lunes, 22 de septiembre de 2014

GCE: La nieta del cazador de zurditos

La nieta del ‘cazador de rojos’
Loreto Urraca decidió investigar todo el daño que hizo su abuelo, el hombre que detuvo a Companys
El cazador de rojos
LUIS GÓMEZ


Pedro Urrraca, a la izquierda, con su mujer en París. / ARXIU NACIONAL CATALUNYA


Loreto Urraca Luque conoció a su abuelo al cumplir 18 años. Había pasado su infancia con su madre. Le contaron que había sido un diplomático. Tres años después, fallecía. De sus breves encuentros a ella no le quedó ningún sentimiento. Si acaso, el recuerdo de su insistencia para que aceptara escribir sus memorias. Esta historia habría acabado ahí, en ese punto, en un recuerdo sin afecto. Pero un domingo de septiembre de 2008 leyó un artículo en El PAÍS, titulado "El cazador de rojos", dedicado a Pedro Urraca Rendueles, el hombre que llevó a la muerte a Lluís Companys y a otros republicanos españoles, colaborador de la Gestapo en Francia, un funcionario oscuro y sin escrúpulos que siguió activo hasta 1982. Era su abuelo. Y decidió investigar y exponer todo el daño que había causado.

"Habían pasado 20 años y Pedro era la última de mis preocupaciones", responde Loreto por escrito desde Estados Unidos. "Mi vida estaba centrada en mi familia, mi trabajo, lo normal de cualquier individuo. Al leer el artículo me sentí como un toro en la arena, despistado porque no sabe lo que le va a ocurrir, pero intuía que estaba expuesta a la vergüenza, al denuesto popular. También sentí mi intimidad violada porque hubiera preferido que el olvido borrara su huella. El apellido no es nada común y era consciente de que era fácil que me relacionaran con él, como ocurrió".

“La primera impresión que me  llevé de mis abuelos fue repugnante”
Dos años después, recibió la llamada de una periodista, Gemma Aguilera, autora del libro Agente 447 (RBA): "Había hecho una pequeña búsqueda en Internet y probaba suerte a ver si yo era la nieta. Para el 70 aniversario del fusilamiento de Companys quería publicar un reportaje. Me preguntó algo así como qué imagen tenía de él de cuando era pequeña y me mecía en sus piernas. La inocencia de la pregunta me soliviantó. ¿Había alguien que podía creer que Pedro había tenido alguna influencia en mi educación?, ¿que yo podía estar marcada por sus orientaciones políticas? Ese fue el detonante de que decidiera investigar su pasado".

Pedro Urraca fue un policía al servicio del régimen de Franco que hizo su trabajo en el exterior, durante la II Guerra Mundial en Francia y hasta los años 80 en Bélgica. Fue en 2006 cuando la tesis doctoral del historiador Jordi Guixé Corominas determinó que fue el hombre que detuvo a Lluís Companys, expresidente de la Generalitat, lo interrogó con ayuda de la Gestapo y lo trasladó hasta la frontera española, para después ser fusilado. Otros republicanos exiliados también cayeron en sus manos, como Julián Zugazagoitia, exministro del Interior, y Francisco Cruz Salido, exsecretario de Defensa, igualmente fusilados a su llegada a España. Urraca creó una red que le permitió investigar los movimientos de cientos de republicanos, además de localizar cuentas corrientes y el patrimonio de exiliados españoles en Francia.

Pedro Urraca vigiló a emigrantes españoles en Bélgica hasta 1982
Su nieta Loreto dedicó años de trabajo en archivos franceses y españoles a investigar los pasos de su abuelo. Creó una página web donde depositó, entre otras informaciones, el listado de los 800 españoles cuyos nombres fueron citados en 268 informes elaborados por su abuelo y enviados a las autoridades franquistas.

Loreto aportó algunos descubrimientos sobre el trabajo de su abuelo. "Uno de los hechos más relevantes, hasta ahora desconocido e inédito", comenta, "es que mi abuelo contribuyó a que la Gestapo arrestara a Jean Moulin, el delegado del general Charles de Gaulle para unificar los movimientos de resistencia en Francia. Esta es la conclusión a la que he llegado contrastando documentos en distintos archivos y puede ser una sólida hipótesis para futuras investigaciones".

Pedro Urraca llegó a denunciar ante la Gestapo a personalidades de origen judío, como fue el caso de la pintora Antoinette Sachs, hecho que motivó que fuera denunciado por colaborar con los nazis y condenado a muerte finalizada la guerra. Pero Urraca huyó de Francia y se refugió en Bélgica con otra identidad y en funciones diplomáticas. La condena prescribió por una amnistía de 1958. En Bélgica, inició su carrera como un oscuro diplomático, una parcela de su pasado todavía por esclarecer. Por esa razón, su nieta Loreto alienta a los historiadores españoles a seguir su trabajo ahora que se cumplen hoy los 25 años de la muerte de su abuelo y sus expedientes, tanto en los archivos de Interior como en Exteriores, quedarán abiertos.

De las fichas policiales y de la documentación que su nieta ha podido recomponer se deduce que Pedro Urraca fue un servidor del Estado hasta, por lo menos, 1982. Por las notas extraídas de Interior se puede documentar que accedió al cargo de comisario principal sin necesidad de examinarse, recibió condecoraciones tales como la encomienda de la orden del Mérito Civil (1951) y la de la Orden de Isabel la Católica (1961). Después de jubilarse como policía siguió trabajando para el Ministerio de Asuntos Exteriores en un extraño puesto calificado como "comisario de estadística afecto al Alto Estado Mayor", una cobertura para investigar a emigrantes españoles. Fue nombrado vicecanciller en 1980. Percibió dos pensiones, regresó a España en 1986 y murió el 14 de septiembre de 1989.

Loreto todavía es capaz de recordar la primera imagen que tiene de su abuelo: "El día que cumplí 18 años, mi padre llamó desde Francia. Proponía conocernos y también presentarme a sus padres. Me costó aceptar. El encuentro fue muy tenso. La primera impresión que me llevé de mis abuelos fue repugnante. Él estaba completamente ciego y ella apenas veía. Se me acercaron mucho, me inspeccionaban, me palpaban, me tocaban y yo retrocedía con la carne de gallina". De su abuela tampoco guarda un buen recuerdo: "Mi abuela Hélène, o Elena como prefería hacerse llamar, era mala persona. Indiferente al sufrimiento ajeno y volcada en su interés personal y en su bienestar. Hizo todo lo posible para destrozar la relación de mis padres hasta que lo consiguió. Manipuladora, se aprovechó de la posición de su marido para conseguir sus fines".

Loreto ha vivido seis años destapando un pasado que lleva su apellido. "Me sentía sola, perdida y muy pequeña ante la rotundidad de lo que desvelan los documentos". Desde hoy ese pasado está abierto a otros investigadores.

El País

domingo, 21 de septiembre de 2014

SGM: Inicia Barbarroja

1941: Operación "Barbarroja" 

El Ministro de Propaganda Joseph Goebbels alemán hace un anuncio de radio acerca de la guerra con la URSS (22 de junio 1941):


La gente en Moscú están escuchando el anuncio de guerra, aturdidos (22 de junio 1941):


La invasión más grande en la historia humana comienza. 4 millones de hombres apoyados por 600.000 vehículos y 750.000 caballos atacaron 3.000 línea kilométrica.

Foto: Soldados alemanes cruzan la frontera de la URSS (22 de junio de 1941):


El ataque alemán fue una completa sorpresa, y las pérdidas soviéticas iniciales fueron catastróficos. Después de los primeros 9 días de guerra la Luftwaffe destruyó 1.400 aviones soviéticos en el aire y de 3.200 en el suelo (40% de la totalidad de la fuerza aérea URSS), mientras que perdía sólo 330 aviones.

Foto: rusos I-16 cazas destruidos en el aeropuerto cerca de Minsk, Bielorrusia (junio de 1941):


A mediados de agosto, los soviéticos habían perdido 3.300 tanques, mientras que los alemanes perdieron 220, un sorprendente 15: 1.

Foto: El tanque ruso BT-2 y su tripulación muerta (julio de 1941):


Pero los más devastadores fueron pérdidas humanas. Para diciembre de 1941, la URSS había perdido 2,7 millones de soldados muertos y 3,3 millones capturado - la totalidad de su ejército antes de la guerra. Por cada soldado alemán perdió, los soviéticos perdieron 20.

Foto: Rendición de soldados soviétícos (Bielorrusia, julio de 1941):


Los tanques alemanes eran imparables. Durante los primeros 7 días de la invasión penetraron 300 kilómetros al territorio soviético - tercera distancia a Moscú:



"Blitzkrieg" iba bien. Los soldados alemanes se estaban divirtiendo.

Foto: un soldado alemán que presenta en la cabeza de un Stalin:



Pero con el tiempo los soviéticos recuperaron del susto, su resistencia se puso rígido y pérdidas alemanas comenzó acumulando. Si en agosto de 1941 el ejército alemán había perdido sólo 46.000 hombres, en diciembre el 25% de las fuerzas alemanas estaban muertos o heridos. Una foto única: Un soldado alemán fue fotografiado exactamente en el momento en que fue asesinado:



A similares famosa foto de Rusia "Muerte de un soldado":

sábado, 20 de septiembre de 2014

William Cooke, otro especimen del peronismo

El hombre que le discutía a Perón


Se cumplen hoy 46 años del fallecimiento de John William Cooke, una de las principales figuras del movimiento nacional en el siglo XX. Mucho podría hablarse sobre él, sobre su espíritu revolucionario, su coraje a prueba de balas, su crítica a la burocracia, su amistad con el "El Che", su singular condición de intelectual capaz de meterse, armas en la mano, en los conflictos de junio del 55 y en el de playa Girón en la Cuba, de 1961, de su militancia permanente y de su alto valor intelectual a veces no reconocido. Mucho también de su concepción acerca de la vida y la muerte que lo llevó –hace medio siglo– a donar sus órganos, hecho inusual en aquellos años. Así también acerca de su porfiado proyecto de construir una izquierda nacional dentro del gran movimiento nacional y prever el armado de una dirección revolucionaria que remplazase al General cuando este abandonase este mundo.

Pero más allá de todo esto, Cooke tuvo una peculiaridad que no cultivaron los hombres más calificados del peronismo de aquel tiempo (sólo quizás Arturo Jauretche), que consistió en discutirle, mano a mano, al jefe del movimiento, en puntualizar sus disidencias y marcarle los peligros de ignorar el futuro. En este sentido, sus cartas con Perón constituyen una cantera riquísima de enseñanzas. En ellas, Cooke se adelantó a plantear problemas que aún hoy acosan a la militancia peronista, a disipar incertidumbres, a evitar malentendidos y equívocos. Hoy, cuando en los corrillos y mesas de café se discute qué tiene Massa de peronista, cuál es el peronismo que se arrogan algunos punteros de Macri, hasta dónde llega el peronismo de Scioli o peor aún, cómo pudo Menem aplicar el Consenso de Washington, en nombre del peronismo, para destruir todo aquello que había concretado Perón, está presente "El Bebe", "El Gordo" Cooke.

Desde allá lejos –desde medio siglo atrás–, resuenan sus palabras al conductor: "Somos peronistas porque está Perón. Cuando Perón no esté, ¿que significará ser peronista? Cada uno dará su respuesta propia y esas respuestas no nos unirán, sino que nos separarán. Tal vez nos encontremos en los homenajes recordatorios, pero entre un partidario de las 'conciliaciones' que propugnan los obispos y un revolucionario, no hay campo de entendimiento: estamos en diferentes barricadas y como la lucha es muy aguda, no nos saludaremos como caballeros medievales sino que nos degollaremos, como corresponde a enemigos irreconciliables." Sólo Cooke se atrevió a advertirle a Perón que era mortal y que era necesario definir posiciones claramente para evitar que enmascarándose en las banderas peronistas, apareciesen los liberales retrógrados porque: "Si usted no ha hecho un pacto con el Diablo y como me temo, sigue siendo mortal, cuando usted desaparezca también desaparecerá el movimiento peronista, porque no se ha dado ni la estructura ni la ideología capaces de cumplir las tareas en la nueva era que ya estamos viviendo. No soy pesimista en exceso. Veo ese proceso como fatal pero no como inevitable. Fatal si seguimos con un jefe revolucionario y una masa revolucionaria, pero con direcciones conservadoras y apegadas –aunque declaren lo contrario– a los valores y procedimientos de la vieja política."

Sólo Cooke –peleando con los Matera, los Tecera del Franco, los Cafiero– se atrevió a advertirle al Jefe, que había que depurar al movimiento de los oportunistas, de los tránsfugas, de los obsecuentes. Frente al enorme potencial del movimiento, sostuvo  vigorosamente que el "peronismo es el hecho maldito del país burgués", que "no es un partido de la burguesía ni una alienación de la clase trabajadora tal como la concibe un izquierdismo pueril. Fue el más alto nivel de conciencia a que llegó la clase trabajadora argentina. Hemos sido formidables en la rebeldía, la resistencia, la protesta, pero no hemos conseguido ir más allá porque, como alguna vez lo definimos –con gran indignación de los adoradores de mitos y de fetiches– seguimos siendo, como Movimiento, un gigante invertebrado y miope." Estas definiciones se incorporarán luego al lenguaje común de la política argentina, pues ellas definen las dos caras del movimiento: "El peronismo es el hecho maldito de la política del país burgués… El Peronismo es, como movimiento, un gigante invertebrado y miope."
"Concuerdo –le dirá Perón más de una vez– con sus excelentes juicios… Todo es consecuencia de los desmesurados apetitos de los que anhelan vender la liebre antes de cazarla." Pero "El Bebe" no dejará de contestarle: "…Mis argumentos, desgraciadamente, no tienen efecto; usted procede en forma muy diferente a la que yo preconizo y a veces, en forma totalmente antitética."

Pero, si echamos de nuestras filas a los obispos, a los generales, a los empresarios –le responderá Perón– ellos se fortalecerán en la derecha y nosotros seremos muy pocos para combatirlos. Y ahí reside la polémica que todavía nos debemos, aquello que en las cartas cruzadas entre Perón y Cooke quedó sin definir porque "El Bebe" se murió muy joven y porque el viejo General intentó reeditar el 45 cuando, merced a su táctica inteligente, logró regresar, pero ya muy enfermo y en una Argentina distinta a la de aquella del 17 de octubre.

Esa discusión está todavía pendiente, especialmente cuando hay tanto liberal conservador que esconde su viejo pelaje gorila, pero hay que saldarla porque se trata de la Argentina que queremos y cómo llegar a construirla, aquello que en última instancia ambicionaban tanto Perón como Cooke.

por Norberto Galasso
Fuente:
Diario Tiempo Argentino 19/9/2014

Dias de Historia

viernes, 19 de septiembre de 2014

Biografías: La catadora de alimentos de Hitler

Ex catadora de alimentos de Hitler revela los horrores de la Guarida del Lobo 

Lista para ser envenenada: Siete décadas después de Margot Wölk se vio obligado a la vida en el búnker de Hitler, ha contado su historia completa 
TONY PATERSON - The Independent

Cada comida podría haber sido su pasado. Y cuando ella había terminado de comer los platos vegetarianos insulsos poner ante ella, de 25 años de edad, Margot Wölk y sus jóvenes colegas mujeres se echó a llorar y "llorar como perros" porque estaban agradecidos aún estar vivo. 



Margot Wölk hubo nazi, pero ella era una de las 15 mujeres jóvenes que trabajaban en la sede de Prusia fuertemente custodiada de Adolf Hitler "Guarida del Lobo" durante la Segunda Guerra Mundial. Su trabajo consistía en probar la comida del líder nazi antes de llegar a sus labios, para asegurarse de que no estaba envenenada.

 Ella era el único que sobrevivió. Todos sus compañeros fueron detenidos y fusilados por el avance del Ejército Rojo en enero de 1945, ahora un frágil viuda de 96 años de edad, Margot Wölk ha superado los sentimientos de vergüenza y décadas rotos de silencio sobre su tiempo como catador de comida de Hitler para contar su historia para la televisión alemana.

"La comida siempre era vegetariano", dijo el canal de televisión RBB de Berlín, para un programa sobre sus experiencias desgarradoras ya veces terribles, que salió al aire el martes. "Había rumores constantes de que los británicos estaban fuera de envenenar Hitler. Nunca comía carne. Nos dieron arroz, fideos, pimientos, guisantes y la coliflor ", recordó.

Pero añadió: "Algunas de las chicas comenzaron a derramar lágrimas ya que comenzaron a comer porque estaban muy asustados. Tuvimos que comer todo. Luego tuvimos que esperar una hora, y cada vez que estábamos asustados de que íbamos a estar enfermo. Estamos acostumbrados a llorar como perros porque estábamos muy contentos de haber sobrevivido ".


Margot Wölk mantuvo su secreto de la terrible experiencia durante la guerra hasta el año pasado Margot Wölk mantuvo su secreto terrible experiencia durante la guerra hasta el año pasado (AP)

Rodeado de blancos y mullidos juguetes de osos polares, Ms Wölk contó su historia en el mismo apartamento de Berlín, donde nació en 1917. La hija de un empleado de ferrocarriles alemana, ella disfrutó de una juventud despreocupada y tenía amigos judíos hasta que los nazis llegaron al poder en 1933.

Ella se convirtió en uno de los catadores de comida de Hitler por accidente. Bombardeados tuvieron que abandonar su apartamento de Berlín en 1941, y con su marido Karl fueron reclutados por el ejército, buscaron refugio en la casa de su madre en la ciudad de Prusia Oriental de Partsch, que ahora es Parcz, Polonia. Se encuentra a unos 400 millas al este de Berlín, la ciudad pasó a estar justo al lado de la sede de la Guarida del Lobo de Hitler.

El alcalde de la ciudad, un ardiente nazi, obligó señora Wölk a convertirse en un catador de alimentos. Cada día, un guardia de la SS con ella y las otras chicas eran recogidos en un autobús especial y llevados a un edificio de la escuela, donde tuvieron que degustar comidas del líder nazi.

"La seguridad era tan apretada que nunca vi a Hitler en persona. Sólo vi a su perro alsaciano, Blondi, "Ms Wölk recordó. La seguridad era draconiana, pero una noche fue violada por un oficial de las SS.

Los temores de Hitler por su vida no eran infundados. El 20 de julio de 1944, un grupo de oficiales del ejército alemán intentó asesinar al líder nazi mediante la detonación de una bomba en la Guarida del Lobo. "Estábamos sentados en bancos de madera, y de repente oímos y sentimos esta increíble gran explosión", recuerda la señora Wölk, "Nos caímos de los bancos y oí a alguien gritando, '¡Hitler está muerto!" Pero, por supuesto, no lo era. "


Dictador alemán Adolf Hitler sale en un fotograma de una película dictador alemán (Getty Images)

Cerca de 5.000 alemanes sospechosos de haber participado en el complot de bomba fueron ejecutados por los nazis. Ms Wölk se vio obligado a entrar en el edificio fuertemente custodiado, donde probó la comida de Hitler.

A finales de 1944, el Ejército Rojo avanzaba. Ms Wölk fue ayudado a escapar por un amable oficial de las SS. Ella encontró un lugar en un tren utilizado por el ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels, y huyó a un Berlín en ruinas.

Berlín capituló ante el ejército ruso en mayo de 1945. Pero el horror de la guerra no terminó de Margot Wölk. "Tratamos de vestirse como mujeres viejas, pero los rusos vinieron por mí y las otras chicas igual", recordó en el programa. "Abrieron nuestros vestidos y nos arrastraron hasta el piso de un médico. Nos mantuvimos allí y fuimos violadas durante 14 días. Era el infierno en la tierra. La pesadilla nunca desaparece".

Ms Wölk se fue incapaz de tener hijos. "Siempre quise tener una hija. Cuando llegué a 50, pensé, si tenía una hija que sería 25 ahora. Pero lamentablemente eso nunca sucedió ", dijo.

Un oficial británico llamado Norman ayudó a recuperarse. Regresó a Gran Bretaña después de la guerra. Él escribió pidiendo su novia alemana para reunirse con él. Pero Ms Wölk le dijo que quería esperar y averiguar si su marido Karl estaba todavía vivo.

En 1946, Karl apareció en su puerta. Finalmente le fue permitido volver a casa desde un campo soviético de prisioneros de guerra, pesaba 45 kilos, tenía una venda alrededor de la cabeza y estaba al principio irreconocible. La pareja trató de vivir una vida normal. Pero la guerra había hecho mella en ambos. Margot Wölk no podía escapar de sus pesadillas. Se separaron. Karl murió hace 24 años. Ms Wölk ha vivido sola con sus recuerdos desde entonces.

jueves, 18 de septiembre de 2014

GCE: El cazador de rojos

El cazador de rojos
Pedro Urraca dirigió en Francia una red de agentes para perseguir a líderes republicanos huidos tras la Guerra Civil. Él fue quien detuvo y trasladó a Lluís Companys a España, donde fue fusilado. Su hoja de servicios será inaccesible para los historiadores hasta el año 2021
LUIS GÓMEZ


La única imagen (de una ficha del Ministerio de Exteriores) que se conoce del agente Urraca, el hombre que detuvo en Francia y trasladó a España al dirigente nacionalista catalán.

No fue un simple policía de la represión franquista. El agente Pedro Urraca Rendueles convirtió en una pesadilla el exilio de destacados dirigentes republicanos huidos a Francia después de la Guerra Civil. Con ayuda de la Gestapo, los hostigó, persiguió y terminó apresando. No se detuvo hasta detener al presidente de la Generalitat, Lluís Companys, y conducirlo a España para que fuera ejecutado tras un sumario consejo de guerra. La pista del agente Urraca se pierde a su regreso a España. Su historial posterior es un misterio que tardará al menos 13 años más en resolverse. Su hoja de servicios será inaccesible hasta el año 2021.

Su identidad tardó en ser conocida por aquellos historiadores que empezaron a investigar en las alcantarillas del franquismo. Nadie le molestó. Nadie llamó a su puerta. Nadie pudo interrogarle por su actuación en Francia tras la Guerra Civil. Un historiador llegó a localizar un teléfono a su nombre en una guía telefónica de Madrid en los años noventa, pero no llegó a marcar ese número. Ni siquiera en el archivo del Ministerio del Interior consta la fecha de su presunto fallecimiento (de seguir vivo tendría 104 años), un dato que no es anecdótico: la ley impide acceder a su historial hasta pasados 25 años de su muerte.

En París se apropió del piso de su vecina, una mujer de origen judío que había escapado de las garras de la Gestapo
El historial policial de Urraca es todavía secreto. ¿Tiene algún sentido que la actuación de este personaje y de los policías a los que dirigió esté vetada al escrutinio de los historiadores? Es un ejemplo más de la memoria imperfecta de España. Este periódico intentó el acceso a su ficha personal, pero en aplicación de la ley, su expediente no será accesible hasta octubre de 2021, dado que el último documento (un reconocimiento de trienios) data de 1971 y han de pasar 50 años o 25 desde su muerte. Se jubiló en 1969. No consta fecha de su fallecimiento. Los datos más elocuentes sobre sus actividades están en los archivos franceses, entre ellos su condena a muerte en 1948 por el Gobierno democrático acusado de colaboración con los nazis y persecución de exiliados españoles. Urraca pudo sortear esa condena. Desde los años cincuenta ha sido un funcionario especialmente escurridizo.

¿De qué fue responsable? Pedro Urraca fue el personaje central de una red de policías que el régimen de Franco distribuyó por Francia tras la guerra para perseguir, y en algunos casos detener, a las principales autoridades de la República Española en el exilio. No fue una actividad secreta, sino una operación de represión en territorio extranjero en colaboración con la Gestapo y el régimen de Vichy. Existe documentación sobre el envío de agentes policiales, en diciembre de 1941, con destino a Marsella, Perpiñán y Toulouse para investigar y perseguir a "los jefes rojos". Paralela a esta operación policial fue la actividad de la Comisión de Recuperación de Bienes Españoles en el Extranjero, dirigida por el coronel Barroso, agregado militar en París. Esta red no se limitó a vigilar y perseguir a republicanos: se incautó de dinero, joyas y documentos en los domicilios donde residían los exiliados.

No hace mucho tiempo que se pudo verificar que fue Pedro Urraca el autor, el 13 de agosto de 1940, de la detención de Lluís Companys, presidente de la Generalitat durante la guerra. Fue también quien primero le interrogó en París y quien finalmente ejecutó su entrega en Irún a las autoridades españolas, que lo fusilaron semanas después (15 de octubre). El caso de Companys fue similar al de Julián Zugazagoitia (ministro de la Gobernación con Negrín, detenido en París, entregado y fusilado en Madrid). Detuvo e interrogó a decenas de personalidades relevantes de la República, como Manuel Portela Valladares (ex presidente del Consejo de Ministros), Josep Tarradellas, Juan Morata (subsecretario de Gobernación) o Mariano Ansó (ministro de Justicia). La lista de perseguidos es muy extensa.

También vigiló de cerca las actividades del presidente Manuel Azaña, a quien no pudo detener por las presiones que ejerció en aquel momento el Gobierno mexicano. Pero Azaña estuvo entre sus objetivos: le vigiló hasta el mismo día de su muerte (de hecho, fue quien informó a Madrid de su fallecimiento y entierro en Montauban, en una nota que se guarda en el Ministerio de Asuntos Exteriores). La red que dirigió este policía despojó de sus bienes y de documentos a muchos refugiados y trató de impedir que algunos de ellos pudieran embarcar a México (entre ellos, la viuda de Azaña).

Su nombre comenzó a salir a la luz en algunas memorias de refugiados españoles en Francia. Se trataba de referencias aisladas, carentes de apoyo documental. Posteriores investigaciones (las más importantes arrancan del año 2000) fueron colocando en su lugar a este personaje y documentando su actividad. Pedro Urraca no ha dejado de ser, aún hoy, un personaje un tanto enigmático, insuficientemente estudiado porque sigue siendo difícil el acceso a ciertos archivos españoles. El historiador Josep Benet lo cita de una forma expresa en su investigación sobre Lluís Companys como el policía que interviene en su detención y su posterior traslado a España, pero es en 2006 cuando el círculo se cierra con la tesis doctoral de Jordi Guixé Corominas (Diplomacia y represión: la persecución hispano-francesa del exilio republicano), que aún no tiene editor. Jordi Guixé, formado en la Universidad de La Sorbona, tuvo la oportunidad de investigar durante varios años en los archivos franceses. Y allí encontró, entre numerosos documentos, el informe elaborado por Pedro Urraca sobre el primer interrogatorio de Lluís Companys en la prisión parisiense de La Santé, cuya dirección correspondía a la Gestapo. Urraca fue no sólo quien le detuvo, sino quien le interrogó en primera instancia, quien le comunicó el funesto destino que le esperaba y quien le acompañó, junto con un oficial alemán, a la frontera con Irún.

¿Cómo era Pedro Urraca? ¿Cuál es el origen de este personaje? ¿Qué otras actividades realizó en Francia durante la guerra y con posterioridad? A falta de la documentación protegida, de Pedro Urraca Rendueles existe al menos una imagen fotográfica. La foto pertenece a una ficha del Ministerio de Exteriores. Es una pose de perfil; el rostro de un hombre de frente ancha, pelo corto cepillado hacia la nuca, mirada al frente y gesto relajado, seguro de sí mismo. En otros documentos consta su fecha de nacimiento (22 de febrero de 1904, en Valladolid). Están sin verificar datos anexos, como su trabajo en un banco antes de formar parte de la policía de la República, función que abandonó en fecha indeterminada para incorporarse al bando de Franco y trasladarse a Francia antes de acabar la guerra.

De sus funciones en Francia consta su cargo como "agregado policial" en la Embajada de España en París. Buena parte de sus actividades están documentadas; pero la pista se pierde, casi irremediablemente, meses antes de que Francia comience a ser liberada por los aliados. Es evidente que regresó a España (entre otras cuestiones, para evitar que se ejecutara su condena a muerte), pero se desconoce en qué otras actividades estuvo involucrado desde entonces. El historiador Jordi Guixé sospecha que trabajó en Bruselas para la Embajada española durante los años sesenta; también pudo documentar las gestiones realizadas, ya en 1974, para que el expediente de Urraca fuera incorporado a los beneficiarios de la ley de amnistía promulgada por el Gobierno francés el 6 de agosto de 1953. Un último documento aparece en los archivos franceses el 5 de noviembre de 1982 referente a la concesión de un permiso para entrar en Francia que no podía exceder de los tres meses de estancia.

"Las actuaciones de Urraca y otros agentes franquistas destinados a Francia han supuesto un escollo difícil de investigar", escribe Jordi Guixé en su tesis doctoral. "La documentación policial y secreta todavía está mal localizada (voluntaria o involuntariamente, dependiendo de los casos) en los archivos españoles. La identidad de represores y torturadores todavía nos es camuflada bajo leyes de protección, a falta de una regulación legal de los archivos españoles y una necesidad de democratizar los archivos de ministerios como Interior y Exteriores".

Un policía francés del régimen de Vichy describió a Pedro Urraca en un informe como "un policía de gran clase, lleno de habilidades e incisivo, que nos ha sido de gran utilidad". Alguna otra referencia personal sobre Urraca (ésta procedente de un exiliado español) le describe como una persona que "maltrataba" el francés. Sea como fuere, el policía en cuestión tampoco desaprovechó el tiempo para enriquecerse. Residía en París y se apropió del piso de su vecina, una mujer de origen judío que había escapado de las garras de la Gestapo. Urraca actuaba para la Gestapo con el alias de Unamuno. También actuó para el régimen de Vichy.

Este episodio consta en el expediente que determinó su condena a muerte en 1948. Otros españoles fueron igualmente condenados. ¿Quiénes? Quizá algunos colaboradores de Urraca: sus nombres están en los archivos policiales franceses.

El personaje ha salido a la luz. Fue un funcionario protegido durante décadas por el Estado español. Es posible que disfrutara de una cómoda jubilación. Nadie le molestó en su vejez. No ha estado obligado a escuchar preguntas incómodas. No parece justo que la España democrática deba esperar hasta 2021 para conocer respuestas sobre hechos sucedidos 80 años antes.


El País

martes, 16 de septiembre de 2014

Como la PGM forjó los caracteres de los líderes de la SGM

De un infierno bélico a otro
La Primera Guerra Mundial forjó las personalidades de muchos líderes de la Segunda. La serie ‘The World Wars’ repasa las experiencias de Hitler, MacArthur Patton o De Gaulle, entre otros

Jacinto Antón - El País


Mussolini como 'Duce' durante la Segunda Guerra Mundial.

Un disparo más alto de un soldado francés el 24 de septiembre de 1914 al oeste de Varennes y no hubiera habido zorro del desierto: el entonces joven y audaz teniente Rommel habría recibido el balazo en la cabeza y no en el muslo. Su luego Némesis en los desiertos norteafricanos, el mariscal Montgomery, tampoco hubiera acudido a la cita del destino en El Alamein de no ser porque un médico en un hospital de campaña se dio cuenta de que el joven oficial al que habían dado por muerto en la batalla de Ypres el 31 de octubre de 1914, atravesado de un disparo, y estaban a punto de echar a la fosa, aún respiraba. Un poquito más de gas en aquel ataque británico nocturno del 13 de octubre de 1918 sobre las posiciones alemanas en el río Lys y, paradójicamente (visto lo del gas), quizá no hubiera existido Auschwitz: en vez de resultar herido, el correo del regimiento List de la 6ª División Bávara de Reserva, Adolf Hitler, hubiera muerto y nunca habría desencadenado –al menos él- la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.

La Primera Guerra Mundial determinó en detalles aparentemente tan nimios en su momento como esos –qué podían importar entonces tres muertos más o menos en aquella masacre- lo que fue la Segunda. Es controvertido el papel decisivo de los individuos concretos en el acontecer de los grandes hechos históricos –posiblemente si no hubiera habido un Hitler la guerra hubiera estallado igual, aunque fuera con matices diferentes-, pero resulta apasionante reseguir, con el determinismo que caracteriza saber lo que pasó, un poco a la manera de "qué fue de" pero al revés, la carrera previa de los grandes personajes de la Segunda Guerra Mundial durante la Primera. Muchos de ellos (De Gaulle, Mussolini, Tojo), pelearon entonces como soldados, y su personalidad se forjó decisivamente para el futuro en aquellos terribles acontecimientos. Sin duda sus decisiones en la guerra de 1939-45 se vieron influidas por lo que vieron en la anterior.

La continuidad biográfica de esos personajes, con idearios y obsesiones acuñados en las experiencias y traumas vividos en la Gran Guerra, contribuye a reforzar esa idea de algunos historiadores de que las dos guerras y su intervalo, de 1914 a 1945, fueron un mismo fenómeno, un sangriento continuum, una nueva Guerra de los Treinta Años incluso. En realidad, como apunta el historiador francés Johann Chapoutot, la idea no es nueva: que la guerra no acabó en 1918 es lo que pensaban los nazis.

Una interesantísima miniserie documental que arranca el lunes día 15, The World Wars, de Canal Historia (se emite en todas las plataformas de televisión de pago), producida con motivo del centenario de la Primera Guerra Mundial, examina las dos guerras mundiales como un todo a través de las experiencias en ambas de varios personajes: Roosevelt, Hitler, Stalin, Patton, Mussolini, Churchill, Tojo, De Gaulle y MacArthur. El acertado leit motif es "la primera guerra los cambió, en la segunda ellos cambiaron el mundo".

Tráiler de la serie documental 'The World Wars'.
La serie, una gran panorámica, con impactantes reconstrucciones y algunas licencias artísticas que pueden hacer arquear alguna ceja (además de alguna metedura de pata con los uniformes en las dramatizaciones: las insignias de cuello de las SS no casan con la gorra de la Wehrmacht, señores), resulta muy amena y es extraordinaria en sus colaboradores. Entre los que aparecen comentando los acontecimientos figuran el ex primer ministro británico John Major –que habla del mal trago de Churchill en 1915 con Gallipoli, un fracaso que le llevó a cesar como gran lord del Almirantazgo y alistarse para luchar en el frente (lo hizo como teniente coronel de los Royal Scot Fusiliers y se jugó el tipo)-, el general y ex secretario de Estado de EE UU Colin Powell o el ex director de la CIA y ex secretario de Defensa Leon Panetta, además de un plantel de historiadores realmente notable (Max Hastings, Richard Evans, Ron Rosenbaum…). En la serie, que no habla de la Guerra Civil española pese a su clara conexión con el tema ("demasiada guerra para seis horas", justifican los responsables), las imágenes documentales se alternan con las de ficción. Los personajes -jóvenes "con mucho que aprender" en la Primera Guerra Mundial y maduros en la Segunda- están recreados con mejor o peor fortuna por actores. la serie es una buen excusa, además, para bucear en las biografías de otros muchos personajes de la Segunda Guerra Mundial a ver qué hicieron en la Primera, y viceversa. Un ejercicio muy interesante.

Hitler aseguraba que el héroe británico Henry Tandey pudo haberlo matado con su rifle en Francia en 1914
Hitler –que eligió luchar en el ejército alemán y no el austrohúngaro, que era el que le tocaba, por considerarlo degeneradamente multirracial- se trajo de las trincheras, aparte del gusto por lo militar y el creerse un gran soldado y un elegido por el destino, un bagaje de odio, rencor y afán de revanchismo que marcó el resto de su vida. También la Cruz de Hierro de la que estaba tan orgulloso (aunque se ha apuntado recientemente que la ganó por enchufe –véase La primera guerra de Hitler, de Thomas Weber, 2012-). Hitler reinventó y magnificó su guerra. La serie da crédito, recreándolo en imágenes, a su inverosímil relato de que tras la lucha por Marcoing, en Francia, se encontró desarmado ante el fusil del soldado británico Henry Tandey, héroe de guerra, ganador de la Cruz Victoria, y este decidió no dispararle. La historia se la explicó el propio Hitler, que dijo haber reconocido años después a Tandy por un recorte de prensa, a Chamberlain. Al enterarse, Tandey habría vivido torturado por pensar que podía haber matado a Hitler aquel día de 1914. La serie apunta que el bigotito fue herencia de la Gran Guerra: Hitler habría recortado su mostacho para que le cupiera en la máscara de gas. Menos anecdótico es lo que se ha sugerido de que el envenenamiento por gas le proporcionara la idea años después del método para exterminar a los judíos. Algo que Chapoutot, asesor de The World Wars, me negó taxativamente en una conversación. Según el historiador experto en nazismo, la decisión del genocidio siguió caminos mucho más complejos. Y Hitler, dijo, no hubiera pensado inicialmente en emplear algo que le causó a él tanto daño. Me parece una visión muy optimista de Hitler.

Charles De Gaulle vivió una guerra de aquí te espero. "El huracán me llevaba como una brizna de paja a través de los dramas de la contienda", escribió en sus muy literarias memorias. También él, como tantos, como el Albert de Nos vemos allá arriba, la novela de Pierre Lemaitre, se apuntó a una guerra stendhaliana y se encontró con una salvaje y prosaica matanza. Jefe de pelotón del 33º regimiento que mandaba Pétain (otro que circuló espectacularmente de una guerra a otra y con el que De Gaulle se llevaba muy bien entonces), resultó de los primeros en ser herido. Recibió una citación al valor por su papel haciendo arriesgadísimas escuchas junto a las trincheras enemigas, fue herido de nuevo con bayoneta, metralla, una mina y gas en Verdún y tras capturarlo los alemanes protagonizó cinco intentos de fuga. Ese tesón (y su idea de que Francia no podía ser Francia "sin grandeur” –y sin él-) le permitió aguantar los trances de la Segunda Guerra Mundial y lanzar L’Appel. En la presentación de The World Wars, en París el pasado junio, participó Bernard de Gaulle, el sobrino del general y él mismo ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial –en el maquis de L’Oisans y en el Ejército de la Francia Libre-, que fue de los primeros en entrar en Berlín en 1945. Hombre de gran presencia y muy parecido a su tío, aunque mucho más modesto, recordó cómo influyó en su familia la humillación de la guerra franco-prusiana (en la que su abuelo, capitán, fue herido) y subrayó, alargando aún más la perspectiva de la que hablamos, que la Primera Guerra Mundial "no deja de ser en cierta manera la Segunda Guerra Franco-Prusiana" (la enemistad, dijo, no acabó hasta el entrechocar de manos de De Gaulle y Adenauer, en la misa de Reims en 1962).

Mussolini fue enrolado en el 11º Regimentto Bersaglieri y pasó nueve meses en el frente, hasta ser herido en 1917 en la explosión fortuita de un obús de mortero en su trinchera (se le extrajeron 40 esquirlas de metal del cuerpo). Llegó a sargento y trató de sacar rédito político a su experiencia militar (como hizo Hitler) con la publicación de Il mio diario di guerra.

Resulta curioso que dos de los grandes líderes de EE UU durante la Segunda Guerra Mundial no tuvieran experiencia bélica directa en la Primera. Franklin Delano Roosevelt era secretario de la Marina y trabajó en expandir la fuerza naval. Quiso alistarse pero el mismísimo presidente Wilson se lo impidió. A partir de 1921 se enfrentó a una guerra personal: contra la polio. Eisenhower, que sería el comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa, vio cómo, siendo teniente en 1917, se le denegaba la petición de ir a combatir a Francia. Le encargaron adiestrar tripulaciones de tanques en Pennsylvania. Una semana antes de marchar al frente acabó la guerra. Otros militares estadounidenses tuvieron mucho más que contar. MacArthur, oficial de alta graduación, participó en distintas acciones, fue condecorado varias veces por su valor (incluidas siete estrellas de plata) y gaseado en dos ocasiones. En 1918 fue hecho prisionero por uno de sus propios hombres que lo confundió con un general alemán.

El caso del tan desagradable como corajudo Patton es muy singular. En 1915 se encontraba persiguiendo a las tropas de Pancho Villa durante la expedición punitiva de EE UU en México (allí adquirió su icónico revólver con cachas de nácar) y cazó a tres de sus leales desde coches Dodge artillados con ametralladoras. Ató los cadáveres a los parachoques para exhibirlos. Al entrar EE UU en guerra fue de los primeros en desembarcar en Francia, ya todo blood & guts. Especialista en tanques, comandó varios ataques de los Renault F7 franceses tripulados por estadounidenses, fue herido de un balazo en la rodilla en la ofensiva del Meuse-Argonne y lo salvó su ordenanza, el soldado Joe Angelo. Cuando años después este marchó sobre Washington como parte del Bonus Army, el contingente de veteranos descontentos que reclamaban su paga, Patton mandaba las tropas que los reprimieron. Angelo trató de hablar con Patton y este lo rechazó: “No conozco a este hombre, llevároslo de aquí”. Es el Patton que luego abofeteará por cobarde en Sicilia a un soldado afectado de neurosis de guerra.


Escena de la serie 'World Wars' sobre el coronel Patton.


Entre los rusos, Stalin, a la sazón preso político, fue llamado a filas pero descartado por la lesión de su brazo (le había pasado un carro por encima de niño). Zhukov sí combatió. Sirvió en un regimiento de dragones, fue herido y condecorado. Varios de los grandes mandos alemanes de la Segunda Guerra Mundial eran veteranos de la Primera. El ya citado Rommel ganó la Pour le Mérite y acuñó con su Gebirgsbatallion sus ideas de guerra móvil, iniciativa personal, intuición, improvisación e ímpetu del ataque que le darían fama con los pánzers. Von Manstein, luchó valientemente y fue herido. Schörner (apodado Ferdinand el Sangriento), que sería uno de los generales alemanes de Hitler más controvertidos –un miserable según algunos por fusilar a los soldados que titubeaban y luego escaparse él disfrazado de campesino tirolés- ganó también la Pour le Mérite en el mismo escenario que Rommel, el monte Matajur, luchando contra los italianos.

Los líderes nazis, en general no tuvieron un gran servicio en la Gran Guerra. El joven Himmler fue rechazado por miope. Goebbels por cojo. Bormann no llegó a ver acción. Las principales excepciones son Röhm, el purgado líder de las SA, que combatió con bravura como capitán y fue herido en la cara gravemente (no es que fuera feo, eran cicatrices), Rudolph Hess, que estuvo en artillería y aviación y fue herido y condecorado, y sobre todo, Hermann Goering, uno de los grandes ases de caza, con 22 derribos, jefe de la escuadrilla Richthofen y ganador también del Blue Max. Karl Doenitz, que mandó la flota de Hitler y fue condenado en Nurenberg, había sido comandante de submarino en la Primera Guerra Mundial. Su sumergible fue hundido y él hecho prisionero. El almirante Canaris, jefe de la inteligencia militar alemana, la Abwehr, vivió muchas aventuras en la Gran Guerra, en el crucero corsario Dresden y también como capitán de U-Boot. Mención especial merece Ernst Udet, el segundo mayor as alemán tras Richthofen (62 victorias, Blue Max, etcétera) y creador con Goering de la Luftwaffe de Hitler. Udet se suicidó en extrañas circunstancias en 1941 –se pegó un tiro mientras hablaba por teléfono con su novia (y luego dicen que los hombres no somos capaces de hacer dos cosas a la vez)-; parece que tenía algunos problemillas con el Reichmarshall.

Otros personajes cuya trayectoria es interesante seguir en las dos guerras son Ernst Jünger, capaz de atravesar ambas como oficial alemán y sin dejar de leer a Ariosto; Tolkien, soldado en la primera en el 11 º de fusileros de Lancashire -véase Tolkien y la Gran Guerra, de John Garth, Minotauro 2014- y al que se quiso reclutar como criptógrafo y descodificador –para aprovechar el dominio del quenya y el sindarin élficos, supongo- en la segunda; o el conde Lászlo Almásy, el personaje real de El paciente inglés, que de húsar austrohúngaro y piloto pasó a realizar operaciones de inteligencia y comandos en el desierto líbico para el Afrika Korps como capitán y agente de la Abwehr. Nos quedamos sin saber qué hubiera hecho Lawrence de Arabia –murió en 1935- en la Segunda Guerra Mundial. Seguramente algo interesante.

Con todo, probablemente uno de los destinos más asombrosos sea el de Martin Niemöller que de tener una larga carrera en los submarinos en la Primera Guerra Mundial –en el U-39 coincidió con Doenitz, fue comandante del UC-67 y ganó la Cruz de Hierro de Primera Clase- pasó a convertirse en pastor protestante (singular transformación que explicó en su libro Del submarino al púlpito) y en opositor al nazismo, lo que pagó con su internamiento en Sachsenhausen y Dachau. Es el autor de aquella famosa sentencia que empieza “Primero vinieron a por los comunistas, pero no dije nada porque yo no era comunista…”, y sigue con los sindicalistas, socialistas, judíos… Hasta concluir “Luego vinieron a por mí, pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada”.

lunes, 15 de septiembre de 2014

El montonero arrepentido ignorado por la subversión kirchnerista

El intelectual exmontonero cuya muerte ninguneo el kirchnerismo
Por Ceferino Reato. - Perfil
Los emails del sociólogo antes de fallecer y las causas de su "invisibilización". 

 Héctor Leis falleció el sábado pasado en Brasil, donde se exilió en 1976.


Es una impresión, pero creo que la muerte de Héctor Leis está pasando demasiado desapercibida. Leis es el sociólogo y profesor universitario que en sus últimos libros y artículos pidió perdón por su pertenencia a Montoneros en los 70 y describió con agudeza y sentido del humor muchos de los mitos que sostenían a las guerrillas y que explican cómo tantos jóvenes tomaron las armas. Además, protagonizó junto con Graciela Fernández Meijide un documental, El diálogo, que debate todas esas cuestiones.

Es decir que para el kirchnerismo y sus intelectuales Leis se había convertido en un personaje incómodo. Eso explica el silencio de este sector frente a su muerte; aplican la táctica del “ninguneo”: ¿para qué van a criticar, para que van a “darle prensa”, a un personaje que ya no podrá incomodarlos? El papel que cumplen no es, precisamente, debatir, sino construir relatos maniqueos sobre la historia reciente y proyectarlos a las lucha políticas del presente.

Se explica menos el silencio entre los intelectuales no kirchneristas, salvo excepciones. Creo que los 70 son un tema incómodo; la mayoría de estos intelectuales no quiere abordarlo y solo lo hace cuando se ven obligados. En todos estos años, no han sabido salir de la trampa que les ha tendido el kirchnerismo. Es una trampa rudimentaria pero efectiva: ante cualquier atisbo de crítica, los vincula con “la teoría de los dos demonios”, “la derecha”, “el golpe cívico militar”, el mal, los buitres de la historia y del presente.

Para unas u otras razones, los intelectuales, en general, mantienen clausurado el debate sobre los 70 como si todo ya estuviera dicho, como si nada puede aprenderse de una época que concentra muchas de las virtudes pero también de los vicios de nuestra cultura política (entre los vicios, anoto el autoritarismo, el espíritu de facción, la intolerancia, el mesianismo y el redentorismo).

Leis vivía en Brasil, donde se había radicado durante la dictadura argentina. Al menos en el último tramo de su vida, estaba disgustado con los intelectuales argentinos, en general. Me lo comentó en un email el 21 de julio, es decir un mes y medio de su muerte. La enfermedad que lo iba consumiendo no lograba apagar su entusiasmo por dar a conocer sus ideas y generar debate; estaba preocupado por la escasa repercusión pública de su último libro, Memorias en fuga, al contrario de lo que había pasado con Un testamento y el documental El diálogo.

“Mis otros textos no ofrecen tantos elementos como éste; sin embargo, Memorias… fue blindado por un silencio de los medios y de mis colegas intelectuales que me frustra y no consigo entender. Este silencio sería menos ominoso si no recibiera en privado los elogios que mis colegas me niegan en público”, me dijo.

Yo le di un par de ideas para impulsar el libro, y agregué: “Es importante no desanimarse a causa del medio ambiente: los intelectuales en esta parte del mundo no son muy generosos”.

Leis me respondió al día siguiente, el 22 de julio. Sobre una de las ideas que le propuse, me dijo: “Lamentablemente, ya no consigo hablar bien como para hacer algo por videoconferencia, pero quizás se pueda organizar algún debate sobre el libro”. Y añadió: “Estoy convencido que al elitismo intelectual-académico-progresista que existe en Argentina debemos atacarlo de frente, es parte importante de la obturación del debate sobre la cultura política dominante en el país. ¡En mis Memorias… los maltraté todo lo que pude!”.

*Editor ejecutivo de la revista Fortuna, su último libro es ¡Viva la sangre!