El empresario cuenta los detalles de su secuestro a manos de Montoneros. Un relato conmovedor, 40 años después.
Por María O'donnell*
Perfil
EL RECUERDO QUE VUELVE. Jorge Born se decidió a hablar para el libro de la periodista María O'Donnell y contó anécdotas de la famosa “Operación Mellizas” hasta ahora desconocidas incluso para su familia.
A lo largo de nueve meses,Jorge Born llevó un registro de cómo transcurría su vida en una “cárcel del pueblo” de los Montoneros. Al heredero de Bunge y Born, el mayor imperio económico de la época, redactar un diario le sirvió para combatir la angustia y el tedio. Escribir, además, le salvó la vida: gracias a las cartas que le dirigió a su padre, lo convenció de pagar 60 millones de dólares de un rescate doble, porque también habían secuestrado a su hermano Juan.
Jorge Born había pensado en preservar esos papeles y contaba con el consentimiento de sus captores: el jefe de los Montoneros, Mario Firmenich, le había sugerido que transformara esos apuntes en un libro. Sin embargo, en la antesala de su liberación, el 20 de junio de 1975, él mismo destrozó todas sus notas. Rompió las hojas manuscritas en la cara de Firmenich después de recibir la noticia de que Alberto Bosch, su mejor amigo de la infancia, un gerente de Molinos Río de la Plata que iba en el asiento delantero del auto el día que emboscaron a los hermanos Born, había muerto acribillado.
Con ese gesto de furia, Jorge Born enterró sus memoria del secuestro –que sigue siendo el más caro de la historia– por décadas. Con la publicación de “Born” quebró su silencio y contó detalles de Operación Mellizas que eran desconocidos, incluso, para su familia.
“Hasta ahora me callé la boca porque creí que no era conveniente que hablara. No le quería causar problemas a nadie”, explicó en las oficinas discretas para un hombre de su riqueza que ocupa en un edificio con una vista generosa a la Plaza San Martín. En la intimidad de la empresa, que su padre hubiera pagado a los Montoneros 60 millones de dólares por su vida y la de su hermano le resultó una carga pesada de sobrellevar.
María O’Donnell: ¿Algo pasó para que decidiera dar su testimonio después de cuatro décadas?
Jorge Born: Quería que se supiera la verdad, que se conociera del sufrimiento de mi padre, porque muchos se creyeron que todo se arregló con guita… Yo me quedé sin los papeles, porque se los rompí en la cara a Firmenich, pero me quedé con muchas cosas en la cabeza. Me trataron de arrinconar para que hablara y decidí hacerlo cuando no me sintiera acosado.
O’Donnell: ¿Por qué le pareció oportuno este momento?
Born: Cuando vino Néstor Kirchner y empezó todo otra vez yo no quería meter el dedo en la llaga. Hace poco allanaron las oficinas de Molinos (N. de R.: en el marco de una causa por delitos de lesa humanidad, que investiga si los directivos de la empresa cooperaron con la dictadura para la desaparición de integrantes de la comisión interna). ¿A vos te parece? Nosotros vendimos la empresa hace años y los gerentes están todos muertos. Es la historia de nunca acabar. Por eso mucha gente me dice que por fin conté la verdad…
O’Donnell: Su verdad incluye un relato sin culpas sobre aportes en negro a campañas electorales, corrupción en el gobierno de Menem y una bolsa de plata que recuperó mediante el pago de “comisiones” de todo tipo…
Born: De alguna manera, era mi plata, pero además… yo no quise ser hipócrita. Era así: o pagabas coima o te ibas del país, y hoy día sigue la misma corrupción, o peor… Todos tienen el culo sucio y nadie se anima a decir la verdad. Por eso creo que el problema de este país es más moral que económico.
Cuando lo liberaron, Jorge Born sorprendió a los periodistas que lo aguardaban en una conferencia de prensa clandestina al decir que su deseo más próximo era celebrar en familia su cumpleaños número 41, que cumpliría el 22 de junio de 1975.
Cuarenta años después, responde de manera similar.
O’Donnell: ¿Pensó en este aniversario redondo?
Born: No pienso en eso. En estas fechas, pienso en mi cumpleaños, que es el 22.
O’Donnell: Los secuestraron el 19 de septiembre de 1974: había muerto Juan Domingo Perón y gobernaba Isabel, ¿qué recuerda de la emboscada?
Born: Íbamos con mi hermano Juan en el asiento de atrás del auto. Adelante iba Bosch y manejaba (Juan Carlos) Pérez, un chofer que era muy hábil para esquivar. En otro auto iba la custodia. De repente nos chocaron, tiraron tiros… Yo me tiré al piso… A mí me dieron un golpe en la cabeza con un revólver, y mi hermano salió corriendo, pero lo agarraron enseguida y nos llevaron en una camioneta.
O’Donnell: Era una época de muchos secuestros extorsivos, ¿cómo vivían?
Born: Amenazados y aislados, en una quinta de San Isidro con Juan, en casas separadas, cada uno con su familia. Teníamos custodias por todos lados. Custodias y más custodias. Solo nos movíamos para ir a la oficina en el centro. De salir los fines de semana ni hablar. Las mujeres se querían ir del país, pero mi padre decía que teníamos 17.000 personas trabajando acá y que, pasara lo que pasara, nos teníamos que quedar.
O’Donnell: ¿Qué rol tenían ustedes en la compañía cuando lo secuestraron?
Born: Yo era el número tres y Juan tenía a su cargo la parte administrativa. Mi padre, que era el capo, tenía 70 y pico de años y Mario Hirsch, su segundo, más de 65. Los Montoneros dijeron: “Se nos van…”. Por eso nos agarraron a mi y mi hermano, que éramos tipos de 40 y 39 años.
O’Donnell: ¿Cómo se enteró su padre del secuestro de sus dos hijos mayores?
Born: En cuanto nos secuestran llamaron por teléfono a la compañía y pidieron hablar con el señor Born. Pero mi padre no los atendió. Pedían una locura: 100 millones de dólares.
O’Donnell: ¿Su padre no los atendió? ¿No quería pagar?
Born: Nunca estuvo dispuesto a pagar 100 millones. Se puso duro para negociar hasta el final. La pasó muy mal. Recibía todas las cartas y amenazas. Estaba solo: había mandado a mi madre y al resto de la familia a Punta del Este.
O’Donnell: ¿Su madre no lo presionaba para que pagara rápido?
Born: Por eso se la sacó de encima y la mandó al Uruguay.
O’Donnell: Mientras tanto, a ustedes los separaron y los metieron en celdas muy pequeñas, sin ventanas, sin baño, un espacio en penumbras y aislado, ¿cómo se adaptó?
Born: Cuando me preguntan cómo es el encierro siempre les digo que se metan en un baño, apaguen la luz y cierren la puerta. Verán que no es agradable. Hay que vencer la sensación de claustrofobia. Pero de entrada estuve tranquilo.
O’Donnell: ¿Qué le decían sus guardias?
Born: Lo primero que me dijeron fue: “Acá no funciona el tuteo: Usted me trata de usted”. Se tapaban con una bolsa de arpillera, estaban siempre encapuchados. Como fumaban, se ahogaban porque solo tenían abierto en la boca y en los ojos. Yo los escuchaba y pensaba: “Son unos pendejos de mierda”.
O’Donnell: Los Montoneros se habían dado a conocer el 1º de junio de 1970 con el asesinato de Aramburu, ¿temió correr su misma suerte?
Born: Cuando vi que la cosa duraba, pensé que no me iban a matar. Sabía que querían plata. Entonces empecé a pensar alternativas de supervivencia que me salvaran. Pero era muy cansador… A la noche probaban las armas para asustarme y me cortaban la luz y el aire. Al principio me resultaba desagradable estar con ellos. Los reconocía por la voz. Se creían que yo vivía como un rey y que en mi casa venían los valets a limpiarme las cosas. Unos tarados… No podían creer que yo supiera hacer la cama.
O’Donnell: Al cabo de un par de semanas de “adaptación” lo sometieron a un “juicio político”, ¿en qué consistió?
Born: Decían que tenían que demostrar el daño que la compañía le había hecho al país: que éramos antiperonistas, que habíamos apoyado a la Revolución Libertadora y financiado todos los golpes militares. Aunque era una compañía bien argentina, decían que era una multinacional que atentaba contra los intereses del país, como Cristina Kirchner ahora… En el juicio, ellos eran juez y parte. Se sentaban en una silla y yo en la cama. Me preguntaban pavadas, cómo tratábamos a los obreros y yo les contaba banalidades de la negociación salarial. Me decían que no tenían por qué existir los empresarios y los obreros, que en el país tenían que ser todos iguales…
O’Donnell: ¿Qué pasó con su hermano Juan durante el cautiverio?
Born: Le agarró una especie de trauma. Los Montoneros se empezaron a preocupar, porque había perdido un poco el equilibrio. Entonces me vinieron a ver a mí y me dijeron que me llevarían a verlo. Me quedé frío. Cuando me sacaron las vendas lo encontré tirado en la cama y me gritaba que yo era un fantasma, que Jorge estaba muerto…
O’Donnell: Habían pasado meses y su padre seguía sin negociar, ¿en qué momento se hace cargo usted de la negociación?
Born: Después de un tiempo volvieron a mí porque decían estar podridos de que mi padre no los atendiera. Entonces les di un teléfono de un amigo mío que era como si fuera mi hermano. El pobre tipo se convirtió en el correo. Un día le decían que fuera a Constitución, otro a Florida. Eran todos papeles que se intercambiaban. Solo sobre el final empezaron algunos llamados.
O’Donnell: ¿Y usted le escribió a su padre para que supiera del estado de Juan?
Born: Primero les dije que ellos no conocían a mi padre, que le podían poner un cuchillo en la garganta, pero que no le iban a torcer el brazo, aunque sus hijos estuvieran de por medio. Después les dije que, viendo cómo estaba mi hermano, si bajaban a 50 (millones) se podía empezar a conversar. Ahí arrancó la negociación. La cosa va y viene, y el asunto termina en 60 millones. Pero les dije que Juan tenía que salir después del pago de la mitad y ellos estuvieron de acuerdo: se lo querían sacar de encima volando.
O’Donnell: ¿Qué otras cosas le exigieron?
Born: Que se publicaran unas proclamas en diarios europeos y norteamericanos. Les dije que nadie las leería, pero accedí porque no costaban tanta plata. También pidieron un busto de Perón y Evita en cada fábrica… Taradeces… Lo más complicado fue el reparto de comida por un millón de dólares en todo el país, pero eso lo descontamos del monto total (del rescate), ¿te das cuenta?
O’Donnell: Y los pagos, ¿cómo se hicieron?
Born: Ahí vino la parte difícil. Quedó cerrado el deal (acuerdo en inglés), pero vino la cosa de cómo se entregaba la plata. Me preguntaron cómo hacemos, y me di cuenta de que no tenían estructura ni un pito. Les pregunté si sabían cuánto espacio podía ocupar el dinero que pedían. Les expliqué que iban a necesitar billetes chicos, y que apilados no cabían en mi celda… Trajeron un block y fuimos haciendo las marcas. En fin, les dije que iban a dilapidar el dinero y no me equivoqué.
O’Donnell: Usted no lo supo entonces, pero la Aduana incautó casi cinco millones de dólares que empleados de Bunge y Born intentaron ingresar en valijas por Ezeiza y por esa razón el último pago se hizo en Suiza. Allí, los Montoneros le entregaron 16 millones de dólares al banquero David Graiver.
Born: Después supe que lo de Suiza era una pequeña parte, me contó Galimberti que gran parte de la plata fue a parar a Cuba en valijas diplomáticas.
O’Donnell: ¿Cómo le anunciaron que lo iban a liberar?
Born: Cinco o seis días antes (del 20 de junio de 1975) me dijeron que se había pagado todo y me trajeron una de esas bombas de luz que usan las mujeres para que pareciera que había salido de la playa. Ahí pensé que por algo lo hacían, no querían que me viera tan pálido… Después Firmenich apareció a cara descubierta, me dijo que el acuerdo se había cumplido y me dejó un traje nuevo.
O’Donnell: ¿Qué más hablaron?
Born: Me dijo que íbamos a una conferencia de prensa, donde me iban a presentar y que me querían llevar vestido con saco y corbata para que los periodistas vieran que estaba en buen estado. Le reclamé el reloj Rolex que me habían sacado el día del secuestro y mis zapatos.
O’Donnell: Estaba por recuperar la libertad después de nueve meses de cautiverio ¡y se detuvo a preguntar por el reloj y un par de zapatos!
Born: Y sí, eran míos… Firmenich me dijo que me habían sacado el reloj y los zapatos por razones de seguridad, porque podían tener un micrófono o algo así… En fin, pavadas que les enseñaron en Cuba…
O’Donnell: Después de la conferencia de prensa, ¿adónde lo llevaron?
Born: Me largaron en la estación La Lucila. Vino a buscarme José María Menéndez, un tipo que teníamos en la compañía para averiguar cosas raras, y me dijo que había que rajar ya porque los militares nos mandaban a Salta con los del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Me dejó en un departamento con comida y me arregló todo para que me fuera a Uruguay al día siguiente en una avioneta que salió de Don Torcuato. Me fui sin pasaporte ni nada… De Uruguay nos fuimos a Brasil, donde ya teníamos un escritorio grande. Mudamos a todos los capos de la empresa a San Pablo, y viví ahí durante 17 años.
O’Donnell: Estuvo fuera del país durante la dictadura. En esos años, los militares secuestraron y asesinaron a muchos de los Montoneros que habían participado de su secuestro…
Born: Yo les decía que era una locura lo que estaban haciendo. Tenían la responsabilidad de respetar la ley y la Constitución. No entendían que eso iba a crear un malestar por años… A los Montoneros no te digo que les tuve lástima, pero la manera en que los acribillaron después me pareció espantosa. Algunos eran asesinos, pero otros buenos tipos. Medio locos, porque se convencieron de cada cosa… Con Menem pensé que se iba a poder perdonar a los Montoneros y a los militares, y mirar para adelante, pero no fue posible. Después vino Kirchner y empezó todo otra vez.
O’Donnell: Usted y los Montoneros apoyaron a Carlos Menem: eran el símbolo que necesitaba el entonces presidente para justificar los indultos bajo el argumento de la “pacificación”.
Born: Lo de Menem fue un intento de olvidar el pasado. Yo fui de los primeros que dije: ahora hay que olvidarse de todo lo que nos pasó. Demos vuelta la página y a otra cosa. Perdonemos a todo el mundo y basta. Menem preguntó: “¿Vos decís eso?”. Eso lo entendió. Lamentablemente, no entendió otras cosas.
O’Donnell: Su relación con Menem fue más allá. Puso plata en la campaña y selló una alianza económica, y los dos primeros ministros de Economía fueron hombres de Bunge y Born que usted designó.
Born: Me dejé tentar por Menem. Cuando ganó le llevamos un plan económico. Pero estaba rodeado de locos y de bandidos… era imposible hacer nada. Le gustaban demasiado la plata y las mujeres. Era insaciable.
O’Donnell: Menem le presentó a Rodolfo Galimberti, el secretario militar de la Columna Norte de los Montoneros, que lo había secuestrado. El plan era recuperar algo de la plata del secuestro.
Born: “El Tata” (Juan Bautista Yofre, entonces jefe de la Secretaría de Inteligencia de Menem) me armó una reunión en un hotel. Cuando nos encontramos, Galimberti me pidió disculpas y yo le dije que para mí era un asunto olvidado, que había pasado mucho tiempo, pero que me podía ayudar con el juicio. Ahí me dijo que iba a declarar todo lo que yo necesitara. Lo puse en contacto con los abogados y se portó muy bien. Declaró sobre la plata que le habían dado a Graiver. Les metí un juicio (a los herederos de Graiver) y recuperé 6 o 7 millones, nada que ver con los 60 que pagamos.
O’Donnell: Llegaron a un acuerdo privado con los herederos de Graiver, pero reclamaban 16 millones de dólares, ¿qué pasó con el resto? ¿Menem se quedó con plata?
Born: No tengo pruebas, pero sí… Te digo: eran insaciables. Hubo mucha gente que cobró…
O’Donnell: ¿Galimberti también cobró?
Born: Algo le regalé, porque me ayudó como loco. Él consiguió todo…
O’Donnell: ¿Figura en algún expediente judicial el pago que hicieron los herederos de Graiver a cambio de terminar con el reclamo?
Born: No, ¿qué expediente? Galimberti me entregó una bolsa con dólares y yo le di una parte para agradecerle sus gestiones.
O’Donnell: ¿Intentó de alguna manera dar con la plata que se había ido a Cuba?
Born: Una vez María Julia (Alsogaray) me dijo que iba a ver a Fidel (Castro) y que le iba a preguntar, y cuando volvió me dijo que Fidel decía que la plata nunca había llegado a Cuba. No averiguó nada.
O’Donnell: Con Galimberti se hicieron amigos…
Born: Galimberti se casó con una buena chica que tenía un campo en Entre Ríos. Yo iba de vez en cuando los fines de semana, y el tipo me enseñó a tirar y a cazar.
O’Donnell: ¿Su familia qué le decía? Aprendía a cazar con su ex carcelero…
Born: A mi mujer le decía lo menos posible, pero sí le contaba que el tipo me estaba ayudando.
O’Donnell: Después fueron socios con Jorge “El Corcho” Rodríguez en los llamados al programa de Susana Giménez y eso terminó muy mal…
Born: Al principio ganamos cantidad de plata, pero al poco tiempo apareció un abogado que nos dijo que eso era ilegal y que hacíamos mula, y se metió Clarín y todo se fue al tacho. Hicimos un pleito contra el padre (Julio César) Grassi (de la Fundación Felices los Niños, que figuraba como beneficiaria de parte de las ganancias del juego), y perdió, porque tenía todo en contra.
O’Donnell: Además saltaron las denuncias contra el cura por abuso de menores.
Born: Fue bastante desagradable.
O’Donnell: Y al final le “devolvieron” el Rolex…
Born: Años más tarde, Galimberti me regaló un Rolex brutal, lleno de piedras por todos lados, con mi nombre grabado atrás. Le pregunté si me lo daba por el que me robaron antes, y me dijo que sabía que me lo habían afanado, pero que ese era de su parte.
O’Donnell: Galimberti murió en el 2002, ¿fueron amigos hasta el final?
Born: En un momento fue difícil, porque lo único que “Galimba” quería era entrar a la sociedad, y vía Jorge Born era ideal. Pero yo no soy muy sociable, le decía: “Viejo, yo no soy entrada ni salida a la sociedad…”. Al final de su vida ya no me llevaba tan bien con él, porque básicamente era un loco. Seguía con sus cosas raras: estaba convencido de que se venía otra vez la guerra, le preocupaba el Islam. Se enloquecía por la plata, el poder, las armas…
O’Donnell: Para las próximas elecciones presidenciales, ¿tiene candidato?
Born: No es santo de mi devoción, pero espero que gane (Mauricio) Macri.
Jorge Born había pensado en preservar esos papeles y contaba con el consentimiento de sus captores: el jefe de los Montoneros, Mario Firmenich, le había sugerido que transformara esos apuntes en un libro. Sin embargo, en la antesala de su liberación, el 20 de junio de 1975, él mismo destrozó todas sus notas. Rompió las hojas manuscritas en la cara de Firmenich después de recibir la noticia de que Alberto Bosch, su mejor amigo de la infancia, un gerente de Molinos Río de la Plata que iba en el asiento delantero del auto el día que emboscaron a los hermanos Born, había muerto acribillado.
Con ese gesto de furia, Jorge Born enterró sus memoria del secuestro –que sigue siendo el más caro de la historia– por décadas. Con la publicación de “Born” quebró su silencio y contó detalles de Operación Mellizas que eran desconocidos, incluso, para su familia.
“Hasta ahora me callé la boca porque creí que no era conveniente que hablara. No le quería causar problemas a nadie”, explicó en las oficinas discretas para un hombre de su riqueza que ocupa en un edificio con una vista generosa a la Plaza San Martín. En la intimidad de la empresa, que su padre hubiera pagado a los Montoneros 60 millones de dólares por su vida y la de su hermano le resultó una carga pesada de sobrellevar.
María O’Donnell: ¿Algo pasó para que decidiera dar su testimonio después de cuatro décadas?
Jorge Born: Quería que se supiera la verdad, que se conociera del sufrimiento de mi padre, porque muchos se creyeron que todo se arregló con guita… Yo me quedé sin los papeles, porque se los rompí en la cara a Firmenich, pero me quedé con muchas cosas en la cabeza. Me trataron de arrinconar para que hablara y decidí hacerlo cuando no me sintiera acosado.
O’Donnell: ¿Por qué le pareció oportuno este momento?
Born: Cuando vino Néstor Kirchner y empezó todo otra vez yo no quería meter el dedo en la llaga. Hace poco allanaron las oficinas de Molinos (N. de R.: en el marco de una causa por delitos de lesa humanidad, que investiga si los directivos de la empresa cooperaron con la dictadura para la desaparición de integrantes de la comisión interna). ¿A vos te parece? Nosotros vendimos la empresa hace años y los gerentes están todos muertos. Es la historia de nunca acabar. Por eso mucha gente me dice que por fin conté la verdad…
O’Donnell: Su verdad incluye un relato sin culpas sobre aportes en negro a campañas electorales, corrupción en el gobierno de Menem y una bolsa de plata que recuperó mediante el pago de “comisiones” de todo tipo…
Born: De alguna manera, era mi plata, pero además… yo no quise ser hipócrita. Era así: o pagabas coima o te ibas del país, y hoy día sigue la misma corrupción, o peor… Todos tienen el culo sucio y nadie se anima a decir la verdad. Por eso creo que el problema de este país es más moral que económico.
Cuando lo liberaron, Jorge Born sorprendió a los periodistas que lo aguardaban en una conferencia de prensa clandestina al decir que su deseo más próximo era celebrar en familia su cumpleaños número 41, que cumpliría el 22 de junio de 1975.
Cuarenta años después, responde de manera similar.
O’Donnell: ¿Pensó en este aniversario redondo?
Born: No pienso en eso. En estas fechas, pienso en mi cumpleaños, que es el 22.
O’Donnell: Los secuestraron el 19 de septiembre de 1974: había muerto Juan Domingo Perón y gobernaba Isabel, ¿qué recuerda de la emboscada?
Born: Íbamos con mi hermano Juan en el asiento de atrás del auto. Adelante iba Bosch y manejaba (Juan Carlos) Pérez, un chofer que era muy hábil para esquivar. En otro auto iba la custodia. De repente nos chocaron, tiraron tiros… Yo me tiré al piso… A mí me dieron un golpe en la cabeza con un revólver, y mi hermano salió corriendo, pero lo agarraron enseguida y nos llevaron en una camioneta.
O’Donnell: Era una época de muchos secuestros extorsivos, ¿cómo vivían?
Born: Amenazados y aislados, en una quinta de San Isidro con Juan, en casas separadas, cada uno con su familia. Teníamos custodias por todos lados. Custodias y más custodias. Solo nos movíamos para ir a la oficina en el centro. De salir los fines de semana ni hablar. Las mujeres se querían ir del país, pero mi padre decía que teníamos 17.000 personas trabajando acá y que, pasara lo que pasara, nos teníamos que quedar.
O’Donnell: ¿Qué rol tenían ustedes en la compañía cuando lo secuestraron?
Born: Yo era el número tres y Juan tenía a su cargo la parte administrativa. Mi padre, que era el capo, tenía 70 y pico de años y Mario Hirsch, su segundo, más de 65. Los Montoneros dijeron: “Se nos van…”. Por eso nos agarraron a mi y mi hermano, que éramos tipos de 40 y 39 años.
O’Donnell: ¿Cómo se enteró su padre del secuestro de sus dos hijos mayores?
Born: En cuanto nos secuestran llamaron por teléfono a la compañía y pidieron hablar con el señor Born. Pero mi padre no los atendió. Pedían una locura: 100 millones de dólares.
O’Donnell: ¿Su padre no los atendió? ¿No quería pagar?
Born: Nunca estuvo dispuesto a pagar 100 millones. Se puso duro para negociar hasta el final. La pasó muy mal. Recibía todas las cartas y amenazas. Estaba solo: había mandado a mi madre y al resto de la familia a Punta del Este.
O’Donnell: ¿Su madre no lo presionaba para que pagara rápido?
Born: Por eso se la sacó de encima y la mandó al Uruguay.
O’Donnell: Mientras tanto, a ustedes los separaron y los metieron en celdas muy pequeñas, sin ventanas, sin baño, un espacio en penumbras y aislado, ¿cómo se adaptó?
Born: Cuando me preguntan cómo es el encierro siempre les digo que se metan en un baño, apaguen la luz y cierren la puerta. Verán que no es agradable. Hay que vencer la sensación de claustrofobia. Pero de entrada estuve tranquilo.
O’Donnell: ¿Qué le decían sus guardias?
Born: Lo primero que me dijeron fue: “Acá no funciona el tuteo: Usted me trata de usted”. Se tapaban con una bolsa de arpillera, estaban siempre encapuchados. Como fumaban, se ahogaban porque solo tenían abierto en la boca y en los ojos. Yo los escuchaba y pensaba: “Son unos pendejos de mierda”.
O’Donnell: Los Montoneros se habían dado a conocer el 1º de junio de 1970 con el asesinato de Aramburu, ¿temió correr su misma suerte?
Born: Cuando vi que la cosa duraba, pensé que no me iban a matar. Sabía que querían plata. Entonces empecé a pensar alternativas de supervivencia que me salvaran. Pero era muy cansador… A la noche probaban las armas para asustarme y me cortaban la luz y el aire. Al principio me resultaba desagradable estar con ellos. Los reconocía por la voz. Se creían que yo vivía como un rey y que en mi casa venían los valets a limpiarme las cosas. Unos tarados… No podían creer que yo supiera hacer la cama.
O’Donnell: Al cabo de un par de semanas de “adaptación” lo sometieron a un “juicio político”, ¿en qué consistió?
Born: Decían que tenían que demostrar el daño que la compañía le había hecho al país: que éramos antiperonistas, que habíamos apoyado a la Revolución Libertadora y financiado todos los golpes militares. Aunque era una compañía bien argentina, decían que era una multinacional que atentaba contra los intereses del país, como Cristina Kirchner ahora… En el juicio, ellos eran juez y parte. Se sentaban en una silla y yo en la cama. Me preguntaban pavadas, cómo tratábamos a los obreros y yo les contaba banalidades de la negociación salarial. Me decían que no tenían por qué existir los empresarios y los obreros, que en el país tenían que ser todos iguales…
O’Donnell: ¿Qué pasó con su hermano Juan durante el cautiverio?
Born: Le agarró una especie de trauma. Los Montoneros se empezaron a preocupar, porque había perdido un poco el equilibrio. Entonces me vinieron a ver a mí y me dijeron que me llevarían a verlo. Me quedé frío. Cuando me sacaron las vendas lo encontré tirado en la cama y me gritaba que yo era un fantasma, que Jorge estaba muerto…
O’Donnell: Habían pasado meses y su padre seguía sin negociar, ¿en qué momento se hace cargo usted de la negociación?
Born: Después de un tiempo volvieron a mí porque decían estar podridos de que mi padre no los atendiera. Entonces les di un teléfono de un amigo mío que era como si fuera mi hermano. El pobre tipo se convirtió en el correo. Un día le decían que fuera a Constitución, otro a Florida. Eran todos papeles que se intercambiaban. Solo sobre el final empezaron algunos llamados.
O’Donnell: ¿Y usted le escribió a su padre para que supiera del estado de Juan?
Born: Primero les dije que ellos no conocían a mi padre, que le podían poner un cuchillo en la garganta, pero que no le iban a torcer el brazo, aunque sus hijos estuvieran de por medio. Después les dije que, viendo cómo estaba mi hermano, si bajaban a 50 (millones) se podía empezar a conversar. Ahí arrancó la negociación. La cosa va y viene, y el asunto termina en 60 millones. Pero les dije que Juan tenía que salir después del pago de la mitad y ellos estuvieron de acuerdo: se lo querían sacar de encima volando.
O’Donnell: ¿Qué otras cosas le exigieron?
Born: Que se publicaran unas proclamas en diarios europeos y norteamericanos. Les dije que nadie las leería, pero accedí porque no costaban tanta plata. También pidieron un busto de Perón y Evita en cada fábrica… Taradeces… Lo más complicado fue el reparto de comida por un millón de dólares en todo el país, pero eso lo descontamos del monto total (del rescate), ¿te das cuenta?
O’Donnell: Y los pagos, ¿cómo se hicieron?
Born: Ahí vino la parte difícil. Quedó cerrado el deal (acuerdo en inglés), pero vino la cosa de cómo se entregaba la plata. Me preguntaron cómo hacemos, y me di cuenta de que no tenían estructura ni un pito. Les pregunté si sabían cuánto espacio podía ocupar el dinero que pedían. Les expliqué que iban a necesitar billetes chicos, y que apilados no cabían en mi celda… Trajeron un block y fuimos haciendo las marcas. En fin, les dije que iban a dilapidar el dinero y no me equivoqué.
O’Donnell: Usted no lo supo entonces, pero la Aduana incautó casi cinco millones de dólares que empleados de Bunge y Born intentaron ingresar en valijas por Ezeiza y por esa razón el último pago se hizo en Suiza. Allí, los Montoneros le entregaron 16 millones de dólares al banquero David Graiver.
Born: Después supe que lo de Suiza era una pequeña parte, me contó Galimberti que gran parte de la plata fue a parar a Cuba en valijas diplomáticas.
O’Donnell: ¿Cómo le anunciaron que lo iban a liberar?
Born: Cinco o seis días antes (del 20 de junio de 1975) me dijeron que se había pagado todo y me trajeron una de esas bombas de luz que usan las mujeres para que pareciera que había salido de la playa. Ahí pensé que por algo lo hacían, no querían que me viera tan pálido… Después Firmenich apareció a cara descubierta, me dijo que el acuerdo se había cumplido y me dejó un traje nuevo.
O’Donnell: ¿Qué más hablaron?
Born: Me dijo que íbamos a una conferencia de prensa, donde me iban a presentar y que me querían llevar vestido con saco y corbata para que los periodistas vieran que estaba en buen estado. Le reclamé el reloj Rolex que me habían sacado el día del secuestro y mis zapatos.
O’Donnell: Estaba por recuperar la libertad después de nueve meses de cautiverio ¡y se detuvo a preguntar por el reloj y un par de zapatos!
Born: Y sí, eran míos… Firmenich me dijo que me habían sacado el reloj y los zapatos por razones de seguridad, porque podían tener un micrófono o algo así… En fin, pavadas que les enseñaron en Cuba…
O’Donnell: Después de la conferencia de prensa, ¿adónde lo llevaron?
Born: Me largaron en la estación La Lucila. Vino a buscarme José María Menéndez, un tipo que teníamos en la compañía para averiguar cosas raras, y me dijo que había que rajar ya porque los militares nos mandaban a Salta con los del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Me dejó en un departamento con comida y me arregló todo para que me fuera a Uruguay al día siguiente en una avioneta que salió de Don Torcuato. Me fui sin pasaporte ni nada… De Uruguay nos fuimos a Brasil, donde ya teníamos un escritorio grande. Mudamos a todos los capos de la empresa a San Pablo, y viví ahí durante 17 años.
O’Donnell: Estuvo fuera del país durante la dictadura. En esos años, los militares secuestraron y asesinaron a muchos de los Montoneros que habían participado de su secuestro…
Born: Yo les decía que era una locura lo que estaban haciendo. Tenían la responsabilidad de respetar la ley y la Constitución. No entendían que eso iba a crear un malestar por años… A los Montoneros no te digo que les tuve lástima, pero la manera en que los acribillaron después me pareció espantosa. Algunos eran asesinos, pero otros buenos tipos. Medio locos, porque se convencieron de cada cosa… Con Menem pensé que se iba a poder perdonar a los Montoneros y a los militares, y mirar para adelante, pero no fue posible. Después vino Kirchner y empezó todo otra vez.
O’Donnell: Usted y los Montoneros apoyaron a Carlos Menem: eran el símbolo que necesitaba el entonces presidente para justificar los indultos bajo el argumento de la “pacificación”.
Born: Lo de Menem fue un intento de olvidar el pasado. Yo fui de los primeros que dije: ahora hay que olvidarse de todo lo que nos pasó. Demos vuelta la página y a otra cosa. Perdonemos a todo el mundo y basta. Menem preguntó: “¿Vos decís eso?”. Eso lo entendió. Lamentablemente, no entendió otras cosas.
O’Donnell: Su relación con Menem fue más allá. Puso plata en la campaña y selló una alianza económica, y los dos primeros ministros de Economía fueron hombres de Bunge y Born que usted designó.
Born: Me dejé tentar por Menem. Cuando ganó le llevamos un plan económico. Pero estaba rodeado de locos y de bandidos… era imposible hacer nada. Le gustaban demasiado la plata y las mujeres. Era insaciable.
O’Donnell: Menem le presentó a Rodolfo Galimberti, el secretario militar de la Columna Norte de los Montoneros, que lo había secuestrado. El plan era recuperar algo de la plata del secuestro.
Born: “El Tata” (Juan Bautista Yofre, entonces jefe de la Secretaría de Inteligencia de Menem) me armó una reunión en un hotel. Cuando nos encontramos, Galimberti me pidió disculpas y yo le dije que para mí era un asunto olvidado, que había pasado mucho tiempo, pero que me podía ayudar con el juicio. Ahí me dijo que iba a declarar todo lo que yo necesitara. Lo puse en contacto con los abogados y se portó muy bien. Declaró sobre la plata que le habían dado a Graiver. Les metí un juicio (a los herederos de Graiver) y recuperé 6 o 7 millones, nada que ver con los 60 que pagamos.
O’Donnell: Llegaron a un acuerdo privado con los herederos de Graiver, pero reclamaban 16 millones de dólares, ¿qué pasó con el resto? ¿Menem se quedó con plata?
Born: No tengo pruebas, pero sí… Te digo: eran insaciables. Hubo mucha gente que cobró…
O’Donnell: ¿Galimberti también cobró?
Born: Algo le regalé, porque me ayudó como loco. Él consiguió todo…
O’Donnell: ¿Figura en algún expediente judicial el pago que hicieron los herederos de Graiver a cambio de terminar con el reclamo?
Born: No, ¿qué expediente? Galimberti me entregó una bolsa con dólares y yo le di una parte para agradecerle sus gestiones.
O’Donnell: ¿Intentó de alguna manera dar con la plata que se había ido a Cuba?
Born: Una vez María Julia (Alsogaray) me dijo que iba a ver a Fidel (Castro) y que le iba a preguntar, y cuando volvió me dijo que Fidel decía que la plata nunca había llegado a Cuba. No averiguó nada.
O’Donnell: Con Galimberti se hicieron amigos…
Born: Galimberti se casó con una buena chica que tenía un campo en Entre Ríos. Yo iba de vez en cuando los fines de semana, y el tipo me enseñó a tirar y a cazar.
O’Donnell: ¿Su familia qué le decía? Aprendía a cazar con su ex carcelero…
Born: A mi mujer le decía lo menos posible, pero sí le contaba que el tipo me estaba ayudando.
O’Donnell: Después fueron socios con Jorge “El Corcho” Rodríguez en los llamados al programa de Susana Giménez y eso terminó muy mal…
Born: Al principio ganamos cantidad de plata, pero al poco tiempo apareció un abogado que nos dijo que eso era ilegal y que hacíamos mula, y se metió Clarín y todo se fue al tacho. Hicimos un pleito contra el padre (Julio César) Grassi (de la Fundación Felices los Niños, que figuraba como beneficiaria de parte de las ganancias del juego), y perdió, porque tenía todo en contra.
O’Donnell: Además saltaron las denuncias contra el cura por abuso de menores.
Born: Fue bastante desagradable.
O’Donnell: Y al final le “devolvieron” el Rolex…
Born: Años más tarde, Galimberti me regaló un Rolex brutal, lleno de piedras por todos lados, con mi nombre grabado atrás. Le pregunté si me lo daba por el que me robaron antes, y me dijo que sabía que me lo habían afanado, pero que ese era de su parte.
O’Donnell: Galimberti murió en el 2002, ¿fueron amigos hasta el final?
Born: En un momento fue difícil, porque lo único que “Galimba” quería era entrar a la sociedad, y vía Jorge Born era ideal. Pero yo no soy muy sociable, le decía: “Viejo, yo no soy entrada ni salida a la sociedad…”. Al final de su vida ya no me llevaba tan bien con él, porque básicamente era un loco. Seguía con sus cosas raras: estaba convencido de que se venía otra vez la guerra, le preocupaba el Islam. Se enloquecía por la plata, el poder, las armas…
O’Donnell: Para las próximas elecciones presidenciales, ¿tiene candidato?
Born: No es santo de mi devoción, pero espero que gane (Mauricio) Macri.
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