Batalla de Huaqui - 20 de Junio de 1811
Luego del triunfo de Suipacha, del 7 de noviembre de 1810, las fuerzas de Buenos Aires habían cumplido el objetivo estratégico de ocupar ciertamente el Alto Perú. Pero, el interrogante que se planteaba ahora era saber qué hacer con este triunfo. Castelli, a diferencia de Moreno, no creía que la Patria terminara en el Desaguadero. José María Rosa nos transmite las angustiosas palabras de Castelli al respecto:
“…que la gloria emprendedora de la capital se sentará en el virreinato de Lima para confundir el orgullo de sus habitantes… estimo muy importante y necesario que nuestras armas se adelanten al Desaguadero… no conviene dejar enfriar el calor de nuestra gente… Estamos muy cerca, y nada falta para realizarlo sino la resolución de V. E. …”. (1)
Pero Castelli debe atenerse a las “Instrucciones” ordenadas desde Buenos Aires. El “terror” cobra las vidas de Córdova, Nieto y Paula Sanz. Asimismo, el ejército es muy bien recibido en Potosí, Charcas y en La Paz. Finalmente se dirige a Laja, junto al Desaguadero. Ahí debe contentarse con observar pasivamente cómo Goyeneche prepara las fuerzas peruanas. El grave error estratégico estaba sellado… Sin embargo hemos de destacar que otro error cometido por la Junta porteña es haber nombrado jefe militar operativo al Dr. Juan José Castelli. Dice Bassi:
“Los patriotas continuaron en el campamento de Huaqui, como en el de la Laja, descuidando la instrucción y disciplina de las tropas y llevando una vida irregular bajo el amparo de Castelli. En medio de este desorden, agentes del enemigo entraban con facilidad en el campamento, llevando al comando español toda clase de informaciones respecto a lo que hacían y proyectaban los patriotas”. (2)
Según parece Castelli pasó por alto groseramente los comentarios de Santo Tomás de Aquino, quien en su “Summa Teológica”, Parte II, Sección II, cuestión (3), advertía sobre la ocultación de los planes de guerra.
Más aún, entre los patriotas se habían formado dos bandos: uno de ellos respondía a Castelli y Balcarce y el otro a Viamonte, quien a su vez contaba con el apoyo del gobierno.
El 16 de Mayo de 1811, se había firmado el “armisticio del Desaguadero”, un notorio fiasco pues sólo consiguió darle el tiempo suficiente a Goyeneche para preparar la contraofensiva. Sumados los siguientes elementos nada desdeñables: el ejército patriota indisciplinado y con el comando dividido en facciones. El ejército realista, en cambio, contaba con unidad de comando y era férreamente disciplinado, faena a la que se había dedicado con ahínco Goyeneche en esos meses de aparente inactividad. El germen de la derrota ya estaba sembrado según Bassi (4).
La mañana del día 19, los revolucionarios habían localizado sus fuerzas en Huaqui, Caza y Machaca y echado un puente sobre el río Desaguadero haciendo pasar una columna de 1.200 hombres con la excusa de evitar que continuasen las acciones de saqueo llevadas adelante por fuerzas realistas que cruzaban el río Desaguadero en busca de víveres, debido a que el paso no se hallaba guarnecido. Sin embargo, con este plan pretendían distraer las fuerzas de Goyeneche por el frente y flanco derecho mientras rodeaban a los realistas por la espalda mediante la comunicación establecida con este nuevo puente.
En esta situación de violación del armisticio por los patriotas y franco peligro para todas sus tropas al verse rodeado por todos los flancos, el general Goyeneche determinó el ataque directo con todo su ejército. A las 3 de la mañana del 20 de junio ordenó a los coroneles Juan Ramírez (con los batallones de los beneméritos), Pablo Astete, tenientes coroneles Luis Astete y Mariano Lechuga (con 350 efectivos de caballería y cuatro cañones) que atacaran Caza, que es una quebrada sobre el camino de Machaca con comunicación a Huaqui, mientras él se dirigía a la toma de Huaqui con los coroneles Francisco Picoaga y Fermín Piérola al mando de 300 efectivos de caballería, 40 miembros de su guardia y 6 piezas de artillería.
Al amanecer las alturas de los cerros que las tropas españolas debían conquistar estaban tomadas por gran número de independentistas, caballería y fusileros que hacían fuego sobre los españoles con acompañamiento de granadas y hondas. Sin embargo el ejército realista les puso en fuga en pocas horas.
Cuando las tropas independentistas tuvieron noticia de la aproximación de Goyeneche a Huaqui, salieron de dicha población Castelli, Balcarce y Montes de Oca al mando de 15 piezas de artillería y 2.000 hombres tomando una posición sobre el camino a Huaqui casi inexpugnable entre la laguna y los montes superiores.
Goyeneche ordenó el avance introduciéndose bajo fuego enemigo sin contestar con un fusilazo mientras el batallón del coronel Picoaga rompía el fuego, contestado por los independentistas con enorme energía. Como las tropas independentistas, al reconocer al general Goyeneche, dirigían su fuego contra él, ordenó a uno de sus edecanes que transmitiera la orden de atacar al flanco derecho de su ejército, mantuvo cubierto el camino con el batallón de Piérola y destacó tres compañías para que avanzasen dispersas por el frente mientras él, con el resto de tropa en columna atacaba por la izquierda.
La caballería argentina trató de detener el empuje pero fue arrollada y huyó, junto a todo el ejército rebelde, hacia Huaqui. Goyeneche dio orden de perseguirlos y consiguió tomar el pueblo. El coronel Ramírez comunicó poco después la victoria en Caza.
La batalla terminó en la desbandada de las tropas argentinas, con el saldo para éstas de más de mil hombres perdidos y abandono de numeroso parque y de artillería. En precipitada retirada, se refugiaron en Potosí y luego en la ciudad de Jujuy. Dice Sierra respecto a la huida:
“El desbande del ejército patriota se efectuó en el mayor desorden en todas direcciones y cometiendo toda clase de depredaciones. Castelli, Balcarce y Monteagudo pasaron la noche del veinte en Laja, de donde siguieron a Sicasica, a donde no pudieron entrar por estar alzada. Refiere Bolaños que cuando llegó a ese pueblo, a las doce de la noche, encontró en la plaza a unos quinientos hombres de tropa, que embriagados descerrajaban las puertas e insultando de todos modos al vecindario. (…). El ejército patriota se desbandó completamente. Los soldados oriundos de Salta, Santiago del Estero, Tucumán y Córdoba abandonaron las columnas llevados por el pánico de la persecución, viéndose alejados de sus lugares nativos en provincias que les eran extrañas (…). Hecho triste la retirada. En su huida los soldados cometieron robos, asesinatos, incendios, siendo atacados por los naturales”. (5)
Días después, Castelli achacaría el desastre a la infantería de La Paz, que se desarticuló casi de inmediato, dejando a Viamonte desguarnecido, entre otras excusas. Goyeneche iría por los caudales de Potosí, pero la rápida acción de Juan Martín de Pueyrredón los salvo, remitiéndolos a Salta.
Las bajas patriotas fueron más de mil hombres perdidos y abandono de numeroso parque y de artillería
Según Goyeneche: Después de tres horas de combate -casi al anochecer- los revolucionarios se dispersaron aprovechando las escabrosidades del terreno. Una fuente realista afirma que los altoperuanos en su retirada dejaron “seiscientos muertos en el campo, haciéndoles Goyeneche setenta prisioneros y cogiéndole ocho cañones (…) y una bandera”.
Por su parte, los realistas tuvieron quince muertos, siete prisioneros y un oficial contuso según lo que afirma Goyeneche. A nuestro juicio, parece que las cifras asignadas a revolucionarios y realistas, son exageradas -las primeras en más y las segundas menos- ya que, más de tres horas de combate donde se llegó al arma blanca no pueden dar una diferencia de bajas tan dispar, nada menos que quince contra seiscientos, vale decir una proporción de uno a cuarenta.
Algunas consideraciones
¿Por qué la magnitud de esta derrota? A priori, volvemos sobre lo citado más arriba, vale decir, la carencia de una unidad de comando efectiva que mantuviera organizado al ejército al unísono cual orquesta sinfónica. ¿Disidencias entre los mandos intermedios? ¿Tropas multitudinarias pero indisciplinadas? ¿Inactividad de Viamonte? ¿La ausencia del comandante en jefe en el campo de batalla? Para el académico de la Historia César García Belsunce fue principalmente la indisciplina de la soldadesca: “a tal punto que el ejército se evaporó después de la batalla” (6)
Análisis político de la batalla
El historiador de larga duración, como diría la Escuela de los Annales, puede ver claramente la magnitud del desastre y el daño político causado ante el colapso de esta primera expedición al Alto Perú. La pérdida definitiva de estas antiguas provincias del Virreinato del Río de la Plata era casi inevitable. Bassi es más atrevido aún y manifiesta tranquilamente que la posterior privación de la Banda Oriental está vinculada con Huaqui en el norte. La revolución quedaba con un frente de batalla en situación inerme, pues los realistas bien podrían haber descendido hacia Salta y Tucumán y de ahí a Córdoba y quizás hasta Buenos Aires. Dada la exigüidad de los efectivos de la Revolución y ante la necesidad de disponer de fuerzas que fueran la base de la resistencia en orden de salvarla, Buenos Aires dispone el retiro del ejército sitiador de Montevideo. El frente político interno se desplomó y la Junta debió por sí misma cambiar de forma de gobierno en la forma de un triunvirato. Nacía el Primer Triunvirato, más, la Junta se mantiene como órgano moderador bajo el nombre de “Junta conservadora”. El camino del norte quedaba bloqueado definitivamente para las fuerzas revolucionarias. Sucesivas campañas militares tendrían éxitos engañosos que terminarían inexorablemente en derrotas, como verbigracia, Vilcapugio, Ayohuma o Sipe Sipe. Sólo la mente brillante estratégica del Libertador San Martín comprendería que el camino emancipador conducía hacia otro lado. Moralmente, la Revolución se hallaba en un momento de hondo dramatismo. El norte perdido, la expedición al Paraguay fracasada y las operaciones contra Montevideo suspendidas. Sumado a estos factores estructurales, debemos mencionar las conductas deplorables desde el comandante en jefe, Castelli y de sus subalternos hasta la tropa. Este y Balcarce casi son asesinados después de Huaqui en Oruro, calificados de impíos y herejes. Económicamente la campaña fue también un cataclismo, pues amén de los pertrechos perdidos (no pocos por cierto), debemos añadir los considerables tesoros que cayeron en manos de los “godos”, salvo algunos pocos rescatados por Pueyrredón.
Análisis militar
A diferencia del ejército español, se advertía una dualidad de comando, pues no era Balcarce quien se hallaba en la cúspide de mando, sino Castelli, quien no se desprende del mando militar en ningún momento, pese a que “no dio orden alguna durante la batalla”, hecho lo cual es inadmisible. Sin embargo, de facto, tuvo Balcarce que impartir las órdenes más acuciantes para el movimiento de tropa. Reparamos, ergo, en una especie de colegialidad impensable y aberrante en la cadena de mando que debe existir en la lógica militar, “(…) el ejército patriota no fue dirigido con unidad de concepción; los comandos de división procedieron sin concierto entre si y sin que la acción del único jefe militar se dejara sentir debida y oportunamente” (7). Fue inaceptable que tanto Castelli como Balcarce no tomaran medida disciplinaria alguna en referencia a la vida licenciosa del ejército. Una vez más subrayamos esto, pues sólo las divisiones de Viamonte y Díaz Vélez podrían ser consideradas aptas para combatir. El resto era una masa informe y tosca apenas armada con chuzas o lanzas. Aunque parezca casi absurdo, en el plan patriota, el objetivo principal no era el ejército enemigo, sino las alturas de Vila-Vila, un mero objetivo táctico geográfico que solamente reportaba una posición más ventajosa y que en razón del armisticio fue dejada en manos de los españoles por la ineptitud de Castelli. Dado el tiempo otorgado a Goyeneche, ¿Se estaba en condiciones de conquistar el Perú con apenas 2500 hombres frente a un enemigo más numeroso, adiestrado, disciplinado, ordenado? Ocupar Vila-Vila sería un objetivo táctico, que vislumbraría corregir el error cometido. Expulsando al enemigo de Vila-Vila, se evitaría que éste atacara por sorpresa a Huaqui. El plan de Castelli, sólo se hubiera coronado con éxito con un factor: la sorpresa. Pero ésta fue esquiva, al ocupar el enemigo las alturas de mentas. Ni bien se movieron las divisiones Viamonte y Díaz Vélez los realistas las advirtieron. También el “dispositivo de avance” fue improcedente, pues el ejército revolucionario se encontraba fragmentado, lo que permitió a los realistas “batirlos por partes”, además de no ocupar la quebrada que intercomunicaría a las columnas patriotas, causando ello la división irremisible de éstas. En lo concerniente a la “exploración”, podemos decir que fue ineficaz en ambos bandos. Ninguno de los ejércitos enviaron partidas de reconocimientos que son imprescindibles para proyectar cualquier ataque. Del lado godo, pese al éxito rotundo logrado, se comete el grave error de no buscar la persecución a fondo y aniquilamiento del adversario.
Para finalizar dejaremos a Bassi cerrar este breve escrito:
“El resultado de la batalla de Huaqui, no es sino la consecuencia a que siempre ha de estar expuesto un ejército poco disciplinado, mal instruido y sin una dirección única, capaz y decidida” (8).
Los historiadores civiles posteriores han coincidido plenamente con estas apreciaciones vertidas.
Referencias
(1) José María. Rosa – Historia Argentina; la Revolución (1806 – 1812). Buenos Aires, Oriente, 1982, T 2. Parte III, Cap. 8 “La revolución en el interior”, página 242.
(2) Juan Carlos Bassi – La expedición libertadora al Alto Perú, Buenos Aires, 1961.
(3) “Pero hay otro modo de engañar con palabras o con obras; consiste en no dar a conocer nuestro propósito o nuestra intención. Esto no tenemos obligación de hacerlo, ya que, incluso en la doctrina sagrada, hay muchas cosas que es necesario ocultar, sobre todo a los infieles, siguiendo lo que leemos en la Escritura: ‘No echéis lo santo a los perros’ (Mt 7,6)”.
(4) Juan Carlos Bassi – La expedición libertadora al Alto Perú, Buenos Aires, 1961, v. 5, página 178.
(5) Vicente D. Sierra – Historia de la Argentina; los primeros gobiernos patrios (1810 – 1813). Buenos Aires, Garriga, 1973, v. 5, página 396. Algunos futuros caudillos recibieron un duro golpe en esta batalla. Tal es el caso del santiagueño Juan Felipe Ibarra, quien se vio desprestigiado y manchado con la deshonra de la cobardía por deserción en el campo de batalla, a causa de un informe redactado por Viamonte “a los ponchazos”: “A pesar de que todo parece estar claro, como realmente lo está, sobre la conducta de Ibarra en el desastre de Huaqui, la inclusión de su nombre en una lista que Viamonte redacta sin tener aún información veraz y clara, ha servido y continúa sirviendo para que el futuro caudillo santiagueño reciba el calificativo de desertor y de cobarde”, Newton, Jorge. Juan Felipe Ibarra; el caudillo de la selva. Buenos Aires, Plus Ultra, 1973. (Colección: Los caudillos, 2° serie), Cap. 4 “Los comienzos de un soldado”, página 17.
(6) Carlos Floria – César A. García Belsunce. Historia de los argentinos. Madrid, Círculo de Lectores, 1985, T. I, página 362.-
(7) Carlos Bassi – La expedición libertadora al Alto Perú, Buenos Aires, 1961, v. 5, página 184.
(8) Carlos Bassi – La expedición libertadora al Alto Perú, Buenos Aires, 1961, v. 5, página 187.
Fuente
Portal www.revisionistas.com.ar
Vai, Jorge; Maratea, Vladimiro y Turone, Oscar A. – Primera expedición libertadora al Alto Perú – Escuela Superior de Guerra – Buenos Aires (2010).
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