miércoles, 29 de julio de 2020

Argentina: El plan antiterrorista CONINTES de los 60s

Qué fue el Plan CONINTES, que anticipó el terrorismo de Estado de los ’70 

Sucedió durante el gobierno democrático de Arturo Frondizi en los primeros meses de 1960, como respuesta a acciones violentas que llevaban a cabo grupos de la resistencia peronista, partido que en ese momento estaba proscripto, que habían costado varias vidas. Y estuvo basado en las tácticas represivas que los franceses impusieron en Argelia e Indochina
Por Esteban Pontoriero || Infobae

 El presidente Arturo Frondizi revista las tropas en la Escuela Superior de Guerra el 2 de octubre de 1961. Archivo General de la Nación

En los primeros meses de 1960, Arturo Frondizi (1958-1962) puso en ejecución el Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado), un régimen de emergencia para la represión política ejecutado por las Fuerzas Armadas. En poco tiempo, el presidente reemplazó sus promesas de campaña por un plan de austeridad que produjo grandes tensiones con los trabajadores, sumado a que se mantuvo la exclusión electoral del peronismo. En estas condiciones, junto con el retorno de las huelgas y protestas masivas en distintos puntos del país, desde fines de 1958 se reactivaron las acciones de violencia clandestina protagonizadas por los “comandos” de la “resistencia peronista” –los grupos de militantes que buscaban el retorno de Juan Domingo Perón– que adquirieron un grado de organización y poder de destrucción muy superiores respecto de los años anteriores.

El año previo a la puesta en vigencia del Plan CONINTES nos brinda la clave para comprender el contexto en que se gestó la decisión gubernamental para la militarización de la seguridad interna.

Definido por el historiador británico Daniel James como un “crucial año de conflictos”, 1959 representó un momento de gran combatividad obrera, destacándose las huelgas realizadas por los trabajadores del frigorífico Lisandro de la Torre, los bancarios, los metalúrgicos, los textiles y tres huelgas generales.

En paralelo, un grupo de militantes peronistas dio vida a una organización que buscó constituirse en una guerrilla: los Uturuncos. Este agrupamiento asentado en el norte del país contó con un reducido número de integrantes (en promedio, de veinte a cuarenta personas), una mínima cantidad de armamento y pertrechos militares y un bajo nivel de entrenamiento. Su aparición también se conectaba con un contexto internacional en que las guerras de liberación nacional como las de Indochina (1946-1954), Argelia (1954-1962) y la Revolución Cubana (1959) parecían darle la razón a quienes afirmaban que una organización revolucionaria podía derrotar a las fuerzas regulares por medio de la lucha armada y las acciones clandestinas.


Tapa de Clarín del 14 de marzo de 1960.

El año 1959 mostró el punto máximo de las actividades desarrolladas por los “comandos” de la “resistencia peronista”. Un minucioso informe estadístico confeccionado por la Secretaría de Inteligencia del Ejército (SIE) contabilizó un total de 941 “actos terroristas”: 370 en el primer semestre y 571 en la segunda mitad del año. El informe señalaba, a su vez, que los atentados con “bombas y petardos” llegaron a 648, los “incendios” a 57 y “otros tipos de actos” como sabotajes a industrias y a medios de transporte, ataques a individuos, atentados contra objetos, a 236. En cuanto a las personas, se indicaba que los hechos de violencia mencionados se cobraron 5 vidas y dejaron un saldo de 19 heridos.

Para comienzos de 1960 se percibía la misma tendencia que el año anterior, con dos actos directamente vinculados con la sanción de los decretos que pusieron en vigencia el Plan CONINTES. Uno fue el atentado con bombas que se produjo en Córdoba el 16 de febrero en la planta de almacenaje de combustibles de la compañía Shell-Mex en donde murieron 9 personas y resultaron heridas otras 30. El otro fue el atentado con explosivos que se perpetró el 12 de marzo en la calle Díaz Vélez 1850 en la localidad bonaerense de Olivos. Allí se encontraba el hogar del mayor David Cabrera y el atentado dejó como saldo la destrucción de la casa, varios heridos y la muerte de la pequeña hija del militar.

Luego de estos acontecimientos, el gobierno decidió otorgar a los militares la responsabilidad primaria en la represión mediante el Plan CONINTES, que estuvo vigente desde el 13 de marzo de 1960 hasta el 1° de agosto de 1961. Los allanamientos y las detenciones de un amplio espectro de potenciales activistas de la “resistencia” se realizaron junto a las de otros opositores políticos, trabajadores y sindicalistas. Durante su cautiverio, algunos presos denunciaron maltratos, golpizas y torturas, algo que fue investigado por una comisión creada especialmente por el Congreso.

 25 de marzo de 1959, destrozos tras un enfrentamiento entre obreros metalúrgicos y la Policía en Buenos Aires. Archivo Nacional de la Memoria

Este régimen de excepción constituyó la primera adaptación legal y operativa al contexto nacional de una serie de nociones de guerra interna extraídas de la doctrina antisubversiva del Ejército francés, surgida de la experiencia de las guerras de Indochina y Argelia. Entre sus características principales se encontraban la concepción de la seguridad como un campo de batalla de la Guerra Fría y un conjunto de medidas de control de la población y el territorio, que en muchos casos incluyó el uso de métodos criminales como secuestros, torturas, centros clandestinos y hasta el exterminio secreto.

El Plan CONINTES se sostuvo en una serie de normas de emergencia que alertaban del riesgo que se cernía sobre el orden interno. En efecto, el decreto 2639 del 15 de marzo de 1960 señalaba que los “atentados terroristas” que venían ocurriendo en el país eran parte de un “vasto plan de perturbación” orientado a destruir al gobierno nacional, destacándose además el peligro que corrían la población y la propiedad privada. La noción de un enemigo interno se conectaba también con las ideas emanadas de la doctrina francesa, que estaban siendo incorporadas a la legislación sancionada por el gobierno.

El presidente acordaba con este abordaje, vinculando al movimiento peronista con el “comunismo”. Asimismo, en el mensaje al Congreso de 1961 Frondizi afirmó que “el papel previsto para las fuerzas armadas ya no se limita a la defensa de la Nación de los ataques armados exteriores, sino que se extiende a la defensa del frente interno, que es donde fundamentalmente se desarrolla la guerra ideológica mediante la infiltración de individuos de ideas disolventes”. Una nueva misión para las Fuerzas Armadas comenzaba a ganar terreno en el contexto local posterior a 1955.

 El 11 de mayo de 1960 se reunió el presidente Arturo Frondizo con altos jefes militares. Archivo General de la Nación

Los orígenes del CONINTES se remontan a unos años antes. La normativa se aprobó el 14 de noviembre de 1958, mediante el decreto secreto 9880, cuando ya se encontraba en plena vigencia el estado de sitio y en un contexto dominado por los conflictos sindicales que comenzaban a resurgir en diferentes puntos del país.

En ese caso, la amenaza interna estaba asociada principalmente con los trabajadores sindicalizados, haciéndose mención al “grave estado de necesidad” existente producto de las “perturbaciones advertidas en distintos aspectos de la vida nacional”, poniendo en peligro sus instituciones y el orden público. Se expresaba que “las Fuerzas Armadas deben proceder con toda rapidez y absoluta energía a efectos de asegurar el pronto restablecimiento del orden público”.

Las Fuerzas Armadas, con predominio del Ejército, pasaron a tener el mando de las Fuerzas de Seguridad, estableciendo además un sistema de jurisdicciones especiales. El decreto secreto 9880 señalaba en su artículo 2 lo siguiente: “quedan subordinadas a las autoridades militares las respectivas policías provinciales”.

Sobre la base de esta normativa, el 13 de marzo de 1960 el Plan CONINTES se puso en estado activo a través del decreto 2628. En su artículo 2 se establecía que “los secretarios de Estado de las Fuerzas Armadas dispondrán que las autoridades de ejecución del Plan Conintes (Comandante en jefe del Ejército ‘Conintes’ y Comandos equivalentes en Marina y Aeronáutica), hagan efectiva la subordinación de las policías provinciales, previstas en el dec. ‘S’ 9880”.

División del país en jurisdicciones militares. Boletín Confidencial de la Secretaría de Guerra N° 268. 5 de febrero de 1960.

Junto con estas medidas, se creó un sistema de zonas, subzonas y áreas de defensa comandadas por una autoridad militar. Las jurisdicciones creadas fueron la “Zona de Defensa I” –Capital Federal, la provincias de Buenos Aires y La Pampa–, la “Zona de Defensa II” –Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Chaco y Formosa–, la “Zona de Defensa III” – La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis y Córdoba–, la “Zona de Defensa V” –Tucumán, Salta y Jujuy–, la “Zona de Defensa V a” –Río Negro, Neuquén, el sur de la provincia de Buenos Aires– y la “Zona de Defensa V b” –Chubut, Santa Cruz, Tierra del Fuego, Antártida e islas del Atlántico Sur.

El segundo decreto asociado con el CONINTES, el 2639 del 15 de marzo de 1960, otorgó a las Fuerzas Armadas la capacidad de juzgar a los civiles en “tribunales especiales” bajo la legislación castrense. En su artículo 2 el decreto prescribía que “los comandantes de zonas de defensa en jurisdicción del Ejército y los comandantes de áreas en jurisdicción de la Marina y Aeronáutica, ordenarán en cada caso la constitución de los Consejos de Guerra establecidos en el art. 483 del Cód. de Justicia Militar”. Mediante este recurso se detuvo a un número cercano a los dos mil activistas, procesándose y recibiendo condenas de prisión alrededor de cien.

El Plan CONINTES tuvo un efecto devastador sobre los “comandos” de la “resistencia” y el movimiento obrero, eliminando sus acciones en poco más de un año. En efecto, si 1959 y los primeros meses del año siguiente marcaron el punto máximo de la cantidad de atentados y operaciones clandestinas, a partir de marzo de 1960 se mostró una cara inversa.

Además, ese año indica el punto crítico en el que las operaciones de los “comandos” comenzaron a separarse de las bases obreras, que se encontraban debilitadas por la marcada reducción de las huelgas, la desmoralización, la represión y la detención de miles de militantes peronistas.

Una placa recuerda a los ex presos del Plan Conintes en la cárcel del fin del mundo

Mientras tanto, en el norte los Uturuncos fueron rápidamente desarticulados por la Policía y el Ejército, llegando a realizar solamente un ataque a fines de 1959 en la comisaría de Frías, una localidad situada en la provincia de Santiago del Estero.

El Plan CONINTES ocupa un lugar destacado en la historia de la represión estatal en la Argentina del siglo XX. Lejos de interpretaciones simplistas y lineales, debemos destacar, no obstante, que el Plan CONINTES constituye un antecedente del terrorismo de Estado en nuestro país. Las Fuerzas de Seguridad quedaron bajo el mando castrense, disponiéndose además una división territorial especial basada en jurisdicciones militares, algo que se retomaría durante la dictadura del general Alejandro Lanusse (1971-1973) y en el gobierno de María Estela Martínez de Perón (1974-1976), extendiéndose hacia la última dictadura militar (1976-1983).

Sumado a esto, la creación de Consejos de Guerra para juzgar civiles constituyó otra novedad, así como la de ser un operativo represivo ejecutado bajo las ideas contrainsurgentes francesas. Así, en el marco de la Guerra Fría, los militares argentinos hicieron su ingreso en la arena de la represión política durante un gobierno constitucional, sentando un precedente para futuras intervenciones en seguridad interna. En los años siguientes, el accionar militar avanzaría y alcanzaría un grado de criminalidad y violencia extremas durante los años setenta, produciendo una masacre sin precedentes y sobre la que todavía resta mucho por saber.


martes, 28 de julio de 2020

G30A: El rol de España en el conflicto

España en la guerra de los treinta años

W&W



La rendición de Breda de Velázquez, pintada por orden del rey Felipe IV de España, 1635, cinco años después de que el leal Ambrosio Spínola muriera como gobernador de Milán. Spinola plantea magnánimamente al gobernador que se rinde de Breda. Museo del Prado, Madrid, España.

A medida que la tregua de los doce años se acercaba a su fin, se hizo evidente que el imperio español necesitaba una nueva estrategia. Para 1618, Europa se estaba adentrando en la crisis generalizada que se convirtió en la Guerra de los Treinta Años. La tregua holandesa había resultado tan perjudicial para España que pocos observadores pensaron que el rey la renovaría sin mayores concesiones. Mientras que Amberes sufrió un bloqueo comercial de facto, los holandeses hicieron grandes avances contra el imperio portugués en Asia y ampliaron enormemente sus actividades en el Caribe. Los portugueses preguntaron cómo podría justificarse el dominio español si el rey no los protegía contra sus rivales comerciales. El Consejo de Indias se quejó de las incursiones holandesas en América, mientras que el Consejo de Finanzas señaló que el costo de mantener el Ejército de Flandes sería un poco mayor si sus soldados realmente lucharan. Por lo tanto, los tres cuerpos se opusieron a la continuación de la tregua.

El duque de Lerma cayó del poder en medio de este debate, aunque por razones que tenían poco que ver con la política exterior. Fue reemplazado por Don Baltasar de Zúñiga, un diplomático experimentado que estuvo de acuerdo en que el acuerdo existente era insostenible y pensó que la situación internacional ahora favorecía a España. Inglaterra había sido un aliado de facto desde 1605, mientras que el asesinato de Enrique IV en 1610 había dejado a Francia bajo una débil regencia que parecía incapaz de desarrollar una política exterior coherente. Ninguno de los dos intervendría para ayudar a los holandeses como lo habían hecho en el pasado. Los holandeses también se habían vuelto más beligerantes. En agosto de 1618, Maurice de Nassau y los calvinistas más extremistas triunfaron sobre una facción moderada dirigida por Johan van Oldenbarnevelt. Aunque más aislado que nunca, era poco probable que el nuevo régimen concediera algo a España.

Mientras España y los holandeses debatían los méritos de la tregua, las tensiones en el Sacro Imperio Romano alcanzaron niveles peligrosos. Las diferencias confesionales habían estado creciendo desde la década de 1580, en parte debido a la aparición del calvinismo como una fuerza importante en la política alemana. Después de la Dieta Imperial de 1608, los príncipes protestantes y católicos crearon uniones formales que buscaban alianzas con poderes no alemanes. La Unión Protestante, en particular, había firmado tratados con Inglaterra en 1612 y con las Provincias Unidas en 1613. En 1618, el viejo y sin emperador Matthias se acercaba a la muerte. Se esperaba que su sobrino, el fervientemente católico Fernando de Estiria, lo sucediera y ya había sido designado rey electo de Bohemia por la Dieta Bohemia, la mayoría de cuyos miembros eran protestantes. Luego, el 28 de mayo, una larga disputa sobre la reversión de las propiedades eclesiásticas llevó a los protestantes bohemios a la revuelta. Sus representantes en la Dieta arrojaron dos regentes de Fernando desde una ventana del tercer piso (la Defenestración de Praga) y establecieron un gobierno provisional. En el transcurso del verano, otros tres territorios de los Habsburgo, Lusacia, Silesia y Alta Austria se unieron a los bohemios y comenzaron la búsqueda de un nuevo rey. La Unión Protestante prometió su apoyo, y en mayo de 1619, sus ejércitos sitiaron Viena.

Para Zúñiga y sus aliados en la corte española, estas acciones amenazaron la supervivencia de la dinastía de los Habsburgo. De los siete electores imperiales, tres ya eran protestantes. Si los bohemios eligieran a un protestante como prometieron, los católicos estarían en minoría y, tarde o temprano, el Sacro Imperio Romano caería en manos protestantes. Sobre las protestas de los partidarios restantes de Lerma, Zúñiga convenció al rey de abortar un ataque contra Argel y desviar el dinero a Austria junto con 7000 españoles del ejército de Flandes. Para entonces, Fernando había levantado un ejército propio. El asedio protestante de Viena se derrumbó en junio, pero Moravia y Baja Austria se unieron a la revuelta, y el 22 de agosto, la confederación ampliada ofreció la corona de Bohemia a Federico, conde Palatino del Rin. Frederick era un firme calvinista y ya un elector por derecho propio. También era yerno de James I de Inglaterra y Escocia. Si sobreviviera, tendría dos votos de siete en el Colegio Electoral. El emperador Matías había muerto en marzo y Fernando ahora se movió rápidamente para asegurar el cargo imperial antes de que Federico pudiera ser confirmado como Rey de Bohemia. Los electores, sin darse cuenta de los acontecimientos en Bohemia, lo pronunciaron debidamente emperador Fernando II el 28 de agosto.

En el otoño de 1619, la política española se movió decisivamente hacia la guerra abierta. La perspectiva de un Sacro Imperio Romano dominado por calvinistas y aliados con los holandeses era intolerable. Oñate, el embajador español en Viena, ayudó a Fernando a reactivar la Liga Católica del imperio ofreciendo el Alto Palatinado a Maximiliano de Baviera si Frederick fuera derrotado. James de Inglaterra, influenciado en parte por la diplomacia española, se negó a apoyar a su yerno, y los agentes españoles en la corte turca convencieron al sultán de abandonar su apoyo a Bethlen Gabor, la gobernante calvinista de Transilvania que había conquistado la Habsburgo Hungría en Noviembre. Para la primavera siguiente, el apoyo de Frederick en la Unión Protestante había disminuido a medida que los príncipes luteranos retiraron su apoyo. Empezaban a temer a los calvinistas más que a los católicos. Génova, la Toscana y el papa se sumaron a los 3,4 millones de reichsthalers ya proporcionados por los españoles, y el escenario estaba preparado para un desastre calvinista.

En julio de 1620, un ejército imperial invadió la Alta Austria, mientras que los sajones marcharon hacia Lusacia. Finalmente, el 8 de noviembre, Federico y los bohemios cayeron a la derrota final en la batalla de la Montaña Blanca. La crisis inmediata terminó, pero España no había estado inactiva. Un destacamento de 20,000 hombres del ejército de Flandes ocupó el Bajo Palatinado, privando a Federico de su tierra natal y asegurando el control español sobre el Rin. Una nueva carretera española que conectaba Italia con los Países Bajos a través de Renania ahora era segura. Mientras tanto, las tropas españolas e imperiales resolvieron la lucha en curso por Valtelline, el valle superior del Adda que conecta el lago de Como con el valle de la posada. La Valtelline había sido gobernada durante mucho tiempo por los protestantes de los Grisones. Sus habitantes católicos se rebelaron en 1572, 1607 y 1618. En 1620, los españoles y austriacos sellaron ambos extremos del valle, permitiendo a los católicos levantarse y matar a los protestantes. La ruta española de Milán a Austria ahora también era segura.

Cuando la tregua de los doce años expiró el 21 de abril de 1621, una nueva estrategia española estaba firmemente establecida. Felipe III había muerto en marzo del mismo año, dejando el gobierno en manos de Felipe IV, de 16 años, y Zúñiga. El archiduque Albert murió en Bruselas en julio. Zúñiga, que tenía la edad suficiente para haber luchado en la Armada de 1588, murió en 1622, pero su sobrino, el Conde (más tarde Conde-Duque) de Olivares lo sucedió como valido y amplió sus políticas durante los siguientes 21 años. Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, poseía una energía inagotable. También entendió, quizás mejor que la mayoría, que la política imperial y exterior de España era a la larga insostenible por razones económicas, pero a la luz de la experiencia reciente, lo único que Olivares no pudo hacer fue evitar la guerra.

La estrategia que heredó de sus predecesores se centró en la alianza con Austria, el control del norte de Italia y la guerra con los holandeses. Envolvería a España en casi todos los aspectos de la Guerra de los Treinta Años y, finalmente, en una confrontación desastrosa con Francia. Pocos creían ahora que las provincias holandesas podrían recuperarse, pero los responsables políticos españoles aún querían limitar sus depredaciones en el extranjero y su capacidad para apoyar la causa protestante en Europa. Por lo tanto, entre 1621 y 1626 Olivares intentó atacar el corazón de la economía holandesa. La República había prosperado al servir como punto de enlace entre el interior de Europa y el mundo atlántico. Paños y productos manufacturados de Alemania llegaron a los mercados de Amsterdam a través de los grandes ríos. Las tiendas de granos, madera y navales del Báltico también se comercializaron allí y se trasladaron a España y el Mediterráneo. En lo que parecía una ironía intolerable, el imperio europeo de España en el proceso se había vuelto en gran medida dependiente de los bienes importados de sus enemigos holandeses. Olivares reconstruyó la flota española, que lamentablemente había sido descuidada bajo Felipe III, y estableció un escuadrón de 70 barcos en Dunkerque para interrumpir el comercio del Canal. Luego trabajó con las fuerzas imperiales para asegurar una base española en el Báltico y establecer el ejército de Flandes para asegurar las rutas de aguas continentales entre Holanda y Alemania, todo sin sacrificar los ejércitos españoles en Italia.

La nueva estrategia alcanzó el éxito temprano. En 1625, el mejor año para las armas españolas en décadas, Ambrogio Spínola, el brillante comandante genovés del Ejército de Flandes, tomó la fortaleza holandesa estratégicamente importante en Breda. Génova fue rescatada de un ataque conjunto de Francia y Saboya, y una flota española recapturó la ciudad brasileña de Bahía de una expedición holandesa que la había incautado en mayo de 1624. En Inglaterra, Charles I sucedió a su padre, James, y lanzó una farsa. ataque a Cádiz en represalia por su fracaso para arreglar un matrimonio con la hermana de Felipe IV, María, pero afortunadamente para España, las capacidades militares de Inglaterra habían degenerado desde los días de Isabel I. Parecía un momento como si España estuviera a punto de revivir su antigua glorias, pero en 1628 la estrategia del conde-duque estaba hecha jirones. El fracaso surgió en parte de la fortuna de la guerra, pero su causa principal fue que el imperio español ya no poseía los recursos para lograr sus fines estratégicos.

Guerra con Francia


El fracaso en reformar su economía dejó al imperio mal equipado para las luchas por venir. Desde 1623 hasta 1627, la estrategia imperial había logrado una buena medida de éxito a pesar de los interminables problemas de las finanzas. Sin embargo, para 1628, la corona tenía 2 millones de ducados por debajo de los fondos necesarios para las campañas de los años. Luego, en septiembre, el almirante holandés Piet Heyn capturó la flota del tesoro de Nueva España anclado en la bahía de Matanzas, Cuba, y se apoderó de su tesoro. El lingote capturado permitió a los holandeses lanzar una nueva ofensiva contra el Ejército de Flandes. En otro cambio militar, la esperanza de España de una base en el Báltico murió cuando el general imperial Wallenstein no pudo tomar Stralsund. Más importante a largo plazo fue el desarrollo de una nueva guerra de Mantuan que agotó los recursos españoles. Sin embargo, otra crisis dinástica dio Mantua y Montferrat al duque de Nevers, un miembro de la rama francesa de la familia Gonzaga. Para proteger a Milán, Olivares ordenó el asedio de la fortaleza casi inexpugnable de Casale, con la esperanza de que los franceses estuvieran demasiado preocupados por su propio asedio de los rebeldes hugonotes en La Rochelle para intervenir. La Rochelle, sin embargo, se rindió a fines de 1628, y en 1629, Luis XIII invadió Italia y obligó a los españoles a abandonar el asedio. La guerra de Mantuan continuó durante otros dos años, pero para entonces la atención de España se había convertido en una nueva amenaza en el norte. La intervención sueca en nombre de los protestantes alemanes alentó a los holandeses a apoderarse de varias ciudades a lo largo de la línea de flotación, la más importante de las cuales fue Maastricht, que cayó el 23 de agosto de 1632. España tuvo que separar a las tropas de su defensa del Palatinado contra los suecos, pero la muerte del rey Gustavo Adolfus en Lützen en noviembre embotó la ofensiva sueca. Una serie de éxitos imperiales que comenzaron con la captura de Breisach en 1633 y culminaron con la victoria sobre los suecos en Nördlingen el 6 de septiembre de 1634, convencieron a los príncipes luteranos de firmar la Paz de Praga (30 de mayo de 1635) y unirse a la emperador en la caza de esos calvinistas que todavía se negaron a abandonar la alianza sueca.

En este punto, Francia declaró la guerra a España. El gobierno francés había surgido de los problemas de la regencia de Luis XIII y, desde 1624, había caído cada vez más bajo la influencia del primer ministro de Louis, el cardenal Richelieu. Richelieu y el rey estaban decididos a oponerse a lo que veían como un consorcio de los Habsburgo que los rodeaba por dos lados. Después de la derrota de los hugonotes en La Rochelle, se sintieron libres de adoptar una política más agresiva. Sus primeros objetivos fueron asegurar sus fronteras orientales neutralizando a Saboya (de ahí la guerra de Mantuan) y Lorena, y haciendo cumplir un protectorado francés sobre Alsacia. La distracción española durante la intervención sueca les había ayudado a alcanzar estos objetivos. Richelieu también había apoyado a los suecos con grandes infusiones de efectivo. Ahora, la Paz de Praga confrontaba a Francia con la perspectiva de un imperio unido aliado con España y sin ser molestado por los invasores del norte. Louis y Richelieu no deseaban involucrarse en el atolladero militar de Europa central, pero pensaron que si España podía ser derrotada, los Habsburgo austríacos dejarían de ser una amenaza. Sin embargo, el ejército francés carecía del entrenamiento y la experiencia acumulados por España durante más de un siglo de guerra. El ejército de Flandes derrotó fácilmente una invasión franco-holandesa de los Países Bajos españoles, y en 1637 invadió Francia, avanzando a menos de 80 millas de París. Si hubiera tenido lugar una invasión planificada de Languedoc al mismo tiempo, Francia podría haberse visto obligada a hacer las paces. Pero el tiempo se estaba acabando para España.

La siguiente temporada de campaña trajo un contraataque francés en Fuenterrabía, la gran fortaleza que protegía el flanco occidental de los Pirineos. El asedio fracasó, pero lejos, en Alemania, el ejército francés logró recuperar Breisach después de un largo asedio. Francia ya controlaba Alsacia, Lorena y Saboya. Con la pérdida de Breisach, la ruta terrestre de España a los Países Bajos, amenazada durante mucho tiempo, ahora estaba cerrada. Solo estableciendo la superioridad naval en el Canal y el Mar del Norte podría España mantener comunicaciones con Bruselas y abastecer al Ejército de Flandes. En 1639, Olivares decidió montar una nueva ofensiva por mar. Su gobierno había reconstruido la flota, y ahora tenía 24 barcos en Cádiz y 63 en La Coruña. Otros de Nápoles y Cantabria elevaron la fuerza total al nivel de la Armada de 1588, aunque la nueva flota llevaba más armas. Ordenó a su comandante que despejara la costa vizcaína de merodeadores franceses antes de destruir la flota holandesa en el Canal. La diplomacia española había neutralizado la Inglaterra de Carlos I y, por una vez, el clima cooperó. Los holandeses, lamentablemente no lo hicieron. Después de hacer contacto con un escuadrón holandés en septiembre, los españoles se refugiaron en Downs, un amplio anclaje frente a la costa inglesa cerca de Deal. Allí, el 21 de diciembre, los holandeses destruyeron la mayor parte de la flota española.

lunes, 27 de julio de 2020

Argentina: La Revolución del Parque de 1890

A 130 años de la Revolución del Parque: tres días de combates en pleno centro porteño, la caída de un gobierno y una traición

Marcó el final del gobierno de Juárez Celman. Los revolucionarios, comandados por Alem, quedaron a mitad de camino porque, si bien el presidente debió renunciar, la muñeca política de Roca fue la ganadora. Los sangrientos días donde, en nombre de la libertad y de la institucionalidad, se murió y se mató en Buenos Aires

Por Adrián Pignatelli  ||  Infobae



Los Repetto vivían en una casa de bajos sobre Talcahuano, casi esquina Lavalle, a pocos pasos del Parque de Artillería. Era una construcción baja y maciza. En la madrugada del sábado 26 de julio de 1890 los cuatro hermanos de la familia fueron despertados por una discusión de sus padres, que no se ponían de acuerdo sobre el origen de los ruidos que venían de la calle. La mujer decía que había estallado la revolución, que hacía días se esperaba, mientras que el marido los atribuía a “la artillería de Bollini”, el nombre que los vecinos le habían puesto a las máquinas barredoras tiradas por caballos que el recién asumido intendente Francisco Bollini había implementado para la limpieza de calles. Cuando sonaron los primeros disparos, los tres hermanos varones se vistieron a las apuradas y salieron a la vereda. La madre estaba en lo cierto: había estallado la revolución.

Desde 1886 gobernaba el país el cordobés Miguel Juárez Celman, quien para todos significaba la continuación del régimen inaugurado en 1880 por su concuñado, Julio A. Roca. Responsable de una administración que no escatimaba en gastos, se fue endeudando, abusó de la emisión, generó una inflación que se fue acelerando en medio de una descontrolada especulación, entre otros tantos desatinos. Paulatinamente, esta crisis económica -que ya se percibía a mediados de 1889- provocó el surgimiento de una oposición al gobierno, que no mostraba capacidad de reacción y que, además, maniobraba para disputarle poder político a Roca.



En busca de fe y honradez

Jóvenes de distintos extractos y políticos organizaron, el 1 de septiembre de 1889, un acto en Jardín Florida, un predio ubicado en Florida y Paraguay. Si bien no logró una masiva concurrencia, alcanzó para que hombres de la talla de Leandro N. Alem, Francisco Barroetaveña, Aristóbulo del Valle y Pedro Goyena, entre otros, fundasen la Unión Cívica de la Juventud.

Denunciaban que el pueblo estaba excluido de la vida pública. Alem dijo: “No hay, no puede haber buenas finanzas, donde no hay buena política. Para hacer esta buena política se necesita grandes móviles, se necesita buena fe, honradez, nobles ideales; se necesita, en una palabra, patriotismo”. Rápidamente, afloraron comités en diversos barrios de la ciudad.

La escalada de la crisis hizo que el 12 de abril de 1890 los ministros presentaran sus renuncias. El gobierno, que no había tomado en serio esa manifestación, vio con otros ojos el acto multitudinario del 13 de abril de 1890 en el Frontón Buenos Aires, avenida Córdoba casi Cerrito, donde 10 mil personas vitorearon a Alem y a Mitre y clamaron por el fin del unicato, el regreso a la Constitución y a la reconquista de las libertades.

El “Manifiesto a los pueblos de la República” que se dio a conocer el 17, señalaba la “ineptitud y desquicio gubernamental, despilfarro e inmoralidad en la administración pública, fraude estatal”.




La conspiración para derrocar al gobierno, reemplazarlo por otro que en dos o tres meses debía llamar a elecciones, se puso en marcha. Se armó una junta revolucionaria que se reunía todos los días, desde las ocho de la noche a las dos de la mañana, en la casa de Benjamín Buteler. Para la policía, que seguía los pasos de Alem, era “Cristo”. Los revolucionarios le propusieron al general mitrista Manuel J. Campos, a tomar la dirección militar de la rebelión.

Los planes

La idea de Alem era tomar Plaza de Mayo y Casa de Gobierno a plena luz del día. Previamente se armaría una interpelación al ministro de Guerra, a la que debería asistir el vicepresidente Carlos Pellegrini, lo que dejaría al presidente Juárez Celman solo en su despacho. Sin embargo, los jefes militares dijeron que sería imposible sacar a los regimientos de los cuarteles durante el día. Entonces, Alem propuso hacerlo en la noche del 9 de julio, y sorprender al presidente y su gabinete en la función de gala. También fue descartada.

Se optó por tomar el Parque de Artillería (donde hoy está el Palacio de Tribunales) de donde saldrían dos columnas: una tomaría el cuartel de policía y otra enfrentaría a las fuerzas leales al gobierno. Con una victoria segura, se apoderarían de la Casa de Gobierno, del telégrafo y de la estación del ferrocarril. Pero esas columnas nunca llegaron a salir.



En una votación, los conjurados votaron a Alem como presidente provisional de la revolución que creían triunfante; el general Campos y el coronel Figueroa lo hicieron por Mitre, quien se enteró de la revolución en París.

El general Campos convenció a los jefes de que el día indicado era el 21 de julio. Los jefes de las unidades llevarían un farol con vidrios de colores para identificarse; el santo y seña se daría a conocer el domingo por la noche.

Sin embargo, una delación del mayor Palma, del 11° de Caballería, que simulaba estar con los complotados, hizo que detuvieran a Campos, a Figueroa y a un par de jefes más.

Todo parecía haber vuelto a fojas cero. Pero una misteriosa visita que Julio A. Roca le hizo a Campos en su lugar de detención la tarde del 25, cambió todo. Roca habría acordado con Campos que lo ayudaría a fugarse y que participara en la revolución y que, una vez derrocado Juárez Celman, nadie se opondría a una candidatura de Mitre. Varios historiadores señalan que Roca aprovechó la revolución para quitarse a su cuñado de encima, sacándolo de competencia del Partido Autonomista Nacional y, gracias a la complicidad del propio Campos, haría que el intento revolucionario fracasase. Campos quedó en libertad y tomó la dirección militar de la revolución.



Los revolucionarios determinaron que el golpe se daría a las cuatro de la mañana del sábado 26 de julio. A Lucio V. López le cupo la redacción del manifiesto de la junta revolucionaria, que se imprimió en los talleres gráficos del diario La Nación. Se convocaba a “evitar la ruina del país”.

La bandera

Los sublevados no podían identificarse con la bandera argentina, porque podrían confundirse con los efectivos del gobierno. La única tela en cantidad que se encontró en la ciudad fue de los colores blanca, verde y rosa y así Josefina de Rodríguez y Elvira Ballesteros cosieron la bandera y armaron divisas y gallardetes que los hombres llevaban colgados del hombro derecho. Y también se adquirieron un lote importante de boinas blancas, que luego serían la identificación de los radicales.

El santo y seña fue Patria y Libertad.



Los enfrentamientos

El 26 a la madrugada un millar de militares y 300 civiles coparon el Parque de Artillería, cuyos 1300 efectivos ya se habían pasado al bando revolucionario. Además, contaba con toda la artillería de la ciudad.

Como las horas pasaban y nada sucedía, los revolucionarios creyeron haber triunfado sin disparar un solo tiro. Aristóbulo del Valle, entusiasmado, mandó a hacer sonar las campanas de la iglesia de San Nicolás -protestas del cura párroco mediante- que se levantaba donde hoy está el Obelisco.



Pero los enfrentamientos comenzaron, en pleno centro porteño. Las fuerzas leales, cercanas al millar, que se habían agrupado en los cuarteles de Retiro, atacaron con los regimientos 6 y 11 de Caballería, parte de los batallones 4 y 6 de infantería, y con el 8 de Infantería. También contaban con el cuerpo de bomberos y la policía, en buena medida militarizada. Los comandaba el ministro de Guerra, teniente general Nicolás Levalle.

Estas fuerzas debían vérselas con 50 cantones revolucionarios diseminados por la ciudad, donde hasta se llegó a pelear cuerpo a cuerpo. Los había en el Palacio Miró, una residencia delimitada por Córdoba, Talcahuano, Viamonte y Libertad; también en Córdoba y Talcahuano; en Viamonte y Uruguay y una serie de barricadas por Lavalle que llegaban hasta Suipacha. Los revolucionarios tomaron el Colegio El Salvador, sobre Callao y la confitería El Molino.



La ciudad era el campo de batalla.

Muchas casas de las esquinas fueron copadas por civiles y usaban sus techos y azoteas para disparar. Se combatía en las calles, en un radio de cuarenta manzanas. Barcos de la escuadra que se habían plegado, al mando del teniente de navío O’Connor, bombardearon durante el mediodía del 27 la Casa de Gobierno y hasta intentaron hacer blanco en la casa del presidente, que vivía en la calle 25 de mayo. Como producto de esas bombas, por lo menos murieron dos personas. El bombardeo fue visto por Estanislao Zeballos desde el mirador del Hotel de la Paz, en Cangallo y Reconquista.

Al mediodía del sábado hubo un momento de algarabía cuando se supo que Juárez Celman, a regañadientes, había abandonado la ciudad en tren. No demoraría en regresar.



Roca y Pellegrini, en los hechos a cargo del gobierno, enviaron emisarios. Querían saber si los revolucionarios depondrían las armas si Juárez Celman renunciaba. Les respondieron que no.

Para el domingo a la mañana, los revolucionarios cayeron en la cuenta de que no disponían de suficientes municiones para continuar peleando más de una hora. Además, la inacción de Campos los dejaba sin iniciativa. El Frontón Buenos Aires, a dos cuadras del Parque de Artillería, había caído en las primeras horas de ese día. Para ganar tiempo y conseguir munición, los revolucionarios pidieron una tregua para enterrar a sus 23 muertos, justo cuando fuerzas del gobierno -aprovechando la pasividad de Campos- se disponían a arrasar la resistencia en las plazas Libertad y del Parque, con tropas muy bien armadas, cañonear el cuartel revolucionario y tomarlo por asalto.

En plena Plaza Lavalle, se había armado un hospital de campaña. Una de las organizadoras era Elvira Rawson, una estudiante de medicina de 23 años, la única mujer en una clase de 85 hombres en la Facultad de Medicina. Junto a otros médicos, como Juan B. Justo y Julio Fernández Villanueva -que murió cuando rescataba un herido- atendían a hombres de ambos bandos. Su desempeño le valió el reconocimiento del propio Alem.



El lunes 28, el gobierno envió como mediadores a Benjamín Victorica, Luis Sáenz Peña, Francisco Madero y Ernesto Tornquist, mientras civiles que se sumaban al movimiento seguían ocupando cantones, y gastando municiones.

Si bien la situación a esa altura era una causa perdida, algunos creían que se podía resistir, como era el caso de Hipólito Yrigoyen y Mariano Demaría. Hubo un intento desesperado del coronel Mariano Espina, que con un grupo de hombres del regimiento 10° quiso llegar a Plaza de Mayo pero fue rechazado en Pellegrini y Lavalle. El envío de importantes fuerzas de la provincia de Buenos Aires para ayudar al gobierno, determinó el fin.

A las 8 de la mañana del martes 29 todo había concluido, a pesar de la resistencia de los civiles, empecinados en seguir combatiendo. Vencedores y vencidos se reunieron en el Palacio Miró donde acordaron que ninguno de los sublevados sería sometido a juicio, que los civiles dejarían las armas en el Parque de Artillería y que los cadetes del Colegio Militar no serían sancionados.

En las calles quedaron centenares de muertos, que en un lento desfile de carretas, eran llevados al cementerio de la Chacarita.



Para Juárez Celman, ya era tarde. Sin apoyo, debió renunciar el 6 de agosto y su vicepresidente Carlos Pellegrini se hizo cargo del gobierno. La maniobra de Roca había dado resultado. “¡Ya se fue!¡Ya se fue el burrito cordobés!”, gritaba la gente.

El único que no festejó fue Leandro N. Alem, el último en abandonar el Parque de Artillería.

A los Repetto les llamó la atención que, en medio de la euforia popular, Alem mandó a colocar crespones al frente del comité, en señal de duelo. Razones no le faltaban. El gobierno había caído, pero no el sistema que lo sostenía. Lamentablemente para el fundador de la Unión Cívica Radical, no sería su último desencanto.Miguel Juárez Celman era presidente desde 1886 del Partido Autonomista Nacional.Leandro N. Alem, uno de los líderes de la Unión Cívica y cabeza de la revolución de julio de 1890.El general Manuel J. Campos, jefe militar del movimiento. Habría llegado a un acuerdo en secreto con Julio A. Roca.Parque de Artillería, el epicentro de los combates, en Plaza Lavalle, en el centro porteño. Hoy, en ese lugar, se levanta el Palacio de Tribunales.El origen de las características boinas blancas que usarían los radicales.Techos y balcones se convirtieron en reductos, desde donde civiles combatían. Esta fotografía corresponde a un edificio en Mitre y Talcahuano.Buenos Aires se había transformado en el campo de batalla. La imagen muestra la esquina de Lavalle y Libertad en esos convulsionados días.Uno de los boletines que redactaron los revolucionarios, con noticias importantes y "muy importantes".Los heridos eran atendidos en la plaza Lavalle, donde un grupo de médicos habían levantado un hospital de campaña.El Mosquito era un diario de tinte satírico, famoso por las caricaturas que publicaba de los políticos de la época. En esa se ven a los líderes de la revolución del 90, tratando de ponerse de acuerdo. En el medio, parado, se ve a Bartolomé Mitre y al lado, sentado, de larga barba, a Leandro N. Alem.

domingo, 26 de julio de 2020

Almirantes: El primer comando de la flota del Alte. Nelson

El primer comando de flota de Nelson

W&W




HMS Captain capturando el San Nicolás y el San Josef en la batalla del cabo San Vicente, el 14 de febrero de 1797

No fue sino hasta marzo de 1795, cuando Nelson había sido un postcapitán por casi 17 años, que tuvo su primera oportunidad de participar en una acción de flota. La ocasión fue decepcionante. Para entonces, Hood se había ido a casa y había sido reemplazado por el almirante Hotham, un hombre de sello menos firme: además, la fuerza relativa de las fuerzas marítimas en el área del mar de Liguria, al menos en el papel, había cambiado mucho a favor de Francia. El enemigo había tenido el tiempo necesario para reparar el armamento de Toulon, que había sido destruido de manera incompleta en el momento de la retirada, mientras que debido al desgaste, el desprendimiento, la enfermedad y los accidentes de guerra, los barcos británicos ya no estaban tripulados, y cada entrenamiento y reemplazo tenía que llegar a Hotham a través del largo recorrido desde su casa.

El Directorio francés, que reunió a unos 17 navegantes, los envió desde Toulon para buscar e involucrar a los británicos. En caso de éxito, por lo que se argumentó, Córcega podría ser retomada, y los británicos ya no podrían hostigar el tráfico a lo largo de la costa de Italia. Hotham tuvo noticias de la salida en Leghorn, donde comandó 15 barcos de vela, uno de ellos napolitano. Comenzó de inmediato para enfrentar el desafío, y de hecho se le ocurrió a los franceses, pero el resultado fue típico de los muchos encuentros indecisos de la era de la vela.

Hotham descubrió que los franceses, aunque superiores en barcos y totalmente tripulados, no soportarían encontrarse con él. Cuando las condiciones del viento finalmente lo permitieron, en realidad le permitieron perseguirlo, posiblemente porque todavía estaban bajo la influencia de su derrota por Howe en el Atlántico, el resultado de la batalla del 'Glorioso Primero de Junio' durante el verano anterior Una persecución fue la oportunidad de distinción de Nelson, porque el Agamenón era un velero rápido, y él lo aprovechó. Fueron días en que el ritmo de la guerra marítima era tal que era posible que un capitán redactara una carta a casa cuando realmente estaba a la vista del enemigo, y Nelson escribió a su esposa el 10 de marzo de la siguiente manera:

... Cualquiera que sea mi destino, no tengo dudas en mi propia mente, pero mi conducta será tal que no hará sonrojar a mis amigos. La vida de todos está en manos de Aquel que sabe mejor si preservarla o no, y a su voluntad me resigno. Mi carácter y buen nombre están bajo mi cuidado. La vida con desgracia es terrible. Hay que envidiar una muerte gloriosa y, si algo me sucede, recordar la muerte es una deuda que todos debemos pagar, y que ahora o dentro de unos años puede ser de poca importancia ...

En la majestuosa pero no concluyente maniobra que ocupó los días siguientes, un barco francés, Le Ça Ira, de 84 cañones, "los dos pisos más grandes que he visto", le dijo Nelson a su hermano, se llevó sus mástiles principales y delanteros. Una fragata la llevó a remolque, y otras dos embarcaciones, Le Sans Culotte y Le Barras se mantuvieron dentro de los disparos por un tiempo, pero Nelson en el Agamenón desgastado por la guerra se paró hacia las naves desordenadas, proponiendo retener su fuego hasta que realmente tocara su popa. Esto resultó imposible, pero él la golpeó durante más de dos horas, y redujo aún más su eficiencia de combate. Luego cayó la noche, pero al día siguiente, después de más combates, el premio fue suyo, y Le Censeur, de 74 cañones, cayó a otros barcos de la flota de Hotham.

Nelson fue todo por presionar la ventaja, pero no pudo mover al almirante. "Debemos estar contentos", dijo Hotham. "Lo hemos hecho muy bien". "Ahora", le escribió Nelson a Fanny, "si hubiéramos tomado diez velas y permitido que el undécimo escapara, cuando hubiera sido posible llegar a ella, nunca podría haberlo dicho bien". ... Deberíamos haber tenido un día como creo que los anales de Inglaterra nunca se produjeron.

La primera acción de la flota de Nelson, aunque le había traído distinción, y el nombramiento honorario de Coronel de Marines, que considerando sus hazañas militares era singularmente apropiado, también trajo amargura, ya que tenía una concepción diferente de la guerra de la mayoría de sus compañeros. Apuntó a la aniquilación como la conclusión lógica de llevar a un enemigo a la acción. Fue un principio respaldado por Napoleón.

Deseo [confesó Nelson] ser un almirante y al mando de la flota inglesa; Muy pronto debería hacer mucho o arruinarme: mi disposición no puede soportar medidas mansas y lentas. Claro que sí, si hubiera ordenado el día 14 [el último día] que toda la flota francesa hubiera agraciado mi triunfo, o que hubiera estado en un lío confuso.

Solo tres meses después, llegó otra oportunidad. A Nelson se le había ordenado en servicio separado que cooperara con los austriacos en el hostigamiento de los franceses en la Riviera genovesa. Fuera del Cabo del Mele, se encontró con la flota principal del enemigo, que inmediatamente lo persiguió. Se retiró de inmediato sobre San Fiorenzo, en el norte de Córcega, donde Hotham estaba regando y reparando, y durante una o dos horas estuvo en posibilidad de ser capturado mientras veía a sus amigos.

A fuerza de grandes esfuerzos, Hotham, aunque tomado por sorpresa, logró ser menos pesado, y durante cinco días persiguió al enemigo. Cuando las fuerzas principales se acercaron a la distancia de combate por segunda vez, los vientos desconcertantes y la calma repentina y vejatoria que son una característica del área de Fréjus hicieron imposible acortar el alcance. Aunque para la tarde del 13 de julio el Agamenón y el Cumberland eran, en palabras de Nelson:

... cerrando con una nave de 80 cañones con una Bandera, el Berwick y el Heureux ... El Almirante Hotham pensó que era correcto sacarnos de Acción, ya que el viento estaba directamente en el Golfo de Fréjus, donde el Enemigo anclaba al anochecer.

Nelson tuvo que esperar casi dos años antes de volver a encontrarse en condiciones de afectar la suerte de un enfrentamiento con la flota. Para entonces había dejado el Agamenón, y había descubierto, en Sir John Jervis, una especie de almirante muy diferente de Hotham. 'Entre nous', escribió Sir William Hamilton desde Nápoles, 'puedo percibir que mi viejo amigo, Hotham, no está lo suficientemente despierto para un comando como el de la flota británica en el Mediterráneo, aunque es la mejor criatura imaginable. 'Jervis era de otro tipo.
El desarrollo de la guerra, en particular en el Mediterráneo, exigía cada vez más al hombre excepcional, ya que iba de mal en peor. Por tierra, Francia tuvo éxito en todas partes, y el trabajo que recayó en Nelson y sus compañeros capitanes fue tratar de contener lo incontenible. El bloqueo en barcos gastados era agotador, y en junio de 1796, cuando Nelson actuaba como comodoro, se hizo necesario que él cambiara su colgante del Agamenón, que casi se estaba desmoronando, tanto que ella necesitaba un hogar. reajustar, al capitán. Este barco, de 74 cañones, fue comandado por Ralph Miller, un oficial que se convirtió en uno de una larga serie de hombres de rango que eran partidarios de Nelsen. Miller había nacido en Nueva York, sus padres eran fervientes leales, y la Armada produjo pocos oficiales mejores.

En la última parte del año, se hizo urgente que Jervis enfrentara el hecho de que pronto sería imperativo que los británicos se retiraran por completo del Mediterráneo, tan crítica era la situación de la oferta y la salud, tan amenazante para las disposiciones enemigas, tan incierto. clima político en los estados italianos, y tan desesperado se había convertido en la necesidad de mantener la fuerza más fuerte posible basada en Gibraltar y el Tajo. Portugal, que ofrecía instalaciones en Lisboa, era en ese momento un aliado confiable de Gran Bretaña en el oeste, porque la hostilidad activa por parte de España era una condición que, por lo que se sabía, no podía demorarse por mucho tiempo. Con los recursos a disposición del Almirantazgo, ya no era posible mantener activas tres flotas poderosas, una en los accesos occidentales del Canal, una más al sur y una tercera basada en Córcega.

Los últimos días de Nelson en la estación del Mediterráneo estuvieron llenos de incidentes. En septiembre y octubre de 1796 participó en la retirada de Córcega, que le había costado mucho asegurar. En diciembre se encontraba en Gibraltar, donde trasladó su colgante a La Minerve, fragata, con órdenes de ayudar en la retirada de tropas y tiendas de Port Ferrajo, en Elba, que había cumplido su turno como filial de base de Córcega. Para entonces, se confirmó la guerra con España, y el 19 de diciembre, frente a Cartagena, Nelson tuvo una de las acciones más inteligentes de su vida. Fue contra la fragata española La Sabina, comandada por Don Jacobo Stuart, un oficial descendiente de James II de Inglaterra, y reconocido en su propia armada.

Nelson describió la acción a su hermano William, diciendo que comenzó con su "saludo al Don" y exigió la rendición inmediata. "Esta es una fragata española", fue la respuesta digna, "¡y pueden comenzar tan pronto como quieran!" Nelson agregó: "No tengo idea de una batalla más estrecha o más aguda", porque la reputación de Stuart tenía una base sólida.

La fuerza de un arma es la misma, y ​​claramente la misma cantidad de hombres; tenemos 250. Le pedí varias veces que se rindiera durante la acción, pero su respuesta fue: ‘No, señor; ¡no mientras tenga los medios para luchar! ”Cuando solo él, de todos los oficiales, quedó con vida, saludó y dijo que no podía pelear más, y me rogó que dejara de disparar.

Apenas habían cesado las armas y se había enviado un grupo de abordaje, que otros barcos españoles se acercaban. Al día siguiente, Nelson se vio obligado a abandonar el premio, junto con sus huéspedes, para proteger su propio barco. La Minerve pudo luchar contra el enemigo, pero no pudo evitar que los colores españoles se volvieran a subir en La Sabina. Stuart, que disfrutaba de la hospitalidad de Nelson, parecía ser el único prisionero de guerra español.

Poco después, en un intercambio de cortesías entre españoles y británicos, Stuart regresó a casa, Hardy y otro oficial fueron liberados, Hardy había comandado el grupo de embarque. Fue el comienzo de un vínculo entre Nelson y Hardy que continuaría por el resto de la vida de Nelson, y se vio consolidado por un incidente sorprendente. Cuando La Minerve salía del Mediterráneo a su regreso para unirse a Jervis en el Atlántico, fue avistada y perseguida por dos barcos de línea españoles. El coronel Drinkwater, un amigo militar de Nelson que pasaba con él, le preguntó si era probable que hubiera una acción. "Muy posiblemente", dijo el comodoro, "pero antes de que los Dons se apoderen de ese poco de empavesado", mirando su colgante, "tendré una pelea con ellos, y antes de abandonar la fragata la ejecutaré". en tierra.'
Un poco más tarde, Nelson y su personal estaban cenando, pero la comida apenas había comenzado cuando fue interrumpida por el grito: "¡Hombre por la borda!" Hardy salió en el bote alegre para intentar rescatarlo, pero el marinero había sido atrapado en una corriente que fluía hacia los españoles perseguidores. Nunca lo volvieron a ver. Actualmente, Hardy y la tripulación de su bote se metieron en dificultades, sin avanzar hacia el barco.

"En esta crisis", por lo que se relaciona con Drinkwater ", Nelson, mirando ansiosamente la peligrosa situación de Hardy y sus compañeros, exclamó:" Por G—, no voy a perder a Hardy. Retroceda la vela superior de la mizzen "." La orden tuvo el efecto deseado de verificar la velocidad de la fragata, y un encuentro entre fuerzas desiguales ahora parecía seguro. Pero los españoles estaban sorprendidos y confundidos por la acción de Nelson. El barco líder de repente acortó la vela, permitiendo que La Minerve bajara al bote alegre y recogiera a Hardy y sus hombres. Una vez en marcha nuevamente, pronto estuvo a salvo, al menos por el momento.

Esa misma tarde, la fragata se encontró con niebla, y cuando comenzó a levantarse, Nelson vio que estaba en medio de una flota enemiga. Los vigilantes españoles eran, por lo que había descubierto durante mucho tiempo, criaturas falibles, y las condiciones de visibilidad eran tales que hacen que su escape sea casi una certeza. Fue así, y cuando La Minerve llegó a la cita de Jervis frente al cabo de San Vicente el 13 de febrero, Nelson pudo brindarle valiosa información de primera mano. Se le ordenó reunirse con el Capitán y prepararse para la batalla que obviamente no podía demorarse mucho.

Córdoba, el almirante español, tenía órdenes de proteger un valioso convoy de mercurio, y su flota también debía formar parte de un armamento franco-español más grande cuyo propósito era la invasión de las Islas Británicas. La amenaza era real. Los franceses ya habían aterrizado en Bantry Bay el diciembre anterior, eludiendo la vigilancia del sucesor de Howe, Lord Bridport, pero desperdiciando su oportunidad; y hubo otro intento en Gales durante este mismo mes de febrero, que también terminó ignominiosamente. Cualquiera que sea el resultado de tales incursiones, el hecho se había hecho evidente de que podían y podrían tener éxito, y como Jervis comentó, una victoria era muy necesaria para el bienestar del país.

Cuando el comandante en jefe vio a los españoles, el 14 de febrero, el día de San Valentín, no estaban en orden regular. El propio Córdoba estaba a barlovento de los británicos, y otro grupo de barcos, entre los que se encontraban los urcas cargados de mercurio, iban a sotavento, rumbo a Cádiz. Jervis tenía con él 15 barcos de línea y cuatro fragatas. La fuerza de Córdoba tenía 27, de los cuales un buque, el Santissima Trinidad, tenía cuatro pisos, y el buque de guerra más grande a flote. El plan de Jervis era liderar su línea bien disciplinada como una cuña entre las dos divisiones españolas, y luego girar hacia barlovento para atacar a Córdoba. Tuvo éxito, aunque puede haber dejado su turno algo tarde.

El Capitán, con el colgante de Nelson, fue el tercero del último en la línea de Jervis. Antes de que el Comandante en Jefe hiciera su señal crucial de "virar en sucesión", es decir, de cambiar de dirección, Nelson se dio cuenta de que las naves principales podrían ser incapaces de evitar que Córdoba efectúe su unión con el grupo a sotavento. También se dio cuenta de que si él mismo se desgastaba y se dirigía de inmediato a los españoles más cercanos, desorganizaría sus movimientos y permitiría que el jefe de la línea británica hiciera lo que Jervis había querido.

Tal acto de iniciativa no tenía paralelo por parte de un subordinado, y nunca se ha repetido en una acción importante. En la marina georgiana, la línea de batalla era sagrada. Dejarlo, sin una orden directa, significaba una corte marcial y probablemente una desgracia. Bajo una disciplina extrema como Jervis, la desobediencia de cualquier tipo, por inteligente que fuera, exigía un valor supremo, y necesitaría ser justificada, hasta el fondo, por el éxito.

Nelson no estuvo sin apoyo por mucho tiempo. Su viejo amigo Troubridge, al mando del Culloden y al frente de la línea, pronto estuvo en el meollo del asunto, y también Collingwood en el Excelente, otro amigo de toda la vida que, por cierto, había llevado el taladro de artillería en su barco al máximo nivel de eficiencia en ese momento. asequible. El capitán se metió rápidamente en problemas. Sus velas y aparejos fueron disparados, su rueda se rompió, y al ver que ese día no podría hacer más servicio en la línea, o incluso en una persecución, Nelson ordenó a Miller que se acercara al español más cercano. Luego llamó a los huéspedes. No era deber de un oficial de alto rango participar en combates cuerpo a cuerpo, su vida era demasiado valiosa, pero Nelson no era un comodoro ordinario, y lo que siguió en el español San Josef necesita ser contado en sus propias palabras. .
El primer hombre que saltó a las cadenas de mizzen del enemigo fue el Capitán Berry, fallecido mi primer teniente. Fue apoyado desde nuestro patio de vela ... Un soldado del 69º Regimiento, que rompió la ventana del cuarto de la galería superior, saltó, seguido por mí y otros, lo más rápido posible. Encontré las puertas de la cabina cerradas, y los oficiales españoles nos dispararon sus pistolas a través de las ventanas, pero al abrir las puertas, los soldados dispararon, y el brigadier español cayó en retirada al alcázar.

Un destacamento del 69º, más tarde el Regimiento Welch, servía como infantes de marina, y lo hizo espléndidamente en todo momento, y en unos momentos el San Josef estaba en manos británicas. Justo detrás de ella había un barco aún más grande, el San Nicolás, que había sido conducido junto a su compatriota. Nelson ordenó al Capitán Miller que enviara una fiesta a través del San Josef para tomar el San Nicolás por los mismos métodos. Nelson lo siguió.

Cuando entré en las cadenas principales [informó], un oficial español se topó con la barandilla de un cuarto de cubierta, sin armas, y dijo que el barco se rindió. Según esta información de bienvenida, no pasó mucho tiempo antes de que estuviera en el alcázar, cuando el capitán español, con la rodilla doblada, me presentó su espada y me dijo que el almirante se estaba muriendo con sus heridas debajo ... y en el alcázar de un Español de primera clase, por extravagante que parezca la historia, ¿recibí las espadas de los españoles vencidos?

Jervis tomó cuatro barcos españoles el 14 de febrero, sin pérdida para su propia flota. En un momento se pensó que la imponente Santísima Trinidad había golpeado sus colores, pero ella se escapó en la oscuridad y la confusión de la tarde de invierno, aunque el almirante tuvo que cambiar su bandera a una embarcación menos dañada.

Habiendo ganado sus premios por lo que llamó su "puente de patentes", Nelson ahora tenía que enfrentar a su jefe. No necesitaba haberse preocupado, porque Jervis conocía a un hombre cuando lo vio. Nelson fue recibido con el mayor afecto. Jervis, dijo, "usó toda expresión amable", que "no podía dejar de hacerme feliz".

Nelson había sufrido un hematoma en el estómago durante la pelea, y aunque no pensó nada en el asunto, el dolor de esta herida le causó problemas ocasionales por el resto de su vida. Las lesiones del Capitán fueron aún más graves, y Nelson se mudó al Irresistible, enarbolando su bandera como contralmirante del Azul, para su ascenso por antigüedad casi inmediatamente después de la acción. Hizo una incursión más en el Mediterráneo, retirando los últimos hombres y suministros de Córcega y Elba, y luego se estableció al mando de la guardia costera en Cádiz. Era una publicación activa para un hombre muy activo, a punto de convertirse en Sir Horacio Nelson, Caballero del Baño, con una estrella y una cinta para su abrigo en reconocimiento de sus hazañas en el Día de San Valentín.

Fanny Nelson, cuando escuchó la noticia de la batalla, le rogó a su esposo que 'dejara el embarque a los capitanes', pero fue como almirante que Nelson, en compañía del Capitán Fremantle, había estado con él en la fragata Inconstant durante el El ataque al Ça Ira tuvo otra aventura extraordinaria, cuyos detalles serían apenas creíbles si no aparecieran en el "Bosquejo de mi vida" de Nelson.

Fue durante este período [escribió en su forma desinhibida] que tal vez mi coraje personal fue más visible que en cualquier otro período de mi vida. En un ataque de los cañoneros españoles [que habían hecho una salida desde su puerto], el Comandante de los Cañoneras me subió a mi barcaza con su tripulación común de diez hombres, Cockswain, el Capitán Fremantle y yo. La barcaza española remaba veintiséis remos, además de oficiales, treinta en total; Este fue un servicio mano a mano con espadas, en el que mi Cockswain, (ahora no más), me salvó la vida dos veces. Dieciocho de los españoles asesinados y varios heridos, logramos llevar a su Comandante.
Nelson nunca cuestionó el coraje de los españoles, pero tenía experiencia de su eficiencia, o falta de ella, que se remontaba a su servicio en Nicaragua, y tales episodios simplemente confirmaron su opinión de que las libertades podrían ser tomadas con 'los Dons' que no serían otros -De ser justificado. Sin embargo, la próxima pelea en la que estuvo involucrado demostró que el desprecio militar era imprudente y que podía costarle mucho.

Mientras Nelson estaba fuera de Cádiz, Jervis, ahora conde de San Vicente, escuchó que un barco del tesoro español había puesto en Santa Cruz en Canarias, y planeó cortarla. Teneriffe, la isla en cuestión, estaba bien defendida, y la operación requeriría una fuerza de algún tamaño. Nelson era el hombre obvio para dirigirlo.

Le dieron cuatro naves de línea, con su bandera en el Teseo, junto con tres fragatas y un cortador. Eligió a sus propios oficiales, que incluían a Troubridge en Culloden y Fremantle, ahora en Seahorse, sucesor del barco de las Indias Orientales de Nelson. Fremantle en realidad tenía a su joven esposa a bordo, lo que se debió al hecho de que ella era una favorita especial con Lord St Vincent.

Nada salió bien. Debido al clima desfavorable y las corrientes costeras insospechadas, los barcos no pudieron llegar a su lugar de aterrizaje durante las horas de oscuridad, y el ataque perdió así todo elemento de sorpresa. Las pocas partes capaces de llegar a tierra pronto se retiraron, ya que encontraron la guarnición formidable y lista. Nelson decidió que lideraría un segundo ataque nocturno en persona. "Mañana", escribió a San Vicente el 24 de julio, "mi cabeza probablemente estará cubierta de laurel o ciprés".

Josiah Nisbet suplicó que fuera con su padrastro. 'No', dijo Nelson, 'si los dos caigáramos, ¿qué sería de tu pobre madre?' '¡Iré contigo esta noche', dijo el joven, 'si nunca vuelvo a ir!' Nelson dejó que se saliera con la suya, y fue bueno que lo hiciera, porque su bote fue fuertemente disparado cuando ella se acercó a la orilla, y justo cuando el almirante estaba a punto de aterrizar, un disparo le destrozó el brazo derecho. Josiah, que estaba cerca, vio que Nelson no podía pararse y lo escuchó exclamar: "¡Soy un hombre muerto!" El joven lo colocó en el fondo del bote, le quitó un pañuelo de seda del cuello y, con la ayuda de uno de los barqueros hizo un torniquete áspero. El bote luego se retiró a la oscuridad, recogiendo sobrevivientes del cortador Fox mientras regresaba al escuadrón.

Fue el Seahorse lo que Nisbet vio por primera vez, pero nada induciría a Nelson a abordarla, incluso a riesgo de su vida, por él. Necesitaba atención instantánea. "Preferiría evitar la muerte", dijo, "que alarmar a la Sra. Fremantle en este estado, y cuando no pueda darle noticias de su marido".

Cuando por fin se encontró al Teseo, Nelson rechazó la ayuda para subir a bordo. "Déjame en paz", dijo. ‘Todavía me quedan las piernas y un brazo. Dígale al cirujano que se apresure y obtenga sus instrumentos. Sé que debo perder mi brazo derecho, así que cuanto antes se salga, mejor ".

La amputación se realizó en las primeras horas de la mañana del 25 de julio, y fue exitosa. Al día siguiente, así lo notó el cirujano, Nelson descansó bastante bien y con bastante facilidad. Té, sopa y sagú. Bebida de limonada y tamarindo. "El" descanso "fue comparativo. La expedición estaba en ruinas, y aunque el galante Troubridge consiguió una fiesta en tierra, no pudo hacer mucho. Su munición estaba empapada, sus hombres fueron superados en número y no había nada más que retirarse. Era la isla de Turks de nuevo.

Los españoles, corteses como siempre, estaban listos para hablar. Se comportaron, dijo Troubridge, "de la manera más hermosa, enviando una gran proporción de vino, pan, etc., para refrescar a la gente, y mostraron toda su atención". ¡Incluso prestaron botes para que los británicos pudieran retirarse con comodidad! Nelson, para no ser menos educado, pidió la aceptación del gobernador español de un barril de cerveza inglesa y un queso grande.

Era igual de bueno que Nelson no hubiera abordado el Seahorse, ya que cuando Fremantle regresó con su esposa, él también resultó herido, y su lesión, aunque más leve, era tan problemática como la de Nelson y necesitaba vestirse constantemente. Por casualidad, él también había sido golpeado en el brazo derecho al aterrizar.

El 16 de agosto, la fuerza se reunió con Lord St Vincent en el mar. De camino a la cita, Nelson había escrito, lenta y dolorosamente, para decir que "un almirante zurdo nunca más será considerado útil ...". Cuanto antes llegue a una cabaña muy humilde, mejor, y dejaré espacio para que un mejor hombre sirva ... 'Nunca se escribieron palabras menos precisas, aunque Nelson se fue a casa en el Seahorse con los Fremantles, uniéndose a su esposa y su padre después de más de cuatro años de arduo servicio en el extranjero. Les parecía poseer todo el entusiasmo ávido y cariñoso que habían amado de antaño. La convalecencia obviamente sería prolongada, y que él devolviera un héroe, a pesar de ser uno maltratado, era un hecho del que todos podían regocijarse.

Increíblemente, fue dentro de un año que Nelson estuvo nuevamente en acción. Esta vez, la historia resonaría en toda Europa, y las noticias vendrían de Egipto.

sábado, 25 de julio de 2020

Aztecas: La guerra de las flores

Guerra azteca de las flores

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La guerra misma fue vista por los aztecas como parte de los ritmos naturales. Se creía que estos ritmos penetraban en todos los niveles de existencia y solo al seguirles el paso podía un individuo y (más importante) una tribu o ciudad sobrevivir y prosperar. Cada día fue visto como una batalla entre el sol y la tierra. El sol pierde cada puesta de sol y se sacrifica alegremente a la tierra, para que los hombres puedan prosperar. Muchos de los trabajos de la naturaleza fueron vistos como reflejos del ritmo de la guerra entre las fuerzas naturales y espirituales opuestas. Luego, la guerra adquirió una naturaleza religiosa y ritual que la limitó en extensión y la hizo parte de la vida espiritual de la comunidad con fuertes connotaciones metafísicas. Los rituales surgieron en torno a la realización de guerras y variar de ellos habría causado que la guerra perdiera su razón de existir. En el nivel más mundano, las guerras se libraron por venganza, defensa o razones económicas. Una causa común de la declaración formal de guerra fue que los comerciantes de una ciudad estaban siendo discriminados o atacados. (Estos comerciantes normalmente se duplicaron como la fuerza de inteligencia de cada ciudad y, por lo tanto, a menudo fueron hostigados en tiempos de altas tensiones). Detrás de todas las justificaciones políticas y económicas siempre estuvo la fuerte fuerza de la naturaleza religiosa de la guerra, y una necesidad interminable de sacrificios para los cautivos.

Una causa inmediata común para la guerra fue la incapacidad de un estado vasallo de pagar el tributo exigido. Es sorprendente descubrir, pero es cierto, que en un sistema donde el tributo era uno de los ingredientes clave, nunca se ideó ningún sistema (como los rehenes) para garantizar el pago del tributo de un área previamente conquistada. Si se rechazaba el tributo, la única alternativa era volver a la guerra.

El proceso de declarar la guerra fue largo y complejo. Seguido en la mayoría de los casos, no dejó espacio para la artimaña común en las guerras aztecas. El procedimiento a seguir se estableció en una serie de acciones reales, pero ritualmente requeridas. La declaración de guerra real implicaba tres visitas de Estado, a menudo por tres ciudades aliadas que planeaban atacar. La primera delegación llamó al jefe y los nobles de la ciudad. Se jactaban de su fuerza y ​​advirtieron que exigirían algunos de los nobles como sacrificios si la guerra continuaba. Luego, el grupo se retiraría frente a la puerta de la ciudad y acamparía durante un mes azteca (20 días) en espera de una respuesta. Esto normalmente se daba el último día y si la ciudad o la coalición no aceptaban sus términos, se distribuían armas simbólicas a los nobles. (Esto fue para que nadie pudiera decir que derrotaron a un enemigo desarmado).

La segunda delegación se acercaría a los principales comerciantes de la ciudad. Esta segunda delegación describiría los "horrores" económicos de una derrota, comparándolos mal con los términos ofrecidos, y en general tratando de persuadir a los comerciantes para que se rindan los jefes. Esta delegación también se retiró durante un mes para esperar una respuesta. Si esto también fuera negativo, llegaría una tercera y última delegación. Este grupo debía hablar con los guerreros mismos. Arreglizarían una reunión masiva con razones por las cuales no deberían pelear y cuentos de los horrores de la batalla. Una vez más, pedirían que la ciudad cumpliera con sus términos (normalmente una rendición virtual o la pérdida de algún territorio) y luego se retirarían a un campamento para el ritual de un mes de espera. Finalmente, después de todo esto, los ejércitos (habiendo tenido tiempo de sobra para reunirse) se enfrentarían en una batalla. Aquí cualquier engaño era aceptable y un general astuto tan valioso como uno valiente.




El liderazgo de los aztecas era el mismo en tiempos de paz y guerra. Entre guerras, los oficiales sirvieron como la administración, el poder judicial y el servicio civil de la ciudad. Encabezando esta organización estaba el jefe supremo de guerra o Tlacatecuhtli. Esta fue la posición que ocupaba el desafortunado Montezuma en Tenochtitlán cuando llegó Cortés. Cada clan fue asignado a una de las cuatro fratrias, cada una con su propio líder llamado Tlaxcola, que sirvió como su comandante de división en tiempos de guerra, y en un consejo con los otros tres que dirigían la administración real de la ciudad en tiempos de paz. El jefe de cada clan sirvió como comandante del regimiento y era conocido como Tlochcautin. En paz serviría en un papel similar al del sheriff inglés. Por debajo del nivel del clan había una unidad de aproximadamente 200 a 400 hombres. Este era el equivalente de nuestra compañía y era realmente la unidad más grande sobre la cual se podía mantener cualquier control táctico una vez que comenzó una batalla. La unidad regular más pequeña era el pelotón de 20 hombres. Esta organización fue observada rígidamente por las principales ciudades y era una parte tan integral de la cultura azteca que el símbolo de '20' era una bandera como la que tenía cada pelotón.

Las técnicas militares de los aztecas eran inferiores a las de Europa o China en ese momento. Probablemente esto se deba principalmente al hecho de que, si bien era ritual y religiosamente importante, la guerra se desarrolló menos como una solución social en la preconquista de México. Esto fue causado por varios factores, el principal es que la densidad de población del área era mucho menor que en otras partes del mundo. En el período inmediatamente anterior al español, solo un área realmente había sentido la pizca de sobrepoblación. Esta era el área alrededor del lago Titicocca ocupada hoy por la ciudad de México. Aquí es donde se desarrollaron las ciudades poderosas y más belicosas. Incluso entonces, su tradición de guerra (en oposición al combate individual) tenía solo unos pocos cientos de años en comparación con miles en otras tierras. El resultado fue que, aunque tenían una actitud guerrera y una guerra profundamente arraigada en su cultura, las técnicas de batalla seguían siendo poco sofisticadas y básicas.

Un reflejo de la naturaleza no desarrollada de las guerras aztecas fue la ausencia de cualquier tipo de simulacro. Las unidades actuaban como un grupo solo durante los deberes civiles, o durante las varias ceremonias religiosas que reunían cada año. Las tácticas de una batalla se parecían más a menudo a las tácticas de masas o enjambres de los tiempos bíblicos.

Otro factor mitigado a favor de solo actividades militares limitadas. Este fue el hecho de que era extremadamente difícil para un ejército participar en una campaña extendida. Como el ejército también era la fuerza laboral, se prohibió una campaña durante las temporadas de siembra y cosecha. Esto es especialmente cierto ya que la agricultura no era tan eficiente como para poder soportar la enorme jerarquía de sacerdotes y un ejército permanente de cualquier tamaño. Un ejército tampoco podría vivir fuera del país, ya que era probable que el área por la que viajarían estuviera habitada por varios estados de la ciudad que no estaban involucrados en la guerra y que eran independientes de los involucrados. Esto significaba que era necesario no solo establecer depósitos de suministros a lo largo de cualquier ruta propuesta, sino también negociar el permiso para traspasar las tierras de otras ciudades.

La naturaleza marginal de la agricultura también era tal, que los asedios que duraban cualquier período de tiempo eran prácticamente imposibles. El ejército sitiador moriría de hambre como los sitiadores. El resultado de esto fue que los muros formales y otras fortificaciones eran raros. En su lugar, los canales (útiles en el comercio también) a menudo se usaban con puentes portátiles. Muchas ciudades también se ubicaron en terrenos fácilmente defendibles, como en la ladera de una montaña o en el extremo de un estrecho istmo. Tampoco ha habido evidencia de que se hayan desarrollado o utilizado armas de asedio de ningún tipo. A pesar de todos los problemas enumerados, los aztecas pudieron emprender campañas en una amplia área de México. La mayoría de las veces se lucharon con ejércitos compuestos principalmente de aliados locales con un contingente de aztecas para endurecerlos. En algunos casos se registra que los aztecas se vieron obligados a participar en la laboriosa técnica de tener que someter a cada uno de los pueblos y ciudades en su ruta.

Las armas y herramientas de los aztecas eran de naturaleza básica y simple. En lugar de desarrollar nuevas variaciones de armas, los esfuerzos de los aztecas se centraron en elaboradas decoraciones en ellas. Había cuatro armas principales utilizadas por el guerrero azteca. Se usó un palo de madera con filos afilados de obsidiana. Las jabalinas eran comunes y a menudo se usaban con un bastón llamado atl-atl. El arco y la flecha también se encontraron en la mayoría de los ejércitos, ya que era una jabalina o lanza pesada para la lucha interna. Ocasionalmente, un clan tendría una tradición que hizo que algunos de ellos emplearan la honda o las lanzas. Las hachas se usaron como herramientas, pero no parecen haber sido un arma utilizada regularmente.
La mayor parte de las armas en una ciudad se guardaba en un arsenal llamado Tlacochcalco o más o menos la "casa de los dardos". Uno de estos fue encontrado en cada barrio de una ciudad y contenía las armas para cinco clanes (una phratrie). Estos arsenales siempre se ubicaron cerca de los templos principales y fueron diseñados con paredes inclinadas que les permitieron servir como un fuerte. Los tlacochcalcos sirvieron como sede, puntos de reunión y puntos de reunión para los defensores de una ciudad. Las ceremonias religiosas también se llevaron a cabo allí por los líderes militares y los "Caballeros".

Los escudos de los aztecas eran de mimbre cubiertos con cuero. La mayoría eran circulares y elaboradamente pintadas y decoradas. Las pieles y las plumas también a menudo se unían para aumentar su belleza. Los guerreros que usaban los garrotes portaban escudos, pero aquellos que usaban la jabalina o la lanza grandes no podían hacerlo, ya que necesitaban ambas manos para emplear su arma. La armadura del cuerpo estaba hecha de algodón acolchado endurecido en salmuera. Esto fue bastante exitoso contra las armas utilizadas por otros aztecas (e inútil contra las ballestas y las espadas de acero). De hecho, esta armadura de algodón fue adoptada rápidamente por los conquistedores como lo suficientemente efectiva y mucho más fresca que su propia armadura de metal. La armadura acolchada a menudo estaba teñida de colores brillantes, brochada y bordada con intrincados diseños y símbolos.

Cascos de madera fueron usados ​​por algunos guerreros y los jefes (que se convirtieron en jefes por ser guerreros sobresalientes). Estos rápidamente se volvieron elaborados y voluminosos. A menudo era necesario que fueran soportados por arneses de hombro. La mayoría de los tocados o cascos eran animales estilizados o deidades protectoras. Cuanto más elaborado es el casco, más renombre es el guerrero en la batalla. Se mencionan los cascos de cobre en algunos códices, pero ninguno se ha encontrado y, en cualquier caso, habría sido extremadamente raro. El trabajo en metal para herramientas y armas no era avanzado y la obsidiana era el material básico (y efectivo).

Como durante períodos comparables en otros continentes, los aztecas no llevaban uniformes. Cada lado se identificaría con una insignia o insignia prominentemente usada. Esto a menudo se elaborará para mostrar también el rango del usuario. Con la miríada de colores en la armadura de algodón y los elaborados cascos, una batalla azteca era un caleidoscopio de remolinos de colores. A un joven guerrero se le enseñó el uso de armas como parte de su educación. (Todos los hombres eran soldados.) Se requería que todos los niños fueran tutores o asistieran a Telpuchcalli o a una escuela pública. Más tarde, en lugar de entrenamiento y ejercicios de la unidad, un nuevo guerrero se unió al veterano para sus primeras batallas. Este programa era en realidad bastante similar al sistema de aprendizaje o escudería desarrollado con el mismo propósito en la Europa medieval.

Las tácticas y las armas de los aztecas estaban muy influenciadas por el objetivo de sus guerras, cautivos y cualquier tributo o tierra exigida. Era el último signo de habilidad en un guerrero para traer de una batalla a un enemigo vivo adecuado para el sacrificio. Los guerreros a menudo se esforzaron por no matar a su enemigo, sino por noquearlo o entregar una herida no mortal, pero incapacitante. Una victoria fue valorada entonces por el número de enemigos capturados, no asesinados. Con este fin, los guerreros fueron entrenados rigurosamente en combate individual, con poco énfasis en formaciones o trabajo en equipo. Los mejores guerreros fueron admitidos en sociedades selectas de "caballeros". Solo se permitió la entrada a los más hábiles (a juzgar por el número de cautivos capturados). Estos eran conocidos como los Caballeros del Águila, los Caballeros del Ocelote (Tigre), y un grupo menos común, los Caballeros de la Flecha. Los cascos que representaban sus homónimos a menudo se usaban y los trajes ceremoniales que copiaban su coloración se usaban en ceremonias y en la batalla. Estas órdenes realizaron bailes y participaron en rituales en el Tlacochcalco. También participaron en las simulados combates de sacrificio. Estos Caballeros recibieron grandes porciones de tierra cuando los territorios conquistados se dividieron entre los guerreros. (Esta práctica le dio a una fuerza de ocupación una forma de mantenerse a sí misma).



Un guerrero que fue asesinado en la batalla o sacrificado después de una derrota se le garantizó la entrada a un cielo especial de guerreros. Esto se encontraba en el Este y un cielo especial para las mujeres que murieron en el parto estaba en el Oeste (se sentía que se habían sacrificado por un nuevo guerrero potencial). Morir de esta manera era el mayor honor que un guerrero derrotado podía recibir. (Los no guerreros y los cobardes fueron vendidos como esclavos). Para algunos fue la culminación más que la ruina de las vidas. Se registra la historia de Tlahuicol, quien era un jefe de Tlaxclan. Después de haber sido capturado en la batalla, se le otorgó el honor del simulacro de combate de sacrificio territorial. Esto significaba que estaba encadenado a una gran piedra redonda que representaba el sol y que le daban armas de madera (sin puntos o bordes de obsidiana), y que los miembros de los Caballeros del Águila lo atacaban uno por uno. En un solo combate logró matar a unos pocos e hirió a varios más. El combate se detuvo y se le ofreció a Tlahuicol la elección de la dirección general del ejército de Tlaxclan o ser el sacrificio en su más alto ritual. Él eligió ser el sacrificio, viéndolo probablemente como el mayor honor.

Estos sacrificios fueron vistos entonces no como un castigo (los criminales fueron asesinados o esclavizados, pero nunca sacrificados), sino como una oportunidad para dar su gran contribución final a sus comunidades. Se creía que los sacrificios eran necesarios para evitar la ira de los dioses y traer todo lo necesario, como la lluvia o la primavera. Quizás el único honor cercano era obtener un prisionero en la batalla.

Una típica batalla azteca consistía en que ambos bandos se toparan entre sí, formándose rápidamente para cargar y luego corriendo uno contra el otro en medio de gritos feroces. Rápidamente, esto se dividiría en muchos combates entre individuos y grupos pequeños. Ambas partes lucharían, hasta que una pareciera estar ganando ventaja. El otro se rompería y huiría, evitando la captura para minimizar la victoria de su enemigo. A menudo, la derrota y captura de un jefe importante era suficiente para hacer que la moral de un lado se rompiera.

Se usaron muchas estratagemas. Las fintas y el engaño eran comunes, especialmente en las batallas entre las principales ciudades. Era una maniobra común para un lado fingir una ruta y luego llevar a sus perseguidores más allá de una segunda fuerza en la clandestinidad. Esta fuerza caería en la parte trasera de sus perseguidores mientras la fuerza de enrutamiento se unía. Un astuto jefe de guerra era considerado tan valioso como uno valiente. Quien ganó, los sacrificios estaban asegurados y los dioses aplacados.

Si no hubo guerra, se instituyó una guerra artificial para asegurar los sacrificios y dar a los guerreros la oportunidad de demostrar sus habilidades. Esto fue incongruentemente llamado la "Guerra de las Flores". Aunque fue una guerra artificial, quienes participaron en ella pelearon una batalla muy real. Muchos murieron y muchos más fueron capturados para sacrificio antes de que un grupo admitiera la derrota.

Se invitó a participar a los mejores Caballeros y guerreros de dos o más estados rivales. Los mejores guerreros contendieron para poder participar. Si ganaba, un guerrero ganaría renombre en todas las ciudades. Si fue asesinado, el guerrero recibió el honor de la cremación. Reservado solo para guerreros, la cremación garantiza la entrada al cielo especial de los guerreros. Finalmente, si es derrotado y capturado, un guerrero recibe el honor supremo de ser sacrificado. Tan populares fueron estas Guerras de Flores que algunas se repitieron anualmente durante años.

La institución de la guerra entre los aztecas se convirtió en algo muy diferente de lo que percibimos. Fue sobre todo un medio por el cual un individuo podía servir a la tribu o ciudad más importante. Fue un evento inherentemente ritualizado y místico de profundo significado y necesidad. Era el único medio por el cual los cautivos necesitaban apaciguar a sus dioses sedientos de sangre (en realidad, eran los corazones que arrancaban y ofrecían aún latiendo). En una sociedad militar verdaderamente colectiva, era el área donde un individuo podía ganar renombre y prestigio.