas que recibiera cuando su automóvil de mando fue ametrallado cerca de la villa de Livarot, al Sur de El Havre, en los días de la invasión de Normandía. Pero la verdad es mucho más dramática —y más reveladora.
Fue durante las batallas desfavorables de la campaña de África cuando Rommel se dio cuenta por vez primera del desprecio profundo que Hitler sentía por el ser humano. Rommel sabía que la campaña estaba irremisiblemente perdida a causa de la falta de gasolina y armamento de los alemanes y del poder ofensivo grandemente reforzado de los ingleses. En consecuencia, pidió a Hitler que retirase las tropas alemanas por ser el único medio de salvar la vida de miles de soldados.
Hitler le contestó furioso: “¡Hay que triunfar o morir!”
“Yo no morí ni triunfé”, comentó secamente Rommel algún tiempo después.
Antes de la rendición de Túnez, en mayo de 1943, Hitler había ordenado el regreso a Alemania de Rommel para que formase parte del séquito del Führer y evitar así que su nombre se identificara con la derrota.
Los meses siguientes fueron amargos. Rommel nunca había pertenecido al Partido Nazi ni jamás se le condecoró con su áureo emblema. Preocupado con su propio engrandecimiento, había ignorado hasta entonces las matanzas en masa, los trabajadores esclavos, los campos de concentración, el terror de la Gestapo en los países ocupados. Ahora estaba horrorizado por lo que los nazis habían llevado a cabo en nombre del pueblo alemán. “Yo hice la guerra honradamente —decía—, pero los nazis me han mancillado el uniforme”. Más adelante, cuando Hitler hizo circular la famosa orden de fusilar rehenes en la proporción de doce a uno, Rommel fue uno de los pocos jefes militares alemanes que la tiró al cesto de los papeles.
Lo que más dolía a Rommel era haber llegado por fin a la certeza de que Hitler arrastraría con él a Alemania entera al abismo, antes que rendirse.
Para mantener la confianza del pueblo e impresionar a los aliados, Hitler encomendó a Rommel el mando de las fuerzas de tierra contra la invasión de Normandía. El mariscal previó muy pronto que no sería posible rechazar una invasión aliada en gran escala con los medios desesperadamente escasos de material y tropas que tenía a su disposición. En abril de 1944 conferenció con el general Karl Heinrich von Stülpnagel, comandante militar de Francia y uno de los cabecillas de la resistencia alemana contra Hitler, sobre los medios y arbitrios de terminar cuanto antes la guerra en occidente y derrocar el régimen nazi.
Con la esperanza de conseguir condiciones un poco mejores que la rendición incondicional proclamada por los aliados, Rommel quería proponer un armisticio a Eisenhower y Montgomery sin que Hitler lo supiera. Su oferta fundamental consistía en que las tropas germánicas se retirasen detrás de la frontera occidental de Alemania. En compensación, los aliados suspenderían inmediatamente el, bombardeo de ciudades alemanas. En el Este, sin embargo, los alemanes continuarían luchando en un frente reducido —Rumania, Lemberg, el Vístula, Memel— “para defender la civilización occidental”.


Ilustración 7: Rommel en África

Rommel propuso que algunas unidades “panzers”, en las cuales tenía confianza, se apoderasen de Hitler y que el Führer fuese juzgado por un tribunal alemán. No creía conveniente matar a Hitler sin formación de causa y elevarlo así a la categoría de mártir.
Mientras tanto, enormes contingentes aliados se habían acumulado en las costas de Normandía, y Rommel envió el 15 de julio de 1944 un ultimátum a Hitler pidiendo la inmediata iniciación de negociaciones de armisticio. Dio a Hitler cuatro días para contestar.
En el atardecer del 17 de julio, Rommel, que regresaba del frente, llegó a las afueras de Livarot. Repentinamente dos aviones con marcas inglesas se lanzaron hacia él directamente. Uno de ellos, volando a pocos metros de tierra, ametralló el lado izquierdo del automóvil. Rommel fue lanzado sin sentido fuera del vehículo. Cuando estaba tendido en la carretera, el segundo aeroplano descendió muy bajo y abrió fuego. Rommel resultó herido de tanta gravedad —el cráneo fracturado, dos fracturas en la sien, un pómulo roto, una lesión en el ojo izquierdo, conmoción cerebral— que los médicos dudaron que saliera con vida.
Y por extraño que parezca, no existe en los archivos de la Real Fuerza Aérea informe alguno referente al ametrallamiento de un automóvil aislado cerca de Livarot a aquella hora del 17 de julio. ¿Acaso era esa la respuesta de Hitler al ultimátum?
En todo caso era el primero de dos graves reveses que sufrió el complot antinazi. El segundo ocurrió el 20 de julio. Fue la “Operación Valkyr”, una conspiración de jefes del ejército alemán y elementos civiles antinazistas para asesinar a Hitler (en cuyos preparativos intervino previamente Rommel arrastrado por von Stülpnagel). Esta conspiración erró el blanco en el cuartel general del Führer en Prusia. La bomba estalló a dos metros de Hitler, destrozó el edificio, hirió a diez hombres y mató a tres. Pero Hitler salió ileso milagrosamente.
La venganza nazi persiguió a los conspiradores. Los que fueron capturados perecieron en la horca.
A fines del verano, Rommel se encontraba perfectamente restablecido. Excepción hecha de cierta parálisis parcial del ojo izquierdo, estaba como nuevo.
El 14 de octubre se levantó temprano en su villa de Herrlingen, cerca de Ulm, para recibir a su hijo Manfred, muchacho de dieciséis años que venía a casa en disfrute de una breve licencia del Ejército. Pero otro visitante menos bienvenido se presentó al mediodía. Una llamada telefónica recibida la noche anterior había hecho saber a Rommel que el general Burgdorf iría a verlo enviado por el Führer para tratar con él lo referente a “su nombramiento para un nuevo mando”. El mariscal dijo a Manfred durante el desayuno: “Esta visita de Burgdorf bien podría ser un lazo”.


Ilustración 8: Entierro de Rommel

A las doce en punto llegó el general Burgdorf acompañado del general Maisel. Rommel, su esposa e hijo acogieron a los visitantes.
Estos besaron la mano a la dama. Cambiaron los habituales lugares comunes sobre el precioso tiempo otoñal y la salud de todos los presentes, sin olvidar el espléndido restablecimiento del mariscal. Luego, Frau Rommel y Manfred se retiraron.
Poco después de la una, Rommel subió a la habitación de su esposa. —¿Qué ocurre? —exclamó Frau Rommel, alarmada por el rostro de su marido.
—Dentro de un cuarto de hora estaré muerto —contestó Rommel ensimismado, como si paladeara las palabras para hallarles su sentido.
Luego explicó rápidamente que las declaraciones de von Stülpnagel (que había sido ahorcado después que perdió la vista en un intento de suicidio) no habían dejado duda alguna sobre la participación de Rommel en el complot del 20 de julio. En consecuencia, Hitler le permitía escoger entre morir envenenado inmediatamente o ser enjuiciado por un tribunal popular. Los dos generales le habían hecho saber claramente que si optaba por ser enjuiciado se tomarían represalias en Frau Rommel y Manfred; mientras que si aceptaba el envenenamiento, su familia quedaría perdonada y recibiría los honores y emolumentos correspondientes a los deudos de un mariscal de campo alemán. El Führer estaba decidido a ocultar a la nación alemana que el más popular de sus generales había conspirado para derrocarlo y hacer la paz.
Burgdorf le había expuesto con monstruosa precisión los últimos y acabados detalles del plan. Mientras el automóvil los llevaba a Ulm le sería entregado el veneno. Tres segundos después estaría muerto. Su cuerpo sería entregado en un hospital de Ulm. Se haría saber al mundo entero que había muerto repentinamente por efectos tardíos de las heridas sufridas el 17 de julio.
En aquella habitación del piso alto, Rommel pudo participar los detalles del diabólico plan a otras dos personas —el capitán Aldinger, que era su ayudante, y Manfred. Luego los tres bajaron al entresuelo.
Rommel se dejó poner el capote gris, luego se puso la gorra garbosamente como de costumbre. Manfred y Aldinger le alcanzaron los guantes y el bastón. Entonces se encaminó al automóvil donde esperaban sus asesinos, y el coche se puso en marcha.
En todos los anales del Tercer Reich no existe escena que dé mejor idea del clima psicológico a favor del cual prosperó Hitler. En esta ocasión no se trataba de un pobre judío indefenso en manos de la Gestapo. Era todo un mariscal de campo alemán, gloria del ejército, famoso en el mundo entero por su valor y su astucia. Sin embargo, este hombre se dejaba llevar mansamente a la muerte.
¿Cómo no hubo ninguno en la casa que empuñase un arma y diera cuenta de los dos generales? Tal vez no habría salvado a Rommel y probablemente hubiera acarreado la muerte de todos, pues más tarde se supo que habían sido apostados en las proximidades algunos automóviles con guardias de asalto. Pero un episodio dramático tan señalado hubiera deshecho el plan hitleriano de ocultar que el más popular de sus generales había conspirado contra él. Pudiera haber sido la chispa que prendiera una revuelta general. Pero al parecer los alemanes de toda condición estaban tan aturdidos por el terror del régimen que eran incapaces de concebir semejante gesto.
A la 1,25 los generales Burgdorf y Maisel entregaron a Rommel en un hospital de Ulm. Ya estaba muerto. El médico director propuso hacer la autopsia, pero Burgdorf replicó al punto: “No toquen el cuerpo. Berlín lo ha dispuesto todo”.
Lo que ocurrió exactamente durante aquel paseo en automóvil será probablemente un misterio insoluble. Burgdorf murió con Hitler en el bunker de la cancillería del Reich. Maisel, que todavía está prisionero en la zona estadounidense de Alemania, y el conductor, que pertenecía a las tropas de asalto, insisten en que les hicieron dejar el coche por un momento, y que cuando volvieron encontraron a Rommel moribundo.
En los funerales oficiales del 17 de octubre, el cortejo en el que figuraban varios jefes nazis y altos funcionarios del régimen se condujo con solemne pompa. El mariscal de campo von Rundstedt pronunció el elogio fúnebre en nombre de Hitler. Frau Rommel, pálida y ceñuda, había rechazado el brazo de Rundstedt. Profunda tensión parecía a punto de quebrar las buenas maneras convencionales. Pocos de entre los presentes sabían, sin embargo, a ciencia cierta, que asistían al último acto de un asesinato.

jueves, 31 de marzo de 2016

SGM: Heligoland reciben la primera bomba del conflicto

Heligoland, la isla que recibió la primera bomba aliada en la Segunda Guerra Mundial

Por Guillermo Carvajal - La Brújula Verde


Heligoland (en alemán Helgoland) y Düne son dos minúsculas islas que están situadas en el Mar del Norte y pertenecen al estado federado alemán de Schleswig-Holstein, a setenta kilómetros de la costa continental, aunque en otros tiempos fueron de Dinamarca y Reino Unido. Son pequeñas de verdad hasta el punto de que Heligoland, la mayor y más conocida, no llega a los dos kilómetros de longitud y acoge un encantador pueblo de millar y medio de habitantes, así como un puerto, un helipuerto y un hospital; la otra es apenas un pedazo de tierra rodeado de playa con el espacio justo para un pequeño aeródromo y un cámping.



La gracia es que ambas están muy próximas entre sí, hasta el punto de que antaño se unían por bancos de arena, hoy sumergidos a profundidades entre uno y cuatro metros por la fuerte erosión del mar, las mareas y las tempestades. De hecho, Heligoland se va hundiendo poco a poco y su parte sur (Unterland) está por debajo del nivel marino (claro que el punto más alto, Oberland, apenas llega a 61 metros), y buena parte del litoral, al igual que el perímetro de Düne, han tenido que ser protegidos con espigones.



Uno de ellos rodea a Lange Anna (Ana la Larga), el icono local, una especie de aguja pétrea de 46 metros de altura que quedó erguida y separada del acantilado adyacente cuando éste se desplomó. Se calcula que, si no le hubieran puesto alrededor ese anillo de hormigón teñido de granate, los elementos derribarían a Anne en pocos años. ¿Por qué ese color? Por la principal característica geológica de Helgoland: la roca de intenso color rojo que da un tono muy particular a sus acantilados y que es inédita en esas latitudes.


Ana La Larga

Heligoland tuvo pobladores desde la Prehistoria y su posesión siempre fue muy disputada, hasta el punto de que se convirtió en moneda de cambio en el juego político decimonónico. Como cabía esperar, los militares alemanes instalaron allí una base naval y la batalla inicial de la Primera Guerra Mundial se libró cerca, mientras que en la Segunda recibió la primera bomba aliada sobre territorio germano. La RAF y la Armada británica la arrasaron a base de bombardeos continuos de los que aún quedan abundantes restos en forma de cráteres; una leyenda local dice intentaban hacerla desaparecer. Si fue así no lo lograron, pero siguieron usándola para prácticas de tiro hasta 1952, año en que fue devuelta a Alemania y retornó la población civil.

Todo esto contrasta con su situación actual, pues ambas islas viven del turismo, recibiendo numerosos visitantes llegados en ferry (tarda alrededor de 3 horas), pequeños aviones o incluso cruceros. Además están exentas de impuestos en varios productos como el alcohol, el tabaco, el chocolate y, por supuesto, el combustible. Claro que de éste no andan muy necesitados, ya que están prohibidos los vehiculos particulares (bicicletas incluidas) salvo los de cuerpos de seguridad y sanitarios, que de todas formas son eléctricos. Energéticamente, las islas son autosuficientes porque obtienen electricidad por vías renovables y cuentan con una planta desalinizadora.



Los visitantes pueden disfrutar de un tren turístico que recorre Heligoland en 20 minutos, así como de un ascensor que sube hasta Oberland para ver el pueblo desde lo alto (también hay escaleras). Asimismo poseen gran atractivo los fondos submarinos, atrayendo a muchos buceadores no sólo por la fauna (que incluye focas y leones marinos) y las formaciones naturales sino porque hay yacimientos arqueológicos subacuáticos; debe tenerse en cuenta que la isla se identificaba con la morada del dios escandinavo Forseti, asimilable a Poseidón, y que no faltó quien localizara allí la Atlántida, confundiendo las cordilleras submarinas con restos arquitectónicos.

Pero algo de sagrado sí que tiene Helgoland, pues en su suelo compuso la letra del himno teutón el poeta August Heinrich Hoffmann von Fallersleben en 1841 (la música es de Haydn).

miércoles, 30 de marzo de 2016

Perón temía el final de Allende

Perón temía un golpe en Argentina similar al de Pinochet
 En una carta de Juan Domingo Perón a su médico, Antonio Puigvert, fechada en septiembre de 1973, el entonces presidente dice que su gobierno podría correr una suerte similar a la de Salvador Allende. Dudas sobre Isabel y confianza en la JP.
Por Claudio R. Negrete | Perfil


 A los dos lados de la cordillera. Videla y Massera, figuras de un golpe militar que replicó poco más de dos años después el que instauró en Chile la dictadura de Augusto Pinochet, como temía el general Perón.


“A perro flaco nunca le faltan pulgas”

El aniversario de las cuatro décadas del último golpe militar a la Constitución Nacional nos vuelve al espejo de los turbulentos años políticos de los 70. Una década que, no por casualidad, empezó con la dictadura militar de Juan Carlos Onganía y terminó con otra, la de Rafael Videla. En el medio un breve y frustrado período democrático de tres años (1973-1976) que tuvo cuatro presidentes y un contexto de violencia política cruzada inédita hasta hoy por las formas y la virulencia de un encono marcado más por venganzas y prejuicios que por principios ideológicos. Con la actual experiencia de 32 años ininterrumpidos de presidentes democráticos, la dimensión del tiempo sirve para comprender la complejidad de aquellos años y los resultados de ese proceso caótico de intentar encauzar el desborde político en una sociedad con baja intensidad democrática. El presidente Héctor Cámpora ejerció su mando sólo 49 días. Luego lo reemplazó Raúl Lastiri por tres meses. La tercera presidencia de Juan Domingo Perón duró apenas nueve meses; y su viuda María Estela Martínez de Perón intentó completar el mandato pero a los 21 meses fue derrocada. Tiempos absolutamente lábiles, inestables, inciertos, líquidos, al decir actual del sociólogo Sygmunt Bauman. De difícil comprensión cuando se los contrapone a los cinco años y seis meses de la presidencia de Raúl Alfonsín, o a los más de diez años de Carlos Menem y del matrimonio Kirchner gobernando sin condicionamientos los destinos del país.
Los otros días, ordenando mis archivos, me reencontré con una copia de una carta manuscrita que escribiera Juan Perón a su médico personal, el catalán Antonio Puigvert. La fecha es del 15 de septiembre de 1973. Un documento revelador de lo que pensaba el líder justicialista en un contexto histórico de impactantes hechos sucedidos en pocos días: hacía cuatro del golpe de Estado en Chile con la trágica muerte del presidente Salvador Allende; faltaba una semana para las elecciones presidenciales que consagrarían a Perón por tercera vez como presidente; y a sólo diez días del asesinado de José Ignacio Rucci, el jefe de la CGT y hombre clave en el armado del nuevo gobierno. En esos días intensos, ahora históricos, Perón se tomó su tiempo para escribirle a su amigo español con quien compartió males físicos y secretos políticos durante sus años de exilio.

Primeras noticias. Después de las expresiones formales de toda carta, Perón comienza por lo que los unía desde siempre: “La salud marcha muy bien en cuanto a lo ‘urológico’ pues aun los análisis que hemos realizado aquí confirman su sabio juicio de siempre. Pero, como ‘a perro flaco nunca le faltan pulgas’, el doctor Pedro Cossio, célebre especialista cardiológico, descubrió que mis dolores pectorales obedecían a una pericarditis a virus que ya me la ha curado. De esa manera, estoy terminando de la consecuencia de tres meses de reposo prescriptos.”
En esas pocas líneas, Perón revela a la distancia un secreto de Estado de aquella Argentina expectante: su delicada salud. Cuando en junio de ese año regresó debió estar más de diez días en cama en la casa que habitaba en la calle Gaspar Campos, en Vicente López. Se ocultó la verdad diciendo que era por una bronquitis cuando en realidad había tenido el incidente cardíaco del que da cuenta en su misiva a Puigvert. Según me contó hace algunos años el doctor Pedro Cossio hijo, mostrándome los originales de los electrocardiogramas, conversando con Perón y con los estudios clínicos que entonces le realizaron se llegó a la conclusión de que ya había tenido otro problema en el corazón: una angina de pecho. Y se la pudo ubicar en Madrid cuando regresó por primera vez a la Argentina en noviembre de 1972. Con ese antecedente y el nuevo malestar se tuvieron que tomar medidas excepcionales. “Debido a la situación delicada de Perón mi padre decidió montar una unidad cardiológica de veinticuatro horas en Gaspar Campos, que yo integré. La condición era que tenía que estar formada por profesionales sin pertenencia partidaria alguna, ni siquiera del peronismo. Se buscó un equipo apolítico y así se armó el grupo con los mejores médicos del Hospital Italiano”, me explicó. Su otro médico de confianza, Jorge Taiana, le había recomendado por escrito y antes de las elecciones que si quería vivir más años y con buena calidad de vida no tenía que se presidente. Con este escenario, es de suponer que en un país convulsionado como el de entonces los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas, como los de las cúpulas guerrilleras, hayan tenido la información de la delicada salud de Perón que, sumada a su avanzada edad, auguraban un fin anticipado, como sucedió finalmente. Incluso, distintos historiadores y analistas de la época sostienen que la casi segura desaparición física de Perón, y el poder vacante que dejaría, alimentaron la ambición la ambición militar y las disputas dentro del peronismo y en los grupos armados para posicionarse ante el vació de poder que quedaría.

Emergencia y candidatura. En otra parte de su carta, Perón le explica a Puigvert la situación de la Argentina y cómo enfrentaría la complicada herencia que recibiría: “Para una situación de emergencia, espero hacer un ‘gobierno de emergencia’ en el que participarán todas las fuerzas políticas unidas, única manera de neutralizar las apetencias militares”. Esta afirmación se condice con otra que hizo tiempo después como presidente: “Me entregaron el gobierno pero no el poder”.
Es decir, tenía la sospecha de que las FF.AA. quedaban en una retaguardia armada dispuesta a recuperar lo entregado si hiciera falta, como después sucedió. La visión del desafío que según Perón tenía por delante era de una situación de emergencia y no de una mera crisis. De ahí su estrategia de armar un gran frente electoral con los principales partidos políticos participando de su gobierno para sostener la institucionalidad de esa frágil democracia. “El ejemplo de Chile es efectivamente elocuente como para que saquemos las enseñanzas correspondientes.
El golpe militar ha sido posible porque contaba con el apoyo explícito de la Democracia Cristiana: nosotros no le daremos esa “chance”, le explica a Puigvert para después agregar que “como imaginará, el único enemigo que tenemos será USA y los que ellos puedan comprar, pero desde el ‘vamos’ los estaremos vigilando. Nuestro pueblo y en especial su juventud están dispuestos a todo y cuando se cuenta con ese apoyo no hay empresa que no deba intentarse”.
Y hacia el final de la carta aparece uno de los grandes enigmas de la política nacional. ¿De dónde se impulsó la fórmula con Isabelita? Según la historiadora María Sáenz Quesada, que acaba de reeditar su libro La primera presidente, fue una decisión de Perón y hubo un intento fracasado para que la fórmula fuera
Perón-Cámpora. Difícil de lograrse a la luz de lo que el propio Cossio escuchó de Perón. “Mientras estaba en cama, cada vez que Perón veía por televisión a Cámpora se enojaba mucho, decía que se había dejado copar por la izquierda. Se sintió traicionado.
En el cuarto estaba armado, sospechaba que podían atentar contra él”, recordó de aquellos momentos junto al General durante las catorce horas por día que le tocaba acompañarlo.
También en el libro de Sáenz Quesada se afirma que según Abal Medina se había consensuado la fórmula con el líder radical Ricardo Balbín, pero que el intento también fracasó. El historiador peronista Enrique Pavón Pereyra, en su libro Perón, Balbín, sostiene directamente que ese acuerdo fue saboteado por
Cámpora y López Rega. Y en los años 80, fue el propio dirigente radical Enrique Vanoli, quien participó en esas negociaciones, quien me confirmó que el acuerdo existió pero fue saboteado. “Hubo un boicot dentro del peronismo y también en el radicalismo”, me confesó.
Entonces, ¿quién eligió la fórmula Perón-Perón”. El mismo Perón da su versión en la carta a Puigvert: “A Isabelita la han ‘candidateado’ en segundo término para ‘vicepresidenta’, y como tal candidatura ha sido proclamada  en el Congreso ‘por aclamación’, significa que mis muchachos quieren que yo gobierne solo y no hemos tenido más remedio que darles el gusto”. ¿Justificación? ¿Poner a “los muchachos” como una forma de encubrir la decisión personal? ¿Aceptación resignada de una situación que ya no controlaba? La carta anticipó lo que sucedería después en el país.

*Periodista y coautor del libro La profanación. El robo de las manos de Perón.

martes, 29 de marzo de 2016

Ecuador: El demente plan del Gral. Juan José Flores

Cuando España quiso conquistar América… Por segunda vez
Javiero Sanz - Historias de la Historia


Cuando la Gran Colombia se acababa de independizar de España, Simón Bolívar nombró (a dedo, como lo hacen los autócratas) al General venezolano Juan José Flores como gobernador del Distrito Sur -constituido por Quito, Guayaquil y Cuenca-, pero la ambición de Flores hizo trizas los sueños del Libertador Simón Bolívar y se alzó en armas proclamando la Independencia del estado de Ecuador. Así nacía, en el año de 1830, un pequeño país con fronteras casi inexistentes y todas en conflicto, con apenas vías de acceso entre sus tres ciudades más importantes.

El mandato de Juan José Flores realmente fue una dictadura, porque una vez alzado en armas se autoproclamó presidente, eligió a 21 ciudadanos “notables” (siete de cada ciudad, casualmente todos ellos terratenientes y amigos suyos) para avalar la Primera Constitución del país como República. Fue en su tercer período presidencial cuando los ecuatorianos se sublevaron y finalmente lo derrocaron a él y a su guardia pretoriana de generales venezolanos.


General Juan José Flores

Antes de aceptar la derrota, el sagaz dictador venezolano elaboró un documento llamado el Pacto de la Virginia, por el que el General entregaba pacíficamente el poder y, a cambio, el Estado ecuatoriano debía garantizarle su estatus militar, la conservación de numerosas propiedades en el país y una renta de 20.000 pesos que le proporcionarían un cómodo destierro de en Europa. Flores abandonó el país y el nuevo gobierno ecuatoriano apenas tardó en romper aquel miserable Tratado. Enterado de la noticia, el General organizó desde Europa un maquiavélico plan para recuperar el poder. Se dirigió a Inglaterra y contacto con el general irlandés Richard Wright a quien encargó la tarea de reclutar mercenarios, armamento y naves de guerra para invadir Ecuador. Desde allí pasó a Francia donde trató de conseguir más apoyo para su arriesgada empresa, llegando a proponer convertir a Ecuador en una monarquía a cargo de un príncipe europeo, con él mismo como regente. Por último, en el Reino de Nápoles, el embajador español, el Duque de Rivas, escuchó sus planes de colocar un príncipe europeo al frente del país sudamericano y, desde allí, ampliar las fronteras de Ecuador hacia el sur.

La reina María Cristina de Borbón, viuda de Fernando VII y regente del Reino dada la minoría de edad de su hija la futura Isabel II, acogió con mucho entusiasmo los planes de Flores. Sonaba bien aquello de colocar en el trono de un país americano a uno de sus hijos, en este caso de su segundo matrimonio con Agustín Muñoz Sánchez, un sargento de la guardia de palacio. Un matrimonio secreto y, por supuesto, morganático, el tipo de matrimonio que se daba entre nobles y plebeyos, también llamado “matrimonio con la izquierda”, porque en este tipo de matrimonio el novio sostenía la mano derecha de la novia con la suya izquierda, cuando lo normal es hacerlo al revés. Este es uno de los pocos casos en que “el noble” era una mujer. La unión quizá hubiera podido mantenerse oculta de no ser porque la pareja comenzó a tener hijos casi de inmediato. La reina, oficialmente viuda, aparecía en los actos públicos intentando disimular sus sucesivos estados de gestación a base de utilizar amplios vestidos que ocultasen su abultado vientre -por los corrillos de palacio se decía que “la regente es una dama casada en secreto y embarazada en público”. Y bueno, con toda la ilusión de una madre que quiere lo mejor para sus hijos, la reina María Cristina también fue embaucada por Flores y desembolsó una suma importante para que su hijo Agustín Muñoz y Borbón fuese rey en América. A finales de 1846, el General Flores contaba con unos 1.500 hombres acuartelados en el puerto de Santander, y España soñaba con reconquistar algo de sus antiguas colonias.


María Cristina Borbón - Agustín Muñoz

¿En qué terminó todo esto?, pues en lo de siempre. Cada vez que aparece un tipo prepotente, con aires de libertador, nunca hay que esperar nada bueno.

En Inglaterra e Irlanda, Wright había logrado reunir dos batallones de 400 hombres cada uno y tres naves -dos barcos de vapor transformados en barcos de guerra y un tercero para el transporte de tropas y logística-. En Inglaterra, el General Flores también presentó una propuesta monárquica, en la que incluía no solamente al Ecuador sino que era una plataforma para desde allí tomar por la fuerza Perú y Bolivia. La idea que vendió a los ingleses era la de conformar un estado federado de tres reinos y compartirlo con España, tal como Inglaterra y Escocia estaban unificadas en el Reino Unido de Gran Bretaña o como las coronas asociadas en el Imperio Austríaco. A este intento se le conoce como Reino Unido de Ecuador, Perú y Bolivia, con trono en la ciudad de Quito y cuyo monarca sería el ya mencionado niño Agustín Muñoz de Borbón, a quien la Reina ya le hacía llamar: Príncipe de Ecuador y Restaurador de la monarquía en Perú y Bolivia.

Para bien o para mal, desde que se creó la diplomacia se creó el espionaje. Estos planes estaban marchando en secreto, pero algo se filtró a la embajada peruana acreditada en Londres y fue el embajador peruano Juan Manuel Iturregui quien dio la voz de alarma denunciando el plan secreto del venezolano Flores a todas las cancillerías latinoamericanas. La prensa británica desnudó de cuerpo entero a Flores, y declaró que el proyecto del venezolano era una amenaza contra los intereses económicos ingleses. Inglaterra terminó confiscando las embarcaciones de Flores que estaban prácticamente listos para zarpar. Flores, quien se encontraba en la corte de Madrid, salió rumbo a Inglaterra para defenderse y conseguir la devolución de sus barcos, pero ante la posibilidad de verse involucrado en el juicio decidió quedarse en París. Cuando estaba de regreso, los periódicos madrileños ya habían hecho pública la noticia del embargo de sus barcos, por lo que el gabinete que lo había apoyado se vio obligado a dimitir, entre otras razones por su apoyo a la descabellada aventura de instaurar una monarquía en Ecuador. Flores permaneció varios meses más en Europa, tratando inútilmente de recuperar sus naves durante la siguiente década. Esto le valió al primer presidente ecuatoriano ser reconocido por sus geniales, pero a la vez perniciosas ideas, como el “Rey de la noche”.

Después de este frustrado intento colonialista, el canciller peruano Paz Soldán dirigió una circular invitando a los Gobiernos continentales al Congreso Americano de 1847, celebrado en Lima, para elaborar un tratado de defensa continental de las naciones hispanoamericanas contra toda forma de agresión extranjera. Este objetivo se plasmó en el gran Tratado de Confederación de 1848 y constituye el precedente jurídico de los pactos de la Sociedad de Naciones, de la OEA y de la ONU.