miércoles, 30 de marzo de 2016

Perón temía el final de Allende

Perón temía un golpe en Argentina similar al de Pinochet
 En una carta de Juan Domingo Perón a su médico, Antonio Puigvert, fechada en septiembre de 1973, el entonces presidente dice que su gobierno podría correr una suerte similar a la de Salvador Allende. Dudas sobre Isabel y confianza en la JP.
Por Claudio R. Negrete | Perfil


 A los dos lados de la cordillera. Videla y Massera, figuras de un golpe militar que replicó poco más de dos años después el que instauró en Chile la dictadura de Augusto Pinochet, como temía el general Perón.


“A perro flaco nunca le faltan pulgas”

El aniversario de las cuatro décadas del último golpe militar a la Constitución Nacional nos vuelve al espejo de los turbulentos años políticos de los 70. Una década que, no por casualidad, empezó con la dictadura militar de Juan Carlos Onganía y terminó con otra, la de Rafael Videla. En el medio un breve y frustrado período democrático de tres años (1973-1976) que tuvo cuatro presidentes y un contexto de violencia política cruzada inédita hasta hoy por las formas y la virulencia de un encono marcado más por venganzas y prejuicios que por principios ideológicos. Con la actual experiencia de 32 años ininterrumpidos de presidentes democráticos, la dimensión del tiempo sirve para comprender la complejidad de aquellos años y los resultados de ese proceso caótico de intentar encauzar el desborde político en una sociedad con baja intensidad democrática. El presidente Héctor Cámpora ejerció su mando sólo 49 días. Luego lo reemplazó Raúl Lastiri por tres meses. La tercera presidencia de Juan Domingo Perón duró apenas nueve meses; y su viuda María Estela Martínez de Perón intentó completar el mandato pero a los 21 meses fue derrocada. Tiempos absolutamente lábiles, inestables, inciertos, líquidos, al decir actual del sociólogo Sygmunt Bauman. De difícil comprensión cuando se los contrapone a los cinco años y seis meses de la presidencia de Raúl Alfonsín, o a los más de diez años de Carlos Menem y del matrimonio Kirchner gobernando sin condicionamientos los destinos del país.
Los otros días, ordenando mis archivos, me reencontré con una copia de una carta manuscrita que escribiera Juan Perón a su médico personal, el catalán Antonio Puigvert. La fecha es del 15 de septiembre de 1973. Un documento revelador de lo que pensaba el líder justicialista en un contexto histórico de impactantes hechos sucedidos en pocos días: hacía cuatro del golpe de Estado en Chile con la trágica muerte del presidente Salvador Allende; faltaba una semana para las elecciones presidenciales que consagrarían a Perón por tercera vez como presidente; y a sólo diez días del asesinado de José Ignacio Rucci, el jefe de la CGT y hombre clave en el armado del nuevo gobierno. En esos días intensos, ahora históricos, Perón se tomó su tiempo para escribirle a su amigo español con quien compartió males físicos y secretos políticos durante sus años de exilio.

Primeras noticias. Después de las expresiones formales de toda carta, Perón comienza por lo que los unía desde siempre: “La salud marcha muy bien en cuanto a lo ‘urológico’ pues aun los análisis que hemos realizado aquí confirman su sabio juicio de siempre. Pero, como ‘a perro flaco nunca le faltan pulgas’, el doctor Pedro Cossio, célebre especialista cardiológico, descubrió que mis dolores pectorales obedecían a una pericarditis a virus que ya me la ha curado. De esa manera, estoy terminando de la consecuencia de tres meses de reposo prescriptos.”
En esas pocas líneas, Perón revela a la distancia un secreto de Estado de aquella Argentina expectante: su delicada salud. Cuando en junio de ese año regresó debió estar más de diez días en cama en la casa que habitaba en la calle Gaspar Campos, en Vicente López. Se ocultó la verdad diciendo que era por una bronquitis cuando en realidad había tenido el incidente cardíaco del que da cuenta en su misiva a Puigvert. Según me contó hace algunos años el doctor Pedro Cossio hijo, mostrándome los originales de los electrocardiogramas, conversando con Perón y con los estudios clínicos que entonces le realizaron se llegó a la conclusión de que ya había tenido otro problema en el corazón: una angina de pecho. Y se la pudo ubicar en Madrid cuando regresó por primera vez a la Argentina en noviembre de 1972. Con ese antecedente y el nuevo malestar se tuvieron que tomar medidas excepcionales. “Debido a la situación delicada de Perón mi padre decidió montar una unidad cardiológica de veinticuatro horas en Gaspar Campos, que yo integré. La condición era que tenía que estar formada por profesionales sin pertenencia partidaria alguna, ni siquiera del peronismo. Se buscó un equipo apolítico y así se armó el grupo con los mejores médicos del Hospital Italiano”, me explicó. Su otro médico de confianza, Jorge Taiana, le había recomendado por escrito y antes de las elecciones que si quería vivir más años y con buena calidad de vida no tenía que se presidente. Con este escenario, es de suponer que en un país convulsionado como el de entonces los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas, como los de las cúpulas guerrilleras, hayan tenido la información de la delicada salud de Perón que, sumada a su avanzada edad, auguraban un fin anticipado, como sucedió finalmente. Incluso, distintos historiadores y analistas de la época sostienen que la casi segura desaparición física de Perón, y el poder vacante que dejaría, alimentaron la ambición la ambición militar y las disputas dentro del peronismo y en los grupos armados para posicionarse ante el vació de poder que quedaría.

Emergencia y candidatura. En otra parte de su carta, Perón le explica a Puigvert la situación de la Argentina y cómo enfrentaría la complicada herencia que recibiría: “Para una situación de emergencia, espero hacer un ‘gobierno de emergencia’ en el que participarán todas las fuerzas políticas unidas, única manera de neutralizar las apetencias militares”. Esta afirmación se condice con otra que hizo tiempo después como presidente: “Me entregaron el gobierno pero no el poder”.
Es decir, tenía la sospecha de que las FF.AA. quedaban en una retaguardia armada dispuesta a recuperar lo entregado si hiciera falta, como después sucedió. La visión del desafío que según Perón tenía por delante era de una situación de emergencia y no de una mera crisis. De ahí su estrategia de armar un gran frente electoral con los principales partidos políticos participando de su gobierno para sostener la institucionalidad de esa frágil democracia. “El ejemplo de Chile es efectivamente elocuente como para que saquemos las enseñanzas correspondientes.
El golpe militar ha sido posible porque contaba con el apoyo explícito de la Democracia Cristiana: nosotros no le daremos esa “chance”, le explica a Puigvert para después agregar que “como imaginará, el único enemigo que tenemos será USA y los que ellos puedan comprar, pero desde el ‘vamos’ los estaremos vigilando. Nuestro pueblo y en especial su juventud están dispuestos a todo y cuando se cuenta con ese apoyo no hay empresa que no deba intentarse”.
Y hacia el final de la carta aparece uno de los grandes enigmas de la política nacional. ¿De dónde se impulsó la fórmula con Isabelita? Según la historiadora María Sáenz Quesada, que acaba de reeditar su libro La primera presidente, fue una decisión de Perón y hubo un intento fracasado para que la fórmula fuera
Perón-Cámpora. Difícil de lograrse a la luz de lo que el propio Cossio escuchó de Perón. “Mientras estaba en cama, cada vez que Perón veía por televisión a Cámpora se enojaba mucho, decía que se había dejado copar por la izquierda. Se sintió traicionado.
En el cuarto estaba armado, sospechaba que podían atentar contra él”, recordó de aquellos momentos junto al General durante las catorce horas por día que le tocaba acompañarlo.
También en el libro de Sáenz Quesada se afirma que según Abal Medina se había consensuado la fórmula con el líder radical Ricardo Balbín, pero que el intento también fracasó. El historiador peronista Enrique Pavón Pereyra, en su libro Perón, Balbín, sostiene directamente que ese acuerdo fue saboteado por
Cámpora y López Rega. Y en los años 80, fue el propio dirigente radical Enrique Vanoli, quien participó en esas negociaciones, quien me confirmó que el acuerdo existió pero fue saboteado. “Hubo un boicot dentro del peronismo y también en el radicalismo”, me confesó.
Entonces, ¿quién eligió la fórmula Perón-Perón”. El mismo Perón da su versión en la carta a Puigvert: “A Isabelita la han ‘candidateado’ en segundo término para ‘vicepresidenta’, y como tal candidatura ha sido proclamada  en el Congreso ‘por aclamación’, significa que mis muchachos quieren que yo gobierne solo y no hemos tenido más remedio que darles el gusto”. ¿Justificación? ¿Poner a “los muchachos” como una forma de encubrir la decisión personal? ¿Aceptación resignada de una situación que ya no controlaba? La carta anticipó lo que sucedería después en el país.

*Periodista y coautor del libro La profanación. El robo de las manos de Perón.

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