Ampliamente considerado un genio militar por los historiadores, Thutmosis III realizó 16 incursiones en 20 años. Fue un gobernante expansionista activo, a veces llamado el mayor conquistador de Egipto o "el Napoleón de Egipto". Se registra que capturó 350 ciudades durante su gobierno y conquistó gran parte del Cercano Oriente desde el Éufrates hasta Nubia durante diecisiete campañas militares conocidas. Fue el primer faraón después de Thutmosis I en cruzar el Éufrates, y lo hizo durante su campaña contra Mitanni. Sus registros de campaña se transcribieron en las paredes del templo de Amón en Karnak, y ahora se transcriben en Urkunden IV. Se le considera constantemente como uno de los más grandes faraones guerreros de Egipto, que transformó a Egipto en una superpotencia internacional al crear un imperio que se extendía desde el sur de Siria hasta Canaán y Nubia. En la mayoría de sus campañas, sus enemigos fueron derrotados pueblo por pueblo, hasta que fueron derrotados hasta la sumisión. La táctica preferida fue someter una ciudad o estado mucho más débil de uno en uno, lo que resultó en la rendición de cada fracción hasta que se lograra la dominación completa.
Durante el ascenso de Hatshepsut, la posición de Egipto en Asia puede haberse deteriorado debido a la expansión del poder de Mitannia en Siria. Poco después de su muerte, el príncipe de la ciudad siria de Kadesh, estaba con las tropas de 330 príncipes de una coalición sirio-palestina en Meguido; tal fuerza era más que meramente defensiva, y la intención pudo haber sido avanzar contra Egipto. El 330 debe haber representado todos los lugares de cualquier tamaño en la región que no estaban sujetos al dominio egipcio y puede ser una figura esquemática derivada de una lista de nombres de lugares. Cabe señalar que la propia Mitanni no participó directamente.
Thutmosis III procedió a Gaza con su ejército y luego a Yehem, subyugando a los pueblos palestinos rebeldes en el camino. Sus anales relatan cómo, en una consulta sobre la mejor ruta sobre la cresta del Monte Carmelo, el rey anuló a sus oficiales y seleccionó una ruta más corta pero más peligrosa a través del 'Paso de Arunah y luego dirigió a las tropas él mismo. La marcha transcurrió sin problemas y, cuando los egipcios atacaron al amanecer, prevalecieron sobre las tropas enemigas y sitiaron a Meguido.
Mientras tanto, Thutmosis III coordinó el desembarco de otras divisiones del ejército en el litoral sirio-palestino, de donde procedieron tierra adentro, de modo que la estrategia se asemejaba a una técnica de pinza. El asedio terminó con un tratado por el cual los príncipes sirios juraron sumisión al rey. Como era normal en la diplomacia antigua y en la práctica egipcia, el juramento sólo obligaba a quienes lo hicieran, no a las generaciones futuras.
Al final de la primera campaña, la dominación egipcia se extendió hacia el norte hasta una línea que unía Biblos y Damasco. Aunque el príncipe de Cades estaba por ser vencido, Asiria envió lapislázuli como tributo; Los príncipes asiáticos entregaron sus armas, incluyendo una gran cantidad de caballos y carros. Thutmosis III tomó solo un número limitado de cautivos. Nombró príncipes asiáticos para gobernar las ciudades y llevó a sus hermanos e hijos a Egipto, donde fueron educados en la corte. La mayoría finalmente regresó a casa para servir como vasallos leales, aunque algunos permanecieron en Egipto en la corte. Para asegurar la lealtad de las ciudades-estado asiáticas, Egipto mantuvo guarniciones que podrían sofocar la insurrección y supervisar la entrega de tributos. Nunca hubo una administración imperial egipcia elaborada en Asia.
Thutmosis III llevó a cabo numerosas campañas posteriores en Asia. Finalmente se logró la sumisión de Kadesh, pero el objetivo final de Thutmosis III era la derrota de Mitanni. Usó la armada para transportar tropas a las ciudades costeras de Asia, evitando arduas marchas terrestres desde Egipto. Su gran octava campaña lo llevó a través del Éufrates; aunque el campo alrededor de Carquemis fue devastado, la ciudad no fue tomada y el príncipe de Mitannia pudo huir. El beneficio psicológico de esta campaña fue quizás mayor que su éxito militar, ya que Babilonia, Asiria y los hititas enviaron tributos en reconocimiento al dominio egipcio. Aunque Thutmosis III nunca subyugó a Mitanni, colocó las conquistas de Egipto sobre una base firme mediante una campaña constante que contrasta con las incursiones de sus predecesores. Los anales de Thutmosis III inscritos en el templo de Karnak son notablemente concisos y precisos, pero sus otros textos, particularmente uno ambientado en su recién fundada capital nubia de Napata, son más convencionales en su retórica. Parece haberse casado con tres esposas sirias, que pueden representar uniones diplomáticas, lo que marca la entrada de Egipto en el ámbito de los asuntos internacionales del antiguo Medio Oriente.
Thutmosis III inició un gobierno egipcio verdaderamente imperial en Nubia. Gran parte de la tierra se convirtió en propiedad de instituciones en Egipto, mientras que los rasgos culturales locales desaparecen del registro arqueológico. Los hijos de los jefes fueron educados en la corte egipcia; algunos regresaron a Nubia para servir como administradores y algunos fueron enterrados allí al estilo egipcio. Las fortalezas nubias perdieron su valor estratégico y se convirtieron en centros administrativos. A su alrededor se desarrollaron ciudades abiertas y, en varios templos fuera de sus murallas, se estableció el culto al rey divino. La Baja Nubia suministró oro del desierto y piedras duras y semipreciosas. Más al sur llegaron las maderas tropicales africanas, los perfumes, el aceite, el marfil, las pieles de animales y las plumas de avestruz. Apenas hay rastro de población local del posterior Imperio Nuevo, cuando se construyeron muchos más templos en Nubia; a finales de la dinastía XX, la región casi no tenía una población asentada próspera.
Bajo Tutmosis III, la riqueza del imperio se hizo evidente en Egipto. Se construyeron muchos templos y se donaron grandes sumas de dinero a la finca de Amon-Re. Hay muchas tumbas de sus altos funcionarios en Tebas. La capital se había trasladado a Memphis, pero Tebas seguía siendo el centro religioso.
Las campañas de reyes como Thutmosis III requirieron un gran establecimiento militar, incluida una jerarquía de oficiales y un carro caro. El rey creció con compañeros militares cuya estrecha relación con él les permitió participar cada vez más en el gobierno. Los oficiales militares fueron nombrados para altos cargos civiles y religiosos, y en el período de Ramesside la influencia de esas personas había llegado a pesar más que la de la burocracia tradicional.
Esta pintura contemporánea de Pieter Meulener transmite una buena impresión de los combates a menudo confusos de la mayoría de las batallas del siglo XVII.
La victoria de Nördlingen de Cornelius Schut, 1635. Esta pintura típica del barroco temprano muestra al joven Fernando triunfando con la ayuda divina.
Fecha
6 de septiembre de 1634
Localización
Nördlingen en Baviera, sur de Alemania
Oponentes
Imperialistas y España Suecia y estados alemanes aliados
Comandante
El rey Fernando de Hungría; Cardenal Infante (Príncipe) Fernando de España Conde Gustav Horn (suecos); Duque Bernard von Weimar (alemanes aliados)
Aprox. # Tropas
33.000 25.000
Importancia
La batalla casi acaba con el ejército sueco, revierte la victoria sueca en Breitenfeld y conduce a la reconquista del sur de Alemania para el catolicismo. En esta situación, Francia entra abiertamente en la guerra del lado de los protestantes.
La batalla de Nördlingen el 6 de septiembre de 1634 entre las fuerzas suecas y alemanas y las fuerzas imperiales y españolas fue una de las principales batallas de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) en Alemania. Tras la muerte del rey Gustavo Adolfo de Suecia en la batalla de Lützen el 16 de noviembre de 1832, su canciller Axel Oxenstierna continuó hábilmente el esfuerzo bélico sueco. Las divisiones en Alemania fueron más pronunciadas que nunca, y la devastación de una década y media de guerra civil alentó a los estados externos a intervenir y tomar todas las tierras que pudieran.
Con la muerte de Gustavus, Albrecht Wenzel von Wallenstein se convirtió en la figura dominante de la escena alemana. Como el principal comandante de campo del emperador Fernando II del Sacro Imperio Romano Germánico, no está claro exactamente qué pretendía Wallenstein, pero los indicios apuntan a que está a favor de un plan de paz que implica la tolerancia de los protestantes. Creyendo que Fernando II y sus consejeros jesuitas nunca aceptarían tal plan, Wallenstein inició negociaciones secretas con los comandantes militares protestantes Hans Georg von Arnim y el duque Bernardo de Sajonia-Weimar, cometiendo de hecho traición. Su esfuerzo fracasó. Wallenstein, un hombre sin escrúpulos, cometió el error de no dudar de la integridad de sus propios lugartenientes. Esto resultó ser su perdición. Alentados en secreto por el emperador, asesinaron a Wallenstein en Eger, Bohemia, el 24 de febrero de 1634.
Mientras tanto, los suecos siguieron adelante. El 6 de septiembre en Nördlingen, en el oeste de Baviera, unas 25.000 fuerzas suecas y alemanas al mando de Gustav Horn y el duque Bernardo se encontraron con 35.000 fuerzas imperiales y españolas al mando del rey Fernando de Hungría y su primo el cardenal Infante (príncipe) Fernando de España. El plan protestante requería que Horn atacara la derecha imperial, mientras que Bernard inmovilizaba a la izquierda imperial e impedía que reforzara la derecha. Ocupando una excelente posición defensiva, las fuerzas imperiales y españolas fácilmente rechazaron el ataque protestante mal coordinado. Los ataques imperiales contra las fuerzas de Bernard luego derrotaron a la derecha protestante y se dirigieron hacia los suecos. Más de 6.000 suecos murieron y solo 11.000 hombres de la fuerza protestante combinada escaparon. El lado católico sufrió solo 1.200 bajas.
Nördlingen casi acabó con el ejército creado por Gustavus y, de hecho, revirtió la victoria sueca en Breitenfeld. Después de la batalla, el rey Fernando de Hungría, hijo del emperador Fernando II y él mismo, el futuro Fernando III (r. 1637-1657), reconquistó el sur de Alemania para el catolicismo. Aunque las fuerzas suecas tomaron la ofensiva en el norte de Alemania en 1637, la situación después de Nördlingen parecía lo suficientemente grave como para que el primer ministro de Francia, el cardenal Richelieu, llevara a su nación abiertamente a la guerra. Después de Nördlingen, la guerra vio a Francia y Suecia luchando contra Baviera, España y el emperador.
El período francés o franco-sueco de la guerra comenzó en 1635 cuando las fuerzas francesas invadieron Alemania. Al principio, la lucha no fue bien para Francia. Finalmente, el 19 de mayo de 1643, en Rocroi, en la región de las Ardenas, en el noreste de Francia, el general francés Louis, duque de Enghien, de 22 años, con 22.000 soldados, obtuvo una brillante victoria sobre el ejército de 27.000 hombres del general español Francisco de Melo. La caballería y la artillería masiva destrozaron a la antes invencible infantería española. España perdió 7.000 hombres muertos y 8.000 capturados en la batalla. Las bajas francesas fueron solo 4.000.
Con todas las partes pidiendo la paz y Alemania completamente exhausta, las negociaciones de paz se abrieron en 1644. Las conversaciones se prolongaron porque la lucha en sí continuaba. Hasta 1648 no se concluyó la Paz de Westfalia que puso fin a la larga guerra. Francia aseguró los obispados de Lorena de Metz, Toul y Verdun, así como la mayor parte de la provincia de Alsacia. Los suecos recibieron el oeste de Pomerania, incluida la ciudad de Stettin. Baviera se elevó en estatura y aseguró el alto palatinado. Brandeburgo ganó el este de Pomerania y Magdeburgo, importantes pasos hacia adelante en el surgimiento de lo que se convertiría en el Reino de Prusia. Las Provincias Unidas (República Holandesa) y la Confederación Suiza fueron reconocidas como independientes.
En términos de religión, la Paz de Westfalia reafirmó los términos de la Paz de Augsburgo de 1SS5 que permitieron a cada estado determinar la religión de sus habitantes pero elevó el número de religiones de dos a tres: catolicismo, luteranismo y calvinismo. En términos de tierras de la iglesia, quienes las poseían el 1 de enero de 1624 recibieron posesión, un arreglo que generalmente funcionó a favor de los protestantes.
Quizás lo más importante fue el arreglo constitucional. Los más de 300 estados alemanes fueron reconocidos como virtualmente soberanos, y cada uno tenía derecho a conducir su propia diplomacia y hacer tratados con potencias extranjeras. Este arreglo fue una invitación abierta a la intervención en Alemania de potencias externas, particularmente Francia, que con Suecia se convirtió en garante del tratado. Así, mientras gran parte del resto de Europa se soldaba en estados-nación fuertes dirigidos centralmente, Alemania se hundió en el caos.
Alemania había sido devastada por la guerra. Las ciudades fueron tomadas y saqueadas varias veces. La agricultura y la artesanía se arruinaron. La pestilencia y las enfermedades se propagaron, y quizás la mitad de la población alemana murió de estas y de una simple inanición. En consecuencia, fueron los pueblos atlánticos —holandeses, ingleses y franceses— quienes ahora tomaron la iniciativa en los asuntos mundiales. Solo con el tiempo comenzaron a formarse nuevos complejos de poder alrededor de Brandeburgo-Prusia en el norte y Austria en el sur. En 1740 comenzaron una lucha de 126 años para ver quién controlaría Alemania.
Referencias
Clark, G. N. The Seventeenth Century. Oxford, UK: Clarendon, 1950. Parker, Geoffrey. The Thirty Years’ War. New York: Military Heritage Press, 1988. Rabb, Theodore K. The Thirty Years’ War. 2nd ed. Lanham, MD: University Press of America, 1981. Wedgwood, C. V. The Thirty Years’ War. London: Jonathan Cape, 1944.
Reconstrucción del castillo a principios del siglo XIV, visto desde el mar.
Puertas de entrada
La puerta del Rey en Caernarfon es una de las puertas de entrada más poderosas, iniciada en 1283. Frente a la entrada hay un puente giratorio; la parte delantera se elevó en un hueco mientras que la parte trasera cayó en un hoyo detrás. El pasaje estaba fuertemente defendido: si la puerta de entrada se hubiera completado, habría tenido no menos de cinco puertas de madera y seis rastrillos a lo largo de su longitud. La evidencia en los muros existentes sugiere que la sección trasera nunca terminada hizo que el pasaje girara en ángulo recto, desde allí sobre un segundo puente levadizo antes de llegar a la sala inferior.
Para entrar en la gran puerta de entrada de Harlech, se requería que el visitante pasara por la puerta de entrada exterior con sus torres gemelas y su puente giratorio, el pozo en el que cayó formando un obstáculo adicional. Luego siguió el pasaje de la puerta principal, arqueada en toda su longitud y flanqueada por enormes torres. El primer obstáculo fue una puerta de dos hojas cerrada por una barra de tiro que entraba en una ranura en el espesor de la pared. Le siguieron dos rastrillos, detrás de los cuales había otra puerta con barra de tiro. Más adelante en el pasillo había un tercer rastrillo, con posiblemente otro par de puertas en el frente. La habitación directamente sobre el pasaje de la puerta era una capilla flanqueada a ambos lados por una sacristía, pero también recibía los dos portones delanteros cuando se levantaba; el tercero subió a la más grande de las dos habitaciones traseras. El hecho de que este piso albergara los cabrestantes para operar el portón sugiere que fue utilizado por el alguacil. Arriba había otro piso, una suite residencial distribuida de la misma manera y presumiblemente diseñada para el rey o algunas personas de rango. La parte trasera de cada torre estaba provista de una torreta de escaleras y, además, una puerta en el primer piso en la parte trasera conducía a una plataforma y de allí a una escalera externa a nivel del suelo, permitiendo el acceso cuando todas las puertas estaban cerradas.
El maestro James de St. George probablemente diseñó la espléndida puerta de entrada de tres torres en Denbigh; una vez pasadas las torres gemelas en el frente, se ingresó a una sala abovedada (con una cámara en el piso de arriba). La torre trasera bloqueó la salida, lo que obligó a girar a la derecha hacia la sala.
En el estuario del río Dwyryd, en el sitio de un antiguo fuerte galés, construido por el maestro James de San Jorge para Eduardo I, 1283–90, con un costo de £ 9.500. El mar estaba más cerca entonces del castillo. Tenía un plan concéntrico con un amplio foso en dos lados. Una enorme puerta de entrada de dos torres mira hacia el este. La cortina interior tiene torres de esquina redondeadas. El telón del estrecho patio exterior es bajo, dominado por el interior. El Maestro James se convirtió en alguacil de Harlech 1290-3. Fue asediado por rebeldes galeses en 1294 pero aliviado. Las reparaciones se realizaron en el siglo XIV. Harlech fue sitiado y tomado en 1404 por Owen Glendower con aliados franceses, para convertirse en su base, y recuperado por Lord Talbot en 1408. En las Guerras de las Rosas, Harlech fue tomado en 1468 por Dafydd ap Ieuan, cuyos hombres eran los originales ' Hombres de Harlech '. El castillo fue sitiado y tomado por Yorkistas bajo el conde de Pembroke. Se llevó a cabo para los realistas en la Guerra Civil Inglesa.
A finales del siglo XIII, el rey Eduardo I de Inglaterra construyó una serie de castillos desde Caernarfon hasta Conwy y Harlech para asegurar sus conquistas en el norte del principado de Gales. En la medida en que los habitantes del país eran descendientes directos de la población británica de la provincia romana de Britannia y la última región no conquistada del imperio al norte de los Alpes, se ha dicho que las victorias de Eduardo allí representaron la caída final de los romanos. Imperio en Occidente.
El desembolso económico en estos castillos "eduardianos" fue enorme (en la década de 1970 se calculó que cada fortaleza costaba en términos modernos el equivalente a un avión supersónico Concorde) sobre todo porque se utilizaron los principios y técnicas de fortificación más actualizados. . La fuerza de estos lugares se demostraría años más tarde, cuando en 1404 el rebelde galés Owain Glyndwr sitió Harlech. Durante semanas, el lugar estuvo ocupado por sólo cinco ingleses y dieciséis galeses; cuando el castellano hizo propuestas para rendirse, la guarnición lo encerró. De hecho, el gran castillo no cayó por el asalto de sus atacantes galeses sino porque, al final, la fuerza esquelética que lo defendía decidió aceptar los términos y fue comprada. Unos sesenta años después, estaba una vez más en manos rebeldes, manteniéndose para la Casa de Lancaster cuando, en 1461, Eduardo de York se convirtió en rey como Eduardo IV. Estos "Hombres de Harlech" resistieron durante siete años, hostigando el campo vecino hasta que en agosto de 1468, después de un prolongado asedio, William Herbert, conde de Pembroke, finalmente recuperó el lugar para Edward. Una indicación del esfuerzo involucrado y la fuerza obvia de la fortaleza se encuentra en la Oficina de Registro Público, donde las cuentas muestran que se pagaron unas 5.000 libras esterlinas al conde por sus gastos.
Tomás Gutiérrez y Silvestre Gutiérrez (el primero, autodenominado
presidente de la República y el segundo su hermano y compañero) colgados
en la Catedral de Lima.
Fecha 22-26 de julio de 1872 Lugar Palacio de Gobierno, Lima, Perú Casus belli Victoria de Manuel Pardo y Lavalle, candidato del Partido Civil, como Presidente de la República durante las elecciones de 1872 Conflicto Los golpistas intentaban que Manuel Pardo no asuma el mando de Presidente. Resultado Golpe de Estado derrotado Beligerantes
República Peruana Manifestantes Hermanos Gutiérrez Unidades militares
Marina de Guerra del Perú
Ejército del Perú
Manifestantes antigubernamentales (Armados)
Batallón Pichincha
Batallón Zepita
Batallón Ayacucho
El coronel Tomás Gutiérrez.
La rebelión de los coroneles Gutiérrez fue una rebelión militar y un intento de golpe de Estado ocurrida en Lima, Perú, el 22 de julio de 1872, contra el gobierno de José Balta. Fue protagonizada por cuatro hermanos, coroneles todos, encabezados por el mayor de ellos, Tomás Gutiérrez, entonces ministro de Guerra y Marina. El suceso que originó esta rebelión fue el triunfo, en las recientes elecciones generales, del candidato civil Manuel Pardo y Lavalle. Temerosos de que bajo un gobierno civil perdiesen los militares sus privilegios, y según parece instigados por prominentes políticos, los Gutiérrez dieron un golpe de estado: Silvestre Gutiérrez apresó al presidente Balta, mientras que Tomás se autoproclamó Jefe Supremo de la República en la Plaza de Armas. El motín derivó en el asesinato del presidente Balta y en la rebelión popular en contra del gobierno de facto, que acabó de la manera más ignominiosa, con la muerte de tres de los hermanos Gutiérrez en las calles, entre ellos Tomás, el día 26 de julio de 1872.
Los hermanos Gutiérrez
Los cuatro hermanos Gutiérrez: Tomás, Silvestre, Marceliano y Marcelino, eran naturales del valle de Majes, en el departamento de Arequipa. Al momento de protagonizar el golpe de estado contra Balta, eran todos coroneles y tenían cada uno mando de tropas en Lima, a excepción de Tomás, que era ministro de Guerra y Marina. Silvestre comandaba el Batallón de Infantería Pichincha N.º 2; Marceliano el Batallón de Infantería Zepita N.º 3; y Marcelino el Batallón de Infantería Ayacucho N.º 4.
El historiador Jorge Basadre describe así a cada uno de los hermanos Gutiérrez:
Tomás era corpulento y tenía fama de brusco, impetuoso, altivo, ignorante y resuelto; Marceliano distinguíase por ser todavía más atleta, más brusco y más ignorante, con un defecto en el ojo derecho, por el cual se le llamaba el tuerto, y con una voz poderosísima y una presentación imponente, que atraían al público en los días de maniobras de tropas. Silvestre, más delgado y blanco, de cabello crespo, poseía más inteligencia e ilustración, pero creíasele duro y siniestro. Marcelino, en cambio, se distinguía por un carácter apacible.
El complot contra Balta
Corrían los últimos días del gobierno constitucional del coronel José Balta y Montero (julio de 1872). Las elecciones realizadas recientemente habían dado como ganador a Manuel Pardo y Lavalle, que estaba a pocos días de convertirse en el primer presidente civil de la historia del Perú. La ascensión de un gobierno civil inquietó a muchos militares, que creyeron perder los privilegios que hasta entonces habían disfrutado en la República. Entre ellos se encontraban los hermanos Gutiérrez.
Poco antes del traspaso de mando, el ministro de Guerra Tomás Gutiérrez y sus tres hermanos propusieron a Balta perpetuarse en el poder por medio de un golpe de Estado, desconociendo las elecciones. Al parecer, en un principio el presidente aceptó el plan, pero luego, por consejo de algunos amigos, como Enrique Meiggs, se negó rotundamente a cometer tal ilegalidad. Ante tal situación, Silvestre convenció a Tomás para llevar a cabo el plan golpista, en vista que faltaban pocos días para que se efectuara el cambio de mando. Los Gutiérrez contaban a su favor con un ejército de 7.000 hombres bien armados y con el apoyo de algunos políticos, como Fernando Casós.
El golpe de estado
A las dos de la tarde del 22 de julio de 1872, Silvestre entró en el Palacio de Gobierno al frente de dos compañías de su batallón “Pichincha”, con el fin de relevar las guardias. Afuera, en la Plaza de Armas, se hallaban estacionados el resto del batallón “Pichincha”, el batallón “Zepita” al mando de Marceliano, y algunos soldados de artillería al mando de Marcelino. De pronto, Silvestre se dirigió a las habitaciones interiores de Palacio en busca del presidente Balta. Este, que se hallaba junto a su esposa y su hija Daría (cuyo matrimonio debía realizarse aquella misma noche), al principio opuso resistencia, pero viendo que todo era inútil, salió de Palacio por la puerta principal custodiado por Silvestre, que lo llevó preso al cuartel de San Francisco, donde quedó bajo la custodia de Marceliano. La guarnición del Callao, que se hallaba al mando de Pedro Balta, hermano del presidente, fue fácilmente reducida. Los hermanos Gutiérrez declararon destituido al presidente Balta y proclamaron a Tomás Gutiérrez como General del Ejército y Jefe Supremo de la República.
Esa misma tarde, el Congreso, que se hallaba en Juntas preparatorias, convocó una reunión de emergencia en donde se condenó el golpe militar con duras palabras, pero cuando los representantes terminaban por firmar la declaración, la tropa ingresó al recinto y los sacó a culatazos.
Tomás Gutiérrez solicitó la subordinación de las Fuerzas Armadas y, especialmente, de la Marina de Guerra del Perú, pero esta se mantuvo fiel a la Constitución, suscribiendo un manifiesto a la Nación en el que hizo explícita su decisión de no apoyar al gobierno de facto:
(…) El inaudito abuso de fuerza con que el día de ayer ha sido escandalizada la capital de la república, debía encontrar como en efecto ha sucedido el rechazo más completo de parte de los jefes y oficiales de la Armada que escriben (…)
Firmaron dicho manifiesto marinos notables como Miguel Grau, Aurelio García y García, entre otros. La escuadra se hizo a la mar, con dirección al sur, para alentar la resistencia. El presidente electo, Manuel Pardo y Lavalle, fue trasladado por Melitón Carvajal a la fragata Independencia, que lo transportó a Pisco, salvaguardando así su persona.
Mientras que el pueblo limeño también mostró su desacuerdo con el motín militar. Aunque en un inicio los pobladores no intervinieron, con el correr de las horas empezaron a salir a las calles grupos de manifestantes. En el Callao estalló también la revuelta contra los Gutiérrez y hacia allí se dirigió Silvestre para imponer el orden, lo que logró, no sin esfuerzo.
Muerte de Silvestre Gutiérrez
El coronel Silvestre Gutiérrez.
En la mañana del 26 de julio Silvestre volvió a Lima en el tren de pasajeros y se dirigió a Palacio para entrevistarse con su hermano y darle cuenta de lo ocurrido en el Callao; después del mediodía se dirigió por el jirón de la Unión a la estación de San Juan de Dios (hoy Plaza San Martín), a fin de tomar el tren de vuelta. Pasó en medio de grupos hostiles haciendo alarde de valor y, llegado a la estación, ocupó su asiento en el vagón. Algunos habían pensado en levantar los rieles, pero resolvieron finalmente atacarle de manera directa. Un grupo de ciudadanos empezó a dar vivas a Pardo y al oírlos Silvestre bajó del coche y se asomó a la puerta que daba a la calle de Quilca y disparó su revólver sobre el grupo, hiriendo a un joven llamado Jaime Pacheco; éste disparó a su vez y logró herir al coronel en el brazo izquierdo. El tiroteo duró por unos minutos hasta que una bala disparada por el capitán Francisco Verdejo hirió de muerte en la cabeza a Silvestre.3 La muchedumbre se lanzó sobre él y lo despojó de sus vestiduras, dejando abandonado el cadáver, que fue conducido después por un extranjero anónimo a la Iglesia de los Huérfanos.
Asesinato de Balta
Asesinato de José Balta.
Al enterarse de la muerte de Silvestre, Tomás avisó a su hermano Marceliano, que custodiaba a Balta en el cuartel de San Francisco, por medio de un papel donde escribió: «Marceliano an (sic) muerto a Silvestre. Asegúrate». De inmediato Marceliano formó su batallón y se dirigió a Palacio de Gobierno para reunirse con Tomás.
Mientras tanto, irrumpieron en la habitación donde se hallaba Balta el mayor Narciso Nájar, el capitán Laureano Espinoza y el teniente Juan Patiño, quienes a viva voz llamaron al prisionero por su nombre. Balta, que se hallaba tranquilamente descansando en su lecho después de haber almorzado, no debió escuchar nada, pues sufría de sordera de un oído, por lo que continuó durmiendo; fue entonces cuando salvajemente le dispararon a bocajarro. La muerte de Balta debió ser instantánea, pues una bala le entró por debajo de la barba y le destrozó el cerebro. En el juicio que posteriormente se siguió a los magnicidas, estos alegaron haber seguido órdenes de Marceliano, quien habría vengado así la muerte de su hermano Silvestre. La noticia de la muerte de Balta corrió rápidamente por toda Lima, causando enorme estupor.
¿Ordenó Marceliano el asesinato de Balta?
El coronel Marceliano Gutiérrez.
Muchos han asumido como cierta la declaración de los asesinos de Balta, en el sentido de que cumplían órdenes de Marceliano, pero cabe también la posibilidad de que estos mintieran para escudarse en el obedecimiento al superior a fin de que no recayera sobre ellos todo el peso de la justicia. Algunos indicios parecen hacer verosímil esta teoría. Por ejemplo, se dice que Marceliano intercedió ante Tomás para embarcar a Balta en un buque que debió salir del Callao el 24 de julio, con una bolsa de dinero con gasto de viaje, lo que demostraría que la intención de los hermanos era preservar la vida del presidente; por desgracia el barco se retrasó. Aunque cabe también la posibilidad que ante la muerte de Silvestre y fruto de la sobrexcitación del momento, Marceliano cambiara de parecer y ordenara la muerte de Balta. Lo haría como venganza personal pues había corrido el rumor de que entre los asesinos de Silvestre estaba un hijo de Balta.
En el caso de que los asesinos hubieran actuado por su cuenta, la primera interrogante que salta es el motivo de tan espeluznante crimen. Tal vez el antecedente de uno de los asesinos daría una pista: Nájar era enemigo personal del coronel Balta, pues siendo subordinado suyo en un cuerpo del ejército había sufrido la pena de flagelación.
Muerte de Tomás Gutiérrez
Barricadas en las inmediaciones del cuartel de Santa Catalina. Lima, julio de 1872.
Ante la ebullición popular, Tomás decidió abandonar Palacio de Gobierno y se trasladó al cuartel de Santa Catalina, donde se hallaba su hermano, el coronel Marcelino Gutiérrez. La población sublevada levantó barricadas frente a dicho cuartel, que empezó a sufrir los rigores del sitio, por lo que Tomás se vio obligado a salir con sus tropas, haciendo retroceder con gran esfuerzo a los sitiadores. La hostilidad de la población contra los Gutiérrez aumentó aún más al saberse la muerte de Balta. Las mismas tropas, hasta entonces obedientes a los golpistas, fueron sumándose paulatinamente a la causa popular.
Mientras que Tomás huía por las calles de Lima y Marceliano se dirigía al Callao con su batallón para reprimir al pueblo alzado, Marcelino, el más apacible de los hermanos, se refugió en una casa amiga y logró así salvarse de la furia del pueblo.
Tomás Gutiérrez, con el rostro cubierto y con sombrero de paisano, iba gritando "Viva Pardo" con el objetivo de pasar desapercibido en las calles de Lima; sin embargo tropezó con un grupo de oficiales y civiles capitaneados por el coronel Domingo Ayarza quien lo reconoció inmediatamente. Fue apresado y a sus captores les comentó que fue azuzado por sus jefes para sublevarse, los cuales luego lo abandonaron; se mostró también sorprendido por la noticia del asesinato del presidente Balta. Avanzaron unas cuadras, mientras eran seguidos por una turba que crecía a los gritos, profiriendo amenazas, y al llegar a la plazuela de La Merced, los militares que lo apresaron no pudieron protegerlo más e ingresaron a Tomás en una botica, cerrando enseguida las puertas. Los cadáveres de Tomás y Silvestre Gutiérrez aparecen colgados en los andamios de las torres de Catedral, que en esos días se hallaba en refacciones.Foto Courret.
La muchedumbre rompió las puertas y buscaron a Tomás, al que encontraron escondido en una tina; allí mismo lo mataron de un disparo, para luego sacarlo a la calle. Allí, el cadáver fue desvestido y abaleado, y alguien le cortó el pecho desnudo con un sable mientras decía, aludiendo a la banda presidencial:
¿Quieres banda? Toma banda.
El cadáver de Tomás fue arrastrado hacia la plaza de Armas, mientras la multitud furibunda se enseñaba dándole de cuchilladas y balazos. El cuerpo fue colgado de un farol frente al Portal de Escribanos. Simultáneamente, la muchedumbre sacó de la iglesia de los Huérfanos el cadáver de Silvestre y lo arrastró por las calles de Lima hasta llevarlo a la plaza de Armas, donde igualmente fue colgado de un farol. Las casas de ambos hermanos fueron reducidas a escombros.
Al amanecer del día 27 de julio, ambos cuerpos aparecieron colgados de las torres de la Catedral, a una altura de más de 20 metros, desnudos y cubiertos de horrorosas heridas, un espectáculo nunca antes visto en la capital. Horas después fueron rotas las sogas que los sostenían, cayendo los cuerpos al piso, que se estrellaron contra las baldosas. Luego se armó una hoguera en el centro de la plaza con pedazos de madera de las casas de las víctimas y fueron arrojados al fuego los dos cadáveres.
Muerte de Marceliano Gutiérrez
El cadáver de Marceliano Gutiérrez es arrastrado por las calles de Lima hacia la Plaza de Armas.
Mientras tanto, en el Callao, Marceliano adoptó disposiciones para repeler al pueblo, pero cuando se disponía a disparar un cañón de grueso calibre sufrió un disparo en el estómago, que le quitó la vida. Se dice que sus últimas palabras fueron: «Muere otro valiente». Se afirma además que el tiro provino de uno de sus propios soldados. Fue enterrado en el Cementerio Baquíjano, pero al día siguiente un grupo de exaltados provenientes de Lima se llevaron el cadáver arrastrándolo hasta la Plaza de Armas de Lima, donde fue arrojado a la hoguera que ya consumía los cuerpos de Tomás y Silvestre.
Marcelino, el único sobreviviente
El coronel Marcelino Gutiérrez.
Marcelino, el único hermano sobreviviente, huyó al Callao, pero al cabo de unos días fue detenido, conducido a Lima y sometido a juicio. Mediante una ley de amnistía fue dejado libre ocho meses después. No se le halló responsabilidad en el asesinato del presidente Balta.
Marcelino retornó al valle de Majes a trabajar la tierra. En 1880 el dictador Nicolás de Piérola le ordenó organizar en Arequipa el batallón «Legión Peruana», cuya jefatura asumió hasta el mes de julio de ese año. Eran los días duros de la Guerra del Pacífico. Acabada la contienda, Marcelino se estableció en Arequipa. De marzo a abril de 1884 comandó el batallón de gendarmes de la ciudad. Entre 1894 y 1895 trabajó en la prefectura. Murió de un ataque al corazón en 1904.
Vuelta a la legalidad
Tras los penosos sucesos ocurridos en Lima, el candidato electo Manuel Pardo retornó, siendo recibido en triunfo en el Callao. Se trasladó a Lima, donde ante una muchedumbre impresionante, pronunció un discurso que comenzaba exactamente con estas palabras:
Habéis realizado una obra terrible; pero una obra de justicia.
Interinamente, se encargó del poder el primer vicepresidente Mariano Herencia Zevallos, con la misión de culminar el periodo de Balta. Días después, Manuel Pardo juró como presidente de la República, el 2 de agosto de 1872.
El rey hitita Tudhaliya IV, hijo y sucesor de Hattusili, no solicitó el apoyo de Babilonia cuando se enfrentó con los asirios en la batalla de Nihriya (c. 1230) en el norte de Mesopotamia, y fue derrotado rotundamente por ellos.
Asiria y Hatti en conflicto Hemos notado la participación de Ini-Teshub en este asunto. Como virrey de Carquemis, Ini-Teshub demostró ser un administrador altamente competente y un apoyo invaluable para el Gran Rey por su gobierno eficiente de su propio reino, y más ampliamente por el papel vital que jugó en el mantenimiento de la estabilidad dentro de los territorios sirios de Hatti, particularmente en este momento. época en que aumentaban los temores de una renovada agresión asiria. El padre de Tudhaliya, Hattusili, había tratado de cultivar buenas relaciones con el rey asirio Salmanasar I (c. 1263-1234), 19 y durante un tiempo hubo paz entre los Grandes Reinos. Pero las tensiones volvieron y se intensificaron drásticamente durante el reinado de Tudhaliya, especialmente cuando Salmanasar invadió y destruyó el reino de Hanigalbat, respaldado por los hititas, el último remanente del antiguo imperio de Mitannia. El territorio de Hanigalbat se había extendido hasta la orilla este del Éufrates. Al conquistarlo, Salmanasar expandió su poder a la amplitud de un río del territorio hitita. Una invasión asiria de los estados sirios de Tudhaliya parecía inminente. Luego llegó la noticia de la muerte de Salmanasar y su reemplazo en el trono asirio por su joven hijo Tukulti-Ninurta. Tudhaliya escribió al nuevo rey en términos cordiales, felicitándolo por su ascenso y alabando las hazañas de su padre, una pieza necesaria de hipocresía diplomática. Hizo una oferta explícita de amistad al nuevo rey, quien escribió una cálida carta en respuesta, expresando su propio deseo de amistad. Quizás esto marcaría el comienzo de una nueva era de paz entre Hatti y Asiria.
Era demasiado bueno para ser verdad. Tukulti-Ninurta apenas había subido a su trono antes de comenzar los preparativos para una gran ofensiva contra varios estados hurritas en el norte de Mesopotamia. Esta fue una noticia alarmante para Tudhaliya. Porque una conquista asiria de la región le daría a Tukulti-Ninurta el control de las principales rutas que atraviesan el Éufrates hacia el territorio hitita en Anatolia. El hecho de que su súbdito aterrizara a lo largo de la orilla este del río le proporcionaba acceso inmediato a Siria. El tiempo de las posturas diplomáticas terminó, y Tudhaliya declaró al rey asirio su enemigo. Esto lo aprendemos de un tratado que redactó con el rey amurrita Shaushgamuwa. Hatti y Asiria estaban ahora en guerra, informó a su vasallo. Se iban a imponer prohibiciones a todos los tratos comerciales entre Amurru y Asiria: `Así como el rey de Asiria es enemigo de Mi Sol, también debe ser tu enemigo. Ningún comerciante suyo debe ir a la tierra de Asiria, y no debe permitir que ningún comerciante de Asiria entre o pase por su tierra. Sin embargo, si un comerciante asirio llega a su tierra, apresarlo y enviarlo a Mi Sol. ¡Que esta sea tu obligación bajo juramento divino! Y como Yo, Mi Sol, estoy en guerra con el rey de Asiria, cuando llame tropas y carros, tú debes hacer lo mismo ".
Ahora era inevitable un enfrentamiento entre los dos Grandes Reyes. Tuvo lugar en la región de Nihriya en el noreste de Mesopotamia, probablemente al norte o noreste de la moderna Diyabakir. En una carta al rey de Ugarit, Tukulti-Ninurta describió el conflicto, renunciando a toda responsabilidad por iniciarlo. No deseaba la guerra con Hatti, declaró. Su campaña se había dirigido principalmente a una región llamada tierras Nairi, que no tenía nada que ver con los hititas. Tudhaliya vio las cosas de manera diferente. La campaña asiria en la región fue sólo una etapa más en la continua expansión del imperio asirio que finalmente amenazó a Hatti, y él tomó la decisión de enfrentarse a las fuerzas asirias allí mismo, fuera del territorio hitita y en apoyo de los reyes locales que estaban el objeto de la ofensiva asiria. Tukulti-Ninurta envió un ultimátum a Tudhaliya para que retrocediera y se retirara de Nihriya. Cuando Tudhaliya lo ignoró y continuó su avance, Tukulti-Ninurta ordenó a sus fuerzas que atacaran. Si hemos de creer lo que cuenta en su carta al rey ugarítico, las fuerzas hititas fueron derrotadas. Fue una de las pocas ocasiones en la historia de la Edad del Bronce Final en que dos de los Grandes Reinos se encontraron en una batalla campal. Y aunque solo tenemos la versión asiria del compromiso, es casi seguro que los hititas fueron derrotados en gran medida. Con sus fuerzas de defensa ahora sustancialmente debilitadas, todo parecía listo para una invasión asiria a través del Éufrates. De hecho, dos inscripciones posteriores del reinado de Tukulti-Ninurta pueden indicar que los asirios atacaron el territorio hitita en ese momento. Las inscripciones se refieren a la captura de 28.800 soldados "de Hatti" del otro lado del Éufrates. Pero la mayoría de los estudiosos piensan que la cifra es muy exagerada y que todo el episodio indica nada más que un pequeño choque fronterizo. Ninguno cuanto menos, hay pocas dudas de que después de la victoria asiria en Nihriya, Tudhaliya temía una invasión asiria generalizada de su reino, y poco podía haber hecho para evitarlo.
Luego llegaron noticias que lo llevaron a dar un gran suspiro de alivio. Inexplicablemente, al menos para nosotros, Tukulti-Ninurta cambió repentinamente de dirección. En lugar de lanzar una invasión al oeste del Éufrates, se volvió contra su vecina del sur, Babilonia, y pasó gran parte del resto de su carrera enfrascado en un conflicto con los babilonios. Hatti se salvó de los estragos de una invasión asiria.
Pero el final estaba a la vista de todos modos, para el mundo tal como lo conocían los hititas y sus súbditos. Esta fase de la historia de Siria casi ha terminado.
Singer, I. 1985. "La batalla de Nihriya y el fin del imperio hitita",
Borja Cardelús: «Si a América hubiera llegado antes Inglaterra, los indios hubieran sido exterminados»
En
su nuevo libro, ‘América hispánica’ (Almuzara), este abogado,
economista y divulgador cultural aglutina los grandes temas que
cimentaron la civilización hispánica
Una Roma en América. En cuanto comprendieron la magnitud de la empresa que tenían entre manos, los Reyes Católicos
buscaron la manera de romanizar América, esto es, «de trasladar la
cultura grecorromana al otro lado del charco y de mestizar a sus
habitantes», como apunta Borja Cardelús, que acaba de publicar el libro
‘América hispánica’ (Almuzara). La magna obra (casi 900
páginas) de Cardelús aglutina los grandes temas que han centrado el
interés en los últimos años de este abogado, economista y divulgador
cultural. De las leyes de Indias a las huellas españolas en
Norteamérica, pasando por la historia del Galeón de Manila o la aventura de Hernán Cortés,
la ‘América hispánica’ desgrana el mestizaje físico y cultural que dio a
luz a una civilización de 600 millones de personas. «El legado
hispánico está vivo hoy, no solo es Historia, sino presente», recuerda.
Imperios
como el español han servido a lo largo de la historia para abrir
caminos, puestos comerciales, universidades, hospitales y toda suerte de
estructuras para unir bajo una figura supranacional a muchos pueblos
que, viviendo a pocos kilómetros, no habían interactuado nunca entre
ellos. Solo los imperios que han traído prosperidad con ellos han
sobrevivido en el tiempo. Y solo ellos pueden llamarse imperios. Que el
español sobreviviera casi quinientos años habla de lo rocoso de sus
cimientos.
–¿Está amenazado ese legado hispánico más que nunca?
–La
civilización hispánica está amenazada desde el siglo XVIII, cuando
irrumpieron todas
las ideas nuevas de la Ilustración y España pasó a un
segundo plano intelectual. Considero, igualmente, que hay muchos grupos
que han comprendido al fin que la verdad está en la civilización
hispánica y que la Ilustración lo que dejó es muchos males actuales como
el progreso material y un individualismo excesivo. La civilización
hispánica está montada sobre cosas muy antiguas, como la artesanía o la
relación con la tierra, mientras que la Ilustración cabalga sobre la
industria, el comercio libre…
–Cuando se tiran estatuas españolas en América, ¿quiénes son los damnificados?
–Están
tirando piedras contra su propio tejado. Por un lado, los indígenas son
descendientes de personas que fueron protegidas por gente como Fray
Junípero Serra, que los capacitó en agricultura, ganadería y lenguaje
para poder adaptarse a la cultura occidental. Gracias a eso
sobrevivieron cuando los anglosajones llegaron a sus tierras. Por otra
parte, la contaminación política ha hecho que los propios hispanos se
hayan creído falsedades tales como el genocidio o el robo de oro. La
incultura y la falta de criterio han hecho que los propios criollos
ataquen sus principios, sus esencias culturales, a sus personajes
históricos.
–Un argumento recurrente en países hispanoamericanos es que España es culpable de sus males recientes.
–Si
en vez de España hubiera llegado Inglaterra antes a toda América, los
indios hubieran sido exterminados. Si hubieran sido los portugueses,
hubieran sido esclavizados todos. Y si hubieran sido los franceses,
hubieran quedado alcoholizados, como hicieron en los territorios que
controlaron en Norteamérica. El único país que aplicó realmente una
política proteccionista, basada en el humanismo cristiano, fue España.
Es un tópico culpar a España de los males presentes.
Cuando se resquebrajó la Monarquía católica y se rompió la
Pax Hispánica, el continente se fragmentó en una veintena de repúblicas y
comenzó un caos tremendo. Sin la tutela de la Corona españa, se entró
en una vorágine de guerras civiles, de extinción de tribus y en el puro
caos. La culpa de todo lo que ha pasado no es por la responsabilidad
española, sino por lo que han hecho en los últimos doscientos años
ellos.
–En su libro dedica un importante espacio a las Leyes de Indias como piedra angular para el mestizaje.
–Las
Leyes de Indias es un cuerpo jurídico de más de siete mil leyes que
están basadas en la Escuela de Francisco de Vitoria y buscan proteger al
indio, su dignidad, sus tierras, su integridad jurídica. Se establece
que sean retribuidos de forma justa y en dinero, no especies. Las leyes
marcaron la pauta de la presencia de España en América durante siglos.
Hernán Cortés tuvo un papel fundamental para su éxito cuando las aplicó
en México y logró que el resto de conquistadores con grandes territorios
bajo su control le siguieran. Tomó la determinación de aplicar una
estrategia muy distinta de la antillana, que había estado muy basada en
la explotación de los indios, y ordenó traer colonos, frailes,
oficios... Ahí es cuando quedó claro que no serían colonias, sino una
Nueva España. Marcó el modelo para todo el continente y por eso es tan
importante conmemorar su hazaña estos días.
–Usted que
también es abogado, ¿no le llama la atención lo obsesionados que estaban
los españoles con el cumplimiento de las leyes incluso en esos años?
–España
fue muy reglamentista y fue documentándolo todo al milímetro. En el
Archivo de Indias se encuentra cada acto documentado porque de cada
suceso podían derivar consecuencias muy graves.
Cualquier motín o alzamiento de un capitán era muy
severamente castigado. Cortés, cuando se alejó de las instrucciones de
Velázquez, gobernador de Cuba, procuró hacerlo con toda delicadeza y
buscando legalizar su situación de cara al Emperador. El aspecto legal
fue muy importante desde el principio.
–En estos años también se conmemora la Primera Circunnavegación a la Tierra, ¿cómo fue el paso de España por el Pacífico?
–España
tiene tanta historia que ha relegado a un segundo plano lo que hizo en
el Pacífico. España no solo dio la vuelta al mundo, es que descubrió
Australia, aunque no se reconozca, todo tipo de archipiélagos como
Hawai, y navegó por los confines de este océano. En otro país esto daría
para muchas películas y libros, y por eso lo incluyo en mi obra. El
Pacífico fue llamado el mar español porque nadie que no fuera español
podía entrar allí más allá de algunos piratas. España tuvo controlado
todo un océano durante doscientos cincuenta años.
La conquista del Colorado, óleo de Augusto Ferrer-Dalmau que retrata la expedición de Francisco Vázquez de Coronado.
–¿Se corre el riesgo de caer en una leyenda blanca por combatir la leyenda negra?
–No,
la leyenda negra ha sido tan exagerada, tan extrema, que basta con
contrarrestarla usando la verdad. No hubo genocidio en América, como sí
lo hubo en los territorios bajo control de Inglaterra. Es cierto que los
primeros años de España en América fueron dolorosos por la mortandad
causada por los virus europeos, que afectaron de manera contundente a
los indios. Sin embargo, cuando España llegó a América había unos 13
millones de indios, y cuando España se marchó, había 16 millones.
Las Leyes de Indias fueron tan paternalistas con los nativos
que los protegió. Mientras que Inglaterra se apropió de sus tierras,
les quitó sus recursos y, cuando protestaron, les aniquilaron. Cuando
los ingleses llegaron a sus territorios en Norteamérica, había un millón
de indios, pero cuando salieron quedaban medio millón, todos ellos en
los territorios colonizados por España.