viernes, 13 de marzo de 2015

Conquista del desierto: Batalla de Las Acollaradas (1827)

Batalla de Las Acollaradas


Gral. José Ruiz Huidobro (1802-1842)

En las primeras décadas del siglo pasado, los gobiernos de San Luis hicieron todo lo posible por amortiguar los efectos producidos por la terrorífica fama del indio, que angustiaba a los pueblos del interior de la provincia.  Se concluyeron tratados de paz con los principales caciques; se establecieron nuevos fuertes avanzando la línea de las fronteras y durante un tiempo hubo intercambio de emisarios que venían de las tolderías o que iban a ellas en misión de paz y amistad, realizando al mismo tiempo algún intercambio comercial.

Con todo, 1827 fue el año de alarma pues se tuvo noticias de que en el desierto se preparaban nuevas empresas de asolamiento, a las que no eran ajenos algunos cristianos complicados con los indios de éste y del otro lado de la cordillera y en las que participarían bandidos de negra fama, como los cuatro hermanos Pincheira (Antonio, Pablo, Santos y José Antonio), cuyos instintos de rapiña y sangre superaban a los de los más brutales hijos del desierto. (1)

También se supo que Painé, gran cacique de Leuvucó y sus sanguinarios capitanejos aliados con los del implacable araucano Yanquetruz, serían los conductores de las proximidades de las próximas invasiones.

Conocidos estos pormenores y considerando la impiedad con que actuaban los agresivos caudillos máximos de las legiones invasoras, un hálito de pavor e impotencia sacudió la fibra de los gobernantes y del pueblo de San Luis, que hasta ese instante no vislumbraban la más pálida ilusión de paz y seguridad.

La sola mención de los nombres de Painé, Yanquetruz, Baigorrita, Epugner Rosas, Pichón y otros tantos especímenes del hampa selvática, o de los Pincheira, Puebla, Carmona, Besoain, Salvo y otros bribones de su estirpe, cuya deshumanizada crueldad era proverbial, ponía los pelos de punta y la piel de gallina a todo el mundo inclusive a los que llegado el caso eran capaces de luchar con una bravura y coraje que los hacían dignos del mayor respeto y admiración.

Las noticias alarmantes; las reuniones para discutir medidas defensivas; los preparativos y los sondeos llevados a cabo con más o menos ingenio de uno y otro lado; las decisiones del gobierno, todo generaba una atmósfera saturada de signos de desconfianzas y alarmas, agravadas por las tremendas imprudencias, como aquellas expediciones de Anzorena y los hermanos Lucero que dieron lugar a la siniestra venganza que los salvajes llevaron a cabo en la Laguna del Chañar o como la inexplicable derrota sufrida por la fuerzas interprovinciales en las cercanías del Morro.

Así llego a las vísperas de 1833, época en la que los malones menudeaban en una extensa zona de la provincia.  Los indios atacaban con la mayor impunidad a los vecindarios que no podían ser socorridos porque las fuerzas se agotaban en marchas y contramarchas sin poder reprimir ni escarmentar a los innumerables guerreros cobrizos que actuaban simultáneamente en distintos lugares.

No era diferente la situación que soportaban otras provincias; la movilización de las confederaciones indígenas abarcaba en esos momentos desde los contrafuertes cordilleranos hasta el corazón del país, sin que quedase libre de sus depresiones el centro y sur de la provincia de Buenos Aires.

En tan graves circunstancias los gobiernos de Mendoza, San Juan, Córdoba y Buenos Aires, se dirigieron al de San Luis con alentadoras promesas y ofrecimientos (2) referidos a la campaña de 1833, en la cual la Pampa Central y San Luis serían campo de acción de la División del Centro comandada por el general José Ruiz Huidobro (3), sobre quien Facundo Quiroga había de volcar después este juicio harto despectivo: “¿Qué caballos van a bastar para un General que viaja, y expediciona en galera?…¡Generales de papel, a la moda, a la extranjera!”. (4)

Pese a las catilinarias del jefe nominal de la División del Centro (5), el aporte puntano fue de 115 fusileros, 128 dragones y 19 artilleros que integraron el escuadrón “Dragones de la Unión” a las ordenes del valiente capitán Prudencio Torres, el mismo que dos años antes, en marzo de 1831, había mancillado su honor militar con la traición de Río IV (6), mancha de la que jamás pudo rehabilitarse aunque en más de una oportunidad volvió a destacarse por su valor y heroísmo.

La división del centro compuesta, además de las fuerzas puntanas, por el Regimiento de Auxiliares de los Andes de Buenos Aires al mando del bravo coronel Pantaleón Argañaraz, por el batallón de Defensores de Mendoza a cuyo frente se encontraba el coronel Lorenzo Barcala y por el regimiento de Dragones Confederados de Córdoba, al mando del aguerrido coronel Francisco Reynafé, a mediados de febrero se movió desde el fuerte San Carlos de Mendoza, buscando camino que debía conducirlo al corazón del imperio ranquelino asentado sobre los campos de Leuvucó, Poitahué y Trenel. (7)

El 16 de marzo los expedicionarios se enfrentaron, al sud de las lagunas Las Acollaradas, con los lanceros indígenas que conducían al campo de batalla los poderosos caciques Yanquetruz, Painé, los tres hijos de éste, Pichín, Pailla y Rulco, Eglans y Calquín.  Los caudillos indígenas habían resuelto salir al encuentro del ejército expedicionario, decisión que demostraba la importancia que asignaban a la expedición cristiana y las ventajas que se proponían sacar del encuentro eligiendo el terreno en que querían maniobrar y alineando mil de sus mejores lanceros cuidadosamente escogidos y guiados por sus más hábiles y aguerridos jefes.

“Junto a dos lagunas próximas entre sí -comenta Franco- llamadas Las Acollarada, tuvo lugar un entrevero que resultó más largo y sangriento que una batalla y quedó sin decidirse a favor de nadie.  La verdad es que el encuentro de Las Acollaradas fue muy duro para los indios y no demostró, ni mucho menos, que Huidobro fuese más inepto que las docenas de jefes que antes y después de él salieron malparados ante las lanzas emplumadas”. “Por otro lado, si bien es cierto que el comandante Delgado, por orden de Rosas, invadió las tierras ranquelinas, también lo es que no logro estrecharle el cerco ni menos la mano al más difícil de los caciques…” “…y al año siguiente Yanquetruz llevaba sobre los pueblos de San Luis la más araucana de las invasiones”.

Ahí se realizó unos de los encuentros más sangrientos entre los librados en la tenaz lid con los indios, cuya fama de guerreros indomables quedó confirmada una vez más como lo fue la de los valientes saldados de la civilización.

Duro fue el trance.  Durante seis horas los bárbaros llevaron carga tras carga sobre los regimientos de los cristianos obligándolos a echar pie tierra y a recurrir a todas las reservas para evitar la derrota.  Barcala, Argañaraz, Torres y Reynafé lucharon con coraje inaudito y el mismo Ruiz Huidobro demostró que el amaneramiento de sus refinadas costumbres (8), no era incompatible con el coraje y valor con el que era capaz de conducirse frente al peligro.  A su golpe de vista y a su decidida acción se debió la derrota de los adalides ranqueles y sus pujantes legiones. (9)

En el terreno de la lucha, certificando el bravío encuentro, quedaron ciento sesenta cadáveres e innumerables heridos del bando aborigen y entre ellos los de los tres hijos de Yanquetruz: los cristianos sufrieron cincuenta y una bajas entre muertos y heridos. Los indios se retiraron pero no vencidos.

Los expedicionarios, faltos de medios de movilidad y de alimentos, emprendieron el camino de retorno sin haber cumplido su objetivo de ocupación del desierto, en el que a poco andar se perfilarían de nuevo las hercúleas y endemoniadas siluetas de Yanquetruz, Painé y sus capitanejos aterrando a los pueblos que se habían alucinado con el triunfo de Las Acollaradas, pensando que el horizonte estaba definitivamente despejado.  En cambio, la cruel realidad les haría ver que aquel no era más que uno de los eslabones de la larga cadena forjada con el sacrificio y la sangre de los hijos de Cuyo.

Referencias


(1) Don Régulo Martínez en carta dirigida al general Mitre el 18 de noviembre de 1864, entre otras cosas le decía: “He sido compañero de viaje del sargento Luengo quien en el momento que teníamos los indios a la vista me decía: “Yo no me aflijo porque no será extraño que entre esos indios venga alguno de los nuestros, de los doscientos que allí tenemos”.  (Archivo Mitre, tomo XXIV, página 198).

(2) El doctor Alfonso G. Hernández, asigna a San Luis la iniciativa de la expedición de la División del Centro y recuerda el convenio efectuado entre Mendoza y San Juan que ha comunicado al gobierno de San Luis informándole entre otras cosas que “han encomendado la guerra contra los salvajes del sud, al hijo de la victoria, al Excmo. Brigadier General Don Juan Facundo Quiroga, encargándole la invitación a la demás provincias y sometiendo sin reservas los recursos con que cuentan y que le facilitan hasta tocar la línea de lo imposible”.  (Anales del 1er Congreso de Historia de Cuyo, año 1938, tomo VIII, página 237).

(3) El ala derecha actuaría bajo las órdenes del general José Félix Aldao y la izquierda bajo el mando personal del general Juan Manuel de Rosas.

(4)Llevaba en esa campaña todo el lujo y fausto de un general francés del Imperio.  Viajaba en galera, con grandes equipajes para el guardarropa, cocina, etc., etc.  Su secretario en campaña entonces, Don Jacinto Ferreyra, nos contaba a su regreso, como una muestra de ese exceso de afeminado refinamiento, que el dicho general mudábase todos los días, y llevaba a la mano pañuelo de batista.  Sus comidas eran verdaderos banquetes cotidianos.  Lo seguían hasta allí, los que componían su cohorte de placer, el poeta don Carmen José Domínguez, sanjuanino, el músico Arizaga y algunos bufones”.  (Damián Hudson: “Recuerdos históricos sobre la provincia de Cuyo”, tomo II, página 359).

(5) Facundo remitió una áspera e intemperante nota al gobierno de San Luis, la que se ha

publicado en el libro “La guerra con el indio en la jurisdicción de San Luis”, página 393, y cuyo original se encuentra en el archivo particular del señor Antonio Santamarina.

(6) Prudencio Torres: Guerrero de constitución hercúlea y mentalidad paradojal.  En su vida aparecen los gestos que lo destacan por su heroísmo y los que lo denigran por su vileza.  En Maipú salvó la vida del coronel Zapiola exponiendo su propia vida.  Hizo las campañas de Chile, Perú y Brasil en las que conquistó legítimos laureles.  Combatió a las órdenes de San Martín, Suárez, Paz, Pringles y Lavalle.  Enrolado en las filas de Rosas lo traicionó pasándose a los unitarios a los que traicionó defeccionando de los defensores de Río IV, para ponerse al servicio de Facundo Quiroga que pudo por esta repugnante acción apoderarse de dicho bastión.  Después luchó bizarramente en “Rodeo del Medio”, “Ciudadela” y “Las Acollaradas”.  Estuvo aislado en Bolivia y Chile con Pedro Echagüe y más tarde apareció en el sitio de Montevideo acreditando una tercera traición al combatir contra las huestes de Rosas que comandaba Manuel Oribe.  “Allí, -dice Biedma- defendiendo la causa que se había aislado dentro del perímetro marcado por las murallas de la Nueva Troya, cayó el 17 de julio de 1843, con el pecho atravesado por una bala que le dobló la rodilla, rodando a la tumba envuelto en las penumbras de la muerte y de su propia vida”. (Juan José Biedma: “Pringles”.  Nicolás Jofré: “Los cuatro hermanos Videla”, en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, Tomo VII, página 75).

(7) Argañaraz, pertenecía a las fuerzas de Buenos Aires.  Reynafé evitó, fugando a tiempo, su fusilamiento por complicidad con la muerte de Facundo Quiroga.  Murió en la acción de Cayastá en 1840.  Barcala, nació en Mendoza en 1795.  Hijo de esclavos lo fue también en su primera edad.  Fue soldado del Batallón de Cívicos Pardos de Mendoza, ascendido a alférez en 1820.  Luchó contra José Miguel Carrera obteniendo su ascenso con el Escudo de Honor, incorporándose a Granaderos con el grado de capitán.  Participó en la revolución que en 1824 derrocó al gobernador Albino Gutiérrez y actuó al lado de Aldao para reponer al gobernador de San Juan doctor Salvador María del Carril.  Tomó parte en la batalla de “Las Leñas” y en la campaña del Brasil conquistó el grado de teniente coronel.  Acompañó al general Paz en la expedición a Córdoba en 1832.  En San Roque reorganizó el Batallón “Cazadores de la Libertad”.  Paz lo mandó a Mendoza para afianzar el triunfo de Oncativo.  En Ciudadela cayó prisionero pero Facundo respetó su vida designándolo su edecán, cargo que aceptó con la condición de que no pelaría contra el partido unitario.  En 1833 tomó parte en la expedición al desierto como jefe del batallón “Defensores”.  Muerto Quiroga se trasladó a San Juan tomando parte en la revolución contra Aldao: delatado fue tomado preso por Yansón y entregado a Aldao que lo hizo fusilar sin más trámite en 1835.  Se lo llamaba el “Coronel Negro” y gozaba de predicamento en la clase pobre y entre los gauchos y era venerado por la gente de color.

(8) Gálvez, en su historia novelada del general Quiroga pone en boca de uno de los oficiales de la División estas palabras pronunciadas después del combate de “Las Acollaradas”: “¡Qué se puede esperar de un gallego!  Y de un hombre que ha sido cómico de teatro.  Ya lo hemos visto.  Pura ostentación.  ¿A quién se le ocurre ir a pelear contra los indios llevando tantas paqueterías?  Tiene más camisas él solo que todos nosotros juntos.  Y siempre oliendo a perfume, como las mujeres…  Y en esa galera tapizada, y ese lujo… no pega compañeros en Huinca Renancó”, y concluía al fin reconociendo sus méritos: “Pero el gallego estuvo bien en ese combate.  Fue valiente y organizó con habilidad la defensa y el ataque”. (Manuel Gálvez: .”El General Quiroga”, página 212).

(9) Zeballos lo juzgó justicieramente afirmado: “Sostuvo dos combates formales con los indios ranqueles, que se presentaban sobre el campo de batalla en grandes masas y se batían valientemente.  El primero acaeció en la laguna de Las Leñitas, donde los cordobeses, con el coronel Reynafé a la cabeza, se desbandaron y huyeron cobardemente dejando al general Ruiz Huidobro con su bravo regimiento de “Auxiliares de los Andes”, en lucha tenaz con tres mil indios implacables”.  “Tan comprometido estuvo el regimiento que el general mandó echar pie a tierra y formar cuadro, obteniendo una victoria completa sobre los bárbaros que huyeron dejando un número considerable de muertos.  A pesar de la deserción de los auxiliares cordobeses el general Ruiz Huidobro siguió su marcha avanzando sobre el Cuero, pero en Las Acollaradas fue detenido por otro ejército ranquel de más de tres mil lanzas y se vio obligado a dar una desigual batalla.  Así mismo se condujo con tal pericia y con tal denuedo, que obtuvo el más completo triunfo, haciendo al enemigo una enorme mortandad”. (“Conquista de quince mil leguas”)

Fuente


Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Pastor, Reynaldo A. – San Luis, su gloriosa y callada gesta (1810-1967) – Buenos Aires (1970).

Portal www.revisionistas.com.ar

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