martes, 19 de febrero de 2019

San Martín y su último servicio a la Nación

San Martín y su último servicio a la patria



Por Martín Blanco |  Infobae


 

Nota escrita en coautoría con Roberto Colimodio

El 20 de septiembre de 1822, el general San Martín dejó instalado el primer Congreso Constituyente del Perú, renunció a su cargo de protector de dicho país, puso fin a su vida como hombre público. Habían pasado diez años de sacrificios al servicio de la nación, había logrado consolidar su independencia y la de medio continente.

Tendrá por delante nuestro máximo héroe un largo ostracismo voluntario (según sus propias palabras) en Europa, desde donde siguió atentamente el derrotero de su patria, inmersa en luchas internas y externas en el agitado período de formación del Estado nacional. Al respecto, San Martín se mantuvo firme a sus convicciones, no se mezcló jamás en las luchas intestinas, y no tomó parte por ninguno de los partidos (unitario y federal) que se disputaron el poder a sangre y fuego. El Libertador dio sobradas muestras al respecto. En marzo de 1819, en carta al caudillo santafesino Estanislao López sostuvo: "Unámonos, paisano mío, para batir a los maturrangos que nos amenazan: divididos seremos esclavos; unidos, estoy seguro de que los batiremos; hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra de honor. Mi sable no saldrá jamás de la vaina por opiniones políticas".

En similar sentido, en 1823, el entonces presidente del Perú, José de la Riva Agüero, solicitó los servicios de San Martín para resolver la contienda de carácter interna que azotaba a aquel país. La respuesta del otrora protector fue contundente: "Es incomprensible su osadía grosera al hacerme la propuesta de emplear mi sable con una guerra civil. ¡Malvado! ¿Sabe usted si este se ha teñido jamás en sangre americana?".

A no dudarlo, San Martín fue siempre consecuente con estos principios: orden en lo interno, independencia de América y soberanía nacional.

El Capitán de los Andes, fiel a su ideario, se mostró siempre atento a los conflictos de orden internacional que tuvieron como protagonista a las Provincias Unidas, llegando incluso a ofrecer sus servicios militares ante el conflicto con el Brasil, luego de haber renunciado Rivadavia, en diciembre de 1827, en carta dirigida al nuevo mandatario interino, don Vicente López y Planes. Asimismo, en 1838, con motivo del bloqueo francés y posterior asalto a la isla Martin García por parte del almirante Leblanc, San Martín, que ya estaba viviendo en Grand Bourg, se dirigió a Rosas manifestando: "Si usted me cree de alguna utilidad, que espere sus órdenes; tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir a la Patria honradamente, en cualquier clase que se me destine".

Así llegamos al año 1845, la entonces Confederación Argentina, a la sazón al mando del gobernador de la provincia de Buenos Aires, general Juan Manuel de Rosas, fue objeto de una nueva intervención militar que bloqueó sus ríos interiores, llevada a cabo por las dos principales potencias europeas, Francia e Inglaterra.

Para entonces el Gran Capitán contaba con 67 años de edad, llevaba 21 años fuera del país, era admirado y profundamente respetado en Europa. Durante ese lapso entabló relación con infinidad de personalidades influyentes, muchos de ellos americanos, que se desempeñaban cumpliendo funciones de representación diplomática de sus respectivas naciones ante Estados europeos, siendo su domicilio visita obligada y referencial.

Carta desde Nápoles

Con motivo de la intervención anglo-francesa, el cónsul argentino en Londres, George F. Dickson, quiso conocer la opinión que tenía el Libertador sobre los hechos; la respuesta de San Martín fue categórica. Con fecha del 28 de diciembre de 1845, desde Nápoles, donde se encontraba de viaje, estampó las siguientes consideraciones, que demuestran por sí solas la claridad meridiana de sus opiniones, su intacto genio militar y su amplio conocimiento de la situación del otro lado del Atlántico.

Creemos que esta carta (que sería fundamental en los hechos diplomáticos y políticos posteriores) es una muestra cabal de su lucidez y coherencia estratégica:

"Por conducto del caballero Jackson se me ha hecho saber los deseos de Ud. relativos a conocer mi opinión sobre la actual intervención de Inglaterra y Francia en la República Argentina. No solo me presto gustoso a satisfacerlo sino que lo haré con la franqueza de mi carácter y la más absoluta imparcialidad, sintiendo solamente el que el mal estado de mi salud no me permita hacerlo con la extensión que requiere este interesante asunto.

 

No creo oportuno entrar a investigar la justicia o injusticia de la citada intervención, como tampoco los perjuicios que de ella resultarán a los súbditos de ambas naciones con la paralización de sus relaciones comerciales, igualmente que de la alarma y desconfianza que naturalmente habrá producido en los nuevos Estados sudamericanos: la inferencia de dos naciones europeas en sus contiendas interiores; solo me ceñiré a demostrar si las dos naciones intervinientes conseguirán por los medios coactivos que hasta la presente han empleado el objeto que se han propuesto, es decir, la pacificación de las dos riberas del Río de la Plata.

Según mi íntima convicción, desde ahora diré a usted (que) no lo conseguirán; por el contrario, la marcha seguida hasta el día no hará otra cosa que prolongar por un tiempo indefinido los males que se tratan de evitar y sin que haya previsión humana capaz de fijar un término a su pacificación: me explicaré.

Bien sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside la República Argentina: nadie ignora el ascendiente muy marcado que posee sobre todo en la vasta campaña de Buenos Aires y resto de las demás provincias; y aunque no dudo que en la capital tenga un número de enemigos personales, estoy convencido que bien sea por orgullo nacional, temor, o bien por la prevención heredada de los españoles contra el extranjero, ello es que la totalidad se le unirán y tomarán una parte activa en la actual contienda.

Por otra parte, es menester conocer, como la experiencia lo tiene ya demostrado, que el bloqueo que se ha declarado no tiene en las nuevas Repúblicas de América, sobre todo en la Argentina, la misma influencia que lo sería en Europa: él solo afecta a un corto número de propietarios, pero la masa del pueblo que no conoce las necesidades de estos países, le será bien indiferente su continuación. Si las dos potencias en cuestión quieren llevar más adelante las hostilidades, es decir, declarar la guerra —yo no dudo un momento podrán apoderarse de Buenos Aires con más o menos pérdida de hombres y gastos, sin embargo que la toma de una ciudad decidida a defenderse es una de las operaciones más difíciles de la guerra, pero aun en este caso estoy convencido que no podrán sostenerse por mucho tiempo en posesión de ella: los ganados, primer alimento, o por mejor decir, el único del pueblo, pueden ser retirados en muy pocos días a distancias de muchas leguas; lo mismo que las caballadas y demás medios de transporte; los pozos de las estancias inutilizados, en fin, formando un verdadero desierto de 200 leguas de llanuras sin agua ni leña, imposible de atravesar por una fuerza europea, la que correrá tantos más peligros a proporción que esta sea más numerosa, si trata de internarse. Sostener una guerra en América con tropas europeas, no solo es muy costoso, sino más que dudoso su buen éxito. Tratar de hacerla con los hijos del país; mucho dificulto y aun creo imposible encuentren quien quiera enrolarse con el extranjero. En conclusión: con 8.000 hombres de caballería, del país y 25 o 30 piezas de artillería fuerzas que con mucha facilidad puede mantener el general Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres salga a 30 leguas de la capital, sin exponerse a una completa ruina por falta de todo recurso; tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará, a menos (como es de esperar) que el nuevo ministerio inglés no cambie la política seguida por el precedente".

La repercusión

La contundencia de los conceptos militares y políticos provenientes de una autoridad en la materia, como lo era el general San Martín, no pasó desapercibida, y causó gran impacto en la política británica, pues Dickson se encargó de difundirla. Tanto es así que la mentada carta de San Martín fue publicada (sin su autorización) por la prensa inglesa, más precisamente en el periódico Morning Chronicle, con fecha 12 de febrero de 1846, en una nota donde se ponderó su rol de estratega magistral en relación con el cruce de los Andes, a la par del paso de los Alpes ejecutado por Napoleón Bonaparte. La publicación de esta carta mereció réplicas en periódicos españoles y en la Gazeta de Buenos Aires.

A mayor abundamiento, el propio Dickson, con fecha 13 de febrero de 1846, agradece la respuesta dada por San Martín y le informó que cursó diversas copias de la carta a distintas personalidades de la política británica, entre ellos a Lord Aberdeen (George Hamilton Gordon), por entonces secretario de Estado para Asuntos Exteriores, y futuro primer ministro; también al almirante Bowles (viejo amigo de San Martín), y al almirante Inglefield.

Tal fue la repercusión de la carta de San Martín que Dickson le aseguró a aquel que con sus apreciaciones "había contribuido eficazmente a corregir en alguna parte las opiniones infundadas que se mantenían en este país sobre todo lo relativo a lo Estados de Sudamérica".

No solo San Martín emitió estas opiniones "a pedido" del inglés Dickson, sino que también las sostenía en privado, como le escribió a Tomás Guido el 26 de septiembre de 1846: "Capeando desde estos puntos a Mr. Guizot hasta ver los resultados de la negociación de Mr. Hood, que a pesar de los buenos resultados que todos esperan de ella, yo soy como las mulas chúcaras que orejean al menor ruido, es decir, que estoy sobre el 'quien vive' de todo lo que viene de Inglaterra, y aunque los franceses sigan su misma política, estos son toros claros y verdaderos niños de teta comparados con las miras ambiciosas, maquiavélicas y tenaces de sus rivales, los ingleses…. De todos modos, yo tengo la confianza de que, a pesar de la desigualdad de fuerzas y recursos, el general Rosas triunfará haciendo una paz honrosa".

San Martín se mantenía informado de las sucesivas misiones diplomáticas inglesas y francesas al Río de la Plata para terminar con el conflicto, de los cambios en el gabinete británico; etcétera. "Esperamos con la mayor ansiedad los resultados de las negociaciones entabladas con nuestra Patria, la suerte haga que se termine todo con honor".

También el Libertador desde Nápoles escribió al general Rosas el 11 de enero de 1846: "En las circunstancias en que se halla nuestra Patria me hubiera sido lo más lisonjero poder ofrecer mis servicios, como lo hice a Ud. en el primer bloqueo de Francia, servicios que aunque yo los creo bien inútiles, sin embargo, demostrarían la injustísima agresión y abuso de la fuerza que en el día emplean Francia e Inglaterra contra nuestro país. Este tiene aún un viejo defensor de su honor e independencia. Ya que el estado de mi salud me priva de esta satisfacción, por lo menos me complazco en manifestar a Ud. estos sentimientos así como mi confianza, no dudosa, del triunfo de la justicia que nos asiste. Acepte Ud. mi apreciable general, los votos que hago porque termine Ud. la presente contienda con honor y felicidad".

Repercusiones en Francia

La carta de San Martín a Dickson del 28 de diciembre de 1845 no solo generó consecuencias en Inglaterra, sino también en el otro Estado beligerante, es decir, en Francia. Ya que con fecha 22 de diciembre de 1849 fue publicada en el periódico La Presse, en un momento decisivo donde el parlamento francés debía decidir si continuaba con las hostilidades, ya sin el apoyo de Inglaterra, que el 24 de noviembre de ese año había firmado la paz con la Confederación Argentina (Tratado Arana-Southern).

A su vez, y con fecha 23 de diciembre de 1849, el propio San Martín se dirigió por carta al señor Bineau, ministro de Obras Pública de Francia, donde le confirmó la autenticidad de la carta escrita a Dickson desde Nápoles, y publicada en La Presse el día anterior, añadiendo: "La opinión que entonces tenía no solamente es la misma aún, sino que en las actuales circunstancias en que Francia se encuentra ahora, sola, empeñada en la contienda, vienen a darle una nueva consagración. Estoy persuadido de que esta cuestión es más grave que lo que se la supone generalmente; y los once años de guerra por la independencia americana durante los que he comandado en jefe los ejércitos de Chile, del Perú y de las Provincias de la Confederación Argentina me han colocado en situación de poder apreciar las dificultades enormes que ella presenta y que son debidas a la posición geográfica del país, al carácter de sus habitantes y a su inmensa distancia de la Francia. Nada es imposible al poder francés, y a la intrepidez de sus soldados; más antes de emprender, los hombres políticos pesan las ventajas que deben compensar los sacrificios que hacen. No lo dudéis, os lo repito: las dificultades y los gastos serán inmensos y una vez comprometida en esta lucha, la Francia tendrá honor en no retrogradar y no hay poder humano capaz de calcular su duración".

 

Dicha carta fue leída en el Consejo de Ministros, donde el entonces ministro de Justicia de Francia, Rohuer, la consideró un documento valiosísimo para ser presentado en la Asamblea en el momento oportuno. Y el momento llegó inmediatamente, la carta de San Martín fue leída en los últimos días de 1849 en la Asamblea Legislativa de Francia, cuando se discutía allí un crédito de 2.500.000 de francos destinados a la intervención francesa en el Río de la Plata. La puja era entre quienes bregaban por continuar y profundizar la intervención, y aquellos que pretendían emular la actitud tomada por Inglaterra y solucionar el conflicto mediante la diplomacia.

Fue tal el revuelo generado en el parlamento francés con motivo de la lectura de la carta en cuestión que provocó la suspensión momentánea del debate y un profundo interés en la opinión pública. Tal es así que Mariano Balcarce, yerno del general San Martín, que desde noviembre de 1848 ejercía funciones de secretario de la Legación Argentina en Francia, consideró oportuno enviar una copia de la carta al ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación, don Felipe Arana, y ponerlo al corriente de lo acontecido a causa de la notable misiva.

Vale señalar que en aquellas horas decisivas para la patria, San Martín cargó sobre sus hombros la representación de los intereses nacionales, dado que el ministro Manuel de Sarratea, que ocupaba formalmente la representación diplomática de la Confederación ante el gobierno francés, había fallecido el 21 de septiembre de 1849.

Así las cosas, la solución política adoptada por Francia fue la buscada por San Martín, la continuación de las negociaciones, y la no profundización del conflicto, que llegaría a su conclusión días después de la muerte del libertador, dado que el 31 de agosto de 1850 se firmaba el Tratado Arana- Lepredeur que pondría fin a las hostilidades.

Siguiendo al notable historiador español Augusto Barcia Trelles cabe concluir que en 1849: "San Martín, casi ciego, convaleciendo de un segundo ataque de la peste colérica (el primero fue en 1832), destrozado por los crónicos sufrimientos de sus terribles achaques, había luchado noble, valiente, elevada y eficazmente en defensa de la soberanía y de los prestigios de la Confederación Argentina, movilizando a los ministros del gobierno francés, consiguiendo que este, amparándose en la gran autoridad y suprema experiencia del veterano glorioso, adoptare criterios y conductas que significaban la paz y la dignidad para la Argentina".

De esta manera, el general San Martín realizó su último servicio a la patria, ahora ya no con el sable corvo redentor de medio continente, sino con el poder de su pluma, de su autoridad política, moral y militar.

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