jueves, 19 de diciembre de 2024

Espionaje: El caso de la Reina Hatshepsut en el Antiguo Egipto

El caso de la Reina Hatshepsut: Espionaje y expansión en el Antiguo Egipto


  • El caso de la reina Hatshepsut: La reina egipcia Hatshepsut (1479-1458 a.C.) utilizó espías para proteger sus rutas comerciales y expandir su imperio.





Introducción

Hatshepsut, una de las figuras más enigmáticas y poderosas de la historia egipcia, reinó durante el período del Nuevo Reino (1479-1458 a.C.). Su reinado no solo fue notable por su duración y prosperidad, sino también por sus innovadoras estrategias de gobernanza y expansión. Una de estas estrategias implicaba el uso de una red de espías para proteger sus rutas comerciales y expandir su imperio. Esta faceta menos conocida de su gobierno revela la sofisticación y el alcance de su administración.

Contexto Histórico y Político

Hatshepsut ascendió al trono en una época en la que Egipto estaba recuperándose de conflictos internos y consolidando su poder. Aunque inicialmente gobernó como regente para su hijastro, Tutmosis III, eventualmente asumió el título de faraón y gobernó como tal durante más de dos décadas. Su reinado se caracterizó por una gran estabilidad política, económica y social, así como por ambiciosas campañas de construcción y comercio.

La Red de Espías de Hatshepsut

Para proteger sus intereses y asegurar la estabilidad de su reino, Hatshepsut empleó una sofisticada red de espías y agentes. Estos operaban tanto dentro como fuera de Egipto, recolectando información crucial sobre movimientos de tribus nómadas, actividades de estados rivales y condiciones de las rutas comerciales.

La red de espionaje de Hatshepsut no solo se centraba en amenazas militares, sino también en la vigilancia económica y diplomática. Los espías eran responsables de monitorear el comercio y asegurar que los tributos y bienes llegaran a Egipto sin interrupciones. También supervisaban la lealtad de los vasallos y funcionarios en las provincias y territorios bajo el control egipcio.

Protección de las Rutas Comerciales

Una de las mayores preocupaciones de Hatshepsut era la protección de las rutas comerciales. Durante su reinado, Egipto mantuvo rutas comerciales vitales con regiones tan distantes como Punt (probablemente la actual Somalia o Yemen), el Levante y Nubia. Estas rutas eran esenciales para la importación de bienes exóticos, como incienso, mirra, ébano, marfil y oro, que no solo enriquecían a Egipto, sino que también eran cruciales para los rituales religiosos y la legitimidad del faraón.

Los espías de Hatshepsut vigilaban estas rutas comerciales y proporcionaban informes regulares sobre las condiciones del camino, la seguridad y posibles amenazas. También recolectaban información sobre los movimientos de las tribus nómadas y bandidos que podrían intentar saquear las caravanas. Esta información permitía a Hatshepsut tomar decisiones informadas sobre cuándo y cómo enviar expediciones comerciales, así como desplegar fuerzas militares para protegerlas cuando fuera necesario.

La Expedición a Punt

Uno de los logros más notables de Hatshepsut fue la famosa expedición a la tierra de Punt. Esta expedición es detalladamente documentada en los relieves del templo de Deir el-Bahari, mostrando el esplendor y la importancia de este viaje. La expedición trajo de vuelta inmensas riquezas y productos exóticos, consolidando la prosperidad del reinado de Hatshepsut.

La organización y el éxito de esta expedición no habrían sido posibles sin una previa y meticulosa recolección de información. Los espías e informantes desempeñaron un papel crucial al proporcionar datos sobre las condiciones en Punt, las rutas más seguras y los mejores momentos para emprender el viaje. Esta red de inteligencia garantizó que la expedición se llevara a cabo sin contratiempos, fortaleciendo el comercio y las relaciones diplomáticas con Punt.

Expansión del Imperio

Hatshepsut no solo se centró en la protección de las rutas comerciales, sino también en la expansión territorial. Durante su reinado, Egipto extendió su influencia hacia Nubia en el sur y consolidó su poder en el Levante. La red de espías jugó un papel esencial en estas expansiones, proporcionando información sobre la fortaleza militar y las debilidades de los territorios objetivo.

Los espías de Hatshepsut también actuaban como diplomáticos, estableciendo contactos y negociando con líderes locales. Estos agentes recopilaban información sobre las alianzas y rivalidades entre tribus y ciudades-estado, lo que permitía a Hatshepsut diseñar estrategias de conquista o alianzas que fueran más efectivas y menos costosas en términos de recursos y vidas humanas.

Espionaje Interno y Control del Poder

Además de su red de espionaje externo, Hatshepsut empleó espías para mantener el control interno y asegurar su posición en el trono. Como una de las pocas mujeres faraonas, Hatshepsut enfrentó considerable oposición de ciertos sectores de la nobleza y el clero. Para contrarrestar esta oposición, necesitaba estar bien informada sobre los planes y conspiraciones que pudieran amenazar su reinado.

Los espías internos vigilaban a los nobles, generales y sacerdotes, informando a Hatshepsut de cualquier actividad sospechosa. Esta vigilancia constante permitió a Hatshepsut tomar medidas preventivas contra posibles complots y mantener la lealtad de sus seguidores. También le permitió identificar y neutralizar a sus adversarios antes de que pudieran actuar, asegurando así la estabilidad de su gobierno.

Legado de la Red de Espionaje de Hatshepsut

El uso de espías por parte de Hatshepsut no solo protegió su reinado y expandió su imperio, sino que también sentó las bases para las futuras prácticas de inteligencia en Egipto. Su enfoque en la recolección y el análisis de información para la toma de decisiones estratégicas demostró una comprensión avanzada de la política y la seguridad nacional.

El legado de Hatshepsut en el espionaje y la inteligencia se puede ver en la continuidad de estas prácticas en los reinados posteriores. Los faraones que la sucedieron continuaron utilizando redes de espías para proteger sus intereses y mantener el control sobre sus vastos territorios. Aunque Hatshepsut es más recordada por sus impresionantes proyectos de construcción y su próspero reinado, su habilidad para manejar la información y utilizarla estratégicamente es un testimonio de su capacidad como gobernante.

Conclusión

La historia de la red de espionaje de la reina Hatshepsut revela una faceta menos conocida pero crucial de su reinado. A través de una sofisticada red de informantes y espías, Hatshepsut protegió las rutas comerciales vitales, aseguró la expansión de su imperio y mantuvo el control interno. Su enfoque innovador y estratégico en el uso de la inteligencia no solo garantizó la prosperidad y estabilidad de su reinado, sino que también dejó un legado duradero en la historia del espionaje y la administración en el antiguo Egipto.

Estos casos muestran que el espionaje ha sido una herramienta importante en la historia, incluso en la Antigüedad, y que algunas de estas misiones podrían recordar a las aventuras de James Bond.

martes, 17 de diciembre de 2024

Guerra del Chaco: Boquerón

Boquerón, la tragedia de la sed




Camión utilizado en la Guerra del Chaco para el transporte de agua.

Si es verdad que allende los dominios de esta vida terrenal existe un infierno para los malvados, y si en ese infierno hay tormentos físicos, a buen seguro que el de la sed ha de estar reservado para los más grandes pecadores que mueren sin contrición. No hay tortura, física o moral que pueda igualar, o compararse siquiera, a la agonía horripilante del sediento. La falta de agua altera el cerebro con una suerte de locura agotadora, que entumece todas las inclinaciones nobles y buenas, destruye el dominio de sí mismo y convierte al hombre más reposado en una fiera, que ruge, brama y se enfurece ante la sola visión, real o imaginaria, de una gota de agua que humedezca la lengua. Quien haya visto un ser humano pereciendo de sed bien puede reclamar para sí el triste privilegio de haber presenciado la escena más dolorosa que ofrece el melodrama de la vida ingrata de las luchas, porque casi siempre se lleva las de perder. La sed no tiene siquiera ese amago de belleza exótica de los profundos dramas. Es tan sólo la más grosera manifestación de la humana miseria, fría y repelente como el espumarajo de muerte que arrojan los labios del sediento. No impresiona, sino que horroriza; no inspira lástima, sino que infunde pavor.

El espectro de la sed apareció desde el primer día de la batalla de Boquerón, en la Guerra del Chaco. Fuese por la escasez de los medios de transporte o a causa de aquella inexplicable falta de organización inicial de los paraguayos, fruto de su ingenuidad y producto de su excesiva fe en los procedimientos conciliatorios, lo cierto es que el precioso líquido llegó a faltar a los combatientes a poco de iniciadas las operaciones contra el reducto enemigo, en cuya conquista iba todo el prestigio de Paraguay.

Desde el primer momento, los Comandos Superiores y subordinados se sintieron inquietos; pronto esa inquietud se trocó en angustia, y la angustia en desesperación. Los hilos telefónicos vibraron sin cesar transmitiendo mensajes que eran otros tantos pedidos clamorosos. De Isla Poí, precaria base que sustentaba el orden de batalla paraguayo, se respondía asegurando que de allí partían los camiones-tanques dentro del plan prefijado y con ajuste a los horarios establecidos; se despacha –afirmaban desde allá- suficiente cantidad de agua para dar de beber seis litros diarios a cada soldado. La información, con ser alentadora, no podía satisfacer, y menos resolver el problema, calmando la angustia. No es que se pusiera en duda la diligencia de los órganos de retaguardia, a cuyo cargo estaba este importante, mejor dicho vital, servicio de abastecimiento, pero era el caso que el agua no llegaba, o llegaba en cantidad tan escasa que su distribución resultaba una tarea más que difícil, dolorosa. Solamente más tarde se habría de descifrar el misterio de los miles de litros de agua que se despachaban de Isla Poí para no llegar nunca a Boquerón: la llamada “recta” con sus 40 kilómetros de extensión, encerraba ese misterio. A lo largo de ese camino, que parece trazado sobre la plancheta de un topógrafo con escuadra y tiralíneas, se escalonaba el siempre inevitable apéndice de todo ejército que marcha o que combate, las obligadas cuentas que los preliminares de la batalla van desgranando, en grande o pequeña cantidad, hacia los portales entreabiertos del templo de Jano…

Mientras tanto, los primeros escalones comienzan a experimentar una escasez que va orillando una crisis peligrosa. Se producen escenas de horror. Hay compañías y batallones que no beben desde hace cuarenta y ocho horas. El fragor del combate y la altísima temperatura contribuyen a poner un sombrío telón de fondo a este episodio, único en su género, de la guerra chaqueña. El olor de la pólvora, ese olor irritante de la cordita en combustión, y el hedor de los cadáveres insepultos vician la atmósfera hasta provocar náuseas; el sol del Trópico, implacable y calcinante, quema con sus rayos despiadados la piel sudorosa y bronceada de los combatientes y hace reverberar la selva con los destellos de una inmensa quemazón. El polvo fino del desierto occidental se atraganta en los pulmones hasta convertir la respiración del hombre en mugido de bestia. Detrás de cada arbusto, de cada tronco de quebracho o de algarrobo, está un combatiente agazapado jadeante; de vez en cuando, levanta su fusil para hacer un disparo o introduce un nuevo cargador en el almacén de su arma; y en los intervalos de esta lucha tan intensamente personal, escarba la tierra con sus uñas para buscar un abrigo que proteja las partes más vulnerables del cuerpo contra los proyectiles enemigos, que pasan veloces con su silbido característico para incrustarse en el ramaje o cortar un gajo con ese golpe seco, inconfundible, que se asemeja al chasquido de una fusta. Los árboles, a fuerza de tantos impactos, van convirtiéndose en esqueletos, esqueletos que abren sus descarnados brazos en ese inmenso campo santo de bárbara desolación. No son ya ráfagas sino verdaderos vendavales de plomo. Y qué lejos estaban entonces de aquellas elaboradas trincheras, de aquellos sólidos parapetos, de aquellos cómodos “pagüiches” con cubrecabeza de quebracho que se conocieron más tarde, en Saavedra, en Nanawa, en Toledo!

En Boquerón sólo había el pecho del soldado! Y hallar un zapa-pico o una azuela era un presente de los dioses! Al poco tiempo, el ansia de beber se torna en delirio, y ese delirio en locura. Los soldados piden de beber y sus oficiales, hombres también pero más sujetos al dominio de sí mismos por esa esclavitud que impone el ejercicio de una severa auto-disciplina se muerden los labios y crispan los puños en un gesto de impotencia, incitándoles a no ceder, a esperar un poco más porque el socorro ha de venir pronto. Las caramañolas hace tiempo que están vacías y es inútil que, en el desahucio de una esperanza que nació muerta, los labios se apliquen al aluminio del recipiente, que ya nada contiene. El último vestigio de resistencia física va abandonando a los sedientos y la razón, que ya no razona, da en vagar sin rumbo en aquel páramo sin oasis del sufrimiento humano. Los hombres se tienden boca arriba, abandonan a ratos su fusil y así permanecen como extasiados, en actitud de pedir al cielo un remedio para sus males o un fin más cercano o menos doloroso; o de cara a la tierra, succionar el suelo en busca de una veta, que saben no está ni puede estar allí, o escarban con sus manos para dar con el hipotético “yby-á”, pulposo tubérculo con que los aborígenes suelen calmar la sed. Arroyitos de mi pueblo, arroyitos cristalinos de mi “valle”, rumorosos manantiales de mis “pagos”, clama la imaginación encabritada de cada sediento en un fantástico remolino mental, persiguiendo un imposible. Sus labios están amoratados y entreabiertos, dejando ver la lengua que, muy hinchada y de color azul subido, asoma entra las comisuras sombreadas de espuma amarillenta; el rostro, desfigurado por la mueca de una tortura indecible, algo tiene de aquella repulsiva expresión del Gwymplain de Victor Hugo; los ojos saltones, como queriendo fugarse de las órbitas para interrogar el por qué de tanto horror. Algunos, enloquecidos del todo por la más feroz de las locuras y con esa fuerza que adquieren los dementes en el paroxismo de la enajenación, se incorporan a duras penas y tratan de echar a correr hacia las líneas enemigas, porque alguien lo ha dicho, y muchos lo han repetido, que allí hay agua en abundancia, un extenso “pirizal” de cristalina y tentadora superficie, y hasta un molino de viento! Mirajes que sólo existieron en la imaginación de aquellos mártires! Se lucha dos días por la posesión de un “tajamar”; el solo anuncio de la proximidad del agua vale más que todas las arengas. A punta de bayoneta, con furia incontenible, realizando proezas de valor, gastando y desgastando las últimas reservas de energía física y moral, se llega al tajamar para encontrar que… tan solo es otro miserable embuste con visos de leyenda, de esos que, en forma misteriosa, suele engendrar la excitación turbulenta de una batalla. El “tajamar”, si es que eso ha sido alguna vez, esta seco.

 
Pero hay que contener a esa gente que pugna por acercarse a las líneas enemigas, hay que poner una camisa de fuerza a estos “locos”, a estos heroicos y sublimes locos que, en la inconciencia de su desvarío, no miden ni pueden medir las consecuencias de un acto tan irreflexible como estéril. La disciplina, esa majestad que reina y gobierna sobre el campo de batalla con la férula del más implacable rigorismo, y aún de crueldad, debe imponerse a la carne doliente y vencer al instinto. La sed es grande, pero el deber es más grande todavía! Y por eso, los oficiales, ahogando todo sentimiento de piedad, porque así lo requiere la lógica inflexible del deber, se ven obligados a golpear con el cabo de sus pistolas la cabeza de aquellos desdichados hasta hacerles perder el conocimiento y evitarles, de tal suerte, la humillación sin ventajas del cautiverio o la muerte aterradora y solitaria del que se atrevía en el desierto. Ese joven oficial, niño casi, que hace frente a las peripecias de la guerra con la escasa ciencia y experiencia de sus veinte años, también tiene sed; también su garganta, seca como el parche de un tambor, está ronca de dar voces de mando, de aliento, de consejo. Manda, implora y hasta ruega. Y en el ejercicio de sus funciones como conductor de hombres, perdido ya en el laberinto de su extenuado raciocinio, se ve por momentos compelido a recurrir a la piedad de una mentira o la acidez de una amenaza. Pero antes que nada, sobre todas las cosas, está su deber de razonar, de “mandar” siempre, aún en las peores circunstancias y en la más estrecha de las encrucijadas. Así le enseñaron un día en sus tiempos de cadete, diciéndole que el oficial paraguayo no depone nunca las armas ante ningún enemigo, y menos cuando ese enemigo aparece disfrazado con el ropaje de su propia flaqueza.

Mucho le han predicado entonces sobre la necesidad del saber dominarse a sí mismo antes de pretender dominar a los demás. Y a la memoria le viene aquella frase que es todo un mandamiento militar de legítimo corte espartano: “Ser soldado es no comer cuando se tiene hambre, no dormir cuando se tiene sueño, no beber cuando se tiene sed…”. Y ahora, mi Teniente, mi joven guía de hombres y de voluntades, es llegado el momento de demostrar a la faz de tus soldados que te miran y te juzgan, que no fueron vanas tantas enseñanzas, que no llegaste un día a los dinteles de la Escuela Militar a abrazar la profesión de las armas tan solo seducido por la ridícula vanidad de llevar un sable al cinto. Hora es de evidenciar ante este tribunal inexorable que las aptitudes de mando no están, como algunos simulan creer, en el dorado transitorio de las presillas sino en la reciedumbre del corazón y que, quien viste el uniforme militar, no como un hábito sacerdotal sino como una mera prenda decorativa, se engaña a sí mismo sin engañar a los demás. No basta la mímica del oficio, de fácil aprendizaje hasta para los más negados, hay que agregarle la vocación, la vocación honda y espiritualmente sentida. Sobradamente humano es que tu joven corazón se rebele y se desgarre ante el martirio de estos hombres que la nación ha puesto en tus manos para conducirlos a la victoria o a una muerte digna, pero … golpea, mi Teniente, golpea con furia hasta hacer saltar borbotones de sangre, porque es la Patria misma la que golpea por tus manos! Así salvas las vidas de tus soldados, bien que prolongándoles la agonía en un gesto paradójico, de difícil, casi imposible, comprensión para aquellos que contemplan la guerra desde la cómoda butaca del espectador.

La razón ha de imponerse, aunque como suele acontecer en no contadas ocasiones, se imponga apelando a la fuerza bruta como medio persuasivo, como recurso final. Un cadete, adolescente aún, se extravía en la selva en una desesperante búsqueda de agua y sólo es hallado tres días después, cuando ya en los estertores de la agonía, masticaba inconciente las raíces de una hierba venenosa. Los camilleros le conducen al Puesto de Socorro más próximo, sobre una perihuela improvisada; hay que sujetarle de pies y manos porque en la furia de su delirio arremete contra todo aquel que se pone a su alcance. El médico separa con trabajo sus mandíbulas con una cuchara de hojalata y, gota a gota, va vertiendo el agua vivificante en aquella boca, de cuyos labios sólo salen quejidos de moribundo. Más allá, un sargento de línea, magnífica estampa de zagal robusto, se abraza a una planta de cactus y roe desesperado las fibras de su tallo, sin reparar en las espinas que se clavan en su rostro, en sus manos, en su pecho desnudo, hasta convertirlo en un retrato vivo del evangélico Ecce Homo; ha perdido por completo la lucidez de su entendimiento, y en su desvarío, alterna sollozos con palabras incoherentes; errante el cerebro, de sus labios surge, sin embargo, una exclamación, un llamado de esos que sirven de plegaria al hombre en sus momentos de suprema orfandad: “¡Mamá… che Mamita!” Invocación estéril que llega al alma y cuyo eco se pierde en la lóbrega inmensidad de aquella tierra desolada. Uno de sus compañeros trata de levantarlo para humedecer sus labios con unas gotas de jugo de limón, pero sus miembros, fláccidos ya por la proximidad de la muerte, no responden, y sus ojos se cierran…, se cierran lenta y pesadamente, llevando a la eternidad la imagen de este “mejor bosquejo que pueda darse del juicio final”. En otro sector de la línea, un comandante de pelotón hace de un enorme tacho de cocina un mingitorio colectivo, teniendo antes cuidado de eximir de la contribución voluntaria a los que espontáneamente se declaran enfermos de cierto mal originado por el “dulce pecado”; hecha la recolección y luego de echarle un poco de yerba, se distribuye el líquido por cucharadas y todos beben con fruición el inmundo desperdicio del organismo humano. Un oficial de reserva se abre una vena del brazo izquierdo con una hoja de afeitar para beber su propia sangre, y cae desfallecido por la hemorragia que no puede contener. Soldadito paraguayo, soldadito heroico que sufriste sed en Boquerón, cuando la victoria final levante arcos triunfales al vencedor afortunado y al sobreviviente feliz, cuando el público asunceño aclame a los laureados de la fama, ¿se acordará alguien de ti? ¿O te sentarás, como Lázaro, a la puerta para recoger las migajas del festín? Soldadito de mi patria, cuando en los años por venir, apagada la novedad de esta contienda, vayas arrastrando los achaques de tu vejez por las calles de tu ciudad o de tu pueblo, en demanda de una limosna, tal como tu generación hizo con aquellos corazones de bronce de otra contienda, ya muy lejana y casi olvidada, ¿habrá una mano cristiana y cariñosa que te alargue un mendrugo de pan? Y si muy cerca ya de esa tangente que define el misterio de la vida y de la muerte, blancos los cabellos, enfermo el cuerpo y marchitas las ilusiones todas, te rehúsan todavía la última misericordia del que va a partir, diles, soldadito bueno de la Patria: “Por el amor de Dios, un vaso de agua, yo estuve en Boquerón…!”.
 

Las mulas de la artillería y los montados de los oficiales reciben como ración diaria de agua el contenido de un plato de los reglamentarios en el ejército, es decir, escasamente medio litro, y muchas veces, ni siquiera eso; las pobres bestias, víctimas mudas de este gran crimen, que es la guerra, y para las cuales esa miseración es como una cucharadita, caen extenuadas en las “picadas” y en los “cañadones” para allí aguardar la liberación por una muerte inevitable y espantosa, si antes una mano compasiva no pone término a su sufrimiento con un tiro de pistola a la altura de la testera. Enjambres de mariposas, de las que harto apropiadamente se denominan “cadavéricas” y que parecen llevar la imagen macabra de la Muerte en el blanco pardusco de sus alas diminutas, se posan sobre estas osamentas y envuelven los restos a manera de un sudario que se agita al viento al ritmo de un incesante aleteo.

En las Ambulancias Divisionarias, y Puestos de Curación, la falta de agua se hace sentir con más crueldad aún. Los instrumentos de metal bruñido se hunden en las carnes del herido sin previa ebullición, porque el agua disponible apenas da para hacer beber unos sorbos a los que, agotados y febriles, piden una gota, nada más que una gota. A sol y sombra están las largas hileras de camillas, cada una con su cargamento de dolor, con un pedazo de sangrante humanidad que espera paciente un poco de alivio y de consuelo. La tarea de los cirujanos se cumple en silencio y ordenadamente. La Cruz de Ginebra, sujeta a lo alto de un esbelto palo santo, parece acoger a estos pobres despojos con el abrazo abierto y amplio de una hermosa candad. En el tronar de la batalla, esta insignia universal es como un remanso de paz, que algo tiene de caricia en su elevado simbolismo, y algo también de brutal sarcasmo ante la incomprensible mentalidad humana, que destroza y destruye con la misma estudiada diligencia con que se trata de reparar después! Para los que sufren, y en la guerra son muchos si no todos, la visión de esa bandera de amor y de hermandad es como una venda color de rosa sobre sus ojos doloridos.

Entre tanto, en la famosa “recta” los camiones tanques que han logrado sortear las acechanzas del largo trayecto, llegan para ser pronto asediados por multitudes incontenibles. Los conductores se defienden como pueden contra ese montón enloquecido y sin freno. En la estación de llegada de los vehículos se han congregado representantes de todas las unidades que se hallan en la línea, enviados allí por orden y recado de sus superiores. Estos son los menos. Los más son los desesperados, enloquecidos por el demonio de la sed, que se han alejado de sus puestos de combate para saciar sus ansias y anticiparse así a los demás; sólo un pensamiento los domina, y es beber, beber antes que otro, beber siempre. El sentimiento de camaradería está embotado; nadie piensa en su compañero, en el prójimo que, más paciente o más disciplinado, continúa en primera línea el asedio al fortín enemigo. El tormento de la sed horada el cerebro de estos infelices con el hierro candente del más refinado egoísmo.

Otros hay que aparecen llevando a cuestas, y ensartadas entre dos palos, todo un rosario de caramañolas ajenas, y se resignan a esperar la distribución para poder llevar algo a sus camaradas de la línea de fuego. Cientos de recipientes y de jarros de todo tamaño y especie se agitan en el aire, reclamando prioridad en la distribución que tarda en hacerse. El desbarajuste, engendrado por la impaciencia, toma cuerpo y avanza con el rugido amenazador de una tempestad, tempestad de apetitos inmoderados e inmoderables, que ahoga todo lo bueno, todo lo generoso con que el humano suele cubrir su primitiva complexión de irracional. Brilla el sable de un gendarme militar que, jinete en zaino de escuálida figura, intenta poner orden en aquel tumulto, pero es pronto arrancado de su cabalgadura y echado por tierra a manos de los que, con la furia de un mar embravecido, avanzan incontenibles sobre los vehículos. Suena un tiro, no se sabe de dónde, y la sangre dibuja una rúbrica sobre el tostado barrizal del camino. Los sedientos trepan a los camiones y allí, a golpe de puño o de yatagán, se disputan la primicia de un sorbo de agua que apague ese incendio diabólico que los devora por dentro. Y en su egoísmo, comprensible al fin porque no es lícito pedir que en esta copia legalizada de las torturas infernales lo racional domine a lo animal, no comprenden que sus camaradas, más sufridos o menos audaces que ellos, no recibirán nunca ni una gota de esa agua, si en su distribución no entra el orden y la disciplina. De pronto, alguien, criminal inconciente, dispara su fusil contra el tanque de agua hasta ahora tenazmente defendido; el líquido salta a chorros y el montón –ese montón de conciencias sin conciencia- se arroja con ímpetu sobre la cinta de agua, se apretuja, cede y retrocede, para terminar lamiendo la tierra en cuya superficie apenas ha quedado una tenue humedad de lo vertido en esta orgía del deseo. Hasta que la presencia de un Jefe, sereno pero resuelto, impone su autoridad para restablecer la disciplina.

Tales fueron las escenas diarias de Boquerón. Al cabo de dos semanas largas, alguna organización se hizo y el agua ya no faltó, si bien nunca fue abundante, como no podía serlo porque los factores adversos estaban fuera del alcance de la voluntad humana en aquel sitio y por aquellos tiempos. Aquel triunfo aparente de la indisciplina, o mejor expresado, aquel desborde de una enajenación circunstancial, cuyos sufrimientos físicos, llevados al límite de lo humanamente soportable, hicieron saltar los resortes de toda reflexión, constituye un fenómeno de simple explicación patológica, sin relación alguna con los valores intrínsecos de la moral y del coraje. Fue tan solo una congestión transitoria, y sólo Dios sabe cuan justificada, de las facultades humanas. Los cuadros de desenfreno que con pálido e inadecuado colorido se ha ensayado pintar, no oscurecen sino que iluminan la gloria de Paraguay. Porque… a pesar de todo, los paraguayos vencieron en Boquerón. ¡Vencer al enemigo fue duro! Pero vencer a la sed ¡eso fue portentoso!

En el transcurso de aquellos catorce días que duró la penosa odisea de la falta de agua, las líneas paraguayas se mantuvieron firmes, sin que se aflojara un solo eslabón de la cadena de hierro que aprisionaba a los sitiados, no se descuidó un solo resquicio del vigoroso asedio que iba ahogando la resistencia enemiga. Y muy justo y conveniente es que así se proclame para que se haga carne en la conciencia pública que la reconquista de Boquerón no se hizo con un simple despliegue de fuegos de bengala ante un pávido adversario, sino agotando hasta las raíces mismas la energía humana para vencer al invasor, que bien se defendía, y a la sed que puso lo mejor de su empeño en hacer añicos aquella admirable capacidad de resistencia de la tropa paraguaya y en dislocar las aptitudes de mando de sus oficiales, cuya falta de experiencia estuvo suplida con una voluntad indoblegable. No es cierto, pues, como afirma un cronista de la guerra y conocido escritor, que el ejército paraguayo en Boquerón fue una turba, es decir, una “muchedumbre desordenada y confusa”, a estar por la definición académica, algo así como una legión de “sans-culottes”, extraños a toda ciencia y a toda virtud militar. El grifo abierto de un lirismo, no siempre serenamente encausado, no excusa ni autoriza el libre empleo de ciertos términos que, a más de ser inapropiados, resultan agraviantes. Agraviantes para la memoria de los que se fueron y para la dignidad de los que sobreviven. No, en Boquerón los paraguayos vencieron con un gran ejército, improvisado, es verdad, y pleno de las tareas de la improvisación, máxime de aquellas realizadas bajo el fuego enemigo, pero un gran ejército, no una turba. Grande, si no por los medios materiales, por su espíritu, por su energía, por su unidad absoluta de pensamiento y de acción. Con las “turbas” se triunfa a veces, en las callejuelas del motín y se asaltan barricadas derrochando coraje y entusiasmo; pero sólo con un Ejército se gana una batalla.

En Boquerón vencieron la ciencia, el valor y la fuerza, vale decir, la trilogía que encierra el secreto del éxito en toda operación de guerra.

Fuente 

Bray, Arturo – Primicia de sangre – Ed. El Lector – Asunción, Paraguay (1987). 

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado. 

www.revisionistas.com.ar

domingo, 15 de diciembre de 2024

Incas: Los chaskis

 «CHASKI» Un medio de comunicación incaica.
El Chaski  fue el mensajero del imperio inca que recorría la red de los caminos inca a grandes velocidades.
Los chaski eran seleccionados desde niños, los cuales además de correr muy rápido, debían ser muy atléticos y muy resistentes, ya que tenían que cubrir grandes distancias a grandes velocidades haciendo relevo de mensajería, sin perjudicar al resto del equipo, ya que la comunicación en el imperio dependía de ellos.
Cualidades necesarias para ser Chaski:
La formación de los chaski implicaba correr y escalar montañas; por lo que tenían que ser personas con piernas particularmente fuertes, ligeros y agiles.
El especial entreenamiento al que eran sometidos, hacía que sus pulmones se desarrollaran mucho, para así soportar recorrer grandes distancias a grandes velocidades.
La Hoja de Coca, sagrada para los incas, ayudaba a los chaski a soportar los fatigantes recorridos. Eran pocas las personas a las que se les permitía masticar hojas de coca, considerada por los incas como una planta divina. La nobleza inca, los amawtas (maestros) y sacerdotes, eran posiblemente las únicas personas que podían masticar las hojas de la planta de coca.

¿Qué significa Chaski?

El término Chaski  proviene del q'eswa Chaskik o Chaski, que significa ‘el que recibe y da’, y esta era precisamente su labor.

Los Chaski  y la red de caminos Inca

Los mensajes transportados por los Chaski  eran cifrados en Khipu  estos contenían registros oficiales, información de logística y demás información importante para el imperio.
Los Chaski  podían atravesar la cordillera de los andes, la selva amazónica, o los extensos desiertos de la costa del Perú antiguo a toda velocidad. Se dice que corrían alrededor de 2.4 kilómetros de un tampu (puesto de control) a otro, luego de esto el mensaje era entregado a otro chasqui, quien lo llevaría hasta el siguiente puesto de control. Este sistema de relevos, hacia que los chaskis pudieran cubrir grandes distancias en cortos periodos de tiempo.
Los Chaski podían trasladar un mensaje hasta 320 kilómetros en un solo día. Esto hacia que un mensaje llegue desde la capital, Cusco, hasta Quito Ecuador, en solo cuatro días, cubriendo una distancia de 1.250 kilómetros. Esto es realmente asombroso, tomando en cuenta que solo son personas corriendo.

La velocidad de los Chaski:

Los mensajeros de la antigua roma fueron famosos por su velocidad, pero haciendo una comparación, los Chaski eran capaces de cubrir una misma distancia, en una cuarta parte del tiempo.





sábado, 14 de diciembre de 2024

Roma: Oficial romano herido en las guerras civiles

Oficial Romano Herido





 El siglo III d. C. fue un período difícil para el Imperio romano, marcado por frecuentes guerras civiles, problemas económicos y mayores presiones externas. Si bien no se trataba de una crisis existencial, el imperio enfrentó una tensión significativa entre el 217 y el 284 d. C. debido a las luchas de poder entre numerosos aspirantes al trono, que afectaron gravemente al ejército y la economía romanos. La inflación devaluó la moneda romana, mientras que las invasiones bárbaras desde el norte y los ataques persas sasánidas desde el este se intensificaron.

La evidencia arqueológica de este período es escasa en comparación con épocas anteriores, lo que dificulta el seguimiento de los movimientos y la organización de las legiones romanas. Sin embargo, la atención médica en el ejército romano era relativamente avanzada, y cada legión y unidad auxiliar tenía su propio personal médico, incluidos médicos entrenados en Grecia y médicos de campo de batalla conocidos como Capsarii. Se han encontrado hospitales sofisticados e instrumentos médicos en los fuertes romanos, lo que indica un enfoque estructurado para tratar heridas y lesiones.

La obra de arte Oficial Romano Herido, una pieza conmovedora y evocadora, ofrece una visión del costo humano de la guerra y el costo emocional de quienes lucharon en los conflictos de la antigua Roma. El oficial, representado con una mezcla de dolor y estoicismo, encarna los valores romanos del deber, la lealtad y el sacrificio. Sus heridas, cuidadosamente reproducidas para transmitir la brutalidad de la batalla, sirven como testimonio de las cicatrices físicas y emocionales que llevan los soldados. La atención al detalle de la obra de arte, desde la armadura desgastada del oficial hasta su puño cerrado, transmite una sensación de realismo y autenticidad. El uso del claroscuro en la composición, con el oficial sobre un fondo oscuro, crea una sensación de intimidad y aislamiento, atrayendo la atención del espectador hacia la lucha del individuo. Esta obra de arte no solo muestra la habilidad artística de su creador, sino que también ofrece una ventana al paisaje psicológico y emocional de la guerra romana antigua, invitando al espectador a contemplar los costos personales del conflicto militar.

jueves, 12 de diciembre de 2024

Pueblos originarios: Los grandiosos Aonikenk

Los Aonikenk: Guardianes de la Patagonia







Gente del Cacique Mulato, abajo a la derecha y con vincha blanca esta Kachorro o Chaleco.



En las vastas y austeras tierras de la Patagonia, una región conocida por sus imponentes paisajes y climas extremos, vivieron los Aonikenk, también conocidos como los Tehuelches meridionales. Este grupo indígena, cuyos orígenes se remontan a tiempos inmemoriales, desarrolló una cultura y un modo de vida estrechamente entrelazados con la naturaleza salvaje que les rodeaba.

El Territorio de los Aonikenk

Los Aonikenk habitaron una extensa área que se extendía desde el río Santa Cruz, en la actual Argentina, hasta el estrecho de Magallanes, en Chile. Este vasto territorio incluía estepas, montañas y zonas costeras, cada una con sus propios desafíos y recursos. A pesar de la dureza del clima y el terreno, los Aonikenk demostraron una notable capacidad de adaptación, moviéndose estacionalmente para aprovechar al máximo lo que cada región podía ofrecer.

La Vida Nómada

La vida de los Aonikenk era un constante movimiento. En los cálidos meses de verano, ascendían a las mesetas altas y montañas, donde cazaban guanacos, su principal fuente de alimento y materia prima. Los guanacos no solo proporcionaban carne, sino también pieles para vestimenta y refugios. El ñandú, otro animal esencial, les daba plumas y huevos, y su caza se realizaba con boleadoras, una herramienta ingeniosa que simboliza la destreza y conocimiento de estos pueblos.

Durante el invierno, cuando los vientos patagónicos azotaban con más fuerza y las temperaturas caían, los Aonikenk descendían a los valles y las zonas costeras. Aquí encontraban refugio y aprovechaban los recursos del mar, pescando y recolectando mariscos, lo cual complementaba su dieta y aseguraba su supervivencia en los meses más duros.

La Organización Social y Familiar

La familia era el pilar fundamental de la sociedad Aonikenk. Las unidades familiares extendidas se unían en bandas más grandes para cazar y recolectar, formando una red social que garantizaba el bienestar de todos sus miembros. Los roles dentro de estas bandas estaban claramente definidos: los hombres se dedicaban a la caza y la protección del grupo, mientras que las mujeres se encargaban de la recolección de plantas, la preparación de alimentos y el cuidado de los niños. Los más jóvenes participaban en las tareas cotidianas, aprendiendo desde temprana edad las habilidades necesarias para la vida adulta.

Los Aonikenk vivían en toldos, estructuras portátiles hechas de pieles de guanaco y armazones de madera. Estos refugios eran ideales para su vida nómada, permitiéndoles desmontarlos y transportarlos fácilmente en sus desplazamientos. A pesar de la simplicidad aparente de sus viviendas, estos toldos eran eficientes para protegerse del clima extremo de la región.

Rituales y Creencias

La espiritualidad y las creencias de los Aonikenk estaban profundamente arraigadas en su entorno natural. Los animales, las montañas y los elementos eran vistos como entidades espirituales, y su mitología reflejaba esta conexión íntima con la naturaleza. Realizaban ceremonias para honrar a los espíritus de los animales cazados, para marcar el paso de la niñez a la adultez y para celebrar los ciclos naturales de su entorno.

 

Introducción

Los Aonikenk, también conocidos como Tehuelches meridionales, fueron un grupo indígena que habitó la región de la Patagonia, específicamente en las zonas de la actual Argentina y Chile. Su cultura, tradiciones y modo de vida estaban íntimamente ligados a la geografía y recursos de la región.

Características Generales

  1. Nombre y Tribus:

    • Nombre: Aonikenk, también llamados Tehuelches meridionales.
    • Subgrupos: No existía una estructura tribal estricta como en otras culturas indígenas, pero se organizaban en bandas o grupos familiares.
  2. Ubicación Aproximada:

    • Territorio: Los Aonikenk ocupaban principalmente la región sur de la Patagonia, desde el río Santa Cruz en Argentina hasta el estrecho de Magallanes. También se extendían hacia el oeste, en la parte sur de Chile.
    • Áreas Clave: Habitaban tanto en las estepas patagónicas como en las regiones montañosas y costeras, adaptándose a los diferentes ecosistemas de la región.

Vida Nómada y Recorridos Anuales

  1. Recorridos Estacionales:

    • Los Aonikenk eran nómadas, moviéndose a lo largo del año en función de la disponibilidad de recursos.
    • Verano: Durante los meses más cálidos, se desplazaban hacia las montañas y mesetas altas, donde cazaban guanacos y recolectaban plantas silvestres.
    • Invierno: En los meses fríos, bajaban hacia las zonas más bajas y protegidas, como valles y áreas costeras, donde las temperaturas eran más moderadas y podían encontrar refugio y recursos alimentarios.
  2. Caza y Recolección:

    • Caza: Principalmente guanacos y ñandúes, utilizando boleadoras y arcos con flechas.
    • Recolección: Frutos silvestres, raíces y plantas medicinales. También pescaban y recolectaban mariscos en las zonas costeras.


Vida Familiar y Organización Social

  1. Estructura Familiar:

    • La unidad básica de la sociedad Aonikenk era el grupo familiar extendido, que incluía a padres, hijos y otros parientes cercanos.
    • Las familias se agrupaban en bandas más grandes para facilitar la caza y la recolección.
  2. Roles y Divisiones de Tareas:

    • Hombres: Principalmente responsables de la caza y la protección del grupo.
    • Mujeres: Encargadas de la recolección de plantas, la preparación de alimentos y el cuidado de los niños.
    • Niños: Participaban en las actividades familiares y aprendían las habilidades necesarias para la vida adulta.
  3. Viviendas:

    • Utilizaban toldos, estructuras hechas con pieles de guanaco y armazones de madera, que podían desmontarse y transportarse fácilmente en sus desplazamientos.
  4. Rituales y Costumbres:

    • Practicaban ceremonias y rituales relacionados con la caza, el paso a la adultez y eventos naturales importantes.
    • La mitología y las creencias espirituales estaban ligadas a la naturaleza y los animales que les rodeaban.

 

De Izquierda a Derecha; Puro, Cacique Mulato y Canario
Edie Daniel Duré Muy buena la foto y mucho mejor al mencionar a los que posan.

 

Conclusión

La historia de los Aonikenk es un testimonio de la resiliencia y la capacidad de adaptación humana. Enfrentando uno de los entornos más inhóspitos del planeta, desarrollaron una cultura que no solo sobrevivió, sino que prosperó en armonía con la naturaleza. Hoy, su legado perdura como un recordatorio de la profunda conexión entre los seres humanos y su entorno, y de la increíble habilidad de las culturas indígenas para vivir en equilibrio con la tierra. Los Aonikenk, guardianes de la Patagonia, nos enseñan sobre la importancia de respetar y entender el mundo natural que nos sustenta.




martes, 10 de diciembre de 2024

Grecia Antigua: El tiranicidio de Aristogitón y Harmodio




Grupo escultórico de los tiranicidas Aristogitón y Harmodio, Museo Archeologico Nazionale, Nápoles. ©Miguel Hermoso Cuesta (CC BY-SA 4.0)

En El muchacho persa, segunda parte de la trilogía que Mary Renault dedicó a Alejandro Magno, narra la célebre helenista una conversación entre el macedonio y su eunuco Bagoas –personaje histórico que previamente sirvió en la corte del rey Darío III– y a quien la autora convirtió en el narrador en primera persona de todos aquellos hechos de los que fue testigo. El diálogo entre ambos dice así:

– Alejandro –le dije–, ¿quiénes eran Harmodio y Aristogitón?

– Unos amantes. Famosos amantes atenienses. Debes haber visto su estatua en la terraza de Susa. Jerjes se la llevó de Atenas.

– ¿Los de los puñales? ¿El hombre y el muchacho?

– Sí, lo dice Tucídides… ¿Qué sucede?

– ¿Para qué eran los puñales?

– Para matar al tirano Hipias. Pero no lo hicieron. Solo mataron a su hermano, lo cual aumentó la tiranía de aquél […]. Pero murieron con honor. Los atenienses los tienen en gran estima. Les devolveré la estatua algún día […]

Como hemos visto, Alejandro le cuenta a su eunuco Bagoas, muy querido por el rey macedonio –aunque la totalidad de las fuentes favorables a este respecto no son coincidentes, como en Quinto Curcio por ejemplo, ese afecto sí lo describe Plutarco, quien narra el célebre certamen de baile y posterior beso que, incitado por sus invitados, Alejandro dio a Bagoas tras ganar este la danza (Plutarco, Vidas paralelas V. 67)– la historia de los tiranicidas Aristogitón y Harmodio, una historia que entremezcla amor y valentía, erotismo y ciudadanía a partes iguales, siendo sus figuras alabadas por la democracia ateniense. Pero ¿por qué se llamó tiranicidas –del latín tyrannus, «gobernante ilegítimo», a partir del griego τύραννος (týrannos) y del latín «cido», matar– a esta pareja de amantes?

Nos encontramos en Atenas a finales del siglo VI a. C. Un gobierno en forma de tiranía, y liderado por Pisístrato, se ha apoderado de la ciudad del Ática aprovechando el deterioro político que vivía la pólis desde la muerte del legislador Solón. Aun así, huelga decir que los conceptos negativos que asociamos a la forma de gobierno que representa la tiranía, no tenían tanta carga peyorativa en la Antigua Grecia. Pero, ¿era acaso esta la primera vez que un tirano llegaba al poder en Atenas? ¿Y en las demás ciudades-estado? A decir verdad, los tiranos no eran nada nuevo y llevaban “reproduciéndose” en la historia griega durante diversos periodos desde el siglo VII a. C. Tiranos los hubo en abundancia. En la Grecia asiática y en las islas, Trasíbulo de Mileto y Polícrates de Samos; en el Peloponeso Fidón de Argos; en Sicilia, el tristemente célebre Falaris de Agrigento, famoso por su método de tortura: el toro de Falaris. Así, nos toca destacar al tirano Pisístrato, quien tras intentar tomar la Acrópolis una vez, lo intentó una segunda tras un pacto con Megacles, hijo de Alcmeon, y luego una tercera, tras el fracaso del enlace con la hija de este. Así, Heródoto nos dice:

Partiendo por fin de Eretria, volvieron al Ática once años después de su salida, y se apoderaron primeramente de Maratón. Atrincherados en aquel punto, se les iban reuniendo otros de diferentes distritos, a quienes acomodaba más el dominio de un señor que la libertad del pueblo […]. (Heródoto, Historia I. 60; trad. C. Schrader, ed. Gredos).

Oprimida o no, Heródoto nos dice que, lejos de gobernar con puño de hierro, Pisístrato, aunque dueño y señor de los atenienses, reforzó, tanto a nivel interior como exterior, la ciudad de Atenas, manteniendo intactas las magistraturas existentes, contribuyendo “mucho y bien al adorno de la ciudad, gobernando bajo el plan antiguo.” (I, 59, 6). Algunos años después, Atenas está gobernada por su hijo, el tirano Hipias, ayudado en el gobierno por su hermano, Hiparco. Ambos son conocidos con el patronímico de los Pisistrátidas, por ser ambos hijos del mismo tirano.

Aristogitón y Harmodio

Por otro lado, tenemos a Harmodio, un joven ateniense perteneciente a la nobleza. De clase media era su querido amante Aristogitón –pues en la Antigua Grecia era muy normal que un joven efebo, en calidad de erómenos y ya entrado en la adolescencia, iniciara su entrada en la adultez a través de la figura del amante o erastés, de más edad–. Los dos pertenecían, según Heródoto, a una familia gefirea (V. 55). Así, ambos fueron esculpidos en dos increíbles estatuas como monumento al valor y colocadas en el Ágora de Atenas. A decir verdad, las fuentes difieren sobre el verdadero origen que provocó el tiranicidio. Aquí señalaremos dos. Una de ellas alude a la celebración de las Panateneas –fiesta cívico religiosa anual celebrada durante el mes de Hecatombeon y que los Pisistrátidas revitalizaron con sus políticas– en honor a Atenea, la divinidad protectora de la ciudad. Además, esta era según Tucídides, la única fiesta en la que a aquellos que participaban en la procesión les estaba permitido portar armas. Con todo, según la primera teoría, el joven Harmodio se sentiría ultrajado cuando Hiparco –quien, más simbólicamente, cogobernaba Atenas junto a su hermano Hipias, sucesor natural de Pisístrato– impidió a su hermana participar como canéfora –doncellas que portaban en la cabeza el canastillo de flores y mirto– en el desfile del año 514, al enterarse Hiparco que esta no era virgen. Profundamente ultrajado ante esta ofensa, Harmodio junto con la ayuda de su inseparable Aristogitón, tomaron una resolución: el asesinato del tirano Hiparco.

Otra versión entrelaza con la primera, siendo en esta ocasión que Hiparco intentó seducir a Harmodio, y este, fiel a Aristogitón, rechazó al primero. Herido en su orgullo, Hiparco decidió vengarse de Harmodio impidiendo a la hermana de este –después de habérselo prometido– participar en las Panateneas, sabedor de que esto supondría vergüenza y deshonra para la familia (Tucídides, VI. 56).

El tiranicidio

Sea como fuere, cuando llegó el día señalado, descubrieron que ambos tiranos no estaban juntos. Hipias se encontraba en el barrio del Cerámico (según Tucídides, punto desde donde partía la procesión. Según Aristóteles, junto al Leocorio, Const. Atenas, 18, 3) rodeado de su escolta personal. Por otro lado, Hiparco se hallaba “junto al llamado Leocorio” sin escolta ni guardia, lo que aprovechan para lanzarse sobre él y apuñalarlo hasta la muerte. Aristogitón vengaba los celos. Harmodio, el ultraje a su familia. La sangre corría por el Ágora, pero no solo iba a correr la del tirano. Según Tucídides, Harmodio encontró la muerte de forma inmediata. En lo que respecta a su fiel amante Aristogitón, logró huir, aunque por poco tiempo, ya que fue apresado, y para averiguar si tenía cómplices, fue torturado de una forma horrible y finalmente ejecutado. El tirano que quedó con vida, Hipias, embruteció su régimen de terror.

Pero la realidad a veces es más tozuda, a colación del relato de que los tiranicidas salvaron al dêmos ateniense de la tiranía. Dicho relato no se sostiene si nos detenemos en las versiones que nos ofrecen Heródoto V.55; Tucídides VI. 59; y el propio Aristóteles Const. Atenas, 19, 3-6. Sumado a que antes del asesinato de Hiparco, la tiranía no era ni la mitad de represora de lo que lo fue tras el tiranicidio. Los tiranicidas no llevaron la democracia a Atenas, ya que Hipias continuaría cuatro años más en el poder, derrocado finalmente en el 511 a. C. tras una intervención espartana liderada por Cleómenes I y con ayuda de los Alcmeónidas, que, por entonces, sufrían exilio. Así, el tirano Hipias fue acogido en su ostracismo por Darío I y acabaría conspirando, veintiún años más tarde, para desencadenar una expedición persa contra los griegos: la Primera Guerra Médica. Lo que está claro es que había nacido una leyenda. Llamaron a aquel acto que nació de una ofensa personal «tiranicidio», y por encargo de Clístenes, quien había instaurado ya la democracia, el escultor ateniense Antenor esculpió dos magníficas estatuas de bronce, siendo encumbrados como adalides de la libertad.

Quiso la Historia que aquellas dos estatuas emprendieran un viaje largo cuando mucho después, durante la Segunda Guerra Médica, los persas saquearan la ciudad, y como parte del botín, se llevaran las estatuas al palacio de Jerjes en Susa, en el corazón de su vasto imperio. Alejandro III de Macedonia, al que muchos atenienses no consideraban griego, ya aventuró el destino final de dichas estatuas cuando fue enviado por su padre a negociar la paz con los atenienses, tras la aplastante victoria en Queronea, y descubrió el saqueo (ver Atenas contra Filipo. La batalla de Queronea en Antigua y Medieval n.º 21: Filipo II de Macedonia).

Con todo, Alejandro acabó cumpliendo la promesa que le hizo a Bagoas: llevar las estatuas de aquellos atenienses de vuelta. Otros muchos bienes también fueron capturados allí, por ejemplo: lo que trajo Jerjes con él de Grecia, especialmente las estatuas de bronce de Harmodio y Aristogitón. «Estas obras artísticas las devolvió Alejandro a los atenienses. Ahora están erguidas en el Cerámico de Atenas […]» (Arriano, Anab. III. 16; trad. A. Guzmán Guerra, ed. Gredos). Así, las estatuas volverían a Grecia, a Atenas, pero no acompañando al rey que las restituyó en su legítimo lugar, ya que Alejandro sí que dejó Grecia para nunca más volver. Pero esa, es otra historia.

Bibliografía

  • Domínguez Monedero, A. J. (1991). La polis y la expansión colonial griega (Siglos VIII-VI). Ed. Síntesis. Madrid.
  • Renault, M. (2011). El muchacho persa. Trilogía de Alejandro Magno II. (Año de publicación original: 1972). Traducción de María Antonia Menini. Ed. Edhasa. Barcelona.

Fuentes primarias

  • Aristóteles. Constitución de los atenienses. Introducción, traducciones y notas de Manuela García Valdés. Ed. Gredos. Madrid. 1984.
  • Arriano. Anábasis de Alejandro Magno. Libro III. Introducción de Antonio Bravo García; traducción y notas de Antonio Guzmán Guerra. Ed. Gredos. Madrid. 1982.
  • Herodoto. Historias. Libro I-V. Traducción y notas de Carlos Schrader. Ed. Gredos. Madrid. 1982.
  • Plutarco. Vidas Paralelas. Libro VI. Introducciones, traducciones y notas de Jorge Bergua Cavero, Salvador Bueno Morillo y Juan Manuel Guzmán Hermida. Ed. Gredos. Madrid. 2007.
  • Tucídides. Guerra del Peloponeso. Libro VI. Traducción y notas de Juan José Torres Esbarranch. Ed. Gredos. Madrid. 1982.Este artículo forma parte del I Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

domingo, 8 de diciembre de 2024

Espionaje: Ramsés II y la batalla de Qadesh

El Espía de Ramsés II: Intriga y Estrategia en la Batalla de Qadesh






Introducción

En la vasta extensión del desierto egipcio, bajo el ardiente sol y entre las majestuosas sombras de los templos, se teje una historia de espionaje y valentía. Durante el reinado de Ramsés II (1279-1213 a.C.), uno de los faraones más célebres del Antiguo Egipto, un espía logró infiltrarse en el poderoso ejército hitita, proporcionando información crucial que permitió a Ramsés alcanzar una victoria decisiva en la Batalla de Qadesh. Esta es la historia de ese espía, un hombre cuyo nombre se ha perdido en el tiempo, pero cuyo legado perdura.

Contexto Histórico

La Batalla de Qadesh, librada alrededor del 1274 a.C., fue uno de los enfrentamientos más grandes de la historia antigua entre los ejércitos del Egipto faraónico y el Imperio Hitita. La ciudad de Qadesh, ubicada en el actual Siria, era un punto estratégico clave, y su control era vital para ambos imperios. Ramsés II, decidido a reafirmar el dominio egipcio en la región, marchó hacia el norte con su ejército, sin saber que los hititas, bajo el mando del rey Muwatalli II, habían preparado una trampa.

La Misión del Espía

En el corazón de Tebas, la capital del Imperio Egipcio, Ramsés II convocó a sus consejeros y generales para discutir la estrategia de la campaña. Entre ellos se encontraba un hombre de confianza, un maestro del disfraz y la infiltración, cuyo nombre y rostro eran conocidos solo por unos pocos. Este hombre, seleccionado por su lealtad y habilidades, fue asignado a una misión crucial: infiltrarse en el ejército hitita y recopilar información sobre sus planes y movimientos.

Disfrazado como un mercader cananeo, el espía emprendió su peligrosa misión. Viajando por rutas comerciales y evitando las patrullas hititas, logró llegar al campamento enemigo. Su conocimiento de los idiomas y costumbres locales le permitió mezclarse sin levantar sospechas. Fingiendo ser un comerciante en busca de oportunidades, se ganó la confianza de varios oficiales hititas, quienes, sin saberlo, compartieron detalles vitales sobre los planes de Muwatalli II.

En el Corazón del Campamento Hitita

El campamento hitita estaba lleno de actividad y tensión, con soldados entrenando y oficiales planificando estrategias. El espía observaba cuidadosamente, recopilando información sobre la disposición de las tropas, la cantidad de carros de combate y las tácticas previstas. Cada noche, en la soledad de su tienda, escribía sus observaciones en pequeños pergaminos que llevaba escondidos en su túnica.

Una noche, mientras servía vino a un grupo de oficiales, escuchó una conversación que cambiaría el curso de la campaña. Los hititas planeaban una emboscada en Qadesh, esperando atrapar al ejército egipcio en una trampa mortal. El espía sabía que debía regresar con esta información lo antes posible. En una misión llena de peligros, decidió marcharse del campamento hitita antes de que su disfraz fuera descubierto.

El Regreso a Egipto

El camino de regreso a las líneas egipcias fue arduo y peligroso. El espía debía evitar no solo las patrullas hititas, sino también a los bandidos y las tribus hostiles del desierto. Sin embargo, su determinación y habilidad lo mantuvieron a salvo. Después de varios días de viaje, llegó al campamento de Ramsés II y solicitó una audiencia inmediata con el faraón.

Ramsés, siempre vigilante y consciente de la importancia de la inteligencia en la guerra, escuchó atentamente el informe del espía. La noticia de la emboscada hitita lo tomó por sorpresa, pero también le dio la ventaja estratégica que necesitaba. Ramsés convocó a sus generales y rediseñó su plan de batalla en función de la nueva información.

La Batalla de Qadesh

Armado con el conocimiento de los planes hititas, Ramsés II movilizó a su ejército con precisión. Dividió sus fuerzas en cuatro divisiones, nombradas en honor a los dioses egipcios: Amón, Ra, Ptah y Seth. La división de Amón, comandada por el propio Ramsés, marchó directamente hacia Qadesh, fingiendo ignorar la presencia del enemigo.

Cuando los hititas lanzaron su emboscada, la división de Ramsés resistió el ataque inicial con valentía. Utilizando su conocimiento previo de la emboscada, Ramsés mantuvo la moral de sus tropas alta y coordinó un contraataque feroz. Las otras tres divisiones egipcias, previamente ocultas y preparadas, se lanzaron sobre los hititas desde diferentes direcciones, sorprendiendo y desorganizando a las fuerzas de Muwatalli II.

La batalla fue intensa y brutal, con ambos lados sufriendo grandes pérdidas. Sin embargo, gracias a la información proporcionada por el espía, los egipcios lograron evitar la trampa y responder con una fuerza devastadora. Aunque la batalla terminó en un empate táctico, con ambos ejércitos reclamando la victoria, Ramsés II pudo regresar a Egipto con su ejército intacto, consolidando su reputación como un gran estratega y líder militar.

El Legado del Espía

El espía regresó a Tebas como un héroe desconocido. Su valentía y habilidades habían salvado innumerables vidas y habían asegurado la estabilidad del imperio egipcio. Ramsés II, consciente del valor de su servicio, le otorgó recompensas y honores, aunque su identidad permaneció en secreto para la mayoría.

El legado del espía se mantuvo en las historias contadas por generaciones, un recordatorio de la importancia de la inteligencia y la estrategia en tiempos de guerra. La historia de su misión fue inscrita en los templos y monumentos, junto con los grandes logros de Ramsés II, como un testimonio de la astucia y la valentía que definieron el reinado de uno de los faraones más grandes de Egipto.

Conclusión

La historia del espía de Ramsés II es un ejemplo de cómo el valor individual y la inteligencia pueden influir en el curso de la historia. En un mundo de intrigas y peligros, su misión secreta proporcionó a Egipto la ventaja necesaria para enfrentarse a uno de sus mayores desafíos. Aunque su nombre se ha perdido en el tiempo, su legado perdura, recordándonos que, a menudo, los héroes más grandes son aquellos cuyas acciones permanecen en las sombras.

viernes, 6 de diciembre de 2024

Gaza: El golpe de estado de Hamas en 2007

La toma de Gaza por parte de Hamás en 2007







La toma de Gaza por parte de Hamás en 2007 fue un conflicto importante y violento que dio como resultado que Hamás obtuviera el control de la Franja de Gaza. A continuación se ofrece una descripción detallada de los acontecimientos:

Antecedentes

El conflicto entre Hamás y Fatah, las dos principales facciones palestinas, se intensificó tras las elecciones legislativas palestinas de enero de 2006. Hamás obtuvo la mayoría en estas elecciones, lo que llevó a una lucha de poder con Fatah, que había sido la fuerza política dominante en los territorios palestinos.
Acontecimientos clave

10 al 14 de junio de 2007:

Enfrentamientos iniciales: Las tensiones alcanzaron su punto máximo y estallaron combates entre las dos facciones. En este período se produjeron intensas batallas callejeras, secuestros y asesinatos.

12 de junio de 2007:

Ataque a cuarteles generales rivales: Las fuerzas de Hamás atacaron la sede de la Fuerza de Seguridad Preventiva, un servicio de seguridad controlado por Fatah, y otras instalaciones de seguridad clave. Estos ataques marcaron el comienzo de un esfuerzo coordinado para tomar el control de Gaza.

14 de junio de 2007:

Toma de poder por parte de Hamás: los combatientes de Hamás capturaron posiciones clave de Fatah en la ciudad de Gaza, incluida la sede de seguridad de la Autoridad Palestina. Las fuerzas de Fatah en Gaza colapsaron rápidamente y Hamás declaró la victoria.

Resultado

Control por parte de Hamás: el 14 de junio, Hamás había tomado el control de toda la Franja de Gaza. Esto dio lugar a la división de facto de los territorios palestinos, con Fatah controlando Cisjordania y Hamás gobernando Gaza.

Impacto político: la toma de poder condujo a la disolución del gobierno de unidad entre Hamás y Fatah. El presidente Mahmoud Abbas, de Fatah, destituyó al gobierno dirigido por Hamás y declaró el estado de emergencia. Estableció un gobierno de emergencia con sede en Cisjordania.

Consecuencias

Situación humanitaria: el conflicto exacerbó la situación humanitaria en Gaza, lo que llevó a un aumento de las dificultades económicas y a restricciones a la circulación debido al bloqueo israelí-egipcio que siguió.

Respuesta internacional: La comunidad internacional ha reaccionado de diversas maneras: algunos países condenaron las acciones de Hamás y otros pidieron el diálogo entre las facciones.

Importancia

La toma de Gaza en 2007 tuvo efectos duraderos en los territorios palestinos, cimentó la división entre Cisjordania y Gaza e influyó en la dinámica política y militar posterior en la región.







miércoles, 4 de diciembre de 2024

GCE: La insurrección y huelga de 1934

La Insurrección de 1934






La Revolución de 1934 o huelga general revolucionaria en España de 1934 —también conocida como Revolución de octubre de 1934— fue un movimiento huelguístico revolucionario que se produjo entre los días 5 y 19 de octubre de 1934 durante el segundo bienio de la Segunda República Española. Este movimiento estuvo organizado por el PSOE y la UGT, con Largo Caballero e Indalecio Prieto como principales responsables. Contó con la participación del minúsculo Partido Comunista de España (PCE) y, en Asturias, con la de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y la Federación Anarquista Ibérica (FAI).

Los principales focos de la rebelión se produjeron en Cataluña y en Asturias, región en la que tuvieron lugar los sucesos más graves. También tuvo importancia en la ciudad industrial gallega de Ferrol​ (donde se registraron 4 muertos y un alto número de detenciones), en las cuencas mineras de Castilla la Vieja y de la Región de León y ciudades y villas de la provincia de Valladolid.

Según el historiador Julián Casanova, «nada sería igual después de octubre de 1934». Para Gabriele Ranzato con la Revolución de octubre de 1934 «la frágil democracia española sufrió un durísimo golpe. Y el aspecto más indicativo de su fragilidad es que quienes la agredieron, poniéndola en grave peligro, fueron en gran medida las mismas fuerzas políticas que habían contribuido a echar sus bases fundando la II República y dotándola de una Constitución que, a pesar de algunas limitaciones, podía representar una garantía de convivencia democrática». «Los principales protagonistas de aquel ataque a la democracia fueron los socialistas». Según Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, la Revolución de Octubre «envenenó» la vida política y empañó de incertidumbre al régimen de la Segunda República. Por su parte José Luis Martín Ramos ha advertido que «de no ser por el episodio de Asturias» la Revolución de Octubre de 1934 «habría pasado a la historia como un fiasco absoluto, semejante al de las repetidas insurrecciones anarquistas de años anteriores».

«Los acontecimientos que siguieron a la "revolución de octubre" privaron a posteriori de cualquier justificación, no solo los métodos a los que se había acudido para defender la República, sino también la exaltada convicción de que estaba en extremo peligro. Porque no solo la Constitución, sino también las instituciones y la praxis democrática quedaron esencialmente inalteradas. Hasta el punto de ofrecer, dentro de un plazo mucho más breve del que un régimen de excepción —más que posible en vista de lo ocurrido— habría permitido, la oportunidad a las fuerzas derrotadas en aquella circunstancia de volver al poder por la vía electoral».

Prisioneros de la Guardia Civil y de Asalto en Asturias
Fecha 5-19 de octubre de 1934
Lugar Bandera de España España
Casus belli Revolución socialista que los dirigentes del PSOE y UGT creen legitimada por la entrada en el gobierno de la República de tres ministros de la CEDA —derecha católica conservadora.
Resultado Fracaso del movimiento huelguístico. El Gobierno republicano suprime las rebeliones ocurridas en Asturias y Cataluña.
Beligerantes
Bandera de España República Española
  • Ejército de África
    • Regulares
    • Legión Española
  • Guardia Civil
  • Guardia de Asalto
Generalidad de Cataluña

Alianza Obrera
Comandantes
Niceto Alcalá-Zamora
Alejandro Lerroux
Diego Hidalgo
Francisco Franco
Manuel Goded
Eduardo López Ochoa
Agustín Muñoz Grandes
Juan Yagüe
Domingo Batet
Lisardo Doval Bravo
Cecilio Bedia de la Cavallería
Lluís Companys Rendición
Federico Escofet Rendición
Enrique Pérez Farrás Rendición
Belarmino Tomás Rendición
Ramón González Peña
Teodomiro Menéndez (P.D.G.)
Bajas
1500-2000 muertos
15 000-30 000 detenidos



Antecedentes

Tras la celebración de las elecciones generales de noviembre de 1933, que supusieron un descalabro para las izquierdas, el líder del Partido Republicano Radical Alejandro Lerroux (que contaba con 102 diputados) recibió el encargo del presidente de la República Alcalá-Zamora de formar un gobierno «puramente republicano», pero para conseguir la confianza de las Cortes necesitaba el apoyo parlamentario de la CEDA (115 diputados), que quedó fuera del gabinete (siguió sin hacer una declaración pública de adhesión a la República), y de otros partidos de centro-derecha (los agrarios, 30 diputados, y los liberal-demócratas, 9 diputados, que entraron en el gobierno con un ministro cada uno). Como ha señalado Santos Juliá, «respaldado por su triunfo electoral, José María Gil Robles [líder de la CEDA] se dispuso a llevar a la práctica la táctica de tres fases enunciada dos años antes: prestar su apoyo a un gobierno presidido por Lerroux y dar luego un paso adelante exigiendo la entrada en el gobierno para recibir más tarde el encargo de presidirlo» y, una vez obtenida la presidencia, dar un «giro autoritario» a la República construyendo un régimen similar a las dictaduras corporativistas que acababan de instaurarse en Portugal (1932) y en Austria (1933). Ya durante la campaña electoral Gil Robles lo había dejado claro: «la democracia no es para nosotros un fin, sino un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento, el Parlamento o se somete o lo hacemos desaparecer»; «vamos a hacer un ensayo, quizá el último, de la democracia. No nos interesa. Vamos al Parlamento para defender nuestros ideales; pero si el día de mañana el Parlamento está en contra de nuestros ideales, iremos en contra del Parlamento». Tras su triunfo en las elecciones lanzó la siguiente amenaza: «Hoy, facilitaré la formación de gobiernos de centro; mañana, cuando llegue el momento, reclamaré el poder, realizando la reforma constitucional. Si no nos entregan el poder, y los hechos demuestran que no caben evoluciones derechistas dentro de la República, ella pagará las consecuencias». ​ El 19 de diciembre de 1933, Alejandro Lerroux presentó su Gobierno. Comenzaba así lo que Lerroux llamó «una República para todos los españoles».

Caricatura del periódico satírico La Traca sobre la presión a la que se vio sometido el gobierno de Ricardo Samper (a la izquierda bajándose los pantalones) por el líder de la CEDA José María Gil Robles (a la derecha con una pistola en la mano, ceñido con un cíngulo de monje y tocado con una mitra que lleva las siglas A.M.D.G., lema de los jesuitas, y A.P., siglas de Acción Popular). El texto dice: "Circo Español (LOS REYES DE LA RISA). (1) Intermedio cómico de gran éxito aunque muy visto ya. (1) Bueno, eso de cómico es un decir... ¿Eh?". Al fondo monarcas coronados riéndose.

El apoyo de la CEDA al gobierno de Lerroux fue considerado por los monárquicos alfonsinos de Renovación Española y por los carlistas como una «traición», por lo que iniciaron los contactos con la Italia fascista de Mussolini para que les proporcionara dinero, armas y apoyo logístico para derribar a la República y restaurar la Monarquía. Por su parte, los republicanos de izquierda y los socialistas consideraron una «traición a la República» el pacto radical-cedista y los socialistas del PSOE y UGT acordaron que desencadenarían una revolución si la CEDA entraba en el gobierno, lo que era especialmente grave pues el PSOE era uno de los partidos que habían fundado la República y había gobernado durante el primer bienio. Así lo expresó en el mismo debate de investidura el portavoz del grupo parlamentario socialista Indalecio Prieto, tal como lo refleja el Diario de Sesiones del 20 de diciembre de 1933:

Decimos, Sr. Lerroux y Sres. Diputados, desde aquí, al país entero que públicamente contrae el Partido Socialista el compromiso de desencadenar, en ese caso, la revolución.)

En este marco, el nuevo gobierno empezó a gobernar con el decidido propósito de «rectificar» el curso emprendido por la República bajo el gobierno de las izquierdas del bienio anterior. La pretensión del gobierno de Lerroux era «moderar» las reformas del primer bienio, no de anularlas, con el objetivo de incorporar a la República a la derecha «accidentalista» (que no se proclamaba abiertamente monárquica, aunque sus simpatías estuvieran con la Monarquía, ni tampoco republicana) representada por la CEDA y el Partido Agrario. Lerroux pensaba que sería suficiente con una «rectificación» parcial de las reformas del primer bienio, manteniendo la fidelidad a los principios básicos proclamados el 14 de abril, pero pronto surgieron las tensiones porque la CEDA y sus aliados pretendían ir más lejos en la «rectificación».

Diego Martínez Barrio fue el ministro del gobierno de Lerroux que primero criticó la colaboración con la CEDA hasta que esta no se declarara republicana, y denunció la presión que esta ejercía, que inclinaba al gobierno a realizar una política cada vez más derechista. A finales de febrero de 1934 abandonó el gobierno, lo que obligó a Lerroux a formar un segundo gobierno el 3 de marzo. ​ Con la salida de Martínez Barrio del gobierno Lerroux tuvo que ceder cada vez más a la presión de la CEDA, como se pudo comprobar con la crisis que se desató en abril con motivo de la aprobación de una ley de amnistía, que suponía la excarcelación de todos los implicados en el golpe de Estado de agosto de 1932, incluido el general Sanjurjo, y que terminó provocando la caída del gobierno.​ La solución a la crisis fue encontrar un nuevo dirigente radical que presidiera el gobierno: fue el valenciano Ricardo Samper, quien formó el tercer gobierno radical el 28 de abril de 1934. Se mantuvo en el poder hasta que, a principios de octubre, la CEDA exigió la entrada de tres ministros suyos en el gabinete. Uno de los argumentos utilizados fue la supuesta falta de carácter del gobierno de Samper para resolver el conflicto con la Generalidad de Cataluña con motivo de la aprobación por el parlamento catalán de la Ley de Contratos de Cultivo y la posterior declaración de inconstitucionalidad por el Tribunal de Garantías Constitucionales.

Las presiones de la CEDA al gobierno Samper no se habían hecho solo desde el parlamento, sino también mediante demostraciones de fuerza como las dos multitudinarias concentraciones que celebró en El Escorial y en Covadonga, en las que aparecieron signos propios de la parafernalia fascista, como la exaltación de su líder José María Gil Robles —que acababa de asistir al Congreso del partido nazi en Núremberg— con los gritos de «¡Jefe, jefe, jefe!». ​ No obstante, Gil Robles se expresaba siempre públicamente asegurando que la reforma constitucional se haría llegado el momento conquistando la opinión pública y ratificándola en las urnas. Paralelamente, una porción creciente de los socialistas no escondía estar preparándose para pronunciarse con las armas ante la probable llegada de los «fascistas» al poder. En agosto de 1934, sin que hubiera algún motivo especial que lo provocase, medios socialistas como Renovación invocaban la «revolución armada para la conquista del poder».

Preparación del movimiento revolucionario

Francisco Largo Caballero

Los socialistas desde su expulsión del gobierno en septiembre de 1933 y la consiguiente ruptura con los republicanos, y especialmente tras el triunfo de las derechas en las elecciones de noviembre de 1933, abandonaron la “vía parlamentaria” para alcanzar el socialismo y optaron por la vía insurreccional. Para muchos socialistas la lucha legal, el reformismo y la República parlamentaria ya no servían, convirtiéndose la revolución social en su único objetivo. «El socialismo reformista está fracasado», afirmó Luis Araquistain, principal ideólogo del «socialismo revolucionario».

Ya durante la campaña electoral Francisco Largo Caballero, el líder socialista que encabezó el cambio de orientación, había advertido de que el reformismo democrático ya no servía a los socialistas:

No es suficiente para la emancipación de la clase trabajadora una república burguesa... Que conste bien: el Partido Socialista va a la conquista del poder, y va a la conquista, como digo, legalmente si puede ser. Nosotros deseamos que pueda ser legalmente, con arreglo a la Constitución, y, si no, como podamos. Y, cuando eso ocurra, se gobernará como las circunstancias y las condiciones del país lo permitan. Lo que yo confieso es que si se gana la batalla no será para entregar el poder al enemigo.

En enero de 1934, tras la derrota electoral, Largo Caballero dijo:

Nosotros fuimos a una revolución y el poder cayó en manos de los republicanos y hoy hay en el poder un Gobierno republicano y ya destruye lo que hicimos nosotros.

Más explícito fue Largo Caballero en un discurso pronunciado en Madrid ese mismo mes de enero:

Yo declaro que habría que ir a ello [armarse], y que la clase trabajadora no cumplirá con su deber si no se prepara para ello. [...] Hay que dejar grabado en la conciencia de la clase trabajadora que, para lograr el triunfo, es preciso luchar en las calles con la burguesía, sin lo cual no se podrá conquistar el poder.

Pero para que la vía insurreccional fuera "legítima", según los socialistas, debía mediar una "provocación reaccionaria", que enseguida relacionaron con la entrada de la CEDA en el gobierno. Ya al día siguiente de las elecciones Indalecio Prieto había dicho que si la CEDA ingresaba en el gobierno, «públicamente [contraía] el Partido Socialista el compromiso de desencadenar... la revolución».​ Este cambio de orientación coincidió con el fracaso de la insurrección anarquista de diciembre de 1933 que cerró el ciclo insurreccional de la CNT durante la Segunda República. «Justo cuando los anarquistas agotaban la vía insurreccional y aparecían en el seno del movimiento las críticas de esas acciones de "minoría audaces", los socialistas anunciaban la revolución».

Así pues, como ha señalado Santos Juliá, «los socialistas no pretendían con sus anuncios de revolución defender la legalidad republicana contra un ataque de la CEDA, sino responder a una supuesta provocación con objeto de avanzar hacia el socialismo. En parte por ese motivo y en parte porque nunca creyeron que el presidente de la República y el propio Partido Radical permitieran el acceso de la CEDA al gobierno, se comprometieron solemnemente, desde las Cortes y desde la prensa, a que en el caso de que éste se produjera, desencadenarían una revolución. Esa decisión se vio reforzada por el activismo de las juventudes socialistas y por los acontecimientos de febrero de 1934 en Austria, cuando el canciller socialcristiano [el equivalente de la CEDA española] Dollfuss aplastó una rebelión socialista bombardeando los barrios obreros de Viena, acontecimientos interpretados por los socialistas españoles como una advertencia de lo que podía esperarles en caso de que la CEDA llegara al gobierno».

Otros hechos que también influyeron en la radicalización socialista, según Julián Casanova, fueron la subida de Hitler al poder en Alemania en enero de 1933, la aparición de la violencia fascista de Falange Española (en enero de 1934 se produjo un asalto, en el que varios estudiantes fueron agredidos, a los locales en Madrid de la izquierdista Federación Universitaria Escolar, FUE, por una milicia falangista al mando de Matías Montero, que sería asesinado el 9 de febrero; el asesinato de la socialista Juanita Rico en julio por pistoleros falangistas), y la agresividad verbal de Gil Robles con continuas declaraciones contra la democracia y a favor del «concepto totalitario del Estado» y las demostraciones «fascistas» de las juventudes de la CEDA (las Juventudes de Acción Popular, JAP).

Gabriele Ranzato coincide con el análisis de Julián Casanova y destaca asimismo el papel desempeñado por la figura de Gil Robles en la decisión de los socialistas de preparar una insurrección revolucionaria. Lo que los socialistas temían de la CEDA no era solo su carácter ultraclerical sino sobre todo su inclinación hacia el fascismo, pues ya durante la campaña electoral Gil Robles lo había dejado claro: «la democracia no es para nosotros un fin, sino un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento, el Parlamento o se somete o lo hacemos desaparecer». Poco antes, tras asistir como observador al Congreso de Núremberg del Partido nazi celebrado en septiembre de 1933, Gil Robles había manifestado que existían elementos comunes entre ese partido y la CEDA como «su raíz y su actuación eminentemente populares; su exaltación de los valores patrios; su neta significación antimarxista; su enemistad con la democracia liberal y parlamentaria» —aunque rechazaba la «estadolatría nazi»—. Los temores de los socialistas, alarmados tras el acceso de Hitler al poder en Alemania por métodos «legales», se acrecentaron cuando en febrero de 1934 se produjo el aplastamiento de los socialistas vieneses por el dictador socialcristiano Dollfuss. El diario El Socialista escribió el 14 de febrero: «El frente fascista se ha formado en Austria contra el proletariado bajo la dirección del clericalismo jesuítico, exactamente como se está formando en España con la participación de Gil Robles y con idénticos fines». Más tarde Largo Caballero justificó sus planes revolucionarios diciendo:

Nosotros no podemos olvidar el ejemplo de Alemania y cómo la parte del proletariado europeo más consciente, mejor preparada y capacitada ha sido destruida. Que la CEDA va a seguir el mismo procedimiento táctico que las derechas alemanas, es evidente. Y debemos adelantarnos a los acontecimientos... No tenemos más camino que el de la revolución, y nuestro deber es prepararla rápidamente, sin pérdida de tiempo, no sea que los acontecimientos nos sobrepasen y tengamos que lamentar toda nuestra vida una pasividad como la de Otto Bauer.

Al menos al principio, la huelga general revolucionaria proyectada por los socialistas también era una forma de «defensa de la legitimidad republicana frente a la legalidad detentada por el Gabinete radical-cedista [cuando éste se formara], de insurrección defensiva destinada tanto a proteger a las masas trabajadoras del fascismo como a corregir el rumbo de la República burguesa hacia la orientación revolucionaria a la que nunca había renunciado el movimiento obrero español». ​ Sin embargo, al abandonar la «vía parlamentaria», «los socialistas demostraron idéntico repudio del sistema institucional representativo que habían practicado los anarquistas en los años anteriores».

El cambio de orientación política de los socialistas se produjo tras un intenso debate interno iniciado nada más conocerse la victoria de la derecha en las elecciones de noviembre. Desde el primer momento se configuraron dos posiciones antagónicas: la mantenida por Julián Besteiro, con el apoyo de Trifón Gómez y Andrés Saborit, partidario de seguir la vía parlamentaria con el objetivo de «defender la República y la democracia»; y la defendida por Largo Caballero, con el apoyo de Indalecio Prieto que hasta entonces había mantenido posiciones más moderadas, partidario del viraje revolucionario.

Con el propósito de que Julián Besteiro y sus seguidores aceptaran el abandono de la «vía parlamentaria»,​ la dirección del PSOE presentó un «Proyecto de bases» con diez puntos redactado por Indalecio Prieto en representación de la ejecutiva, al que Besteiro respondió con la presentación de una «Propuesta de bases». En el primer documento predominaban las medidas revolucionarias (como la nacionalización de la tierra o la disolución del ejército, como paso previo a su reorganización democrática) frente a las medidas reformistas (en la administración, hacienda e industria, que no sería socializada aunque los trabajadores tendrían cierto grado de control sobre las empresas, junto con «medidas encaminadas a su mejoramiento moral y material»), mientras que el segundo documento lo que propugnaba era la continuidad de las reformas del primer bienio manteniendo el régimen constitucional republicano. Además los «caballeristas», por su parte, para aplicar el «Proyecto de bases», presentaron a debate cinco «puntos concretos de la acción a desarrollar», en el primero de los cuales se exponía la voluntad de organizar «un movimiento francamente revolucionario con toda la intensidad posible y utilizando todos los medios de que se pueda disponer». Durante los debates Besteiro dirigiéndose a Prieto le dijo: «El programa que tú describiste ayer [un plan de acción inmediato para asaltar el poder] me parece a mí de una temeridad tan grande que si logra el proletariado asaltar el poder en esas condiciones..., si puede sostenerse en el poder tendrá que hacer tales cosas que no creo yo que las pueda resistir el país. Eso para mí constituye una verdadera pesadilla y me parece una obsesión en los demás, funesta verdaderamente para la UGT, para el Partido Socialista y para todo nuestro movimiento».

Cuando el 27 de enero de 1934 el Comité Nacional de UGT votó abrumadoramente a favor del «Proyecto de bases», Besteiro no tuvo más remedio que dimitir de su cargo de secretario general de la UGT, siendo sustituido por Largo Caballero, que acumuló así la presidencia del partido y la secretaría general del sindicato. Fue el primer paso de la nueva estrategia revolucionaria. Así lo interpretó el propio Largo Caballero:

La suerte está echada, el Partido y la Unión General ya están de acuerdo en organizar un movimiento revolucionario con un programa concreto al objeto de salir al frente de manejos reaccionarios.

Por otro lado, Largo Caballero en los meses siguientes ignorará prácticamente el «Proyecto de bases» y se centrará en lo que él llamará el «programa sucinto» del movimiento revolucionario:

Con el poder político en las manos anularemos los privilegios capitalistas y antes que ninguno el derecho que les da explotar a los trabajadores. ¿Se quiere un programa más sucinto?

Nada más producirse la derrota de los moderados "besteiristas" se formó una Comisión Mixta (o «comisión de enlace») presidida por Largo Caballero e integrada por dos representantes del PSOE (Juan Simeón Vidarte y Enrique de Francisco), dos de la UGT (Pascual Tomás y José Díaz Alor) y dos de las Juventudes Socialistas (Carlos Hernández Zancajo y Santiago Carrillo),​ cuya misión era organizar la huelga general revolucionaria y el movimiento insurreccional armado. Inmediatamente la Comisión Mixta convocó en Madrid a delegaciones de las provincias que recibieron instrucciones de formar «comités revolucionarios» a nivel local coordinados por las «Juntas Provinciales», y a las que se les dijo que «el triunfo de la revolución descansará en la extensión que alcance y la violencia con que se produzca». Asimismo deberían constituirse, además de grupos de sabotaje de los servicios como electricidad, gas o teléfonos, milicias integradas por «los individuos más decididos» y que recibirían instrucción militar de los "jefes" a los que deberían obedecer.42​ Sin embargo, la organización y el control del proceso conspirativo no corrió a cargo de la «comisión de enlace», que se limitó a ser un órgano coordinador, sino que «quedó en manos de las organizaciones locales y determinados cuadros individuales».

La Comisión Mixta encargó a Indalecio Prieto la preparación militar del movimiento, con el avituallamiento de armas y la captación de la oficialidad en los cuarteles como principales cometidos. «La reconocida capacidad de trabajo y, en especial, la tupida red de relaciones personales que su polifacética actividad —periodista, diputado, ministro— le había permitido urdir a Indalecio Prieto, le deparó cierto éxito inicial en la captación de recursos financieros y en la adquisición de armas». Pero la actividad de Prieto se saldó finalmente con un rotundo fracaso, pues ni consiguió atraer a la oficialidad del ejército a la insurrección, ni consiguió hacer llegar a los «comités revolucionarios» las armas adquiridas.​ Tres importantes depósitos de armas —los almacenados en la Casa del Pueblo de Madrid, en la Ciudad Universitaria y en Cuatro Caminos, también en la capital— fueron descubiertos por la policía y a mediados de septiembre de 1934 la Guardia Civil impidió el desembarco en Asturias del alijo de armas que transportaba el buque Turquesa. El buque, rebautizado Turquesa tras haber sido comprado al armador José León de Carranza, transportaba un importante lote de armas que había sido adquirido al Consorcio de Industrias Militares por el empresario Horacio Echevarrieta, amigo de Prieto, alegando que iban a ser exportadas a Abisinia. Hacia las nueve de la noche del 10 de septiembre llegó frente a las costas de San Esteban de Pravia y se consiguieron descargar unas ochenta cajas de armas y municiones que fueron llevadas a tres camionetas propiedad de la Diputación Provincial de Asturias, cuya presidencia detentaba un socialista. Dos de ellas consiguieron llevarse la mercancía pero la tercera no arrancó y fue sorprendida por los Carabineros. Prieto estuvo a punto de ser detenido.​ José Luis Martín Ramos concluye: «la preparación del levantamiento acumuló un desatino tras otro» y en su aspecto «militar» «resultó un mal sainete, con repetidas incautaciones por parte de la policía de las escasas partidas de armas que se conseguían, anécdotas de aficionados, caídas en las trampas de los estafadores y el episodio mayor del incidente del Turquesa en las playas de Asturias».

Tampoco la preparación política del levantamiento fue mejor, como puso de manifiesto que la FNTT de UGT convocara una huelga de jornaleros en junio de 1934 sin prever las consecuencias que esto tendría para la revolución que se estaba preparando. Sirvió para que el ministro de la Gobernación Salazar Alonso desencadenara una fuerte represión «que desarticuló el sindicalismo socialista campesino» por lo que «el campo no estaría al lado de la ciudad en el momento del movimiento revolucionario [y] las fuerzas de orden público tendrían un frente menos que atender». Los socialistas apoyaron la creación de Alianzas Obreras en las que se integraron pequeñas organizaciones proletarias, como Izquierda Comunista o el Bloque Obrero y Campesino, que eran las primeras que habían propuesto la idea de formar «alianzas antifascistas», pero no la CNT, y solo muy al final el reducido Partido Comunista de España, que hasta entonces las había combatido con dureza.​ Fue el único paso que dio Largo Caballero en busca de apoyos —en febrero de 1934 se entrevistó en Barcelona con Joaquín Maurín—, pero nunca contempló las Alianzas Obreras «como plataformas vertebradoras del movimiento revolucionario, sino simplemente como instancias de relación entre las organizaciones que pudieran facilitar el apoyo a la iniciativa socialista». Por otro lado, Largo Caballero nunca buscó el apoyo de los republicanos de izquierda. El caballerista Amaro del Rosal llegó a afirmar que «los republicanos producían ya aversión».

La ocasión para la insurrección se planteó a la vuelta de las vacaciones parlamentarias que finalizaban el 1 de octubre de 1934 cuando la CEDA hizo saber que retiraba su apoyo al gobierno de centro-derecha de Ricardo Samper y que exigía formar parte del gobierno. José María Gil Robles dijo que desde la constitución de la Cámara «nunca la mayoría de la misma se ha reflejado en la composición numérica del Gobierno y si la situación se prolonga más de lo conveniente, se falseará la esencia del régimen parlamentario y la misma base fundamental del Estado». Alcalá Zamora encargó la resolución de la crisis al líder del Partido Republicano Radical Alejandro Lerroux que accedió a la demanda cedista y formó el nuevo gobierno el 4 de octubre con la inclusión de tres ministros de la CEDA («Justicia, Agricultura y Trabajo fueron los ministerios otorgados por Lerroux a las derechas, ministerios desde los cuales resultaba evidente que no se podía atentar, aun habiéndolo querido, contra la seguridad del régimen»)50​. Ese mismo día la Comisión Mixta socialista convocó la huelga general revolucionaria que se iniciaría a las 0 horas del día 5 de octubre. La CNT, que recientemente había protagonizado la insurrección anarquista de diciembre de 1933, se abstuvo de apoyar la convocatoria, salvo en Asturias..

Los partidos republicanos de izquierda manifestaron su rechazo a la entrada en el gobierno de ministros de la «accidentalista» CEDA («el hecho monstruoso de entregar el Gobierno de la República a sus enemigos es una traición», declaró Izquierda Republicana) y proclamaron que rompían «toda solidaridad con las instituciones actuales del régimen» (Izquierda Republicana aún fue más lejos pues afirmó «su decisión de acudir a todos los medios en defensa de la República»), pero no se sumaron a la insurrección socialista. También mostró su rechazo a la «política de entregar la República a sus enemigos» el Partido Republicano Conservador de Miguel Maura.

Desarrollo de la huelga insurreccional

La Revolución de Octubre en Madrid, Andalucía, Extremadura, La Mancha y Aragón

En Madrid, la UGT declaró la huelga general en la medianoche del 4 al 5 de octubre, que se prolongaría durante los ocho días siguientes con un alto índice de participación, a pesar de que la CNT no la apoyó. Sin embargo, la acción insurreccional fracasó, y las tímidas tentativas de asalto de la Presidencia del Gobierno y de los otros centros de poder, después de dos horas de disparos, fueron dominadas con relativa facilidad por el Gobierno de la República, que encarceló a los sublevados. El día 12 de octubre Madrid recobró la normalidad. La razón del fracaso de la insurrección en Madrid, además de la falta de preparación "militar" de la misma (tal vez confiando ingenuamente que los militares de la guarnición de Madrid se sumarían a la rebelión), fue la falta de una dirección que transformara la huelga general en un insurrección, a pesar de que el Comité Nacional Revolucionario socialista tenía su sede en Madrid. "La capital apareció como el lugar en el que los huelguistas fueron abandonados a su suerte sin que, a la postre, existiera un ejército insurreccional al que dirigir. Hubo, pues, obreros huelguistas y grupos de jóvenes muy activos, pero no movimiento insurreccional. Como ha señalado Santos Juliá, «los insurrectos no supieron qué hacer con sus pistolas y su ametralladoras y los huelguistas no supieron qué hacer con su huelga..., mientras los dirigentes volvían a casa a esperar pacientemente la llegada de la policía»".

En la "España latifundista", (Andalucía, Extremadura y La Mancha), los jornaleros, agotados por la violenta represión gubernamental con motivo de la huelga general de junio, difícilmente pudieron secundar la nueva huelga. Así que estas tres regiones fueron las grandes "ausentes" de la revolución de octubre, aunque en algunas pocas localidades sí se produjo algún conato insurreccional. Fue el caso del pueblo albaceteño de Villarrobledo (donde una columna de campesinos se apoderó del casino donde resistieron hasta que conocieron el fracaso de Madrid, por lo que su líder, el secretario del jurado mixto, se suicidó mientras sus compañeros entonaban La Internacional), o de Algeciras y Prado del Rey, en la provincia de Cádiz, La Carolina, Sabiote, Navas de San Juan, Marmolejo o Santo Tomé, entre otras, en la provincia de Jaén,​ y Teba, en la provincia de Málaga. En todos ellos hubo enfrentamientos con la Guardia Civil, asaltos a los ayuntamientos, incendios de los juzgados e iglesias.

En Aragón, la razón fundamental del fracaso fue la misma que la de Extremadura, Andalucía y La Mancha: la represión gubernamental de la huelga campesina de junio. Tampoco allí la CNT se sumó al movimiento agotada tras la última huelga general que había convocado en solitario en abril-mayo de 1934 y que había durando treinta y seis días, además de porque según la Federación Local de Sindicatos, que contaba con unos veinte mil afiliados, el proyecto socialista anteponía la conquista del poder a lucha contra el capitalismo y el fascismo. La convocatoria solo fue secundada por algunos sectores obreros socialistas de Zaragoza, donde la CNT era hegemónica, y en la cuenca minera de Teruel. Sin embargo, hubo algunos brotes insurreccionales en Mallén y Tarazona, localidades en las que el Ayuntamiento fue ocupado y la bandera roja fue izada en sus balcones y los cuartelillos de la Guardia Civil fueron asediados, y en la comarca de Cinco Villas, donde al gobierno le costó cuatro días acabar con la rebelión.

La Revolución de Octubre en Navarra, La Rioja, Valencia, Baleares, Cantabria y Castilla y León

Una columna de Guardias Civiles con prisioneros en Brañosera (Palencia)
También fue determinante la represión de la huelga de junio en el fracaso de la insurrección en La Rioja, donde solo hubo un enfrentamiento violento con la Guardia Civil en Casalarreina y cierta agitación en Logroño, y en Navarra, donde la protesta se manifestó bajo formas arcaizantes, como la destrucción de maquinaria agrícola o el incendio de graneros, debido a que en esta región habían sido siete mil los campesinos detenidos o deportados. En las ciudades de Pamplona, Tafalla, Alsasua(donde se produjo la única víctima mortal de la provincia: el día 8 en un choque con la Guardia civil un huelguista resultó muerto) y Tudela hubo un cierto seguimiento de la huelga, acompañado del sabotaje a las vías férreas y tendidos eléctrico y telefónico.

En Valencia, donde en 1934 UGT había desbancado a la CNT como primera fuerza sindical, se declaró la huelga general en los núcleos urbanos más importantes, produciéndose enfrentamientos armados con las fuerzas de orden público sobre todo en el sur (Alicante, Elda, Novelda, Elche, Villena y otras localidades). En la ciudad de Valencia tuvieron especial protagonismo los obreros portuarios y en la cercana localidad de Alcudia de Carlet se llegó a proclamar el comunismo libertario.

En Baleares, por efecto inducido de la sublevación en Barcelona, hubo dos huelgas insurreccionales, en Lluchmayor y Manacor, donde, según un cronista contemporáneo de los sucesos, "se paró el 6 y el 7 de octubre, pero en vista de que en Palma el movimiento no prendía y de la influencia decisiva que, por otra parte, produjo la capitulación de Cataluña, se dio el domingo por la noche la consigna de volver al trabajo".

En Cantabria, la huelga insurreccional se desarrolló del día 5 al 16. Aunque hubo enfrentamientos con la Guardia Civil y los carabineros en el puerto de Santander y en la factoría de Nueva Montaña, el epicentro fue la zona industrial de Torrelavega y la cuenca del Besaya. Hubo enconados combates en Torrelavega, Corrales de Buelna y, especialmente, en Reinosa, ciudad donde el Gobierno empleó el ejército con fuerzas enviadas desde Burgos.​ La normalidad no volvió a Torrelavega hasta el día 18 y el balance final fue de once muertos en la región.

También hubo enfrentamientos armados en zonas mineras del norte de Castilla y León tanto en las de Palencia como en las de León. En Barruelo de Santullán, donde los mineros ocuparon el cuartel de la Guardia Civil, fue preciso utilizar la artillería para sofocar la rebelión. En Guardo, tras incendiar el cuartel de la Guardia Civil y ocupar el Ayuntamiento donde fueron encarcelados los guardias civiles y los directivos de las compañías mineras, se llegó a organizar una economía socialista en la que el comité revolucionario presidido por el alcalde suprimió el dinero y emitió vales en su lugar. El gobierno tuvo que recurrir de nuevo a la artillería, y también a la aviación, para acabar con la insurrección. El pueblo fue ocupado por el batallón ciclista de Palencia.

La insurrección en la zona minera de León estuvo vinculada a la Revolución de Asturias, donde el plan era, una vez dominados los cuarteles de la Guardia Civil y los Ayuntamientos, cercar la capital y ocuparla. Pero el proyecto fracasó porque los insurrectos asturianos no pudieron enviar refuerzos y por la decidida actuación del gobernador civil de León. Así que la revolución se intensificó a nivel local, donde en poblaciones como Villablino, Bembibre o Sabero se proclamó la "república socialista" y se implantó una embrionaria economía de guerra supeditada a las necesidades del "ejército revolucionario" que se organizó.​

Fuera de las zonas mineras de Palencia y León, solo se registraron algunos enfrentamientos con la Guardia Civil en Medina del Campo, Medina de Rioseco y Tudela de Duero.

La Revolución de Octubre en el País Vasco

Después de Asturias y de Cataluña, el lugar donde los acontecimientos de octubre de 1934 tuvieron mayor gravedad fue en el País Vasco. Allí, durante la semana que duró la huelga insurreccional (del 5 al 12 de octubre), hubo cuarenta víctimas mortales (la mayoría de ellas insurrectos), entre ellas, un personaje de la relevancia de Marcelino Oreja Elósegui, diputado por Vizcaya en 1931 y 1933 y destacado militante tradicionalista, cuyo asesinato acaecido en Mondragón conmocionó a todo el País Vasco.

El valor que concedieron los socialistas al País Vasco para el triunfo de la revolución en toda España se explica por la importancia estratégica de la zona minera e industrial de Bilbao y de Éibar, el principal centro de fabricación de armas del país (con unas treinta fábricas, dos de ellas cooperativas socialistas), además del peso de Vizcaya al ser uno de los bastiones históricos del socialismo español y base política de Indalecio Prieto, uno de los líderes del movimiento insurreccional. Sin embargo, los socialistas no pudieron contar con el PNV, el primer partido vasco tras las elecciones de noviembre de 1933, ni con su sindicato Solidaridad de Obreros Vascos (SOV) porque se trataba de dos organizaciones católicas contrarias a la idea del socialismo. De ahí que, nada más iniciarse la insurrección, la dirección del PNV ordenó a sus afiliados que se “abstuvieran de participar en movimiento de ninguna clase y prestasen atención a las órdenes que, en caso preciso, serían dadas por las autoridades”.

Si bien en Álava la “huelga general revolucionaria” convocada por los socialistas tuvo un escaso seguimiento, en Vizcaya y en Guipúzcoa sí que se produjo una huelga insurreccional que duró entre los días 5 y 12 de octubre, y en algunos puntos, como la zona minera de Vizcaya, el conflicto se prolongó hasta el lunes 15 de octubre.

La intervención de la Guardia Civil, de la Guardia de Asalto y del Ejército sofocó la revolución con un saldo de al menos cuarenta muertos, entre ellos, algunos dirigentes locales carlistas de Éibar y Mondragón y el diputado tradicionalista Marcelino Oreja Elósegui, muertos por los izquierdistas, y varios huelguistas, muertos en los enfrentamientos armados.

Proclamación del Estado Federado Catalán

En Barcelona, el Gobierno de la Generalidad de Cataluña presidido por Lluís Companys, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), proclama «el Estado Catalán de la República Federal Española» en la noche del 6 de octubre:

Catalanes: Las fuerzas monarquizantes y fascistas que de un tiempo a esta parte pretenden traicionar a la República han logrado su objetivo y han asaltado el poder. Los partidos y los hombres que han hecho públicas manifestaciones contra las menguadas libertades de nuestra tierra, los núcleos políticos que predican constantemente el odio y la guerra a Cataluña, constituyen hoy el soporte de las actuales instituciones [...]. Todas las fuerzas auténticamente republicanas de España y los sectores sociales avanzados, sin distinción ni excepción, se han levantado en armas contra la audaz tentativa fascista. [...] En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del poder en Cataluña, proclama el Estado Catalán de la República Federal Española y, al establecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, les invita a establecer en Cataluña el gobierno provisional de la República, que hallará en nuestro pueblo catalán el más generoso impulso de fraternidad en el común anhelo de edificar una República Federal libre y magnífica. [...] Cataluña enarbola su bandera y llama a todos al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalidad, que, desde este momento, rompe toda relación con las instituciones falseadas.

Este hecho provocó la proclamación a las pocas horas del estado de guerra, publicado en el diario oficial del ministerio de la guerra, y la intervención del ejército, mandado por el general Domingo Batet, que dominó rápidamente la situación después de algunos enfrentamientos armados —en los que murieron unas cuarenta personas—, de la detención de Companys y de la huida a Francia de Josep Dencàs, conseller de Orden Público. La autonomía catalana fue suspendida por el Gobierno que también designó un Consell de la Generalitat con el que sustituyó la Generalidad de Cataluña y en el que participaron diferentes dirigentes de la Liga Regionalista y el Partido Republicano Radical. También se detuvo a Manuel Azaña, quien se encontraba casualmente en Barcelona para asistir a los funerales del que fuera ministro de su gabinete Jaume Carner.

Revolución de Asturias

En Asturias la CNT mantenía una postura más proclive a la formación de alianzas obreras que en otras zonas de España. De esta manera esta organización y la UGT habían firmado en marzo un pacto con el que estuvo de acuerdo la FSA, federación del PSOE en Asturias, fraguando la alianza obrera plasmada en la UHP surgida el mes anterior. A La UHP se le irían uniendo otras organizaciones obreras como el BOC, la Izquierda Comunista y finalmente el PCE.

Los mineros disponían de armas y dinamita y la revolución estaba muy bien organizada. Se proclama en Gijón la República Socialista Asturiana y se ataca a los puestos de la Guardia Civil, las iglesias, los ayuntamientos, etc., estando a los tres días casi toda Asturias en manos de los mineros, incluidas las fábricas de armas de Trubia y La Vega. A los diez días, unos 30 000 trabajadores forman el Ejército Rojo Asturiano. Hubo actos de pillaje y violencia no achacables a la organización revolucionaria. Pero la represión fue muy dura donde los revolucionarios encontraron resistencia. Desde el gobierno consideran que la revuelta es una guerra civil en toda regla, aún desconociendo que los mineros empiezan a considerar en Mieres la posibilidad de una marcha sobre Madrid.

El gobierno adopta una serie de medidas enérgicas. Ante la petición de Gil-Robles comunicando a Lerroux que no se fía del jefe de Estado Mayor, general Masquelet, los generales Goded y Franco (que tenía experiencia al haber participado en la represión de la huelga general de 1917 en Asturias) son llamados para que dirijan la represión de la rebelión desde el Estado Mayor en Madrid. Estos recomiendan que se traigan tropas de la Legión y de Regulares desde Marruecos. El gobierno acepta su propuesta y el radical Diego Hidalgo, ministro de la Guerra, justifica formalmente el empleo de estas fuerzas mercenarias, en el hecho de que le preocupaba la alternativa de que jóvenes reclutas peninsulares murieran en el enfrentamiento, por lo que la solución adoptada le parece muy aceptable.

Durante la revolución de 1934 la ciudad de Oviedo quedó asolada en buena parte, resultan incendiados, entre otros edificios, el de la Universidad, cuya biblioteca guardaba fondos bibliográficos de extraordinario valor que no se pudieron recuperar, o el teatro Campoamor. También fue dinamitada La Cámara Santa en la Catedral, donde desaparecieron importantes reliquias llevadas a Oviedo, cuando era corte, desde el sur de España.
Tropas norteafricanas desfilan en la calle Corrida de Gijón tras aplastar la revolución.

El general Eduardo López Ochoa, comandando las fuerzas militares gubernamentales, se dirigió a apoyar a las tropas sitiadas en Oviedo, y el coronel Juan Yagüe con sus legionarios y con apoyo de la aviación. La represión posterior fue muy dura. Se llevó a cabo por mercenarios cuyo mérito fue el haber sido despiadados sin límite contra los rifeños. Usaron los mismos métodos de represión contra obreros insurrectos que contra los aguerridos y agresivos guerrrilleros del Rif. Murieron más de 1000 obreros, otros dos mil fueron heridos y otros tantos miles encarcelados. El desafío no era pequeño pero la respuesta fue absolutamente desmedida y muchos historiadores lo consideran el punto de inflexión. Después de los miles de muertos de Asturias la vía parlamentaria lo tendría mucho más difícil.

En La Felguera, lugar de Langreo, y en el barrio de El Llano de Gijón se llegaron a dar breves experiencias de comunismo libertario:

En la barriada de El Llano se procedió a regularizar la vida de acuerdo con los postulados de la CNT: socialización de la riqueza, abolición de la autoridad y el capitalismo. Fue una breve experiencia llena de interés, ya que los revolucionarios no dominaron la ciudad. [...] Se siguió un procedimiento parecido al de Langreo. Para la organización del consumo se creó un Comité de Abastos, con delegados por calles, establecidos en las tiendas de comestibles, que controlaban el número de vecinos de cada calle y procedían a la distribución de los alimentos. Este control por calle permitía establecer con facilidad la cantidad de pan y de otros productos que se necesitaban. El Comité de Abastos llevaba el control general de las existencias disponibles, particularmente de la harina.
Manuel Villar. El anarquismo en la insurrección de Asturias: la CNT y la FAI en octubre de 1934

En la cuenca minera palentina también se produjeron graves sucesos. El 5 de octubre los mineros de Barruelo de Santullán se levantaron en armas y se hicieron con el control del pueblo, ocasionando la muerte de un teniente coronel y dos números de la Guardia Civil, además del director del colegio marista. En estos enfrentamientos murieron también el alcalde socialista y cuatro mineros. En Guardo, los mineros tomaron al asalto y prendieron fuego al cuartel de la Guardia Civil; durante los enfrentamientos, perdió la vida un agente. La llegada del ejército ocasionó la huida a los montes de los revolucionarios, que posteriormente se fueron rindiendo y entregando a las autoridades. En el resto de España, hubo algunos incidentes reprimidos rápidamente por las fuerzas del orden republicanas.

Se estima que, en los quince días de revolución, hubo en toda España entre 1500 y 2000 muertos (aunque algunos autores hablan de 1000 y hasta 4000) de los que unos 320 eran guardias civiles, soldados, guardias de asalto y carabineros; y unos 35 sacerdotes. La ciudad de Oviedo quedó prácticamente destruida y se estima que en toda España fueron detenidas y sometidas a juicio entre 15 000 y 30 000 personas por participar en la revolución. Los datos son difíciles de comprobar debido a la fuerte censura que se aplicó.

En 1937 el ministro de la Guerra Diego Hidalgo Durán, responsable de la represión, confía su opinión a un periodista estadounidense corresponsal de guerra para la agencia Associated Press:

Sé cómo debe de sentirse un criminal acosado —me dijo, sonriendo desmayadamente—. Pero no soy un criminal; sólo cumplí mi deber como ministro de la Guerra cuando ordené que el ejército atacase a los extremistas de izquierdas. ¿Desde cuándo el cumplimiento del deber es un crimen? Si tuviera que enfrentarme de nuevo con la misma situación, no dudaría en comportarme igual que entonces, aún sabiendo lo que me esperaba.
Edward Knoblaugh. Última hora: guerra en España

Consecuencias

Balance de víctimas

Según las cifras oficiales dadas por la Dirección General de Seguridad a principios de 1935 el número total de víctimas fue de 1335 muertos y 2951 heridos. Los fallecidos se distribuían así: 1051 paisanos, 100 guardias civiles, 19 miembros de las fuerzas de seguridad y vigilancia, 51 guardias de Asalto, 16 Carabineros y 98 militares. Los estudios posteriores han aumentado solo ligeramente las cifras oficiales. Refiriéndose exclusivamente a la Revolución de Asturias, el historiador Julián Casanova estima que durante los combates que siguieron al levantamiento armado murieron 1100 personas entre las que apoyaron la insurrección, además de unos 2000 heridos, y hubo unos 300 muertos entre las fuerzas de seguridad y el ejército; 34 sacerdotes y religiosos fueron asesinados. Casanova coincide casi completamente con la cifras dadas hace tiempo por Hugh Thomas que situó el número de víctimas mortales durante la Revolución de Asturias entre 1500 y 2000 personas, de las que unas 320 corresponderían a las fuerzas de seguridad y al Ejército. ​ Un estudio publicado en 1972 por el Servicio Histórico de la Guardia Civil sobre el número de víctimas entre las fuerzas de seguridad en toda España coincidía con la estimación de Thomas para Asturias pues cifraba el número de muertos en 321 (284 según el informe oficial de la DGS de 1935). Los distribuía así: 111 de la Guardia Civil (100 en el informe de 1935); Ejército, 129 (98 en el informe de 1935); Carabineros, 11 (16 en el informe de 1935); Cuerpo de Seguridad y Asalto, 70 (la misma cifra que la del informe de 1935).

La interpretación de las derechas de la «Revolución de Octubre»

En la descripción de los hechos de octubre, especialmente los acaecidos en Asturias, los partidos y los diarios de la derecha (como ABC, portavoz de la derecha monárquica de Renovación Española; o El Debate, vinculado a la derecha católica «accidentalista» de la CEDA) tendieron a utilizar esquemas «mítico-simbólicos» al calificar a los revolucionarios como «fieras», como seres no humanos cuyo único instinto es solo matar y destruir, por lo que su destino final es estar muertos o presos. Esta expresión fue utilizada incluso por el diario liberal El Sol, que pedía clemencia para aquellos que hubieran actuado como hombres, y «para las fieras capaces de hechos monstruosos que ni un degenerado es capaz de imaginar El Sol no pide sino castigo tremendo, implacable, definitivo». Honorio Maura Gamazo en el diario ABC del 16 de octubre calificaba a los insurrectos asturianos como «escoria», «podredumbre» y «basura» y se refería a «esas mujeres y esos niños degollados y ultrajados bárbaramente por unos chacales repugnantes que no merecen ser ni españoles ni seres humanos».

En cuanto a los hechos, especialmente los de Asturias, la derecha los vio como mero afán de destruir, especialmente lo más santo de la tradición española, su religión y su cultura —en alusión a la Catedral de Oviedo y a la Universidad—, y finalmente España misma. ABC en sus ediciones de los días 10 y 17 de octubre los calificó como una «empresa brutal, sanguinaria y devastadora», cuyos autores estaban poseídos de «instintos viles del más repugnante materialismo», y fueron autores de «vandálicos delitos» que constituyen una «macabra explosión marxista».

El elemento esencial sobre el que giró la percepción derechista de la "Revolución de Octubre" fue el considerarla como obra de la “Anti-España”, de la “Anti-Patria”, en una visión «mítico-simbólica» en la que se identifica el Bien con la Patria, España, contra la que lucha el Mal, la Anti-Patria o Anti-España, definiendo a la Patria desde un punto de vista esencialista como algo ajeno a la voluntad de los ciudadanos e identificándola, claro está, con los valores y las ideas de la derecha. «Quién define la voluntad de la Patria, a través de qué órgano se expresa su deseo y se hace oír su voz, es algo que no se plantea: se da por supuesto que esa voluntad no es otra que la perenne España tradicional, la misionera, conquistadora, unitaria y tridentina» y así «se expulsa de ella física, metafórica, política o jurídicamente, según los casos, a quienes no la sirven ni le son fieles porque no asumen ni practican su sistema de valores. De ahí se viene a producir la identificación final entre la Patria y la Derecha».

La concepción de «la Patria» que tenían las derechas la expresó muy bien Calvo Sotelo en el discurso pronunciado en las Cortes el 6 de noviembre cuando definió a la «Patria» como «algo más que un territorio, algo más que una comunidad idiomática»; ese algo más era un «acervo moral de tradiciones, de instituciones, de principios y de esencias». Así, los sucesos revolucionarios los entendía como un «agravio inferido a España», como una «traición a la Patria», jaleada por la «hedionda prensa de la Anti-Patria». Al vencer a la revolución «España se recobró a sí misma».

Esta idea de España se concretaba en la relación de la Patria con el Ejército, como lo expresó también Calvo Sotelo en el mismo discurso:

Es preciso, en una palabra, que consideremos que el Ejército es el mismo honor de España. El señor Azaña decía que el Ejército no es más que el brazo armado de la Patria. Falso, absurdo, sofístico: el Ejército se ha visto ahora que es mucho más que el brazo de la Patria; no diré que sea el cerebro, porque no debe serlo, pero es mucho más que el brazo, es la columna vertebral, y si se quiebra, si se dobla, si cruje, se quiebra, se dobla o cruje con él España

Honorio Maura escribió «Hoy en día, España entera está de uniforme» (ABC, 16 de octubre) y Ramiro de Maeztu, el mismo día también en ABC:

El Ejército nos salva siempre, porque es la unidad en torno a una bandera, porque es la jerarquía, porque es la disciplina, porque es el poder en su manifestación más eminente. En resumen, porque es la civilización… Porque el Ejército es España, quiere destruirlo la revolución.

En cambio la acción represiva de las tropas que sofocaron la sublevación es apenas mencionada. Las destrucciones en «Asturias, la mártir», y sobre todo en «Oviedo, la mártir» se atribuían exclusivamente a los revolucionarios.

Por último la derecha antirrepublicana aprovechó la insurrección de las izquierdas para incitar a una «revolución auténtica y salvadora para España», pues la revolución «rojo-separatista» de octubre, como la llamaron, fue la comprobación de que la «revolución antiespañola» estaba en marcha y de que solo podía ser vencida por la fuerza. Honorio Maura escribió en ABC el 20 de octubre:

La revolución auténtica y salvadora para España... la buena, la santa, la definitiva, la que puede devolver a España días de paz, de gloria y de prosperidad... ha empezado. Y hay que continuarla y llegar hasta el fin. Hay que barrer todo lo que sea antipatria, extranjerismo, doctrina exótica (...). Nosotros somos nosotros (...) De cruces y espadas está hecho nuestro pasado, y en la cruz y las espadas tiene que cimentarse nuestro porvenir. Es nuestro destino español.

El 6 de noviembre Calvo Sotelo concretó la propuesta en un discurso en las Cortes:

[La] desaparición del sistema democrático, sustituido por una dictadura cívico-militar..., una profunda reforma de la representación política, de la quedarían excluidas las opciones de izquierda y centro, hasta alcanzar un modelo de sufragio corporativo. Y finalmente, culminando la transición, la convocatoria de un referéndum popular que confirmase la instauración de la monarquía neotradicionalista y del Estado Nuevo totalitario.

En conclusión, como ha señalado el historiador Julio Gil Pecharromán, «Octubre reafirmó en la derecha, y especialmente en los monárquicos, la convicción de que si el Estado había reaccionado esta vez a tiempo, no había sido por la eficacia de las instituciones políticas [democráticas republicanas], sino por la determinación de las Fuerzas Armadas de actuar rápida y contundentemente. El Ejército —columna vertebral de la Patria, le llamó entonces José Calvo Sotelo— constituía así la última garantía, la reserva de las fuerzas tradicionales frente al cambio revolucionario, que el régimen parlamentario parecía incapaz de conjurar».​ Una valoración que comparte en gran medida Gabriele Ranzato que considera que los sucesos de Asturias fueron «no solo una anticipación, sino también una importante premisa de la futura guerra civil». «Aquel fulminante ensayo de revolución, breve pero extraordinariamente cruento, siguió obsesionando, con todas sus imágenes de atrocidades, verdaderas o inventadas, a todos los que, por posición económica y social, convicciones políticas y sentimientos religiosos, podían temer ser víctimas de su réplica», concluye Ranzato.

La reacción del Gobierno y la presión de las derechas: la represión

El gobierno radical-cedista de Alejandro Lerroux se vio fuertemente presionado por las derechas que exigían que se impusiera un duro castigo a los insurrectos y que se actuara para que no tuvieran una segunda oportunidad. El 8 de octubre el dirigente de Renovación Española José Calvo Sotelo publicó un artículo en el periódico La Época en el que decía que una vez dominada la revolución «sólo falta una cosa: que el Gobierno sepa aprovechar la victoria lograda por los elementos armados del país». «¡Por Dios, empiece de una vez la hora de la decisión! El país exige bisturí, poda, cirugía implacable. Si no la hubiere, los que ahora resultasen encubridores de la última intentona, podrían ser motejados de autores inconscientes de la venidera. Y España demanda duro castigo para la última, a fin de que en mucho tiempo no vuelvan a resonar en nuestro suelo esas plantas venenosas y fratricidas que tanta sangre ha hecho correr ya...».

El 9 de octubre tuvo lugar una sesión de las Cortes a la que no asistieron ni los diputados socialistas ni los republicanos de izquierda —dos días antes se había acabado con la rebelión de la Generalidad catalana y en Asturias, el único foco insurreccional que aún resistía, habían comenzado a desembarcar las tropas del Ejército de África enviadas para aplastar la revolución—. En cuanto hizo su entrada el Gobierno en el hemiciclo fue recibido con una clamorosa ovación y con gritos de «¡Viva España!» por parte de los diputados presentes puestos en pie, excepto los del Partido Nacionalista Vasco que permanecieron sentados. Esta actitud les fue recriminada por Calvo Sotelo, quien se abalanzó sobre el líder vasco José Antonio Aguirre propinándole dos bofetadas como «respuesta» a la actitud «agresiva» que mostró cuando el líder monárquico le afeó que no hubiera gritado «¡Viva España!». Al día siguiente, el diario ABC publicó que en el Parlamento «estuvo todo el espíritu español» (no le pareció destacable que solo habían asistido a la sesión el centro-derecha y las derechas).

Durante la revolución y en los días siguiente se hicieron unos treinta mil prisioneros en toda España. Las cuencas mineras asturianas fueron sometidas a una durísima represión militar, primero (hubo ejecuciones sumarias de presuntos insurrectos), y de la guardia civil, después, encabezada esta última por el comandante Lisardo Doval. Hubo torturas a los detenidos a causa de las cuales murieron varios de ellos.​ Asimismo fueron arrestados numerosos dirigentes de izquierdas, entre ellos el comité revolucionario socialista encabezado por Francisco Largo Caballero.«Sin necesidad de ser el baño de sangre invocado por algunos, la represión fue suficiente para desarbolar a toda la oposición, la que había participado en la rebelión y la que no, con sus espacios de reunión clausurados o bajo control, sus líderes huidos, procesados o en una clandestinidad defensiva».

La prensa de derechas —especialmente el diario monárquico ABC y el católico «accidentalista» El Debate— desplegó una intensa campaña alentando el endurecimiento de la represión y exigiendo represalias especialmente por el asesinato a manos de los insurrectos asturianos de 34 religiosos y de varios guardias civiles y de paisanos de ideología conservadora. El líder de centro-derecha Melquiades Álvarez llegó pedir que se siguiera la política de Adolphe Thiers en la represión de la Comuna de París durante la cual miles de communnards fueron fusilados. Lo mismo hizo el líder de la extrema derecha José Calvo Sotelo que en un discurso en las Cortes afirmó que «los 40 000 fusilamientos de la Comuna aseguraron sesenta años de paz social».

El entusiasta apoyo inicial de las derechas al Gobierno cambió radicalmente por la cuestión de las penas de muerte. A los insurrectos se les aplicó la jurisdicción militar y los consejos de guerra actuaron inmediatamente dictando numerosas penas de muerte. El 18 de octubre el Gobierno, en una reunión encabezada por el propio presidente de la República Niceto Alcalá-Zamora, discutió la pena de muerte del comandante Enrique Pérez Farrás. Alcalá Zamora, en contra del parecer de algunos ministros, se opuso a la confirmación de la pena alegando que así se le convertiría en un «mártir» y recordando que los condenados a muerte por el golpe de Estado de agosto de 1932 no solo no habían sido ejecutados sino que habían sido amnistiados veinte meses después. Los tres ministros de la CEDA presentaron la dimisión en desacuerdo con la posición del presidente de la República, pero Gil Robles los convenció para que no lo hicieran pues temía que Alcalá Zamora convocara nuevas elecciones si el Gobierno no se mantenía. ​ Finalmente el 5 de noviembre Alejandro Lerroux comunicó a la salida del Consejo de Ministros que de las 23 penas de muerte llegadas hasta entonces se había propuesto al Presidente de la República la conmutación de 21. ​ Cinco días antes el presidente de la República Niceto Alcalá-Zamora había logrado que Lerroux refrendara la conmutación de la casi totalidad de las penas de muerte por cadena perpetua, a pesar de la fuerte oposición de la CEDA (Gil Robles llegó a sondear la posibilidad de una solución de fuerza» por parte del ejército para restaurar la «legalidad violada por el presidente» de la República») y del partido de Melquiades Álvarez.

El mismo día 5 de noviembre en que se comunicó la conmutación de las 21 penas de muerte hubo sesión en las Cortes. Intervino el presidente de la monárquica Renovación Española Antonio Goicoechea para oponerse a ellas y para reprocharle al presidente del Gobierno que hubiera dilapidado el «voto de confianza espontáneo, desinteresado, entusiasta» que se le había dado en la sesión del 9 de octubre. Al día siguiente fue el turno de José Calvo Sotelo. ​ Tras achacar el movimiento revolucionario, ya definitivamente sofocado, al «fermento separatista» y al «fermento comunista», el líder de las derechas antirrepublicanas criticó la actuación del general López Ochoa por haber pactado la rendición de los mineros asturianos, pues consideraba inaceptable que se hubiera llegado a un acuerdo «entre el representante del Poder público y una facción que había cometido los crímenes más villanos que registra la historia de todos los países». ​ A continuación exigió al Gobierno que actuara con «energía», «que nunca será cruel si la ampara la ley», «para superar, para arrasar, para aplastar» y así impedir «otra ola criminal semejante». Después criticó duramente a los socialistas por intentar «establecer una dictadura», que estaba basada en la idea de la lucha de clases. «La lucha de clases, Sres. Diputados, es la pedagogía del odio» y los «obreros aristócratas» de Asturias («se ha declarado la revolución social precisamente en una provincia donde los proletarios disfrutaban un standard de vida privilegiado y podían ser considerados como los aristócratas del proletariado español») «se lanzan a esa aventura porque les han emborrachado, les han envenenado con el virus de la lucha de clases». ​ Propuso entonces «suprimir» la lucha de clases lo que ningún Estado Liberal podría lograr pues solo se conseguiría «subordinando la libertad a la Patria»: «yo digo que no sirve de nada el concepto clásico, antañón, fofo y arcaico de la libertad que está plasmado en vuestra Constitución». ​ A continuación afirmó que «esta República» «ha sido salvada ahora por unos cuantos generales, jefes, oficiales y soldados», lo que demostraba «que el Ejército es el mismo honor de España» y «que es mucho más que el brazo de la Patria... es la columna vertebral, y si se quiebra, si se dobla, si cruje, se quiebra, se dobla o cruje España». ​ Terminó refiriéndose a los indultos afirmando «que indultando a Pérez Farrás habéis cometido un crimen al ejecutar a esos dos desgraciados» («dos desventurados delincuentes comunes») y ofreciéndose para iniciar el procedimiento de destitución del presidente de la República, por haber «infringido la Constitución» y haber «pisoteado el espíritu representado por esta Cámara».

Las duras críticas vertidas contra el anterior presidente del gobierno Ricardo Samper (al que Calvo Sotelo hizo responsable político de la revolución por «la blandura inconcebible, por la debilidad inconmensurable con que actuó al frente de los destinos del país») y contra el ministro de la Guerra Diego Hidalgo (al que Calvo Sotelo acusó de propagar la «literatura comunista y marxista» a través de la editorial Zenit, de la que era supuestamente accionista) surtieron efecto y ambos se vieron obligados a dimitir el 16 de noviembre de sus respectivos ministerios en el Gobierno de Lerroux.

Los siguientes en ser procesados fueron el presidente de la Generalidad Catalana Lluís Companys y el resto de «consellers» que fueron condenados a 30 años de cárcel cada uno por «rebelión militar». En cuanto a los revolucionarios de Asturias se dictaron 17 sentencias de muerte, de las que solo se cumplieron dos (un sargento del ejército que se había pasado al lado de los insurrectos y un obrero acusado de varios asesinatos). Precisamente la conmutación de la pena de muerte a dos de los dirigentes socialistas de la «Revolución de Asturias», Ramón González Peña y Teodomiro Menéndez el 29 de marzo de 1935 provocó una grave crisis en el seno del gobierno pues los tres ministros de la CEDA, el agrario y el liberal-demócrata votaron en contra, y presentaron su dimisión.

Pero el gobierno no se planteó en ningún momento amnistiar a los miles de detenidos encarcelados, muchos de los cuales habían sido condenados por el mero hecho de haber secundado la huelga pero sin haber participado en la insurrección armada. Por otro lado muchos intelectuales, como Miguel de Unamuno, denunciaron las violencias y las torturas que habían sufrido los prisioneros, alcanzando una amplia repercusión en la prensa internacional. Aunque «quizá lo que más impactó a la opinión pública fue la persecución a la que fue sometido Azaña».

El proceso a Manuel Azaña

El martes 9 de octubre, mientras en Madrid las derechas aclamaban en las Cortes al gobierno de Lerroux con gritos de «¡Viva España!», la policía detenía en Barcelona al expresidente del Gobierno Manuel Azaña, que al día siguiente era internado en el barco prisión «Ciudad de Cádiz» anclado en el puerto de Barcelona. Allí prestó su primera declaración ante el general Sebastián Pozas que quedó convencido de que Azaña no había participado en la rebelión de la Generalidad de Cataluña. ​ A pesar de ello el presidente del Gobierno Lerroux, eufórico, afirmó ese mismo día 10 ante la prensa que se había intervenido a Azaña «una documentación muy extensa e interesante, la documentación de un hombre político que va a realizar una empresa tan importante como la que llevaba a Azaña a Barcelona» (lo que resultó completamente falso). El día 13 de octubre el fiscal general de la República presentó ante el Tribunal Supremo, que era el órgano competente para juzgar a un diputado como Azaña, una querella por delito de rebelión y pidió que se solicitara el suplicatorio a las Cortes para poder ser juzgado. El 31 de octubre se trasladó a Azaña a los buques de guerra «Alcalá Galiano», primero, y al «Sánchez Barcáiztegui» después, donde fue atendido con mayor consideración. Allí recibió cada día cientos de cartas y de telegramas de solidaridad y apoyo.

Mientras estuvo prisionero, un importante grupo de intelectuales dirigió una carta abierta al Gobierno el 14 de noviembre denunciando la «persecución» de que es objeto Azaña, pero la censura impidió que la carta apareciera en los periódicos. Era la primera vez que de forma pública se calificaba de «persecución» la acción emprendida contra Azaña. Firmaban la carta «A la opinión pública» entre otros Azorín, Luis Bagaria, José Bergamín, Alejandro Casona, Américo Castro, Antonio Espina, Oscar Esplá, León Felipe, García Mercadal, Juan Ramón Jiménez, Gregorio Marañón, Isabel de Palencia, Valle-Inclán y Luis de Zulueta.​ El diario católico «accidentalista» El Debate definió a los firmantes como «esa intelectualidad falsa y sin contenido español».​

El 28 de noviembre las Cortes concedieron el suplicatorio por 172 votos (radicales, cedistas, agrarios y monárquicos) contra 20 (con los socialistas y la izquierda republicana ausentes). Pero un mes después, el 24 de diciembre, el Tribunal Supremo desestimó por falta de pruebas la querella y ordenó la inmediata puesta en libertad de Azaña. El 28 de diciembre Azaña recobró la libertad, tras una detención dudosamente legal que había durado noventa días. «Azaña, perseguido, se elevaba a figura simbólica de los oprimidos, adquiriendo una popularidad que nunca había tenido hasta entonces».

La reacción de la Unión Militar Española (UME)

La primera octavilla de la Unión Militar Española (UME) que se distribuyó entre los militares españoles estuvo dedicada precisamente a la «Revolución de Octubre». En ella la UME atribuía la derrota de la revolución a «un puñado de jefes, oficiales, suboficiales y soldados españoles que tuvo el heroísmo de unirse y dar la batalla a la otra parte antiespañola del Ejército, complicada criminalmente en el atentado contra la Patria» y que estaba integrada por «masones comprometidos». Ese «puñado de jefes, oficiales, suboficiales y soldados españoles» constituía el «auténtico Ejército español», «¡el Ejército español que salvó a España de la Revolución comunista y masónica de octubre!», mientras el Estado estaba «en manos de cobardes y traidores». Ese «auténtico Ejército español» encarnaba la «España eterna» frente a la «eterna Anti-España». La UME denunciaba que España era objeto del «apetito de extranjeros y de sectas insaciables, vengativas», un «Enemigo» que «promueve el separatismo, promueve los nacionalismos regionales, y la ruina del Sentimiento Religioso y la ruina de la Familia española y del Capital y del Trabajo, y el desprecio a la lengua española, y el desprestigio y la cizaña de nuestras fuerzas armadas y de todo cuanto en España haya significado y signifique UNIDAD, UNIÓN». Ese «implacable Enemigo» fue derrotado por el Ejército en octubre pero «busca la revancha», «prepara un nuevo ataque», «filtrado en los más altos poderes de la república, en los más decisivos resortes del mando y de propaganda». «¡Ya veis españoles, como no se fusila a ningún culpable auténtico de crimen contra la Patria! Ni a Pérez Farrás, ni a Largo, ni a Prieto, ni a Azaña, ni a Teodomiro, ni a Peña. ¡Solo al pobrecito revolucionario engañado, indefenso y anónimo!». La octavilla acababa haciendo un llamamiento a «¡Un Ejército sin traidores! ¡Un Ejército de heroicos e inolvidables españoles!».

La interpretación de las izquierdas de la «Revolución de Octubre»

Las izquierdas republicanas y socialistas no condenaron la insurrección, sino que la justificaron alegando que se había permitido la llegada de «los enemigos de la República» al Gobierno. Esto fue motivo suficiente para provocar una enorme polarización ideológica en las elecciones posteriores de febrero de 1936 y sirvió como pretexto para las izquierdas para deslegitimar cualquier opción de centrar la República y atraer a una parte de la derecha católica al sistema, que pudiera asentar el régimen en el futuro. Tampoco fue interpretada la revolución como un fracaso o una equivocación que mereciera autocrítica o corrección, sino que la reivindicaron como un acto de legítima defensa.

La Revolución fue considerada por muchos proletarios como una empresa «heroica» convertida en mito «gracias al apéndice sacrificial de la dura y larga represión», lo que «continuaría alimentando esperanzas de redención y espíritu de venganza». Después de la guerra civil, ya en el exilio, el propio Indalecio Prieto reconoció que la revolución solo había servido para «hacer más profundo el abismo político que dividía a España». En un discurso pronunciado en la ciudad de México en 1942 Prieto dijo lo siguiente:

Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación de aquel movimiento revolucionario. Lo declaro como culpa, como pecado, no como gloria. Estoy exento de responsabilidad en la génesis de aquel movimiento, pero la tengo plena en su preparación y desarrollo.

Debates historiográficos

La relación de la Revolución de 1934 con la guerra civil

La historiografía ha debatido mucho sobre estos sucesos. Algunos autores señalan la importancia de estos hechos en la posterior guerra civil española de 1936. Sin embargo, la historiografía más reciente ha tendido a descartar que la "Revolución de Octubre" pueda ser considerada como el "preludio" o la "primera batalla" de la guerra civil. Este es el punto de vista, por ejemplo, de Julián Casanova: «Plantear que con la insurrección de octubre se rompió cualquier posibilidad de convivencia constitucional en España, 'preludio' o 'primera batalla' de la guerra civil, es situar una insurrección obrera, derrotada y reprimida por el orden republicano, en el mismo plano que una sublevación militar ejecutada por las fuerzas armadas del Estado. La República siempre reprimió las insurrecciones e impuso el orden legítimo frente a ellas. Tanto anarquistas como socialistas abandonaron después de octubre de 1934 la vía insurreccional y las posibilidades de volver a intentarlo en 1936 eran prácticamente nulas, con sus organizaciones escindidas y muy debilitadas»

El historiador estadounidense Gabriel Jackson, en su obra titulada La República española y la guerra civil (1931-1939), publicada en 1965, defiende que estos sucesos aumentaron los odios y la polarización a dos bandas de la política española entre «revolucionarios» y «conservadores», tensiones que acabarían llevándose por delante a los republicanos que intentaban mantener la legalidad de la Segunda República Española. Hugh Thomas tiene una opinión parecida (libro primero, capítulo 10).

El también estadounidense Stanley G. Payne, desmiente esta versión en varias de sus obras, señalando que los llamados «republicanos» —encarnados no ya en el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux sino en la coalición Izquierda Republicana de Manuel Azaña— podrían haber sido responsables de la desaparición de la II República Española por haber colaborado, según Payne sin apenas reservas, con las facciones más «extremistas», numerosas y «revolucionarias» de la época —representadas en un sector del PSOE— permitiéndoles todo tipo de «desmanes» a pesar de su colaboración probada en la Revolución de Octubre.

Muchos autores han sido los que han disertado, desde muy diversas posturas políticas, sobre octubre de 1934 y sus consecuencias: así Joaquín Arrarás, Juan A. Sánchez García-Saúco, Ricardo de la Cierva, Ángel Palomino, Paul Preston, Manuel Tuñón de Lara, y un largo etcétera, moviéndose desde una reacción espontánea de las masas trabajadoras y revolucionarias en contra de la inminente llegada al poder del conservadurismo, representado en la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), liderada por José María Gil-Robles, ganador por mayoría simple en las elecciones anticipadas de 1933. Paul Preston, ha criticado la siguiente conclusión: «Puesto que en las últimas elecciones de noviembre de 1933 la CEDA había surgido como el partido más numeroso representado en las Cortes, estos sucesos se han interpretado como un rechazo deliberado de las reglas de convivencia democrática por parte de las izquierdas. Según esta interpretación, el extremo egoísta de la izquierda, que intentaba alcanzar por la violencia lo que les había sido negado por el voto, haría que la derecha perdiera toda fe en las posibilidades de la legalidad y se vieran obligados a defender sus intereses por otros medios».

El historiador Santos Juliá manifiesta textualmente:

A partir de la segunda vuelta electoral, que confirmó el triunfo del Partido Radical y de la CEDA, los socialistas anunciaron, como en los viejos tiempos de Pablo Iglesias, que irían a la revolución si a ella eran provocados por la derecha. Y a una provocación debió de creer Prieto que se enfrentaba cuando, en el debate sobre la declaración ministerial, Gil Robles prometió su apoyo al Partido Radical y reclamó el derecho a gobernar "cuando el instante llegue". (...) La derrota de la República y la implacable represión que se abatió sobre quienes habían tomado las armas en su defensa puso fin, entre los socialistas, a una tradición que tenía la revolución como una inevitable necesidad histórica para la que era preciso preparar a la clase obrera. Los dirigentes más destacados de la revolución de Octubre, uno de ellos presidente del Consejo y otro ministro de la República en guerra, no sólo no volvieron a pensar en las armas para recuperar el poder sino que confesaron su culpa por haber tomado parte en aquellos hechos. Ese fue el caso, sobre todo, de Indalecio Prieto, muy activo entre los exiliados de México, cuando en 1942 se declaró culpable ante su "conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera de (su) participación en aquel movimiento revolucionario.

El alcance de la represión

Se ha debatido también sobre si la represión fue «dura» o «débil». Stanley G. Payne ha afirmado que la represión llevada a cabo por la República fue «débil e inconsistente». «Inicialmente, fue rigurosa en la cuenca minera, pero, a la larga, no castigó a los culpables con severidad». En realidad, según Payne, fue «tan leve» «que no tenía precedentes históricos» pues «no podía compararse, ni por asomo, con las prácticas mucho más brutales que, en circunstancias similares, habían usado otros países, incluso los democráticos». Payne recuerda, entre otras, la represión de la Comuna de París, «ahogada en sangre». Así, según Payne, «el aspecto más notable de la represión llevada a cabo en 1934-1935 fue su carácter relativamente indulgente». «Cientos de revolucionarios fueron sometidos a consejos de guerra, pero solo dos fueron ejecutados, y estaba claro que uno de ellos era culpable de múltiples asesinatos, mientras que el otro era un soldado amotinado... Además, el insurreccional PSOE no fue ilegalizado, algunas de sus sedes siguieron abiertas y la gran mayoría de sus afiliados nunca fueron detenidos. [...] En poco más de un año los mismos revolucionarios pudieron participar de nuevo en unas elecciones democráticas que les ofrecieron la oportunidad de acceder legalmente al poder que acababan de intentar tomar por la fuerza. Todo esto no puede calificarse de dura represión y, desde luego, no es la represión que describe la propaganda izquierdista». Payne concluye: «tanta indulgencia no benefició a la democracia liberal y puede que precipitara su final, envalentonando a los revolucionarios»

Una posición parecida pero más matizada es la que sostiene Fernando del Rey Reguillo al referirse en concreto a la suspensión de los ayuntamientos de izquierda:

Después de la insurrección capitaneada por el socialismo en aquel otoño [de 1934], la izquierda fue barrida de los ayuntamientos, pero hay que resaltar el detalle no baladí de que eso tuvo lugar tras una intentona armada lanzada contra un Gobierno democrático legítimamente constituido, a pesar de lo cual, a los pocos meses, buena parte de los individuos implicados en el golpe de fuerza gozaban de plena libertad de movimientos y sus organizaciones no habían sido ilegalizadas.

Las razones del fracaso de la «Revolución de Octubre»

El historiador Santos Juliá sintetizó así las razones del fracaso de la Revolución de Octubre:

Una revolución a fecha fija, pendiente de una provocación que el adversario podía administrar a su gusto y desligada de la anterior movilización obrera y campesina, basada en una deplorable organización armada, sin objetivos políticos precisos, con la abstención de un numeroso sector de la clase obrera sindicalmente organizada, proyectada como mezcla de conspiración de militares supuestamente adictos y de huelga general del gran día, frente a un Estado que mantenía intacta su capacidad de respuesta, no tenía ninguna posibilidad de prosperar.

Esta valoración es compartida por diversos historiadores como José Luis Martín Ramos o Gabriele Ranzato. Martín Ramos coincide en señalar como causas del fracaso «la ausencia de una dirección política central, las deficiencias en la preparación política y militar, la carencia de un plan insurreccional explícito —que no podía confundirse con las lecturas de los manuales de técnicas insurreccionales—, la publicidad dada a la decisión insurreccional, la muy escasa discreción con que se actuó [y] el desaliño organizativo». Martín Ramos apunta como principal responsable al propio Largo Caballero por dejar «la mayor carga de responsabilidad a las organizaciones locales», por «su impericia combinada con el afán de controlarlo todo, sin poderlo», por «su confusión entre liderazgo y función dirigente» y por el «reduccionismo del movimiento insurreccional a la movilización de las organizaciones propias». Según Martín Ramos, la actuación de Largo Caballero en última instancia se explica porque se vio atrapado en el «oxímoron que había formulado, el de una "revolución defensiva", sin estar convencido realmente de que ni los socialistas ni el movimiento obrero estuvieran todavía capacitados para una "revolución ofensiva"».

Por su parte Ranzato, destaca que los socialistas habían amenazado «con hacer la revolución si la CEDA entraba en el gobierno, con la idea de que esto bastaba para impedirlo. Muchos testimonios indican que tal era la convicción de los principales líderes del PSOE. Quedaron así atrapados en su misma amenaza y se vieron obligados a actuar cuando los adversarios, puestos en alerta, ya estaban preparados para sofocar sus tentativas. Su ruinoso fracaso era, entonces, inevitable...».