martes, 9 de julio de 2024

Argentina: La revolución radical de 1905

La revolución radical de 1905





El 4 de febrero de 1905 tuvo lugar la revolución cívico-militar organizada por la Unión Cívica Radical y dirigida por Hipólito Yrigoyen, que intentó derrocar al gobierno constitucional de Manuel Quintana, en reclamo de elecciones libres y democráticas. Fue una de las rebeliones más importantes que sufrió la Argentina hasta ese momento, por el número de militares comprometidos, las fuerzas vinculadas y la extensión del movimiento a lo largo del país.



Hacia finales de 1893 la Unión Cívica Radical enfrentaba su primera disputa interna y se encontraba dividida en dos grupos: los radicales rojos que apoyaban la conducción del partido por parte de Leandro Alem, y los radicales líricos que apoyaban la interpretación de Hipólito Yrigoyen respecto a la toma del poder y su liderazgo en el radicalismo.



Los rojos eran partidarios de la revolución como método para cambiar el sistema imperante mientras que los líricos eran considerados "evolucionistas" y no confiaban en la realización de un golpe de estado como método para los cambios que ellos consideraban necesarios.




Apoyaban a Alem en la interna partidaria dirigentes como Bernardo de Irigoyen, Francisco Barroetaveña, Leopoldo Melo, Mariano Demaría, Lisandro de la Torre, Vicente Gallo, Simón S. Pérez, Joaquín Castellanos, Adolfo Saldías, José Nicolás Matienzo, Martín Torino, Mariano Candioti, Adolfo Mugica, Víctor M. Molina, entre otros. Apoyan a Yrigoyen algunos jóvenes como Marcelo T. de Alvear y la mayoría de los dirigentes radicales en la provincia de Buenos Aires, cuyo comité provincial estaba liderado por el mismo Yrigoyen.





En 1896, Aristóbulo Del Valle fallece y Leandro Alem, hundido en una profunda depresión afectado por las sucesivas derrotas políticas, una fallida relación amorosa y la profunda división interna del radicalismo, se suicida. En ese momentos los dos grupos radicales intentan volver a unificarse ante la muerte de los dos máximos líderes del partido. Pero la unión duró poco y en 1897 se vuelve a producir la separación.




Los ex rojos, ahora liderados por Bernardo de Irigoyen y llamados radicales coalicionistas o bernardistas, luego del suicidio de Alem, intentan alcanzar un acuerdo con el general Bartolomé Mitre y la Unión Cívica Nacional para enfrentar al roquismo en los comicios presidenciales y de Buenos Aires de 1898. El acuerdo incluía la formación de una fórmula mixta para la presidencia de la Nación, encabezada por el radical Bernardo de Irigoyen, y lo mismo, pero encabezada por el ingeniero Emilio Mitre, dirigente de la UCN, para la gobernación de la provincia de Buenos Aires.



Este acuerdo se lo conoció como la "política de las paralelas" y ponía la semilla para una futura reunificación de la Unión Cívica, como estaba confirmada en 1890 antes de la división que aconteció al año siguiente entre radicales y mitristas, pero Yrigoyen y sus aliados (ahora conocidos como intransigentes o hipolistas) se negaron a aceptarla e hicieron todo lo posible para boicotearla desde su bastión del comité radical de la provincia de Buenos Aires.



Al final el acuerdo entre radicales y mitristas se cayó definitivamente debido a la acción de Yrigoyen de disolver el Comité de la Unión Cívica Radical de la provincia de Buenos Aires, lo que terminó con toda posibilidad que el radicalismo de la provincia aceptara un candidato mitrista para la gobernación de la provincia. La caída de la política de las paralelas pavimentó el camino para la segunda presidencia del general Julio Argentino Roca.



Aun así, en la provincia de Buenos Aires, los autonomistas nacionales de Pellegrini, los radicales coalicionistas y los intransigentes de Hipólito Yrigoyen lograron negociar en el Colegio Electoral y lograron establecer a Bernardo de Irigoyen, líder de los radicales coalicionistas, como gobernador de la provincia junto al radical intransigente Alfredo Demarchi como vicegobernador, para arrebatarle la provincia a la Unión Cívica Nacional, quienes habían vencido en el voto popular.




A lo largo de los siguientes años el radicalismo ingresaría en un tumultuoso periodo en el que todas las estructuras partidarias colapsaron y la interna entre coalicionistas e intransigentes nunca se saldo. Durante la gobernación de Bernardo de Irigoyen, los hipolistas fueron sus principales opositores, por lo tanto el gobierno provincial sobrevivió gracias al apoyo de los pellegrinistas y del gobierno nacional de Roca.



Para el año 1900, el sector bernardista del radicalismo, que agrupaba a algunos de los hombres que más cercanos habían sido de Alem, se incorporaron al Partido Autonomista de la provincia de Buenos Aires, que lideraba Carlos Pellegrini. La fusión entre el Partido Autonomista y el sector bernardista del radicalismo eventualmente resultó en la formación de los Partidos Unidos, que llevó a Marcelino Ugarte a la gobernación de Buenos Aires en 1902, siendo el ex radical Adolfo Saldías su vicegobernador.




Hacia los primeros años del siglo XX, la Unión Cívica Radical había dejado de existir oficialmente. Pero la sobrevivencia del radicalismo como fuerza política hasta la actualidad fue mayormente obra del trabajo de Hipólito Yrigoyen y el círculo político que lo acompañaba desde la interna partidaria de 1893. A comienzos de 1903, Yrigoyen comenzó a reorganizar a la Unión Cívica Radical, invitando a un acto político para el 26 de julio de ese año, en el decimotercero aniversario de la Revolución del Parque.



El acto recibió una gran respuesta del público y fue asistido por aproximadamente 50.000 personas. Yrigoyen también tuvo éxito en atraer a importantes figuras que habían formado parte de las filas del radicalismo y que para esos años formaban parte de otros partidos políticos, como el caso del cordobés Pedro C. Molina, que formaba parte del Partido Republicano, liderado por Emilio Mitre.


En octubre de 1903, se reunió en Buenos Aires la llamada "Convención de Notables", formada por más de 300 dirigentes políticos de todo el país, que tenía como objetivo elegir al candidato a presidente que debía reemplazar a Julio Argentino Roca en el cargo en 1904.



La Convención de Notables se desarrolló en medio de la fuerte disputa entre Roca y Carlos Pellegrini, que se venía dando desde la ruptura de relaciones entre ambos en 1901 luego de un desacuerdo por un proyecto de unificación de la deuda externa, que dividió al Partido Autonomista Nacional en dos sectores: roquistas y pellegrinistas.




Antes de la convención, Pellegrini se perfilaba como el principal candidato a la presidencia de la Nación pero durante el desarrolló de la misma, Roca logró bloquear la candidatura de Pellegrini. Por esa razón, Pellegrini acusó públicamente a Roca de destruir al Partido Autonomista Nacional. La ruptura entre ambos, que se insinuó en la segunda presidencia de Roca, terminó por concretarse y Pellegrini fundó el Partido Autonomista. Por tal motivo Pellegrini y sus partidarios abandonaron la convención, cosa que también hizo el núcleo político que lideraba Bernardo de Irigoyen.


Debido a la ruptura con Pellegrini y con parte de la dirigencia del interior, Roca tuvo que pactar con Marcelino Ugarte, gobernador de Buenos Aires, quien impuso el nombre de Manuel Quintana como candidato a la presidencia para intentar posicionarse él como su sucesor. El triunfador de la Convención de Notables fue Marcelino Ugarte quien pudo imponer a Manuel Quintana, que era un hombre "extraño a los partidos" y que había sido rival político de Roca en 1893/1894 cuando se desempeñaba como hombre fuerte del gobierno de Luis Sáenz Peña, como presidente y aceptó al cordobés José Figueroa Alcorta, nombre que impulsaban las dirigencias del interior asociadas al oficialismo, como vicepresidente.




En febrero de 1904, Yrigoyen organizó una convención partidaria, la primera desde la convención de 1897 que debatió la política de las paralelas. Sin embargo, casi ningún antiguo alemnista o bernardista regresó a las filas partidarias y el radicalismo que se reorganizaba estaba compuesto casi exclusivamente por aquellos hombres que formaron parte del viejo grupo radical bonaerense de Yrigoyen.



La reconstrucción de la UCR llevada a cabo por Yrigoyen mostró una serie de rasgos distintivos. Para reunir al partido, el líder bonaerense recurrió a los símbolos sagrados del radicalismo: la figura de Alem, la revolución de julio de 1890, las convenciones partidarias y la revolución. Yrigoyen supo emplear la simbología partidaria para darle a su organización una imagen de continuidad con la agrupación original.


Obviamente no fue mencionado que durante la década de 1890 el sector político de Yrigoyen se había comportado como una organización independiente del tronco partidario, que su líder había mantenido una tensa relación con Alem, que la participación de Yrigoyen en la revolución del Parque de 1890 había sido menor, que se sospechaba que se había negado a cooperar en los alzamientos armados proyectados por Alem después de 1893, y que había desafiado la autoridad de la última convención del partido en 1897.




Mientras que otros sectores del viejo radicalismo se habían dispersado y fundido en diferentes partidos políticos, Yrigoyen se presentaba como el heredero legítimo de la Unión Cívica Radical, leal a sus objetivos y estrategias fundacionales. La nueva organización radical se manifestaba contra la omnipotencia del PAN, contra su política económica, contra la corrupción, y contra la ausencia de garantías para elecciones limpias.




La UCR retomaba en parte su viejo lenguaje y estilo, aunque lo hacía en un contexto marcadamente distinto al anterior y con algunas particularidades propias. En la primera década del siglo XX, el PAN se encontraba en plena decadencia y completamente dividido, la economía retornaba a sus altos ritmos de crecimiento y nuevos partidos políticos, como el Socialista y el Republicano, experimentaban los beneficios directos de la competencia electoral.




El 29 de febrero de 1904, el recién reorganizado Comité Nacional de la Unión Cívica Radical declaraba la abstención electoral del partido en las elecciones presidenciales y legislativas del año 1904. Pero mientras declaraban su abstensión electoral para los comicios de 1904, sus dirigentes conspiraban. Hipólito Yrigoyen había recorrido el país convenciendo y comprometiendo a centenares de militantes radicales y jóvenes oficiales del Ejército, e incluso había formado una junta revolucionaria que lideraba, secundado por José Camilo Crotto, Delfor del Valle y Ramón Gómez.



El objetivo inicial era que este movimiento revolucionario estallara el 10 de septiembre de 1904, durante el gobierno de Julio Roca. Pero la revolución debió postergarse. El gobierno sospechaba y había tomado algunas medidas preventivas. Yrigoyen, único que conocía toda la trama revolucionaria, decidió esperar el momento adecuado.




El 12 de octubre de 1904, Roca completó su mandato presidencial y entregó la presidencia a su sucesor, Manuel Quintana. Por su parte, Yrigoyen les explicaba a sus correligionarios que no se trataba de una revolución contra una persona sino contra "el Régimen", por lo que poco importaba si se iniciaba antes o después.



Finalmente, en la madrugada del 4 de febrero de 1905, el movimiento revolucionario cívico-militar, que se venía preparando desde principios de 1904 por los dirigentes de la Unión Cívica Radical y aliados dentro del Ejército, se inició en la Capital Federal, Bahía Blanca, Mendoza, Córdoba, Rosario y Santa Fé.



En la Capital Federal, el elemento clave del complot era la toma del Arsenal, desde donde se distribuirían armas a grupos de militantes radicales. Sin embargo, una infidencia permitió al gobierno conocer el plan revolucionario. El general Carlos Smith, jefe del Estado Mayor, en colaboración con el coronel Rosendo Fraga, jefe de policía de la Capital Federal, se anticipó y se hizo fuerte en el Arsenal, impidiendo el levantamiento de los vecinos regimientos 1 y 10 de infantería. De esta forma evitó que grupos de revolucionarios civiles fueran provistos de armamento. Sin esas armas el plan estaba destinado a fracasar. Si bien en las jornadas previas el caudillo radical había advertido la posibilidad de un fracaso, ya era tarde para dar la contraorden. No obstante, lo ocurrido en el Arsenal no fue suficiente para detener a centenares de militantes radicales que, durante toda la madrugada, atacaron numerosas comisarías de la ciudad.



El gobierno del presidente Manuel Quintana, que conocía los planes revolucionarios, reaccionó con rápidas medidas: declaró el estado de sitio en todo el país por los próximos noventa días, y estableció la censura de prensa. La policía, leal al gobierno nacional, allanó decenas de edificios en busca de revolucionarios. Tan sólo algunas tropas del 9 regimiento de Infantería marcharon hacia Buenos Aires desde Campo de Mayo, pero poco después se dispersaron. Las tropas leales y la policía recuperaron pronto las comisarías tomadas por sorpresa y los cantones revolucionarios. Al mediodía del 4 de febrero la revolución en la Capital Federal había sido vencida completamente.




Pero no ocurría lo mismo en otros lugares del país.  El levantamiento había tenido éxito en Mendoza, Córdoba y Bahía Blanca, donde los civiles habían contado con el apoyo de varios regimientos militares. En Mendoza, toda la guarnición militar se sumó al alzamiento junto a un regimiento de artillería de montaña de San Juan. Estas tropas proveyeron armas a los civiles que se identificaban con sus boinas blancas. Los revolucionarios atacaron la capital mendocina, se llevaron 300.000 pesos del Banco Nación y atacaron los cuarteles defendidos por el teniente Basilio Pertiné. El gobierno mendocino y algunos militares intentaron resistir en la Casa de Gobierno pero depusieron las armas. José Néstor Lencinas, jefe de la Junta Revolucionaria, constituyó un gobierno provisional luego de derrocar al gobernador constitucional Carlos Galigniana Segura.




En Córdoba, las tropas militares al mando del coronel Daniel Fernández se movilizaron desde las primeras horas de la madurgada y comenzaron a moverse luego de una arenga del coronel Fernández, en la que dijo: “¡Soldados: vamos a realizar una cruzada trascendental! Para la argentinidad próxima a morir, que es el reverso de Caseros y Pavón”!




Las tropas militares rebeldes tomaron la Jefatura de Policía, coparon la ciudad capital y se enfrentaron contra las tropas leales al gobernador Olmos, dirigidas por el coronel Gregorio Vélez. Las hostilidades, duraron hasta el mediodía y arrojaron varios muertos de ambos bandos. Una vez finalizados los comabates, derrocaron al gobierno de José Vicente Olmos para imponer un gobierno provisional al mando del coronel Daniel Fernández, acompañado por Abraham Molina y Aníbal Pérez del Viso como ministros. La proclama difundida en Córdoba marca el tono de los revolucionarios radicales: "... ha llegado el día en que termina el régimen oprobioso que ha dominado el país desde hace 30 años, cubriéndolo de ignominia ante propios y extraños".



En Córdoba, los revolucionarios radicales tomaron como rehenes al gobernador Olmos, al vicepresidente José Figueroa Alcorta, que por casualidad se hallaba en Córdoba, al diputado Julio Roca, hijo del general Julio Argentino Roca, a Francisco J. Beazley, que regresaba de actuar como interventor en San Luis, a Felipe Yofre, exministro del Interior durante la presidencia de Roca, al Barón Antonio Demarchi, yerno del expresidente Roca, entre otros funcionarios y dirigentes políticos de la oposición.



Los radicales también se dirigieron hacia la estancia La Paz, propiedad de Julio Argentino Roca, para intentar detener al expresidente, pero Roca, que había sido advertido de que los revolucionarios se dirigían hacia su estancia, logró escapar de ser tomado prisionero y se dirigió a la vecina provincia de Santiago del Estero.



En Rosario las tropas militares radicales marcharon desde San Lorenzo hacia Rosario, donde grupos civiles habían tomado la estación del Ferrocarril Central Argentino. En Rosario también se produjeron intensos combates en la zona del Arroyito. Sin embargo, conocido el fracaso de la revolución en Buenos Aires, las tropas sublevadas retornaron a sus cuarteles, y abandonaron a su suerte a los civiles.



Las tropas sublevadas en Bahía Blanca y otras ciudades del interior ni tuvieron perspectiva, ni hallaron eco en el pueblo. El presidente Manuel Quintana empleó la misma táctica usada en 1893 para sofocar el movimiento radical; el estado de sitio se convirtió en ley marcial. Pese a los éxitos iniciales en Córdoba y Mendoza, el gobierno nacional mantenía la situación bajo control y envió tropas desde diferentes puntos del país para reducir los focos revolucionarios.



La intentona revolucionaria no había prosperado en las otras provincias, y los radicales cordobeses quedarían solos en la lucha. En búsqueda de una salida a la difícil situación, el ministro revolucionario Aníbal Pérez del Viso llevó al vicepresidente Figueroa Alcorta hasta las oficinas del telégrafo, donde le hizo establecer comunicación con el presidente Manuel Quintana. Una vez realizada la misma, Pérez del Viso tomó el lugar de Figueroa Alcorta y comenzó a proponer distintas soluciones, que obviamente protegían a los insurrectos. Los revolucionarios llegaron a solicitarle al presidente Quintana su renuncia a cambio de la vida del vicepresidente Figueroa Alcorta, sin embargo el presidente no cedió y la amenaza no fue ejecutada.


Al acercarse las poderosas columnas encabezadas por los generales Lorenzo Winter e Ignacio Fotheringham, los revolucionarios en Córdoba y Mendoza comenzaron a dispersarse. Finalmente la Junta Revolucionaria Radical decidió deponer las armas para evitar más derramamiento de sangre. El 8 de febrero, no quedaba ningún foco revolucionario en toda la República. Inmediatamente, el gobierno del presidente Manuel Quintana, detuvo y mandó a enjuiciar a los sublevados, que fueron condenados con penas de hasta 8 años de prisión y enviados al penal de Ushuaia, muchos otros se exiliaron en Chile o Uruguay. En el caso de los militares, quienes se plegaron al alzamiento perdieron sus carreras.



La represión se llevó a cabo contra los revolucionarios radicales y simultáneamente contra el movimiento obrero, los socialistas y sus organizaciones, su prensa, etc, aunque ellos no había tenido ninguna vinculación con el movimiento del 4 de febrero. Fueron detenidos centenares de gremialistas, la prensa socialista y anarquista fue prohibida, se allanaron los locales de los periódicos La Vanguardia y La Protesta, entre otros, y los locales sindicales fueron clausurados.



Después de los sucesos del mes de febrero, Quintana se dirigió al Congreso y dijo al respecto: "Al recibir el gobierno conocía la conspiración que se tramaba en el Ejército y por eso dirigí aquella incitación para se mantuviera extraño a las agitaciones de la política invocando al mismo tiempo el ejemplo de sus antepasados y la gloria de sus armas. Una parte de la oficialidad subalterno no quiso escucharme y ha preferido lanzarse a una aventura que no excusa la inexperiencia ante los deberes inflexibles del soldado".




Luego de la derrota de la revolución, Yrigoyen se retiró a la clandestinidad ya que era buscado por las autoridades nacionales y durante meses no se tuvo noticias sobre su paradero. Finalmente, el 19 de mayo, se presentó ante la Justicia para asumir su responsabilidad como jefe máximo de la Junta Revolucionaria.



La revolución fue derrotada, pero desencadenaría una corriente de cambio institucional dentro del oficialismo que ya no podría ser detenida. El Partido Autonomista Nacional se había dividido, y tanto Carlos Pellegrini como Roque Sáenz Peña, principales referentes del nuevo Partido Autonomista, fundado en 1903, comprendían la necesidad de realizar profundos cambios institucionales si se pretendía contener el creciente conflicto social y político.




Aunque por el momento las hostilidades contra el gobierno nacional seguían en alta y el 11 de agosto de 1905 se produjo un atentado contra Quintana, mientras se dirigía en su carruaje a la Casa de Gobierno, un hombre dispara varias veces contra el presidente sin lograr hacer fuego. El coche siguió su marcha, y los agentes de custodia detuvieron al agresor, que resultó ser un obrero catalán llamado Salvador Planas y Virella, simpatizante anarquista, que actuó por iniciativa propia.



En marzo de 1906 fallece el presidente Manuel Quintana y es reemplazado en el cargo por José Figueroa Alcorta, quien hasta entonces era el vicepresidente de la Nación y se inclinaba políticamente hacia el pellegrinismo. En junio de 1906, Figueroa Alcorta y Pellegrini impulsan una Ley del Olvido, para ofrecer una amnistía general a todos los radicales participantes de la revolución del año anterior, desterrados en Uruguay y Chile o que se hallaban ocultos o presos.



En los años que siguieron, el radicalismo fue creciendo en apoyo entre los sectores de la incipiente clase media de la Capital Federal y del interior, especialmente entre aquellos jovenes profesionales, hijos de inmigrantes. También cambió la composición social de la dirigencia radical con respecto a aquella de la década de 1890. La mayoría de sus dirigentes pareció provenir mayormente de fdamilias que habían llegado al país en fechas recientes y que habían tenido poca o ninguna participación en política. En comparación a aquella luego de la Revolución del Parque, en donde sus dirigentes provenían de familias tradicionales del país.



El sistema político también fue cambiando en aquellos años, cuando un sector de la clase dirigente decidió una apertura y una transformación de las reglas de juego de la política. Los reformistas encabezados por el presidente Figueroa Alcorta creían en la necesidad de promover una reforma electoral que estableciera un gobierno realmente representativo. Y la reforma electoral finalmente llegó, en 1912, de la mano de Roque Sáenz Peña. Cuatro años después, el 12 de octubre de 1916, el líder de la revolución de 1905, Hipólito Yrigoyen, asumía como presidente de la Nación.





domingo, 7 de julio de 2024

viernes, 5 de julio de 2024

Argentina: Visita de un príncipe a La Plata

 

El príncipe que llegó a La Plata y dijo que era una "ciudad fantasma"

Luis de Orleans y Bragance recorrió la capital bonaerense a comienzos del siglo XX. Asistió al Museo de Ciencias Naturales y presenció una identificación dactiloscópica hecha por Juan Vucetich. Advirtió sobre la falta de proyección del puerto y la escasez de población



De la noche a la mañana, alzar allí una ciudad destinada, en sus pensamientos, a convertirse en rival de la metrópoli que les habían quitado.

Hechas estas reservas, no tengo dificultad alguna en adherirme a la opinión del publicista que cité con anterioridad. Si las manzanas se llenaran de casas de habitantes, no hay duda de que La Plata se convertiría en la ciudad más bella de la Unión. Pero me parece que este “si” representa a la mas improbable de las hipótesis. No se improvisa así, de la noche a la mañana, una gran ciudad, a una hora de distancia de una capitan que tiene un millón de habitantes. La Plata se poblará… el día que Buenos Aires, en su frenético desarrollo, extienda hasta allí sus suburbios.c

Para rescatar su concepción embrionaria, los fundadores de la ciudad se aferran con desesperación a las últimas tablas de salvación. Se habla de ampliar el puerto de “La Ensenada”, a cinco kilómetros de aquí, de unirlo, mediante trabajos gigantescos, al de Buenos Aires. Pero, además de que estos trabajos supondrían un gasto formidable, el nuevo puerto presentaría los mismos inconvenientes que el de la capital. El porvenir no está allí, sino en Bahía Blanca o en Rosario, puertos profundos y seguros, hacia donde, tarde o temprano, se volcará todo el movimiento marítimo de las costas argentinas. Se habla también de crear una zona franca alrededor de la ciudad. Idea excelente, en teoría, pero que en la práctica requerirá todo un servicio aduanero de los más difíciles de asegurar.

Luis Felipe De Orleans y Bragance

Por el momento, La Plata sigue en estado de mito -y sólo la administración prospera-, con sus pomposos edificios, melancólicamente erguidos, como las pirámides de Egipto, en medio del desierto. Palacio de Gobierno, palacio de la Legislatura, Dirección de Escuelas, de Correos, Municipalidad, servicios hidráulicos y de vialidad: los platenses, sin duda para consolarse por la falta de casas particulares, se aprovechan a más y mejor. En esta extraordinaria ciudad fantasma hay bibliotecas y teatros, hipódromos y asilos de indigentes, sanatorios y observatorios… Todo es vasto y lujoso, ultramoderno… pero tan desprovisto de lectores, de comediantes, de caballos como de indigentes, de enfermos y de astrónomos. Incluso los funcionarios a quienes se les ha asignado estas suntuosas residencias prefieren vivir con modestia en Buenos Aires.

Si las manzanas se llenaran de casas de habitantes, no hay duda de que La Plata se convertiría en la ciudad más bella de la Unión.

Así pues, tomado el café, se nos conduce inmediatamente al edificio de la Policía, para asistir luego al desfile impecable de la guardia municipal, precedida por su banda y por el escuadrón de la gendarmería volante de la provincia.

El método de Vucetich

Después pasamos a la oficina de Vucetich. El señor Vucetich, director del Servicio Antropométrico de la provincia, es el inventor de un nuevo sistema de identificación: la dactiloscopía.

La dactiloscopía tiene us base en la diversidad infinita de dibujo que presentan, para cada individuo, las impresiones de los diez dedos. La idea de utilizar las impresiones para la identificación procede de un inglés, Francis Galton, que fue el primero en aplicarla, en el imperio indio. El mérito de Vucetich consiste en haber simplificado el método, de una manera genial, al establecer que las impresiones digitales pueden clasificarse en cuatro grupos, absolutamente distintos, según la disposición de las líneas que las componen. Para los pulgares, Vucetich designa los cuatro grupos con las letras A,I,E, V; para los demás dedos, con las cifras 1, 2, 3, 4. Así, las impresiones digitales de un individuo se designan con dos letras y ocho cifras. El número de combinaciones es tan considerable que resulta materialmente imposible que dos individuos puedan tener designaciones idénticas.

Pero pasemos a la práctica. Por orden de Vucetich traén a un detenido que acaba de llegar, uno de esos atorrantes, italianos en la mayoría de los casos, vagabundos, ladrones y quizás asesinos, que la policía apresa en abundancia, durante sus semanales redadas, en los barrios de mala fama de Buenos Aires. Nuestro moderno e inofensivo Torquemada se adueña del malviviente, le hace poner las dos manos sobre una placa recubierta de tinta de imprenta, para luego tomarle, una a una, las impresiones de los diez dedos sobre una hoja de papel blanco.

El Bertillón sudamericano lee estas impresiones como vosotros y yo leemos el diario o el difunto Champollion, los jeroglíficos egipcios.

El porvenir no está allí, sino en Bahía Blanca o en Rosario, puertos profundos y seguros, hacia donde, tarde o temprano, se volcará todo el movimiento marítimo.

“A1342 - V2412”, dice el sabio. Detrás de nosotros están los prontuarios judiciales. Un armario contiene las letras A (de la mano derecha), una caja las series 1111 a 1414. “Ni siquiera necesito de la mano izquierda”, nos dice al instante el amable Argus de la provincia, “aquí está”. Y nos tiende un prontuario que lleva la identificación “A1342 - V24142 y el nombre: “Henrique Civelli”. “¿Cómo se llama?, le pregunta al individuo. “Henrique Civelli”, responde el atorrante con uno de esos acentos cantarinos que denuncian al napolitano a cien metros de distancia. La demostración queda hecha.

No es esta la única utilidad del sistema. Sería necesario agregar un consejo al manual del perfecto ladrón: “Cuando trabajes, no coloques nunca tus manos sobre una superficie lisa, sobre todo si antes de actuar no te las lavaste. Si lo haces, sería lo mismo que dejar tu tarjeta de visita”. Incluso si la impresión es invisible, Vucetich o sus émulos lo harán aparecer con la ayuda de procedimientos químicos recientemente inventados. Y como la denominación es de las más sencillas, no está lejano el día en que todas las policías del mundo intercambien archivos con identificación digital de todos los delincuentes de sus respectivos países.

Un museo para no perderse

De la oficina de Vucetich pasamos a los bomberos, movilizados un minuto y veinte segundos después de sonar la alarma; después al jardín público, magnífico e inútil, ya que en él no se encuentran por el momento ni soldados ni niñeras; luego vamos a la Asistencia Pública, a la Universidad… Pedimos compasión. Pero todavía queda el Museo.

Los museos, en general, me inspiran un saludable temor,m sobre todo en países que como la Argentina, que carecen, por así decirlo, de pasado y quieren, cueste lo que costare, crearse uno a partir de cualquier fragmento, un pasado flamante, podría decirse. Pero yo había olvidado los tiempos prehistóricos.

¿Os gustan los tiempos prehistóricos? ¡Cómo nos envejecen! Si es así, id al Museo de La Plata. Por escasas que sean vuestras apetencias antropológicas, etnológicas, geológicas, mineralógicas, paleontológicas, arqueológicas… encontrareis allí con que satisfacerlas. Veréis plantas fósiles de la formación carbonífera o de la época mesozoica, moluscos de las edades silúricas, peces y cangrejos de la época terciaria, vestigios de la edad de piedra, de la vajilla y de las armas de gentes que ni vosotros ni yo habríamos podido conocer. Pero con quienes los eruditos alemanes, encargados de estos estudios por iniciativa del juicioso eclecticismo internacional del gobierno, viven en la más conmovedora intimidad.

Imagen del Museo de Ciencias Naturales en el Paseo del Bosque en sus primeros años de vida

Os codearéis allí con los dasipontes, los hoploforos, los dacdicuros, los milodontes, los megaterios, los trigodontes, los tocodsontes y todos los demas mamíferos gigantescos, de nombres repulsivos, que sin duda encontraron a la tierra demasiado pequeña para sus retozos y prefirieron desaparecer. Admiraréis allí al tatuajes del tamaño de un buey y osos de las cavernas que harán palidecer de envidia a los del Museo de París, ballenas fósiles y elefantes extraordinarios. ¿Sabíais que en esos remotos tiempos, tan remotos que el solo pensarlo provoca vértigo, las pampas de la Argentina, en epecial las de la Patagonia, contenían más elefantes que las selvas africanas o las junglas de Ceilán en la actualidad?

Por último, veréis también, empleado a sueldo, de la más moderna de las repúblicas, al tipo del sabio neolítico, representante también él de otra época, cuya labor sin tregua de toda la vida recibirá quizás la consagración, en caso de éxito, de una de las pocas líneas en la Larousse o alguna otra enciclopedia.


El principe se maravilló con las colecciones del museo platense

Y si todo esto os fastidia -en los detalles- podréis al menos soñar con el origen de los mundos, con el caos primitivo, con las grandes convulsiones geológicas, a través de las cuales se elaboran lentamente los tipos actuales de la vida, y remontar así, escalón por escalón, período por período, hasta el principio creador de todas las cosas. Y descansar un momento, en medio de los esqueletos y de los fósiles, de las absorbentes cuestiones del precio de la hectárea, del cálculo de la cosecha o de la intervención federal de las provincias.

*El presente texto fue publicado originalmente en Sous la Croix-du-Sud, París en 1912 y luego traducido para el libro La Plata vista por viajeros, compilado por Pedro Luis Barcia.


jueves, 4 de julio de 2024

Biografía: Eustoquio Frías, el granadero de San Martín que llegó a general

El granadero Eustoquio Frías que llegó a general







EL 20 DE SEPTIEMBRE DE 1801, EN CACHI, SALTA, NACE EUSTOQUIO FRÍAS, GRANADERO DE SAN MARTÍN, QUIEN LLEGARÍA AL GRADO DE TENIENTE GENERAL DEL EJÉRCITO ARGENTINO, Y FUE EL ÚLTIMO GRANADERO QUE VIO BUENOS AIRES: "...LA PATRIA ERA POBRE Y YO TAMBIÉN."

Eustoquio Frías fue el último de los jefes del Ejército de los Andes que vio Buenos Aires. Un día le preguntó el presidente de la Nación Argentina, Caros Pellegrini, si aún conservaba alguna de sus espadas usadas en las campañas Libertadoras, y Frías le contestó con voz pausada: "No, aunque he cuidado mucho mis armas, porque la Patria era pobre y yo también. El sable que me regaló Necochea en Mendoza, lo rompí en Junín. Ya estaba algo sentido...."
Nacido el 20 de septiembre de 1801 en Cachi, Salta, Virreinato Español del Río de la Plata, era hijo del comandante Pedro José Frías Castellanos, que perdió una pierna en la batalla de Tucumán, y de la patriota María Loreto Sánchez Peón y Ávila, junto con Juana Moro una de las líderes de la organización de espionaje constituida por las salteñas. En esa batalla, por orden del mismo general Manuel Belgrano, el niño se dedicó a alcanzar agua a los soldados de la artillería patriota.



Tuvo contacto por primera vez con el Regimiento de Granaderos a Caballo en 1814, época en que el entonces coronel José de San Martín era Jefe del Ejército del Norte, y juró que algún día iba a pertenecer a mismo. Cuando su familia se mudó a San Juan, antes de cumplir los 15 años se incorporó como cadete a los Ganaderos, en marzo de 1816, gracias al padrinazgo del comandante Mariano Necochea, que había conocido a su padre durante las campañas del Alto Perú, aunque no participó en el Cruce de los Andes ni en la campaña de Chile.
No obstante en 1818 fue trasladado a Chile con el último Batallón de Granaderos y participó de la campaña de Chillán, o segunda del sur de Chile. Hizo la campaña del Perú y participó de las campañas de la sierra, de Quito, de Puertos Intermedios y de Ayacucho, y en las batallas de Nasca, Cerro de Pasco, Callao, Riobamba y Pichincha, en todos los casos a órdenes del coronel Juan Lavalle.
Cuando Lavalle regresó a Lima, dejó los Granaderos a cargo de Frías, que los llevó hasta la capital peruana unos meses más tarde. Hizo toda la campaña del Perú, fue de la primera y segunda expedición a la sierra, a las órdenes de Arenales, se batió en Nazca y en cerro de Pasco. Concurrió al asalto del Callao, a la campaña de Quito y fue uno de los noventa y seis granaderos con que Lavalle cumplió la hazaña de Riobamba. Lo condecoraron en Pichincha. Volvió a Lima conduciendo a los granaderos que habían quedado en la capital del Ecuador. A mediados de enero de 1823 combatió en Chunchanga, donde una bala le cruzó el brazo derecho. En 1824 formó entre los 120 granaderos que se incorporan al Ejército de Simón Bolívar en Huarar. Con ellos llegó hasta la batalla de Junín.
En la batalla de Ayacucho fue una de las 80 lanzas, todas en manos de granaderos argentinos, que participaron en la victoria; y allí fue herido de un bayonetazo en la rodilla.
Regresó a la Argentina en diciembre de 1825, como bien se reflejó el 25 de diciembre de 1825 cuando se publicó la noticia de que había llegado a Mendoza, conducido por el coronel Félix Regado (o Bogado), el "resto del Ejército de Los Andes, después de nueve años de campaña", y se dio la lista de los diecinueve o veinte "sobrevivientes", entre los cuales figuraba el portaestandarte Eustoquio Frías. Estos restos del Regimiento de Granaderos arribaron a Buenos Aires en febrero de 1826, y allí la unidad fue disuelta; no obstante Frías se incorporó a la campaña del Brasil en el Regimiento de Caballería N° 16, a órdenes de Olavarría, luchando en el Ombú. En la batalla de Ituzaingó combatió a órdenes del coronel Juan Lavalle, siendo ascendidos ambos al término de la batalla; Lavalle alcanzó el grado de general, y Frías el de capitán.



A su regreso a Buenos Aires, acompañó a Lavalle en la revolución contra Manuel Dorrego y en la guerra contra Juan Manuel de Rosas; luchó en Navarro y Puente de Márquez. Permaneció en Buenos Aires cuando Lavalle se exilió, y fue destinado a la frontera oeste con los indígenas.
A fines de 1830, cuando se estaba organizando la campaña contra la Liga del Interior, Frías fue convocado para la misma. Pero escribió al gobernador Rosas, pidiéndole su pase a retiro, ya que, según su puño y letra, "pertenezco al partido contrario al de V.E. y mis sentimientos tal vez me obliguen a traicionarle, y para no dar un paso que me desagrada, suplico a V.E. se digne concederme el retiro."
Rosas lo llamó -según Ibarguren- para manifestarle "que le agradaba su franqueza", le donó quinientos pesos, le concedió el retiro y le aseguró que en caso de necesidad lo buscara -"no al gobernador, sino a Rosas"- pues no lo iba a olvidar.
Permaneció en Buenos Aires, dedicado al comercio. Cuando la presión de los partidarios de Rosas se hizo insostenible, en 1839 se exilió en Montevideo, desde donde pasó a la provincia de Entre Ríos, incorporándose al ejército de Lavalle.
Fue uno de los oficiales del segundo ejército correntino contra Rosas, combatiendo en las batallas de Don Cristóbal, Sauce y Quebracho Herrado. El general Lavalle lo nombró segundo jefe de la división del coronel José María Vilela, destinada a la campaña de Cuyo, con el grado de teniente coronel. En la derrota de Sancala fue tomado prisionero y conducido a pie hasta Buenos Aires.
Durante ocho meses permaneció encerrado en un calabozo del cuartel de Retiro, hasta que fue liberado por pedido expreso del jefe de la escuadra francesa del Río de la Plata.
En marzo de 1842 se fugó a Montevideo, donde participó de la defensa de la ciudad durante el sitio impuesto por el general Manuel Oribe. Luego pasó a Corrientes a órdenes del general José María Paz, y se quedó allí después de las desavenencias entre éste y los Madariaga. Participó en la batalla de Vences y (tras la derrota) huyó al Paraguay.
Regresó al Uruguay cuando le llegó la noticia de la rendición de Oribe. Se incorporó al Ejército Grande de Urquiza y participó en la batalla de Caseros. Apoyó la revolución del 11 de septiembre de 1852 y la defensa contra el sitio de Buenos Aires impuesto por los federales.
Fue destinado como comandante a la frontera oeste, con sede en Salto, y realizó varias campañas contra los indígenas a órdenes de Emilio Mitre. Mandó en jefe una importante campaña hacia la sierra de la Ventana en 1858, que no obtuvo resultados satisfactorios.
Participó en la victoria porteña en la batalla de Pavón, tras la que fue ascendido al grado de general, y regresó a la frontera.



No fue admitido en la guerra del Paraguay por su avanzada edad, salvo en breves misiones de intendencia y administración. Después de la batalla de Tuyutí fue ascendido al grado de general de división. Pero, ¡molesto porque no se le permitía luchar!, pidió el pase a retiro.
Fue ascendido a teniente general en retiro en 1882. Dos años más tarde, fue nombrado comandante de la Guarnición Militar Buenos Aires, un cargo puramente administrativo.
Destaca de esa época una fotografía de él junto a un moreno asistente, tomada por Witcomb, pudiéndose leer al dorso de la misma “Dedicada en recuerdo de amistad a la amable y simpática señorita Brígida López”, y firmada “Eustoquio Frías”, con fecha: “Buenos Ays. Enero 28 de 1886”.
Aún ocupaba el cargo de comandante de la Guarnición Militar Buenos Aires cuando se sucedió la golpista revolución radical de 1890, pero no tuvo actuación alguna en la misma. Pasó definitivamente a retiro en diciembre de ese año.
Falleció en Buenos Aires el 16 de marzo de 1891, descansando sus restos durante 40 años en el Cementerio de la Recoleta, hasta ser trasladados a la ciudad de Salta, donde aún permanecen hoy, en el Panteón de las Glorias del Norte, de esa ciudad.


miércoles, 3 de julio de 2024

Patagonia Argentina: ¡Butch Cassidy, Sundance Kid y Ethel Place!

¡Butch Cassidy, Sundance Kid y Ethel Place…

Mateando en la Patagonia!
La Wild Bunch, EEUU.




Luego de asaltar el First National Bank of Winemuca, Nevada, cometido el 19 de setiembre de 1900 por la Wild Bunch, cinco de sus miembros se toman en Fort Worth, Texas, la famosa fotografía que recorría el mundo.



 A comienzos  del año siguiente Butch, Sundance y Ethel se reúnen en Nueva York. Luego de comprar en la casa Tiffany un reloj de oro para Ethel y de que ella  y el Sundance se retrataran en la casa de De Young [ver foto], el trío se embarca a fines de febrero de 1901, en el vapor británico Herminius, bajo los nombres de Santiago Ryan, Harry Place y Ethel Place. En marzo arriban a Buenos Aires donde, luego de visitar al vicecónsul de los  EEUU, George Newbery, se dirigieron por consejo de éste para establecerse como ganaderos en la Patagonia.


El “Lejano Sur argentino”

A comienzos de 1901, Butch Cassidy, el Sundance Kid y Ethel Place, se instalan como respetables ganaderos de Cholila, paraje ubicado al noroeste del Territorio del Chubut, entre la Colonia 16 de Octubre (Trevelin) y el Valle Nuevo (El Bolsón).


El paraje contaba por entonces con muy pocas familias pobladores. Sobre la margen izquierda del río Blanco o Cholila construyen una cabaña al estilo norteamericano,  con troncos acostados y techo a dos aguas de tejuelas de ciprés, piso natural y cielo raso de arpillera empapelada, paredes también empapeladas, puertas con marcos y ventanas guillotina de buena calidad. La casa principal constaba de tres habitaciones, en las que se alojaba el matrimonio Place.

Cartas y fotos desde la Patagonia

En la Estancia, había una cuarta habitación en otra cabaña ubicada detrás de la principal, como se alcanza a ver sobre la derecha de la foto de los jinetes, que los bandoleros enviaron a sus parientes de los EEUU y a los Jones del Nahuel Huapí.



Desde Cholila Butch escribiría la famosa carta a su amiga Mrs. Davies, fechada en Cholila el 10 de agosto de 1902, en la que le cuenta:  "(...) Probablemente le sorprenderá tener noticias mías desde este país tan lejano, pero los Estados Unidos me resultaron demasiado pequeños durante los últimos años que pasé allá (...) otro de mis tíos murió y dejo 30.000 dólares a nuestra pequeña familia de tres miembros. Tome, pues, mis 10.000 dólares y partí para ver un poco más del mundo".  Lo del tío muerto era un eufemismo por el robo al First National Bank of Winemuca.
Al año siguiente el trío se toma una fotografía sobre la parte posterior de la cabaña. La foto, conocida como “Te Party”, ya que aparentemente Ethel estará sirviendo el té a sus compañeros. La foto habría sido enviada por el Sundance a su hermana Samanna Logabaugh. Una copia de la misma, perteneciente Paul Ernst, descendiente de los Longabaugh, fue publicada por primera vez en 1992, por su esposa Donna Ernst, en su libro “Sundance. My Uncle”, y reproducida en nuestro artículo “Back at the Ranch”, publicado en True West. Lamentablemente dicha copia era de muy baja definición…



¿“Te Party” o “Mate Party”? -  ¡Una novedosa y reveladora imagen!
Recientemente, una copia de mucho mejor calidad que la imagen citada, fue publicada en la nota “Etta Place, the Sundance Kid and Williamsport, Pennsylvania”, en el Williamsport Sun-Gazette (May 20, 2023). En ella se puede notar claramente que en realidad no se trataría de un  "Te party", sino un "Mate Party”, o en criollo…

“Una mateada patagónica”:

Efectivamente, lo que Ethel tiene en la mano no es una taza de té, sino una calabaza para mate, de la cual sale hacia arriba una bombilla! Debajo del recipiente en el cual va a servir, no parece haber un platito sino una servilleta (seguramente por si chorrea el agua que va a introducir en el agujero del mate). Y lo que sostiene con la mano derecha no sería una tetera, sino una pava. Además la forma que tiene Ethel de tomar la pava para servir el líquido, con la palma de la mano hacia arriba asiendo el mango de la pava desde abajo,  es la típica forma en que los pobladores patagónicos acostumbraban  a cebar el mate.
Como se observa, el trío ya había adquirido algunas de las costumbres patagónicas…  El 15 de febrero de 1902 Place y Ryan adquieren “dos kilogramos de yerba, uno de azúcar y una bombilla”, según quedó registrado en el libro Diario del Boliche Viejo [ver imagen], que Jarred Jones poseía en su Estancia, ubicada cerca de la salida del Nahuel Huapí al río Limay (Edith Jones, comunicación personal, y Ricardo Vallmitjana, 1997 y 2004).

Detalles de la cabaña

Finalmente se puede observar que lo que en la imagen original se veía como una superficie borrosa, se trata en realidad de un gran hueco de la cabaña. Sobre el hombro izquierdo del Sundance se puede ver el perfil, el grosor, de la pared de troncos. Y sobre el perro negro se ve el otro borde del hueco.
Siempre se ha creído que la habitación posterior habría sido agregada por los habitantes posteriores... Pero ese hueco en medio de la cabaña, con el trío posando delante, nos hace pensar que tal vez ellos estuvieran preparando para construir dicha habitación posterior, la que se observa en la foto tomada por @Michael Bell en 2007.




Nota:

Agradecemos a @Daniel Buck y @Anne Meadows que nos alertaron sobre la publicación del Williamsport Sun-Gazette, que el lector puede ver en el link indicado al pie. Si bien el artículo es un tanto confuso y sus datos pueden no ser del todo correctos, la fotografía del trio es una fuente extraordinaria y publicada por primera vez!
(www.sungazette.com)
Por: Marcelo Gavirati
Sitios web y enlaces sociales:
(https://acortar.link/kaYElU)
(https://buscadospatagonia.blogspot.com)