martes, 21 de julio de 2015

Conquista de América: El perdón

El Papa pide perdón por los “crímenes” durante “la conquista de América”
Bergoglio pide la rebelión de los excluidos: “El futuro está en sus manos. ¡No se achiquen!"
PABLO ORDAZ Santa Cruz, Bolivia - El País
Una mujer con un póster del Papa. / M. ALIPAZ (EFE)


Las palabras del papa Francisco no pudieron ser más rotundas: “Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”. Durante un encuentro con movimientos populares de todo el mundo en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), Jorge Mario Bergoglio pidió “tierra, techo y trabajo” para todos: “Son derechos sagrados. Hay que luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en Latinoamérica y en toda la Tierra”.

Durante casi una hora, el Papa escuchó con atención los testimonios de los grupos de excluidos (indígenas, cartoneros, trabajadores precarios del mundo rural y de las periferias de las ciudades) de todo el mundo. También un encendido alegato del presidente de Bolivia, Evo Morales, contra los colonialismos pasados –“en 1492 sufrimos una invasión europea y española”— y los contemporáneos. Pero, en un foro dedicado a clamar contra las injusticias, quien se mostró más beligerante fue el papa de Roma: “Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común”.

“Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”

“Este sistema ya no se aguanta”, dijo Bergoglio en un discurso de seis folios que transitó por pasajes ya conocidos –la globalización de la indiferencia, la condena de la cultura de la descarte…–, pero exploró otros que llamaron a la rebelión de los más humildes: “Necesitamos un cambio positivo, un cambio que nos haga bien, un cambio redentor. Necesitamos un cambio real. Este sistema ya no se aguanta. Y los más humildes, los explotados, pueden hacer mucho. El futuro de la humanidad está en sus manos".

En un pasaje que puso la emoción a flor de piel, Bergoglio quiso hacer protagonistas de la salvación del mundo a los más humildes: “¿Qué puedo hacer yo, cartonero, catadora, pepenador, recicladora, frente a tantos problemas si apenas gano para comer? ¿Qué puedo hacer yo artesano, vendedor ambulante, transportista, trabajador excluido si ni siquiera tengo derechos laborales? ¿Qué puedo hacer yo, campesina, indígena, pescador que apenas puedo resistir el avasallamiento de las grandes corporaciones? ¿Qué puedo hacer yo desde mi villa, mi chabola, mi población, mi rancherío cuando soy diariamente discriminado y marginado? ¿Qué puede hacer ese estudiante, ese joven, ese militante, ese misionero que patea las barriadas y los parajes con el corazón lleno de sueños pero casi sin ninguna solución para mis problemas?”.

A continuación, el Papa, entre aplausos, contestó su propia pregunta: “¡Mucho! Pueden hacer mucho. Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres T» (trabajo, techo, tierra). ¡No se achiquen!”

"Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas. ¡No se achiquen!”

El Papa clamó contra “la imposición de medidas de austeridad que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y de los pobres” y contra “el colonialismo, nuevo y viejo, que reduce a los países pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas”. Fue casi al final cuando Francisco, que había convertido en su discurso a los más pobres en “poetas sociales”, admitió: “Alguno podrá decir, con derecho, que «cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia».

Y añadió: “Al igual que san Juan Pablo II pido que la Iglesia «se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos». Y quiero decirles, quiero ser muy claro, como lo fue san Juan Pablo II: pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”.

No es la primera vez que un papa pide perdón a los indígenas, pero no desde luego con esta contundencia. El 13 de octubre de 1992, Juan Pablo II pidió en Santo Domingo a los indígenas que perdonasen las injusticias cometidas contra sus antepasados y, días después en Roma, insistió en su «acto de expiación por todo lo que estuvo marcado por el pecado, la injusticia y la violencia» durante la evangelización de América. Quince años después, el 23 de mayo de 2007, Benedicto XVI afirmó que “el recuerdo de un pasado glorioso” no puede ignorar “las sombras” que acompañaron la evangelización de Latinoamérica. “No es posible olvidar el sufrimiento y las injusticias infligidos por los colonizadores a las poblaciones indígenas, cuyos derechos humanos fundamentales eran con frecuencia pisoteados”, dijo Joseph Ratzinger.

La diferencia en el fondo y en las formas es evidente, aunque también Francisco, como antes Juan Pablo II y Benedicto XVI, añadió que “para ser justos” tenía que reconocer a los sacerdotes que “se opusieron a la lógica de la espada con la lógica de la cruz”. Para finalizar uno de sus discursos más largos pero también más hermosos y combativos, Bergoglio exclamó: “Digamos juntos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez. Sigan con su lucha y, por favor, cuiden mucho a la Madre Tierra”.

lunes, 20 de julio de 2015

Arqueología: Encuentran soldados otomanos que lucharon hasta la muerte

Fosa común revela que soldados otomanos lucharon hasta la muerte en Rumania en el Siglo 16
Forbes

El 13 de noviembre 1594, Miguel el Valiente convocó a sus sujetos en el Estado cliente de Valaquia a levantarse contra el Imperio Otomano. Como parte de una serie de guerras terrestres entre el Imperio Otomano y diversos poderes en Europa, Michael condujo a sus tropas a conquistar varios castillos a lo largo del río Danubio y fortalezas de profundidad dentro del territorio otomano, volviéndose a sólo millas de la capital otomana de Constantinopla. Pero mientras que Miguel estaba luchando a la distancia, los hombres que le prestaron el dinero para financiar su campaña para que sea príncipe fueron asesinados en la capital de Valaquia, Bucarest (Rumania). Los arqueólogos creen que pueden haber encontrado estas cifras históricas en una fosa común descubierta en Plaza de la Universidad de Bucarest, y sus huesos revelan una muerte muy violenta.

Durante una excavación del cementerio de la iglesia de San Sava, se descubrieron 688 tumbas que datan de los siglos 16o a 19no. No lejos de la tierra consagrada, sin embargo, los arqueólogos encontraron tres esqueletos de personas que habían sido arrojadas sin ceremonias en el fondo de un pozo circular. Huesos de animales, ladrillos, fragmentos de cerámica y otros restos entonces habían sido amontonados en la parte superior de ellos para llenar el pozo. La inclusión de toda esta basura era fortuita por los arqueólogos, sin embargo, porque los artefactos, junto con la datación por carbono de los huesos que les permitió datan la fosa común al final de la 16a o principios del siglo 17.


Tres esqueletos mezclados en un hoyo excavado en la Plaza de la Universidad de Bucarest. La cabeza del esqueleto 1 está en la parte superior izquierda; La cabeza del esqueleto 2 está en la parte inferior derecha; y la cabeza del esqueleto 3 está en el medio. (Foto usada con permiso del señor Constantinescu.)

Mihai Constantinescu y colegas desenredan cuidadosamente los restos desordenadas y estudiaron minuciosamente los huesos en busca de pistas sobre quiénes eran y cómo murieron. Escribiendo en la revista International Journal of Osteoarchaeology, señalan que los tres esqueletos eran hombres y adultos jóvenes y de mediana edad. Todos los hombres tenían mala salud dental, así como evidencia temprana de la osteoartritis en todo su cuerpo. Sobre la base de los sitios de unión del músculo en el hueso, que también estaban participando en actividades repetitivas similares: levantar, tirar, mover objetos pesados, caminar largas distancias, y sentado en una posición en cuclillas. Es muy probable que estos hombres compartían una ocupación que les obligaba a realizar las mismas actividades una y otra vez.


Pero las lesiones de los arqueólogos encontraron -tanto aquellos que habían sanado y esos infligido a muerte son sorprendentemente numerosas y horripilante. En algún momento de su vida, Esqueleto 1 fracturó la clavícula, las costillas, la muñeca izquierda, rodilla, cadera, columna lumbar, la nariz y los dedos medios adecuados. Esqueleto 2 parece haber tomado una flecha en la espalda, con una fractura de penetración en su omóplato izquierdo, y se había lesionado ambas rodillas. Sorprendentemente, Esqueleto 3 estaba ileso, pero posiblemente porque era un poco más joven que los otros dos hombres.


Esqueleto 2, lesión 13: sexta costilla derecha con la punta de flecha que produjo la lesión. (Foto usada con permiso del señor Constantinescu.)

Dos docenas más heridas fueron encontrados en los tres cuerpos, pero estos fueron infligidas en la época de la muerte. Mientras esqueletos 1 y 3 tenían pocos lesiones, Esqueleto 2 sufrió 18 heridas antes de morir. La mayoría de las heridas fueron infligidas en las cabezas de estos hombres por un ataque de frente, y la mayoría de las lesiones fueron causadas por objetos afilados como espadas y flechas.

Había una bala de mosquete presentado en las vértebras del cuello del esqueleto 2, además de una punta de flecha todavía atrapado en una costilla, una herida piratería que rompió el esqueleto facial, y la indicación sobre las vértebras que alguien intentó decapitarlo.


Esqueleto 2, lesión 12: cuarta vértebra cervical con la bala de mosquete que produjo la lesión (Foto usada con permiso del señor Constantinescu).

El esqueleto 3 también mostró evidencia de decapitación con una hoja de heridas posiblemente de una vértebra del cuello espada a través. El esqueleto 1 sufrió una fractura craneal masiva, probablemente causado por una maza. Desde los soldados en ese momento podría llevar sólo físicamente y utilizar un fusil, un arco o una maza, y no una combinación de ellos, esto significa que al menos tres personas diferentes establecen en este grupo de hombres.


Esqueleto 3, lesión 2: Lámina de la herida en la cuarta vértebra cervical. El corte horizontal a través del cuerpo vertebral (parte superior de la imagen) es evidencia de trauma agudo. (Foto usada con permiso del señor Constantinescu.)

Los nombres exactos de estos hombres son desconocidas, pero Constantinescu y sus colegas creen que eran comandantes ya sea militar o jenízaros (infantería de élite de soldados otomanos), muy posiblemente los mismos que habían prestado el dinero Michael Brave para que pudiera gobernar Valaquia. Si eran rumanos ", habrían sido enterrados en un cementerio por los lugareños", escriben. Con base en el período de tiempo, las lesiones infligidas, y la ubicación del entierro, concluyen que "las tensiones provocadas por los acreedores en la corte principesca de Miguel el Valiente podrían haber contribuido a la violencia excesiva y la falta de interés por su permanece. "

¿Acaso los sujetos Miguel el Bravo atacan violentamente a los otomanos en medio de ellos mientras él estaba fuera luchando la Guerra Larga turca? Es imposible responder a esta pregunta definitivamente, pero Constantinescu y colegas de trabajo en esta grave misterio muestra cómo armar los registros históricos, parafernalia militar y huesos humanos nos puede llevar más cerca de una solución.

domingo, 19 de julio de 2015

Cuando Cuba no había sido "liberada" y hambreada

Cuba antes de la revolución
Un periodista británico aterrizó en La Habana en 1957 con el encargo de contactar con Hemingway y conocer las posibilidades de la guerrilla de Fidel
El cambio estaba en marcha. Y la isla, una mezcla de casinos, espías y prostitutas, despertaba la misma expectación que hoy frente a lo desconocido

ANTONIO JOSÉ PONTE - El PAÍS


Estadounidenses apostando en el hotel Nacional en 1958. / FRANCIS MILLER (GETTY)

Norman Lewis, el más grande escritor de viajes desde Marco Polo según Auberon Waugh, viajó a La Habana en 1957 con la doble misión de consultarle a Hemingway las posibilidades de la guerrilla de Fidel Castro e investigar qué vendría después de El viejo y el mar. Por el camino dio con un mechón de vello púbico de Catalina la Grande, consultó a la santera del dictador Batista y medió en un duelo a muerte provocado por Ava Gardner.

Fue su editor londinense, Jonathan Cape, quien le pidió que averiguara qué escribía ahora Hemingway, al que publicaba en Inglaterra. La consulta sobre política cubana era encargo de Ian Fleming, inventor de la saga de James Bond, jefe de la sección internacional de The Sunday Times y con lazos en la inteligencia naval británica, donde sirviera durante la guerra. Fleming y Lewis se habían conocido en la fiesta navideña de Jonathan Cape. Los reunió el azar alfabético, pues las escasas dimensiones del local obligaban a más de una convocatoria. A ellos les correspondía la segunda, aunque Fleming malició que aquella era la fiesta de los autores de segundo rango, y señaló a unas cuantas letras que no tendrían por qué estar allí. Elogió la novela más reciente de Lewis, conversaron de poesía y cuando Lewis confesó que García Lorca era su poeta favorito, le preguntó si lo leía en español y quiso conocer de sus viajes por Centroamérica. Así que quedaron para almorzar al día siguiente y a los postres le propuso la expedición a Cuba.

Acreditado por The Sunday Times, Norman Lewis llegó a La Habana un domingo de fines de diciembre. Había estado allí 20 años antes y ahora encontraba mayores razones para admirarla: La Habana era la ciudad más hermosa de las Américas. Tomó una habitación en el Sevilla Biltmore y preguntó por Edward Scott, editor de The Havana Post, quien vivía en una suite del hotel y cuyas señas le había pasado Fleming.

Se decía que Scott era uno de los cuatro individuos que sirvieron de modelo para James Bond, aunque aquel hombre bajo y de expresión aniñada decepcionaba bastante como cuarta parte de 007. Con un habano en sus manos regordetas, pluma de oro en el bolsillo, zapatos bien lustrados y la amante de turno (negra, según alcanzó a ver Lewis) esperándolo en su habitación, a Scott le pareció risible la idea de consultar al novelista estadounidense. Pero Lewis insistió en que Ian Fleming tenía noticias de un encuentro entre Castro y Heming­way en una de las cacerías del escritor por las montañas. “La única montaña donde Hemingway caza es el Montana Bar”, cortó Scott. En cualquier caso, él era el peor conducto para llegar al novelista, pues acababa de retarlo a duelo.

Lewis tuvo que sonreír, ¿es qué allí la gente se batía a duelo todavía? Bueno, si visitaba la morgue de la ciudad (y tal visita valía la pena), descubriría entre los cadáveres de estudiantes revolucionarios a uno o dos duelistas. Noches antes, Ava Gardner acompañó a Hemingway a la fiesta del embajador británico por el cumpleaños de la reina, y en un momento de jolgorio se desembarazó de su ropa interior, agitándola en el aire. Scott lo consideró un insulto a la corona, Hemingway lo amenazó con darle una paliza y él no tuvo más remedio que enviarle invitación para batirse. Así que tendría que apresurarse si deseaba encontrarlo con vida.

El escritor Norman Lewis preguntó por el apoyo que tenían las fuerzas de Fidel Castro. “Hay un montón de jóvenes de clase media que ven en él su única oportunidad de llegar a alguna parte”

Luego de enviar una nota al novelista estadounidense, Norman Lewis se dedicó a husmear en busca de gente interesante y dio con el general Enrique Loynaz del Castillo y el también general Carlos García Vélez, embajador en Londres durante 12 años.

“En la prensa suele aparecer que tengo 94 años”, saludó García Vélez. “No es verdad, solo tengo 93.”

Plantas y muebles victorianos repletaban el salón. El general tenía siempre a mano su lectura favorita, el Edinburgh Journal, que coleccionaba desde el número inicial de 1764. Hijo del general Calixto García Iñíguez, un bisabuelo suyo había peleado contra Bolívar en Carabobo. Hollywood había hecho una película con la historia de su padre, pero él no la conocía. No sentía el más mínimo interés por el cine o la televisión. Loynaz del Castillo recordó entonces que Barbara Stanwyck protagonizaba el filme, Mensaje a García. “Una chica muy guapa”, lamentó no haber coincidido con ella.

Graduado de cirujano dental en Madrid, Carlos García Vélez fue el director fundador en 1894 de la Revista Española de Estomatología, segunda de su clase en el mundo. Sin embargo, debió regresar entonces a Cuba y estrenarse como combatiente. “Cuando digo que la guerra se dirigió con la brutalidad más extrema me refiero a los dos bandos”, resumió. Él la recordaba como un historiador y dejaba los aspavientos del patriotismo para su amigo Loynaz.

Ambos generales sopesaron si el visitante merecía conocer el álbum. Decidida la consulta a su favor, García Vélez buscó un manojo de llaves, apartó una aspidistra y colocó sobre la mesa el legado de Francisco de Miranda, antecesor suyo, combatiente de las guerras de independencia de Estados Unidos y Venezuela, y cuyo nombre aparecía inscripto en el Arco del Triunfo como héroe de la Revolución Francesa.

Cada página de aquel álbum dieciochesco contenía un puñado de cabellos y una dedicatoria de la dama a la que pertenecieran. Allí tenían, al alcance de los dedos, más de 50 muestras de vello púbico de algunas de las muchas amantes de Miranda. Al menos una de aquellas muestras tenía gran interés museístico, la perteneciente a Catalina II, emperatriz de todas las Rusias. Al pie de su pelusa real podía verse rubricada una espléndida y arrogante K. El general García Vélez comentó que, descontando lo que pudiese contener su sepulcro, aquello era cuanto sobrevivía del cuerpo de Catalina la Grande. Y pensar que su propuesta de donación del álbum le había deparado el rechazo del Museo Nacional…

(Norman Lewis se vio con el magnate azucarero Julio Lobo para hablar del apoyo empresarial a Castro, y de haber tratado acerca de sus colecciones, habría tenido noticias de otro mechón notable: el de Napoleón, que Lobo atesoraba junto a una muela del emperador. En La Habana coexistían, por tanto, dos mechones imperiales, el de Napoleón y el de Catalina. La primera de estas reliquias se exhibe hoy en el Museo Napoleónico, adonde fue a dar la colección de Julio Lobo incautada por el régimen revolucionario, pero del álbum de Francisco de Miranda no conozco más que lo que cuenta Lewis).


El dictador Fulgencio Batista en 1959, año en que triunfó la revolución castrista. / JOSEPH SCHERSCHEL (GETTY)

Dejando atrás batallas y galanterías de otros siglos, Norman Lewis preguntó por el apoyo que tenían las fuerzas de Fidel Castro. “Hay un montón de jóvenes de clase media que ven en él su única oportunidad de llegar a alguna parte”, le aseguró García Vélez.

Meses antes, en febrero de 1957, el reportero de The New York Times Herbert L. Matthews entrevistaba al jefe de la guerrilla en su campamento. La entrevista resultó tan crucial que un libro sobre el tema considera a Matthews “el hombre que inventó a Fidel Castro”. Vaquero, uno de los organizadores del viaje de Matthews a la Sierra Maestra, se citó con Norman Lewis en el hotel Sevilla. Parecía hacer tan descuidadamente su trabajo que iniciaron tratos sin chequeo previo, y cuando un limpiabotas se les acercó, él siguió hablando como si nada.

Estaban a pocos metros de la sede de la inteligencia militar. En la calle se produjeron disparos y vieron hombres corriendo a lo lejos. Los jugadores de un billar cercano iban armados y continuaron en lo suyo. Una prostituta cara aprovechó la ocasión para dejarles su tarjeta. Vaquero dijo estar aburrido de la vida en la sierra y sentirse solo en la capital, donde no conocía a nadie. En un cine cercano echaban una película de gánsteres y le preguntó a Lewis si no le apetecía acompañarlo. Entretanto, Edward Scott practicaba tiro en la redacción de The Havana Post. Con puntería muy distinta a la de Bond.

Lewis viajó a Santiago de Cuba siguiendo instrucciones de Vaquero. En el parque del centro de la ciudad, un negro le pidió su opinión sobre el filósofo Kant. No era, contra lo que pudiera suponerse, una contraseña. (Quizá el lugar sea proclive a esta clase de encuentros porque el escritor Virgilio Piñera, de visita en la ciudad unos años después, preguntó a una transeúnte dónde vivía Franz Kafka, a lo que la santiaguera contestó que no sabría decirle, pero que un rato antes lo había visto cruzar en una bicicleta).

En Santiago de Cuba consultaba lo invisible Tía Margarita, a quien se encomendaba el propio Fulgencio Batista y cuyo preparado contra las enfermedades nerviosas, a base de huesos de perro, gozaba de fama milagrera. Exvotos de peloteros y senadores repletaban el altar del dios de la guerra Changó, del cual era sacerdotisa. ¿Acaso él quería conocer la fecha exacta de su muerte? No, lo que de veras preocupaba a Lewis era quién ganaría la guerra en Cuba. “Changó dice que la victoria le llegará a quien la merezca”, respondió Tía Margarita. Prometió que faltaba un año para la victoria, y no anduvo errada en esto.

Cada noche los disparos empezaban a las diez en punto. Vaquero avisó a Lewis que ya podía salir rumbo a Manzanillo. Allí lo esperaban con una contraseña que no alcanzó a intercambiar, pues nada más bajarse del autobús lo interceptaron tres soldados. Muy cortésmente, le requisaron la guerrera que comprara en una tienda de efectos militares de Oxford Street y le notificaron que en media hora saldría un autobús y un agente iba a ocuparse de que llegara a la capital sano y salvo.

Lewis había imaginado a un Hemingway imponente y vigoroso, y descubrió a un viejo exhausto, vestido de pijama y emborrachándose con Dubonnet desde temprano

En La Habana encontró una invitación de Hemingway, que lo esperaba al día siguiente. Lewis lo había imaginado imponente y vigoroso, y descubrió a un viejo exhausto, vestido de pijama y emborrachándose con Dubonnet desde temprano. Su aspecto era tan triste que en cualquier momento podría ponerse a lagrimear. ¿Era aquello una entrevista?, quiso saber. Él procuró tranquilizarlo: le traía un mensaje de su devoto amigo Jonathan Cape. Tan devoto que evitaba gastar demasiado en la cubierta de sus libros, le reprochó el viejo. ¿Conocía él a Edward Scott? Someramente, adujo Lewis. Bien, quería que le echara una ojeada a la carta a The Havana Post que estaba preparando.

En la carta rechazaba el reto a batirse con el argumento de que Scott se debía a los lectores de su diario y no habría de exponer su vida. Quiso saber si la consideraba una respuesta digna. Lewis opinó que lo era. El viejo le pidió entonces su sincera opinión sobre todo aquel asunto. Él comentó que le parecía ridículo. Exacto, sonrió por primera vez. Y cuando lo consultó acerca de las oportunidades de la guerrilla, el viejo novelista respondió tan sibilino como una santera: “Mi respuesta es inseparable del hecho de que vivo aquí”.

Otra vez de visita en Cuba, en 1959 Lewis fue testigo de cómo una paloma se posaba en el hombro de Fidel Castro, que discurseaba. La escena, orquestada por un entrenador de palomas de quien entonces no se tuvo noticia, surtió efecto también sobre Lewis. Fidel Castro era el mejor orador desde Demóstenes, sostuvo temerariamente.

Edward Scott inclinaba ahora su diario hacia la izquierda, se retrataba con Ernesto Che Guevara y sabía de un local donde jugar al bingo pese a las prohibiciones. Lewis olfateó cierto puritanismo en el ambiente. Los borrachos eran mandados a centros de desintoxicación, las prostitutas eran reeducadas. Un Cadillac oficial lo condujo al centro donde unos jóvenes aprendían a autocriticarse. Y le llegaron noticias de que el propietario del mejor restaurante chino de la ciudad, quien fuera astrólogo de Chiang Kai-shek, había elegido el suicidio después de que le ordenaran suprimir el lujo en su cocina.

Norman Lewis asistió a un juicio militar y pudo conocer al estadounidense Herman Marks, jefe del pelotón de fusilamiento de La Cabaña, a quien dejó hablar con largueza. Marks alardeó de que a la gente le gustaba dejarse ver con él. En el hotel Riviera le procuraban la mejor mesa, Fidel lo saludaba efusivamente. Creía en el trabajo bien hecho, y el suyo era fusilar. Había elegido aquel emplazamiento del paredón, con vista al Cristo de La Habana. Consentía que los sentenciados ordenaran su propia muerte, si acaso deseaban esa fanfarronada última. No aceptaba regalos, ninguno de esos relicarios o patas de conejo que tanto significaban para sus dueños. Únicamente gemelos de camisa, que regalaba luego a sus amigos. Estaba en contra de que los proyectiles usados se vendieran por cinco pesos para hacer brujería. Y conocía a diplomáticos y visitantes extranjeros que daban cualquier cosa por asistir a una de sus noches de trabajo.


Ernest Hemingway, paseando por la bahía de Cojímar en 1952. / ALFRED ESISENSTAEDT (GETTY)

Existía, al parecer, un turismo de las ejecuciones. “El artista de Fidel”, bautizó Lewis a Marks, y un año más tarde lo dio por fusilado en aquel paredón. La historia de Herman Frederick Marks resultó, sin embargo, distinta. Nacido en Milwaukee en 1921 y arrestado más de treinta veces por robo, asalto, secuestro y violación, conoció desde temprano la cárcel. En Cuba combatió bajo las órdenes de otro extranjero, Ernesto Che Guevara, quien lo menciona en uno de sus diarios. Ponía un entusiasmo carnicero en su trabajo: en lugar del tiro de gracia, vaciaba su pistola en el rostro del ejecutado para hacer más difícil el reconocimiento por parte de los familiares. Lo acompañaba un perro, cruce de pastor alemán con otra raza, aficionado a lamer sangre humana. “El Carnicero”, lo llamaban. A ­Marks, no al perro.

En alguna de sus madrugadas, Marks debió temer que aquella estatua de Cristo fuese su última imagen y que el perro que criaba terminara probando su sangre. De manera que, acompañado de su esposa, la modelo y fotógrafa neoyorquina Jean Sécon, secuestró una embarcación. Luego de una semana a la deriva, recalaron en Yucatán. En julio de 1960 se encontraba en terreno estadounidense. En enero de 1961 fue arrestado por oficiales de Inmigración que iniciaron los trámites para deportarlo. Apelaciones mediante, logró librarse del reencuentro con sus jefes habaneros, recuperó su ciudadanía estadounidense y puede que viva aún, a los 94 años.

El Pabellón de Jade, el mejor restaurante chino mencionado por Lewis, no aparece en la guía telefónica de La Habana de 1958. Quizá se trataba del Pacífico. La lectura favorita del general García Vélez debió ser no el Edinburgh Journal, sino el Edinburgh Adviser, fundado en 1764. Podría pensarse que en estas aventuras cubanas de Norman Lewis hay materia suficiente para una novela. Pero él la escribió ya, y espléndidamente. En cambio, lo que sí aguarda por algún novelista, mitad Walter Benjamin y mitad Patrick Modiano, es la guía telefónica habanera de 1958. La Habana de entonces concitaba un interés muy parecido al que en la actualidad concita. Igual que en época de Norman Lewis, quienes hoy la visitan hablan de una hermosa capital a punto de muy grandes cambios.

sábado, 18 de julio de 2015

Guerra contra la Subversión: El muerto, el degollado y Milani

Bonasso disparó munición gruesa contra Verbitsky por el caso Ledo
El periodista acusa al presidente del CELS de ocultar pruebas en la desaparción del soldado. El “doble estándar” y el hackeo.



Horacio Verbitsky y Miguel Bonasso. | Foto: dyn


El periodista Miguel Bonasso salió de nuevo con los tapones de punta por el caso de la desaparición de Alberto Agapito Ledo. Esta vez apuntó al "silencio" del presidente del CELS, Horacio Verbitsky, sobre el rol del exjefe del Ejército, César Milani, durante la última dictadura cívico-militar, y en particular por el crímen del conscripto.

"El extraño fenómeno del presidente del CELS y el periodista Horacio Verbitsky", tituló Bonasso. Además, habló del supuesto "doble estandar" de su colega, que, según él, acusó a otros cronistas de callar sobre las denuncias contra Milani mientras él mismo no mencionaba el tema.

"El domingo 28 de junio pasado, haciendo uso de su añeja profesión de periodista, Verbitsky ironizó en Página 12 sobre el retiro de su ex aliado César Milani al titular su nota 'Razones personales'. Sin asomo de rubor, Verbitsky apunta en el copete: 'La razón personal de Milani fue que el poder Ejecutivo perdió la confianza en él. Nunca debería haberla tenido'. Ese 'nunca' que transfiere alegremente al Poder Ejecutivo, lo comprende como cómplice y encubridor del asesino del conscripto Alberto Agapito Ledo", escribió Bonasso en su blog.

"En un alarde informativo, donde combina la pericia profesional con informaciones suministradas por fuentes judiciales y de inteligencia, el periodista Verbitsky aporta un dato clave que omitió prolijamente el Verbitsky Presidente del CELS, durante todos los años que eslabonaron el irresistible ascenso del general Milani a la jefatura del Ejército: el estrecho vínculo entre el renunciado y otros connotados represores 'entre ellos uno de los condenados por el asesinato del obispo Angelelli'", continuó el escritor y cronista.

Bonasso criticó que "el 30 de enero de 2008, el flamante general de Brigada pasó a ocupar la Dirección General de Inteligencia sin que el CELS, ni su presidente Verbitsky se alarmaran. El 31 de diciembre de 2010, el Senado aprobó su ascenso a general de división, y nuevamente el CELS se calló la boca. Por esas fechas su protectora, Nilda Garré, pasó de ministra de Defensa a titular del flamante ministerio de Seguridad".

Hackeado. La semana pasada el autor de "Recuerdo de la muerte" denunció haber sido hackeado tras publicar una nota donde detalló que eldiario "El Sol" de La Rioja había "fichado a Ledo en 1974" con el aval de Amado Menem, hermano mayor del expresidente Carlos Saúl.

Le había pasado algo similar en 2013. En aquel entonces Pedro Agote, responsable legal de la página en Argentina le dijo en un correo electrónico: "por lo que he consultado, el sitio ha sido declarado inseguro precisamente porque está hackeado".

Perfil

viernes, 17 de julio de 2015

Argentina: Lago del desierto

Lago del desierto, cuna de un reclamo malintencionado

Luego del enfrentamiento de 1965 este territorio fue disputado diplomáticamente. Sólo la mala intención explica que alguna vez haya habido una disputa.

Para defender su postura, Chile aportó antecedentes históricos que indicaban que el área fue objeto de colonización nacional, haciendo referencia al establecimiento de la familia Sepúlveda en esa zona.

En cambio, para Argentina fue fundamental el hecho de que algunos mapas chilenos ubicaban a la Lago del Desierto como parte del territorio argentino.

Este argumento definitivamente complicó las aspiraciones chilenas, según recuerda el ex canciller Silva Cimma: "El mapa hecho por el Instituto Geográfico Militar el año 1956, claramente establecía que esa parte del territorio discutido era argentina".

Recuerda que la cancillería retiró de circulación esos mapas, pero ya estaban en los antecedentes del servicio exterior argentino "y fueron hechos valer en su oportunidad".

Del mismo modo, Buenos Aires argumentaba que la presencia argentina fue constante en la región, la cual fue potenciada con la creación de la localidad de El Chaltén, en 1985.


jueves, 16 de julio de 2015

SGM: Telegrama nazi por 55 mil dólares

Telegrama nazi famoso subastado por casi $ 55.000
Un telegrama enviado a Hitler, en vísperas de su caída se ha vendido en los EE.UU. por dos veces y media el precio esperado. El documento fue enviado por el líder nazi Hermann Göring en los días finales de la guerra.



 El telegrama de Hermann Göring a Hitler del 23 de abril de 1945 Copyright: picture-alliance / dpa


La Segunda Guerra Mundial fue disminuyendo hasta su fin en 1945 y los líderes nazis sabía lo peor venía para ellos. Hermann Göring era segundo al mando de Adolf Hitler.

Mientras Göring estaba en el sur de Alemania en el momento, se enteró de que Hitler estaba escondido en un búnker en Berlín y quería convertir al país hacia él. Göring envió a Hitler un breve telegrama el 23 de abril de 1945, pidiendo que se haga cargo. Si no recibió una respuesta de 22:00 de la noche, iba a suponer que Hitler había perdido su libertad de acción y tomar las riendas del régimen cae, escribió Göring.

Con el mensaje, el líder nazi se arriesgó a traición, pero le preocupaba que si esperaba, su oportunidad en el poder pasaría por él. Según los relatos de las personas cercanas a Hitler, el telegrama arrojó el Führer en rabia y contribuyó a la desintegración de su estado mental. En el testamento de Hitler, escrita el 29 de abril de 1945, Göring fue despedido formalmente de toda autoridad. Hitler y su compañera, Eva Braun, se suicidó al día siguiente.

La guerra terminó apenas unos días más tarde y Hermann Göring después se quitó la vida tras ser declarado culpable de crímenes de guerra durante los juicios de Nuremberg. Pero el telegrama que envió en la noche del 23 de abril pasó a la historia como un símbolo de la desesperación de un régimen sitiada.

El pedazo de papel, amarilleado por el tiempo, pero todavía en buen estado, se esperaba vender por 20.000 dólares en las subastas Alexander Históricos en Stamford, cerca de Nueva York el martes (07/07/2015). En cambio, un comprador no identificado en América del Norte reclamó para $ 54.675. El telegrama había sobrevivido el pasado 70 debido a un soldado estadounidense guardó como recuerdo después de la guerra.

Deutsche Welle

miércoles, 15 de julio de 2015

Guerra contra la Subversión: La última acusación de un terrorista

Verbitsky acusa a amigo de Milani por el MTP y La Tablada

César Milani y Horacio Verbitsky son 2 rostros extremos del gobierno de los Kirchner. Ambos resultaron útiles a Cristina Fernández de Kirchner aunque se odian entre ellos. Casi casi logran repetir las contradicciones propias del peronismo 1973-1976... Milani acaba de marcharse a la jubilación, con varias causas judiciales pendientes. Verbitsky queda en escena y tendrá que convivir con otro tipo de jubilación, ya sea por Mauricio Macri o por Daniel Scioli. Mientras tanto, aprovecha para ajustar cuentas con Milani en un texto tan previsible como para el bostezo, con excepción de un dato muy interesante: identifica como aliado de Milani a quien 'intoxicó' a los extremistas del Movimiento Todos por la Patria, que fundó Enrique Gorriarán Merlo, cofinancista inicial del diario Página/12 para Jorge Lanata, y donde aún hoy día escribe el compungido Verbitsky:
Urgente 24

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"(...) Martín Gabriel Botana Botana estaba en contacto con el abogado Jorge Baños (foto), integrante del grupo político MTP, quien lo hizo público en una conferencia de prensa. (...)".
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). El contenido de Horacio Verbitsky en el diario Página/12 comienza sin novedades:

"La causa por presunto enriquecimiento ilícito arroja luz sobre algunas relaciones del general César Gerardo del Corazón de Jesús Milani que ratifican las sospechas sobre su actuación durante la dictadura militar.

(...) En el expediente que instruye el juez federal Daniel Rafecas, Milani está obligado a justificar con qué recursos compró en 2010 la imponente casa de O’Higgins 3636, en el barrio La Horqueta de San Isidro.

(...) Las informaciones publicadas sobre la presunta venta del departamento de Milani a Eduardo Enrique Barreiro lo mencionan como escribano o agente inmobiliario. Al margen de cuál sea su actividad actual, lo más relevante es el carácter militar de Barreiro, quien en 1982 fue hecho prisionero por los ingleses en la Bahía Ajax de las islas Malvinas. Oficial del arma de comunicaciones, Barreiro tiene la misma edad que Milani, aunque egresó como subteniente en la promoción siguiente a la del ex jefe de Estado Mayor. Pasó a retiro con el grado de capitán en 1992. El 6 de septiembre de 1977 participó en un operativo de “control e identificación de población” en La Plata. Según la información del Ejército, cuando el personal de la Tercera Sección de la Compañía B del Batallón de Comunicaciones 601 de City Bell trató de ingresar en una casa de la calle 148, entre 27 y 28, del barrio Unión Villa España de Berazategui, los habitantes se resistieron y dos de ellos fueron abatidos. También murió un conscripto. En la casa había tres chicos. (...)".

Sin embargo, hacia el final del texto, lo de Verbitsky resulta interesante, no por Milani sino por otro militar amigo del renunciante:

"(...) Otra relación particular es la de Milani con el coronel Marcelo Oscar Granitto, quien era su asistente personal. El año pasado lo incluyó en la lista de ascensos a general de brigada. Ante una consulta del ministerio de Defensa acerca de las propuestas, el CELS opinó que debía negársele ese ascenso, dados los graves antecedentes que afectaban su idoneidad para esa jerarquía. La comunicación enviada en diciembre de 2014 recuerda que en diciembre de 1988 Granitto se unió al alzamiento del coronel Seineldín en Villa Martelli, para lo cual abandonó durante cuatro días sin previo aviso su destino en Comodoro Rivadavia. A raíz de ello se le impuso una sanción de 30 días de arresto, que luego se redujo a 20. En su descargo, dijo que seguía órdenes de Seineldín, cuyo alzamiento había reivindicado al Ejército.

Al mes siguiente, le contó a su primo hermano Martín Gabriel Botana, egresado de la promoción 33 del Liceo Militar San Martín, que Seineldín, el candidato presidencial Carlos Menem y el dirigente sindical Lorenzo Miguel planeaban sustituir al presidente Alfonsín por el vice, Víctor Martínez, o por un gobierno provisional, sin suspender las elecciones presidenciales ya convocadas para mediados de año.

Le explicó que no aceptaban más críticas por lo que llamó lucha antisubversiva y que exigían hipótesis de conflicto definidas, “sin descartar el combate con la guerrilla marxista” y eventuales enfrentamientos con Brasil y Chile. Según Granitto, había que eliminar la infiltración a toda costa. Mencionó como ejemplo a los periodistas Carlos Campolongo y Mónica Gutiérrez, a los dirigentes de la Coordinadora radical, el peronismo renovador y los marxistas, confesos o no, y dijo que iban a ser eliminados todos los que fueran necesarios. Agregó que mantendrían la Cámara de Senadores pero disolverían la de Diputados y los gremios no adeptos y que harían un cuadro con un representante de cada organización intermedia para controlar al gobierno: un representante de cada profesión, oficio o grupo trabajador, hasta el triunfo de Menem. Botana estaba en contacto con el abogado Jorge Baños, integrante del grupo político MTP, quien lo hizo público en una conferencia de prensa.

Pese a la desmentida de Menem y Miguel, la denuncia fue ratificada ante la justicia. Una semana más tarde Baños murió en el Regimiento de La Tablada durante su fallido copamiento, que se hizo simulando un nuevo alzamiento carapintada y convocando a la población a movilizarse en apoyo a la democracia. Ante el informe del CELS, el Poder Ejecutivo quitó el pliego de Granitto de la lista de ascensos presentada por Milani.

No obstante, el Jefe de Estado Mayor mantuvo a su amigo en actividad, con el grado de coronel mayor. Esta jerarquía cayó en desuso en el siglo XIX, hasta que en 1992 fue recreada por el jefe de Estado Mayor Martín Balza, como una distinción honorífica para aquellos oficiales que a pesar de sus merecimientos no ascendían por falta de vacantes.

Según la información oficial del Ejército, “dura solamente el año en que el que la ostenta, es nuevamente considerado y al abrirse nuevas vacantes, pasa a ostentar el grado de general de brigada... o sin seguir existiendo vacantes, pasa a retiro”. Haya engañado a su primo para inducir el acto desesperado del MTP o haya sido parte de un verdadero complot como el descripto, no fue la falta de vacantes sino estos negativos antecedentes la razón por la que el Poder Ejecutivo decidió no ascender a Granitto. Al contrario, con un generalato de 60 miembros, diez por ciento más grande que durante la dictadura, vacantes son lo que sobra en ese nivel."

martes, 14 de julio de 2015

Montoneros: Born cuenta sobre su secuestro

Habla Jorge Born
El empresario cuenta los detalles de su secuestro a manos de Montoneros. Un relato conmovedor, 40 años después.


Por María O'donnell*

Perfil


EL RECUERDO QUE VUELVE. Jorge Born se decidió a hablar para el libro de la periodista María O'Donnell y contó anécdotas de la famosa “Operación Mellizas” hasta ahora desconocidas incluso para su familia.
A lo largo de nueve meses,Jorge Born llevó un registro de cómo transcurría su vida en una “cárcel del pueblo” de los Montoneros. Al heredero de Bunge y Born, el mayor imperio económico de la época, redactar un diario le sirvió para combatir la angustia y el tedio. Escribir, además, le salvó la vida: gracias a las cartas que le dirigió a su padre, lo convenció de pagar 60 millones de dólares de un rescate doble, porque también habían secuestrado a su hermano Juan.
Jorge Born había pensado en preservar esos papeles y contaba con el consentimiento de sus captores: el jefe de los Montoneros, Mario Firmenich, le había sugerido que transformara esos apuntes en un libro. Sin embargo, en la antesala de su liberación, el 20 de junio de 1975, él mismo destrozó todas sus notas. Rompió las hojas manuscritas en la cara de Firmenich después de recibir la noticia de que Alberto Bosch, su mejor amigo de la infancia, un gerente de Molinos Río de la Plata que iba en el asiento delantero del auto el día que emboscaron a los hermanos Born, había muerto acribillado.
Con ese gesto de furia, Jorge Born enterró sus memoria del secuestro –que sigue siendo el más caro de la historia– por décadas. Con la publicación de “Born” quebró su silencio y contó detalles de Operación Mellizas que eran desconocidos, incluso, para su familia.
“Hasta ahora me callé la boca porque creí que no era conveniente que hablara. No le quería causar problemas a nadie”, explicó en las oficinas discretas para un hombre de su riqueza que ocupa en un edificio con una vista generosa a la Plaza San Martín. En la intimidad de la empresa, que su padre hubiera pagado a los Montoneros 60 millones de dólares por su vida y la de su hermano le resultó una carga pesada de sobrellevar.
María O’Donnell: ¿Algo pasó para que decidiera dar su testimonio después de cuatro décadas?
Jorge Born: Quería que se supiera la verdad, que se conociera del sufrimiento de mi padre, porque muchos se creyeron que todo se arregló con guita… Yo me quedé sin los papeles, porque se los rompí en la cara a Firmenich, pero me quedé con muchas cosas en la cabeza. Me trataron de arrinconar para que hablara y decidí hacerlo cuando no me sintiera acosado.
O’Donnell: ¿Por qué le pareció oportuno este momento?
Born: Cuando vino Néstor Kirchner y empezó todo otra vez yo no quería meter el dedo en la llaga. Hace poco allanaron las oficinas de Molinos (N. de R.: en el marco de una causa por delitos de lesa humanidad, que investiga si los directivos de la empresa cooperaron con la dictadura para la desaparición de integrantes de la comisión interna). ¿A vos te parece? Nosotros vendimos la empresa hace años y los gerentes están todos muertos. Es la historia de nunca acabar. Por eso mucha gente me dice que por fin conté la verdad…
O’Donnell: Su verdad incluye un relato sin culpas sobre aportes en negro a campañas electorales, corrupción en el gobierno de Menem y una bolsa de plata que recuperó mediante el pago de “comisiones” de todo tipo…
Born: De alguna manera, era mi plata, pero además… yo no quise ser hipócrita. Era así: o pagabas coima o te ibas del país, y hoy día sigue la misma corrupción, o peor… Todos tienen el culo sucio y nadie se anima a decir la verdad. Por eso creo que el problema de este país es más moral que económico.
Cuando lo liberaron, Jorge Born sorprendió a los periodistas que lo aguardaban en una conferencia de prensa clandestina al decir que su deseo más próximo era celebrar en familia su cumpleaños número 41, que cumpliría el 22 de junio de 1975.
Cuarenta años después, responde de manera similar.
O’Donnell: ¿Pensó en este aniversario redondo?
Born: No pienso en eso. En estas fechas, pienso en mi cumpleaños, que es el 22.
O’Donnell: Los secuestraron el 19 de septiembre de 1974: había muerto Juan Domingo Perón y gobernaba Isabel, ¿qué recuerda de la emboscada?
Born: Íbamos con mi hermano Juan en el asiento de atrás del auto. Adelante iba Bosch y manejaba (Juan Carlos) Pérez, un chofer que era muy hábil para esquivar. En otro auto iba la custodia. De repente nos chocaron, tiraron tiros… Yo me tiré al piso… A mí me dieron un golpe en la cabeza con un revólver, y mi hermano salió corriendo, pero lo agarraron enseguida y nos llevaron en una camioneta.
O’Donnell: Era una época de muchos secuestros extorsivos, ¿cómo vivían?
Born: Amenazados y aislados, en una quinta de San Isidro con Juan, en casas separadas, cada uno con su familia. Teníamos custodias por todos lados. Custodias y más custodias. Solo nos movíamos para ir a la oficina en el centro. De salir los fines de semana ni hablar. Las mujeres se querían ir del país, pero mi padre decía que teníamos 17.000 personas trabajando acá y que, pasara lo que pasara, nos teníamos que quedar.
O’Donnell: ¿Qué rol tenían ustedes en la compañía cuando lo secuestraron?
Born: Yo era el número tres y Juan tenía a su cargo la parte administrativa. Mi padre, que era el capo, tenía 70 y pico de años y Mario Hirsch, su segundo, más de 65. Los Montoneros dijeron: “Se nos van…”. Por eso nos agarraron a mi y mi hermano, que éramos tipos de 40 y 39 años.
O’Donnell: ¿Cómo se enteró su padre del secuestro de sus dos hijos mayores?
Born: En cuanto nos secuestran llamaron por teléfono a la compañía y pidieron hablar con el señor Born. Pero mi padre no los atendió. Pedían una locura: 100 millones de dólares.
O’Donnell: ¿Su padre no los atendió? ¿No quería pagar?
Born: Nunca estuvo dispuesto a pagar 100 millones. Se puso duro para negociar hasta el final. La pasó muy mal. Recibía todas las cartas y amenazas. Estaba solo: había mandado a mi madre y al resto de la familia a Punta del Este.
O’Donnell: ¿Su madre no lo presionaba para que pagara rápido?
Born: Por eso se la sacó de encima y la mandó al Uruguay.
O’Donnell: Mientras tanto, a ustedes los separaron y los metieron en celdas muy pequeñas, sin ventanas, sin baño, un espacio en penumbras y aislado, ¿cómo se adaptó?
Born: Cuando me preguntan cómo es el encierro siempre les digo que se metan en un baño, apaguen la luz y cierren la puerta. Verán que no es agradable. Hay que vencer la sensación de claustrofobia. Pero de entrada estuve tranquilo.
O’Donnell: ¿Qué le decían sus guardias?
Born: Lo primero que me dijeron fue: “Acá no funciona el tuteo: Usted me trata de usted”. Se tapaban con una bolsa de arpillera, estaban siempre encapuchados. Como fumaban, se ahogaban porque solo tenían abierto en la boca y en los ojos. Yo los escuchaba y pensaba: “Son unos pendejos de mierda”.
O’Donnell: Los Montoneros se habían dado a conocer el 1º de junio de 1970 con el asesinato de Aramburu, ¿temió correr su misma suerte?
Born: Cuando vi que la cosa duraba, pensé que no me iban a matar. Sabía que querían plata. Entonces empecé a pensar alternativas de supervivencia que me salvaran. Pero era muy cansador… A la noche probaban las armas para asustarme y me cortaban la luz y el aire. Al principio me resultaba desagradable estar con ellos. Los reconocía por la voz. Se creían que yo vivía como un rey y que en mi casa venían los valets a limpiarme las cosas. Unos tarados… No podían creer que yo supiera hacer la cama.
O’Donnell: Al cabo de un par de semanas de “adaptación” lo sometieron a un “juicio político”, ¿en qué consistió?
Born: Decían que tenían que demostrar el daño que la compañía le había hecho al país: que éramos antiperonistas, que habíamos apoyado a la Revolución Libertadora y financiado todos los golpes militares. Aunque era una compañía bien argentina, decían que era una multinacional que atentaba contra los intereses del país, como Cristina Kirchner ahora… En el juicio, ellos eran juez y parte. Se sentaban en una silla y yo en la cama. Me preguntaban pavadas, cómo tratábamos a los obreros y yo les contaba banalidades de la negociación salarial. Me decían que no tenían por qué existir los empresarios y los obreros, que en el país tenían que ser todos iguales…
O’Donnell: ¿Qué pasó con su hermano Juan durante el cautiverio?
Born: Le agarró una especie de trauma. Los Montoneros se empezaron a preocupar, porque había perdido un poco el equilibrio. Entonces me vinieron a ver a mí y me dijeron que me llevarían a verlo. Me quedé frío. Cuando me sacaron las vendas lo encontré tirado en la cama y me gritaba que yo era un fantasma, que Jorge estaba muerto…
O’Donnell: Habían pasado meses y su padre seguía sin negociar, ¿en qué momento se hace cargo usted de la negociación?
Born: Después de un tiempo volvieron a mí porque decían estar podridos de que mi padre no los atendiera. Entonces les di un teléfono de un amigo mío que era como si fuera mi hermano. El pobre tipo se convirtió en el correo. Un día le decían que fuera a Constitución, otro a Florida. Eran todos papeles que se intercambiaban. Solo sobre el final empezaron algunos llamados.
O’Donnell: ¿Y usted le escribió a su padre para que supiera del estado de Juan?
Born: Primero les dije que ellos no conocían a mi padre, que le podían poner un cuchillo en la garganta, pero que no le iban a torcer el brazo, aunque sus hijos estuvieran de por medio. Después les dije que, viendo cómo estaba mi hermano, si bajaban a 50 (millones) se podía empezar a conversar. Ahí arrancó la negociación. La cosa va y viene, y el asunto termina en 60 millones. Pero les dije que Juan tenía que salir después del pago de la mitad y ellos estuvieron de acuerdo: se lo querían sacar de encima volando.
O’Donnell: ¿Qué otras cosas le exigieron?
Born: Que se publicaran unas proclamas en diarios europeos y norteamericanos. Les dije que nadie las leería, pero accedí porque no costaban tanta plata. También pidieron un busto de Perón y Evita en cada fábrica… Taradeces… Lo más complicado fue el reparto de comida por un millón de dólares en todo el país, pero eso lo descontamos del monto total (del rescate), ¿te das cuenta?
O’Donnell: Y los pagos, ¿cómo se hicieron?
Born: Ahí vino la parte difícil. Quedó cerrado el deal (acuerdo en inglés), pero vino la cosa de cómo se entregaba la plata. Me preguntaron cómo hacemos, y me di cuenta de que no tenían estructura ni un pito. Les pregunté si sabían cuánto espacio podía ocupar el dinero que pedían. Les expliqué que iban a necesitar billetes chicos, y que apilados no cabían en mi celda… Trajeron un block y fuimos haciendo las marcas. En fin, les dije que iban a dilapidar el dinero y no me equivoqué.
O’Donnell: Usted no lo supo entonces, pero la Aduana incautó casi cinco millones de dólares que empleados de Bunge y Born intentaron ingresar en valijas por Ezeiza y por esa razón el último pago se hizo en Suiza. Allí, los Montoneros le entregaron 16 millones de dólares al banquero David Graiver.
Born: Después supe que lo de Suiza era una pequeña parte, me contó Galimberti que gran parte de la plata fue a parar a Cuba en valijas diplomáticas.
O’Donnell: ¿Cómo le anunciaron que lo iban a liberar?
Born: Cinco o seis días antes (del 20 de junio de 1975) me dijeron que se había pagado todo y me trajeron una de esas bombas de luz que usan las mujeres para que pareciera que había salido de la playa. Ahí pensé que por algo lo hacían, no querían que me viera tan pálido… Después Firmenich apareció a cara descubierta, me dijo que el acuerdo se había cumplido y me dejó un traje nuevo.
O’Donnell: ¿Qué más hablaron?
Born: Me dijo que íbamos a una conferencia de prensa, donde me iban a presentar y que me querían llevar vestido con saco y corbata para que los periodistas vieran que estaba en buen estado. Le reclamé el reloj Rolex que me habían sacado el día del secuestro y mis zapatos.
O’Donnell: Estaba por recuperar la libertad después de nueve meses de cautiverio ¡y se detuvo a preguntar por el reloj y un par de zapatos!
Born: Y sí, eran míos… Firmenich me dijo que me habían sacado el reloj y los zapatos por razones de seguridad, porque podían tener un micrófono o algo así… En fin, pavadas que les enseñaron en Cuba…
O’Donnell: Después de la conferencia de prensa, ¿adónde lo llevaron?
Born: Me largaron en la estación La Lucila. Vino a buscarme José María Menéndez, un tipo que teníamos en la compañía para averiguar cosas raras, y me dijo que había que rajar ya porque los militares nos mandaban a Salta con los del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Me dejó en un departamento con comida y me arregló todo para que me fuera a Uruguay al día siguiente en una avioneta que salió de Don Torcuato. Me fui sin pasaporte ni nada… De Uruguay nos fuimos a Brasil, donde ya teníamos un escritorio grande. Mudamos a todos los capos de la empresa a San Pablo, y viví ahí durante 17 años.
O’Donnell: Estuvo fuera del país durante la dictadura. En esos años, los militares secuestraron y asesinaron a muchos de los Montoneros que habían participado de su secuestro…
Born: Yo les decía que era una locura lo que estaban haciendo. Tenían la responsabilidad de respetar la ley y la Constitución. No entendían que eso iba a crear un malestar por años… A los Montoneros no te digo que les tuve lástima, pero la manera en que los acribillaron después me pareció espantosa. Algunos eran asesinos, pero otros buenos tipos. Medio locos, porque se convencieron de cada cosa… Con Menem pensé que se iba a poder perdonar a los Montoneros y a los militares, y mirar para adelante, pero no fue posible. Después vino Kirchner y empezó todo otra vez.
O’Donnell: Usted y los Montoneros apoyaron a Carlos Menem: eran el símbolo que necesitaba el entonces presidente para justificar los indultos bajo el argumento de la “pacificación”.
Born: Lo de Menem fue un intento de olvidar el pasado. Yo fui de los primeros que dije: ahora hay que olvidarse de todo lo que nos pasó. Demos vuelta la página y a otra cosa. Perdonemos a todo el mundo y basta. Menem preguntó: “¿Vos decís eso?”. Eso lo entendió. Lamentablemente, no entendió otras cosas.
O’Donnell: Su relación con Menem fue más allá. Puso plata en la campaña y selló una alianza económica, y los dos primeros ministros de Economía fueron hombres de Bunge y Born que usted designó.
Born: Me dejé tentar por Menem. Cuando ganó le llevamos un plan económico. Pero estaba rodeado de locos y de bandidos… era imposible hacer nada. Le gustaban demasiado la plata y las mujeres. Era insaciable.
O’Donnell: Menem le presentó a Rodolfo Galimberti, el secretario militar de la Columna Norte de los Montoneros, que lo había secuestrado. El plan era recuperar algo de la plata del secuestro.
Born: “El Tata” (Juan Bautista Yofre, entonces jefe de la Secretaría de Inteligencia de Menem) me armó una reunión en un hotel. Cuando nos encontramos, Galimberti me pidió disculpas y yo le dije que para mí era un asunto olvidado, que había pasado mucho tiempo, pero que me podía ayudar con el juicio. Ahí me dijo que iba a declarar todo lo que yo necesitara. Lo puse en contacto con los abogados y se portó muy bien. Declaró sobre la plata que le habían dado a Graiver. Les metí un juicio (a los herederos de Graiver) y recuperé 6 o 7 millones, nada que ver con los 60 que pagamos.
O’Donnell: Llegaron a un acuerdo privado con los herederos de Graiver, pero reclamaban 16 millones de dólares, ¿qué pasó con el resto? ¿Menem se quedó con plata?
Born: No tengo pruebas, pero sí… Te digo: eran insaciables. Hubo mucha gente que cobró…
O’Donnell: ¿Galimberti también cobró?
Born: Algo le regalé, porque me ayudó como loco. Él consiguió todo…
O’Donnell: ¿Figura en algún expediente judicial el pago que hicieron los herederos de Graiver a cambio de terminar con el reclamo?
Born: No, ¿qué expediente? Galimberti me entregó una bolsa con dólares y yo le di una parte para agradecerle sus gestiones.
O’Donnell: ¿Intentó de alguna manera dar con la plata que se había ido a Cuba?
Born: Una vez María Julia (Alsogaray) me dijo que iba a ver a Fidel (Castro) y que le iba a preguntar, y cuando volvió me dijo que Fidel decía que la plata nunca había llegado a Cuba. No averiguó nada.
O’Donnell: Con Galimberti se hicieron amigos…
Born: Galimberti se casó con una buena chica que tenía un campo en Entre Ríos. Yo iba de vez en cuando los fines de semana, y el tipo me enseñó a tirar y a cazar.
O’Donnell: ¿Su familia qué le decía? Aprendía a cazar con su ex carcelero…
Born: A mi mujer le decía lo menos posible, pero sí le contaba que el tipo me estaba ayudando.
O’Donnell: Después fueron socios con Jorge “El Corcho” Rodríguez en los llamados al programa de Susana Giménez y eso terminó muy mal…
Born: Al principio ganamos cantidad de plata, pero al poco tiempo apareció un abogado que nos dijo que eso era ilegal y que hacíamos mula, y se metió Clarín y todo se fue al tacho. Hicimos un pleito contra el padre (Julio César) Grassi (de la Fundación Felices los Niños, que figuraba como beneficiaria de parte de las ganancias del juego), y perdió, porque tenía todo en contra.
O’Donnell: Además saltaron las denuncias contra el cura por abuso de menores.
Born: Fue bastante desagradable.
O’Donnell: Y al final le “devolvieron” el Rolex…
Born: Años más tarde, Galimberti me regaló un Rolex brutal, lleno de piedras por todos lados, con mi nombre grabado atrás. Le pregunté si me lo daba por el que me robaron antes, y me dijo que sabía que me lo habían afanado, pero que ese era de su parte.
O’Donnell: Galimberti murió en el 2002, ¿fueron amigos hasta el final?
Born: En un momento fue difícil, porque lo único que “Galimba” quería era entrar a la sociedad, y vía Jorge Born era ideal. Pero yo no soy muy sociable, le decía: “Viejo, yo no soy entrada ni salida a la sociedad…”. Al final de su vida ya no me llevaba tan bien con él, porque básicamente era un loco. Seguía con sus cosas raras: estaba convencido de que se venía otra vez la guerra, le preocupaba el Islam. Se enloquecía por la plata, el poder, las armas…
O’Donnell: Para las próximas elecciones presidenciales, ¿tiene candidato?
Born: No es santo de mi devoción, pero espero que gane (Mauricio) Macri.