Cómo la Gran Bretaña de la guerra planeaba dar a los EE.UU. una copia de la Carta Magna
Documentos de la British Library revelan complot para renunciar a la catedral de Lincoln Carta Magna para persuadir a los Estados Unidos para entrar en la segunda guerra mundial: "Después de todo, contamos con cuatro copias '
Sección de la propuesta de ofrecer Carta Magna como un regalo a los USA British Library Fotografía: British Library
Mark Brown - The Guardian
Un plan secreto británico para engatusar a los EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial mediante la entrega de una copia de la Carta Magna ha sido revelado por la Biblioteca Británica.
La biblioteca será puesto en exhibición por primera vez documentos gubernamentales que documentan una parcela notable para un manuscrito Carta Magna propiedad de la catedral de Lincoln para ser dotados a los americanos.
"Es increíble ¿no? ¿Qué estaban pensando? ", Dijo Julian Harrison, co-curador de la exposición Carta Magna de la Biblioteca Británica, que marca el 800 aniversario del cierre de uno de los documentos más importantes en el mundo.
"El plan era persuadir a los estadounidenses a unirse al esfuerzo de guerra", dijo. "¿Qué mayor regalo podría darle al pueblo estadounidense de un manuscrito de la Carta Magna, un viejo pedazo de pergamino en un idioma antiguo que era parte de nuestro patrimonio común?"
Las deliberaciones se llevarán a cabo durante el apogeo de los bombardeos y la idea fue fuertemente empujadas por el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Un funcionario escribió: "Estamos considerados como un pueblo de sangre fría, calculadora y nuestro fracaso para mostrar calidez - a" dígalo con las flores "- es quizás la razón principal por la cual el respeto Americana para nosotros nunca bastante madura en una cálida amistad, incalculable - tal como se han sentido para los franceses ".
Tendría beneficios más allá de la guerra, la mandarina con cierto optimismo continuado. "En los años de la posguerra, cuando llegue la hora de la verdad, que siempre será recordado a nuestro crédito que, aunque seamos incapaces de enfrentar nuestras deudas, sin embargo nos dimos libremente el más sagrado de nuestros emblemas nacionales.
"Y, después de todo, contamos con cuatro copias de la Carta Magna."
El nuevo mundo carece de la dimensión del tiempo; sus habitantes viven casi en su totalidad en el presente
Churchill era también a bordo y los documentos para consulta, cedida por el Archivo Nacional, incluya sus anotaciones se aprueba.
Dar el manuscrito, una nota dice, era "el gesto sólo realmente eficaces que está en nuestro poder para hacer a cambio de los medios para preservar nuestro país".
Por supuesto, un problema siempre sería conseguir la aprobación de la catedral de Lincoln a renunciar quizás su posesión más preciada. La solución ofrecida estaba dando el decano y el capítulo un manuscrito dañado en el Museo Británico, uno de los dos poseía, además de £ 100,000 de bonos de guerra. O, alternativamente, £ 250,000 en bonos de guerra.
Sección de la propuesta de ofrecer Carta Magna como un regalo a los EE.UU.. Fotografía: British Library
Los documentos de apoyo señalan lo agradecida los estadounidenses estarían. "En algunos aspectos, la Carta Magna tiene un atractivo más vivos para el americano medio que para el inglés medio.
"Por un lado, los estadounidenses son más conscientes de sus orígenes nacionales que nosotros. Inglaterra surgió de una nube de mito perdido en la antigüedad. América fue creado en 1776 por un documento; la reliquia más preciosa nacional que poseen ".
La nota continúa: "El nuevo mundo carece de la dimensión del tiempo; sus habitantes viven casi en su totalidad en el presente y que se les antoja una evidencia tangible de su temprana fondo europeo tanto como los nuevos ricos anhelan antepasados ".
La idea fue apoyada también por Leo Amery, el secretario de Estado para la India 1940-1945, que señala: "la catedral de Lincoln necesita mucho dinero para la restauración y que no debería ser imposible de superar su resistencia."
Amery sugiere que Churchill hacer el anuncio el día Carta Magna, el 15 de junio, en una emisión de radio - una sugerencia con la que el primer ministro está de acuerdo.
El plan parecía tener sentido extra ya la Carta Magna Lincoln ya estaba en los EE.UU., atrayendo a multitudes en el pabellón británico de la Feria Mundial de Nueva York.
Por supuesto, la Carta Magna Lincoln nunca fue dotado pero hizo pasar la guerra hundidos, encerrado en Fort Knox. El plan parece haber sido rápida y silenciosamente caído una vez se hizo evidente la complicada logística. Nunca fue de la nación para regalar, y habría requerido actos del parlamento.
El plan secreto salió a la luz en 2007 y el conocimiento de que se ha restringido a pequeños círculos académicos.
Lo que hace es arrojar luz sobre la importancia perdurable de la Carta Magna, un tema más ampliamente explorado en el espectáculo Biblioteca Británica que se abre al público el viernes.
El espectáculo incluirá préstamos importantes de los EE.UU., incluyendo copia escrita a mano de Thomas Jefferson de la Declaración de Independencia y la copia de Delaware de la Carta de Derechos de EE.UU., ambos de los cuales los EE.UU. quiere volver.
Carta Magna: Derecho, la libertad, Legacy es en la Biblioteca Británica marzo 13-septiembre 1
martes, 17 de marzo de 2015
lunes, 16 de marzo de 2015
GCE: El salario de Franco
5.261 euros de los de hoy: el sueldo de Franco en 1935
EL PAÍS bucea durante días en los documentos de la Fundación José María CastañéEsta entrega, primera de cuatro, se centra en la relación con el dinero del dictador
Papeles desconocidos y verdades por desvelar
JESÚS RUIZ MANTILLA
El País
Francisco Franco, jefe de Estado Mayor, y dos ayudantes, durante unos ejercicios de tiro en Carabanchel el 16 de enero de 1936.
No corrían en los años treinta tiempos en que los altos mandos militares se hicieran ricos, pero Francisco Franco, antes de dar el golpe de Estado el 18 de julio de 1936, tampoco es que resultara mal compensado económicamente para su puesto. Otra cosa es que él considerara lo contrario… En una nómina de la Pagaduría Central de Haberes del Ejército a su nombre consta la cifra de 2.429,98 pesetas (14,60 euros). Se trata de su sueldo en noviembre de 1935, cuando ocupaba el cargo de jefe del Estado Mayor. Lo recoge uno de los más de mil documentos que la Fundación José María Castañé acaba de donar a la Residencia de Estudiantes referentes a la época de la República, la Guerra Civil y la dictadura franquista.
El héroe de África con ínfulas y agarraderas, el oficial más joven de Europa en todos los escalafones superados hasta ser nombrado estrafalariamente generalísimo, la figura que las derechas de José María Gil Robles, líder de la CEDA, consideraban punto de engarce indiscutible entre los poderes políticos y unos militares a quienes más valía tener contentos, fue designado líder del Ejército para la II República en mayo de 1935.
Tras sus desencuentros con Azaña y abrigado por su destreza para hacerse valer como el elemento más pragmático a la hora de mediar entre ambas esferas, Franco se afianzaba con el cargo en una situación de mando férreo. Dependía del ministerio de la Guerra, ocupado por Diego Hidalgo. Lo hacía dentro de un Gobierno empeñado en lo que su biógrafo Paul Preston describe de esta manera: "La instauración legal de un Estado autoritario corporativo". Podía dominar, sondear, articular mecanismos de sublevación, por si acaso. Sobre todo podía hacerse un traje a medida sin apenas sospechas de Gil Robles, que confesaba su total ignorancia en cuestiones de armas.
Si comparamos aquella cantidad con el coste de la vida actual, la equivalencia se elevaría a 5.261,80 euros. Así lo ha calculado para EL PAÍS Ernesto Poveda, del Grupo Icsa, dedicado, entre otras cosas a asuntos de observatorio salarial. El trabajo está hecho con arreglo a la tabla de actualización de precios al consumo que establece Jordi Malaquer, catedrático de la Universidad Autónoma de Bellaterra (Barcelona). "Se trata de la referencia utilizada por los historiadores económicos avalada por el Banco de España", explica Poveda.
La nómina de Franco como jefe del Estado Mayor en noviembre de 1935.
Es poco, si lo comparamos con el sueldo del actual mando de la Fuerzas Armas, el almirante general, Fernando García Sánchez. Dentro de los datos oficiales, su sueldo, contemplado en los Presupuestos Generales del Estado, asciende a 118.701,86 euros brutos. Pero mucho con arreglo a las pagas que en aquel momento previo al golpe percibían las tropas.
Con el tiempo, todo fue mejorando. Y la relación de Franco con el dinero, tomando cuerpo. Las ambiciones del dictador crecieron también en ese ámbito. El mito de la austeridad franquista, para Julián Casanova, que ha coordinado un volumen -40 años con Franco, publicado por Crítica-, es falso. "Cada vez nos resulta más evidente que actuaba como dueño de un cortijo. Si lo comparamos con arreglo a un sultanato, puede parecernos moderado. Pero si nos atenemos a las reglas de cualquier régimen occidental, su relación con el dinero resulta exagerada, contando todos sus privilegios y prebendas".
La cantidad era su salario como jefe del Estado Mayor en la RepúblicaSu sueldo como jefe del Estado al final del régimen ascendía a unas 768.000 pesetas en 1975. De estas, 600.000 se las ingresaba el ministerio de Hacienda como Jefe del Estado y 168.000 restantes las percibía como capitán general y Generalísimo de los Ejércitos.
En esta y en otras cuestiones, comenta Preston, cuya biografía se reeditará con motivo de los 40 años del fin del franquismo, "evidentemente, se trataba de un hombre comido por la ambición". Aunque en asuntos pecuniarios, según su estudioso y profesor de la London School of Economics, "quien más alimentaba esa deriva era su esposa, Carmen Polo". El hispanista recuerda haber estudiado papeles en los que la mujer se quejaba abiertamente de haber perdido oportunidades.
Se trataba de un hombre comido por la ambición”Sobre todo, antes de escalar a lo más alto. La carrera militar de Franco resultó un meteoro. Se forjó en la Legión, en cada peldaño del escalafón sorprendía como el oficial más joven del continente. Tardó solo seis años en ascender de alférez a comandante. No desaprovechó ninguna de sus oportunidades. Implacable, frío, calculador, sabía esconder las cartas con una maestría en el dominio de la ambigüedad que le proporcionaba éxito en cualquiera de sus previsiones.
Paul Preston
De no haber sido militar del Ejército de Tierra, se habría convertido en oficial de la Armada, aunque entre sus sueños también entraba la arquitectura y entre las aficiones que cultivó permanentemente, la pintura. Marruecos fue siempre para él tierra talismán. Se forjó allí unas tropas que le servían con fe ciega y utilizó hasta en la represión de Asturias en 1934. Antes de ser nombrado jefe del Estado Mayor, había sido destinado, como premio precisamente en el aplastamiento de aquella rebelión minera, a África.
A su muerte en 1975, cobraba cada mes 768.000 pesetasOcupó el puesto que le sirvió en bandeja el populista líder de los Radicales, Alejandro Lerroux, tan solo tres meses. Tiempo suficiente como para establecer, según Preston, nuevos e importantes contactos que luego le resultarían imprescindibles al comienzo de la guerra.
Su cometido como jefe del Estado Mayor, en perfecta sintonía con Gil Robles, consistía principalmente en corregir las reformas que Azaña, una de sus bestias negras, había aplicado al ejército en su etapa de mando. Trabajaba hasta altas horas de la madrugada, incluidos fines de semana, para disgusto de su familia. Paralizó los ascensos por méritos impuestos en la época precedente. Purgó a varios altos mandos por una ideología, a su juicio, "indeseable", mientras otros irredentos antirrepublicanos fueron reconocidos. Emilio Mola, uno de los cabecillas del golpe, entró como máximo responsable de las tropas en Marruecos, por ejemplo.
Tampoco dejó Franco de establecer contactos exteriores. Firmó acuerdos con fabricantes de armas alemanes como parte de un planeado rearme. De hecho, siempre recordó como fundamental su paso por el cargo en el Estado Mayor y crucial para su victoria posterior en la guerra. Como presupuesto de la República, aquellas 2.429,28 pesetas al mes, resultaron una pésima inversión.
Papeles desconocidos y verdades por desvelar
La pasión por la historia, la clarividente sensación de haber sido testigo e hijo de un siglo excepcional, fue lo que en un principio llevó a José María Castañé a empezar a reunir papeles. Su obsesión eran los conflictos bélicos y sus consecuencias violentas. Así fue como hace ya 26 años, este empresario financiero decidió invertir una buena parte de su capital en un legado.
De los más de 10.000 documentos que obran en poder de su fundación —constituida en 2004—, la mayoría corresponden a la Primera y Segunda Guerra Mundiales, la contienda civil española y las consecuencias o prólogos de estas tragedias. La revolución rusa, las secuelas del comunismo, del fascismo, la apisonadora atroz del totalitarismo, el Holocausto, el exilio…, han sido sus principales preocupaciones.
Entre los más de 600 documentos referentes al franquismo que acaba de donar a la Residencia de Estudiantes de Madrid y que depositarán en el mes de abril, la mayoría pertenecen a la propia fundación y un total de 120 a su legado personal. Por lo que han podido apreciar los historiadores consultados, algunos de estos papeles, podrían pertenecer al archivo privado de Franco, según sostiene Paul Preston.
Los documentos oficiales del régimen han quedado custodiados, no sin polémica y con quejas de los historiadores por su acceso restringido, en la Fundación Francisco Franco. Pero existía un buen número de papeles con los que en su día mercadeaba por medio de intermediarios, su yerno, Cristóbal Martínez Bordiú, marqués de Villaverde. Estos han acabado dispersos en diferentes lugares. El autor británico y biógrafo del dictador cree que algunos de ellos, cuya oferta recibió hace años directa o indirectamente, pueden haber acabado en diversas colecciones diferentes, aunque entre los destinatarios para los que se le pidió una valoración, en su día, estuviera la Universidad de Yale. Pero aquello, finalmente, confirma Preston, no cuajó.
domingo, 15 de marzo de 2015
Guerra de la Independencia: Batalla de Huaqui (1811)
Batalla de Huaqui
Batalla de Huaqui - 20 de Junio de 1811
Luego del triunfo de Suipacha, del 7 de noviembre de 1810, las fuerzas de Buenos Aires habían cumplido el objetivo estratégico de ocupar ciertamente el Alto Perú. Pero, el interrogante que se planteaba ahora era saber qué hacer con este triunfo. Castelli, a diferencia de Moreno, no creía que la Patria terminara en el Desaguadero. José María Rosa nos transmite las angustiosas palabras de Castelli al respecto:
“…que la gloria emprendedora de la capital se sentará en el virreinato de Lima para confundir el orgullo de sus habitantes… estimo muy importante y necesario que nuestras armas se adelanten al Desaguadero… no conviene dejar enfriar el calor de nuestra gente… Estamos muy cerca, y nada falta para realizarlo sino la resolución de V. E. …”. (1)
Pero Castelli debe atenerse a las “Instrucciones” ordenadas desde Buenos Aires. El “terror” cobra las vidas de Córdova, Nieto y Paula Sanz. Asimismo, el ejército es muy bien recibido en Potosí, Charcas y en La Paz. Finalmente se dirige a Laja, junto al Desaguadero. Ahí debe contentarse con observar pasivamente cómo Goyeneche prepara las fuerzas peruanas. El grave error estratégico estaba sellado… Sin embargo hemos de destacar que otro error cometido por la Junta porteña es haber nombrado jefe militar operativo al Dr. Juan José Castelli. Dice Bassi:
“Los patriotas continuaron en el campamento de Huaqui, como en el de la Laja, descuidando la instrucción y disciplina de las tropas y llevando una vida irregular bajo el amparo de Castelli. En medio de este desorden, agentes del enemigo entraban con facilidad en el campamento, llevando al comando español toda clase de informaciones respecto a lo que hacían y proyectaban los patriotas”. (2)
Según parece Castelli pasó por alto groseramente los comentarios de Santo Tomás de Aquino, quien en su “Summa Teológica”, Parte II, Sección II, cuestión (3), advertía sobre la ocultación de los planes de guerra.
Más aún, entre los patriotas se habían formado dos bandos: uno de ellos respondía a Castelli y Balcarce y el otro a Viamonte, quien a su vez contaba con el apoyo del gobierno.
El 16 de Mayo de 1811, se había firmado el “armisticio del Desaguadero”, un notorio fiasco pues sólo consiguió darle el tiempo suficiente a Goyeneche para preparar la contraofensiva. Sumados los siguientes elementos nada desdeñables: el ejército patriota indisciplinado y con el comando dividido en facciones. El ejército realista, en cambio, contaba con unidad de comando y era férreamente disciplinado, faena a la que se había dedicado con ahínco Goyeneche en esos meses de aparente inactividad. El germen de la derrota ya estaba sembrado según Bassi (4).
La mañana del día 19, los revolucionarios habían localizado sus fuerzas en Huaqui, Caza y Machaca y echado un puente sobre el río Desaguadero haciendo pasar una columna de 1.200 hombres con la excusa de evitar que continuasen las acciones de saqueo llevadas adelante por fuerzas realistas que cruzaban el río Desaguadero en busca de víveres, debido a que el paso no se hallaba guarnecido. Sin embargo, con este plan pretendían distraer las fuerzas de Goyeneche por el frente y flanco derecho mientras rodeaban a los realistas por la espalda mediante la comunicación establecida con este nuevo puente.
En esta situación de violación del armisticio por los patriotas y franco peligro para todas sus tropas al verse rodeado por todos los flancos, el general Goyeneche determinó el ataque directo con todo su ejército. A las 3 de la mañana del 20 de junio ordenó a los coroneles Juan Ramírez (con los batallones de los beneméritos), Pablo Astete, tenientes coroneles Luis Astete y Mariano Lechuga (con 350 efectivos de caballería y cuatro cañones) que atacaran Caza, que es una quebrada sobre el camino de Machaca con comunicación a Huaqui, mientras él se dirigía a la toma de Huaqui con los coroneles Francisco Picoaga y Fermín Piérola al mando de 300 efectivos de caballería, 40 miembros de su guardia y 6 piezas de artillería.
Al amanecer las alturas de los cerros que las tropas españolas debían conquistar estaban tomadas por gran número de independentistas, caballería y fusileros que hacían fuego sobre los españoles con acompañamiento de granadas y hondas. Sin embargo el ejército realista les puso en fuga en pocas horas.
Cuando las tropas independentistas tuvieron noticia de la aproximación de Goyeneche a Huaqui, salieron de dicha población Castelli, Balcarce y Montes de Oca al mando de 15 piezas de artillería y 2.000 hombres tomando una posición sobre el camino a Huaqui casi inexpugnable entre la laguna y los montes superiores.
Goyeneche ordenó el avance introduciéndose bajo fuego enemigo sin contestar con un fusilazo mientras el batallón del coronel Picoaga rompía el fuego, contestado por los independentistas con enorme energía. Como las tropas independentistas, al reconocer al general Goyeneche, dirigían su fuego contra él, ordenó a uno de sus edecanes que transmitiera la orden de atacar al flanco derecho de su ejército, mantuvo cubierto el camino con el batallón de Piérola y destacó tres compañías para que avanzasen dispersas por el frente mientras él, con el resto de tropa en columna atacaba por la izquierda.
La caballería argentina trató de detener el empuje pero fue arrollada y huyó, junto a todo el ejército rebelde, hacia Huaqui. Goyeneche dio orden de perseguirlos y consiguió tomar el pueblo. El coronel Ramírez comunicó poco después la victoria en Caza.
La batalla terminó en la desbandada de las tropas argentinas, con el saldo para éstas de más de mil hombres perdidos y abandono de numeroso parque y de artillería. En precipitada retirada, se refugiaron en Potosí y luego en la ciudad de Jujuy. Dice Sierra respecto a la huida:
“El desbande del ejército patriota se efectuó en el mayor desorden en todas direcciones y cometiendo toda clase de depredaciones. Castelli, Balcarce y Monteagudo pasaron la noche del veinte en Laja, de donde siguieron a Sicasica, a donde no pudieron entrar por estar alzada. Refiere Bolaños que cuando llegó a ese pueblo, a las doce de la noche, encontró en la plaza a unos quinientos hombres de tropa, que embriagados descerrajaban las puertas e insultando de todos modos al vecindario. (…). El ejército patriota se desbandó completamente. Los soldados oriundos de Salta, Santiago del Estero, Tucumán y Córdoba abandonaron las columnas llevados por el pánico de la persecución, viéndose alejados de sus lugares nativos en provincias que les eran extrañas (…). Hecho triste la retirada. En su huida los soldados cometieron robos, asesinatos, incendios, siendo atacados por los naturales”. (5)
Días después, Castelli achacaría el desastre a la infantería de La Paz, que se desarticuló casi de inmediato, dejando a Viamonte desguarnecido, entre otras excusas. Goyeneche iría por los caudales de Potosí, pero la rápida acción de Juan Martín de Pueyrredón los salvo, remitiéndolos a Salta.
Las bajas patriotas fueron más de mil hombres perdidos y abandono de numeroso parque y de artillería
Según Goyeneche: Después de tres horas de combate -casi al anochecer- los revolucionarios se dispersaron aprovechando las escabrosidades del terreno. Una fuente realista afirma que los altoperuanos en su retirada dejaron “seiscientos muertos en el campo, haciéndoles Goyeneche setenta prisioneros y cogiéndole ocho cañones (…) y una bandera”.
Por su parte, los realistas tuvieron quince muertos, siete prisioneros y un oficial contuso según lo que afirma Goyeneche. A nuestro juicio, parece que las cifras asignadas a revolucionarios y realistas, son exageradas -las primeras en más y las segundas menos- ya que, más de tres horas de combate donde se llegó al arma blanca no pueden dar una diferencia de bajas tan dispar, nada menos que quince contra seiscientos, vale decir una proporción de uno a cuarenta.
¿Por qué la magnitud de esta derrota? A priori, volvemos sobre lo citado más arriba, vale decir, la carencia de una unidad de comando efectiva que mantuviera organizado al ejército al unísono cual orquesta sinfónica. ¿Disidencias entre los mandos intermedios? ¿Tropas multitudinarias pero indisciplinadas? ¿Inactividad de Viamonte? ¿La ausencia del comandante en jefe en el campo de batalla? Para el académico de la Historia César García Belsunce fue principalmente la indisciplina de la soldadesca: “a tal punto que el ejército se evaporó después de la batalla” (6)
El historiador de larga duración, como diría la Escuela de los Annales, puede ver claramente la magnitud del desastre y el daño político causado ante el colapso de esta primera expedición al Alto Perú. La pérdida definitiva de estas antiguas provincias del Virreinato del Río de la Plata era casi inevitable. Bassi es más atrevido aún y manifiesta tranquilamente que la posterior privación de la Banda Oriental está vinculada con Huaqui en el norte. La revolución quedaba con un frente de batalla en situación inerme, pues los realistas bien podrían haber descendido hacia Salta y Tucumán y de ahí a Córdoba y quizás hasta Buenos Aires. Dada la exigüidad de los efectivos de la Revolución y ante la necesidad de disponer de fuerzas que fueran la base de la resistencia en orden de salvarla, Buenos Aires dispone el retiro del ejército sitiador de Montevideo. El frente político interno se desplomó y la Junta debió por sí misma cambiar de forma de gobierno en la forma de un triunvirato. Nacía el Primer Triunvirato, más, la Junta se mantiene como órgano moderador bajo el nombre de “Junta conservadora”. El camino del norte quedaba bloqueado definitivamente para las fuerzas revolucionarias. Sucesivas campañas militares tendrían éxitos engañosos que terminarían inexorablemente en derrotas, como verbigracia, Vilcapugio, Ayohuma o Sipe Sipe. Sólo la mente brillante estratégica del Libertador San Martín comprendería que el camino emancipador conducía hacia otro lado. Moralmente, la Revolución se hallaba en un momento de hondo dramatismo. El norte perdido, la expedición al Paraguay fracasada y las operaciones contra Montevideo suspendidas. Sumado a estos factores estructurales, debemos mencionar las conductas deplorables desde el comandante en jefe, Castelli y de sus subalternos hasta la tropa. Este y Balcarce casi son asesinados después de Huaqui en Oruro, calificados de impíos y herejes. Económicamente la campaña fue también un cataclismo, pues amén de los pertrechos perdidos (no pocos por cierto), debemos añadir los considerables tesoros que cayeron en manos de los “godos”, salvo algunos pocos rescatados por Pueyrredón.
A diferencia del ejército español, se advertía una dualidad de comando, pues no era Balcarce quien se hallaba en la cúspide de mando, sino Castelli, quien no se desprende del mando militar en ningún momento, pese a que “no dio orden alguna durante la batalla”, hecho lo cual es inadmisible. Sin embargo, de facto, tuvo Balcarce que impartir las órdenes más acuciantes para el movimiento de tropa. Reparamos, ergo, en una especie de colegialidad impensable y aberrante en la cadena de mando que debe existir en la lógica militar, “(…) el ejército patriota no fue dirigido con unidad de concepción; los comandos de división procedieron sin concierto entre si y sin que la acción del único jefe militar se dejara sentir debida y oportunamente” (7). Fue inaceptable que tanto Castelli como Balcarce no tomaran medida disciplinaria alguna en referencia a la vida licenciosa del ejército. Una vez más subrayamos esto, pues sólo las divisiones de Viamonte y Díaz Vélez podrían ser consideradas aptas para combatir. El resto era una masa informe y tosca apenas armada con chuzas o lanzas. Aunque parezca casi absurdo, en el plan patriota, el objetivo principal no era el ejército enemigo, sino las alturas de Vila-Vila, un mero objetivo táctico geográfico que solamente reportaba una posición más ventajosa y que en razón del armisticio fue dejada en manos de los españoles por la ineptitud de Castelli. Dado el tiempo otorgado a Goyeneche, ¿Se estaba en condiciones de conquistar el Perú con apenas 2500 hombres frente a un enemigo más numeroso, adiestrado, disciplinado, ordenado? Ocupar Vila-Vila sería un objetivo táctico, que vislumbraría corregir el error cometido. Expulsando al enemigo de Vila-Vila, se evitaría que éste atacara por sorpresa a Huaqui. El plan de Castelli, sólo se hubiera coronado con éxito con un factor: la sorpresa. Pero ésta fue esquiva, al ocupar el enemigo las alturas de mentas. Ni bien se movieron las divisiones Viamonte y Díaz Vélez los realistas las advirtieron. También el “dispositivo de avance” fue improcedente, pues el ejército revolucionario se encontraba fragmentado, lo que permitió a los realistas “batirlos por partes”, además de no ocupar la quebrada que intercomunicaría a las columnas patriotas, causando ello la división irremisible de éstas. En lo concerniente a la “exploración”, podemos decir que fue ineficaz en ambos bandos. Ninguno de los ejércitos enviaron partidas de reconocimientos que son imprescindibles para proyectar cualquier ataque. Del lado godo, pese al éxito rotundo logrado, se comete el grave error de no buscar la persecución a fondo y aniquilamiento del adversario.
Para finalizar dejaremos a Bassi cerrar este breve escrito:
“El resultado de la batalla de Huaqui, no es sino la consecuencia a que siempre ha de estar expuesto un ejército poco disciplinado, mal instruido y sin una dirección única, capaz y decidida” (8).
Los historiadores civiles posteriores han coincidido plenamente con estas apreciaciones vertidas.
(1) José María. Rosa – Historia Argentina; la Revolución (1806 – 1812). Buenos Aires, Oriente, 1982, T 2. Parte III, Cap. 8 “La revolución en el interior”, página 242.
(2) Juan Carlos Bassi – La expedición libertadora al Alto Perú, Buenos Aires, 1961.
(3) “Pero hay otro modo de engañar con palabras o con obras; consiste en no dar a conocer nuestro propósito o nuestra intención. Esto no tenemos obligación de hacerlo, ya que, incluso en la doctrina sagrada, hay muchas cosas que es necesario ocultar, sobre todo a los infieles, siguiendo lo que leemos en la Escritura: ‘No echéis lo santo a los perros’ (Mt 7,6)”.
(4) Juan Carlos Bassi – La expedición libertadora al Alto Perú, Buenos Aires, 1961, v. 5, página 178.
(5) Vicente D. Sierra – Historia de la Argentina; los primeros gobiernos patrios (1810 – 1813). Buenos Aires, Garriga, 1973, v. 5, página 396. Algunos futuros caudillos recibieron un duro golpe en esta batalla. Tal es el caso del santiagueño Juan Felipe Ibarra, quien se vio desprestigiado y manchado con la deshonra de la cobardía por deserción en el campo de batalla, a causa de un informe redactado por Viamonte “a los ponchazos”: “A pesar de que todo parece estar claro, como realmente lo está, sobre la conducta de Ibarra en el desastre de Huaqui, la inclusión de su nombre en una lista que Viamonte redacta sin tener aún información veraz y clara, ha servido y continúa sirviendo para que el futuro caudillo santiagueño reciba el calificativo de desertor y de cobarde”, Newton, Jorge. Juan Felipe Ibarra; el caudillo de la selva. Buenos Aires, Plus Ultra, 1973. (Colección: Los caudillos, 2° serie), Cap. 4 “Los comienzos de un soldado”, página 17.
(6) Carlos Floria – César A. García Belsunce. Historia de los argentinos. Madrid, Círculo de Lectores, 1985, T. I, página 362.-
(7) Carlos Bassi – La expedición libertadora al Alto Perú, Buenos Aires, 1961, v. 5, página 184.
(8) Carlos Bassi – La expedición libertadora al Alto Perú, Buenos Aires, 1961, v. 5, página 187.
Portal www.revisionistas.com.ar
Vai, Jorge; Maratea, Vladimiro y Turone, Oscar A. – Primera expedición libertadora al Alto Perú – Escuela Superior de Guerra – Buenos Aires (2010).
Batalla de Huaqui - 20 de Junio de 1811
Luego del triunfo de Suipacha, del 7 de noviembre de 1810, las fuerzas de Buenos Aires habían cumplido el objetivo estratégico de ocupar ciertamente el Alto Perú. Pero, el interrogante que se planteaba ahora era saber qué hacer con este triunfo. Castelli, a diferencia de Moreno, no creía que la Patria terminara en el Desaguadero. José María Rosa nos transmite las angustiosas palabras de Castelli al respecto:
“…que la gloria emprendedora de la capital se sentará en el virreinato de Lima para confundir el orgullo de sus habitantes… estimo muy importante y necesario que nuestras armas se adelanten al Desaguadero… no conviene dejar enfriar el calor de nuestra gente… Estamos muy cerca, y nada falta para realizarlo sino la resolución de V. E. …”. (1)
Pero Castelli debe atenerse a las “Instrucciones” ordenadas desde Buenos Aires. El “terror” cobra las vidas de Córdova, Nieto y Paula Sanz. Asimismo, el ejército es muy bien recibido en Potosí, Charcas y en La Paz. Finalmente se dirige a Laja, junto al Desaguadero. Ahí debe contentarse con observar pasivamente cómo Goyeneche prepara las fuerzas peruanas. El grave error estratégico estaba sellado… Sin embargo hemos de destacar que otro error cometido por la Junta porteña es haber nombrado jefe militar operativo al Dr. Juan José Castelli. Dice Bassi:
“Los patriotas continuaron en el campamento de Huaqui, como en el de la Laja, descuidando la instrucción y disciplina de las tropas y llevando una vida irregular bajo el amparo de Castelli. En medio de este desorden, agentes del enemigo entraban con facilidad en el campamento, llevando al comando español toda clase de informaciones respecto a lo que hacían y proyectaban los patriotas”. (2)
Según parece Castelli pasó por alto groseramente los comentarios de Santo Tomás de Aquino, quien en su “Summa Teológica”, Parte II, Sección II, cuestión (3), advertía sobre la ocultación de los planes de guerra.
Más aún, entre los patriotas se habían formado dos bandos: uno de ellos respondía a Castelli y Balcarce y el otro a Viamonte, quien a su vez contaba con el apoyo del gobierno.
El 16 de Mayo de 1811, se había firmado el “armisticio del Desaguadero”, un notorio fiasco pues sólo consiguió darle el tiempo suficiente a Goyeneche para preparar la contraofensiva. Sumados los siguientes elementos nada desdeñables: el ejército patriota indisciplinado y con el comando dividido en facciones. El ejército realista, en cambio, contaba con unidad de comando y era férreamente disciplinado, faena a la que se había dedicado con ahínco Goyeneche en esos meses de aparente inactividad. El germen de la derrota ya estaba sembrado según Bassi (4).
La mañana del día 19, los revolucionarios habían localizado sus fuerzas en Huaqui, Caza y Machaca y echado un puente sobre el río Desaguadero haciendo pasar una columna de 1.200 hombres con la excusa de evitar que continuasen las acciones de saqueo llevadas adelante por fuerzas realistas que cruzaban el río Desaguadero en busca de víveres, debido a que el paso no se hallaba guarnecido. Sin embargo, con este plan pretendían distraer las fuerzas de Goyeneche por el frente y flanco derecho mientras rodeaban a los realistas por la espalda mediante la comunicación establecida con este nuevo puente.
En esta situación de violación del armisticio por los patriotas y franco peligro para todas sus tropas al verse rodeado por todos los flancos, el general Goyeneche determinó el ataque directo con todo su ejército. A las 3 de la mañana del 20 de junio ordenó a los coroneles Juan Ramírez (con los batallones de los beneméritos), Pablo Astete, tenientes coroneles Luis Astete y Mariano Lechuga (con 350 efectivos de caballería y cuatro cañones) que atacaran Caza, que es una quebrada sobre el camino de Machaca con comunicación a Huaqui, mientras él se dirigía a la toma de Huaqui con los coroneles Francisco Picoaga y Fermín Piérola al mando de 300 efectivos de caballería, 40 miembros de su guardia y 6 piezas de artillería.
Al amanecer las alturas de los cerros que las tropas españolas debían conquistar estaban tomadas por gran número de independentistas, caballería y fusileros que hacían fuego sobre los españoles con acompañamiento de granadas y hondas. Sin embargo el ejército realista les puso en fuga en pocas horas.
Cuando las tropas independentistas tuvieron noticia de la aproximación de Goyeneche a Huaqui, salieron de dicha población Castelli, Balcarce y Montes de Oca al mando de 15 piezas de artillería y 2.000 hombres tomando una posición sobre el camino a Huaqui casi inexpugnable entre la laguna y los montes superiores.
Goyeneche ordenó el avance introduciéndose bajo fuego enemigo sin contestar con un fusilazo mientras el batallón del coronel Picoaga rompía el fuego, contestado por los independentistas con enorme energía. Como las tropas independentistas, al reconocer al general Goyeneche, dirigían su fuego contra él, ordenó a uno de sus edecanes que transmitiera la orden de atacar al flanco derecho de su ejército, mantuvo cubierto el camino con el batallón de Piérola y destacó tres compañías para que avanzasen dispersas por el frente mientras él, con el resto de tropa en columna atacaba por la izquierda.
La caballería argentina trató de detener el empuje pero fue arrollada y huyó, junto a todo el ejército rebelde, hacia Huaqui. Goyeneche dio orden de perseguirlos y consiguió tomar el pueblo. El coronel Ramírez comunicó poco después la victoria en Caza.
La batalla terminó en la desbandada de las tropas argentinas, con el saldo para éstas de más de mil hombres perdidos y abandono de numeroso parque y de artillería. En precipitada retirada, se refugiaron en Potosí y luego en la ciudad de Jujuy. Dice Sierra respecto a la huida:
“El desbande del ejército patriota se efectuó en el mayor desorden en todas direcciones y cometiendo toda clase de depredaciones. Castelli, Balcarce y Monteagudo pasaron la noche del veinte en Laja, de donde siguieron a Sicasica, a donde no pudieron entrar por estar alzada. Refiere Bolaños que cuando llegó a ese pueblo, a las doce de la noche, encontró en la plaza a unos quinientos hombres de tropa, que embriagados descerrajaban las puertas e insultando de todos modos al vecindario. (…). El ejército patriota se desbandó completamente. Los soldados oriundos de Salta, Santiago del Estero, Tucumán y Córdoba abandonaron las columnas llevados por el pánico de la persecución, viéndose alejados de sus lugares nativos en provincias que les eran extrañas (…). Hecho triste la retirada. En su huida los soldados cometieron robos, asesinatos, incendios, siendo atacados por los naturales”. (5)
Días después, Castelli achacaría el desastre a la infantería de La Paz, que se desarticuló casi de inmediato, dejando a Viamonte desguarnecido, entre otras excusas. Goyeneche iría por los caudales de Potosí, pero la rápida acción de Juan Martín de Pueyrredón los salvo, remitiéndolos a Salta.
Las bajas patriotas fueron más de mil hombres perdidos y abandono de numeroso parque y de artillería
Según Goyeneche: Después de tres horas de combate -casi al anochecer- los revolucionarios se dispersaron aprovechando las escabrosidades del terreno. Una fuente realista afirma que los altoperuanos en su retirada dejaron “seiscientos muertos en el campo, haciéndoles Goyeneche setenta prisioneros y cogiéndole ocho cañones (…) y una bandera”.
Por su parte, los realistas tuvieron quince muertos, siete prisioneros y un oficial contuso según lo que afirma Goyeneche. A nuestro juicio, parece que las cifras asignadas a revolucionarios y realistas, son exageradas -las primeras en más y las segundas menos- ya que, más de tres horas de combate donde se llegó al arma blanca no pueden dar una diferencia de bajas tan dispar, nada menos que quince contra seiscientos, vale decir una proporción de uno a cuarenta.
Algunas consideraciones
¿Por qué la magnitud de esta derrota? A priori, volvemos sobre lo citado más arriba, vale decir, la carencia de una unidad de comando efectiva que mantuviera organizado al ejército al unísono cual orquesta sinfónica. ¿Disidencias entre los mandos intermedios? ¿Tropas multitudinarias pero indisciplinadas? ¿Inactividad de Viamonte? ¿La ausencia del comandante en jefe en el campo de batalla? Para el académico de la Historia César García Belsunce fue principalmente la indisciplina de la soldadesca: “a tal punto que el ejército se evaporó después de la batalla” (6)
Análisis político de la batalla
El historiador de larga duración, como diría la Escuela de los Annales, puede ver claramente la magnitud del desastre y el daño político causado ante el colapso de esta primera expedición al Alto Perú. La pérdida definitiva de estas antiguas provincias del Virreinato del Río de la Plata era casi inevitable. Bassi es más atrevido aún y manifiesta tranquilamente que la posterior privación de la Banda Oriental está vinculada con Huaqui en el norte. La revolución quedaba con un frente de batalla en situación inerme, pues los realistas bien podrían haber descendido hacia Salta y Tucumán y de ahí a Córdoba y quizás hasta Buenos Aires. Dada la exigüidad de los efectivos de la Revolución y ante la necesidad de disponer de fuerzas que fueran la base de la resistencia en orden de salvarla, Buenos Aires dispone el retiro del ejército sitiador de Montevideo. El frente político interno se desplomó y la Junta debió por sí misma cambiar de forma de gobierno en la forma de un triunvirato. Nacía el Primer Triunvirato, más, la Junta se mantiene como órgano moderador bajo el nombre de “Junta conservadora”. El camino del norte quedaba bloqueado definitivamente para las fuerzas revolucionarias. Sucesivas campañas militares tendrían éxitos engañosos que terminarían inexorablemente en derrotas, como verbigracia, Vilcapugio, Ayohuma o Sipe Sipe. Sólo la mente brillante estratégica del Libertador San Martín comprendería que el camino emancipador conducía hacia otro lado. Moralmente, la Revolución se hallaba en un momento de hondo dramatismo. El norte perdido, la expedición al Paraguay fracasada y las operaciones contra Montevideo suspendidas. Sumado a estos factores estructurales, debemos mencionar las conductas deplorables desde el comandante en jefe, Castelli y de sus subalternos hasta la tropa. Este y Balcarce casi son asesinados después de Huaqui en Oruro, calificados de impíos y herejes. Económicamente la campaña fue también un cataclismo, pues amén de los pertrechos perdidos (no pocos por cierto), debemos añadir los considerables tesoros que cayeron en manos de los “godos”, salvo algunos pocos rescatados por Pueyrredón.
Análisis militar
A diferencia del ejército español, se advertía una dualidad de comando, pues no era Balcarce quien se hallaba en la cúspide de mando, sino Castelli, quien no se desprende del mando militar en ningún momento, pese a que “no dio orden alguna durante la batalla”, hecho lo cual es inadmisible. Sin embargo, de facto, tuvo Balcarce que impartir las órdenes más acuciantes para el movimiento de tropa. Reparamos, ergo, en una especie de colegialidad impensable y aberrante en la cadena de mando que debe existir en la lógica militar, “(…) el ejército patriota no fue dirigido con unidad de concepción; los comandos de división procedieron sin concierto entre si y sin que la acción del único jefe militar se dejara sentir debida y oportunamente” (7). Fue inaceptable que tanto Castelli como Balcarce no tomaran medida disciplinaria alguna en referencia a la vida licenciosa del ejército. Una vez más subrayamos esto, pues sólo las divisiones de Viamonte y Díaz Vélez podrían ser consideradas aptas para combatir. El resto era una masa informe y tosca apenas armada con chuzas o lanzas. Aunque parezca casi absurdo, en el plan patriota, el objetivo principal no era el ejército enemigo, sino las alturas de Vila-Vila, un mero objetivo táctico geográfico que solamente reportaba una posición más ventajosa y que en razón del armisticio fue dejada en manos de los españoles por la ineptitud de Castelli. Dado el tiempo otorgado a Goyeneche, ¿Se estaba en condiciones de conquistar el Perú con apenas 2500 hombres frente a un enemigo más numeroso, adiestrado, disciplinado, ordenado? Ocupar Vila-Vila sería un objetivo táctico, que vislumbraría corregir el error cometido. Expulsando al enemigo de Vila-Vila, se evitaría que éste atacara por sorpresa a Huaqui. El plan de Castelli, sólo se hubiera coronado con éxito con un factor: la sorpresa. Pero ésta fue esquiva, al ocupar el enemigo las alturas de mentas. Ni bien se movieron las divisiones Viamonte y Díaz Vélez los realistas las advirtieron. También el “dispositivo de avance” fue improcedente, pues el ejército revolucionario se encontraba fragmentado, lo que permitió a los realistas “batirlos por partes”, además de no ocupar la quebrada que intercomunicaría a las columnas patriotas, causando ello la división irremisible de éstas. En lo concerniente a la “exploración”, podemos decir que fue ineficaz en ambos bandos. Ninguno de los ejércitos enviaron partidas de reconocimientos que son imprescindibles para proyectar cualquier ataque. Del lado godo, pese al éxito rotundo logrado, se comete el grave error de no buscar la persecución a fondo y aniquilamiento del adversario.
Para finalizar dejaremos a Bassi cerrar este breve escrito:
“El resultado de la batalla de Huaqui, no es sino la consecuencia a que siempre ha de estar expuesto un ejército poco disciplinado, mal instruido y sin una dirección única, capaz y decidida” (8).
Los historiadores civiles posteriores han coincidido plenamente con estas apreciaciones vertidas.
Referencias
(1) José María. Rosa – Historia Argentina; la Revolución (1806 – 1812). Buenos Aires, Oriente, 1982, T 2. Parte III, Cap. 8 “La revolución en el interior”, página 242.
(2) Juan Carlos Bassi – La expedición libertadora al Alto Perú, Buenos Aires, 1961.
(3) “Pero hay otro modo de engañar con palabras o con obras; consiste en no dar a conocer nuestro propósito o nuestra intención. Esto no tenemos obligación de hacerlo, ya que, incluso en la doctrina sagrada, hay muchas cosas que es necesario ocultar, sobre todo a los infieles, siguiendo lo que leemos en la Escritura: ‘No echéis lo santo a los perros’ (Mt 7,6)”.
(4) Juan Carlos Bassi – La expedición libertadora al Alto Perú, Buenos Aires, 1961, v. 5, página 178.
(5) Vicente D. Sierra – Historia de la Argentina; los primeros gobiernos patrios (1810 – 1813). Buenos Aires, Garriga, 1973, v. 5, página 396. Algunos futuros caudillos recibieron un duro golpe en esta batalla. Tal es el caso del santiagueño Juan Felipe Ibarra, quien se vio desprestigiado y manchado con la deshonra de la cobardía por deserción en el campo de batalla, a causa de un informe redactado por Viamonte “a los ponchazos”: “A pesar de que todo parece estar claro, como realmente lo está, sobre la conducta de Ibarra en el desastre de Huaqui, la inclusión de su nombre en una lista que Viamonte redacta sin tener aún información veraz y clara, ha servido y continúa sirviendo para que el futuro caudillo santiagueño reciba el calificativo de desertor y de cobarde”, Newton, Jorge. Juan Felipe Ibarra; el caudillo de la selva. Buenos Aires, Plus Ultra, 1973. (Colección: Los caudillos, 2° serie), Cap. 4 “Los comienzos de un soldado”, página 17.
(6) Carlos Floria – César A. García Belsunce. Historia de los argentinos. Madrid, Círculo de Lectores, 1985, T. I, página 362.-
(7) Carlos Bassi – La expedición libertadora al Alto Perú, Buenos Aires, 1961, v. 5, página 184.
(8) Carlos Bassi – La expedición libertadora al Alto Perú, Buenos Aires, 1961, v. 5, página 187.
Fuente
Portal www.revisionistas.com.ar
Vai, Jorge; Maratea, Vladimiro y Turone, Oscar A. – Primera expedición libertadora al Alto Perú – Escuela Superior de Guerra – Buenos Aires (2010).
sábado, 14 de marzo de 2015
Conquista del Oeste: Jerónimo
Ni era jefe ni se llamaba Jerónimo
Javier Sanz - Historias de la Historia
Era indio, eso sí, más concretamente un chamán de los llamados apaches del Oeste o chiricahuas. Su verdadero nombre era Goyahkla (o Goyaleé) y nació en Arizona en 1829, aunque poco se sabe de él hasta 1858, año en el que un suceso trágico le marca irreversiblemente. Junto con un grupo de chiricahuas y sus familias, Goyahkla y los suyos salen del poblado hacia los asentamientos militares mexicanos cercanos a Sonora para comerciar de manera pacífica con los colonos allí asentados. Durante la ausencia de los hombres un grupo de militares mexicanos realiza una sangrienta incursión en el campamento apache, asesinando a cuantas mujeres, niños y ancianos encuentran a su paso. En la masacre, Goyahkla pierde a su madre, a su esposa y a sus tres hijos, por lo que no resulta extraño que ese mismo día jure venganza, ni que comience a oír a los espíritus pidiéndole que no deje sin castigo semejante atrocidad.
Y eso hace. Goyahkla se convierte en leyenda tras infinidad de fugas imposibles, ataques y sabotajes perpetrados contra el ejército de México y los colonos mexicanos del norte de Arizona, a quienes aterroriza siempre que puede. Son muchas las veces que le hieren, casi tantas como las que las brigadas encargadas de darle caza le dan por muerto, pero siempre sobrevive, siempre se recupera para volver a escapar de quien quiere echarle de su tierra. Es en esta época cuando empieza a conocérsele por el sobrenombre de Jerónimo, puede que debido a los gritos de los mexicanos invocando a su patrón, San Jerónimo, mientras huyen de los ataques del indio.
Pese a su condición de leyenda y líder militar, Goyahkla/Jerónimo no llegó a ser jefe de los apaches. Fue, eso sí, un respetado chamán al que se le atribuyeron poderes de adivinación, clarividencia e interpretación de los signos de la Naturaleza. Él mismo llegó a afirmar que no existía una bala capaz de matarle, así que es posible que tanto apaches como mexicanos llegasen a dudar de su condición de simple mortal. En 1876 el gobierno de los Estados unidos, tratando de solucionar los problemas causados por los indios, decide civilizar a los apaches trasladándolos de una reserva a otra entre Arizona y Nuevo México. Como cabía esperar, Jerónimo (vamos a llamarle por su apodo) no se muestra dócil a la política del ejército norteamericano y protagoniza otra década de fugas y persecuciones dignas de la mejor película de acción. Una y otra vez le atrapan y una y otra vez se escapa en las mismas narices de los soldados, convirtiéndose en un auténtico quebradero de cabeza para el todopoderoso ejército de los Estados Unidos. Llegan a perseguirle hasta 5000 soldados norteamericanos y 3000 mexicanos, y los periódicos le convierten en el villano más temible y detestable de la nación.
Durante una de estas persecuciones, Jerónimo y sus hombres consiguen tender una emboscada a la patrulla del ejército americano que les persigue. En la refriega mueren varios de los guerreros más cercanos a él, abatidos por el Lugarteniente Marion P. Maus, quien yerra el tiro al disparar contra Jerónimo pero consigue cegarle temporalmente a causa del polvo levantado por la bala al impactar contra una roca. El indio “inmortal” consigue salvarse de nuevo, para desesperación de Maus y sus hombres. No obstante, días después su General recibe una carta firmada por el mismo Jerónimo en la que alaba la valentía y el arrojo de Maus y recomienda su condecoración.
Tras varias rendiciones y nuevas fugas, en 1886 se rinde junto con 450 apaches (hombres, mujeres y niños), y todos son trasladados a una reserva en Florida, donde se convierten en granjeros a la fuerza. Un año después, se les traslada a Alabama, donde casi la cuarta parte de ellos muere de tuberculosis. Más tarde, se les reubica en la reserva de Fort Sill, en Oklahoma, donde Jerónimo se convierte al cristianismo, dicta su autobiografía y llega a plantarse en la Casa Blanca con su caballo para pedir al presidente Roosevelt que devuelva a su pueblo a Arizona. Nunca regresan a su tierra. El indio inmortal acaba sus días en Oklahoma con más de 80 años, tras caerse de su caballo y pasar la noche en una zanja a la intemperie.
Colaboración de Marta Currás.
Javier Sanz - Historias de la Historia
Era indio, eso sí, más concretamente un chamán de los llamados apaches del Oeste o chiricahuas. Su verdadero nombre era Goyahkla (o Goyaleé) y nació en Arizona en 1829, aunque poco se sabe de él hasta 1858, año en el que un suceso trágico le marca irreversiblemente. Junto con un grupo de chiricahuas y sus familias, Goyahkla y los suyos salen del poblado hacia los asentamientos militares mexicanos cercanos a Sonora para comerciar de manera pacífica con los colonos allí asentados. Durante la ausencia de los hombres un grupo de militares mexicanos realiza una sangrienta incursión en el campamento apache, asesinando a cuantas mujeres, niños y ancianos encuentran a su paso. En la masacre, Goyahkla pierde a su madre, a su esposa y a sus tres hijos, por lo que no resulta extraño que ese mismo día jure venganza, ni que comience a oír a los espíritus pidiéndole que no deje sin castigo semejante atrocidad.
Y eso hace. Goyahkla se convierte en leyenda tras infinidad de fugas imposibles, ataques y sabotajes perpetrados contra el ejército de México y los colonos mexicanos del norte de Arizona, a quienes aterroriza siempre que puede. Son muchas las veces que le hieren, casi tantas como las que las brigadas encargadas de darle caza le dan por muerto, pero siempre sobrevive, siempre se recupera para volver a escapar de quien quiere echarle de su tierra. Es en esta época cuando empieza a conocérsele por el sobrenombre de Jerónimo, puede que debido a los gritos de los mexicanos invocando a su patrón, San Jerónimo, mientras huyen de los ataques del indio.
Pese a su condición de leyenda y líder militar, Goyahkla/Jerónimo no llegó a ser jefe de los apaches. Fue, eso sí, un respetado chamán al que se le atribuyeron poderes de adivinación, clarividencia e interpretación de los signos de la Naturaleza. Él mismo llegó a afirmar que no existía una bala capaz de matarle, así que es posible que tanto apaches como mexicanos llegasen a dudar de su condición de simple mortal. En 1876 el gobierno de los Estados unidos, tratando de solucionar los problemas causados por los indios, decide civilizar a los apaches trasladándolos de una reserva a otra entre Arizona y Nuevo México. Como cabía esperar, Jerónimo (vamos a llamarle por su apodo) no se muestra dócil a la política del ejército norteamericano y protagoniza otra década de fugas y persecuciones dignas de la mejor película de acción. Una y otra vez le atrapan y una y otra vez se escapa en las mismas narices de los soldados, convirtiéndose en un auténtico quebradero de cabeza para el todopoderoso ejército de los Estados Unidos. Llegan a perseguirle hasta 5000 soldados norteamericanos y 3000 mexicanos, y los periódicos le convierten en el villano más temible y detestable de la nación.
Durante una de estas persecuciones, Jerónimo y sus hombres consiguen tender una emboscada a la patrulla del ejército americano que les persigue. En la refriega mueren varios de los guerreros más cercanos a él, abatidos por el Lugarteniente Marion P. Maus, quien yerra el tiro al disparar contra Jerónimo pero consigue cegarle temporalmente a causa del polvo levantado por la bala al impactar contra una roca. El indio “inmortal” consigue salvarse de nuevo, para desesperación de Maus y sus hombres. No obstante, días después su General recibe una carta firmada por el mismo Jerónimo en la que alaba la valentía y el arrojo de Maus y recomienda su condecoración.
Tras varias rendiciones y nuevas fugas, en 1886 se rinde junto con 450 apaches (hombres, mujeres y niños), y todos son trasladados a una reserva en Florida, donde se convierten en granjeros a la fuerza. Un año después, se les traslada a Alabama, donde casi la cuarta parte de ellos muere de tuberculosis. Más tarde, se les reubica en la reserva de Fort Sill, en Oklahoma, donde Jerónimo se convierte al cristianismo, dicta su autobiografía y llega a plantarse en la Casa Blanca con su caballo para pedir al presidente Roosevelt que devuelva a su pueblo a Arizona. Nunca regresan a su tierra. El indio inmortal acaba sus días en Oklahoma con más de 80 años, tras caerse de su caballo y pasar la noche en una zanja a la intemperie.
Colaboración de Marta Currás.
viernes, 13 de marzo de 2015
Conquista del desierto: Batalla de Las Acollaradas (1827)
Batalla de Las Acollaradas
Gral. José Ruiz Huidobro (1802-1842)
En las primeras décadas del siglo pasado, los gobiernos de San Luis hicieron todo lo posible por amortiguar los efectos producidos por la terrorífica fama del indio, que angustiaba a los pueblos del interior de la provincia. Se concluyeron tratados de paz con los principales caciques; se establecieron nuevos fuertes avanzando la línea de las fronteras y durante un tiempo hubo intercambio de emisarios que venían de las tolderías o que iban a ellas en misión de paz y amistad, realizando al mismo tiempo algún intercambio comercial.
Con todo, 1827 fue el año de alarma pues se tuvo noticias de que en el desierto se preparaban nuevas empresas de asolamiento, a las que no eran ajenos algunos cristianos complicados con los indios de éste y del otro lado de la cordillera y en las que participarían bandidos de negra fama, como los cuatro hermanos Pincheira (Antonio, Pablo, Santos y José Antonio), cuyos instintos de rapiña y sangre superaban a los de los más brutales hijos del desierto. (1)
También se supo que Painé, gran cacique de Leuvucó y sus sanguinarios capitanejos aliados con los del implacable araucano Yanquetruz, serían los conductores de las proximidades de las próximas invasiones.
Conocidos estos pormenores y considerando la impiedad con que actuaban los agresivos caudillos máximos de las legiones invasoras, un hálito de pavor e impotencia sacudió la fibra de los gobernantes y del pueblo de San Luis, que hasta ese instante no vislumbraban la más pálida ilusión de paz y seguridad.
La sola mención de los nombres de Painé, Yanquetruz, Baigorrita, Epugner Rosas, Pichón y otros tantos especímenes del hampa selvática, o de los Pincheira, Puebla, Carmona, Besoain, Salvo y otros bribones de su estirpe, cuya deshumanizada crueldad era proverbial, ponía los pelos de punta y la piel de gallina a todo el mundo inclusive a los que llegado el caso eran capaces de luchar con una bravura y coraje que los hacían dignos del mayor respeto y admiración.
Las noticias alarmantes; las reuniones para discutir medidas defensivas; los preparativos y los sondeos llevados a cabo con más o menos ingenio de uno y otro lado; las decisiones del gobierno, todo generaba una atmósfera saturada de signos de desconfianzas y alarmas, agravadas por las tremendas imprudencias, como aquellas expediciones de Anzorena y los hermanos Lucero que dieron lugar a la siniestra venganza que los salvajes llevaron a cabo en la Laguna del Chañar o como la inexplicable derrota sufrida por la fuerzas interprovinciales en las cercanías del Morro.
Así llego a las vísperas de 1833, época en la que los malones menudeaban en una extensa zona de la provincia. Los indios atacaban con la mayor impunidad a los vecindarios que no podían ser socorridos porque las fuerzas se agotaban en marchas y contramarchas sin poder reprimir ni escarmentar a los innumerables guerreros cobrizos que actuaban simultáneamente en distintos lugares.
No era diferente la situación que soportaban otras provincias; la movilización de las confederaciones indígenas abarcaba en esos momentos desde los contrafuertes cordilleranos hasta el corazón del país, sin que quedase libre de sus depresiones el centro y sur de la provincia de Buenos Aires.
En tan graves circunstancias los gobiernos de Mendoza, San Juan, Córdoba y Buenos Aires, se dirigieron al de San Luis con alentadoras promesas y ofrecimientos (2) referidos a la campaña de 1833, en la cual la Pampa Central y San Luis serían campo de acción de la División del Centro comandada por el general José Ruiz Huidobro (3), sobre quien Facundo Quiroga había de volcar después este juicio harto despectivo: “¿Qué caballos van a bastar para un General que viaja, y expediciona en galera?…¡Generales de papel, a la moda, a la extranjera!”. (4)
Pese a las catilinarias del jefe nominal de la División del Centro (5), el aporte puntano fue de 115 fusileros, 128 dragones y 19 artilleros que integraron el escuadrón “Dragones de la Unión” a las ordenes del valiente capitán Prudencio Torres, el mismo que dos años antes, en marzo de 1831, había mancillado su honor militar con la traición de Río IV (6), mancha de la que jamás pudo rehabilitarse aunque en más de una oportunidad volvió a destacarse por su valor y heroísmo.
La división del centro compuesta, además de las fuerzas puntanas, por el Regimiento de Auxiliares de los Andes de Buenos Aires al mando del bravo coronel Pantaleón Argañaraz, por el batallón de Defensores de Mendoza a cuyo frente se encontraba el coronel Lorenzo Barcala y por el regimiento de Dragones Confederados de Córdoba, al mando del aguerrido coronel Francisco Reynafé, a mediados de febrero se movió desde el fuerte San Carlos de Mendoza, buscando camino que debía conducirlo al corazón del imperio ranquelino asentado sobre los campos de Leuvucó, Poitahué y Trenel. (7)
El 16 de marzo los expedicionarios se enfrentaron, al sud de las lagunas Las Acollaradas, con los lanceros indígenas que conducían al campo de batalla los poderosos caciques Yanquetruz, Painé, los tres hijos de éste, Pichín, Pailla y Rulco, Eglans y Calquín. Los caudillos indígenas habían resuelto salir al encuentro del ejército expedicionario, decisión que demostraba la importancia que asignaban a la expedición cristiana y las ventajas que se proponían sacar del encuentro eligiendo el terreno en que querían maniobrar y alineando mil de sus mejores lanceros cuidadosamente escogidos y guiados por sus más hábiles y aguerridos jefes.
“Junto a dos lagunas próximas entre sí -comenta Franco- llamadas Las Acollarada, tuvo lugar un entrevero que resultó más largo y sangriento que una batalla y quedó sin decidirse a favor de nadie. La verdad es que el encuentro de Las Acollaradas fue muy duro para los indios y no demostró, ni mucho menos, que Huidobro fuese más inepto que las docenas de jefes que antes y después de él salieron malparados ante las lanzas emplumadas”. “Por otro lado, si bien es cierto que el comandante Delgado, por orden de Rosas, invadió las tierras ranquelinas, también lo es que no logro estrecharle el cerco ni menos la mano al más difícil de los caciques…” “…y al año siguiente Yanquetruz llevaba sobre los pueblos de San Luis la más araucana de las invasiones”.
Ahí se realizó unos de los encuentros más sangrientos entre los librados en la tenaz lid con los indios, cuya fama de guerreros indomables quedó confirmada una vez más como lo fue la de los valientes saldados de la civilización.
Duro fue el trance. Durante seis horas los bárbaros llevaron carga tras carga sobre los regimientos de los cristianos obligándolos a echar pie tierra y a recurrir a todas las reservas para evitar la derrota. Barcala, Argañaraz, Torres y Reynafé lucharon con coraje inaudito y el mismo Ruiz Huidobro demostró que el amaneramiento de sus refinadas costumbres (8), no era incompatible con el coraje y valor con el que era capaz de conducirse frente al peligro. A su golpe de vista y a su decidida acción se debió la derrota de los adalides ranqueles y sus pujantes legiones. (9)
En el terreno de la lucha, certificando el bravío encuentro, quedaron ciento sesenta cadáveres e innumerables heridos del bando aborigen y entre ellos los de los tres hijos de Yanquetruz: los cristianos sufrieron cincuenta y una bajas entre muertos y heridos. Los indios se retiraron pero no vencidos.
Los expedicionarios, faltos de medios de movilidad y de alimentos, emprendieron el camino de retorno sin haber cumplido su objetivo de ocupación del desierto, en el que a poco andar se perfilarían de nuevo las hercúleas y endemoniadas siluetas de Yanquetruz, Painé y sus capitanejos aterrando a los pueblos que se habían alucinado con el triunfo de Las Acollaradas, pensando que el horizonte estaba definitivamente despejado. En cambio, la cruel realidad les haría ver que aquel no era más que uno de los eslabones de la larga cadena forjada con el sacrificio y la sangre de los hijos de Cuyo.
(1) Don Régulo Martínez en carta dirigida al general Mitre el 18 de noviembre de 1864, entre otras cosas le decía: “He sido compañero de viaje del sargento Luengo quien en el momento que teníamos los indios a la vista me decía: “Yo no me aflijo porque no será extraño que entre esos indios venga alguno de los nuestros, de los doscientos que allí tenemos”. (Archivo Mitre, tomo XXIV, página 198).
(2) El doctor Alfonso G. Hernández, asigna a San Luis la iniciativa de la expedición de la División del Centro y recuerda el convenio efectuado entre Mendoza y San Juan que ha comunicado al gobierno de San Luis informándole entre otras cosas que “han encomendado la guerra contra los salvajes del sud, al hijo de la victoria, al Excmo. Brigadier General Don Juan Facundo Quiroga, encargándole la invitación a la demás provincias y sometiendo sin reservas los recursos con que cuentan y que le facilitan hasta tocar la línea de lo imposible”. (Anales del 1er Congreso de Historia de Cuyo, año 1938, tomo VIII, página 237).
(3) El ala derecha actuaría bajo las órdenes del general José Félix Aldao y la izquierda bajo el mando personal del general Juan Manuel de Rosas.
(4)Llevaba en esa campaña todo el lujo y fausto de un general francés del Imperio. Viajaba en galera, con grandes equipajes para el guardarropa, cocina, etc., etc. Su secretario en campaña entonces, Don Jacinto Ferreyra, nos contaba a su regreso, como una muestra de ese exceso de afeminado refinamiento, que el dicho general mudábase todos los días, y llevaba a la mano pañuelo de batista. Sus comidas eran verdaderos banquetes cotidianos. Lo seguían hasta allí, los que componían su cohorte de placer, el poeta don Carmen José Domínguez, sanjuanino, el músico Arizaga y algunos bufones”. (Damián Hudson: “Recuerdos históricos sobre la provincia de Cuyo”, tomo II, página 359).
(5) Facundo remitió una áspera e intemperante nota al gobierno de San Luis, la que se ha
publicado en el libro “La guerra con el indio en la jurisdicción de San Luis”, página 393, y cuyo original se encuentra en el archivo particular del señor Antonio Santamarina.
(6) Prudencio Torres: Guerrero de constitución hercúlea y mentalidad paradojal. En su vida aparecen los gestos que lo destacan por su heroísmo y los que lo denigran por su vileza. En Maipú salvó la vida del coronel Zapiola exponiendo su propia vida. Hizo las campañas de Chile, Perú y Brasil en las que conquistó legítimos laureles. Combatió a las órdenes de San Martín, Suárez, Paz, Pringles y Lavalle. Enrolado en las filas de Rosas lo traicionó pasándose a los unitarios a los que traicionó defeccionando de los defensores de Río IV, para ponerse al servicio de Facundo Quiroga que pudo por esta repugnante acción apoderarse de dicho bastión. Después luchó bizarramente en “Rodeo del Medio”, “Ciudadela” y “Las Acollaradas”. Estuvo aislado en Bolivia y Chile con Pedro Echagüe y más tarde apareció en el sitio de Montevideo acreditando una tercera traición al combatir contra las huestes de Rosas que comandaba Manuel Oribe. “Allí, -dice Biedma- defendiendo la causa que se había aislado dentro del perímetro marcado por las murallas de la Nueva Troya, cayó el 17 de julio de 1843, con el pecho atravesado por una bala que le dobló la rodilla, rodando a la tumba envuelto en las penumbras de la muerte y de su propia vida”. (Juan José Biedma: “Pringles”. Nicolás Jofré: “Los cuatro hermanos Videla”, en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, Tomo VII, página 75).
(7) Argañaraz, pertenecía a las fuerzas de Buenos Aires. Reynafé evitó, fugando a tiempo, su fusilamiento por complicidad con la muerte de Facundo Quiroga. Murió en la acción de Cayastá en 1840. Barcala, nació en Mendoza en 1795. Hijo de esclavos lo fue también en su primera edad. Fue soldado del Batallón de Cívicos Pardos de Mendoza, ascendido a alférez en 1820. Luchó contra José Miguel Carrera obteniendo su ascenso con el Escudo de Honor, incorporándose a Granaderos con el grado de capitán. Participó en la revolución que en 1824 derrocó al gobernador Albino Gutiérrez y actuó al lado de Aldao para reponer al gobernador de San Juan doctor Salvador María del Carril. Tomó parte en la batalla de “Las Leñas” y en la campaña del Brasil conquistó el grado de teniente coronel. Acompañó al general Paz en la expedición a Córdoba en 1832. En San Roque reorganizó el Batallón “Cazadores de la Libertad”. Paz lo mandó a Mendoza para afianzar el triunfo de Oncativo. En Ciudadela cayó prisionero pero Facundo respetó su vida designándolo su edecán, cargo que aceptó con la condición de que no pelaría contra el partido unitario. En 1833 tomó parte en la expedición al desierto como jefe del batallón “Defensores”. Muerto Quiroga se trasladó a San Juan tomando parte en la revolución contra Aldao: delatado fue tomado preso por Yansón y entregado a Aldao que lo hizo fusilar sin más trámite en 1835. Se lo llamaba el “Coronel Negro” y gozaba de predicamento en la clase pobre y entre los gauchos y era venerado por la gente de color.
(8) Gálvez, en su historia novelada del general Quiroga pone en boca de uno de los oficiales de la División estas palabras pronunciadas después del combate de “Las Acollaradas”: “¡Qué se puede esperar de un gallego! Y de un hombre que ha sido cómico de teatro. Ya lo hemos visto. Pura ostentación. ¿A quién se le ocurre ir a pelear contra los indios llevando tantas paqueterías? Tiene más camisas él solo que todos nosotros juntos. Y siempre oliendo a perfume, como las mujeres… Y en esa galera tapizada, y ese lujo… no pega compañeros en Huinca Renancó”, y concluía al fin reconociendo sus méritos: “Pero el gallego estuvo bien en ese combate. Fue valiente y organizó con habilidad la defensa y el ataque”. (Manuel Gálvez: .”El General Quiroga”, página 212).
(9) Zeballos lo juzgó justicieramente afirmado: “Sostuvo dos combates formales con los indios ranqueles, que se presentaban sobre el campo de batalla en grandes masas y se batían valientemente. El primero acaeció en la laguna de Las Leñitas, donde los cordobeses, con el coronel Reynafé a la cabeza, se desbandaron y huyeron cobardemente dejando al general Ruiz Huidobro con su bravo regimiento de “Auxiliares de los Andes”, en lucha tenaz con tres mil indios implacables”. “Tan comprometido estuvo el regimiento que el general mandó echar pie a tierra y formar cuadro, obteniendo una victoria completa sobre los bárbaros que huyeron dejando un número considerable de muertos. A pesar de la deserción de los auxiliares cordobeses el general Ruiz Huidobro siguió su marcha avanzando sobre el Cuero, pero en Las Acollaradas fue detenido por otro ejército ranquel de más de tres mil lanzas y se vio obligado a dar una desigual batalla. Así mismo se condujo con tal pericia y con tal denuedo, que obtuvo el más completo triunfo, haciendo al enemigo una enorme mortandad”. (“Conquista de quince mil leguas”)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Pastor, Reynaldo A. – San Luis, su gloriosa y callada gesta (1810-1967) – Buenos Aires (1970).
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Gral. José Ruiz Huidobro (1802-1842)
En las primeras décadas del siglo pasado, los gobiernos de San Luis hicieron todo lo posible por amortiguar los efectos producidos por la terrorífica fama del indio, que angustiaba a los pueblos del interior de la provincia. Se concluyeron tratados de paz con los principales caciques; se establecieron nuevos fuertes avanzando la línea de las fronteras y durante un tiempo hubo intercambio de emisarios que venían de las tolderías o que iban a ellas en misión de paz y amistad, realizando al mismo tiempo algún intercambio comercial.
Con todo, 1827 fue el año de alarma pues se tuvo noticias de que en el desierto se preparaban nuevas empresas de asolamiento, a las que no eran ajenos algunos cristianos complicados con los indios de éste y del otro lado de la cordillera y en las que participarían bandidos de negra fama, como los cuatro hermanos Pincheira (Antonio, Pablo, Santos y José Antonio), cuyos instintos de rapiña y sangre superaban a los de los más brutales hijos del desierto. (1)
También se supo que Painé, gran cacique de Leuvucó y sus sanguinarios capitanejos aliados con los del implacable araucano Yanquetruz, serían los conductores de las proximidades de las próximas invasiones.
Conocidos estos pormenores y considerando la impiedad con que actuaban los agresivos caudillos máximos de las legiones invasoras, un hálito de pavor e impotencia sacudió la fibra de los gobernantes y del pueblo de San Luis, que hasta ese instante no vislumbraban la más pálida ilusión de paz y seguridad.
La sola mención de los nombres de Painé, Yanquetruz, Baigorrita, Epugner Rosas, Pichón y otros tantos especímenes del hampa selvática, o de los Pincheira, Puebla, Carmona, Besoain, Salvo y otros bribones de su estirpe, cuya deshumanizada crueldad era proverbial, ponía los pelos de punta y la piel de gallina a todo el mundo inclusive a los que llegado el caso eran capaces de luchar con una bravura y coraje que los hacían dignos del mayor respeto y admiración.
Las noticias alarmantes; las reuniones para discutir medidas defensivas; los preparativos y los sondeos llevados a cabo con más o menos ingenio de uno y otro lado; las decisiones del gobierno, todo generaba una atmósfera saturada de signos de desconfianzas y alarmas, agravadas por las tremendas imprudencias, como aquellas expediciones de Anzorena y los hermanos Lucero que dieron lugar a la siniestra venganza que los salvajes llevaron a cabo en la Laguna del Chañar o como la inexplicable derrota sufrida por la fuerzas interprovinciales en las cercanías del Morro.
Así llego a las vísperas de 1833, época en la que los malones menudeaban en una extensa zona de la provincia. Los indios atacaban con la mayor impunidad a los vecindarios que no podían ser socorridos porque las fuerzas se agotaban en marchas y contramarchas sin poder reprimir ni escarmentar a los innumerables guerreros cobrizos que actuaban simultáneamente en distintos lugares.
No era diferente la situación que soportaban otras provincias; la movilización de las confederaciones indígenas abarcaba en esos momentos desde los contrafuertes cordilleranos hasta el corazón del país, sin que quedase libre de sus depresiones el centro y sur de la provincia de Buenos Aires.
En tan graves circunstancias los gobiernos de Mendoza, San Juan, Córdoba y Buenos Aires, se dirigieron al de San Luis con alentadoras promesas y ofrecimientos (2) referidos a la campaña de 1833, en la cual la Pampa Central y San Luis serían campo de acción de la División del Centro comandada por el general José Ruiz Huidobro (3), sobre quien Facundo Quiroga había de volcar después este juicio harto despectivo: “¿Qué caballos van a bastar para un General que viaja, y expediciona en galera?…¡Generales de papel, a la moda, a la extranjera!”. (4)
Pese a las catilinarias del jefe nominal de la División del Centro (5), el aporte puntano fue de 115 fusileros, 128 dragones y 19 artilleros que integraron el escuadrón “Dragones de la Unión” a las ordenes del valiente capitán Prudencio Torres, el mismo que dos años antes, en marzo de 1831, había mancillado su honor militar con la traición de Río IV (6), mancha de la que jamás pudo rehabilitarse aunque en más de una oportunidad volvió a destacarse por su valor y heroísmo.
La división del centro compuesta, además de las fuerzas puntanas, por el Regimiento de Auxiliares de los Andes de Buenos Aires al mando del bravo coronel Pantaleón Argañaraz, por el batallón de Defensores de Mendoza a cuyo frente se encontraba el coronel Lorenzo Barcala y por el regimiento de Dragones Confederados de Córdoba, al mando del aguerrido coronel Francisco Reynafé, a mediados de febrero se movió desde el fuerte San Carlos de Mendoza, buscando camino que debía conducirlo al corazón del imperio ranquelino asentado sobre los campos de Leuvucó, Poitahué y Trenel. (7)
El 16 de marzo los expedicionarios se enfrentaron, al sud de las lagunas Las Acollaradas, con los lanceros indígenas que conducían al campo de batalla los poderosos caciques Yanquetruz, Painé, los tres hijos de éste, Pichín, Pailla y Rulco, Eglans y Calquín. Los caudillos indígenas habían resuelto salir al encuentro del ejército expedicionario, decisión que demostraba la importancia que asignaban a la expedición cristiana y las ventajas que se proponían sacar del encuentro eligiendo el terreno en que querían maniobrar y alineando mil de sus mejores lanceros cuidadosamente escogidos y guiados por sus más hábiles y aguerridos jefes.
“Junto a dos lagunas próximas entre sí -comenta Franco- llamadas Las Acollarada, tuvo lugar un entrevero que resultó más largo y sangriento que una batalla y quedó sin decidirse a favor de nadie. La verdad es que el encuentro de Las Acollaradas fue muy duro para los indios y no demostró, ni mucho menos, que Huidobro fuese más inepto que las docenas de jefes que antes y después de él salieron malparados ante las lanzas emplumadas”. “Por otro lado, si bien es cierto que el comandante Delgado, por orden de Rosas, invadió las tierras ranquelinas, también lo es que no logro estrecharle el cerco ni menos la mano al más difícil de los caciques…” “…y al año siguiente Yanquetruz llevaba sobre los pueblos de San Luis la más araucana de las invasiones”.
Ahí se realizó unos de los encuentros más sangrientos entre los librados en la tenaz lid con los indios, cuya fama de guerreros indomables quedó confirmada una vez más como lo fue la de los valientes saldados de la civilización.
Duro fue el trance. Durante seis horas los bárbaros llevaron carga tras carga sobre los regimientos de los cristianos obligándolos a echar pie tierra y a recurrir a todas las reservas para evitar la derrota. Barcala, Argañaraz, Torres y Reynafé lucharon con coraje inaudito y el mismo Ruiz Huidobro demostró que el amaneramiento de sus refinadas costumbres (8), no era incompatible con el coraje y valor con el que era capaz de conducirse frente al peligro. A su golpe de vista y a su decidida acción se debió la derrota de los adalides ranqueles y sus pujantes legiones. (9)
En el terreno de la lucha, certificando el bravío encuentro, quedaron ciento sesenta cadáveres e innumerables heridos del bando aborigen y entre ellos los de los tres hijos de Yanquetruz: los cristianos sufrieron cincuenta y una bajas entre muertos y heridos. Los indios se retiraron pero no vencidos.
Los expedicionarios, faltos de medios de movilidad y de alimentos, emprendieron el camino de retorno sin haber cumplido su objetivo de ocupación del desierto, en el que a poco andar se perfilarían de nuevo las hercúleas y endemoniadas siluetas de Yanquetruz, Painé y sus capitanejos aterrando a los pueblos que se habían alucinado con el triunfo de Las Acollaradas, pensando que el horizonte estaba definitivamente despejado. En cambio, la cruel realidad les haría ver que aquel no era más que uno de los eslabones de la larga cadena forjada con el sacrificio y la sangre de los hijos de Cuyo.
Referencias
(1) Don Régulo Martínez en carta dirigida al general Mitre el 18 de noviembre de 1864, entre otras cosas le decía: “He sido compañero de viaje del sargento Luengo quien en el momento que teníamos los indios a la vista me decía: “Yo no me aflijo porque no será extraño que entre esos indios venga alguno de los nuestros, de los doscientos que allí tenemos”. (Archivo Mitre, tomo XXIV, página 198).
(2) El doctor Alfonso G. Hernández, asigna a San Luis la iniciativa de la expedición de la División del Centro y recuerda el convenio efectuado entre Mendoza y San Juan que ha comunicado al gobierno de San Luis informándole entre otras cosas que “han encomendado la guerra contra los salvajes del sud, al hijo de la victoria, al Excmo. Brigadier General Don Juan Facundo Quiroga, encargándole la invitación a la demás provincias y sometiendo sin reservas los recursos con que cuentan y que le facilitan hasta tocar la línea de lo imposible”. (Anales del 1er Congreso de Historia de Cuyo, año 1938, tomo VIII, página 237).
(3) El ala derecha actuaría bajo las órdenes del general José Félix Aldao y la izquierda bajo el mando personal del general Juan Manuel de Rosas.
(4)Llevaba en esa campaña todo el lujo y fausto de un general francés del Imperio. Viajaba en galera, con grandes equipajes para el guardarropa, cocina, etc., etc. Su secretario en campaña entonces, Don Jacinto Ferreyra, nos contaba a su regreso, como una muestra de ese exceso de afeminado refinamiento, que el dicho general mudábase todos los días, y llevaba a la mano pañuelo de batista. Sus comidas eran verdaderos banquetes cotidianos. Lo seguían hasta allí, los que componían su cohorte de placer, el poeta don Carmen José Domínguez, sanjuanino, el músico Arizaga y algunos bufones”. (Damián Hudson: “Recuerdos históricos sobre la provincia de Cuyo”, tomo II, página 359).
(5) Facundo remitió una áspera e intemperante nota al gobierno de San Luis, la que se ha
publicado en el libro “La guerra con el indio en la jurisdicción de San Luis”, página 393, y cuyo original se encuentra en el archivo particular del señor Antonio Santamarina.
(6) Prudencio Torres: Guerrero de constitución hercúlea y mentalidad paradojal. En su vida aparecen los gestos que lo destacan por su heroísmo y los que lo denigran por su vileza. En Maipú salvó la vida del coronel Zapiola exponiendo su propia vida. Hizo las campañas de Chile, Perú y Brasil en las que conquistó legítimos laureles. Combatió a las órdenes de San Martín, Suárez, Paz, Pringles y Lavalle. Enrolado en las filas de Rosas lo traicionó pasándose a los unitarios a los que traicionó defeccionando de los defensores de Río IV, para ponerse al servicio de Facundo Quiroga que pudo por esta repugnante acción apoderarse de dicho bastión. Después luchó bizarramente en “Rodeo del Medio”, “Ciudadela” y “Las Acollaradas”. Estuvo aislado en Bolivia y Chile con Pedro Echagüe y más tarde apareció en el sitio de Montevideo acreditando una tercera traición al combatir contra las huestes de Rosas que comandaba Manuel Oribe. “Allí, -dice Biedma- defendiendo la causa que se había aislado dentro del perímetro marcado por las murallas de la Nueva Troya, cayó el 17 de julio de 1843, con el pecho atravesado por una bala que le dobló la rodilla, rodando a la tumba envuelto en las penumbras de la muerte y de su propia vida”. (Juan José Biedma: “Pringles”. Nicolás Jofré: “Los cuatro hermanos Videla”, en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, Tomo VII, página 75).
(7) Argañaraz, pertenecía a las fuerzas de Buenos Aires. Reynafé evitó, fugando a tiempo, su fusilamiento por complicidad con la muerte de Facundo Quiroga. Murió en la acción de Cayastá en 1840. Barcala, nació en Mendoza en 1795. Hijo de esclavos lo fue también en su primera edad. Fue soldado del Batallón de Cívicos Pardos de Mendoza, ascendido a alférez en 1820. Luchó contra José Miguel Carrera obteniendo su ascenso con el Escudo de Honor, incorporándose a Granaderos con el grado de capitán. Participó en la revolución que en 1824 derrocó al gobernador Albino Gutiérrez y actuó al lado de Aldao para reponer al gobernador de San Juan doctor Salvador María del Carril. Tomó parte en la batalla de “Las Leñas” y en la campaña del Brasil conquistó el grado de teniente coronel. Acompañó al general Paz en la expedición a Córdoba en 1832. En San Roque reorganizó el Batallón “Cazadores de la Libertad”. Paz lo mandó a Mendoza para afianzar el triunfo de Oncativo. En Ciudadela cayó prisionero pero Facundo respetó su vida designándolo su edecán, cargo que aceptó con la condición de que no pelaría contra el partido unitario. En 1833 tomó parte en la expedición al desierto como jefe del batallón “Defensores”. Muerto Quiroga se trasladó a San Juan tomando parte en la revolución contra Aldao: delatado fue tomado preso por Yansón y entregado a Aldao que lo hizo fusilar sin más trámite en 1835. Se lo llamaba el “Coronel Negro” y gozaba de predicamento en la clase pobre y entre los gauchos y era venerado por la gente de color.
(8) Gálvez, en su historia novelada del general Quiroga pone en boca de uno de los oficiales de la División estas palabras pronunciadas después del combate de “Las Acollaradas”: “¡Qué se puede esperar de un gallego! Y de un hombre que ha sido cómico de teatro. Ya lo hemos visto. Pura ostentación. ¿A quién se le ocurre ir a pelear contra los indios llevando tantas paqueterías? Tiene más camisas él solo que todos nosotros juntos. Y siempre oliendo a perfume, como las mujeres… Y en esa galera tapizada, y ese lujo… no pega compañeros en Huinca Renancó”, y concluía al fin reconociendo sus méritos: “Pero el gallego estuvo bien en ese combate. Fue valiente y organizó con habilidad la defensa y el ataque”. (Manuel Gálvez: .”El General Quiroga”, página 212).
(9) Zeballos lo juzgó justicieramente afirmado: “Sostuvo dos combates formales con los indios ranqueles, que se presentaban sobre el campo de batalla en grandes masas y se batían valientemente. El primero acaeció en la laguna de Las Leñitas, donde los cordobeses, con el coronel Reynafé a la cabeza, se desbandaron y huyeron cobardemente dejando al general Ruiz Huidobro con su bravo regimiento de “Auxiliares de los Andes”, en lucha tenaz con tres mil indios implacables”. “Tan comprometido estuvo el regimiento que el general mandó echar pie a tierra y formar cuadro, obteniendo una victoria completa sobre los bárbaros que huyeron dejando un número considerable de muertos. A pesar de la deserción de los auxiliares cordobeses el general Ruiz Huidobro siguió su marcha avanzando sobre el Cuero, pero en Las Acollaradas fue detenido por otro ejército ranquel de más de tres mil lanzas y se vio obligado a dar una desigual batalla. Así mismo se condujo con tal pericia y con tal denuedo, que obtuvo el más completo triunfo, haciendo al enemigo una enorme mortandad”. (“Conquista de quince mil leguas”)
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Pastor, Reynaldo A. – San Luis, su gloriosa y callada gesta (1810-1967) – Buenos Aires (1970).
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jueves, 12 de marzo de 2015
Biografía: Los San Martín y los Chilavert
San Martín y los Chilavert
Bóveda donde se hallan los restos del coronel Martiniano Chilavert, Cementerio de la Recoleta
Versiones de distintas fuentes, pues, concurren a establecer tácitamente una sugestiva relación entre el capitán de milicias don Francisco Chilavert, padre de Martiniano, y el futuro vencedor en San Lorenzo, por el solo y no desdeñable hecho de integrar juntos ese reducido puñado de hombres de confianza, dispuestos a desempeñar una trascendente misión en el Nuevo Mundo. Todos lo mencionan a ese español americanista: “…los amigos… Chilavert y otros cuantos….”, dice Manuel Moreno a su íntimo corresponsal de tantas informaciones importantes. Camarada de San Martín, le llaman objetivamente los historiadores. Peo no es sólo a través de la influencia paterna, como el pequeño viajero recibirá del Libertador su misterioso influjo: su hermano mayor, José Vicente, traba con San Martín durante el largo viaje transoceánico, una amistad que será duradera; a los treinta y cuatro años que a la sazón contaba el hijo elegido de Yapeyú, parco y sencillo, pero sicólogo natural para juzgar a los hombres, habrá ofrecido el mayor de los hermanos Chilavert sus aproximados veinte años bien aprovechados, de joven serio y estudioso. Puede colegirse, de dos importantes cartas de San Martín a José Vicente, algunos años después, todo lo que ambos, pese a la diferencia de edades, barajaron juntos en relación con los intereses de la tierra natal (1). Muchas veces, sobre la imponente grandeza del mar, bajo el cielo infinito del trópico, el pequeño Martiniano fue el oyente respetuoso y absorto de cosas que todavía no alcanzaba a comprender cabalmente… Muchas palabras le oyó decir, con acentos que preludiaban el bronce, a ese austero teniente coronel de caballería que entablaba largos coloquios con su hermano mayor. Esas frases quedaron grabadas con caracteres indelebles en su mente, como esclarecidas primicias de historia.
En efecto, a su regreso del Perú, en 1823, cargado de gloria, pero también de amarguras, desde su chacra de Mendoza le escribe el Libertador -¡once densos años después de haber llegado a Buenos Aires!- a José Vicente Chilavert esta carta de amigo. Hay en ella una alusión a cierta diferencia de edades, y campea en sus párrafos el amargo escepticismo que ha dejado en el alma del Capitán de los Andes la ingratitud de que ya era víctima por parte de algunos conspicuos políticos de su patria. Dice así la carta:
“Sr. Dn. Vicente Chilavert
Mendoza
Amigo: No he contestado con más antelación a la de Ud. de 29 de julio por haberme hallado en el campo, del que no he regresado hasta hará diez días.
Se funda Ud. en decir que mi situación me permitirá el tiempo suficiente para leer las cartas de mis rancios amigos; sin embargo, no lo tengo muy sobrante, pues él es dedicado a prepararme a bien morir, no como Ud., sino como un cristiano que por su edad (contaba entonces sólo 45 años) y achaques ya no puede pecar, y a tributar al que dispone de la suerte de los guerreros y profundos políticos las más humildes gracias por haberme separado de unos y otros.
Me dice Ud. que por los papeles públicos formaré una idea exacta de la política de ese país; hace cinco meses que no leo ningún papel público y me va muy bien con este sistema; que no exista la anarquía en nuestro territorio y que los españoles ya no vuelvan a dominar; es cuanto necesito saber, de lo demás poco me importa.
Veo lo que me dice de haberle asegurado Alvear me había escrito a mi entrada en Lima y en otras diferentes ocasiones sin haber tenido nunca contestación mía; protesto a Ud. que no he recibido carta de él desde su salida de Buenos Aires.
Viva, goce Ud., más que Salomón, son los deseos de su amigo. José de San Martín”.
Es bueno tener en cuenta, para evaluar correctamente la importancia de esta correspondencia y, consecuentemente, la jerarquía del destinatario, que San Martín, libertador de Chile y de Perú, era ya ante el mundo uno de los preclaros hombres de América. Su actuación político-militar, por lo tanto, conocida en todos los países civilizados, Constituía una de las grandes figuras del siglo XIX, aunque el huracán de las ingratitudes agitara su espíritu en esa hora.
Y aquí tenemos, desde el primer exilio del Libertador en Bélgica, la otra carta, fechada en Bruselas el 1º de enero de 1825. La dirige así: “Al señor D. Vicente Chilavert primer profesor de Economía Política de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Buenos Aires”, y dice:
Después de todo esto, tan significativo que merecería por si solo un denso capítulo (2), se despide en estos términos:
“Que el acierto acompañe sus calendarios estadísticos financieros; que la salud sea completa, y la alegría y las fuerzas no lo abandonen, son los deseos de su compatriota”.
Esta interesante pieza, encontrada por una feliz casualidad en el Archivo de los Tribunales de Buenos Aires a fines de siglo -¡setenta y cinco años ignorada por la historia!- prueba sin réplica la amistad a que nos referíamos. Pero también prueba definitivamente la sorda e implacable maquinación contra el Padre de la Patria, sostenida con singular virulencia por el Argos y el Centinela, conspicuos representantes de la prensa rivadaviana. ¡Lo fueron a buscar al ostracismo para atacarlo, océano por medio! Pero el héroe de la causa grande, lo fue también por el desprecio olímpico que demostró hacia sus detractores. Incapaz de rumiar sentimientos pequeños, como el rencor, sólo se confesaba ante sus íntimos, para que comprendieran la razón de un alejamiento que distaba de ser indiferencia. Ya lo probaría con creces en el futuro.
En esa carta recuerda el Libertador al amigo, el viaje que realizaron juntos a través del Atlántico en 1812, y en el medio tono de la confidencia fraternal desahoga la queja viril contra las diatribas que pretendían alcanzarlo. Todo eso, con respetuoso aprecio hacia quien llama “primer profesor de Economía Política de las Provincias Unidas del Río de la Plata”.
Existió entre ambos, pues, una buena amistad, más allá del tiempo y de la distancia. Hemos visto, asimismo, según todos los testimonios –verbigracia, la aludida carta de Moreno a Guido y la información de la Gaceta del 12 de marzo de 1812- , que don Francisco Chilavert, el padre, se contaba en el grupo de militares que se alejó de Cádiz y, pasando por Inglaterra, embarcó luego –mancomunados todos en un mismo propósito- rumbo a Buenos Aires. Es decir, camarada de hecho de San Martín, Alvear, Zapiola y los demás.
Así fue como Martiniano, el niño de trece años, hijo de un español americanista, regresa a la Patria casi de la mano de quien habría de ser el héroe máximo de la Gran Epopeya. ¡Quién sabe si este ilustre vínculo no fuera entonces, para él, algo así como el germen misterioso del encendido fervor patriótico que caracterizó siempre, entre aciertos y errores, al artillero científico y valiente de Ituzaingó y de Caseros!.
Por lo tanto, bajo esos auspicios y apenas desembarcado, sintiendo aún en su espíritu virginal el poderoso influjo de la personalidad del gran hombre, continuaría en Buenos Aires –como en efecto lo hace-, con una aplicación superior a lo exigible a sus años, los estudios matemáticos que había iniciado con éxito en España. Luego se incorpora en calidad de cadete al Regimiento de Granaderos de Infantería, adquiriendo allí conocimientos que contribuirían a darle más adelante una seria preparación militar. Desde su iniciación se destacó por su temperamento estudioso y analítico, y por la profundidad de sus preocupaciones y juicios. Es bueno tener presente que en un país que está librando una guerra por su independencia, resulta fundamentalmente importante formar oficiales capaces, única posibilidad de tener ejércitos y soldados idóneos y eficientes. De ahí que resultara altamente promisoria la incorporación de un jovencito con las bellas cualidades de Martiniano, quien el 23 de enero de 1817 alcanza el grado de subteniente de artillería.
Pero no por eso deja las matemáticas. Antes al contrario, parece aumentar su vocación por ellas, y dos años después (26 de enero de 1819) se presenta a rendir prueba de suficiencia. Lo hace con todo éxito, en solemne acto público –según prácticas de la época-, ante altas autoridades civiles y militares.
El estudio metódico comenzó a nutrir su inteligencia, de suyo lucida, y templó su carácter en la disciplina y el orden. En la frente despejada de este joven nostálgico e introvertido, algo indefinible se revelaba ya, como si el destino le reservara para transitar nada comunes rumbos.
Al dar término el curso, el 19 de febrero de ese mismo año, se incorpora al servicio activo. Ya está iniciado, pues, en la profesión de las armas, cuyos galones ostentaría siempre con honor. Por su muy estimada preparación técnica, todos los juicios y todos los acontecimientos lo califican a Chilavert como el artillero científico, destacándose como sobresaliente entre las promociones de su época. Cumple consignar ahora, al mismo tiempo, que la rigidez de cuáquero de su carácter le ganó numerosos enemigos, aunque sus juicios no fueron alimentados siempre por sentimientos confesables. Todo individuo puntilloso y exigente molesta, y muchas veces surgen en su torno reacciones que le crean situaciones desfavorables y delicadas. No hay que descartar, sin embargo, que ya hacia su madurez fuera acentuándose una naturaleza temperamentalmente díscola, según se desprende también de algunos indicios y testimonios concurrentes. Pero en cuanto a su conducta, que es lo que realmente importa, tirios y troyanos, amigos y adversarios, y sobre todo la posterioridad, lo consideran con unánime respeto. A veces, la reticencia egoísta o sectaria procura disfumar en la penumbra una no mentida admiración. Esto es ya significativo y definitorio.
(1) Las aludidas cartas, que a continuación se transcriben fueron publicadas en el diario La Prensa, en marzo de 1900, bajo el título de “Documentos históricos – Dos cartas del general San Martín, encontradas últimamente en los Archivos de los Tribunales de la Capital”.
“El alma lacerada del Libertador –comenta el periodista- se ve a través de las líneas rápidamente trazadas de estas cartas. Sus impresiones, trasmitidas rápidamente a un amigo, dan con toda nitidez los perfiles del carácter del héroe de nuestra gran batalla nacional. La rectitud del soldado patriota se revela en la primera carta, y en la segunda pinta en un solo párrafo, con un solo rasgo, su aversión a los conquistadores españoles y su anhelo por la paz en la Patria que él nos había legado.
“La primera carta tiene una importancia fundamental en nuestra historia, y se presta a observaciones y aclaraciones que será necesario hacer, como acto de justicia histórica, en hora propicia”.
(2) Véase el trabajo “San Martín y Rivadavia, una cordial enemistad”, publicado por la revista Todo es Historia, noviembre de 1967.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Uzal, Francisco Hipólito – El fusilado de Caseros, Editorial La Bastilla, Buenos Aires (1974)
Bóveda donde se hallan los restos del coronel Martiniano Chilavert, Cementerio de la Recoleta
Versiones de distintas fuentes, pues, concurren a establecer tácitamente una sugestiva relación entre el capitán de milicias don Francisco Chilavert, padre de Martiniano, y el futuro vencedor en San Lorenzo, por el solo y no desdeñable hecho de integrar juntos ese reducido puñado de hombres de confianza, dispuestos a desempeñar una trascendente misión en el Nuevo Mundo. Todos lo mencionan a ese español americanista: “…los amigos… Chilavert y otros cuantos….”, dice Manuel Moreno a su íntimo corresponsal de tantas informaciones importantes. Camarada de San Martín, le llaman objetivamente los historiadores. Peo no es sólo a través de la influencia paterna, como el pequeño viajero recibirá del Libertador su misterioso influjo: su hermano mayor, José Vicente, traba con San Martín durante el largo viaje transoceánico, una amistad que será duradera; a los treinta y cuatro años que a la sazón contaba el hijo elegido de Yapeyú, parco y sencillo, pero sicólogo natural para juzgar a los hombres, habrá ofrecido el mayor de los hermanos Chilavert sus aproximados veinte años bien aprovechados, de joven serio y estudioso. Puede colegirse, de dos importantes cartas de San Martín a José Vicente, algunos años después, todo lo que ambos, pese a la diferencia de edades, barajaron juntos en relación con los intereses de la tierra natal (1). Muchas veces, sobre la imponente grandeza del mar, bajo el cielo infinito del trópico, el pequeño Martiniano fue el oyente respetuoso y absorto de cosas que todavía no alcanzaba a comprender cabalmente… Muchas palabras le oyó decir, con acentos que preludiaban el bronce, a ese austero teniente coronel de caballería que entablaba largos coloquios con su hermano mayor. Esas frases quedaron grabadas con caracteres indelebles en su mente, como esclarecidas primicias de historia.
En efecto, a su regreso del Perú, en 1823, cargado de gloria, pero también de amarguras, desde su chacra de Mendoza le escribe el Libertador -¡once densos años después de haber llegado a Buenos Aires!- a José Vicente Chilavert esta carta de amigo. Hay en ella una alusión a cierta diferencia de edades, y campea en sus párrafos el amargo escepticismo que ha dejado en el alma del Capitán de los Andes la ingratitud de que ya era víctima por parte de algunos conspicuos políticos de su patria. Dice así la carta:
“Sr. Dn. Vicente Chilavert
Mendoza
Amigo: No he contestado con más antelación a la de Ud. de 29 de julio por haberme hallado en el campo, del que no he regresado hasta hará diez días.
Se funda Ud. en decir que mi situación me permitirá el tiempo suficiente para leer las cartas de mis rancios amigos; sin embargo, no lo tengo muy sobrante, pues él es dedicado a prepararme a bien morir, no como Ud., sino como un cristiano que por su edad (contaba entonces sólo 45 años) y achaques ya no puede pecar, y a tributar al que dispone de la suerte de los guerreros y profundos políticos las más humildes gracias por haberme separado de unos y otros.
Me dice Ud. que por los papeles públicos formaré una idea exacta de la política de ese país; hace cinco meses que no leo ningún papel público y me va muy bien con este sistema; que no exista la anarquía en nuestro territorio y que los españoles ya no vuelvan a dominar; es cuanto necesito saber, de lo demás poco me importa.
Veo lo que me dice de haberle asegurado Alvear me había escrito a mi entrada en Lima y en otras diferentes ocasiones sin haber tenido nunca contestación mía; protesto a Ud. que no he recibido carta de él desde su salida de Buenos Aires.
Viva, goce Ud., más que Salomón, son los deseos de su amigo. José de San Martín”.
Es bueno tener en cuenta, para evaluar correctamente la importancia de esta correspondencia y, consecuentemente, la jerarquía del destinatario, que San Martín, libertador de Chile y de Perú, era ya ante el mundo uno de los preclaros hombres de América. Su actuación político-militar, por lo tanto, conocida en todos los países civilizados, Constituía una de las grandes figuras del siglo XIX, aunque el huracán de las ingratitudes agitara su espíritu en esa hora.
Y aquí tenemos, desde el primer exilio del Libertador en Bélgica, la otra carta, fechada en Bruselas el 1º de enero de 1825. La dirige así: “Al señor D. Vicente Chilavert primer profesor de Economía Política de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Buenos Aires”, y dice:
“Apreciable amigo:
Al contestar a la de Ud. del 10 de setiembre, permítame le tribute infinitas gracias por las noticias que me da de los favorables sucesos del Perú; ellos son para mí un consuelo que me hace más llevadera la separación de mi patria, separación que todas las distracciones que presenta la civilización europea no pueden hacerme soportable.
Todo cálculo en revolución es erróneo; los principios admitidos como acciones son por lo menos reducidos a problemas; las acciones virtuosas son tergiversadas y los desprendimiento más palpables son actos de miras secundarias; es que no puede formarse un plan seguro, y al hombre justo no le queda otro recurso, en medio de las convulsiones de los Estados, que proponerse como norte de su conducta obrar bien; la experiencia me ha demostrado que ésta es el ancla de esperanza en las tempestades políticas; nada de este exordio comprenderá Ud.; pero me explicaré.
A mi regreso del Perú (y no a mi retirada, como dice el Argos) yo no trepidé en adoptar un plan que al mismo tiempo que lisonjeaba mi inclinación, ponía a cubierto de toda duda mis deseos de gozar una vida tranquila, que diez años de revolución y guerra me hacían desear con anhelo; consiguiente a él establecí mi cuartel general en mi chacra de Mendoza, y para hacer más inexpugnable mi posición corté toda comunicación (excepto con mi familia); yo me proponía, en mi retrincheramiento, dedicarme a los encantos de una vida agricultora y a la educación de mi hija, pero ¡vanas esperanzas! en medio de estos planes lisonjeros, he aquí que el espantoso Centinela principia a hostilizarme; sus carnívoras falanges se destacan y bloquen mi pacífico retiro; entonces fue cuando se me manifestó una verdad que no había previsto a saber: que yo había figurado demasiado en la revolución para que me dejasen vivir en tranquilidad. Conocí que mi posición era falsa y que a la guerra de pluma que se me hacía, yo no podía oponer otra que esta misma arma, para mi desconocida; en lucha tan desigual me decidí a abandonar mi fortificación y adoptar otro sistema de operaciones. He aquí mi primer plan destruido.
He tenido el honor de atravesar en compañía de Ud. el borrascoso Atlántico; sin trepidar me entrego nuevamente a sus caprichos, creyendo que en sus insondables aguas se ahogarían las innobles pasiones de los enemigos de un viejo patriota; pero contra toda esperanza, el Argos de Buenos Aires se presenta sosteniendo los ataques de su conciliador hermano el Centinela y protegido de Eolo y de Neptuno atraviesa el océano, y en el mes de las tempestades arriba a este hemisferio con la declaración de una nueva guerra.
Aquí me tiene Ud., paisano, sin saber qué partido tomar. En mi retiro de Mendoza yo proponía una federación militar de provincias; vengo a Europa, y al mes de mi llegada un agente del gobierno de Buenos Aires en París (que sin duda alguna acude a los consejos privados del ministro francés) escribe que uno u otro americano residente en Londres, tratan de llevar (metido en el bolsillo) a un reyesito para con él formar un gobierno militar en América. He aquí, indicado al general San Martín…”.
Después de todo esto, tan significativo que merecería por si solo un denso capítulo (2), se despide en estos términos:
“Que el acierto acompañe sus calendarios estadísticos financieros; que la salud sea completa, y la alegría y las fuerzas no lo abandonen, son los deseos de su compatriota”.
Esta interesante pieza, encontrada por una feliz casualidad en el Archivo de los Tribunales de Buenos Aires a fines de siglo -¡setenta y cinco años ignorada por la historia!- prueba sin réplica la amistad a que nos referíamos. Pero también prueba definitivamente la sorda e implacable maquinación contra el Padre de la Patria, sostenida con singular virulencia por el Argos y el Centinela, conspicuos representantes de la prensa rivadaviana. ¡Lo fueron a buscar al ostracismo para atacarlo, océano por medio! Pero el héroe de la causa grande, lo fue también por el desprecio olímpico que demostró hacia sus detractores. Incapaz de rumiar sentimientos pequeños, como el rencor, sólo se confesaba ante sus íntimos, para que comprendieran la razón de un alejamiento que distaba de ser indiferencia. Ya lo probaría con creces en el futuro.
En esa carta recuerda el Libertador al amigo, el viaje que realizaron juntos a través del Atlántico en 1812, y en el medio tono de la confidencia fraternal desahoga la queja viril contra las diatribas que pretendían alcanzarlo. Todo eso, con respetuoso aprecio hacia quien llama “primer profesor de Economía Política de las Provincias Unidas del Río de la Plata”.
Existió entre ambos, pues, una buena amistad, más allá del tiempo y de la distancia. Hemos visto, asimismo, según todos los testimonios –verbigracia, la aludida carta de Moreno a Guido y la información de la Gaceta del 12 de marzo de 1812- , que don Francisco Chilavert, el padre, se contaba en el grupo de militares que se alejó de Cádiz y, pasando por Inglaterra, embarcó luego –mancomunados todos en un mismo propósito- rumbo a Buenos Aires. Es decir, camarada de hecho de San Martín, Alvear, Zapiola y los demás.
Así fue como Martiniano, el niño de trece años, hijo de un español americanista, regresa a la Patria casi de la mano de quien habría de ser el héroe máximo de la Gran Epopeya. ¡Quién sabe si este ilustre vínculo no fuera entonces, para él, algo así como el germen misterioso del encendido fervor patriótico que caracterizó siempre, entre aciertos y errores, al artillero científico y valiente de Ituzaingó y de Caseros!.
Por lo tanto, bajo esos auspicios y apenas desembarcado, sintiendo aún en su espíritu virginal el poderoso influjo de la personalidad del gran hombre, continuaría en Buenos Aires –como en efecto lo hace-, con una aplicación superior a lo exigible a sus años, los estudios matemáticos que había iniciado con éxito en España. Luego se incorpora en calidad de cadete al Regimiento de Granaderos de Infantería, adquiriendo allí conocimientos que contribuirían a darle más adelante una seria preparación militar. Desde su iniciación se destacó por su temperamento estudioso y analítico, y por la profundidad de sus preocupaciones y juicios. Es bueno tener presente que en un país que está librando una guerra por su independencia, resulta fundamentalmente importante formar oficiales capaces, única posibilidad de tener ejércitos y soldados idóneos y eficientes. De ahí que resultara altamente promisoria la incorporación de un jovencito con las bellas cualidades de Martiniano, quien el 23 de enero de 1817 alcanza el grado de subteniente de artillería.
Pero no por eso deja las matemáticas. Antes al contrario, parece aumentar su vocación por ellas, y dos años después (26 de enero de 1819) se presenta a rendir prueba de suficiencia. Lo hace con todo éxito, en solemne acto público –según prácticas de la época-, ante altas autoridades civiles y militares.
El estudio metódico comenzó a nutrir su inteligencia, de suyo lucida, y templó su carácter en la disciplina y el orden. En la frente despejada de este joven nostálgico e introvertido, algo indefinible se revelaba ya, como si el destino le reservara para transitar nada comunes rumbos.
Al dar término el curso, el 19 de febrero de ese mismo año, se incorpora al servicio activo. Ya está iniciado, pues, en la profesión de las armas, cuyos galones ostentaría siempre con honor. Por su muy estimada preparación técnica, todos los juicios y todos los acontecimientos lo califican a Chilavert como el artillero científico, destacándose como sobresaliente entre las promociones de su época. Cumple consignar ahora, al mismo tiempo, que la rigidez de cuáquero de su carácter le ganó numerosos enemigos, aunque sus juicios no fueron alimentados siempre por sentimientos confesables. Todo individuo puntilloso y exigente molesta, y muchas veces surgen en su torno reacciones que le crean situaciones desfavorables y delicadas. No hay que descartar, sin embargo, que ya hacia su madurez fuera acentuándose una naturaleza temperamentalmente díscola, según se desprende también de algunos indicios y testimonios concurrentes. Pero en cuanto a su conducta, que es lo que realmente importa, tirios y troyanos, amigos y adversarios, y sobre todo la posterioridad, lo consideran con unánime respeto. A veces, la reticencia egoísta o sectaria procura disfumar en la penumbra una no mentida admiración. Esto es ya significativo y definitorio.
Referencias
(1) Las aludidas cartas, que a continuación se transcriben fueron publicadas en el diario La Prensa, en marzo de 1900, bajo el título de “Documentos históricos – Dos cartas del general San Martín, encontradas últimamente en los Archivos de los Tribunales de la Capital”.
“El alma lacerada del Libertador –comenta el periodista- se ve a través de las líneas rápidamente trazadas de estas cartas. Sus impresiones, trasmitidas rápidamente a un amigo, dan con toda nitidez los perfiles del carácter del héroe de nuestra gran batalla nacional. La rectitud del soldado patriota se revela en la primera carta, y en la segunda pinta en un solo párrafo, con un solo rasgo, su aversión a los conquistadores españoles y su anhelo por la paz en la Patria que él nos había legado.
“La primera carta tiene una importancia fundamental en nuestra historia, y se presta a observaciones y aclaraciones que será necesario hacer, como acto de justicia histórica, en hora propicia”.
(2) Véase el trabajo “San Martín y Rivadavia, una cordial enemistad”, publicado por la revista Todo es Historia, noviembre de 1967.
Fuente
Diario La Prensa, Buenos Aires, 7 de marzo de 1900.Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Uzal, Francisco Hipólito – El fusilado de Caseros, Editorial La Bastilla, Buenos Aires (1974)
miércoles, 11 de marzo de 2015
1888: Un terremoto en Buenos Aires
Terremoto en el Río de la Plata
Epicentro del terremoto del 5 de junio de 1888
Contrariamente a las creencias populares Buenos Aires y sus alrededores, a pesar de situarse en una zona de baja intensidad sísmica, no es asísmica. Puede sufrir terremotos y ser ellos muy intensos.
A las 0 horas y 20 minutos del 5 de junio de 1888, con epicentro entre las ciudades de Colonia y Buenos Aires (34º36’0” S, 57º 53’ 59” O, a 30 km de profundidad), con una magnitud grado 5,5 de Richter y una duración de entre 45 y 58 segundos se produjo el mayor terremoto en la zona, provocando pánico generalizado en la región.
El diario montevideano La Tribuna Popular del 6 de junio de 1888 describía al terremoto y a sus efectos de la siguiente manera: “El maderamen de las casas crujía fuertemente, las lámparas se bamboleaban, los muebles se movían y los cuadros caían de las paredes. Se rompieron objetos de cristalería y se pudo ver porcelana saltando de los aparadores. Los habitantes han permanecido en vela parte de la noche, azorados a causa de un fortísimo temblor de tierra…”.
En Uruguay los principales efectos se produjeron en las ciudades de Punta del Este y Maldonado (que hoy día prácticamente conforman un solo conglomerado urbano). No hubo pánico pero sí una alarma generalizada, que provocó que varias personas salieran al exterior a pesar de ser la madrugada de una noche invernal. Se pudieron percibir movimientos de las luces colgantes y de mobiliario liviano, sonaron campanillas ubicadas en las puertas y se informó, asimismo, de oscilaciones de cuadros en las paredes y la caída de objetos de estanterías
Por otro lado el diario La Lucha de, Colonia, expresaba: “El vapor Saturno, que venía de la capital vecina (Buenos Aires) navegaba tranquilo por el centro del canal con más de 20 pies de agua cuando de pronto se detuvo como si tocara el fondo. El capitán hizo echar la sonda pero se encontró con que el barco, movido por una fuerza oculta, zarpaba por sí mismo de la varadura y seguía su camino”.
Además, se hacía saber que en La Estanzuela, paraje próximo a Colonia, se había derrumbado parte de una pequeña casa de débil cimentación, construida sobre fondo arenoso (que posibilita la amplificación de las ondas sísmicas).
El diario rosarino El Municipio a partir del 6 de junio transcribe telegramas desde Montevideo: “anoche a las 12:20 sintióse en ésta un fuerte temblor. Durante toda la fría madrugada numerosos grupos vagabundeaban por las calles temiendo se reprodujese el fenómeno. Hubo un primer pulso no tan fuerte, luego un reposo y posteriormente un segundo y ya fuerte pulso que duró 58 segundos”. En los posteriores días la crónica manifiesta que el movimiento se sintió en Buenos Aires, con la caída y derrumbe de muros de la obra de la iglesia de la Piedad, así como en La Plata. No se sintió en San Luis ni en otras provincias de Cuyo, concluyendo que provendría directamente del mismo subsuelo.
Afectó a todas las poblaciones de la costa del Río de la Plata, en especial a las ciudades de Montevideo y de Buenos Aires. Produjo daños leves, ya que en estas ciudades aún no existían edificios de altura.
El primer terremoto documentado en la región, se produjo el 9 de agosto de 1848 a las 18 horas y 35 minutos con una duración aproximada de 5 segundos, acompañado de una serie de réplicas, la última el 11 de Septiembre con duraciones que oscilaron de entre 2 y 16 segundos, presumiendo que su epicentro pudo situarse en la Cuenca de Punta del Este. Según los testimonios periodísticos de la época, no se tenía registro ni memoria de sucesos similares en la zona.
Se cree que estos sismos son provocados por una región en especial, la cuenca de Punta del Este, que está altamente fallada, por lo que puede haber movimiento de placas tectónicas, produciendo las ondas que dan lugar al temblor.
Aún a sabiendas de la ocurrencia de estos terremotos, en ninguna de las dos capitales del Plata se ha tomado desde entonces medida antisísmica alguna en sus construcciones.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
El Municipio. Rosario, Pcia. de Santa Fe, 6 de junio de 1888
La Tribuna Popular, Montevideo, 6 de junio de 1888
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Epicentro del terremoto del 5 de junio de 1888
Contrariamente a las creencias populares Buenos Aires y sus alrededores, a pesar de situarse en una zona de baja intensidad sísmica, no es asísmica. Puede sufrir terremotos y ser ellos muy intensos.
A las 0 horas y 20 minutos del 5 de junio de 1888, con epicentro entre las ciudades de Colonia y Buenos Aires (34º36’0” S, 57º 53’ 59” O, a 30 km de profundidad), con una magnitud grado 5,5 de Richter y una duración de entre 45 y 58 segundos se produjo el mayor terremoto en la zona, provocando pánico generalizado en la región.
El diario montevideano La Tribuna Popular del 6 de junio de 1888 describía al terremoto y a sus efectos de la siguiente manera: “El maderamen de las casas crujía fuertemente, las lámparas se bamboleaban, los muebles se movían y los cuadros caían de las paredes. Se rompieron objetos de cristalería y se pudo ver porcelana saltando de los aparadores. Los habitantes han permanecido en vela parte de la noche, azorados a causa de un fortísimo temblor de tierra…”.
En Uruguay los principales efectos se produjeron en las ciudades de Punta del Este y Maldonado (que hoy día prácticamente conforman un solo conglomerado urbano). No hubo pánico pero sí una alarma generalizada, que provocó que varias personas salieran al exterior a pesar de ser la madrugada de una noche invernal. Se pudieron percibir movimientos de las luces colgantes y de mobiliario liviano, sonaron campanillas ubicadas en las puertas y se informó, asimismo, de oscilaciones de cuadros en las paredes y la caída de objetos de estanterías
Por otro lado el diario La Lucha de, Colonia, expresaba: “El vapor Saturno, que venía de la capital vecina (Buenos Aires) navegaba tranquilo por el centro del canal con más de 20 pies de agua cuando de pronto se detuvo como si tocara el fondo. El capitán hizo echar la sonda pero se encontró con que el barco, movido por una fuerza oculta, zarpaba por sí mismo de la varadura y seguía su camino”.
Además, se hacía saber que en La Estanzuela, paraje próximo a Colonia, se había derrumbado parte de una pequeña casa de débil cimentación, construida sobre fondo arenoso (que posibilita la amplificación de las ondas sísmicas).
El diario rosarino El Municipio a partir del 6 de junio transcribe telegramas desde Montevideo: “anoche a las 12:20 sintióse en ésta un fuerte temblor. Durante toda la fría madrugada numerosos grupos vagabundeaban por las calles temiendo se reprodujese el fenómeno. Hubo un primer pulso no tan fuerte, luego un reposo y posteriormente un segundo y ya fuerte pulso que duró 58 segundos”. En los posteriores días la crónica manifiesta que el movimiento se sintió en Buenos Aires, con la caída y derrumbe de muros de la obra de la iglesia de la Piedad, así como en La Plata. No se sintió en San Luis ni en otras provincias de Cuyo, concluyendo que provendría directamente del mismo subsuelo.
Afectó a todas las poblaciones de la costa del Río de la Plata, en especial a las ciudades de Montevideo y de Buenos Aires. Produjo daños leves, ya que en estas ciudades aún no existían edificios de altura.
El primer terremoto documentado en la región, se produjo el 9 de agosto de 1848 a las 18 horas y 35 minutos con una duración aproximada de 5 segundos, acompañado de una serie de réplicas, la última el 11 de Septiembre con duraciones que oscilaron de entre 2 y 16 segundos, presumiendo que su epicentro pudo situarse en la Cuenca de Punta del Este. Según los testimonios periodísticos de la época, no se tenía registro ni memoria de sucesos similares en la zona.
Se cree que estos sismos son provocados por una región en especial, la cuenca de Punta del Este, que está altamente fallada, por lo que puede haber movimiento de placas tectónicas, produciendo las ondas que dan lugar al temblor.
Aún a sabiendas de la ocurrencia de estos terremotos, en ninguna de las dos capitales del Plata se ha tomado desde entonces medida antisísmica alguna en sus construcciones.
Fuente
Diario La Lucha, Colonia del SacramentoEfemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
El Municipio. Rosario, Pcia. de Santa Fe, 6 de junio de 1888
La Tribuna Popular, Montevideo, 6 de junio de 1888
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martes, 10 de marzo de 2015
La espía más antigua de la CIA recuerda sus anécdotas
La 'chica espía' de la CIA viva más antigua revela sus grandes esquemas
MARCUS BARAM - Business Insider
En una ceremonia tranquila en la sede de la CIA en Virginia el domingo, la agencia celebra el 100 aniversario de uno de sus espías más logradas.
"Sus muchos logros y la vida pisos son una inspiración para todas las mujeres", director de la CIA, John Brennan, dijo en honor de Elizabeth "Betty" McIntosh, una operatoria reportero convertido que participó en algunos de los planes más capote y espada de más de cuatro décadas como una de las pocas mujeres espías de la agencia. Nacido en Washington, DC, McIntosh se licenció en periodismo y trabajó como periodista para varios periódicos. Con sede en Hawai, se cubrió el ataque a Pearl Harbor de primera mano, proporcionando cuentas dramáticas de ese trágico día.
Dos años más tarde, ella estaba trabajando en Washington cubre Eleanor Roosevelt, la primera dama, en la Casa Blanca cuando recibió una asignación para perfilar un industrial, que pasó a estar trabajando encubierto para el general William "Wild Bill" Donovan, el legendario jefe de la Oficina de Servicios Estratégicos, el organismo precursor de la CIA. Él la contrató para trabajar para la OSS, que utilizaba el arte de spycraft para burlar a los nazis y el ejército japonés.
Fluido en japonés, McIntosh fue el encargado de la creación de la propaganda negro - rumores destinados a engañar al enemigo. Muchos de sus compañeros de espías en la oficina de la OSS de Operaciones de Moral eran artistas y escritores que crearon historias falsas.
Estacionado en la India, ayudó maqueta forjado órdenes del gobierno japonés que pretendían informar a las tropas de ese país que era permisible a rendirse, que durante mucho tiempo habían sido vistos como un acto inaceptable y vergonzoso. Para conseguir la orden en manos de los japoneses, McIntosh consiguió un agente birmano de la OSS para matar a un servicio de mensajería japonés que viaja a través de la selva y coloque el documento falsificado en su mochila.
Cuando las tropas descubrieron el cuerpo del correo, encontraron al fin y asumieron que era auténtica, de acuerdo con un perfil de McIntosh en la página web de la CIA. Muchos de los soldados, posteriormente, se rindieron a las fuerzas estadounidenses.
Otra vez, dio a luz a lo que ella supuso que era un trozo ordinario de carbón a un agente de la China de la OSS esperando cerca de una estación de tren en la ciudad de Kunming.
En realidad, fue "Black Joe", un nudo falso de carbón relleno de dinamita.
El agente se lo llevó en un tren lleno de soldados japoneses. A medida que el tren cruzó un puente sobre un lago, que "arrojó el carbón en el motor, saltó, y cuando el tren cruzó el puente, el tren explotó", McIntosh dijo al Washington Post.
Más tarde, fue trasladado en avión tras las líneas enemigas con futuro cocinero famoso Julia Child en un pequeño avión en China, donde trabajó en una "estación de radio negro", la escritura de guiones destinados a confundir a los oyentes japoneses.
A veces, los scripts no estaban tan lejos de la verdad. Las fuerzas estadounidenses día lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, adivino de la estación de leer el guión de McIntosh, la predicción de que "algo terrible va a suceder a Japón ... para erradicar un área total de Japón." Fue sólo una coincidencia porque McIntosh en realidad no sabía nada de los planes de alto secreto para lanzar la bomba.
Después de la guerra regresó a su casa, se casó, y escribió para revistas de moda, que se encontraba tan aburrido que persuadió a la CIA para contratarla. A pesar de que ha escrito varios libros sobre su tiempo en la OSS, sus años en la CIA siguen siendo un misterio porque ella hizo un juramento de nunca revelar su trabajo para la agencia.
MARCUS BARAM - Business Insider
En una ceremonia tranquila en la sede de la CIA en Virginia el domingo, la agencia celebra el 100 aniversario de uno de sus espías más logradas.
"Sus muchos logros y la vida pisos son una inspiración para todas las mujeres", director de la CIA, John Brennan, dijo en honor de Elizabeth "Betty" McIntosh, una operatoria reportero convertido que participó en algunos de los planes más capote y espada de más de cuatro décadas como una de las pocas mujeres espías de la agencia. Nacido en Washington, DC, McIntosh se licenció en periodismo y trabajó como periodista para varios periódicos. Con sede en Hawai, se cubrió el ataque a Pearl Harbor de primera mano, proporcionando cuentas dramáticas de ese trágico día.
Betty McIntosh |
Dos años más tarde, ella estaba trabajando en Washington cubre Eleanor Roosevelt, la primera dama, en la Casa Blanca cuando recibió una asignación para perfilar un industrial, que pasó a estar trabajando encubierto para el general William "Wild Bill" Donovan, el legendario jefe de la Oficina de Servicios Estratégicos, el organismo precursor de la CIA. Él la contrató para trabajar para la OSS, que utilizaba el arte de spycraft para burlar a los nazis y el ejército japonés.
Fluido en japonés, McIntosh fue el encargado de la creación de la propaganda negro - rumores destinados a engañar al enemigo. Muchos de sus compañeros de espías en la oficina de la OSS de Operaciones de Moral eran artistas y escritores que crearon historias falsas.
Estacionado en la India, ayudó maqueta forjado órdenes del gobierno japonés que pretendían informar a las tropas de ese país que era permisible a rendirse, que durante mucho tiempo habían sido vistos como un acto inaceptable y vergonzoso. Para conseguir la orden en manos de los japoneses, McIntosh consiguió un agente birmano de la OSS para matar a un servicio de mensajería japonés que viaja a través de la selva y coloque el documento falsificado en su mochila.
Cuando las tropas descubrieron el cuerpo del correo, encontraron al fin y asumieron que era auténtica, de acuerdo con un perfil de McIntosh en la página web de la CIA. Muchos de los soldados, posteriormente, se rindieron a las fuerzas estadounidenses.
Otra vez, dio a luz a lo que ella supuso que era un trozo ordinario de carbón a un agente de la China de la OSS esperando cerca de una estación de tren en la ciudad de Kunming.
En realidad, fue "Black Joe", un nudo falso de carbón relleno de dinamita.
El agente se lo llevó en un tren lleno de soldados japoneses. A medida que el tren cruzó un puente sobre un lago, que "arrojó el carbón en el motor, saltó, y cuando el tren cruzó el puente, el tren explotó", McIntosh dijo al Washington Post.
Más tarde, fue trasladado en avión tras las líneas enemigas con futuro cocinero famoso Julia Child en un pequeño avión en China, donde trabajó en una "estación de radio negro", la escritura de guiones destinados a confundir a los oyentes japoneses.
A veces, los scripts no estaban tan lejos de la verdad. Las fuerzas estadounidenses día lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, adivino de la estación de leer el guión de McIntosh, la predicción de que "algo terrible va a suceder a Japón ... para erradicar un área total de Japón." Fue sólo una coincidencia porque McIntosh en realidad no sabía nada de los planes de alto secreto para lanzar la bomba.
Después de la guerra regresó a su casa, se casó, y escribió para revistas de moda, que se encontraba tan aburrido que persuadió a la CIA para contratarla. A pesar de que ha escrito varios libros sobre su tiempo en la OSS, sus años en la CIA siguen siendo un misterio porque ella hizo un juramento de nunca revelar su trabajo para la agencia.
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