“Soy marxista”: el día que Fidel Castro traicionó su promesa de democracia y el divorcio por carta del Che Guevara
El 8 de enero de 1959, hace 64 años, el líder revolucionario cubano entró triunfante en La Habana. La vergonzosa huida de Fulgencio Batista y la extorsión de Trujillo. La amenaza del Che a los Estados Unidos. El desengaño de la hermana de Fidel. Y el alineamiento con la Unión Soviética que decepcionó al mundo
El 8 de enero de 1959, a sesenta y cuatro años de la entrada triunfal de Fidel Castro en La Habana para instaurar secretamente una dictadura comunista que perdura hasta hoy
El dictador cubana Fulgencio Batista no podía permanecer más en el poder porque todo su entorno estaba viciado. Tenía un ejército casi intacto de 40.000 efectivos pero los altos mandos no querían combatir contra unos pocos cientos de guerrilleros. Fidel Castro tenía la iniciativa militar y cada semana recibía más apoyo económico o “tributos” de los empresarios industriales, hombres de negocios y terratenientes (como harían años más tarde el PRT-ERP y Montoneros en la Argentina). Era el suicidio colectivo de una clase dirigente. Stanley Ross en su trabajo “Nos equivocamos con Cuba”, American Weekly del 12 de junio de 1960, sostiene: “El arma secreta de Fidel Castro fue el dinero: increíbles millones de dólares con los que compró ‘victorias’. Compró regimientos enteros de oficiales de Batista y en una ocasión hasta adquirió por 650.000 dólares en efectivo todo un tren armado, con tanques, cañones, municiones, jeeps y 500 hombres”.
Miércoles, 31 de diciembre de 1958: los instantes previos a la partida del dictador Fulgencio Batista, sus familiares, y sus más íntimos, no fueron como se contó más tarde en las películas de Hollywood. La recepción de Año Nuevo no se llevó a cabo en un hotel-casino de lujo. Como todos los años, Batista solía citar, mediante tarjeta RSVP, a numerosos invitados a esperar la llegada del Año Nuevo en los salones del Cuartel de Columbia (hoy Ciudad Escolar Libertad) defendido por un amplio murallón con torretas para soldados cada 20 metros. Esta vez la lista de invitados no pasaba de setenta, es lo que contó el embajador estadounidense Earl E. T. Smith con precisos detalles. La atmósfera era tensa y se podía observar que tanto el secretario privado del dueño de casa (Andrés Domingo) y el Ministro de Estado, Gonzalo Güell, caminaban entre las mesas aferrados a grandes sobres de papel manila. Pocos sabían que adentro estaban los pasaportes. Batista se paseó entre los presentes y saludaba a cada uno de los invitados con una palabra agradable. Gran parte de la recepción se la pasó en el hall de entrada, con sus íntimos, y en un cuarto adyacente donde recibía informes de la situación que le entregaban los jefes militares. A eso de la una de la mañana la señora Marta Fernández Miranda de Batista abandonó el salón anunciando que se iba a cambiar de vestido porque sentía frío. Minutos más tarde los invitados comenzaron a abandonar la fiesta y se despedían del dueño de casa con “hasta mañana Presidente”, sin sospechar la mayoría que no lo verían más. Cerca de las dos de la madrugada Fulgencio Batista renunció y se designó un gobierno provisional presidido por Carlos Piedra, un veterano juez de la Corte de Justicia.
Seguidamente, Batista, su esposa, su hijo Jorge y altos integrantes de su régimen se dirigieron al aeropuerto militar de Columbia, en cuya pista esperaban tres aviones DC-4 del Ejército de Cuba, conducidos por pilotos de Cubana de Aviación. Los pilotos no sabían a quiénes esperaban, ni su misión, hasta que vieron llegar la caravana de unos 30 automóviles con Batista a la cabeza. Los pilotos conocieron el plan de vuelo cuando estuvieron en el aire. Batista no pudo ir a Daytona Beach como quería, tampoco a España. Se tuvo que contentar con aterrizar en Ciudad Trujillo, República Dominicana. Todo fue poco planificado, era una huida. El embajador play boy dominicano Porfirio Rubirosa, yerno de Trujillo, le contó a Smith que su gobierno desconocía el destino de Batista. Fue como un “aquí estoy”.
A las 8 de la mañana Ranfis Trujillo, primogénito de El Benefactor, recibió a los fugados en la Base Militar San Isidro. La caravana de la derrota estaba compuesta por el ex presidente, sus familiares, su servicio doméstico, generales, almirantes, embajadores, agentes policiales. Fueron llevados a la embajada cubana donde Batista habló telefónicamente con Leónidas R. Trujillo. Los Batista y sus 25 valijas, más sus empleadas domésticas, estuvieron dos semanas en el Palacio Presidencial. Nada fue gratis: el ex Secretario de Prensa del dictador cubano, Enrique Porras, detalló que Batista le debía dinero a Trujillo por compras previas de armamentos, que debió abonar antes de salir de Ciudad Trujillo (República Dominicana): 600.000 dólares de armamentos; 800.000 dólares por pago pendiente al traficante de armas americano y 2.500.000 de dólares para dejarlo salir de Santo Domingo. Después de pagar dichas cantidades, Trujillo exigió un millón más, lo que retrasó en 24 horas su salida de la isla mientras conseguía la cantidad reclamada.
En los primeros instantes del 1° de enero de 1959, a unos kilómetros del Cuartel de Columbia, el clima del Nuevo Año era diferente. Otros aires se respiraban en la residencia y el jardín del presidente del Tribunal de Cuentas. Mujeres de largo, algunos hombres con smoking de saco piel de tiburón, otros de traje blanco… nada de guayaberas. Un muy moderno equipo de sonido vibraba a todo volumen obligando a varias parejas a formar un trencito que se mecía. Desde la calle se escuchaba la voz de un argentino que recitaba, acompañado por unos fabulosos instrumentos de viento y un coro:
“Lola con tu indiferencia a mí corazón lo vas a matar
Sabes muy bien que se está muriendo por ti.
Sin tu querer sé que dejará de latir
Lola, ay Lolita Lola, conmigo vas a acabar.”
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