viernes, 26 de octubre de 2018

San Martín y sus pasatiempos

Los pasatiempos desconocidos de José de San Martín

Jorge Fernández Díaz dio inicio a Pensándolo bien leyendo un artículo de Diego Sarcona que revela diversos matices desconocidos de la personalidad de José de San Martín.

Jorge Fernández Díaz




¿Pudo un puñado de pinceles, algunas partituras y una guitarra formar parte de las pertenencias que acompañaron al general San Martín en sus campañas y luego en su retiro de la vida pública?

¿O acaso su inclinación artística, como otros aspectos de los menos explorados de su vida, se eclipsó ante la estereotipada faceta de guerrero que casi con exclusividad tienen de su figura la inmensa mayoría de los argentinos?

Un amigo me dijo una vez con exagerada ironía que lo peor que había hecho José Hernández había sido escribir el Martín Fierro porque esa magnífica obra eclipsaba el resto de su gran labor literaria y parlamentaria.

En el caso de San Martín, es incuestionable que existen sobradas razones para recordarlo como uno de los mayores estrategas de la historia militar reciente, a la altura del chino Sun Tzu o del general norteamericano Robert Lee, por sus logros y proezas militares que testimonian esta afirmación.

La distancia y el tiempo que le llevó unir Buenos Aires y el convento San Lorenzo, previo al enfrentamiento con los realistas, es considerada por historiadores especializados como la marcha forzada de caballería más rápida en la historia militar mundial; estratégicamente, este combate aplicado en Maipú, emulando el canae de Anibal Barca o el avance obliquo del tebano Epaminondas, son estudiados en academias militares como la de West Point, en los Estados Unidos, en la que además existe un gran retrato suyo en una de los salones principales, o la francesa de Saint-Cyr, sin olvidar, por supuesto, que su máxima obra táctica y estratégica, la Campaña de los Andes -que incluye el desembarco en las costas peruanas- no tiene comparación con ninguna otra en el globo, superando ampliamente a las campañas de Napoleón Bonaparte y Aníbal en los Alpes.

El reconocimiento de estas aptitudes en Europa fue tal, que los revolucionarios belgas le ofrecieron infructuosamente el mando para dirigir el movimiento que los escindió de los Países Bajos, y su opinión fue determinante en el parlamento francés y en el Foreign Office británico para ordenar detener y replegar las fuerzas invasoras de esas potencias en ocasión del bloqueo y violación de nuestra soberanía durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas.

Son éstas algunas de las razones por las cuales es considerado el militar más destacado de las revoluciones hispanoamericanas, por encima de George Washington o Simón Bolívar. En definitiva no cualquiera ha lucido su busto hasta en la oficina oval de la Casa blanca.

Pero subyaciendo al guerrero encontramos en una personalidad tan interesante como en muchos aspectos inescrutable; su inclinación hacia estas “expresiones del alma” como decía Marc Chagall, quizá hasta un vehículo para la exteriorización de las emociones de una humanidad por naturaleza reservada.

¿Cómo comenzó a construirse y materializarse este lazo que unió a nuestro Libertador con la sensibilidad que encierra la tarea artística y nos descubre esta faceta desconocida de su vida?

Sus primeras nociones en el dibujo y la pintura las adquirió seguramente en la península, en momentos de su educación temprana y es por esto que lo encontramos diseñando los escudos para la tropa en Arjonilla.

En íntima confesión a su amigo Tomás Guido, sin complejo alguno, le escribía que, si le faltara empleo en el Ejército, bien podía ganarse lando acuarelas y paisajes de abanico; y esto es por demás significativo ya que en vida pintala España de finales del siglo XVIII no eran bien vistas las artes manuales.

A su llegada a América en 1812, San Martín diseñó y bocetó personalmente el uniforme completo del recién creado Escuadrón de Granaderos a Caballo, y en la función pública, siendo gobernador de Cuyo, la bandera de los Andes. Más tarde, como Protector del Perú, la bandera y el escudo de la nueva Nación.

Pero esa inquietud artística no se limitaba a la pintura o el dibujo; sorprenderá seguramente imaginar a un joven San Martín punteando una guitarra siendo poco conocido que en el marco de su formación en la Península, y según el autor español Agustín de Herrán Matorras, tomó lecciones de guitarra del compositor Fernando Sors y otras de canto.

Este pasatiempo fue retomado en su retiro europeo. Es indudable que le gustaba la música y esto se explica no sólo por la asiduidad con que asistía a conciertos una vez instalado en Francia, después de 1830 -así lo testimonia William Miller en sus “Memorias”- sino también por el hecho de que, de entre los libros que llevó consigo por América y posteriormente donó a la Biblioteca de Lima -que lamentablemente un incendio destruyó años des, encontramos varios volúmenes de un “Diccionario de la Música”.

Como gobernador de Cuyo exigió que en escuelas y actos públicos se entonaran las estrofas del Himno Nacional Argentino y, como jefe militar, hizo lo mismo con las tropas de su mando.

Mitre, avalado en el relato por un testigo, nos cuenta que en vísperas de la batalla de Chacabuco y luego de desmontar y prepararse para descansar, encendió un cigarrillo y mandó a las charangas de los batallones que tocasen nuestra canción patria cuyos ecos habrían de resonar muy pronto en todos los ámbitos de las naciones liberadas.

También nos cuenta Vicente Pérez Rosales que en todas las tertulias sociales se cantaba el himno, pero menciona en particular la que tuvo lugar en casa de la familia Solar y Rosales, que se clausuró con esas notas pero con un intérprete de lujo.

Nos dice: “… todos se pusieron de pie. Hízose introducir en el comedor dos negros con sus trompas, y al son viril y majestuoso de estos instrumentos, hízose oír la voz de bajo, áspera, pero afinada y entera, del héroe…”.

En lo que se refiere a la función militar, San Martín puso especial atención en la formación de bandas de música en los regimientos.

En Chile, bajo su auspicio e iniciativa se fundó la Academia de Música, escuela que generaría dos bandas musicales que eran superiores a la única que tenía el ejército realista en el batallón Chiloé.

El musicólogo chileno José Zapiola considera que en Chacabuco, además del campo de batalla, el triunfo patriota se extendió en el terreno musical, ya que “si bien un combate no se gana con corcheas y semifusas, sépase lo que ellas colaboran en levantar el ánimo de los que generan la victoria”.

Su gusto por la música -y el baile- trajo otras consecuencias inimaginadas y poco valoradas ya que no solamente llevó liberación en sus campañas.

Al cruzar los Andes introdujo en Chile el “Cielito”, el “Pericón”, la “Sajuriana” y el “Cuando” (especie de minué con un “allegro” al final), de manera que además de victorias y esperanzas de libertad, nuestras tropas llevaron nuestras costumbres y cultura en su camino por la independencia. En particular el “Cielito” fue proyección musical de nuestras raíces en Chile, Perú y Bolivia donde se lo oyó y bailó, convirtiéndose en una bandera musical que animaba fogones de campaña.

También sabemos que era muy bueno en la danza de salón, donde armonizaba con elegancia su paso al ritmo de la música. Esta habilidad debió haberla adquirido en la Península ya que llegado a Buenos Aires en 1812 pronto fue motivo de comentarios en las tertulias que ofrecían las familias más importantes de la capital.

Fue en una de éstas, la de los Escalada, donde conoció a Remedios. En relación a esto nos dice en sus memorias Mary Graham, amiga del almirante Thomas Cochrane, que “en un salón de baile hay pocos que lo aventajen…”.

En el Perú y con el título de Protector, convocó a concurso a compositores de música para una marcha nacional peruana y ocupando el sitial de la presidencia dio orden a la orquesta de que iniciara la ejecución de las obras presentadas y cuando le tocó el turno a la del maestro José Bernardo Alcedo, el Libertador se incorporó y, según nos cuenta el escritor peruano Ricardo Palma, exclamó: “He aquí el Himno Nacional del Perú”, sosteniendo “que el entusiasmo patriótico se alimenta, entre otras cosas, con la adopción de una marcha nacional por el influjo que la música y la poesía ejercen sobre las almas sensibles”.

A partir de 1830, en el exilio europeo, la música y el arte estarán continuamente presentes en su vida. Ya radicado en Francia, conoció al compositor italiano Gioacchino Rossini, que era muy cercano a Alejandro Aguado, benefactor de San Martín.

Ambos fueron los primeros privilegiados en presenciar el estreno de la conocida obra “Guillermo Tell” que el músico les obsequió en agradecimiento a su amistad.

Mientras su vista se lo permitió, se dedicó profusamente al dibujo y a la producción de acuarelas, preferentemente marinas, en un taller que compartía con su amigo Aguado.

De ese inimaginado atelier, y para sorpresa de muchos, salieron dos obras que ilustran paisajes del Paraná y tienen el máximo prócer de la argentinidad como autor.

Hoy, entre obras de Leonardo, Rembrandt o Delacroix, aunque no a la vista de las más de ocho millones de personas que lo visitan anualmente, descansan en el archivo del prestigioso Museo del Louvre.

El autor es abogado e investigador histórico y publicó el artículo en Infobae.

jueves, 25 de octubre de 2018

Libro: La mujer marcada para morir

La mujer marcada

Cómo una familia indígena Osage se convirtió en el objetivo principal de uno de los crímenes más siniestros en la historia de Estados Unidos

Por David Grann | The New Yorker


A principios del siglo XX, los miembros de la Nación Osage se convirtieron en las personas más ricas per cápita del mundo, después de que se descubriera el petróleo bajo su reserva, en Oklahoma. Luego comenzaron a ser misteriosamente asesinados. En 1923, después de que el número de muertos llegara a más de dos docenas, el caso fue ocupado por la Oficina de Investigación, que entonces era una rama oscura del Departamento de Justicia, que más tarde fue rebautizada Oficina Federal de Investigaciones. El caso fue una de las primeras investigaciones importantes de homicidios de F.B.I. Después de que J. Edgar Hoover fuera nombrado director de la oficina, en 1924, envió un equipo de agentes encubiertos, incluido un agente nativo americano, a la reserva de Osage.

David Grann, un escritor de la revista, ha pasado casi media década investigando esta historia sumergida y siniestra. En su nuevo libro, "Killers of the Flower Moon: The Osage Murders and the Birth ofthe F.B.I.", publicado por Doubleday en abril, muestra que la amplitud de los asesinatos fue mucho mayor que la que el Bureau haya expuesto. Este extracto exclusivo, el primer capítulo del libro, presenta a la mujer Osage y su familia que se convirtieron en los principales objetivos de la conspiración.

En abril, millones de pequeñas flores se extendieron por las colinas de blackjack y vastas praderas en el territorio Osage de Oklahoma. Hay Johnny-jump-ups y bellezas de primavera y pequeños bluets. El escritor de Osage John Joseph Mathews observó que la galaxia de pétalos hace que parezca como si los "dioses hubieran dejado confeti". En mayo, cuando los coyotes aúllan bajo una luna inquietantemente grande, las plantas más altas, como las arañas vasculares y Susans de ojos negros, comienzan arrastrarse sobre las flores más pequeñas, robando su luz y agua. Los cuellos de las flores más pequeñas se rompen y sus pétalos se alejan, y en poco tiempo se entierran bajo tierra. Esta es la razón por la cual los indios Osage se refieren a mayo como el tiempo de la luna que mata las flores.

El 24 de mayo de 1921, Mollie Burkhart, residente de la ciudad de Grey Horse, Oklahoma, asentada en Osage, comenzó a temer que algo le hubiera sucedido a una de sus tres hermanas, Anna Brown. Treinta y cuatro, y menos de un año mayor que Mollie, Anna había desaparecido tres días antes. A menudo se había ido de "juergas", como su familia los llamaba despectivamente: bailar y beber con amigos hasta el amanecer. Pero esta vez una noche había pasado, y luego otra, y Anna no había aparecido en el porche delantero de Mollie como solía hacerlo, con su largo cabello negro ligeramente deshilachado y sus ojos oscuros brillando como vidrio. Cuando Anna entró, le gustaba quitarse los zapatos, y Mollie perdió el sonido reconfortante de su movimiento, sin prisas, a través de la casa. En cambio, hubo un silencio tan quieto como las llanuras.

Mollie ya había perdido a su hermana Minnie casi tres años antes. Su muerte había llegado con una velocidad espantosa, y aunque los médicos la habían atribuido a una "enfermedad peculiar y devastadora", Mollie albergaba dudas: Minnie solo tenía veintisiete años y siempre había tenido una salud perfecta.

Al igual que sus padres, Mollie y sus hermanas tenían sus nombres inscritos en el Osage Roll, lo que significaba que estaban entre los miembros registrados de la tribu. También significaba que poseían una fortuna. A principios de los años setenta, los Osage habían sido expulsados ​​de sus tierras en Kansas hacia una reserva rocosa, presumiblemente inútil, en el noreste de Oklahoma, solo para descubrir, décadas después, que esta tierra estaba asentada sobre algunos de los yacimientos de petróleo más grandes de los Estados Unidos. Estados. Para obtener ese petróleo, los prospectores tenían que pagar el Osage en forma de arrendamientos y regalías. A principios del siglo XX, cada persona en el rol tribal comenzó a recibir un cheque trimestral. La cantidad inicialmente era de solo unos pocos dólares, pero con el tiempo, a medida que se extraía más petróleo, los dividendos crecían en cientos, luego en miles de dólares. Y prácticamente cada año los pagos aumentaban, como los arroyos de las praderas que se unían para formar el Cimarron amplio y fangoso, hasta que los miembros de la tribu acumulaban colectivamente millones y millones de dólares. (Solo en 1923, la tribu recibió más de treinta millones de dólares, el equivalente actual de más de cuatrocientos millones de dólares). Los Osage eran considerados las personas más ricas per cápita del mundo. "¡He aquí!", Exclamaba el semanario neoyorquino Outlook_ _. "El indio, en lugar de morir de hambre. . . disfruta de un ingreso estable que vuelve a los banqueros verdes de envidia ".

El público se había quedado paralizado por la prosperidad de la tribu, que contradecía las imágenes de los indios americanos que podían remontarse al brutal primer contacto con los blancos, el pecado original del que nació el país. Los reporteros tentaron a sus lectores con historias sobre el "plutocrático Osage" y los "millonarios rojos", con sus mansiones de ladrillo y terracota, y sus anillos de diamantes, abrigos de pieles y autos con chofer. Un escritor se maravilló de las chicas de Osage que asistían a los mejores internados y vestían suntuosas ropas francesas, como si "une très jolie demoiselle_ de los bulevares de París se hubiera extraviado inadvertidamente en esta pequeña ciudad reservada".

Al mismo tiempo, los reporteros se aprovecharon de cualquier señal del estilo de vida tradicional Osage, que parecía despertar en la mente del público visiones de indios "salvajes". Un artículo señaló un "círculo de automóviles caros que rodeaban una fogata abierta, donde los dueños bronceados y con cobijas brillantes cocinan carne en el estilo primitivo". Otro documentó una fiesta de Osage llegando a una ceremonia para sus bailes en un avión privado: una escena que "supera la capacidad de los ficcionistas para retratar". Resumiendo la actitud del público hacia el Osage, el Washington Star_ dijo: "Ese lamento, 'Lo el pobre indio', podría ser revisado apropiadamente a 'Ho, el rico rojo' piel. '"

Gray Horse era uno de los asentamientos más antiguos de la reserva. Estos puestos avanzados -incluyendo Fairfax, un pueblo vecino más grande de casi mil quinientas personas, y Pawhuska, la capital de Osage, con una población de más de seis mil habitantes- parecían visiones enfebrecidas. Las calles clamaban con vaqueros, buscadores de fortuna, contrabandistas, adivinos, curanderos, forajidos, alguaciles de los EE.UU., financistas de Nueva York y magnates petroleros. Los automóviles se desplazaban a lo largo de senderos de caballos pavimentados, el olor del combustible abrumaba el olor de las praderas. Los jurados de cuervos miraban desde los cables del teléfono. Había restaurantes, anunciados como cafés, así como teatros de ópera y de polo.

Aunque Mollie no gastó tan generosamente como lo hicieron algunos de sus vecinos, ella había construido una hermosa casa de madera en Gray Horse cerca de la antigua cabaña de pollas amarradas, esteras tejidas y cortezas de su familia. Ella era dueña de varios autos y tenía un equipo de sirvientes, los langostas de los indios, ya que muchos colonos se burlaban de estos trabajadores migrantes. Los sirvientes a menudo eran negros o mexicanos, y en los primeros años de 1920 un visitante de la reserva expresaba desprecio ante la visión de "incluso blancos" realizando "todas las tareas domésticas de la casa a la que Osage no se rebajará".

Mollie fue una de las últimas personas en ver a Anna antes de desaparecer. Ese día, 21 de mayo, Mollie se había levantado cerca del amanecer, un hábito arraigado desde cuando su padre solía rezar todas las mañanas al sol. Estaba acostumbrada al coro de las alondras y los playeros y las gallinas de las praderas, ahora cubiertos con el pock-pocking_ de taladros que golpeaban la tierra. A diferencia de muchos de sus amigos, que evitaron la ropa de Osage, Mollie le envolvió una manta india alrededor de los hombros. Tampoco peinó su cabello con una aleta, sino que dejó que su pelo largo y negro le cayera sobre la espalda, revelando su rostro llamativo, con sus pómulos altos y sus grandes ojos marrones.


Mollie Burkhart.

Su esposo, Ernest Burkhart, se levantó con ella. Un hombre blanco de veintiocho años, tenía la belleza de un extra en un espectáculo fotográfico occidental: cabello castaño corto, ojos azul pizarra, barbilla cuadrada. Solo su nariz perturbaba el retrato; parecía que hubiera tomado un puñetazo de bar o dos. Habiendo crecido en Texas, hijo de un pobre agricultor de algodón, había quedado encantado con los relatos de Osage Hills, ese vestigio de la frontera estadounidense en la que se decía que vaqueros e indios todavía vagabundeaban. En 1912, a la edad de diecinueve años, había empacado una maleta, como Huck Finn, encendiéndose para el Territorio, y se fue a vivir con su tío, un ganadero dominante llamado William K. Hale, en Fairfax. "No era el tipo de persona que te pedía que hicieras algo, te lo dijo", dijo una vez Ernest acerca de Hale, quien se convirtió en su padre sustituto. Aunque Ernest principalmente hacía recados para Hale, a veces trabajaba como conductor de librea, y así fue como conoció a Mollie y la llevó en camioneta por la ciudad.

Ernest tenía una tendencia a beber aguardiente de moho y jugar al póquer indio con hombres de mala reputación, pero bajo su aspereza parecía haber ternura y un rastro de inseguridad, y Mollie se enamoró de él. Nacido como hablante de Osage, Mollie había aprendido algo de inglés en la escuela; sin embargo, Ernest estudió su lengua materna hasta que pudo hablar con ella en ella. Ella sufría de diabetes y la cuidaba cuando le dolían las articulaciones y le ardía el estómago por el hambre. Después de escuchar que otro hombre tenía afecto por ella, murmuró que no podría vivir sin ella.



Ernest Burkhart. 

No fue fácil para ellos casarse. Los amigos groseros de Ernest lo ridiculizaron por ser un "hombre squaw". Y aunque las tres hermanas de Mollie se habían casado con hombres blancos, ella sentía la responsabilidad de tener un matrimonio Osage arreglado, como lo habían hecho sus padres. Aún así, Mollie, cuya familia practicaba una mezcla de Osage y creencias católicas, no podía entender por qué Dios le permitiría encontrar el amor, solo para luego quitárselo. Entonces, en 1917, ella y Ernest intercambiaron anillos, jurando amarse hasta la eternidad.

Para 1921, tenían una hija, Elizabeth, que tenía dos años, y un hijo, James, que tenía ocho meses y era apodado Cowboy. Mollie también atendía a su anciana madre, Lizzie, que se había mudado a la casa después de la muerte del padre de Mollie. Debido a la diabetes de Mollie, Lizzie una vez temió que ella muriera joven, y suplicó a sus otros hijos que cuidaran de ella. En verdad, Mollie fue quien los cuidó a todos.

El 21 de mayo se suponía que sería un día delicioso para Mollie. A ella le gustaba entretener a los invitados y estaba organizando un pequeño almuerzo. Después de vestirse, ella alimentó a los niños. El vaquero a menudo tenía terribles dolores de oído, y le soplaba en los oídos hasta que dejaba de llorar. Mollie mantuvo su hogar en un orden meticuloso, y ella dio instrucciones a sus sirvientes mientras la casa se movía, todos bulliciosos, excepto Lizzie, que se había enfermado y se había quedado en la cama. Mollie le pidió a Ernest que llamara a Anna para ver si ella había ido a ayudar a Lizzie a cambio. Anna, como la niña más grande de la familia, tenía un estatus especial en los ojos de su madre, y aunque Mollie se hizo cargo de Lizzie, Anna, a pesar de su tempestuosidad, fue a la que su madre mima.

Cuando Ernest le dijo a Anna que su madre la necesitaba, ella prometió tomar un taxi directamente allí, y ella llegó poco después, vestida con zapatos rojos brillantes, una falda y una manta india a juego; en su mano había un bolso de cocodrilo. Antes de entrar, ella se peinó apresuradamente el pelo al viento y se enjabonó la cara. Mollie notó, sin embargo, que su forma de andar era inestable, sus palabras arrastradas. Anna estaba borracha.

Mollie no pudo ocultar su disgusto. Algunos de los invitados ya habían llegado. Entre ellos se encontraban dos de los hermanos de Ernest, Bryan y Horace Burkhart, quienes, atraídos por el oro negro, se habían mudado al condado de Osage, a menudo ayudando a Hale en su rancho. Una de las tías de Ernest, que vomitaba nociones racistas sobre los indios, también estaba de visita, y lo último que Mollie necesitaba era que Anna agitara la vieja cabra.



Mollie (derecha) con sus hermanas Anna (centro) y Minnie.


Anna se quitó los zapatos y comenzó a hacer una escena. Sacó un frasco de su bolso y lo abrió, liberando el olor acre del whisky de contrabando. Insistiendo en que necesitaba drenar el matraz antes de que las autoridades la atraparan -era un año de prohibición nacional-, ofreció a los invitados un trago de lo que ella llamaba la mejor mula blanca.

Mollie sabía que Anna había estado muy preocupada últimamente. Recientemente se había divorciado de su esposo, un colono llamado Oda Brown, dueño de un negocio de librea. Desde entonces, había pasado más y más tiempo en los tumultuosos boomtowns de la reserva, que habían surgido para albergar y entretener a los trabajadores del petróleo, ciudades como Whizbang, donde, según se decía, la gente pasaba todo el día zumbando y golpeando toda la noche. "Todas las fuerzas de la disipación y el mal se encuentran aquí", informó un funcionario del gobierno de los EE. UU. "Apostar, beber, adulterminar, mentir, robar, asesinar". Anna se había quedado hechizada por los lugares en los extremos oscuros de las calles: los establecimientos que parecían adecuados en el exterior pero que contenían habitaciones ocultas llenas de brillantes botellas de alcohol lunar. Uno de los sirvientes de Anna más tarde les dijo a las autoridades que Anna era una persona que bebía mucho whisky y tenía "muy poca moral con hombres blancos".

En la casa de Mollie, Anna comenzó a coquetear con el hermano menor de Ernest, Bryan, con quien a veces salía. Era más melancólico que Ernest y tenía unos ojos inescrutables de motas amarillas y cabello ralo que llevaba peinado hacia atrás. Un legislador que lo conoció lo describió como un pequeño peón. Cuando Bryan le preguntó a uno de los sirvientes en el almuerzo si iría a bailar con él esa noche, Anna dijo que si él engañaba con otra mujer, ella lo mataría.

Mientras tanto, la tía de Ernest estaba murmurando, lo suficientemente fuerte para que todos lo oyeran, lo mortificada que estaba porque su sobrino se había casado con una piel roja. Para Mollie fue fácil devolver el golpe sutilmente porque uno de los sirvientes que atendía a la tía era blanco, un claro recordatorio del orden social de la ciudad.

Anna continuó criando a Caín. Luchó con los invitados, luchó con su madre, luchó con Mollie. "Ella estaba bebiendo y discutiendo", dijo más tarde un funcionario a las autoridades. "No podía entender su lenguaje, pero estaban peleándose". El sirviente agregó: "Pasaron un momento horrible con Anna, y tuve miedo".

Esa noche, Mollie planeó cuidar a su madre, mientras que Ernest llevó a los invitados a Fairfax, cinco millas al noroeste, para encontrarse con Hale y ver "Bringing Up Father", _un musical de gira sobre un pobre inmigrante irlandés que gana un millón- sorteos en dólares y lucha para asimilarse en la alta sociedad. Bryan, que se había puesto un sombrero de vaquero, sus ojos felinos mirando por debajo del borde, se ofreció a dejar a Anna en su casa.

Antes de irse, Mollie lavó la ropa de Anna, le dio algo de comer, y se aseguró de que se había vuelto lo suficientemente sobrio como para que Mollie pudiera ver a su hermana como siempre, brillante y encantadora. Se entretuvieron juntos, compartiendo un momento de calma y reconciliación. Entonces Anna dijo adiós, un relleno de oro brillando a través de su sonrisa.

Con cada noche que pasaba, Mollie se ponía más ansiosa. Bryan insistió en que se había llevado a Anna directamente a casa y la había dejado antes de dirigirse al espectáculo. Después de la tercera noche, Mollie, en su manera tranquila pero enérgica, presionó a todos a la acción. Ella despachó a Ernest para controlar la casa de Anna. Ernest sacudió el pomo de la puerta de entrada, estaba cerrada. Desde la ventana, las habitaciones interiores parecían oscuras y desiertas.

Ernest estaba solo allí en el calor. Unos días antes, una lluvia fría había sacudido la tierra, pero luego los rayos del sol cayeron sin piedad a través de los árboles de blackjack. En esta época del año, el calor empañaba las praderas e hizo crujir la hierba alta bajo los pies. En la distancia, a través de la luz brillante, uno podía ver los esqueletos de las torres de perforación.

La criada de Anna, que vivía al lado, salió, y Ernest le preguntó: "¿Sabes dónde está Anna?"

Antes de la ducha, dijo la criada, se había detenido junto a la casa de Anna para cerrar cualquier ventana abierta. "Pensé que la lluvia llegaría", explicó. Pero la puerta estaba cerrada con llave, y no había señales de Anna. Ella se fue.

Las noticias de su ausencia recorrieron los barrios en expansión, viajando de pórtico a porche, de tienda en tienda. Alimentando la inquietud había informes de que otro Osage, Charles Whitehorn, había desaparecido una semana antes que Anna. Genial e ingenioso, Whitehorn, de treinta años, estaba casado con una mujer que era parte blanca, parte cheyenne. Un periódico local señaló que era "popular entre los blancos y los miembros de su propia tribu". El 14 de mayo, había dejado su hogar, en la parte suroeste de la reserva, para Pawhuska. Él nunca regresó.

Aún así, había razones para que Mollie no entrara en pánico. Era concebible que Anna se hubiera escabullido después de que Bryan la dejara y se dirigiera a Oklahoma City o al otro lado de la frontera con la incandescente Kansas City. Tal vez estaba bailando en uno de esos clubes de jazz que le gustaba visitar, ajeno al caos que había dejado a su paso. E incluso si Anna había tenido problemas, sabía cómo protegerse: a menudo llevaba una pequeña pistola en su bolso de cocodrilo. Pronto regresará a casa, le aseguró Ernest a Mollie.

Una semana después de que Anna desapareció, un trabajador petrolero estaba en una colina a una milla al norte del centro de Pawhuska cuando notó algo sobresaliendo de la maleza cerca de la base de una torre de perforación. El trabajador se acercó. Era un cadáver podrido; entre los ojos había dos agujeros de bala. La víctima había recibido un disparo, estilo de ejecución.
Hacía calor, estaba mojado y fuerte en la ladera. Los taladros sacudieron la tierra mientras atravesaban el sedimento de piedra caliza; Las grúas giraban sus grandes garras de un lado a otro. Otras personas se reunieron alrededor del cuerpo, que estaba tan descompuesto que era imposible de identificar. Uno de los bolsillos tenía una carta. Alguien lo sacó, enderezó el papel y lo leyó. La carta estaba dirigida a Whitehorn, y así es como ellos supieron por primera vez que era él.

Por la misma época, un hombre cazaba ardillas cerca de Three Mile Creek, cerca de Fairfax, con su hijo adolescente y un amigo. Mientras los dos hombres tomaban un trago de agua de un arroyo, el niño vio una ardilla y apretó el gatillo. Hubo un estallido de calor y luz, y el niño vio como la ardilla era golpeada y comenzaba a caer sin vida sobre el borde de un barranco. Lo persiguió, descendió por una empinada ladera boscosa hasta una quebrada donde el aire era más espeso y donde podía oír el murmullo del arroyo. Encontró la ardilla y la recogió. Luego gritó: "¡Oh, papá!". Para cuando su padre lo alcanzó, el niño se había arrastrado sobre una roca. Hizo un gesto hacia el borde cubierto de musgo del arroyo y dijo: "Una persona muerta".

Allí estaba el cuerpo hinchado y en descomposición de lo que parecía ser una mujer india americana: estaba boca arriba, con el cabello recogido en el barro y los ojos vacíos mirando al cielo. Los gusanos estaban comiendo en el cadáver.

Los hombres y el muchacho salieron corriendo del barranco y corrieron en su carreta tirada por caballos a través de la pradera, con el polvo arremolinándose a su alrededor. Cuando llegaron a la calle principal de Fairfax, no pudieron encontrar ningún representante de la ley, por lo que se detuvieron en Big Hill Trading Company, una gran tienda general que también tenía un negocio de compromiso. Le dijeron al propietario, Scott Mathis, lo que había sucedido, y él alertó a su empresario de pompas fúnebres, que se fue con varios hombres al arroyo. Allí hicieron rodar el cuerpo sobre un asiento de carro y, con una cuerda, lo arrastraron hasta la parte superior del barranco, luego lo colocaron dentro de una caja de madera, a la sombra de un árbol de blackjack. Cuando el empresario de pompas fúnebres cubrió el cadáver hinchado con sal y hielo, comenzó a encogerse como si se estuviera escapando la última parte de la vida. El empresario de pompas fúnebres intentó determinar si la mujer era Anna Brown, a quien conocía. "El cuerpo estaba descompuesto e hinchado casi hasta el punto de estallar y muy maloliente", recordó más tarde, y agregó: "Era tan negro como un negro". Él y los otros hombres no podían identificarse. Pero Mathis, quien se ocupó de los asuntos financieros de Anna, se puso en contacto con Mollie y condujo una sombría procesión hacia el arroyo que incluía a Ernest, Bryan, la hermana de Mollie, Rita, y el esposo de Rita, Bill Smith. Muchos que sabían que Anna los seguía, junto con la morbosamente curiosa. Kelsie Morrison, uno de los traficantes de drogas y traficantes de drogas más notorios del condado, vino con su esposa Osage.

Mollie y Rita llegaron y se acercaron al cuerpo. El hedor era abrumador. Buitres en círculos obscenamente en el cielo. Para Mollie y Rita era difícil discernir si la cara era de Anna, no quedaba prácticamente nada de ella, pero reconocieron su manta india y la ropa que Mollie le había lavado. Entonces, el esposo de Rita, Bill, tomó un palo y abrió la boca, y pudieron ver los empastes de oro de Anna. "Eso es bastante seguro, Anna", dijo Bill.

Rita comenzó a llorar, y su esposo la llevó lejos. Finalmente, Mollie pronunció la palabra "sí", era Anna. Mollie era la única en la familia que siempre mantenía la compostura, y ahora se retiraba del arroyo con Ernest, dejando atrás el primer indicio de la oscuridad que amenazaba con destruir no solo a su familia sino a su tribu.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Piratas: Black Bart, el puritano abstemio

Black Bart, el único abstemio conocido en el mundo de la piratería


Javier Sanz — Historias de la Historia



Bartholomew Roberts, también conocido como Black Bart, como muchos otros piratas nació en Gales, sin embargo poco más tenía en común con ellos. Tras servir como marino de un navío esclavista, se pasó a la tripulación de Howel Davis, el pirata que los capturó y del que heredaría su tripulación tras su muerte. Una vez convertido en capitán, empezó a distinguirse entre los de su calaña por su espíritu puritano. Era bien conocido, sobre todo, por no beber alcohol, solo té, y aunque intentó transmitir esta costumbre a sus compañeros de correrías, le fue imposible convirtiéndose en el único abstemio conocido del mundo de la piratería. Además, trataba con corrección a las mujeres y nunca forzó a ningún hombre a que se uniera a su tripulación.

Su carácter y su forma de pensar, claros derivados del puritanismo, no encajaban con su forma de vida ostentosa y lujosa. Era amante de las telas caras, la pedrería, las flores, las plumas y las sedas, así como de las armas trabajadas y relucientes. Por ello no es de extrañar que cuando, entre los tesoros de una presa, se encontró una gran cruz de diamantes destinada al rey de Portugal, se la guardara para lucirla en las grandes ocasiones, como en grandes batallas. Sería en estas situaciones cuando aparecía en cubierta ataviado con sus mejores galas, luciendo la cruz y un enorme sombrero con plumas, incluso su último deseo, que fue respetado por su tripulación, fue que si moría en combate se le vistiera con sus ropajes favoritas y se arrojara su cuerpo el mar. Y así se hizo en febrero de 1722 frente a las costas de África Occidental, cuando su cuerpo se hundió vestido de púrpura y encajes.



Black Bart

Es indudable que su aspecto era más parecido al de un gentleman de la época que la de un pirata perseguido por las autoridades de diversos países y colonias. Fue por este motivo que, en el apogeo de su carrera, Roberts mandó confeccionar la bandera por la que se le identificaría. De fondo negro, en la bandera aparecía su figura armada con una espada y con cada uno de sus pies sobre una calavera, bajo las cuales se podían leer las letras A.B.H. y A.M.H., las siglas de “A Barbadian’s Head” y “A Martinican’s Head“, una referencia directa a los gobernadores de Barbados y Martinica que habían pretendido capturarle.



Pero por lo que realmente Roberts pasaría a la historia, si pasamos por alto el hecho de que se le atribuyen más de cuatrocientas capturas, es por el código de conducta que instauró en su tripulación, siendo este lo más parecido a unas leyes piratas. En este sentido, debemos tener en cuenta que no fue el único capitán en marcar unas normas internas, sin embargo las suyas fueron las más curiosas y populares, ya que además las hacía cumplir a rajatabla y estaban elaboradas desde su peculiar punto de vista de ver la vida, que chocaba diametralmente con su lema: “una vida corta y alegre” (al estilo de “Vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver” de James Dean). Escritas tras una deserción en masa en 1721, estas normas han llegado hasta el día de hoy gracias a la obra Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas, publicada originalmente en 1724 con la firma del Capitán Charles Johnson:


I. Cada hombre tiene un voto en todos los asuntos que se traten. Todos tendrán acceso a las provisiones y licores, y podrán consumirlas a su antojo excepto que la escasez haga necesario su racionamiento por el bien de todos.

II. Todo hombre será llamado por turnos, según la lista, al reparto del botín independientemente de su participación y se le permitirá cambiarse de ropa para la ocasión. Si alguien defrauda al resto por valor mayor a un dólar de plata (real de a ocho español), será abandonado a su suerte en el mar como castigo. Si el robo fuese entre miembros de la tripulación, esta se contentará con cortar las orejas y la nariz al culpable y lo desembarcará en tierra, no en lugar deshabitado pero sí en algún sitio donde seguro encontrará adversidades.

III. Nadie jugará a las cartas o dados por dinero.

IV. Las luces y velas se apagarán a las 8 de la noche; si después de esa hora algún miembro de la tripulación quiere seguir bebiendo, podrá hacerlo solo en cubierta y sin luz.

V. Todos deben mantener sus armas, pistolas y sables limpios y listos para la acción.

VI. No se permiten niños ni mujeres a bordo. Si alguien subiese al barco a una mujer disfrazada, sufrirá la muerte.

VII. En batalla, la deserción será castigada con la muerte o el abandono a su suerte en una isla desierta.

VIII. No se permiten las peleas a bordo. Las disputas se resolverán en tierra, con la espada o a pistola, y será declarado vencedor el que haga la primera sangre.

IX. Si algún miembro de la tripulación perdiera una extremidad o quedara impedido, se le darán 800 dólares de plata del inventario común; por heridas menores, en proporción a su gravedad.

X. El capitán y su segundo recibirán dos partes del botín; el maestre, contramaestre y cañonero una parte y media, y el resto de los oficiales, una parte y un cuarto.

XI. Los músicos tendrán descanso el sábado pero no los otros seis días y noches, a no ser por concesión extraordinaria.

Colaboración de Francesc Marí Company

martes, 23 de octubre de 2018

SGM: HMS Victorious fue (clandestinamente) el USS Robin

Este portaaviones no existió

No hubo nunca un USS 'Robin'


Robert Beckhusen | War is Boring



USS Robin


Esta historia apareció originalmente el 22 de septiembre de 2015.

Una de las extrañas pequeñas historias de la Segunda Guerra Mundial involucra al portaaviones USS Robin, que realmente no existía.

Había un portaaviones que los marineros llamaron Robin. Él y sus marineros estaban bajo el mando de la Marina de EE. UU., participaron en batallas estadounidenses y lanzaron aviones de los EE. UU. con pilotos estadounidenses. Ciertamente era un portaaviones, para no ser confundida con otro USS Robin, un dragaminas.

Pero el portaaviones Robin, en general, fue una ilusión.

Entonces, ¿qué estaba pasando? Resulta que Robin fue el producto de la desesperación de la Marina en el teatro del Pacífico durante los meses tumultuosos de finales de 1942 y principios de 1943. Robin era en realidad el nombre en código HMS Victorious, un portaaviones británico de clase Illustrious arrendado a los Estados Unidos.

En ese momento, Estados Unidos necesitaba todos los portaaviones que pudiera obtener.

"Los portaaviones llegaron al punto del desarrollo tecnológico que dieron ... una opción de extensión de rango que no estaba disponible para una flota de acorazados", escribió el historiador Francis Pike en su reciente y exhaustivo libro Guerra de Hirohito.

"Con una abrumadora superioridad en términos de número de transportistas, calidad de aviones y, sobre todo, excelentes aviadores, liderados y entrenados brillantemente, Japón necesitaba traer a la Marina del Pacífico de Estados Unidos a la batalla lo antes posible".

Diciembre de 1942 fue uno de los puntos bajos de América. Fue un año después de Pearl Harbor y la flota japonesa aún no había sido aplastada. En el Pacífico Sur, la Armada tenía un portaaviones en pleno funcionamiento, el USS Saratoga. Los aviones y destructores japoneses enviaron al portaaviones USS Hornet al fondo en octubre. El USS Enterprise estaba muy maltratado.

Las tropas del ejército y los marines acababan de expulsar a las últimas tropas japonesas de Guadalcanal, el comienzo de una campaña de salto de isla que eventualmente se extendería miles de kilómetros hacia el Pacífico occidental. Un nuevo asalto de portaaviones japonés podría revertir estas primeras y exiguas ganancias.

Fue entonces cuando el HMS Victorious vino a rescatar a la flota estadounidense.

Joseph Tremain, en un fascinante artículo para la revista Armchair General, describió la entrega victoriosa del Reino Unido a su transformación en Robin. El transportista llegó por primera vez para su reacondicionamiento en el astillero naval de Norfolk en enero de 1943.

Después del reacondicionamiento de Norfolk, los Victoriosos transitaron por el Canal de Panamá y llegaron a Pearl Harbor en marzo de 1943 para unirse al Grupo de Batalla de Saratoga, Task Force 14. Entre marzo y mayo, los Victoriosos sufrieron modificaciones adicionales en Pearl para manejar específicamente las versiones estadounidenses del Grumman TBF Avenger (o British Avenger) y F4F Wildcat (Martlet británico). Para completar el cambio de imagen y la nueva apariencia, los Victorious abandonaron temporalmente su típico "esquema de camuflaje disruptivo de almirantazgo" del Atlántico Británico (patrones irregulares de tonos oscuros y claros) para el estándar estadounidense gris marino.

El 17 de mayo de 1943, el Victorioso, ahora con el nombre en código "Robin", junto con el USS Saratoga, llegó a las Islas Salomón como parte de la Task Force 36 comandado por el contraalmirante DeWitt Ramsey, USN. El Saratoga y el Victorioso se convertirían en el núcleo del Grupo de Tareas 36.3 bajo el Contraalmirante FP Sherman junto con el USS Carolina del Norte (BB-55), USS Massachusetts (BB-59), USS Indiana (BB-58), USS San Diego (CL -53), USS San Juan (CL-54), HMAS Australia (D84, un crucero pesado) y varios buques de escolta. La tripulación de su barco era británica, pero su tripulación y su tripulación eran estadounidenses. Nadie involucrado se hacía ilusiones de que los pilotos enemigos no la identificarían como la Victoriosa, por lo que orgullosamente voló con su British Jack durante todo el tiempo que estuvo con los Yankees, incluso cuando solo los yanquis estaban volando dentro y fuera de su cabina de vuelo.

Lee el resto de la historia.

domingo, 21 de octubre de 2018

Peronismo: El fascismo que tenemos dentro de la política argentina

Cómo el fascismo contaminó la cultura política argentina 

Aunque resulte una verdad insoportable, las ideas que configuran esta ideología son parte de la nuestra cultura política incluso desde antes del nacimiento del movimiento liderado por Mussolini


Por Ignacio Montes de Oca | Infobae






Benito Mussolini, durante un discurso en la ciudad de Roma

Aunque resulte una verdad insoportable, el fascismo es parte de la cultura política argentina desde hace más de un siglo. Sí, desde antes del nacimiento del movimiento político liderado por Benito Mussolini.

La persistencia de las ideas del Duce en la Argentina nunca recibió la atención debida, pese a que muchos sucesos dramáticos ocurridos desde la década de 1910 hasta el presente se relacionan directamente con la supervivencia de los postulados violentos y antidemocráticos que definen al fascismo.

Si se observan con mayor detenimiento esos hechos, sugestivamente, se descubre que algunos movimientos políticos argentinos se anticiparon en una década con sus propuestas y acciones a las que Mussolini pondría luego en práctica cuando irrumpió en la política italiana. Esos mismos grupos serían los que luego contribuirían a que el pensamiento del Duce sobreviviese y se volviera parte de la cultura política local tras la muerte de su creador en Italia, ocurrida el 28 de abril de 1945.

Esto significa que la llegada de las ideas del Duce a la Argentina no hizo otra cosa que organizar a las de las agrupaciones locales que ya se comportaban y pensaban en muchos aspectos como los primeros fascistas italianos. Es probable que esa identidad haya facilitado que luego los admiradores locales de Mussolini incorporasen el resto de sus consignas al llegar al poder con el golpe de Estado de 1930, y que volvieran a insistir en la instalación de un régimen corporativista criollo al dar un nuevo golpe en 1943.

Con la llegada del peronismo, la sociedad mostró su apoyo masivo a una adaptación local del proyecto político fascista. Juan Domingo Perón avanzó en su construcción inspirado en lo que había aprendido a admirar en su paso reciente por Italia. Su éxito electoral durante casi una década probó que la mayoría del pueblo coincidía con esa versión criolla del modelo fascista, aunque implicara rasgos tales como la persecución a los opositores, el control de la prensa disidente, un esquema verticalista de poder regido por un partido único encabezado por un líder infalible y la obsesión por adoctrinar a las multitudes desde la niñez hasta la tumba.

Sin embargo, aún hoy es frecuente el error de suponer que el fascismo argentino se acota al surgimiento y evolución del peronismo. De ese modo se deja fuera de consideración a muchos grupos ajenos al peronismo —e incluso enfrentados a él— cuya actividad fue abiertamente fascista antes y después de los períodos en que gobernó aquella corriente política. Es el caso de movimientos de probada inspiración fascista como la Alianza Libertadora Nacionalista, las falanges de Tacuara u otros grupos paramilitares que repetían las ideas y métodos violentos de los grupos de choque del Duce desde la década de 1960 en adelante.
 

Los hechos que demostraron más rotundamente la persistencia de una cultura fascista fueron los ataques terroristas contra la embajada de Israel en 1992 y contra la Asociación Mutual Israelita Argentina-AMIA dos años después, que dejaron en conjunto un centenar de muertos y varios centenares de heridos. Los autores de los atentados contaron necesariamente con la ayuda de cómplices argentinos que comulgaban con sus principios políticos; además, se develaba una mayoría que toleraba que funcionarios argentinos interfirieran por años en la investigación judicial hasta hacer imposible tener una certeza sobre los nombres de los responsables.

Los atentados no fueron las únicas manifestaciones del fascismo criollo. Desde hace un siglo se vienen registrando constantes ataques instigados, tolerados o protagonizados por altos dirigentes políticos cuyos discursos están plagados de conceptos que calcan el autoritarismo europeo o que expresan abierta o sutilmente su deseo de imponer un Estado organizado sobre la base del modelo corporativista ideado por Mussolini.

La recurrencia de los mismos discursos habla de una sociedad en la que el fascismo es parte tan integrada del paisaje intelectual que pocas veces se nota su existencia; o, mejor dicho, recién se nota su presencia cuando los efectos de las medidas tomadas al calor de la cultura fascista conducen a reforzar el ambiente de intolerancia.

En muchos países de Occidente, el surgimiento de grupos neofascistas, como los supremacistas blancos en Estados Unidos, el partido Amanecer Dorado en Grecia o el Frente Nacional francés, es tratado como un hecho alarmante frente al cual se busca establecer políticas que pongan freno al accionar de estos grupos. En la Argentina, la respuesta ante un fenómeno similar siempre fue tibia e intermitente. Es así que los estudios sobre el fascismo argentino se enfrentan al tabú de una sociedad que no se considera a sí misma afín a esta ideología aunque, en los hechos, las prácticas y los discursos de esa inspiración puedan ser detectados de manera cotidiana.

Se trata entonces de develar cómo opera el fascismo en nuestra cultura y encontrar pruebas que muestren que la pregunta correcta no es "¿quiénes fueron los fascistas argentinos más notables?"; lo necesario es reformular esa pregunta para averiguar en qué grado está presente el fascismo en la cultura argentina, en cada individuo de su sociedad, y hasta qué punto influyó esa formación autoritaria en el escenario político hasta el presente.

En última instancia, saber el modo en que habita el fascismo en nuestra cultura nos permitirá evadir aquella costumbre tan arraigada y propia del autoritarismo de encontrar culpables para acusarlos públicamente, en lugar de asumir la responsabilidad colectiva por seguir siendo portadores de esas mismas ideas que condenamos.

Este texto forma parte del nuevo libro de Ignacio Montes de Oca, "El fascismo argentino" (Sudamericana).

Primera guerra ítalo-abisinia: Adwa destruye el sueño tano



Cómo un ejército etíope enseñó a los italianos invasores una lección


Por Nick Dall • OZY


Porque la batalla de Adwa demostró que el colonizador no siempre gana.


Mientras se libraba la batalla alrededor de ellos, los generales de los diversos ejércitos que se habían unido como una fuerza etíope unida bajo el combate dirigido por el emperador Menelik II. La emperatriz Taytu Betul, la esposa formidable de Menelik, no fue la excepción. No solo exhortó a los 5,000 hombres de su ejército personal a ser más valientes, sino que también movilizó a las aproximadamente 10,000 mujeres en el campamento para formar una cadena de suministro para transportar jarras de agua de un arroyo cercano a los sedientos guerreros de Etiopía.

La Batalla de Adwa, el 1 de marzo de 1896, envió ondas de choque alrededor del mundo ("El Papa está muy perturbado", informó The New York Times) y convirtió la narrativa del colonialismo en su cabeza. El ejército de Menelik mató a 3.000 soldados italianos, capturó a otros 1.900 como prisioneros de guerra y incautó aproximadamente 11.000 rifles, 4 millones de cartuchos y 56 cañones. La habilidad del emperador de reunir una fuerza de al menos 80,000, dice Raymond Jonas, autor de La batalla de Adwa: Victoria africana en la era del imperio, y de organizarlos y sostenerlos en una campaña de un mes de duración "no tiene precedentes en la África del siglo XIX". ”

Antes de la década de 1850, Etiopía e Italia ni siquiera existían, pero en las próximas décadas, cuando los jefes y los príncipes luchaban por el poder, las dos naciones comenzaron a tomar forma en la mente de sus habitantes. Cuando Italia llegó a África, un poco tarde para la fiesta, la mayoría de los despojos ya se habían repartido entre las potencias europeas más establecidas. Excepto, es decir, para Etiopía, geográficamente y culturalmente una perspectiva más difícil, que no fue reclamada en la lucha por África.

La victoria decisiva en Adwa afirmó la soberanía de Etiopía y mostró a africanos y europeos que la conquista colonial no era inevitable.

Los italianos fortificaron varias bases cerca del Mar Rojo y luego se aventuraron hacia el interior. "Tomando una página del libro británico de dominación colonial", escribe Theodore Vestal en La batalla de Adwa: Reflexiones sobre la histórica victoria de Etiopía contra el colonialismo europeo, "persiguieron una política de dividir y conquistar", proporcionando armas a los jefes hostiles a Yohannes. IV, el emperador de Etiopía hasta que fue asesinado en la batalla en 1889. Fue entonces cuando los italianos se movieron de inmediato para consolidar su posición al negociar con el nuevo emperador, Menelik II.

Menelik, de la región del sur, históricamente más débil de Etiopía, le debe mucho a su esposa, Taytu. Su matrimonio, dice Jonas, fue "una de las grandes uniones políticas de los tiempos modernos". Ella provenía de una familia adinerada del norte, que "agregaba equilibrio geográfico al boleto", y poseía una astuta mente política y una profunda desconfianza hacia los europeos. .

El Tratado de Wuchalé, firmado en italiano y amárico en mayo de 1889, proporcionó el pretexto para la batalla de Adwa. Bajo el tratado, los italianos recibieron grandes franjas de tierra a cambio de un considerable préstamo de dinero en efectivo, armas y municiones. "La pieza de resistencia para los italianos", escribe Vestal, fue la cláusula que obligó a Menelik a dirigir todos los asuntos exteriores a través de Italia. "La versión en amárico hizo que ese servicio fuera opcional para los italianos", señala Vestal. Algunos han argumentado que Menelik estaba al tanto de la discrepancia, considerándola como una ficción conveniente que proporcionaría ganancias a corto plazo (armas, dinero) antes de desenredarse de él.

Italia formó su primera colonia, Eritrea, en 1890; Dos años después, los italianos persuadieron a Gran Bretaña para que reconociera a toda Etiopía como una esfera de interés italiano. Sin embargo, todo se derrumbó en 1893, cuando Menelik denunció el tratado de Wuchalé y cualquier reclamación extranjera a sus dominios. Menelik pagó el préstamo "con tres veces el interés estipulado", señala Vestal, pero se quedó con las armas.

Italia respondió anexando pequeños territorios cerca de la frontera con Eritrea, enviando a decenas de miles de soldados y tratando de subvertir la base de poder de Menelik mediante acuerdos con líderes provinciales. Menelik, un "maestro del deporte del avance personal a través de la intriga", según Vestal, convenció a los gobernantes provinciales de que la amenaza italiana era tan grave que debían resistir como una fuerza unida en lugar de "tratar de explotarla para sus propios fines. ”

Unidos lo hicieron, devolviéndonos a la sangrienta batalla de Adwa. Taytu, como es lógico, propuso duros castigos para los prisioneros italianos: el desmembramiento, la castración y la ejecución estaban en su lista de deseos. Pero su marido adoptó una postura más estratégica, dice Jonas: "Se dio cuenta del considerable poder de negociación de los soldados" y lo utilizó para negociar un tratado que reconocía la independencia de Etiopía e incluía una considerable indemnización en efectivo de los italianos.

Con Taytu (y otros generales etíopes) instando a Menelik a consolidar su victoria avanzando hacia Eritrea y expulsando a los italianos del continente, Menelik una vez más tomó una respuesta más mesurada. Jonas sostiene que aquí también lo hizo bien: "Ya había hecho un trabajo increíble al mantener unido a su ejército a grandes distancias, pero es difícil decir si pudo haber logrado llegar hasta la costa", especialmente cuando hay más tropas Llegaría de Italia. De cualquier manera, la decisión de Menelik formalizó la división entre Etiopía y Eritrea.

La victoria decisiva en Adwa afirmó la soberanía de Etiopía y mostró a africanos y europeos que la conquista colonial no era inevitable. En Italia, estallaron protestas aisladas para denunciar la idea misma del colonialismo, pero se encontraron con un deseo más amplio de venganza. Finalmente, el gobierno italiano decidió aferrarse a Eritrea y jugar a ser mejores vecinos con Menelik. (Dicho esto, la vergüenza nacional de Italia por su derrota tuvo mucho que ver con la invasión de Etiopía por Mussolini cuatro décadas después).

Si bien Adwa continúa siendo una fuente de gran orgullo para Etiopía, no ha traído el tipo de prosperidad que Taytu y Menelik hubieran esperado. El país evadió la colonización, pero nunca ha alcanzado la democracia, y la política de federalismo étnico del gobierno actual es la antítesis de la visión de fortaleza de Menelik a través de la unidad.

Sin embargo, en los últimos meses, el fundador de la Etiopía moderna podría estar descansando más cómodamente en su adornado mausoleo: desde que asumió el cargo en abril, el Primer Ministro Abiy Ahmed ha despedido a funcionarios públicos corruptos, liberado a presos políticos y relaciones normalizadas con Eritrea.

sábado, 20 de octubre de 2018

Cuba: La odisea de Orestes Lorenzo

El piloto y se burló de los Castros





El 20 de marzo de 1991 despegaba de suelo cubano el mayor Orestes Lorenzo en un caza MiG-23, uno de los aviones más modernos de la Fuerza Aérea Cubana.

A toda velocidad y a baja altitud cruzó en menos de 10 minutos los 150 km que separan Cuba de los Estados Unidos. Como iba casi a ras de mar, ni los radares cubanos ni los norteamericanos advirtieron su presencia, por lo que pudo aterrizar sin problemas en la estación aeronaval de Boca Chica, en los Cayos de la Florida.

Orestes solicitó asilo en Norteamérica, y una vez superados los interrogatorios a los que fue sometido, recibió el estatus de refugiado político.

La deserción de Orestes Lorenzo fue una bofetada en la cara del régimen Castrista.
El mayor Lorenzo era uno de los pilotos de élite de la fuerza aerea. Veterano de la Guerra de Angola, había realizado dos estancias de entrenamiento en la Unión Sovietica. Fue durante la última de ellas, ya con la Perestroika de Gorbachov en marcha, cuando Orestes empezó a cuestionar el régimen comunista y su vida en Cuba. En la Unión Soviética se empezaba a destapar el colapso del sistema y soplaban vientos de libertad.



A su regreso empezó a planificar su deserción, con la esperanza de que una vez en Estados Unidos, su esposa Victoria y sus dos hijos pudieran reunirse con el.

Luego de fugarse en el avión y ya en calidad de refugiado, reclamó la salida de su familia de la isla, pero se topó con la negativa de Raúl Castro, en ese entonces Comandante de las Fuerzas Armadas.


Castro de ninguna manera permitiría salir de Cuba a la familia de un militar de élite que había traicionado la confianza depositada en él y había puesto en ridículo al régimen.



Orestes entonces recurrió a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, sin resultado alguno. Coincidiendo con la cumbre Iberoamericana celebrada en Madrid en 1992 con la presencia de Fidel Castro, realizó un acto de protesta encadenándose a las verjas del Parque del Retiro.

La Reina Sofía que guardaba una buena relacion personal con Castro, realizó gestiones personales para lograr la salida de su esposa y los dos niños de Cuba. Incluso el asunto llegó hasta el despacho de Mijail Gorbachov.

Todo aquello fue infructuoso. Raúl Castro, a través de su asistente personal le hizo llegar la respuesta a Victoria:

“Dígale a su marido, que si tuvo los cojones para llevarse un avión, que los tenga también para venir a buscarles personalmente…”

Orestes Lorenzo llegó al punto de publicar una carta abierta a Fidel Castro en el Wall Street Journal en la que ofrecía presentarse a juicio en Cuba si se permitía a la esposa y los niños viajar a Estados Unidos. Tampoco hubo respuesta.

Ante las escasas perspectivas de sus gestiones internacionales, la desesperación hizo presa en el ex militar cubano. Decidió entonces que si no tenía éxito de manera pública, iría el mismo a sacar a su familia.

Conocía los aviones rusos, pero tenía que entrenarse en modelos convencionales occidentales.


Consiguió la licencia de piloto deportivo en poco tiempo y con USD30,000 prestados por una organización humanitaria de exiliados cubanos, adquirió una vieja avioneta bimotor Cessna 310 en regla.

A través de un par de amigas mexicanas que viajaron a Cuba, hizo llegar secretamente a su familia la fecha, el lugar y la hora exacta donde debían esperarlo para el rescate que había puesto en marcha.

El día elegido fue el 19 de Diciembre a las cinco de la tarde. Despegó desde un pequeño aeroclub cercano a Miami, advirtiendo de que si no regresaba en el plazo de un par de horas, lo diesen por muerto.




Volando a muy baja altura (2 metros sobre el océano para evitar los radares), la nave se aproximó a la isla al atardecer, a la angosta carretera frente a la playa El Mamey, muy cerca de Varadero, a unos 150 kilometros al este de La Habana.



Mientras tanto su esposa y los niños que esperaban en la carretera según lo acordado, escucharon el ronroneo del motor y vieron el aparato.

Lo que Lorenzo no había previsto en su minucioso plan fue que a esa hora la carretera estaba transitada. El escenario no podía ser peor, porque en el tramo previsto para el aterrizaje coincidieron un auto, una rastra, un autobús con turistas y una gigantesca piedra en medio de la vía.

Balanceando las alas, el piloto casi rozó el techo del auto, tocó tierra y se detuvo a ocho metros del autobus con los turistas petrificados en sus asientos y con los ojos a punto de salírseles de las órbitas.

Casi dos años después de la separación, Lorenzo vio aparecer a su familia corriendo frente al avión. En la carrera, Alejandro, el menor de los niños, perdió un zapato.


Para evitar una tragedia con las hélices y preparar el despegue, giró el aparato en U y abrió la portezuela de la cabina. Todo en menos de un minuto.

Orestes logró despegar pero adentro del avión el miedo hacía su trabajo.

Vicky tenía la vista fija en el cielo temiendo que aparecieran los cazas cubanos. Rezaba. En un momento rodeó con los brazos a sus dos hijos y les tapó los oídos para que no oyeran si ocurría lo peor.

Los niños estaban asustados, confundidos, lloraban. Solamente cuando la aeronave traspasó el paralelo 24, límite del espacio aéreo de Cuba, la tensión aflojó un poco.

Casi una hora más tarde, la nave aterrizaba de vuelta en la Florida.

El revuelo mediático que causó la hazaña de Orestes fue tremendo, ya que por segunda vez había hecho quedar en ridículo al régimen castrista. En la primera rueda de prensa dijo:

“Díganle a Raúl Castro que le he tomado la palabra y he ido personalmente a recoger a mi familia”.

En la actualidad Orestes es un próspero empresario que maneja su propia constructora en Miami - Florida.



Teresa Quiñonez

viernes, 19 de octubre de 2018

Fuerte de Ensenada y la intervención franco-británica de 1846

La Ensenada y la Soberanía Nacional





 Fuerte Barragán

La Ensenada de Barragán tuvo ciertas características que resultaron de suma importancia a lo largo de su existencia. Su ubicación geográfica sobre las costas del Río de la Plata y la caleta que le sirvió como puerto natural. La proximidad de Buenos aires –centro político del nuevo virreinato- y una antigüedad considerable como asentamiento poblacional.

Todos estos factores al combinarse hicieron a la ciudad partícipe de muchos de los acontecimientos que luego serían decisivos. Hasta podría hablarse de un cierto paralelismo entre la historia general de la nación y la particular de nuestra comunidad. Así podríamos remontarnos hasta el primer proyecto de puerto y fortificación, por el entonces gobernador Bruno Mauricio de Zabala en 1730. La instalación efectiva de esas baterías (San Bruno, San José y Nueva), desde donde el comandante Francisco de Alzaibar resistió el ataque de los portugueses a principios de 1736, luego de un combate que duró más de doce horas. El 24 de Junio de 1806 se presenta ante nuestras costas una flota de guerra inglesa. Unas salvas disuasivas disparadas desde el fuerte (al mando del entonces Capitán de Navío Santiago de Liniers) hicieron que el desembarco se derivara hacia las playas de Quilmes. La segunda invasión inglesa se produjo efectivamente en la Ensenada y fue un ensenadense –un vecino desconocido- el que galopó las doce leguas hasta Buenos Aires, para dar aviso de la misma al Cabildo (24 de Julio de 1807).

Después, un 25 de enero de 1811, y desde el Arroyo “La Fama” partió una fragata inglesa que llevó al fogoso secretario de la Primera Junta, Mariano Moreno, al exilio y a la muerte. Como una ironía del destino, su antiguo adversario Cornelio Saavedra también estuvo desterrado en la Ensenada a principios de 1817.

Cerca de las costas ensenadenses pasaron las campañas navales de las luchas por la Independencia, de la guerra de corso (la expedición de Hipólito Bouchard partió de este puerto) y del conflicto con el Imperio del Brasil. Entonces se libró la heroica y desesperada batalla de Monte Santiago, entre una poderosa flota brasilera y la argentina al mando del almirante Guillermo Brown. Ello sucedió un 8 de Abril de 1827 y allí murió al comando del bergantín “Independencia” el intrépido Francisco Drumond.

Como puede verse, la participación de la Ensenada en las luchas por la independencia y la soberanía fue una constante a través de esos años iniciales de nuestra historia. Pero eso no fue todo…

Corría el año 1845 y las potencias hegemónicas de entonces (Inglaterra y Francia) se aprestaban a intervenir –una vez más- en las cuestiones del Plata. Los argumentos eran los de siempre, la defensa de la “Civilización”, el “Humanismo” y la “Libertad”, conceptos tan abstractos como útiles para esconder los verdaderos objetivos: La libre navegación de los ríos interiores y la consecuente penetración económica. Como siempre con inestimable colaboración de algunos compatriotas que priorizaban los negocios por sobre la patria.

Solo quedaba un obstáculo: El entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores -don Juan Manuel de Rosas- no era hombre fácil de amedrentar. Además a los argentinos de la época no se los corría con la vaina, ni eran –como decía San Martín- simples empanadas que se podían comer con el solo esfuerzo de abrir la boca.

¡Habría que pelear!

No parece ser este el lugar apropiado ni la oportunidad para describir la intervención anglo-francesa, la campaña del Paraná de 1846 ni la defensa territorial por las fuerzas de la Confederación al mando del general Lucio N. Mansilla.



Cañón en la tronera del Fuerte Barragán

A grandes rasgos se puede citar el combate de “la Vuelta de Obligado (seguramente el más épico de todos) un 20 de Noviembre de 1845, los de “Acevedo” y “San Lorenzo”. El del “Quebracho”, allí un 4 de Junio de 1846 la flota invasora sufrió tan dura derrota que obligó a las potencias europeas a buscar un arreglo pacífico a la cuestión.

¿Y qué tienen que ver estos acontecimientos con la Ensenada? Veamos:

En la madrugada del 21 de Abril de 1846, los anglo-franceses intentan forzar el puerto con intenciones de desembarco. Fueron rechazados por las baterías costeras al mando del General Prudencio Ortiz de Rozas (hermano del gobernador y jefe del Regimiento Nº 6) entonces seis lanchas (tres inglesas y tres francesas) se infiltraron en el puerto y procedieron a abordar e incendiar algunos barcos neutrales.

Una partida de milicianos al mando del Coronel José María Pinedo (Comandante de la Batería Ensenada) repelió el ataque y ante sus tiros los invasores se retiraron en desorden. Después se dirigieron hacia Punta Lara –hostigados siempre por las partidas- para posteriormente hacerse a la vela río afuera.

Lo navíos atacados pertenecían al reino de Cerdeña, tres resultaron incendiados: la goleta “Fama Argentina”, el pailebote “Bella Rita” y la zumaca “Beatriz”. Los dos primeros se perdieron con su carga, el fuego de la “Beatriz” pudo ser dominado por la acción de los vecinos y el Juez de Paz, que era don Florencio Torres. También resultaron saqueadas las goletas “Los Amigos” y “Catalina”, así como el pailebote de los prácticos del río.

Se puede resaltar lo expresado por el Coronel Pinedo: “Que no podía menos que decirse que los vecinos de la Ensenada eran dignos de toda consideración porque todos ellos se presentaron a tomar armas indignados contra los titulados humanistas y civilizadores de incendios y robos, dándoles el verdadero y justo título que deben tener, el de piratas, pues ni los mismos piratas cometen las bajezas y latrocinios tan asquerosos que ejecutan los autotitulados pacificadores anglo-franceses”. Para redondear diciendo “Como no nos pueden dominar se desquitan incendiando” (Parte del 29 de Abril de 1846 al Capitán del puerto don Francisco Elía). El gobierno presentó una protesta diplomática dado que el puerto de la Ensenada no había sido declarado bloqueado y los buques atacados eran neutrales (sardos). Posteriormente promulgó un decreto que decía: “Constituyéndose en el deber de poner a salvo esta sociedad, no menos que propiedades neutrales y argentinas de tales incendios y depredaciones” para concluir: “Cualquier comandante, oficial o marinero inglés o francés que fuera tomado en cualquier puerto o río de la provincia, sacando violentamente los buques mercantes nacionales o extranjeros, bien para incendiarlos o saquearlos serán castigado como “incendiario” con la pena descripta por las leyes para estos criminales” (Decreto del 1º de Mayo de 1846).

Esto es todo lo que permite rescatar la crónica. El resto solo puede ser dejado a la imaginación o las suposiciones conjeturales. Pero resulta más que tentador el preguntarse:

¿Cómo habrá sido realmente esa jornada?

Puede pensarse que algún ensenadense regló el tiro de los cañones de la batería. Quizás otro ignoto vecino fue el que izó al tope del mástil la bandera Azul y Blanca de la Confederación.

¿Fue el mismo don Prudencio, el que con el clásico ¡Viva la Patria! diera inicio al fuego de artillería?

Posiblemente nunca sepamos con exactitud todo lo pasado, que como otros tantos acontecimientos cargarán con su cuota de misterio.

Pero más allá de la fría descripción de los hechos y fechas está la historia viva, que deriva –con el tiempo- en memoria colectiva de los pueblos. Ésta a veces se escribe y otras veces no, pero permanece vigente aún con estos misterios.

Solo resta una estrofa recordatoria de aquellas épocas heroicas:

¡Háblame del Fuerte y sus prohombres!
la batalla naval desesperada.
Cuando se era Nación entre naciones
y tronaba el cañón por la Ensenada.


Que así sea…

Autor: Adolfo R. Lupinucci

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