martes, 11 de junio de 2019

República Española: La Unión Soviética como sueño de los zurdos españoles

La fiebre de los viajes soviéticos

Un libro recopila los artículos de 1934 de María Teresa León sobre su periplo por la URSS, lugar que obsesionó a los intelectuales españoles

Eva Díaz Pérez | El País


María Teresa León (derecha), en una residencia infantil de Moscú en 1934.

La Rusia de la Revolución hechizó a los intelectuales españoles en la década de los años veinte y treinta. Unos lo describieron como el paraíso y el horizonte que debía servir de ejemplo en España, mientras que otros lo narraron como el infierno que había que evitar. El escritor Ernesto Giménez Caballero definió con su habitual sarcasmo “romerías a Rusia” aquella fiebre viajera. Y el periodista José Escofet advertía en las páginas de La Vanguardia: “Pronto se podrá formar un Himalaya con los libros sobre Rusia que aparecen todos los días”.

Dos de los más célebres intelectuales españoles que viajaron al país de los sóviets fueron Rafael Alberti y María Teresa León. Ambos escribieron artículos, ofrecieron conferencias y publicaron libros donde contaban sus experiencias rusas. Viajaron en numerosas ocasiones invitados por las autoridades soviéticas que veían en la célebre pareja el modelo perfecto para importar su modelo político y social. En 1932 se trasladan a la URSS con una beca para estudiar las nuevas tendencias del teatro europeo; en 1934 participan en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos y en 1937 como representantes de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para pedir ayuda para el bando republicano en la Guerra Civil. Luego seguirían otras estancias en plena Guerra Fría.

Ahora la editorial sevillana Renacimiento acaba de editar el libro que María Teresa de León publicó a raíz de la visita de 1934, que coincidió con un momento efervescente: la revolución en Asturias que provocaría uno de los primeros exilios de españoles a la URSS en el siglo XX. “El viaje a Rusia de 1934”, que cuenta con edición de la profesora de la Universidad de Zaragoza, Ángeles Ezama Gil, desvela los detalles de este segundo viaje.

Alberti publicó varios artículos sobre el viaje en el diario madrileño Luz además de describir vivencias en su colección de poemas revolucionarios Consignas: “Los relojes del Kremlin os saludan cantando la Internacional”. María Teresa León anotaba todos los detalles en sus cuadernos de viaje y sus impresiones aparecieron publicadas en Heraldo de Madrid.

Los viajes a Rusia se convirtieron en algo parecido al Grand Tour que hacían a Italia en el siglo XVIII los jóvenes ricos e ilustrados del norte de Europa como parte de su formación clásica. Viajar a la novísima Rusia fue una experiencia similar a la de los viajeros románticos apasionados por la España pintoresca del siglo XIX. En el siglo XX todos querían tener su aventura soviética.

Pionera en los viajes y libros sobre Rusia fue la periodista Sofía Casanova, corresponsal del Abc en la Gran Guerra, que publicó varias crónicas recopiladas en la obra De la Revolución rusa (1917). Después de ella llegó la gran oleada. Uno de los libros que tuvieron más relevancia fue Mi viaje a la Rusia sovietista (1921), obra del ministro socialista Fernando de los Ríos que apuntaba ya algunas fisuras del "paraíso de los sóviets". Igual que hicieron el anarquista Ángel Pestaña en Setenta días en Rusia y el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales, que señaló los peligros del totalitarismo en los reportajes que escribió para El Heraldo de Madrid y que publicaría en 1929 en La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja. En su travesía europea, Chaves Nogales reconoció la amenaza del comunismo como hizo con el nazismo en su recorrido por Alemania y con el fascismo en Italia.


María Teresa León, junto a Rafael Alberti, recibidos por escritores soviéticos en la estación de tren.

Miguel Hernández también visitó la URSS en 1937 como parte de la delegación asistente al V Festival de Teatro soviético. Otros escritores que viajaron a Rusia fueron Pedro de Répide, cuya experiencia plasmó en La Rusia de ahora (1930); César Vallejo, que lo hizo en Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin; o Ramón J. Sender, que en Madrid-Moscú. Notas de viaje 1933-34 apuntaba aspectos positivos, pero advertía de “errores de planificación, pésimas cosechas, requisas indiscriminadas de grano o la matanza de miles de ucranianos”.

Otros intelectuales españoles subrayaron los peligros de la revolución bolchevique como Luis Hoyos, Eloy Montero, Ramiro de Maeztu o Félix Ros en Un meridional en Rusia (1936). “Ambas visiones se difundieron por España durante el periodo de entreguerras, presentando a Rusia como el modelo revolucionario del siglo XX y como punto de partida de un mundo diferente, temido por unos, admirado por otros; y se tendió a identificar la Rusia imaginada con los acontecimientos que tuvieron lugar en España a partir de la República”, explica Ángeles Ezama Gil, autora de la edición.

Tanto María Teresa León como Rafael Alberti mostraron el paraíso del proletariado como un idealizado campo de pruebas del mejor de los mundos. Sin embargo, en 1956 la escritora ya mostraba su desengaño con la utopía comunista. Así lo desveló en Memoria de la melancolía al referirse a amigos desaparecidos: “Ni Mijaíl Koltsov, nuestro gran amigo ruso, ni María Osten, su amiga alemana, podrán leer lo que estoy escribiendo. Están muertos. Muertos no se dónde ni cómo. Perdidos en la última noche staliniana”.

lunes, 10 de junio de 2019

Democracia y discusiones para el armado de una nación

La hora de la palabra

En democracia se discuten todas las propuestas, y se decide

José Andrés Rojo | El País



La sala del Manège, donde se reunió el poder legislativo durante los años de la Revolución Francesa.

Malos tiempos para la democracia. Se desconfía cada vez más de los políticos y de la capacidad de la palabra para dar impulso a sus iniciativas. Y se impone el lenguaje de la calle, donde lo que importa es que cada movilización sea más grande que la anterior. Nunca está de más manifestarse para reclamar atención sobre asuntos que están quedando fuera de la agenda política, pero en la calle muchas veces se mezclan proyectos diferentes bajo un mismo paraguas. Hace falta darle forma a cada reivindicación y que existan propuestas alternativas sobre las que pronunciarse y buscar acuerdos y armar las leyes que convengan para transformar las cosas. Para eso está la democracia.

El historiador estadounidense David A. Bell reconstruye de manera magistral en La primera guerra total una de las más importantes batallas parlamentarias. Año 1790, la Asamblea Nacional surgida de la Revolución Francesa tiene que dar respuesta a un asunto enrevesado. Al otro lado del mundo, una fragata española se ve obligada a asegurar su soberanía sobre la isla de Vancouver frente a la presencia de buques británicos y estadounidenses, y reclama ayuda de Francia. En 1761, los Borbones Luis XVI y Carlos IV firmaron un pacto familiar para defenderse en caso de hostilidades, así que la Asamblea tiene que decidir si aprueba los fondos para que Francia construya catorce buques y ayude a su aliado. El gran asunto que toca tratar es, pues, el de la paz y la guerra.

La democracia tenía entonces todavía algunos rasgos primitivos. La Asamblea la componían 1200 miembros de los Estados Generales elegidos el año anterior, aunque solo intervenían con regularidad unos 50. Para ocuparse de esta delicada cuestión se instalaron en la sala del Manège, en el Jardín de las Tullerías: los conservadores se colocaron a la derecha; a la izquierda, los radicales del Club de los Jacobinos y los más moderados de la Sociedad de 1789. De ahí viene esa vieja división.

En la calle, una multitud se interesaba en un estado de alta tensión por lo que ocurría dentro. Ahí, los espectadores interrumpían a los tribunos que defendían sus posiciones con pasión y sólidos argumentos, y tomaban notas “y las ataban con un gancho y las pasaban desde la ventana a lo largo de un hilo a sus amigos en el exterior”, cuenta Bell, para que terminaran llegando a las redacciones de los múltiples periódicos que se publicaban entonces, cada cual con su postura y con su mirada. “Europa nunca había visto nada parecido”, e incluso se tuvo que redefinir la palabra revolución:“Ya no se trataba, como antes, de un cambio súbito e imprevisible en el destino de un país, sino el significado más moderno de la explosiva e ilimitada expresión de la voluntad colectiva de una nación”. De la mano de las instituciones democráticas.

En el debate sobre la guerra se pronunciaron 35 diputados con algunas intervenciones de gran altura, y llegó a haber alguno que defendió, ¡en tiempos de revolución!, la monarquía absoluta. Se discutieron las propuestas, se pulieron, se introdujeron enmiendas y al final la Asamblea trazó el camino, y la aristocracia perdió “su tradicional razón de ser: la guerra”. Aquel pacto de familia de los Borbones tardó en morir lo que duraron unos cuantos días de acaloradas sesiones. La democracia mostraba su razón de ser: una ciudadanía exigente, una prensa que informa y que genera opinión, unos representantes que construyen sus argumentos con finura y solvencia: y luego la feroz batalla parlamentaria (con respeto a las minorías) y, al fin, los acuerdos.

domingo, 9 de junio de 2019

Revolución Libertadora: Los inicios

Revolución Libertadora: Los prolegómenos

Fuente: 1955 Guerra Civil. La Revolucion Libertadora y la caída de Perón


El clima de violencia estaba instalado en la Argentina, incitado por el oficialismo desde su llegada al poder.
En 1951, ante las inminentes elecciones del 11 de noviembre, un grupo de altos jefes militares encabezados por el general Benjamín Menéndez, comenzó a intrigar secretamente para derrocar a Perón. Sin embargo, como las idas y vueltas y los conciliábulos se hicieron extremadamente largos, algunos de ellos comenzaron a impacientares.
Entre los conspiradores se encontraban los generales Eduardo Lonardi, Pedro Eugenio Aramburu y Eneas Colombo, los coroneles Juan Carlos Lorio y Arturo Ossorio Arana y los tenientes coroneles Bernardino Labayru, Luis Leguizamón Martínez y Emilio Bonnecarrere.
El nombramiento del general Aramburu como agregado militar de la embajada argentina en Brasil inquietó notablemente los ánimos e hizo creer a los conjurados que las autoridades se habían percatado de algo. Por esa razón, a partir de ese momento, los hechos se precipitaron.


Perón pronuncia un discurso

El general Menéndez, por entonces retirado, decidió actuar de inmediato y por esa razón, en la madrugada del 28 de septiembre, después de sincronizar movimientos con sus pares de la Marina y la Fuerza Aérea, se apersonó vestido con su uniforme de combate en la Escuela de Caballería de Campo de Mayo (a la que pertenecía) y contactó a los capitanes y tenientes que lo seguían, entre ellos Julio Alsogaray y Alejandro Agustín Lanusse, para concentrarlos en el Regimiento 8 de Caballería con la misión de tomar la unidad.
Posesionados de la misma, los alzados abordaron los blindados y los ubicaron frente al Casino de Oficiales, iniciando un violento tiroteo que acabó con la vida del cabo Miguel Farina, perteneciente a las fuerzas leales al gobierno, y dejó herido al capitán Rómulo Félix Menéndez, hijo del jefe rebelde.
Eran las 07.25 cuando el coronel Dalmiro Videla Balaguer, director del Liceo Militar, llamó a sus superiores para advertirles que en el cercano regimiento acontecían hechos irregulares. En vista de ello, el general Franklin Lucero, ministro de Ejército, adoptó una serie de medidas urgentes tendientes a neutralizar el movimiento.



Frente del Jockey Club sobre la calle Florida


Al frente de tres tanques, cinco semiorugas y varios camiones con tropas a bordo, Menéndez partió de Campo de Mayo en dirección a la Base Aérea de El Palomar, que para ese entonces había sido copada por los brigadieres Guillermo Zinny y Samuel Guaycochea.
Mientras eso acontecía en el noroeste del Gran Buenos Aires, desde Villa Reynolds, provincia de San Luis, despegaron aviones caza de la V Brigada Aérea, que a las órdenes del vicecomodoro Jorge Rojas Silveyra, debían volar hacia Buenos Aires para atacar a a las fuerzas rebeldes. Para entonces, la Base Aeronaval de Punta Indio se hallaba en poder del capitán de navío Vicente Baroja quien, de acuerdo a planes preestablecidos, abordó un monoplaza AT-6 y seguido por el capitán de corbeta Siro de Martini despegó hacia el Aeroparque con la misión de impedir que Perón se fugara de la capital.
Al llegar a destino, se produjo una breve escaramuza cuando los aviadores rebeldes vieron que en la pista principal un transporte De Havilland Dove iniciaba su carreteo con la aparente intención de huir.
Creyendo que a bordo se encontraba el primer mandatario, Baroja se dirigió resueltamente hacia él para arrojarle sus dos bombas de 50 kilogramos, sin alcanzarlo. Detrás suyo, Siro de Martini abrió fuego con sus cañones perforando la cola del aparato pero el mismo, hábilmente piloteado por el comodoro Luis A. Lapuente, levantó vuelo y a muy baja altura, se escabulló por entre los edificios de Barrio Norte, en dirección sudoeste.
Para entonces, los accesos a la Capital Federal se hallaban bloqueados con camiones, ómnibus y barricadas en tanto el Ejército había montado puestos de vigilancia en diferentes puntos de la ciudad.
A esa altura Menéndez comprendió que las unidades que debían plegarse al alzamiento se habían mantenido quietas y que la asonada había fracasado pero, decidido a todo, se dirigió hacia Buenos Aires para acabar con Perón o morir en el intento. Sin embargo, a la altura de San Isidro, su columna se detuvo, falta de combustible y por esa razón, no le quedó más remedio que capitular y entregarse a las autoridades, a sabiendas de que podía ser fusilado. La revolución había fracasado.
Cuando la noticia se difundió, muchos de los complotados escapaban a bordo de un transporte de la Fuerza Aérea desde El Palomar, con destino a Uruguay, seguido por Baroja y De Martín en sus respectivos aviones. Finalizaba de esa manera el primer alzamiento contra el régimen peronista, fallido preludio de lo que iba a suceder cuatro años después.
Al día siguiente, el mismo presidente, en un agresivo discurso pronunciado ante una rugiente multitud, anunció desde los balcones de la Casa de Gobierno, el establecimiento del estado de guerra interna en todo el ámbito de la Nación y el fusilamiento de los jefes alzados, amenaza que finalmente, no cumplió.


Gral. Benjamín Menéndez

Benjamín Menéndez, un bravo general de Caballería que recién egresado del Colegio Militar, había tomado parte activa en la conquista del Chaco, fue enviado al penal de Tierra del Fuego, donde quedó detenido junto a sus seguidores. De acuerdo a algunas versiones, Eva Perón aconsejó a su marido insistentemente que pasase a los rebeldes por las armas pero aquel desestimó el pedido por considerarlo poco prudente.
Lamentablemente, la violencia no terminó allí.
El 15 de abril de 1953 Perón pronunciaba otro de sus encendidos discursos frente a la masa que se había reunido en Plaza de Mayo cuando estallaron tres artefactos de alto poder que mataron a seis manifestantes y dejaron a otros noventa y tres con heridas de distinta consideración.
Ante la gravedad de esos hechos, el mandatario volvió a azuzar a la turba vociferando frases tan violentas que aquella, enardecida, se encaminó en gran número hacia diferentes puntos de la ciudad para atacar las sedes de los partidos opositores. Ese día, fueron incendiadas la Casa del Pueblo, baluarte del Partido Socialista, sobre avenida Rivadavia; la Casa Radical, que se alzaba en la calle Tucumán; la central del Partido Demócrata (Conservador), en Rodríguez Peña 525, y finalmente, la sede del aristocrático Jockey Club, sobre la calle Florida, que ardió por espacio de dos días.
Entre las obras de arte que se perdieron en aquella luctuosa jornada figuran la biblioteca de la Casa del Pueblo que incluía colecciones donadas por el mismísimo Juan B. Justo; objetos de valor histórico del Partido Demócrata Nacional y los tesoros del Jockey Club entre los que destacaban la Diana Cazadora de Falgueriés, adquirida especialmente para esa institución por Aristóbulo del Valle (se la hizo rodar por las escaleras del salón principal), numerosos cuadros, entre ellos el de su fundador, el Dr. Carlos Pellegrini, obra de Bonnet que databa de 1908 y parte de su gran biblioteca, una de las más completas de la ciudad de Buenos Aires.
Nada hicieron los bomberos para apagar los incendios, salvo resguardar los edificios vecinos. Tampoco hizo nada la policía ya que los vándalos actuaron con total impunidad, destruyendo todo lo que encontraron a su paso.
Al día siguiente, el Dr. Manuel V. Ordóñez, que había viajado expresamente a Roma para referir lo que estaba ocurriendo en la Argentina, fue recibido por el Papa Pío XII quien, lo primero que le dijo al verlo fue:

-¿Sabe usted lo que ha ocurrido?
-No, Su Santidad – respondió Ordóñez.
-Han incendiado la biblioteca del Jockey Club – respondió consternado el Pontífice agregando – Estoy profundamente apesadumbrado. Se han perdido obras de incalculable valor allí.

Lo que el Santo Padre y buena parte de la opinión pública ignoraban era que, para fortuna de la posteridad, una parte de aquella colección y varios volúmenes de la biblioteca habían sido rescatados de las llamas y puestos a resguardo.
A partir de entonces, las frases de Perón se tornaron cada vez más violentas y brutales: “¡Yo les pido que no quemen más ni hagan nada más de esas cosas porque cuando haya que quemar, voy a salir a la cabeza de ustedes a quemar! ¡Entonces, si fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días!” (7 de mayo de 1953); “¡Me piden que de leña…¿por qué no empiezan a darla ustedes?!”;“¡Vamos a tener que volver a la época de andar con alambre de fardo en el bolsillo!” o “¡Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos!”.
Ese era el ambiente que imperaba en Buenos Aires cuando se desataron los sucesos que a continuación vamos a relatar. Expresiones tan irresponsables no hicieron más que precipitar los hechos y llevar a la sociedad argentina al caos y el enfrentamiento civil. El régimen se debilitaba lentamente y la tensión comenzaba a adueñarse de la sociedad.


Esta antigua fotografía muestra el accionar de los bomberos sobre la sede incendiada del Jockey Club

La Casa del Pueblo - Sede del Partido Socialista después del ataque


sábado, 8 de junio de 2019

Guerra del Rif: Annual hoy en día

Annual: horror, masacre y olvido


Por Joaquín Mayordomo   EL PAÍS 





Cuartel español en ruinas en el Rif. / Joaquín Mayordomo


Desde lo alto del desfiladero de Izzumar, los cerros de Annual, Igueriben o Abarrán son luminarias que recuerdan la muerte. En este escenario perdieron la vida en dos días, masacrados, 4.000 españoles, sin saber por qué.


Todo lo que se alcanza a ver hasta más allá del horizonte es campo yermo, reseco y desnudo de vegetación. Las casas de los emigrantes diseminadas por barrancos, laderas y valles, o las de los que decidieron quedarse, son ahora señales de vida en un intento de darle normalidad a una tierra cuyo principal patrimonio es el barro. El Rif es una región pobre, muy pobre; pero la locura del rey Alfonso XIII, militares y Gobierno de entonces quiso, a principios del siglo pasado, convertir a esta región en la recreación del viejo Imperio; aquel en el que “no se ponía nunca el sol”. Al final, España llamó a esta ‘conquista’ Protectorado de Marruecos. Un eufemismo que oculta varias guerras, un holocausto, horrores inimaginables, traiciones y uno de los episodios más tristes de la práctica militar: el Desastre de Annual. Un desastre que España entierra en el olvido desde hace 94 años bajo el más abominable y ominoso de los silencios.


Desfiladero de Izzumar, donde murieron mil españoles en un solo día. / J. M.

En la mañana del 21 de julio de 1921, el asedio de las harkas rifeñas a la posición de Annual presagiaba lo peor. El día anterior había caído el fuerte de Igueriben, situado en un cerro contiguo, unos centenares de metros más lejos. El general Silvestre, jefe de la Comandancia General de Melilla y principal responsable de la aventura de haberse adentrado en territorio enemigo, había visto, desconcertado, desde su puesto de mando en Annual, como ardían por la noche los últimos rescoldos de Igueriben tras negarle el auxilio que el jefe de la posición, el comandante Benítez, le venía reclamando, insistentemente, desde hacía varios días, con señales de heliógrafo. Murieron todos. Perecieron después de soportar el asedio, abrasados por el sol y sus propios orines que hubieron de beberse para engañar la sed. Los pocos supervivientes que halló el enemigo cuando venció la última resistencia fueron degollados con la gumía o se pegaron un tiro.

A partir de aquí, hubo desbandada general. Silvestre dio orden de retirada y la tropa y oficiales emprendieron una alocada carrera hacia Izzumar, abandonándolo todo. Sólo llevaban consigo lo imprescindible, la munición que podía cada uno; y algunos ni eso, pues, para correr más deprisa, se desprendieron hasta del fusil. Visto el lugar, y recreando la huida por la que hoy es una zigzagueante carretera, cuesta imaginar que alguien pudiera pensar en salvarse reptando por estos desfiladeros. Pero sí, se salvaron algunos… que llegaron a Ben Tieb, donde también hubo desbandada para ‘correr’ a Dar Drius, otra de las posiciones que, como las fichas en fila de un dominó, fueron cayendo. Por el camino sólo quedaban los muertos; decenas, cientos de muertos, hasta sumar 4.000 en dos días. Solamente en el paso de Izzumar morirían más de mil. El general Manuel Fernández Silvestre, trastornado, imaginando la magnitud del desastre, y antes que vivir la afrenta de huir, prefirió pegarse un tiro; se cree que lo hizo en su tienda, en soledad, sin testigos.


Cadáveres españoles en Monte Arruit, meses después de la batalla de Annual, en enero de 1922. / Wikipedia.

Entre tanto, mientras millares de jóvenes eran cazados como conejos en su inútil intento de escapar de la ratonera de Annual, sin un mísero avión que les cubriese en la retirada, en Burgos, ¡ese mismo día!, Alfonso XIII y su Corte, el Gobierno en pleno y los más altos mandos militares celebraban con gran boato el traslado de los restos del Cid a la catedral en solemne procesión. Por el aire desfilaban escuadrillas de aviones adornando la fiesta… Unos aviones que el Alto Comisario español en Marruecos, el general Dámaso Berenguer, le había negado reiteradamente a Silvestre, evidenciando la enemistad que sentía hacia él, cuando éste vio la necesidad de contar con ayuda aérea para intentar salvar lo que difícilmente podría salvarse: un ejército repartido en decenas de posiciones, sin unas mínimas garantías de subsistencia en caso de asedio, pues, algo tan imprescindible como el abastecimiento de agua no siempre estaba asegurado; un ejército sin armamento, mal vestido y peor alimentado, abandonado, en no pocos casos, por sus jefes que preferían pasarse las horas en el casino de Melilla gastando el dinero que hurtaban a la tropa, escatimándole la comida… Un ejército analfabeto pues sólo hacían el servicio militar los más pobres, aquellos que no podían permitirse pagar las 2.000 pesetas que costaba librarse; que tenía un oficial por cada cuatro soldados mientras en Francia, por ejemplo, la proporción era de 1/23. Un ejército, en fin, que cuando llegó el momento crucial de hacer frente a los ataques rifeños, sus mandos estaban ausentes o jamás se habían visto en tal situación, lo que provocó que muchos se paralizasen o huyesen cobardemente para salvar su pellejo, vendiéndose al enemigo por unos miles de pesetas o con otras artimañas.

El Desastre de Annual reúne tal acumulación de despropósitos, episodios de crueldad, vilezas e incompetencia profesional, que se convierte en un caso único en la historia de las derrotas militares. Y si no fuera porque el balance es la muerte –10.000 españoles fallecidos en apenas 15 días y varios miles más de rifeños– bien podría escribirse (y representarse) este negro episodio de la historia de España como la más ignominiosa de las tragedias.

Menos mal que el general Picasso, encargado de investigar qué sucedió con aquel ejército desaparecido, tuvo el valor de meter el dedo en la llaga y, gracias a él, hoy se conoce tamaña barbaridad. El Expediente Picasso (9 meses de arduas indagaciones, 2.433 folios y decenas de testimonios directos, indirectos y documentos) muestra todas las miserias de un régimen agotado y de un ejército corrupto, muerto. El Gobierno quiso prohibirle que investigara el comportamiento de los oficiales en el Desastre, pero Juan Picasso se negó e hizo con rectitud su trabajo. El golpe de estado de Primo de Rivera, en septiembre de 1923, posibilitó que quedaran impunes los responsables de lo sucedido. El nuevo Gobierno pretendió correr un tupido velo, pero el diputado demócrata Bernardo Mateo Sagasta, temiéndose su desaparición, secuestró el Expediente, que lo devolvió al Congreso de los Diputados cuando se proclamó la II República. La Guerra Civil y la posterior Dictadura hicieron que definitivamente se olvidara el ‘famoso’ Expediente Picasso. Muchas de las claves y porqués de esta guerra, y de la victoria de Franco, se hallan en él.


En la reconquista, la Legión se encontró con los últimos restos de los escuadrones de Alcántara en formación; jinetes y caballos habían muerto juntos. / myslide.es

Holocausto en Dar Quebdani y Monte Arruit


En el fuerte de Dar Quebdani, al mando del coronel Araujo, después de pactar la rendición y la entrega de armas con el enemigo, y tras más de una marrullería y conspiración de algunos de los mandos para salvarse, incluido el coronel, 900 hombres fueron asesinados a sangre fría con sus propias armas, las que acababan de entregar. La masacre fue contemplada por el propio coronel y el puñado de mandos traidores… Que no fueron todos, es cierto, porque varios, como los capitanes Cuadrado, Amador y Viegtiz-Aguilar, el teniente Relea o el alférez Montealegre, prefirieron morir junto a sus hombres, luchando.

La sucesiva caída o rendición de fuertes y posiciones (Cheif: 567 muertos y 37 supervivientes; Buhafora: 127 muertos y 3 superivientes; Ain Ket: 1.007 muertos y 493 afortunados que escaparon a la zona francesa; Zeluán: 500 muertos) resume el doloroso relato en el que la heroicidad, la villanía y la traición se practican por igual. No hay en la lengua española adjetivos para calificar lo que ocurrió en el Rif en los meses de julio y agosto de 1921.

El culmen a esta desgarradora experiencia africana, conocida como el Desastre de Annual, fue Monte Arruit. Aquí, tras 10 días de asedio, fueron asesinadas 3.000 personas. “Fue un holocausto”, escribe el historiador Juan Pando en Historia secreta de Annual, un libro imprescindible para aproximarse a los hechos.

A Monte Arruit había llegado huyendo desde Dar Drius la ‘columna Navarro’, que mandaba el general del mismo nombre, segundo en el mando después de Silvestre. A ella se habían ido uniendo soldados y mandos supervivientes al asedio, asalto y derrota de otras posiciones. Durante 10 días, desde el 29 de julio al 9 de agosto, esta ‘posición’ asentada sobre una suave colina en medio de una infinita explanada, esperó el rescate que nunca llegó de Melilla, apenas a 37,5 kilómetros. Ni el ministro de la Guerra, Luís de Marichalar, vizconde de Eza, ni el desleal e innoble Berenguer, ni el Gobierno, ni el rey… fueron capaces de organizar la salvación de unos hombres que cada hora informaban de su imposibilidad de resistir sin municiones, sin comida, sin agua… Eso sí, en este caso hubo aviones que lanzaban provisiones y armas, pero que caían casi siempre más allá del perímetro del fuerte. Los soldados salían a por los alimentos (para nada les interesaban ya las armas) y eran cazados por los tiradores rifeños. Así, poco a poco, fue sembrándose de cadáveres la ladera y el camino principal de subida… hasta que se rindieron. Y entonces, como en los días precedentes, y a pesar de las banderas blancas que ondeaban, la tropa, con aquellos oficiales que se negaron a abandonarla, fue masacrada a sangre fría. El general Navarro y los oficiales que le siguieron “quedan sobrecogidos. La matanza paraliza sus movimientos”, resume Pando. Luego Navarro y los suyos fueron sacados de allí por Ben Che-lal, el jefe rifeño, que los envió a Axdir, a la sazón capital de la República del Rif, desde donde Mohammed Abd el Krim el Khattabi pidió un rescate por ellos. “Los rifeños se abalanzan. Van a por la armas y a por las vidas. Pisotean a los heridos, empujan y golpean a los soldados y oficiales (ya desarmados). Sobreviene el asesinato de todo un ejército”, escribe Pando, resumiendo el holocausto.

 
Subida a Monte Arruit en la actualidad. / J. M.

Hoy Monte Arruit es una próspera población aledaña a Nador. Aquel camino que en las fotografías en blanco y negro se muestra cubierto de cadáveres hoy es una calle (avennue Moujahidine) apacible por la que sube y baja la gente a pasear o de tiendas.

Este vergonzante relato, forzosamente ha de tener un epílogo. En primer lugar, para revindicar la memoria de aquellos 10.000 españoles siempre olvidados, injustamente enviados a morir a unas tierras ajenas, que sólo le interesaba su conquista a un grupo de oligarcas con el rey Alfonso XIII a la cabeza (pensaban que había oro, hierro, plomo…) y a una casta militar ociosa y desubicada –acababa de volver tras la independencia de Cuba– que, como se suele decir, se aburría.

Pero no todos los mandos que vivieron aquella experiencia en el Rif fueron desleales o cobardes; los hubo nobles y heroicos que entregaron su vida, enfrentándose incluso a sus superiores, que preferían huir o rendirse. El coronel Gabriel Morales puede ser el paradigma de los que cumplieron. De origen cubano, era el jefe de la Policía Indígena y mantenía una buena amistad con los rifeños, especialmente con su líder Abd el Krim. También hablaba su lengua y eso le permitía comprenderlos mejor. Morales murió el mismo día 21 en la retirada de Annual. Su cadáver, reconocido por el líder rifeño entre los muertos de Izzumar, fue entregado al Gobierno español el 3 de agosto en señal de respeto, con honores militares. Los rifeños reconocían así su labor en favor del entendimiento entre ambos pueblos.


Monumento a Abd el Krim, visiblemente abandonado. A su espalda, el cerro de Annual. / J. M.

Y del valor colectivo, el regimiento Alcántara es otro ejemplo. Sus seis escuadrones, compuestos de 900 jinetes, murieron en la retirada de Annual. En la última carga que hicieron para proteger a la columna Navarro, caballos y jinetes cayeron aniquilados, quedando sus restos sembrados, en la formación que llevaban, sobre la polvorienta llanura. Así encontraría sus despojos (¡en formación!) dos meses después la legión, cuando emprendió la reconquista. Para la posteridad ha quedado aquella fotografía en la que se ve a los soldados caídos junto a su caballo.

Y llegó la reconquista. Si las harkas rifeñas se habían ensañado con los soldados españoles superando todo lo imaginable en crueldad, el nuevo ejército que se formó en Melilla no se quedó atrás. La ‘pacificación’ se hizo a sangre y fuego, gaseando incluso numerosas aldeas rifeñas.

La batalla por la recuperación de los territorios perdidos se planteó de inmediato y a cada reconquista, la tropa se topaba con un cementerio. Decenas, cientos, miles de cuerpos sin sepultar que incineraban o amontonaban en fosas comunes. Así se procedió con ‘los tres mil de Arruit’ que quedaron bajo una única cruz que ‘resumía’, según Pando, “el holocausto, no sólo de la columna Navarro, sino de todo el ejército de Silvestre”. Y el Desastre de Annual cayó en el olvido.


Vista general de Annual en la actualidad. A la derecha, la subida a Izzumar. / J. M.

Joaquín Mayordomo (Villares de Yeltes, Salamanca, 1954) es periodista y autor de varios libros, entre ellos Conversaciones en Tánger (Fundación Tres Culturas, 2009).

viernes, 7 de junio de 2019

G30A: La batalla de Breitenfeld (1631)

Breitenfeld 1631

Weapons and Warfare



Gustavo Adolfo en la batalla de Breitenfeld, pintura de J. Walter, 1632

Fecha: 17 de septiembre de 1631.

Ubicación: a unas 5 millas al norte de Leipzig en la carretera a Düben (Ruta No. 2).

Guerra y campaña: La guerra de los treinta años; Campaña alemana de 1631.

Objeto de la acción: Gustavo Adolfo y el Elector de Sajonia deseaban recuperar Leipzig del Conde Tilly y derrotar al ejército imperialista.

Lados opuestos: {a) Gustavo Adolfo dirigiendo a los ejércitos suecos y sajones. (6) el conde Tilly al mando del ejército del Emperador y la Liga.

Fuerzas comprometidas: (a) suecos: 192 compañías de infantería; 131 empresas de caballería; 54 cañones. Sajones: 56 empresas de infantería; 39 empresas de caballería; 10-20 cañones. Total: 40,000. b) Los imperialistas: aprox. 21.000 infantería; 1 mil caballería; 30 cañones. Total: 32,000.

Bajas: (a) Aprox. 4,000 bajas suecas y sajonas (igualmente divididas), (b) 7,600 imperialistas muertos y heridos; 6.000 capturados; otros 8.000 perdidos posteriormente.

Resultado: victoria sueca que lleva a la virtual destrucción del ejército de Tilly; la salvación del protestantismo alemán; La aparición de Suecia como una gran potencia.

Hasta principios de otoño de 1631, la intervención sueca en Alemania se había visto perjudicada por los recursos inadecuados y por la falta de aliados alemanes. Pero en agosto, la insistencia del emperador en que el elector John George debía detener su armamento preventivo y la invasión de Tilly por parte de Sajonia para hacer cumplir esta orden, llevó al elector en el último momento a participar con Gustavus Adolphus. Mientras Tilly ocupaba Leipzig, el ejército sajón efectuó su unión con los suecos, y después de un histórico consejo de guerra en Düben, se decidió ofrecerle una batalla a Tilly. Tilly, aunque ligeramente inferior en número, y con una perspectiva de refuerzo menos inmediata, estaba ansioso por luchar. Eligió su campo de batalla en el país sin árboles y sin ondulaciones al norte de Leipzig, en un terreno que permitió el fácil movimiento de sus enormes tercios, y las tácticas de caracol de la caballería de Pappenheim. Su ejército se formó en un estilo tradicional: un centro formado por 14 tercios, flanqueado por dos alas de caballería, la izquierda bajo el mando de Pappenheim, la derecha debajo de la de Fürstenberg, con una reserva de caballería solamente, detrás del centro. No hizo ningún esfuerzo serio por oponerse al avance y despliegue del ejército aliado, y Gustavo pudo cruzar la corriente de Lober y formar su ejército sin interferencias. El orden de batalla sueco estaba en completo contraste con el imperialista: aunque también colocaba a la infantería en el centro y a la caballería en las alas, estaba esencialmente redactada en dos líneas distintas (mientras que Tilly no era realmente una formación lineal en absoluto), y Cada línea tenía su propia reserva. Por otra parte, la caballería de las alas tenía destacamentos de mosqueteros adosados, entrenados para luchar en combinación con ellos; cada una de las 7 brigadas del centro sueco estaba equipada con 6 piezas ligeras de regimiento, que solo podían ser servidas y movidas por dos hombres. La formación de los sajones es desconocida en detalle. Tenían poca experiencia en pelear; y el evento mostró que no se debía confiar en su infantería.




Aproximadamente a las 2 pm, después de casi 2 horas de cañonería preliminar, Pappenheim avanzó al ataque; y se desarrolló una acción de caballería violenta que continuó durante más de 3 horas. Tilly parece desde el principio haber diseñado para rebasar a su enemigo en ambas alas simultáneamente, y Pappenheim hizo esfuerzos desesperados para convertir el flanco de Gustavus. No tuvo éxito; en parte porque la flexibilidad del orden de batalla sueco facilitó el movimiento de las unidades para extender la línea cada vez más hacia la derecha para contrarrestar la amenaza de envoltura; en parte porque estaba desconcertado por el nuevo estilo sueco de lucha que combinaba salvas de mosquetes y cargas de caballería en una alternancia cercana. Pero los imperialistas tuvieron lo que pareció ser un éxito decisivo en la otra ala. Poco después de que Pappenheim comenzara sus ataques, los tercios del centro de Tilly avanzaron, protegidos a su izquierda por un destacamento de caballería, y acompañados a su derecha por el avance de su ala derecha bajo Fürstenberg. Su objetivo parecía ser el ala izquierda sueca, comandada por Gustav Horn; pero cuando, a poca distancia del enemigo, se inclinaron repentinamente hacia la derecha, de modo que la caballería de Furstenberg envolvió a la izquierda sajona, y toda la fuerza de la infantería de Tilly se estrelló contra el centro sajón. Tomado por sorpresa, y superado irremediablemente en número, el pie de Saxon pronto fue abrumado, y huyó en pánico; con el resultado de que Horn se encontró con dos tercios del ejército de Tilly en su flanco ahora expuesto. El tiempo fue alrededor de las 4 pm, y los imperialistas consideraron la victoria tan buena como ganada: Horn tenía alrededor de 3,500 caballeros y mosqueteros para oponerse a unos 18,000 pies y 5,000 caballos. Sin embargo, sus gritos de Victoria fueron prematuros. Los tercios todavía estaban en desorden después de su victoria sobre los sajones, y se requería tiempo para hacerles valer su nuevo objetivo. Pero el tiempo no les fue permitido. Ocurrió que la caballería que había cubierto el flanco izquierdo de su avance había logrado ponerse entre los tercios y los suecos. Horn, quien se había dado cuenta inmediatamente de que su única esperanza de supervivencia estaba en un ataque, aprovechó esta oportunidad. Se arrojó a la caballería imperialista con cada uno de los hombres a su disposición; los devolvió a las filas de los tercios; y así evitó el ataque inminente. De este modo ganó tiempo para traer considerables refuerzos, desde su reserva, desde la segunda línea, y actualmente desde la otra ala: el tamaño práctico y el alto entrenamiento de las unidades suecas lo hicieron posible (como no lo habría sido en las formaciones de Tilly). para transferir unidades rápidamente y en buen estado de una parte del campo a la otra. Por primera vez en la guerra moderna, de hecho, Horn se formó frente a su flanco en plena batalla. Los imperialistas originalmente habían atacado con el sol y el viento detrás de ellos: importantes ventajas, ya que después de la larga sequía el campo de batalla se oscureció con nubes de polvo. Pero ahora el viento se movió hacia el noroeste y sopló directamente en las caras de los tercios. Además, a medida que más y más refuerzos suecos acudían en ayuda de Horn, fue capaz de comprimir gradualmente a sus enemigos dentro de un arco que se dibujaba cada vez más fuerte: a los tercios nunca se les daba un espacio para respirar para que se reagruparan de manera ordenada; fueron sorprendidos por la combinación sueca de lucio y salva, caballería y mosquetero; sus mismos números se convirtieron en un obstáculo fatal, ya que estaban tan apretados que no podían usar sus picas con eficacia. A las 6 pm, a pesar de la feroz resistencia, la derecha y el centro de Tilly se enfrentaban a un desastre total, y el propio Tilly fue herido y tuvo que ser escoltado desde el campo. Al mismo tiempo, la resistencia de Pappenheim se rompió en la otra ala. La resistencia de la defensa sueca finalmente había agotado a su caballería, y cuando por fin Gustavus pasó al ataque, Pappenheim fue barrido del campo. Para entonces, las alas imperialistas estaban separadas por un amplio cinturón de países, con la artillería imperialista aislada irremediablemente entre ellas. El centro sueco ahora avanzaba, tomó los cañones imperialistas y los puso sobre los restos de los tercios. Los restos de 4 regimientos imperialistas, que escapaban de la carnicería de la derecha, hicieron una última parada al atardecer en una colina boscosa en la parte trasera de la posición original de Tilly. Fueron reducidos al último hombre; pero su resistencia probablemente facilitó el escape de un grupo de 4 tercios y 4 regimientos de caballería que se habían aislado de la batalla en el lado equivocado de Göbschelwitz, y habían esperado prudentemente allí para recibir más órdenes que nunca llegaron. Capitularon más tarde en Leipzig.

Los efectos políticos de Breitenfeld se escriben a lo largo de la historia posterior de Europa: fue una de las batallas que parece haber cambiado realmente el curso de la historia. Su importancia en la historia del arte de la guerra es apenas menor. Breitenfeld marcó el triunfo definitivo de las nuevas tácticas lineales y el fin de los viejos sistemas masivos que habían dominado Europa desde los días de la columna suiza: a este respecto, Rocroi no era más que un epílogo superfluo. La victoria fue ganada por una mejor organización de cuadros en tiempos de paz, mejor entrenamiento, mayor poder de fuego, una efectividad en la combinación de armas mucho antes que la ofrecida por cualquier contemporáneo, la iniciativa y los recursos de los comandantes subordinados y la aptitud de Las innovaciones tácticas de Gustavo para atacar no menos que a la defensa. Gustavus, mientras intensificaba el impacto de misiles con el dispositivo de la salva y la invención de pistolas de luz realmente efectivas (las 'piezas de regimiento' tenían todas las virtudes míticas tradicionalmente asociadas con las 'pistolas de cuero' ahora descartadas, y más), nunca se olvidan que difícilmente se puede ganar una decisión solo con armas de misiles; y él fue el último gran comandante en rehabilitar el lucio y volverlo a convertir en un arma ofensiva. La formación lineal de Mauricio de Orange había sido efectiva solo en defensa, de ahí la supervivencia de la escuela española rival que dependía de la masa y la profundidad, y los contemporáneos todavía estaban divididos según sus méritos. Gustavo lo transformó para silenciar toda controversia: el mejor comentario sobre Breitenfeld es que en Lützen Wallenstein intentó imitar el orden de batalla sueco y las tácticas suecas.

jueves, 6 de junio de 2019

GCE: 6 cosas que no se sabían del conflicto

Cosas que no sabíamos de la Guerra Civil

80 años después del final del conflicto que marcó el siglo XX español, los historiadores siguen desvelando sus zonas oscuras. Un congreso reúne a 22 especialistas en Zamora
Tereixa Constenla | El País


Oficiales marroquíes al frente de sus tropas, a finales de marzo de 1939, ante la Puerta de Toledo en Madrid. En vídeo, el historiador Angel Viñas analiza la victoria de Franco. VÍDEO: EPV

Las guerras civiles tienen un 10% de acción y un 90% de sufrimientos pasivos. Y ha de reconocerse que para sostener esta afirmación el escritor y periodista Arthur Koestler había hecho un razonable estudio de campo entre 1936 y 1937 en varios escenarios de la contienda española, incluida una involuntaria estancia en una cárcel sevillana. Puede que, 80 años después del final, quede poco que rastrear en la acción del conflicto español, pero una veintena de historiadores, reunidos esta semana en Zamora en el congreso Queda mucho por decir de la Guerra Civil, han evidenciado con sus investigaciones que perduran aún zonas de sombra para conocer la magnitud de tanto sufrimiento pasivo.


Mussolini, un precoz conspirador. El próximo libro de Ángel Viñas, ¿Quién quería la Guerra Civil? (Crítica), aportará información desconocida sobre las negociaciones entre el régimen fascista y los monárquicos españoles durante la Segunda República. La documentación acredita un encuentro en 1935 entre Antonio Goicoechea y el Duce, a quien se le presenta un plan de actuación en caso de que las izquierdas ganen las elecciones: “Estribaba en establecer un sistema parecido al italiano. El objetivo era la restauración de la Monarquía con un jefe de Gobierno que sería Calvo Sotelo”. Su asesinato y la muerte del general Sanjurjo despejaron el camino a Franco. “El golpe se preparó con la ayuda fascista y Mussolini decidió apoyarlo durante junio de 1936”, concluye Viñas.

El peaje de las mujeres. “Sabemos bastante poco y desde hace poco tiempo sobre las mujeres”, lamenta Encarnación Barranquero. La historiadora de la Universidad de Málaga destaca que las mujeres sufrieron una represión específica, sexual, que apenas se ha investigado: “En los consejos de guerra, además de por su papel político o militar, se las castiga por cuestiones morales como vivir amancebadas”. La mayoría de las represaliadas eran mujeres sin activismo político: “El régimen las castigaba por su parentesco, la mayoría eran amas de casa”. “Se utilizan con frecuencia como cebo para atraer a los hombres de la familia que han huido”, agrega Matilde Eiroa, de la Universidad Carlos III. Las mujeres son alrededor del 5% de los fusilados tras consejos de guerra, según Barranquero. En los últimos años se ha ahondado también en el estudio de las mujeres movilizadas al comienzo de la guerra, como hace Ana Martínez Rus en Milicianas (Catarata).

La Iglesia, sin estereotipos. Acaso uno de los campos más minados, entre la propaganda de la cruzada y el relato anticlerical, según el historiador de la Universidad de Vigo, José Ramón Rodríguez Lago. Su opacidad no facilita el viaje científico. “El archivo secreto del Vaticano es más transparente que cualquier archivo eclesiástico español”, ironiza el historiador, que destaca la trascendencia del Vaticano y los católicos de Estados Unidos en la guerra. “Se creía que el Vaticano apuesta por el posibilismo de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) hasta las elecciones de 1936, pero en noviembre de 1935 se aprecia ya la apuesta por una vía mucho más dura con la retirada del primer plano de Herrera, el cardenal Vidal y el nuncio Tedeschini”. En la guerra los obispos no conforman un todo homogéneo: unos excitan el odio, otros callan y algunos critican de forma velada la represión franquista.


Franco y Mussolini, en febrero de 1941 en Bordighera (Italia). GETTY

El saqueo legalizado. Hay una razón obvia para explicar por qué la represión económica de las comisiones de incautación, y después los tribunales de responsabilidades políticas, sigue siendo la gran desconocida. “Había un deber ético que era cuantificar las víctimas y ponerles nombres. La represión económica se veía como un castigo menor”, expone Julio Prada, historiador de la Universidad de Vigo. Hay estudios de ámbito autonómico sobre Aragón y Andalucía. En Galicia, investigada por Prada, hay 14.600 personas afectadas, lo que desmonta la falacia de que la guerra pasó de puntillas por las zonas sin frentes. Entre otros, el historiador conoció el caso de Florinda Ortega Pérez, una empresaria viuda de A Gudiña, que pierde todos sus negocios y propiedades por ser madre del alcalde de la localidad, de Izquierda Republicana. “La castigan por la simple tolerancia de lo que ocurría en su casa”, subraya Prada. Ella, multada con 10.000 pesetas, acabó en el exilio junto a su familia.

Estratégica Quinta Columna. Carlos Píriz está a punto de concluir una tesis que prevé polémica. Además de estudiar a fondo la labor de quintacolumnistas en Madrid, ha investigado su papel en Barcelona, Almería, Valencia, Cartagena y Murcia. “Ellos hacen que antes de que entre el ejército en las ciudades, los puntos estratégicos ya estén tomados por sus fuerzas de choque”. Frente a la creencia vigente de que la Quinta Columna nace después de la matanza de Paracuellos, Píriz asegura que se gesta mucho antes, a consecuencia del fracaso del golpe de estado del 18 de julio. En su ponencia ante el congreso, Carlos Píriz y Juan Andrés Blanco, de la Universidad de Salamanca, destacaron que “los mandos rebeldes llegaron a anticipar movimientos militares de sus enemigos y, sobre todo, a manipular el final del conflicto a su favor”.

La tragedia final. En su intervención grabada, el hispanista Paul Preston se centró en los dos meses finales de la guerra, “la historia de una tragedia humanitaria que pudo evitarse, que costó muchos miles de vidas y que arruinó a muchos millares más”. Preston dedicó un libro, El final de la guerra (Debate), a narrar estos días. “Tuvo muchos protagonistas pero se centra en tres individuos. Uno, el presidente del Consejo de Ministros de la República, Juan Negrín, que trató desesperadamente de evitarla. Los otros dos apechugan con la responsabilidad por lo que sucedió. Uno, el profesor Julián Besteiro, se comportó ingenuamente pero su culpabilidad está fuera de toda duda. El tercero, el coronel Segismundo Casado, actuó siguiendo una mezcla algo más que repugnante de cinismo, arrogancia y egoísmo”.

martes, 4 de junio de 2019

Cuando España invadió Vietnam

Cuando los españoles invadieron Vietnam


Javier Sanz — Historias de la Historia

 Era el año 1857, concretamente el día 20 de julio, cuando en Nam-Dinh, enclave situado al norte del Vietnam actual, el misionero español José María Díaz Sanjurjo, vicario apostólico de aquella región, era conducido al patíbulo cargado de cadenas. Minutos después, tras dos certeros golpes del verdugo, la cabeza del mártir se separó de su cuerpo. No fue un hecho aislado, sino más bien la gota que colmó el vaso. La persecución de misioneros católicos en Indochina, especialmente en la zona de Tonkin, llevaba siendo una constante durante mucho tiempo.


José María Díaz Sanjurjo

Una expedición de castigo

España, por entonces bajo el gobierno de Isabel II, y con Leopoldo O´Donell, presidente del Consejo de Ministros, tomando buena parte de las decisiones trascendentales, recibe la propuesta de la Francia de Napoleón III: había que llevar a cabo una expedición de castigo. Tenían que dejar claro que no se podía acabar con la vida de los hombres que predicaban en nombre de la fe católica sin que hubiese consecuencias. La decisión de aceptar el ofrecimiento parecía una temeridad. Las arcas españolas se encontraban en una situación muy precaria, mermadas por las guerras carlistas y por los costes que conllevaba el mantenimiento de un Imperio que, aún en su ocaso, generaba multitud de problemas a los gobernantes: desde la salvaje codicia de los piratas, cada vez más difíciles de contener en el inmenso archipiélago de las Filipinas, hasta los incipientes movimientos guerrilleros de autodeterminación en Cuba. Los enanos crecían en los jardines del Palacio Real de Madrid.
 

Sin entrar en los sempiternos problemas internos del país, parece obvio que los responsables del Gobierno español tenían muchos frentes a los que dedicar su tiempo, el dinero administrado y las vidas de los militares españoles. Sin embargo, España era entonces un país orgulloso de su glorioso pasado, del que todavía quedaban rescoldos. Como ese noble que se niega a aceptar que, tras décadas de despilfarros, la herencia consiste en poco más que el título nobiliario. Además, seguíamos siendo un territorio en el que cualquier aroma a cruzada seguía caldeando los ánimos, incluso dejando a un lado los dictámenes de la razón.

La Guerra de Vietnam: 100 años antes

Unos 100 años antes del desembarco de las tropas estadounidenses en Danang–en la zona central del actual Vietnam-, en el mismo lugar y previendo también una campaña rápida y una victoria fácil, arribaron a tierra procedentes de Manila (Filipinas) las tropas franco-españolas. Una expedición de unos 1.500 hombres por cada una de las naciones que tenían la misión de escarmentar al emperador Tu Duc, gobernante del Reino de Annam (actual Vietnam), y cortar la sangría contra los misioneros europeos. Sin embargo, como les pasaría décadas después a las tropas estadounidenses, se encontraron con muchas más dificultades de las esperadas. El sofocante calor, el ardor de los annamitas en defensa de su territorio y las enfermedades tropicales hicieron estragos, a excepción de los tagalos (nativos filipinos) que engrosaban las filas españolas.


Asalto a la fortaleza de Saigón por las tropas franco-españolas el 17 de febrero de 1859

Finalmente, tras centenares de bajas entre las tropas españolas, los objetivos se consiguieron. Saigón fue conquistada y unos años después, en 1862, se firmó un tratado de paz por el que varias provincias annamitas pasaban a control francés. La libertad religiosa para franceses y españoles también se convirtió en un hecho, al menos sobre el papel.

Y para España…un parque y un cementerio

Francia, como hemos dicho, ganó mucho más que la libertad religiosa de sus ciudadanos en Indochina. Aquella expedición punitiva, convertida en ocupación, abrió una vía comercial muy jugosa para el país vecino, que explotaron a conciencia en las décadas posteriores. De hecho, los territorios que hoy ocupan Laos, Camboya y Vietnam llegaron a estar bajo su control y la influencia cultural fue tal que, todavía hoy, se puede apreciar en los citados países.

España, por su parte, lastrada por la incompetencia de sus dirigentes, no supo sacar partido de aquella expedición por el sudeste asiático. Los vecinos, a cambio de la colaboración española que tan pingües beneficios les había aportado, apenas cedieron un pequeño terreno de unos 4.000 metros cuadrados en la ciudad de Saigón, lo que hoy es el parque Bach Tung Diep, una zona muy visitada por los turistas que viajan a Vietnam. En 1922, abandonado y sin ningún uso, volvió a manos francesas.



Un pequeño cementerio franco-español del siglo XIX, en el que están enterrados decenas de soldados de ambos países, yace en el olvido en Vietnam, cerca de Danang, engullido por la creciente industria de los alrededores. En uno de sus rincones, deterioradas y comidas por la maleza, se pueden encontrar las tumbas de 32 militares españoles fallecidos en la conquista de Vietnam, el antiguo reino Annam, que fueron enviados a una misión absurda por unos dirigentes irresponsables, pero que, pese a ello, respondieron con arrojo y valentía, hasta el punto de dar su vida.

Colaboración de Alberto Gallego Ayuso Fuentes: La guerra de la Conchinchina: cuando los españoles conquistaron Vietnam – Luis Alejandre Síntes; José María Díaz Sanjurjo